El trayecto en coche, resultó ser más
difícil de lo normal. Por suerte Ivan le pidió a Ted que fuera con su propio coche,
con lo cual, no había tenido que soportar la presencia de ese idiota durante
los veinte minutos que duró el viaje, pero continuaba sintiéndome muy extraña.
Un molesto pensamiento desconocido, resurgía de mi interior una y otra vez
entre tanta confusión.
El coche de Ivan tenía una delicada y
perfecta composición en hacer que sus ocupantes fueran extremadamente cómodos,
la base y sus mullidos cojines conseguían un efecto supremo y ventajoso, por un
momento se me pasó por la cabeza como seria practicar sexo encima de ellos…Una
pasada.
Algo a lo que podría acostúmbrame sin
problemas.
Inquieta le eché un vistazo a Ivan, que miraba
la carretera mientras nos acercábamos a la garita de la verja donde los troncos
negros destacaban bajo las luces amarillas que ya se mostraban en la entrada al
caminal principal de la casa. Parecía estar a kilómetros de distancia, como si
ni siquiera fuera consciente de mi presencia.
–Tu amigo es conmovedor– dije para romper el
silencio.
–Ted habla demasiado– dijo sin comprometerse,
con los ojos clavados en el contorno del hierro ennegrecido de la verja
principal.
Y tú
muy poco.
Ivan
pasó junto la garita sin frenar, tan sólo redujo un poco la velocidad y bajó la
ventanilla. Al pasar por delante del guarda, no saludó pero con un movimiento de
cabeza, la verja, antes de que pisáramos las piedras del camino ya
estaba abierta para nosotros y tan rápida como se abrió se cerró al pasar por
el centro.
Me mordí el labio odiando aquel silencio
que no me hacia gracia y agité un pie mientas miraba por las ventanillas
ahumadas.
– ¿Tienes frío?– preguntó.
– ¿Qué? Oh. No, tranquilo, estoy bien.
Aceptó mi contestación con un cabezazo y
remontó al silencio eterno y molesto que nos acompañaba. Miré su perfil y en su
rosto no se leía nada. Se mantenía fijo, con la vista clavada hacia delante y
el vacío profesional que lo caracterizaba.
Así pues y sintiéndome ridículamente
invisible, dirigí mi vista a los paisajes del jardín que ofrecía la entrada a
mi antiguo hogar. La música, aunque la casa todavía no estuviera a la vista, ya
se escuchaba, sólo un murmullo pero si lo suficiente como para diferenciar el
estilo de música: Romaní.
Mamá había montado una juerga de las
grandes.
–La fiesta ya está comenzada, Olimpia se va
enfadar– reconocí al pensar en los viejos tiempos y en cómo se había puesto mi
madre la última vez que había llegado tarde a una de sus funciones circenses.
–No te preocupes por tu madre, yo me
encargaré de ella. –Se volvió hacia mí, me miró con intensidad y vi un sentimiento
que pasó a gran velocidad por su mirada y desapareció tan rápido como una
estrella fugaz, pero fue tan brillante que me fijó a él como un imán–. Sé que
no te lo he dicho todavía, pero estas preciosa–. La voz centrada de Ivan tenía
un matiz sosegado.
Se me aceleró la respiración y nerviosa, cambié
de postura.
–Gracias– pronuncié con sinceridad y con una
leve nota de ilusión en la voz.
Recorrí con los ojos el traje de lana fría
por el que había optado Ivan en ponerse esa noche. La americana estaba hecha a
medida para realzar cada centímetro de su cuerpo y la camisa roja, extrañamente
a conjunto con mi vestido, destacaba el color bronceado de su piel. No llevaba
corbata, ni pajarita ni complemento extra, a aparte de la americana, lo que me
recordó a lo mucho que le gustaban los tejanos y lo poco que agradecía tener
que ponerse tan elegante para las ocasiones, pero tenía que reconocer que, Ivan
estaba muy impresionante.
Un notable Adonis.
–Tú tampoco están tan mal cuando te arreglas
de esa forma.
Me estremecí cuando me dedicó una de sus
preciosas sonrisas profesionales pero había un destello distinto en ella y se
me ocurrió, como parte enferma y loca por ese hombre, que quizá tuviera un
matiz de real calidez.
–El vestido es precioso– añadí, rozando la
calidad de seda que llevaba encima, y su tacto era tan suave y delicado que
hasta sentí un escalofrió–. ¿De dónde lo has sacado?
¿Y
tan rápido? ¿Y de mi talla? ¿Y de mi gusto?
Pensé unas cuantas
preguntas más, unas dudas que me azotaban pero preferí no decirlo en voz alta y
hacerme parecer una reportera de pacotilla desesperada por saber cómo lo había
hecho o porque lo había hecho; ¿Por mí o
por él y su ego?
Ivan me dedicó una de
sus expresiones engreídas de la que había desaparecido su habitual aspecto de
hombre correcto y lo convirtió en un joven dulce y muy atractivo.
–Un mago nunca desvela
sus secretos, sino… ¿Cómo podía impresionarte de nuevo?
De
mil formas más, te lo aseguró.
Me encogí de hombros quitándole importancia
y, aunque me costó conseguir que mi rostro reflejara el poco interés que
deseaba, mi cabeza se moría por saber. Actué con formalidad y terminé sonriendo
antes de retirar mi mirada de la suya.
Ivan aparcó el coche en uno de los lados de
la casa, un lugar que habían habitado para ello ya que esa zona parecía una
exhibición de coches de lujo compitiendo por ser el más brillante y cantarín,
con lustrosos colores y tan limpios que parecían recién sacados de la casa. Y
que los focos improvisados que colgaban de un lado de la cornisa del tejado,
los alumbrara directamente desde el cielo, actuó de una forma aún más
llamativa. Era muy difícil retirar la mirada de cada bestia revestida de las
mejores marcas.
Agarré el bolsito de mano y tomé una intensa
bocanada de aire mientras Ivan salía del coche con una elegancia que tenía que
ser fruto de la práctica. Decidida por ponerme en movimiento, alargué la mano
hacia el resorte pero antes de que pudiera tocar el hierro, la puerta se abrió
y un hombre de ojos resplandecientes y satisfechos se adelantó.
–Ted– pronuncié en un mero susurro de asqueo
mientras, en mi rostro le mostraba una expresión cansada no disimulada.
Él sonrió y ladeó su cabeza de una forma
burlona que me sacó de quicio.
Qué
asco.
Desesperada por desaparecer de la vista de
ese idiota, me deslicé por el asiento para salir por la puerta abierta y me aparté
con una sacudida cuando Ted, la cerró dándome un golpe en las rodillas.
