La energía de levantarme y apagar el
despertador se esfumó de golpe cuando me di cuenta del día que era hoy.
¡Mierda!
Hoy cumplía un año más, un año más vieja,
un año más pasado en mi vida sin haberlo aprovechado. Sin saber qué hacer, ni
hacia dónde dirigirme, ni que sería de mi futuro, ni de mis expectativas (Si
realmente las tenía), ni de nada de nada.
¡Joder que alegría! Esto era empezar con
buen pie un día más.
Me levanté de la cama con los hombros
hundidos y el ser pesimista persiguiéndome a mi espalda hasta el cuarto de
aseo. Lo primero que hice, un gran error por cierto, fue mirarme en el espejo y
no solo porque era masoca, decidí echarme un vistazo para buscar mis taras.
Primero comencé con las arrugas actuando con meditada atención, por suerte no
vi ninguna, pero un chillido salió de mi garganta cuando subí la vista por mi
cabello desaliñado y la vi.
Una cana, una puta cana tan blanca como la
nieve, y para colmo justo en la parte delantera de la raíz. ¿Cómo coño tapo
eso? Bufé con intensidad y agaché la cabeza cabizbaja en sumisión, esto era
normal, no era una alienígena, ni nada raro, solo se trataba del paso de los
años, ahora bajaré al súper y compraré el tinte más oscuro que halla en la estantería,
me barnizaré con saña todo el cabello y listo, la cana desaparecerá. Levanté la
cabeza para mirarme en el espejo y me sonreí yo misma lo mejor que pude, que
falsa eres, le dije a mi reflejo mientras fruncía el ceño, lo puedes hacer
mejor…
Al final salió una mueca que provocó una
extraña deformidad en mi rostro. Sacudí la cabeza y lo dejé estar.
Continué esta vez revisando los defectos de
mi cuerpo y las vi. Al menos estas dos estaban en su sitio, claro, su precio me
habían costado. Volví a suspirar y meneé la cabeza en negatividad.
No todo tenía que ser tan malo, pensé solo
para animarme.
Después del típico escaneo que alguien
normal se hacía después de cumplir una año más, me senté en la taza del wáter.
Tras lanzar el primer chorro sentí un intenso pinchazo en los ovarios…
No podía ser, hoy no, pero, ¡BINGO! Hay
estaba, la mejor amiga de la mujer, la que nunca te abandonaba y la que siempre
te acompañaba durante un periodo de días al mes sin dejarte sola ni un solo
segundo.
Mi primer regalo de cumpleaños ¡La regla!
Suspira, pon la mente en blanco y piensa en
un precioso día…
¡¿Qué?!
No es que me molestara mucho ya que tenía
que coger el coche de todas formas, pero después de una semana soleada a 28º de
temperatura y un cielo despejado, que casualmente hoy estuviera lloviendo a
raudales me jodió bastante y para colmo, no solo eso, en el momento que puse un
pie en la calle comenzó a granizar fuertemente, caían del cielo unos hielos del
tamaño de pelotas de tenis contra mi cuerpo. No me cabía duda de que esto me dejaría unas
cuantas marcas. Comencé a correr, intentando serpentear cada bloque de hormigón
que me atacaba con violencia, pero lo mejor estaba por llegar y fue mi segundo
regalo de cumpleaños ya que fue toda una sorpresa no esperada. Cuando metí la
llave en la ranura para abrir la puerta de mi Peugeot un enorme copo de hielo
rebotó contra el techo y me dio en todo el ojo. Caí al suelo volando como si me
hubiera dado un puñetazo un boxeador de doscientos kilos, un gritito histérico
salió de mis labios al sentir el dolor, que era como un quemazón y repetidos
pinchazos de agujas afiladas en torno al ojo. Estaba más que segura que después
de esto me iba a quedar ciega.
