BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

EL DÍA DE MI CUMPLEAÑOS


 
 
 
    La energía de levantarme y apagar el despertador se esfumó de golpe cuando me di cuenta del día que era hoy.

    ¡Mierda!

    Hoy cumplía un año más, un año más vieja, un año más pasado en mi vida sin haberlo aprovechado. Sin saber qué hacer, ni hacia dónde dirigirme, ni que sería de mi futuro, ni de mis expectativas (Si realmente las tenía), ni de nada de nada.

    ¡Joder que alegría! Esto era empezar con buen pie un día más.

    Me levanté de la cama con los hombros hundidos y el ser pesimista persiguiéndome a mi espalda hasta el cuarto de aseo. Lo primero que hice, un gran error por cierto, fue mirarme en el espejo y no solo porque era masoca, decidí echarme un vistazo para buscar mis taras. Primero comencé con las arrugas actuando con meditada atención, por suerte no vi ninguna, pero un chillido salió de mi garganta cuando subí la vista por mi cabello desaliñado y la vi.

    Una cana, una puta cana tan blanca como la nieve, y para colmo justo en la parte delantera de la raíz. ¿Cómo coño tapo eso? Bufé con intensidad y agaché la cabeza cabizbaja en sumisión, esto era normal, no era una alienígena, ni nada raro, solo se trataba del paso de los años, ahora bajaré al súper y compraré el tinte más oscuro que halla en la estantería, me barnizaré con saña todo el cabello y listo, la cana desaparecerá. Levanté la cabeza para mirarme en el espejo y me sonreí yo misma lo mejor que pude, que falsa eres, le dije a mi reflejo mientras fruncía el ceño, lo puedes hacer mejor…

    Al final salió una mueca que provocó una extraña deformidad en mi rostro. Sacudí la cabeza y lo dejé estar.

    Continué esta vez revisando los defectos de mi cuerpo y las vi. Al menos estas dos estaban en su sitio, claro, su precio me habían costado. Volví a suspirar y meneé la cabeza en negatividad.

    No todo tenía que ser tan malo, pensé solo para animarme.

    Después del típico escaneo que alguien normal se hacía después de cumplir una año más, me senté en la taza del wáter. Tras lanzar el primer chorro sentí un intenso pinchazo en los ovarios…

    No podía ser, hoy no, pero, ¡BINGO! Hay estaba, la mejor amiga de la mujer, la que nunca te abandonaba y la que siempre te acompañaba durante un periodo de días al mes sin dejarte sola ni un solo segundo.

    Mi primer regalo de cumpleaños ¡La regla!

    Suspira, pon la mente en blanco y piensa en un precioso día…

    ¡¿Qué?!

    No es que me molestara mucho ya que tenía que coger el coche de todas formas, pero después de una semana soleada a 28º de temperatura y un cielo despejado, que casualmente hoy estuviera lloviendo a raudales me jodió bastante y para colmo, no solo eso, en el momento que puse un pie en la calle comenzó a granizar fuertemente, caían del cielo unos hielos del tamaño de pelotas de tenis contra mi cuerpo.  No me cabía duda de que esto me dejaría unas cuantas marcas. Comencé a correr, intentando serpentear cada bloque de hormigón que me atacaba con violencia, pero lo mejor estaba por llegar y fue mi segundo regalo de cumpleaños ya que fue toda una sorpresa no esperada. Cuando metí la llave en la ranura para abrir la puerta de mi Peugeot un enorme copo de hielo rebotó contra el techo y me dio en todo el ojo. Caí al suelo volando como si me hubiera dado un puñetazo un boxeador de doscientos kilos, un gritito histérico salió de mis labios al sentir el dolor, que era como un quemazón y repetidos pinchazos de agujas afiladas en torno al ojo. Estaba más que segura que después de esto me iba a quedar ciega.