– ¡Joder!– grité y sentí como la adrenalina,
que de pronto se despertó por mi cuerpo con fuerza, me provocaba un terrible
dolor de cabeza.
La puerta se abrió de nuevo mostrándome a
un cabrón doblándose mientras se reía a pierna suelta.
–Lo siento, Gaela – pronunció entre carcajada
y carcajada–, se me resbaló el hierro…
–Maldita sea, Ted– gruñó Ivan rodeando el
coche con paso ligero.
Salí fuera pasando de su mano alargada y le
sonreí falsamente deseando pegarle una patada en la cara.
–No pasa nada, si tu cabeza no da más de sí–
dije con tono alegre–, puñetero capullo.
Ivan, que se encontraba detrás de él,
agachó la cabeza y ocultó una sonrisa. Bajé el vestido hasta quitar todas las
arrugas que se habían formado al ir sentada y avancé hasta colocarme al lado de
Ivan, el me ofreció su brazo y me cogí con fuerza a la tela de su americana.
–Te equivocas, Gaela. Mi cabeza da para mucho–
pronunció Ted recurriendo a mi antiguo insulto, en tono gangoso cuando nos pasó
de largo para entrar por el lateral iluminado que daba al jardín trasero.
Las fiestas en la casa de mis padres me
traían tan buenos recuerdos como malos, pero hoy era todo diferente. Hoy, por
primera vez entraba en casa de los Nicola-Lee, de la mano de mi futuro marido.
¿Podría ser eso posible? ¿Podrían cambiar
las cosas? ¿Esto era una buena señal?
Ni idea, pero no iba a perder el tiempo en
montar este puzle. Quería disfrutar del momento y punto.
Al ver la decoración, y el empeño que había
puesto mi madre para organizar esta fiesta, daba por supuesto que Dika, de sus
tres hijos era su favorita.
Miles de velas que sustituían las llamas
por bombillas acopladas, te señalaban, unas enfrente de otras qué camino seguir
para llegar a la carpa preparada en el centro, en cuyo lugar no faltaba ningún
detalle de llamativas flores y más velas formando figuras estrambóticas como
las que habíamos pasado. La orquesta se encontraba al final, donde unas enormes
cortinas rojas caían desde las copas de los árboles como cascadas irregulares y
se arrastraban por el suelo. Los invitados se repartían por todas partes impidiendo
el paso de muchos de los camareros que serpenteaban a la gente con las bandejas
llenas sin perder el equilibrio.
Busqué con la mirada una mata de cabello
rojo anaranjado entre la multitud, simplemente para tomar la dirección
contraria de donde mi hermana se hallara y terminé topándome con otro cabello pelirrojo
y tan revuelto como siempre, que me sacó una sonrisa de alivio. Mi madre de todos mis conocidos, Gina erra la única que invitaba siempre, la adoraba.
Una aliada.
No me había dado cuenta, pero estaba de los
nervios, asustada y padeciendo dentro un colapso emocional de cojones. Ver a
Gina, a lo lejos, me animó a ir en su encuentro para dejar que me abrazara
hasta que cada síntoma desapareciera.
Tiré de Ivan para aproximarme a ella, pero
él me frenó y me giró.
–Voy a saludar a tus padres y a tu hermana…
–Vale– corté al mismo tiempo que quitaba mi
brazo del suyo y salía en busca de Gina.
Escuchar el nombre de mi madre me producía
estremecimientos. Sabía lo que me esperaba y todas las preguntas que quería que
le contestara, y más, después de haber evitado sus llamadas durante unos
cuantos días. No me apetecía nada recibir otro rapapolvo por parte de ella como
si fuera una niña pequeña, además, me apetecía más estar con mi amiga que con
mi propia familia.
–Gaela– me llamó Ivan al tiempo que atrapaba
mi brazo para frenar mi escapada. Me giré y después de mirar esa mano, lo miré
a él a los ojos–. ¿No piensas saludar a tu familia?
–Primero saludaré a Gina.
Su
mandíbula se tensó y percibí como apretaba los dientes para controlarse. No sé
lo que pasó por su cabeza, pero cuando volvió hablar su tono era el correcto;
suave y educado.
–Luego quiero que te reúnas conmigo de
inmediato. Sabes que no soy de los que van detrás de ti ni de nadie.
Ese comentario alertó un sentimiento que
había permanecido parado y muy tranquilo desde que había entrado en su casa,
ahora la honesta falta de señal de defensa por mi parte se activó y salió de mi
boca, en forma de burla como el aire.
–Sí, majestad, como deseé– pronuncié y di un
tirón para quitarme esa mano de encima, Ivan presionó sus dedos alrededor de mi
carne y tiró de mí.
Nuestros pechos chocaron y mi mirada se
quedó clavada en el trozo de carne que se asomaba entre los primeros botones de
su camisa. Tentadora. Los dedos de Ivan se posaron bajo mi barbilla y me obligó
a que lo mirara.
–Pórtate bien, Gaela– ronroneó satisfecho.
Estrujé los dedos de los pies y noté como
una ráfaga de violencia traspasaba todo mi cuerpo.
–Lo intentaré, Ivan, pero no te prometo nada–
ronroneé, pero con un pequeño nervio en la voz que provocó una sonrisa de
victoria en sus labios. Una sonrisa que se amplió cuando me soltó y se dio la
vuelta, dejándome la visión de esa espalda recta y autoritaria, de un auténtico
hombre confiado de sí mismo.
Apreté los puños para quitarme la sensación
de derrota del cuerpo, no fue nada fácil pero en el instante que me di la
vuelta y vi a Gina mirándome, la dosis de alivio que me proporcionaban sus ojos
fue remedio suficiente para sacar la peste de calcinado de mi cuerpo.
Gina se me acercó con una sonrisa y un
extraño fruncimiento de ojos.
–Bonita
entrada– dijo con ironía. Levanté una ceja y la miré–. Cogiditos del brazo–
explicó.
–Vaya, te has dado cuenta.
–Yo y la mitad de los invitados. Si hasta parecíais
felices. –No dije nada, simplemente negué con la cabeza y dirigí mi vista a mi derecha.
Ivan ya había encontrado a mi familia y en ese momento saludaba a Dika, quien, extrañamente
y para mi sorpresa no se mostró tan educada como sí lo hizo su marido cuando
saludó a Ivan–. ¿Y a qué se debe tanta felicidad?
El toque de ella junto con una pequeña
presión en mi brazo, me sacó de esa imagen y mis ojos se volvieron hacia ella.
Sacudí la cabeza para rebobinar y recordar su pregunta y contesté con una
tímida sonrisa.
–Nos hemos besado. –El ceño de Gina se juntó
más–. No ha sido un beso normal, ha sido un poco más especial.
