DIARIO 1º. Las especiales
del pueblo.
Hola.
Soy una persona anónima -ya que después de
este reportaje no deseo que me vinculen con las protagonistas-, que deseo
contar la vida de cinco chicas con problemas grabes, de los cuales no son
conscientes, y en los que viven sumergidas en un atisbo de horror y felicidad
(algo raro y cuando termine lo entenderás) del que no pueden y no quieren
salir. Se creen tanto su propia historia y en ellas mismas que no saben
diferenciar lo que está bien de lo que está mal.
En su bien amado pueblo, los habitantes las
han intentado ayudar, volcándose en sus serios problemas, pero sin éxito,
finalmente han dejado a cada chica por imposible.
En el pueblo nadie se acerca a ellas. Viven
a las afueras, pero cuando por algún motivo se han visto obligadas a bajar para
ir a comprar, cada habitante las ha evitado como a la peste. Se cruzaban de
calle por donde caminaban o si era demasiado tarde y alguna de esas mujeres
andaba muy cerca, estaban tan desesperados que se metían en portales donde ni
siquiera vivían por no cruzarse con ninguna.
Algunos habían decidió abandonare el
pueblo, otros, sin tener ningún lugar donde ir se habían quedado respetando,
ante todo, evitar el contagio que creía que ellas producían.
Como si fueran zombis.
La
primera vez que vi como un pueblerino salía espantado me quedé con la boca
abierta. La segunda alcé las cejas, la tercera negué con la cabeza y la cuarta…
Ni me inmuté.
Al final me acostumbré a esos gestos.
¿Nunca habéis visto la típica película del
oeste donde un terrible enemigo llega al pueblo y todos se esconden cerrando
con pestillos e incluso claveteando las ventadas?
Pues esto era igual. Todo un circo.
Pero estas chicas no desterraron
desanimadas por el gran aprecio que se les daba. Ellas se quedaron en su hogar,
a las afueras, en una casona de tres pisos destartalada.
La finca era enorme, vieja y muy rustica,
con una enorme expansión de jardines que se asemejaban más a desiertos con árboles
secos, únicamente les faltaba los cactus y la niebla salir del suelo, pero en
sustitución a esa escalofriante escena de terror, ellas habían decorados las
ramas de los arboles con zapatos, tangas y sujetadores. Ellas decían que quedaba
bonito y que le daba al paisaje un toque de glamour.
¿Pero que Glamour le va a dar unas bragas de
la abuela colgadas a la entrada de tal casa del terror?
Para mí ninguna, me asustaron igual. Pero
bueno, sí a ellas les gustaba, era su hogar, yo sólo estaba ahí para hacer un
reportaje, y total, tampoco es que recibieran muchas visitas al día.
A parte de sus clientes, que eran para
echarles un vistazo. Mi querido estudio paranormal, era visitado por un
cantautor que se colocaba delante de la puerta y comenzaba tocarles la guitarra
montando baladas románticas, que más que un sonido que te hiciera suspirar, más
bien, parecía que estuviera estrangulando a un gato de lo mal que tocaba el desgraciado.
O sino cuando se ponía a cantar, parecía que se hubiera tragado el micrófono de
lo mucho que desafinaba.
Era horrible escucharlo, te destrozaba los
tímpanos y lo peor era que lo sufría cada noche, así se dormían ellas, con su
típica nana. En mi primera noche tuve pesadillas con una enorme moto-sierra y
una enorme rata asesina…
Insoportable.
Lo mejor era como lo soportaban ellas,
estaban fascinadas y se ponían a bailar sin parar, y claro, el cantautor se
emocionaba y lo hacía con más pasión hasta alargarlo tanto que había deseado en
más de un momento arrancarme las orejas.
Bueno, ya va siendo hora de que hable de
ellas y sus problemas, que aunque esas mujeres no les den mucha importancia,
son grabes que te cagas.
Son rameras, como en mi título expreso. Su
puesto de trabajo es la misma casa donde viven, pero nada de tener habitaciones
ambientadas en un escenario sexy, nada. Era un desastre similar al exterior y
se caía tan a trozos como parecía.
En la entrada había un cartel que ponía: “El rincón de Chachitizada” y más abajo
otro más pequeño y escrito con mala letra donde indicaba: “Estamos que nos salimos con las ofertas”
Eso me hizo gracias. ¿Qué ofertas te podían
ofrecer si sus tarifas eran vergonzosamente bajas?
Tras ver ese espanto de cartel, mi primera
pregunta fue saber su tarifa ofertada, pero la Macdam me respondió con un
simple pedo asqueroso, largo e intenso, con lo cual y visto la gran experiencia
y la casi muerte por falta de respiración, no volví a preguntar nunca más.