    Me incorporé como pude haciendo tantos movimientos que parecía que estuviera borracha y todo por culpa de la metralleta de bolas que me estaban apedreando el cuerpo entero, lo bueno es que no me dolían tanto como me dolía el ojo. Entré al fin en el coche como una flecha y cerré de un fuerte portazo la puerta, abruptamente el granizo se detuvo en seco, abrí la boca, será… balbuceé unos tacos más y pasé totalmente del cielo, tenía cosas peores entre manos.

    Me miré el ojo afectado en el retrovisor y lo tenía rojo pasión, intenté camuflarlo con un poco de maquillaje (Exactamente cuatro capas más) pero milagros no hacía. Volví a bufar, solo que esta vez con más intensidad, tanta que, casi me ahogo y tosí atragantándome con mi propia respiración. El día cada vez mejoraba más.

    Una hora más tarde y con todo el termo del café terminado llegué al trabajo tarde por primera vez. Temblé pensando en la bronca que me iba a caer, encima mi jefe era el típico toca pelotas, egocéntrico, machista, cabrón y mira lo bueno que estoy y lo rico que soy mientras tú te jodes trabajando para mí en un cubilete más pequeño que una ratonera con un sueldo de mierda.

    O si, el jefe que todo el mundo desea.

    Cogí mi bolso y pensé que al menos la vista me la alegraría un rato.

    Esto ya era una puta burla contra mí. Me chupé otra carrera desde el parquin hasta las oficinas (Que no estaban cerca por cierto) porque se había reanudado la granizada, pero esta era mucho peor, más fuerte, tanto, que incluso una bola de hielo se me había colado dentro del bolso, no sé cómo coño pero después del día que llevaba me lo creía todo, es más, tenía la prueba evidente, la bola había perforado la tela del fondo de mi bolso dejando un agujero tan grande como mi puño.

    Nada más entré en el vestíbulo me frené y salió de mi garganta una risita histérica, giré mi rostro y vi por encima de mi hombro que la tormenta del siglo ya se había terminado y que hasta incluso se había despejado, un cielo azul y despejado con un radiante sol brillando se estampaba en el techo de la ciudad. Estuve a punto de patalear y cagarme en todo lo existente, pero me abstuve, solo me faltaba dar todo un espectáculo a la gente que había a mi alrededor y que pensaran que estaba loca, mal de la cabeza y ¡JA! No les iba a dar el gusto, aunque dentro de mí, muy dentro algo de locura sí que estaba sufriendo hoy.

    Conseguí llegar hasta mi cubículo y sentarme en una mierda de silla cara el ordenador, estaba rodeada de tres paredes de chapa metálica a la altura de mis hombros, con una compañera a mi espalda que casi no me dirigía la palabra y con un muro de pared pintada en crema donde el emblema de “Trabajamos juntos, trabajamos hasta el final por ti”  te quería inspirar, solo que la única inspiración que sacaba de leer eso todos días era de plantarle el dedo corazón en todo lo alto o tirarle un escupitajo, una de dos. Cerré los ojos y respirando a marchas forzadas traté de relajarme.

    Acababa de recibir el rapapolvo del año, aunque tenía que reconocer que no me había enterado de mucho ya que me había dedicado a observar a mi jefe de arriba abajo y puntuaba ese culo en un nueve y medio, le había quitado medio punto por llevarlo tapado. Pero el problema es que en el momento que don gruñón se dio cuenta de mi hambrienta inspección, su vena se hinchó y el discurso se multiplicó. Nada más salir de su enorme despacho me anoté mentalmente <<puedes mirar todo lo que quieras, pero a la próxima que no te vuelva a pillar>>

    Faltaban cinco minutos para terminar mi jornada laboral, la oficina estaba desierta, menos mi jefe que continua metido en su pequeña y excéntrica mansión de cristal y yo. Hacía rato que me podía haber ido, pero tenía que cumplir la tardanza de la mañana, así que, ahí estaba, haciendo tiempo y mordiendo el boli mientras traqueteaba con las teclas de un ordenador apagado.