Las manos de Gina se colocaron en sus
caderas, en forma de jarra e hizo un gesto con los ojos que me recordó a
Adriana y me sacó una sonrisa.
–Toma ya. Un dulce y mágico beso con lengua.
Oh… Cielos, cuanta pasión–. Gina extendió sus brazos en una dramática muestra de
burla y miró al cielo–. Lo tienes enamorado, Gaela… Está loco por ti– exclamó mofándose
en toda mi cara.
Eso me borró la sonrisa de inmediato.
–Gracias, Gina. Has demostrado lo imbécil que
eres.
Sus gestos se suavizaron y la calidez
típica de mi amiga deslumbró en su cara.
–Cielo, no quiero ser cruel contigo, pero es
que ahora mismo, pareces tonta.
La miré incrédula y con la boca a vierta.
–Si tu intención era joderme la noche, te felicito,
te ha salido de lujo.
Me di la vuelta y me alejé de ella en busca
de las espinacas de Popeye. Esta
noche iba a necesitar una buena ración.
–Espera, venga. No seas así.
Trató de frenarme, pero como ninguna de las
dos queríamos montar el numerito, me siguió hasta la primera barra que me
encontré, entonces se colocó a mi lado, bien pegada y con los codos apoyados en
la metálica base que habían puesto para servir.
–Oye. Perdón– llamé al camarero pero no me
hizo ni caso, estaba ocupado con un grupo de hombres que no dejaban de pedir.
¿Es que no sería más fácil dejarles la botella y que se sirvieran ellos mismos?
Esa pregunta me dio una idea.
–Gaela, no pases de mí– intervino Gina en voz
alta–. Te lo tomas todo a la tremenda.
No la miré, mi persistencia en que me
dieran de beber como un bebé necesitando el pecho, era algo que necesitaba para
continuar con la conversación.
–Perdona… –agité los brazos del mismo modo
que si fuera un controlador en la pista de aterrizaje–. ¡Oye!–. Ni caso. Mi
grito había conseguido llamar la atención de unas parejas que se encontraban al
lado de la barra pero no la del camarero–. Este tío es gilipollas.
Harta de esperar, terminé con la mitad de mi
cuerpo encima de la barra y tomé la primera botella que alcancé “Vodka azul”. No era una bebida que me gustara mucho, pero
a falta de nada, serviría. Cundo toqué el suelo de nuevo, Gina saltó a mi lado
con dos vasos en las manos.
– ¿Hacemos un intercambio?– preguntó meneando
los vasos delante de mis narices en un baile al ritmo de la música que sonaba
de fondo.
Miré la botella y luego los vasos. Podría
beber a morro, pero el efecto que causaría sería algo cacofónico añadido a mis otros
asuntos y a la reputación que ya me había labrado, algo que no me había costado
mucho y de la cual me sentía orgullosa, pero en ese momento, mi humor estaba en
la cuerda floja y el efecto de tener a Gina tan cerca causó que dejará la
botella en la barra, ella dejó los vasos al lado y después, quitó el tapón,
sirvió el contenido en las dos copas y me ofreció una. Brindamos y lo
terminamos de un solo trago, dejamos ambas el vaso de un golpe y soltamos la respiración.
–Asqueroso– describí con la cara descompuesta
de saborear los prestigios que me quedaban en la boca.
–Estoy de acuerdo. –Ella también me mostró
esos gestos pero no tan exagerados como los míos–. ¿Quieres otro?
– ¿Vas a seguir con lo mismo?– Gina respondió
con un movimiento de cabeza que sí–. Entonces, sí, ponme otro.
–Ya sabes lo que te digo siempre– comenzó
mientras llenaba mi vaso.
Tomé
mi vaso tan hasta los topes que incluso parte del líquido se derramó por mis
dedos, lo pasé a la otra mano y me limpié con unas servilletas pequeñas en
forma de abanicos que había en cestas repartidas por toda la barra.
– ¿Qué Ivan en un cerdo, un manipulador y que
terminará pegándomela?– pregunté con sarcasmo y fijando una mirada de aburrimiento
en ella–. Eso ya lo sé y…
–No– cortó. Arqueé una ceja–. Lo que yo digo
es que: Nunca tendrás una vida si te fías de él. Nunca serás tú misma y nunca
descubrirás lo que es ser correspondida–. Gina soltó un suspiro, miró hacia
delante y se retiró el cabello de la cara para colocárselo detrás de la oreja–.
Se ve a cien metros lo que sientes por Ivan. Lo pones al límite, lo insultas y
sabes cómo darle por saco, pero cuando él se ablanda y te da cuerda, te
debilitas, te confías y muestras todos tus sentimientos.
– ¿Es tan malo tener una pequeña esperanza?–
pregunté un poco hundida.
Gina había tocado una fibra sensible de mi
ser. Mi corazón daba brincos y mi cabeza comenzó a da vueltas de noria, lentas
y con una única dirección, una repetición de dolo, rencor y soledad rítmica.
–Lo que es malo es vivir de ella.
Mis hombros se hundieron, se precipitaron
sin fuerzas a la caída y mis ojos, disueltos en un embrollo borroso, se alzaron
en una dirección. Ivan y su postura, su cuerpo y esa sonrisa. Repentinamente
todos los recuerdos de lo sucedido, su beso, su tacto y sus palabras rebotaron
por mi cabeza como un círculo vicioso.
–Hoy ha pasado algo que lo ha cambiado…
–A mí Ivan me importa una mierda, la que me
preocupa eres tú y tu vida amorosa. Sabes elegir unos bonitos zapatos, pero no
sabes elegir al tío que te penetre– me cortó de una forma histérica.
Mi mirada, tremendamente impresionada se
dirigió a ella y la impresión de leona con ese cabello mecido por el viento me
dio una imagen aterradora. Parpadeé, porque el impulso repentino de mi amiga no
era muy lógico y miré la botella que había encima de la barra.
–Vaya, como sube esto ¿no?– pregunté con los
ojos aun abiertos.
Me resultaba un poco difícil salir de ahí
cuando mi amiga, doña cordura decente, había sufrido un brote de esquizofrenia.
–Gaela…
Me llamó en un suspiro y terminé abrazándola.
Mi amiga me devolvió el abrazo de inmediato e incluso, si duró algo más de lo
que tenía planeado aguantar, fue porque ella no me soltó.
Una pequeña noción de pesadez se juntó en
mi estómago cuando pensé que a Gina le pasaba algo fuera de mi relación con
Ivan y por eso se comportaba de esa manera.
– ¿Está todo bien entre tú y Ete?