Bueno, os explico; la Macdam es la jefa, o
como ella dice la madre y responsable de todas ellas, y es sin duda alguna la
más ordinaria, guarra y cerda de toda la casa (y eso que el resto no se quedaba
corto, pero esta tía, las superaba con creces), ella se llamaba Azúcar -que
ironía-. Tiene dos pechos enormes que se caía hacia abajo como si fueran
elásticos, el trasero tan empinado que podía llegar a darte un viaje con él y
mandarte al pueblo de al lado, y unos morritos, exageradamente sacados que me
recordaban a un pez.
El problema de la Macdam no era tan grave
como el de sus sucesoras, pero igualmente necesitaba ayuda como las demás. Azúcar
se pasaba el día completamente desnuda, ya fuese para limpiar el jardín, la
casa e incluso preparar la comida. Algo repugnante.
Imagínate el plan de encontrarte un pelo en
el plato de tu sopa… ¿Sera de arriba o de abajo?
Siempre rezaba porque fuese de arriba pero
nunca supe la procedencia de todos los pelos que me encontraba. Y aunque
intenté convencer de que se pusiera algo de ropa -al menos para cocinar-, ella
se negó rotundamente, afirmando que; si se ponía algo encima de ropa, esta se
le apegaría al cuerpo y nunca se la podría quitar hasta que fuera demasiado
tarde y finalmente fuese devorada por la tela.
¿Qué?
Hazte una idea de lo que vino a
continuación: La ropa caminando sola, con vida propia y la cara de Azúcar en el
jersey soltando un grito.
Después de encontrarme con este problema me
esperé cualquier locura más por parte de las que me quedaban por investigar.
La siguiente chica la llamaban Salazón, una
chica rubia de cabello extremadamente largo, casi como la cola de una novia, de
ojos claros, bajo tanto pelo se escondía un rostro hermoso. Salazón contribuía
mucho en las faenas de casa, siempre que la Macdam necesitaba pasar la fregona
por el suelo, llamaba a esta rara chica y Salazón se paseaba por toda la casa,
arrastrando su melena y limpiando el suelo. La primera vez que vi esa cabellera
en movimiento me asusté, pensaba que era una rata y la pisé. Ese pelo había adoptado
millones de colores y olores. Era desde una alfombra encrespada de bola de pelo
hasta la caja para el gato de casa.
Y ahí lo dejo. Todos sabemos que es lo que
hacen en una caja de arena los gatos.
No puedo decir mucho más del físico de Salazón,
ya que al contrario de la Macdam, a esta chica le encantaba ponerse ropa, pero
nada de una camiseta pantalones y un abrigo. No. La cosa pintaba un poco más
exagerada.
Resumiendo: Comenzaba desde 12 camisetas
interiores, 3 jersey de lana, 8 pantalones, 2 cazadoras de pana, 5 pares de
calcetines, 5 pares de guantes, 2 bufandas, 3 gorros y un casco de protección.
Un pasote exagerado.
Siempre que me la cruzaba comenzaba a sudar.
Las bufandas comprometían su forma de
hablar y casi nunca la entendías, así que, se ponía a dar gritos y eso era aún
peor, porque parecía un mono salvaje bramando como un loco. Y agárrate cuando
empezaba a gesticular, parecía una folclórica dando saltos.
Pero su excusa por ese desastre mental era
que el fin del mundo estaba cerca y todos terminaríamos congelados, ella no,
ella estaba preparada para el frío y para el final y para…bla, bla, bla…
Jamás me quedaba a escuchar sus
explicaciones, a parte de que eran demasiado intensas, el lenguaje de mandril
no lo comprendía muy bien.
La siguiente loca de remate era Anaconda, y
nunca mejor dicho, tenía el cuerpo como una de ellas.
Anaconda era muy alta y muy delgada, tanto
que parecía un palo de escoba con los pelos electrificados. Los tenía tan plantados
que sus propias compañeras la colocaban a ella de árbol de navidad, y claro, cuando
dicho árbol era conectado a una red eléctrica para que diera luz a las
lucecitas, ahí tenían un árbol vivientes que soltaba espasmos y gritaba formando
cancioncillas a su antojo personal. Ellas sonreían y se alegraban y no se daban
cuenta de que la espuma que soltaba por la boca era un síntoma de que se estaba
electrocutando.
No obstante, como Anaconda siempre salía
viva de esas sesiones, al año siguiente ya tenían el árbol de nuevo.
El problema de Anaconda, a parte de las
sesiones radiactivas a la que la sometían, era lo lunática de la limpieza que
era.
La muy cerda era aseada sí, pero cuando te
saludaba tenía la asquerosa costumbre de, en vez de darte dos besos como las
personas decentes, te tiraba dos o tres o cuatro escupitajos en la cara o en la
mano, dependiendo siempre de como la saludaras.
Ploof. Toma
escupitajo.