    De pronto las luces se apagaron, recogí mis cosas rápidamente para salir zumbando de mi cárcel semanal y enfilé hacia la salida. No pude llegar muy lejos porque nada más giré para coger el ascensor me tropecé con algo y caí de boca contra el alfombrado suelo, con el golpe se me salió todo el aire de los pulmones, que hostia me acababa de dar, menos mal que no había nadie a mi alrededor…

    Me equivoqué.

    Una mano fuerte y cálida me cogió del antebrazo y me levantó, me giré a mi derecha para ver a mi salvador y su sonrisa me descolocó. Con todo el mundo que me podía ver tenía que ser él. Si, tenía que ser él. Por supuesto después de este día que recordaré para toda la vida nadie más me podía haber visto comiéndome la alfombra.

    Ahí estaba el cabrón, egocéntrico y tío bueno de mi jefe con una sonrisa radiante enseñando unos dientes blancos y perfectos, yo le sonreí como pude y te juro que tenía un orgasmo a punto de estallarme entre las piernas. ¿Cómo se podía estar tan bueno y ser tan capullo? No losé, pero este lo era. En fin, le di las gracias y me metí en el ascensor con él, aunque más bien me empotré en una esquina de esa caja y miré al frente como un soldado del ejército, rezando para que los pisos pasaran volando en el monitor.

    Error, pasaron más lentos que un día sin sol.

    Salí de las oficinas y agradecí al cielo que no lloviera, caminé hasta mi coche despidiéndome de mi jefe que tenía su glamuroso Mercedes aparcado en la entrada, justo enfrente de la puerta con un hombre trajeado esperándolo que acto seguido al verlo le abrió la puerta.

    Ricachones de mierda.  Puta suerte tienen los desgraciados.

    Llegué a casa pero me sobresalté al ver lo que tenía enfrente de mi porche apoyado en un flamante coche negro.

    Me frené justo delante de él poniéndole morritos, él me miró de arriba abajo, revisando mi cuerpo de una manera placentera que hizo que me sintiera de maravilla con mi aspecto, hasta que dio con mis ojos, me sonrió y yo a él, que sonrisa tenía el desgraciado. Sus dedos se movieron en compás para que me acercará y yo obedecí, en el momento que me tubo al alcance me cogió de las caderas me apegó a su cuerpo y nuestros labios se fundieron en un delicioso beso. La cura que necesitaba él se dedicó a dármela en el coche, en los cuartos de baño del carísimo restaurante donde me invitó a cenar y en su loft donde quemamos la cama un par de veces más. A la mañana siguiente me esperaba de pie, observándome desde la arcada de la puerta, le sonreí y él señaló con la mirada a mi lado, miré ese lugar y me encontré con una preciosa cajita pequeña en un color plata con una lazada roja. La cogí, la abrí y…

    La madre que me pario que pedrolo.

    El delicado anillo se metió en mi dedo como el hombre que había delante de mí en la cama, deslizándose suavemente, atento a mi expresión y esperando mi contestación.

    Mi respuesta fue un SI exagerado y la suya fue un beso, otro más, más otro, una caricia y más, mucho más… Para qué esconderlo, volvimos a quemar la cama y esta vez con más ansias.

    Tenía que celebrarlo.

    Era la mejor etapa para comenzar una año más de mi vida que se encaminaba, que se regía por un buen futuro y que por fin había encontrado lo bueno de seguir disfrutando de cada día.

    Por cierto, el tío bueno que me acababa de pedir que me casara con él era el cabrón, egocéntrico, creído y machista de mi jefe, un hombre que ahora era mío. Se tomaba en serio su trabajo y nuestra relación muy escondida, sabia separar el placer de los negocios y lo hacía todo muy bien. Lo que significaba que mañana me tendría que buscar otro trabajo, o no, ya veríamos, porque iba a ser asquerosamente rica e infinitamente feliz junto a mi cabroncete.

 

    PD.  A veces lo bueno se hace esperar y toda tormenta tiene un buen final.

 

 

 

                                                                                                    Anónima

 

 

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