Gina me apartó de un débil empujón, sin
retirar sus manos de mis brazos y me miró con ceño.
– ¿Piensas que mi repentino comportamiento se
debe a una pelea con mi novio?
– ¿Sí?– pregunté más que afirmé.
Gina negó con la cabeza y me soltó. Luego,
tras mirarme con una pizca de aburrimiento, continuó:
–No. Ete y yo estamos mejor que nunca…
–Me alegro…
–…y mi estado–continuó ladeando la cabeza con
cariño por mi comentario incrustado en su revelación–, tan alocado es porque te
quiero, eres como mi hermana, tú y Adriana, Ete y Logan, siempre hemos cuidado
los unos de los otros, siempre me habéis ayudado con lo de mi familia, así que,
no te acalores cuando te digo, como hermana mayor lo que pienso del payaso con
el que te vas a casar.
Sonreí por la bula que había en sus últimas
palabras y la animé a ella hacer lo mismo. La tensión y el humo negro que nos
había rodeado hacia unos momentos se dispersaron y el color del césped volvió
al verde que le correspondía.
–Deja de preocuparte por mí– dije con dulzura
mientras frotaba mis dedos en su brazo–. Si Ivan me la pega, yo estoy dispuesta
a devolverle la misma moneda, con quien sea.
Lo tenía muy claro, ya se lo había advertido,
le había avisado de lo que pasaría, él también me había amenazado pero sus amenazas
me las pasaba por el forro.
–Y no te cortes– añadió con fuerza.
–No lo haré– coincidí con ella.
–Bien, eso se merece un brindis.
Brindamos y nos reímos un rato más, una pequeña
diversión que se cortó en el momento que un delgado brazo me rodeó los hombros.
–Aquí estás.
Dika Nicola-Lee.
La hermana que todo el mundo desea.
Perfecta para hablar, para razonar y discutir sobre temas de política o pasar
con un arte impecable a un tema de cortinas para el baño. Siempre con una
sonrisa en los labios, siempre dispuesta a echar una mano, una honorable mujer
que debería ser bendecida con el premio Nobel de la paz, se colocó a mi lado
con una preciosa sonrisa de oreja a oreja, y detrás de ella, mi cuñado.
Jake Parmanel, un hombre alto, moreno y
delgado, de rasgos dulces y atractivos pero que fácilmente podía pasa por un
hombre del montón. Sus ojos castaños siempre estaban felices y su voz era la
que todo psicólogo desearía tener, te relajaba de una forma completa y hacia
que todo lo que saliera de sus labios se convirtiera en realidad ya que cuando
decía:
–Calmaros.
Todo el mundo se calmaba.
Alucinante.
– ¿Por qué no has venido a saludarme?
Ups,
que lástima, se me había olvidado.
Pensé con sarcasmo en mi cabeza, y mi
vocecilla interna se quejó reprendiéndome ese comentario, pero era algo
inevitable. Mi hermana, entre otras cosas siempre me había sacado de quicio.
–Bueno, ya lo estoy haciendo. –Abracé a mi
hermana y para mi sorpresa ella me estrujó fuerte.
–Tenía ganas de verte– susurró contra mi oído
mientras, sus manos acariciaban mi espalda.
Cuando sus brazos se retiraron de mí,
estaba tan alucinada por la delicada confesión que, no caía de mi estupor, y no
caí hasta que mi cuñado, me estrujó del mismo modo y me dio un beso en la
mejilla.
–Respira Gaela, algún día tenía que madurar–
susurró Jake alzando las cejas.
Sonreí, como pude a Jake y miré a mi
hermana. Dika, efectuaba el mismo abrazo cariñoso a Gina, mi amiga, para nada
sorprendida se alegró de verdad y comenzaron hablar entre risas.
¿Podía ser posible que la doble de Olimpia
cambiara? ¿Qué hubiese optado por elegir el camino correcto de la honestidad?
Ni
idea, pero si tenía que darle las gracias a alguien, ese alguien era Jake. Mi
cuñado era todo lo contrario de mi hermana. Él era un sol como persona y como
marido, cumplía todos los requisitos como yerno y me echaba una mano, junto a
mi padre en una defensa ciega, siempre que mamá dirigía toda su atención a la
pequeña de la familia. Jake me había sacado de muchos apuros y mantenía mis
secretos más perversos en secreto, secretos como:
Quien quemó las Amapolas de Olimpia una
tarde de verano al intentar encender una barbacoa.
Quien rompió una de sus figuras cisnes con
una piedra cuando se jugaba contra Victoria en quien llegaría más lejos en
tirarla por encima del agua.
O, quien estrelló contra la puerta de la
verja, con una Adriana chillando que corriera más, el coche de papá un día que valía
la pena haber dormido la mona un poco más.
Vale, eso fue lo peor y todavía me entran remordimientos
cuando lo recuerdo.
Dirigí mi mirada de nuevo a mi hermana.
Dika me sonreía de una manera impresionante, hasta me acojoné de verdad, por
suerte Jake, que se dio cuenta de cada uno de mis gestos y me dio un empujón
para que me uniera a la conversación, una palabrería típica de mujeres con
pareja que sólo pensaban en su futuro y en el nivel de ánimos en tener familia
ya…
Mmm,
algo completamente extraterrestre para mí.
–Hola– saludó una nueva chica que se unió a
nosotros.
Una chica de aproximadamente la edad de mi
hermana, con el cabello tan rubio que brillaba bajo los farolillos que colgaban
de los árboles, y una mirada miel a conjunto con el pelo. Los parpados, como si
la chica se presentara con sus ojos, bajaron y subieron como el azote del ala
de una mariposa, alcé las cejas impresionada, no por la magnífica actuación,
sino por lo creído que se lo tenía. Vale, la chica era mona, un querubín en
verdad, pero que tuviera tanto ego como para restregárnoslo por la cara… Era de
todo menos encantador.
Qué
coño, era patético.
– ¿Recuerdas a Winifred?
La miré, de arriba abajo. Delgada, de un
metro cincuenta, vestida de Mary Poppins… No. No me sonaba de nada.
– ¿Una amiga de la infancia?– pregunté.
Las
amigas de mi hermana eran un asunto misterioso, y no era porque ella lo
mantuviera en secreto, no, Dika siempre alardeaba de sus compañías diciendo que,
andaba con la hija de un importante político, o con una descendiente de un
Duque, o con un primo de un actor de la tele. La realidad era que mi hermana no
me dejaba entrar en su habitación de normal y cuando tenía compañía ese lugar
estaba completamente restringido, y no sólo eso, no me dejaba acercarme a ella
amenazando con que me denunciaría para pedir una orden de alejamiento.
Realmente era yo la que necesitaba esa
orden y no ella.