Me incorporé como pude haciendo tantos
movimientos que parecía que estuviera borracha y todo por culpa de la
metralleta de bolas que me estaban apedreando el cuerpo entero, lo bueno es que
no me dolían tanto como me dolía el ojo. Entré al fin en el coche como una
flecha y cerré de un fuerte portazo la puerta, abruptamente el granizo se
detuvo en seco, abrí la boca, será… balbuceé unos tacos más y pasé totalmente
del cielo, tenía cosas peores entre manos.
Me miré el ojo afectado en el retrovisor y
lo tenía rojo pasión, intenté camuflarlo con un poco de maquillaje (Exactamente
cuatro capas más) pero milagros no hacía. Volví a bufar, solo que esta vez con
más intensidad, tanta que, casi me ahogo y tosí atragantándome con mi propia
respiración. El día cada vez mejoraba más.
Una hora más tarde y con todo el termo del
café terminado llegué al trabajo tarde por primera vez. Temblé pensando en la
bronca que me iba a caer, encima mi jefe era el típico toca pelotas,
egocéntrico, machista, cabrón y mira lo bueno que estoy y lo rico que soy
mientras tú te jodes trabajando para mí en un cubilete más pequeño que una
ratonera con un sueldo de mierda.
O si, el jefe que todo el mundo desea.
Cogí mi bolso y pensé que al menos la vista
me la alegraría un rato.
Esto ya era una puta burla contra mí. Me
chupé otra carrera desde el parquin hasta las oficinas (Que no estaban cerca
por cierto) porque se había reanudado la granizada, pero esta era mucho peor,
más fuerte, tanto, que incluso una bola de hielo se me había colado dentro del
bolso, no sé cómo coño pero después del día que llevaba me lo creía todo, es
más, tenía la prueba evidente, la bola había perforado la tela del fondo de mi
bolso dejando un agujero tan grande como mi puño.
Nada más entré en el vestíbulo me frené y
salió de mi garganta una risita histérica, giré mi rostro y vi por encima de mi
hombro que la tormenta del siglo ya se había terminado y que hasta incluso se
había despejado, un cielo azul y despejado con un radiante sol brillando se estampaba
en el techo de la ciudad. Estuve a punto de patalear y cagarme en todo lo
existente, pero me abstuve, solo me faltaba dar todo un espectáculo a la gente
que había a mi alrededor y que pensaran que estaba loca, mal de la cabeza y
¡JA! No les iba a dar el gusto, aunque dentro de mí, muy dentro algo de locura
sí que estaba sufriendo hoy.
Conseguí llegar hasta mi cubículo y
sentarme en una mierda de silla cara el ordenador, estaba rodeada de tres
paredes de chapa metálica a la altura de mis hombros, con una compañera a mi
espalda que casi no me dirigía la palabra y con un muro de pared pintada en
crema donde el emblema de “Trabajamos
juntos, trabajamos hasta el final por ti” te quería inspirar, solo que la única
inspiración que sacaba de leer eso todos días era de plantarle el dedo corazón
en todo lo alto o tirarle un escupitajo, una de dos. Cerré los ojos y
respirando a marchas forzadas traté de relajarme.
Acababa de recibir el rapapolvo del año,
aunque tenía que reconocer que no me había enterado de mucho ya que me había
dedicado a observar a mi jefe de arriba abajo y puntuaba ese culo en un nueve y
medio, le había quitado medio punto por llevarlo tapado. Pero el problema es
que en el momento que don gruñón se dio cuenta de mi hambrienta inspección, su
vena se hinchó y el discurso se multiplicó. Nada más salir de su enorme
despacho me anoté mentalmente <<puedes mirar todo lo que quieras, pero a
la próxima que no te vuelva a pillar>>
Faltaban cinco minutos para terminar mi
jornada laboral, la oficina estaba desierta, menos mi jefe que continua metido
en su pequeña y excéntrica mansión de cristal y yo. Hacía rato que me podía
haber ido, pero tenía que cumplir la tardanza de la mañana, así que, ahí
estaba, haciendo tiempo y mordiendo el boli mientras traqueteaba con las teclas
de un ordenador apagado.