Anaconda pensaba que de esa manera nos
limpiaba los gérmenes y todas las bacterias…
Por supuesto, es muy limpio tirarle un
escupitajo en toda la cara a una persona que no conoces de nada. Una forma innovadora
de saludar.
El primer escupitajo que me tiró en todo el
ojo me impulsó a estamparle la maleta en toda la cabeza, pero la Macdam
enseguida me informó de ese detalle y desde entonces siempre la he evitado,
igualmente me he llevado un salto de babas que otro de refilón.
Otra más es Camicaze, la bailaora. La
llaman así por su tic.
Camicaze es morena, de ojos negros y el
pelo muy corto, la Macdam se lo corta porque ella se lo estira con tanta fuerza
que consigue arrancarse buenos matojos, llegando casi a quedarse medio calva,
con lo cual y para mi sorpresa ya que veía por primera vez una medida
inteligente…
…Por
suerte había vida en esos cerebros.
Su jefe evitaba esa costumbre con una
rutina exacta de rape total para una de sus chicas.
Sin embargo este no era su problema
personal. Increíble ¿verdad?
El problema de Camicaze era como la palabra
dicha anteriormente la expresaba, bailar.
Cuando
se ponía a bailar se volvía loca, comenzaba a menearse violentamente sin arte,
sin pasos y sin ritmo; agachaba la cabeza, los brazos iban a gran velocidad por
todas partes al igual que las piernas, y si no tenías reflejos o al menos
rapidez, como te encontraras en su camino te metía un viaje que te dejaba KO.
Aparte, también gritaba, aunque ella lo identificaba
como una expresión de canto, pero eso eran gritos de angustia, como si la
estuvieran matando. Aunque, esos ataques sólo se sucedían cuando alguien daba
palmadas.
Si una persona se le ocurría dar una sola
palmada, Camicaze le cogían ataques y comenzaba a destrozar todo el
inmobiliario de lo mucho que se emocionaba. Sin embargo, como una hipnosis, la
única forma que había de pararla era gritando: OLÉ.
El problema es que, con los gritos que
daba, tenías que tener mucha suerte si te llegaba a oír.
Y la última pero no menos importante, es
Cetruna. Ella era pelirroja de ojos castaños. Era la segunda al cargo de la
casa, pero ella creía que era un sargento y las chicas (exceptuando la Macdam)
sus reclutas y como tal, se comportaba con ellas de una manera escalofriante.
Las llevaba tan firmes como un palo de
bandera.
Y no por las ordenes que les daba o por
levantarlas a las cinco de la mañana después de pasarse toda la noche currando
de rodillas como condenadas, o por dejarlas sin comer si no se tomaban las
verduras, sino por la mano suelta que tenía.
Cetruna les inculcaba tanta disciplina a
base de palizas.
Y para colmo, la loca se emocionaba, las
tiraba al suelo con una autentica llave de karate y les arreaba sin parar como
si fuera una boxeadora.
No obstante eso no era lo peor. El terror
venia cuando sacaba el látigo de cinco metros. Era imposible esconderse, te olía
y se hacia el castigo más intenso mientras ella sonreía de oreja a oreja como
una psicópata.
Algo enternecedor.
El medico cuando venía a verlas, Cetruna lo
esperaba con una vara en la mano por si se atrevía a preguntar la causa de esas
heridas, el pobre hombre no abría la boca y desaparecía corriendo, en más, en
un momento pensé seriamente no terminar mi proyecto y salir disparada de ese
lugar, metida en el maletero con él.
Pero aguanté hasta el final.
En fin, la verdad es que son chicas muy
majas, sino fuera por sus pequeños problemillas de adaptación, yo habría
convivido con ellas un poco más…
Más bien poco, gracias a Dios.
Me llevo muchos recuerdos como; los
escupitajos de Anaconda, algún que otro moratón de Camicaze, marcas de
latigazos en la espalda de Cetruna, un par de guantes de Salazón y el ánimo de
no tener vergüenza en ir en pelotas por la vida de la Macdam.
Pero sobre todo me llevo lo más importante
y lo que más me alegra en esta vida, que nunca, leedme bien, jamás, me voy a
volver a cruzar con una de ellas ni de lejos. Porque aunque no lo creáis, estas
cinco chicas están realmente mal, muy mal de la cabeza y son un peligro para la
humanidad.
Queridos lectores, mi consejo es que no
intentéis buscarla ni conocerlas, no intentéis acercaros a ellas, porque si no,
os lo aseguro:
SALDREIS VALDADOS Y DESTROZADOS TANTO FÍSICA
COMO SITICAMENTE.
Tanto que terminaran en un hospital como yo,
con un psicólogo haciéndote preguntas y esperando las placas para ver si esas
locas me han roto algún hueso más.
Para finalizar, espero que os haya gustado
y hasta mi próximo proyecto de investigación.
Anónima.
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