Para mi hermana tenerme a mí, fisgoneando
por sus cosas era como si la peste dejara manchas en su aura de perfección y
niña consentida. Yo para ella era el arma biológica que había que repeler a
toda costa ya que, no se podía destruir. Por ello, que no me quedará con tanta
facilidad con los rostros de sus amigos.
–Sí–
contestó la misma Winifred con una preciosa sonrisa de niña buena–. Dika y yo
somos amigas de la infancia como tú y tu amiga Adriana–. Se me acercó y me dio
un abrazo, un cariñoso abrazo como si la conociera de toda la vida–. No te preocupes,
es normal que no me recuerdes hace muchos años y tú eras una pequeñaja de ojos
negros, grandes y una preciosa sonrisa.
Pelota. Queda bien y tan pavita como mi
hermanita.
No pude evitar tener ese pensamiento
mientras le sonreía lo más tonta posible, imitando sus afectuoso gesto. Ahora
entendía porque Dika y ella se llevaban tan bien, como Adri y yo, estas eran
exactamente iguales.
–Yo soy Gina– se presentó mi amiga a Win, con
su instinto natural de buena samaritana.
– ¿De verdad que no te acuerdas de ella?
–No.
–Qué extraño…
–Dika, cielo, deja a tu hermana– la cortó su
marido mirándola severamente, después los ojos de Jake se desviaron en mi
dirección y me sonrió–. ¿Me concederías un baile?
–Claro, no tengo nada mejor que hacer– bromeé.
–Vaya, gracias.
Bailé con él, con un hombre mayor que no
conocía de nada pero una vez terminó la balada ya sabía hasta el nombre de su
perro y con mi padre, quien me robó, como un hombre posesivo de los brazos de
uno de los jóvenes primos para compartir un Valls
con su hija. Mi padre me hizo reír, me regañó y me recordó muchas cosas una
conversación que duró tres canciones y de las que saqué simplemente que estaba
muy bien, con el colesterol un poco alto (pero bajo el cuidado de mi
persistente madre) y deseando tirarse en la cama a dormir, yo también compartí
con él esa necesidad, y tras un; ten cuidado, pórtate bien, disfruta de la vida
que aun eres joven, y finalmente un; precioso te quiero, papá me acompañó
fuera, sólo que muy cerca de la barra, como indicaba el protocolo, y se marchó
en busca de Olimpia.
Con una sonrisa en los labios seguí la
figura de mi padre, avanzando entre la multitud hasta el encuentro con mi
madre, Olimpia, como siempre, y procesando un amor infinito a mi padre, le
sonrió nada más sus miradas se cruzaron y levantó la mano para que mi padre la
tomara. No se soltaron, nunca lo hacían.
Solté un suspiro de puro orgullo y pené en
hacer lo mismo, en disfrutar un poco de la compañía de Ivan, después de todo,
él iba a ser mi marido y… Estaba muy emocionada, me apetecía compartir con él
un momento íntimo que quizás se convirtiera en un recuerdo para toda la vida.
Recorrí con la mirada el lugar y al no
verlo por la pista o alrededores comencé a caminar, pregunté a varias personas,
nadie sabía nada. Dejé atrás el inmenso jardín y me acerqué a la casa hasta
chocar con Ted. Tenía pensado darle esquinazo, pero la idea de que su mejor
amigo, quien todo lo sabe supiera el paradero de Iban, me frenó y me giró cara
él.
– ¿Has visto a Ivan?
Ted me miró de arriba abajo mientras le
daba una intensa calada al cigarro, después, con una lentitud irritante tiró el
humo hacia arriba.
–Sí, está dentro de la casa– contestó al fin
sonriendo.
–Gracias.
Sonreí con sarcasmo y pasé por su lado para
dirigirme a la entrada trasera de la casa.
–Te acompañaré…
–No, gracias…
–Insisto.
Bufé y me giré cara él. Ted frenó
bruscamente y se echó hacia atrás.
–Está bien, haz lo que te dé la gana, pero–levanté
un dedo amenazante y lo miré fijamente–: ni me hables, ni me mires y menos te
atrevas acercarte a mí.
–Tú mandas– contestó levantando las manos en
signo de paz.
–Y apaga el cigarro, dentro de mi casa no se
fuma.
Obedeció, tiró el cigarro al suelo y luego
lo aplastó con el pie. Bufé de nuevo y me di la vuelta para continuar.
Entré d entro de casa, no había casi nadie,
algún que otro invitado perdido, las recepciones del catering se habían
preparado fuera bajo inmensas carpas y una empresa de suministros se había
encargado de traer sanitarios de lujo portátiles para que ningún invitado
entrara en casa, pero era algo inevitable controlar que alguno de ellos se
escapara, con disimulo al interior para cotillear, con lo cual, cruzarme con
dos o tres fue algo de lo más normal, lo que no fue tan normal fue comprobar
que en el primer piso Iban no estaba por ningún lado.
–Prueba en el segundo– sugirió Ted justo a mi
espalda.
Estaba tan cerca que cuando soltó el
aliento parte del cabello se meció. Inmediatamente me retiré y me di la espalda
para mirarlo.
–Arriba sólo hay habitaciones y pequeños
salones cerrados bajo llave.
–El lugar más indicado para buscar a un
hombre.
Me dio un estremecimiento nada agradable
por todo el cuerpo, un temblor que no pude disimular y que terminó con una
sonrisa de satisfacción en el rostro del payaso que tenía delante.
– ¿Tienes miedo?– preguntó con provocación.
Alcé el mentón, tomando ese desafió y di media
vuelta para coger las escaleras.
Y ciertamente estaba acojonada, asustada de
saber que me encontraría tras la puerta, pero por alguna razón mi cuerpo
parecía preparado para cualquier bombardeó. Mis pies tenían decisión propia y
marcaban cada paso como si supieran que tenían que coger fuerzas para: o bien salir
corriendo, o bien comenzar a dar patadas.
Traspasé los primeros pasillos, atenta a
cualquier sonido fuera de lo común, Ted continuaba detrás, pegado como una lapa
y tan atento como yo, su comportamiento era un poco perturbado y sentir su respiración
cerca me puso enferma.
–Hey–me llamó en un susurró.
Me frené y giré mi cabeza para mirarlo por encima
del hombro.
– ¿Qué?–susurré yo también, luego me di
cuenta de lo tonto que era estar hablando así.
Estaba en mi casa, en el pasillo que daba a
mi habitación, y desde luego no tenían en menta hacer nada fuera de lo común,
así que, susurrar era una idiotez…
Acaso que quisiera pillar a mi futuro
marido en una postura poco adecuada.