De pronto las luces se apagaron, recogí mis
cosas rápidamente para salir zumbando de mi cárcel semanal y enfilé hacia la
salida. No pude llegar muy lejos porque nada más giré para coger el ascensor me
tropecé con algo y caí de boca contra el alfombrado suelo, con el golpe se me
salió todo el aire de los pulmones, que hostia me acababa de dar, menos mal que
no había nadie a mi alrededor…
Me equivoqué.
Una mano fuerte y cálida me cogió del
antebrazo y me levantó, me giré a mi derecha para ver a mi salvador y su
sonrisa me descolocó. Con todo el mundo que me podía ver tenía que ser él. Si, tenía
que ser él. Por supuesto después de este día que recordaré para toda la vida
nadie más me podía haber visto comiéndome la alfombra.
Ahí estaba el cabrón, egocéntrico y tío
bueno de mi jefe con una sonrisa radiante enseñando unos dientes blancos y
perfectos, yo le sonreí como pude y te juro que tenía un orgasmo a punto de
estallarme entre las piernas. ¿Cómo se podía estar tan bueno y ser tan capullo?
No losé, pero este lo era. En fin, le di las gracias y me metí en el ascensor
con él, aunque más bien me empotré en una esquina de esa caja y miré al frente
como un soldado del ejército, rezando para que los pisos pasaran volando en el
monitor.
Error, pasaron más lentos que un día sin
sol.
Salí de las oficinas y agradecí al cielo
que no lloviera, caminé hasta mi coche despidiéndome de mi jefe que tenía su
glamuroso Mercedes aparcado en la entrada, justo enfrente de la puerta con un
hombre trajeado esperándolo que acto seguido al verlo le abrió la puerta.
Ricachones de mierda. Puta suerte tienen los desgraciados.
Llegué a casa pero me sobresalté al ver lo
que tenía enfrente de mi porche apoyado en un flamante coche negro.
Me frené justo delante de él poniéndole
morritos, él me miró de arriba abajo, revisando mi cuerpo de una manera
placentera que hizo que me sintiera de maravilla con mi aspecto, hasta que dio
con mis ojos, me sonrió y yo a él, que sonrisa tenía el desgraciado. Sus dedos
se movieron en compás para que me acercará y yo obedecí, en el momento que me
tubo al alcance me cogió de las caderas me apegó a su cuerpo y nuestros labios
se fundieron en un delicioso beso. La cura que necesitaba él se dedicó a
dármela en el coche, en los cuartos de baño del carísimo restaurante donde me
invitó a cenar y en su loft donde quemamos la cama un par de veces más. A la
mañana siguiente me esperaba de pie, observándome desde la arcada de la puerta,
le sonreí y él señaló con la mirada a mi lado, miré ese lugar y me encontré con
una preciosa cajita pequeña en un color plata con una lazada roja. La cogí, la
abrí y…
La madre que me pario que pedrolo.
El delicado anillo se metió en mi dedo como
el hombre que había delante de mí en la cama, deslizándose suavemente, atento a
mi expresión y esperando mi contestación.
Mi respuesta fue un SI exagerado y la suya
fue un beso, otro más, más otro, una caricia y más, mucho más… Para qué
esconderlo, volvimos a quemar la cama y esta vez con más ansias.
Tenía que celebrarlo.
Era la mejor etapa para comenzar una año
más de mi vida que se encaminaba, que se regía por un buen futuro y que por fin
había encontrado lo bueno de seguir disfrutando de cada día.
Por cierto, el tío bueno que me acababa de
pedir que me casara con él era el cabrón, egocéntrico, creído y machista de mi
jefe, un hombre que ahora era mío. Se tomaba en serio su trabajo y nuestra
relación muy escondida, sabia separar el placer de los negocios y lo hacía todo
muy bien. Lo que significaba que mañana me tendría que buscar otro trabajo, o
no, ya veríamos, porque iba a ser asquerosamente rica e infinitamente feliz
junto a mi cabroncete.
PD.
A veces lo bueno se hace esperar y toda tormenta tiene un buen final.
Anónima
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