–He oído algo aquí, sale de esta puerta–
continuó murmurando Ted mientras, señalaba la puerta que tenía delante–. Creo
que son voces y…
Como no dijo nada más me acerqué hasta su
lado y miré la madera revestida en pintura blanca como si tuviera poderes y
pudiera ver a través de ella. Entonces escuché lo último que quería decir Ted.
Gemidos.
Con una lentitud pasmosa me acerqué a la
puerta y apoyé la mano encima del picaporte, las manos me sudaban y los dedos
me temblaban, ahora sabía que era lo que sentía una mujer sola en casa luchando
con la idea de abrir o dejar cerrada la puerta del sótano, un lugar oscuro de
donde salía el llanto de un niño pequeño…
Joder, esperaba que fuera un fantasma.
–Cha-chan…Cha-chan, cha-chan-cha-chan…– Ted
se había puesto a cantar la banda sonora de la película Tiburón.
Le dediqué una mirada furiosa, de esas que
podían matarlo si me salían rayos de los ojos, para su suerte no tenía ese don,
sino, él y su traje de Galiano,
estarían hechos ceniza. Inmediatamente se cayó y dio un paso hacia atrás.
Miré de nuevo la puerta y harta de esperar,
la abrí…
Ivan y una encantadora rubia se comían la
boca encima de uno de los sofás del salón de juegos de mi padre. Iban fue el
primero en verme, sólo que yo únicamente tenía ojos para ella y cuando unas
redondas cuencas bien abiertas en color miel me miraron se me cortó el aliento.
–Gaela.
Mis ojos se movieron hasta mirar a Iban y
sentí la furia descontrolada y viajando a gran velocidad por mi cuerpo, como
ríos rojos que no encontraban una salida, que se volvían locos por desbordarse
y llenar todo cuanto les rodeaba de sangre. La vista, un sentido que me había
funcionado a las mil maravillas durante toda mi vida se hizo borrosa y todo
cuanto alcanzaba a ver se tiñó de rojo.
–Gaela– me llamó de nuevo Ivan, avanzando mientras
se abrochaba la camisa, hacia mí.
Abrí la boca pero ni un triste grito salió
de mi garganta, nada. M e di la vuelta y salí corriendo, empujé a Ted en mi
carrera y a otra persona que no vi. Mi vista estaba clavada en el suelo y ni
siquiera miraba por donde iba, lo único que quería, que necesitaba era salir de
ese lugar cuando antes, salir de todo, de esa casa, de esa calle y arrojarme en
el colchón que teína en casa, bajo las sabanas calientes, mi mejor arropo y
bajo mi lamentación.
Era una idiota… ¿Cómo había permitido que me
tratara así? ¿Por qué no había hecho nada? ¿De qué serbia huir?
Te
has comportado como una autentica señora.
Me gritó mi conciencia, algo en lo que no
estaba de acuerdo. Debería de haberle pegado una patada en las pelotas y a ella
arrancarle su preciosa mata de oro.
Farfullé mil maldiciones hasta chocar con
un callejón sin salida. Había llegado a la bodega de mi padre, un lugar que
seguro nadie se molestaría jamás en buscarme dentro. Abrí la puerta, encendí la
luz y me apoyé, con la cabeza sobre mis brazos en la encimara que había delante,
el lugar donde se hacia la cata de vinos.
De pronto, la puerta se abrió
estrepitosamente y me giré con demasiada rapidez, me tambaleé pero con agilidad
agarré la orilla de la mesa a mi espalda y no me caí. Levanté la vista y me
choqué con Iban, plantado en el umbral con el rostro fatigado de haber corrido.
–Vete–ordené con una voz tan fría que me
asustó a mí misma.
Ivan me miró, de arriba abajo y dio un paso
hacia delante, después cerró la puerta de un solo empujón y nos encerró a los
dos.
– ¿Estas sordo?–pregunté con deliberado
sarcasmo, él negó con la cabeza.
Su rostro era tan inexpugnable que no sabía
qué demonios quería de mí.
–No tengo que darte explicaciones…
–No te las he pedido.
Bastardo y aun se atrevía a sentirse bien
consigo mismo.
–Ella…
–Me da igual–interrumpí y para mi sorpresa mi
voz continuaba en la misma línea, tan fría y desinteresada que no parecía salir
de mí. Por Dios, me sentía rota y humillada por dentro, pero me alegre de que
mi orgullo estuviera hablando por mí y que la Gaela vacilona y contestona
estuviera dando la cara en esta situación. Gracias–.
Sé cómo funciona nuestro acuerdo matrimonial, pero al menos pensaba que
tendrías la decencia de disimularlo y no follarte a una guarra en la casa de
mis padres, bajo mi techo y a dos metros de mí.
–Te aseguró que la intención era otra y la
mujer que quería era otra, pero…
–Ella se puso a huevo.
–Es más complicado de lo que te crees.
Ivan se estaba poniendo nervioso. Comenzó a
pasarse la mano por el pelo, retirándoselo hacia atrás una y otra vez, y
comenzó a dirigir su vista hacia todos los lados menos a mí.
–Es simplemente que, ciertos hábitos no se
pierden y no perderán– dije y un matiz desagradable se había colado en el tono
de mi voz.
La mano que arremetía contra su pelo por
cuarta vez se quedó parada y unos ojos entrecerrados se clavaban en los míos
con una decisión definitiva. Por fin un sentimiento que me era familiar. El
desquicio.
–Antes de sacar conclusiones precipitadas,
analiza esto fríamente– su voz había dejado una parte del nerviosismo y toda la
ansiedad del principio para dejar al hombre correcto y de lengua afinada que
siempre me marcaba.
Saca
la armadura Gaela, ahora viene la lucha.
–Es lo que hago.
–Entonces sabrás que esto lo has provocado
tú. –Ivan me lanzó una mirada venenosa.
– ¿Cómo? ¿Perdón?– No podía estar más pasmada–.
Claro que sí, ahora resulta que yo te llevo la agenda de putillas y te marcó
las horas que tienes ocupadas–. Dije con un sarcasmo deliberado y sintiendo en
la punta de la lengua las ganas de… Lo dije–: Ere un mierda, pero no de las
pequeñas y mal olientes, eres una gran mierda de caballo.
– ¡Me has puesto cachondo y aunque me pone de
mala hostia, a ti no puedo tocarte como las toco a ellas!
Me quedé sin palabras y todas las ideas
lógicas que se podían haber formado en mi cabeza para dejarlo simultáneamente con
la boca abierta a Ivan, se me fueron, se esfumaron.
– ¿Qué…?– me atraganté y aclaré mi voz con un
fuerte carraspeo–. ¿Qué quieres decir?
Ivan sacudió la cabeza y el sentimiento del
pánico traspasó su rostro, tan sólo duró unos pocos segundo, pero si los
suficientes como para entender que se había dado cuenta de que había perdido el
control y había soltado una realidad que no deseaba reconocer.
–Nada.
Agachó la cabeza y apretó los puños, luego
comenzó a dar pasos hacia delante hasta pararse en la otra esquina de la mesa
de mármol a un par de metros de distancia de donde yo me encontraba. Seguí sus
pasos sin menearme del sitio, una parte de mí no podía, la otra quería darle
una patada en su culo de diseño ahora que lo teína tan cerca y la última, una
curiosa, necesitaba una explicación de lo que acababa de decir.
– ¿Qué le haces a ellas que no me puedes
hacerme a mí?
–Ellas, como tu bien has dicho, son guarras
que me dan placer– Ivan levantó al mirada y el gris de sus ojos se oscureció–.
Tú te vas a convertir en mi mujer, no en mi guarra.
Podía resultarme hasta romántico tal confesión,
hasta incluso podía llegar albergar esa esperanza a la que me había agarrado
con fuerza y pensar que ese hombre podía llegar a sentí algo por mí, pero no lo
sentí así, o al menos mi cabeza no quiso escucharlo así.
–Eso no es halagador.
–No te estoy halagando, soy franco.
Un
cabrón es lo que eres.
–Pues tu franqueza es odiosa.
Ivan se encogió de hombros.
–En todos los matrimonios hay ratoneras.
–Y tú eres la mayor.
La boca de Ivan se alargó en una sonrisa cínica.
No se defendió, no dijo nada, dejando claro que esto no iba a cambiar, que las
cosas serían así y que por su parte ya no tenía nada más que decir.
–Sabes…
–No– me cortó seco–. La conversación ha
terminado. Puedes irte.
Esperé unos segundos para ver si había
alguna reacción de su parte, algún síntoma o reflejo en su rostro, pero ni
siquiera parpadeó. Retiré mi mirada y con paso cuidadoso por miedo a vencerme
hacia delante y caerme de morros, caminé hasta la puerta.
No seas pava, dale un escarmiento ahora que
esta susceptible.
Y de la nada o de un escondido y enterrado
pensamiento oculto, se me ocurrió una idea, mala y que desembocaría a una
reacción, tal vez violenta, pero que me haría sentir de maravilla y con el
orgullo no tan dañado.
Mi venganza.
–Ivan,
– me frené antes de salir y me di la vuelta para mirarlo a la cara–, quería
decirte una cosa.
– ¿Qué?
Sonreí de lado y vi como todo su cuerpo se
tensó. Levanté el mentón y comencé avanzar hacia él. Paré cuando sentí que la
cercanía se había vuelto peligrosa, por ahora no era mi intención espantarlo.
–Cuando nos hemos encontrado en el hotel,
esta mañana, me has preguntado algo. ¿Lo recuerdas?–. Ivan dijo que sí con la
cabeza y el interés llenó todo su rostro. La
conversación no se había terminado, pensé–. Tú has sacado tus propias
conclusiones ¿no es así?
–Correcto ¿Es que acaso intentas decirme que
esas conclusiones no eran tan imaginativas como pensaba?
Sonreí y di un paso más. Esta vez sí que
choqué contra su pecho y al cuerpo de Ivan ese contacto le dio un latigazo tan
fuerte que lo dejó tan recto como una tabla de planchar.
–Tal vez– ronroneé.
– ¿Esto es un juego, Gaela? Por qué sabes de
sobra que no me gustan tus jueguecitos. Los detesto.
–No, no estoy jugando contigo. –Mentira, juego contigo del mismo modo que tú
acabas de chulearme a mí–. Simplemente,
creo que deberías saber una cosa que ha ocurrido para tener tu respuesta.
La mirada de Ivan se encendió y su respiración
se aceleró.
–Te importaría ir al grano y dejar este teatrillo
tuyo para alguien que lo soporte.
Mi sonrisa se amplió. Tomé su mano y aunque
al principio Ivan trató de impedirlo, insistí con fuerza hasta que, finalmente
la dejó muerta y en mi poder. Solté la respiración contra sus labios con
intención y apoyé mi otra mano libre en su pecho, sentí como temblaba y como se
endurecía bajo mi contacto.
–Gaela…
–Sshuu- lo callé–. En seguido lo comprenderás.
Me llevé su mano a mi espalda, tirando de
su brazo con fuerza hasta rodearme la cintura, tiré un poco más y la dejé
suspendida en mi trasero.
–Abre la mano– le ordené con la voz llena de
satisfacción.
Sentí, en mis dedos la tensión que produjo
ese movimiento. Me obedecía y esa sensación de poder me animó a continuar con
tanta facilidad como llevar a un niño junto a un árbol de navidad lleno de
regalos a los pies. Bajé con lentitud y la posé en mi trasero, lugar donde dejé
esa mano apoyada. Ivan insistió en retirarla pero se lo impedí colocando mi
mano encima y haciendo presión. Su labio inferior comenzó a temblar, yo
también, pero me tragué cada estremecimiento y resistí la tentación de esos
labios apretados que formaban una línea recta.
–Gaela, ¿Qué intentas? –La capacidad de Ivan
en soportar mi tortura se derrumbaba, hablaba ahogándose con sus propias
palabras y casi no podía soportar el ritmo normal de su respiración acelerada.
–Esta mañana– comencé como si de sus labios
no hubiese salido ni una sola palabra–, me puse unas preciosas bragas blancas
llenas de volantes y encajes–. Ivan arrugó el ceño. Al menos su cerebro
funcionaba–. Y hace unas ocho horas que ya no las llevo.
La mano que había en mi trasero, tras
escuchar esa declaración se presionó, como un impulso, y sus dedos se movieron
por mi trasero, verificando mi información, y estaba claro que algo había
notado. En el momento que quitaba mi mano de encima de la que se movía por una
de mis nalgas, la otra nalga fue aplastada de la misma forma por su otra mano.
Me estremecí y esta vez no lo pude
esconder.
– ¿Querías que supiera que durante todo el
tiempo, en mi casa y esta noche, no había nada debajo de ti?
–No exactamente.
Ivan dejó de sobar y tiró de mí hasta
apegarme contra su cuerpo. Solté un grito cuando me choqué contra su sólido
pecho y sentí lo excitado que estaba.
– ¿Y qué quieres decirme?
Estaba irritado, cansado o impaciente, no
estaba muy segura, en ese momento me encontraba sacando fuerzas de mi interior
para poder terminar. No imaginaba que me marearía tan pronto, ni que él
actuaria de esa forma, me esperaba algo de desprecio, no de intima sensualidad,
con lo cual, me di un golpe mental y dejé que sólo el mareo que me producía su cercanía
se reflejara en mi rostro.
Por suerte, lo conseguí.
–Que yo
no me las quité– mi voz sonó fantásticamente bien, todo un milagro, y si había
recuperado eso, el resto lo tendría controlado, así pues, continué mucho más
animada y mucho más cruel–; Sí que me las puse esta mañana, y las llevaba
cuando entré en ese edificio donde me encontraste, pero–, mi mano acarició su
pecho, jugué con los dedos por los botones de su camisa y subí por su cuello
hasta la mandíbula, me entretuve unos segundos recreándome en ese hoyuelo
central que tanto me gustaba y terminé en sus labios. Ivan los presionó con
fuerza y se retiró, no quería que lo tocara. Muy mal. Ese gesto de desprecio me dio el suficiente coraje para
terminar y clavarle mi estocada hasta el fondo–; me encontré con un ladrón que decidió
meter su mano por debajo de mi falda, rozar con sus dedos la orilla de toda la
tela, y sacármelas, muy lentamente, por las piernas para terminar guardándose
mi ropa interior en el bolsillo de su pantalón, de recuerdo.
Había vocalizado cada letra y cada silaba
con énfasis para darle un toque más perverso.
Y había funcionado. Me daría besos mutuamente
sino fuera por lo caliente que también me sentía.
Le di un empujón y me retiré de él
totalmente compuesta. Me arregle el vestido con una vacilación inmensa y lo
miré a los ojos.
No respondía, parecía metido en un maldito
trance, me la sudó.
–Creía que debías saberlo, sólo por cortesía.
Con la cabeza tan alta como una reina, me di
la vuelta para irme, pero como había imaginado Ivan, aunque un poco tarde, me
tomó del antebrazo y tiró con fuerza de mí para que retrocediera. Terminó golpeándome
contra una de las estantería de piedra que guardaban las botellas de vino, y
antes de que pudiera respirar sentí su boca contra la mía, pero a penas la rozó,
era más la promesa de un beso que uno de verdad, pero lo suficientemente
tentador como para cortarme el aliento y hacer que mis piernas perdieran fuerzas.
– ¿Sigues estando para estrenar? O… ¿Ya te ha
penetrado?
Sentí el sonrojo que me produjo la vergüenza
de escuchar tal cosa. Era imposible que yo, en algún momento se lo contara, ni
borracha iba presumiendo de mi estado de monja de clausura, con lo cual,
alguien que no tenía mucho respeto por la intimidad, se lo había contado.
– ¿Qué? ¿Cómo lo…?
Él levantó una mano hacia mi cara, y sus
dedos me exploraron la curva de la mejilla.
– ¿Te ha tocado?–bajó la voz y la cabeza, y
su cálida respiración me removía el pelo en la sien–. ¿Te has dejado penetrar
por otro, Gaela?
Tragué saliva. Su última pregunta no sólo
la había sentido contra mis labios, la vibración de su pecho había chocado por
el mío y el estremecimiento me había alterado de nuevo.
–Me parece que tendrás que comprobarlo para
saberlo– dije y no sé de donde salió, pero era mi voz.
–Acabo de sufrir una de las mayores
decepciones contigo–rugió.
El feroz gruñido que soltó Ivan, debería de
haber hecho saltar todas mis alarmas pero un segundo después su boca,
prácticamente cayó sobre la mía. Por un momento me congelé, el beso fue tan
loco que mi cabeza no relacionaba esa boca con el hombre que había pegado a mi
cuerpo, pero entonces sentí el empuje de una rodilla entre mis piernas y la
mano subiendo por mi muslo, deslizando los materiales lisos del vestido de seda
fuera de su camino así él pudo alzar mi pierna y envolverla a su alrededor, se
presionó con fuerza y noté el bulto que arremetía contra mí.
Mi cabeza dejó de relaciona nada y mi boca
se abrió para entregarse por completo a ese beso.
Pero entonces, sentí que la risa vibraba suavemente
dentro de su pecho y sus labios dejaron de besarme.
Parpadeé y cuando conseguí enfocar la
mirada, tan sólo vi el reflejo de un hombre prepotente con las comisuras de los
labios estiradas maliciosamente.
–Por lo visto Ted tenía razón, eres tan
guarra, como una cualquiera. –La insolencia era suprema en su voz–. Sabes, tal
vez me piense eso de no limitar mi contacto contigo.
Ni en tus mejores sueños.
–Cabrón, manipulador, cerdo…
Se me quebró la voz, él simplemente sonrió
más ampliamente, orgullosos y como si mis insultos hubieran sido halagos para
sus oídos.
–Al final nuestro matrimonio puede que me dé
beneficios y todo.
La furia hervía como un volcán a punto de
estallar, pero la impotencia, la sensación de humillación y la forma en que me
trataba me dejaban colgando en una espiral de críticas sensaciones.
–Voy hacer todo lo posible de hallar la forma
de reducir ese contrato a cenizas. No me pienso casar contigo.
Su rostro se endureció, su mandíbula se presionó
con fuerza y todo su cuerpo se tensó.
–Sí que lo harás–su tono de voz había cambiado–,
porque… Ya eres de mi propiedad– puntualizó con énfasis–. Así que, por tu bien,
mantente alejada de los hombres, Gaela. Eres mía y no me gusta que toquen lo
que es mío.
Me soltó, se limpió las manos como si yo
fuera polvo sucio y se dio la vuelta sin preocuparse lo más mínimo por mí. Cuando
la puerta se cerró me derrumbé en el suelo, arrastrándome por todos los bultos
que rascaron mi espalda desnuda y dejándome caer en el suelo. Abracé mis
piernas y me vencí hacia delante cuando las náuseas revolvieron mi estómago.
Me perdí en un llanto que se vio
descubierto por una voz femenina, una voz que jamás me hubiera imaginado
encontrarme y menos que reaccionara con tanta dulzura.
Dika no dijo nada, tan sólo se sentó a mi
lado y me abrazó, dejó que llorara y me consolará, después me obligó a
levantarme y con mucho cariño me acompaño fuera.
– ¿Qué ha pasado?–preguntó Jake con mucha
preocupación.
– ¿Puedes llevarla a su habitación? Luego te lo
explico– le pidió a su marido.
Jake no se quejó ni se negó al favor. Rápidamente
unos fuertes brazos me alzaron y me llevaron en volandas hasta dejarme, con
todo el cuidado del mundo en una cama donde me dejaron dormir.
Un día más y la tontería del suicido se me
replanteaba por la cabeza de nuevo.
Once veces ya.
Continuará......