–Despierta, mi
pequeña estrella.
Lo oí sonar en mi cabeza, vibrar por mi
cuerpo. La sensación de que alguien me llamaba, me pedía que despertara, me
llenaba los oídos envolviéndolos en una calidez absoluta y abrí los ojos para
volverlos a cerrar al instante por una luz cegadora que me daba directamente.
Intenté
levantar mis brazos para cubrirme, pero un gruñido salió de mis labios. Tenía
el cuerpo engarrotado, dormido. Intenté moverme poco a poco, apoyando mis codos
hasta que conseguí incorporarme solo un poco y poder estar sentada. Abrí los
ojos de nuevo, la luz radiante había desaparecido dejando el rastro de pequeñas
llamas de velas que alumbraba lo poco que podía ver.
kjkjkjk
Capítulo 1
Mi nombre es
Alaya Verona, nací a las afueras de Esparta en una humilde choza sin ningún
recuerdo de nuestro paso, ni ningún material familiar que arrastrar de nuestros
días de vida. La pequeña choza ni siquiera tenía algo de valor que nos
acompañara, nuestras pertenencias eran escasas, así que solo vivíamos rodeadas
de lo más necesario.
Viví dos años de mi vida escondida para el mundo,
mi madre me tenía encerrada, solo me sacaba fuera de la casa cuando viajábamos
a otro poblado, que se convirtió en algo constante.
Viajábamos
de pueblo en pueblo huyendo de algo o de alguien. Yo era muy pequeña y no me
enteraba de nada. Solo recordaba estar entre sus brazos, escucharla llorar en
silencio y sentir como sus lágrimas caían sobre mí. La sentía temblar y
suspirar mientras yo jugaba con sus mechones en bucles negros y brillantes que
caían hacia mí, acariciando mi nariz o mi mejilla regordeta. Ella me miraba y
besaba mi carita mientras me decía que me quería una y otra vez.
Cuando cumplí cuatro años mi madre me dejó en
los exteriores de Grecia, en los brazos de un hombre que decía ser mi tío, con un camafeo enrollado en mi pequeña
manita y un tierno beso en mi moflete donde sentí sus lágrimas cálidas caer
sobre mí por última vez.
Epicydes Verona, mi tío, me crió con su gran
familia en su gran castillo. Él era príncipe, hermano de mi padre y aunque no
me conocía me acogió con cariño.
Ese día
dormí en sus brazos y ese día me enteré de quien era yo, porque mi vida era tan
importante y porque mi madre me había traído a él.
Mi padre era futuro rey de Roma y mi madre
era hija del emperador del Olimpo y yo era la heredera de estos dos reinos. Sólo
que, no era una realeza normal.
Mi padre pertenece
a la Alianza Real, los Dragones, mitad vampiros mitad licántropos. Y mi madre
pertenece al lado Celestial, los Victorianos, dioses y semidioses.
Mi padre es
nacido de maestros Dragones, portando sangre real y mi madre es nacida de
dioses portando sangre celestial, y yo soy mitad de cada uno.
Tengo la fuerza
y la vista de un vampiro, pero no su sed, tengo la rapidez y el olfato de un
lobo, pero no me transformo, tengo el poder de un dios, pero no conozco toda su
magnitud, y tengo una de las cosas más importantes de todas ellas, el corazón
de un humano, lo que me convierte a la vez; en una destructora y en un ser
débil de éstas razas.
Olvidada por mi padre y abandonada por mi
madre, crecí junto con mi tío Epicydes. Él nunca me hablaba de ellos, no supe
si se habían casado, si mi padre había amado a mi madre o si simplemente fui el
fruto de una noche de calurosa e incontrolable pasión. Yo le preguntaba pero él
me cambiaba de tema o simplemente no contestaba, con lo cual, al cabo del
tiempo dejé de preguntar. Al menos sabía quiénes eran, los tenía retratados en
el camafeo que mi madre me había dejado y que siempre llevaba al cuello.
Crecí sin
sus amores y un rencor y dolor creció dentro de mí, me habían olvidado, era lo
único que tenía grabado en mi corazón.
Era una extraña donde me crié, todos eran
lobos, menos mi tío que era un Dragón. No sabía a qué mundo pertenecía yo,
todos me daban de lado, nadie quería estar conmigo, era el bicho raro de la
manada. Por lo cual, me pasaba todo el día sola menos cuando mi tío o Drumon
(su general) me entrenaban para aprender a manejar mi fuerza, a saber
defenderme, a ser más rápida y aumentar mis reflejos. O también estaba con él
cuándo, me hablaba de nuestra descendencia, los seres que había a mi alrededor,
los tres mundos que nos rodeaban.
Uno era el lado Celestial, los dioses, donde
los más ancianos se hacían llamar Baurones, ellos eran los Emperadores. Luego
estaban sus descendientes, de sangre celestial, los cuales se les llamaban los Victorianos,
y por último; los nacidos de dioses y humanos que se llamaban los Alfa.
Mi madre era
una Victoriana, hija de un Emperador Bauron muy antiguo.
El otro
mundo era la Alianza Real, son los vampiros, licántropos y los Dragones, éstos
últimos son la mezcla de estas dos sangres, que son los antiguos, los más poderosos
y de sangre más pura. Y aquí pertenece mi padre, él es un Dragón, de linaje de
reyes antiguos.
Y el último
mundo son los humanos, ajenos a estos reinos menos unos pocos que son los que
utilizan estos dos reinos como siervos.
Entonces comprendí porque mi vida era tan
valiosa. Soy única.
Nunca ha
existido un descendiente con mi mezcla de sangres, aunque se hubieran unido
estas dos razas la mujer nunca se había quedado en estado, eran sangres
incompatibles, se destruían mutuamente, yo era la excepción de la regla, la
única superviviente y a la vez una bomba. No se sabía hasta donde podía
alcanzar mi poder o si alguien quisiera utilizarme para destruir o hacer daño.
Luego también era la única mujer que tenía los genes de los Dragones. Había
vampiras nacidas y lobas, pero no había en el mundo una mujer Dragón. Y eso me hacía
aún más valiosa.
Por
eso mi tío no quería que saliera del recinto, me tenía clausurada, encerrada
entre las murallas, pero me quería, me adoraba y me daba amor mientras que el
resto me daba la espalda.
Fui
creciendo y aprendí muchas cosas sobre mí, aunque mi tío no quería que
utilizara mi poder Victoriano para no despertarlo yo lo usaba pero con cuidado
para no llamar la atención, ya que nadie sabía lo que era realmente.
Era la mejor
tirando al arco sin entrenarme. Sabía montar y controlar a un caballo sin haber
montado nunca en él. Sabía que ponía en cada libro de la grandísima biblioteca
del castillo sin haber leído ninguno. Eso lo sabía con solo tocar, cuando
quería saber algo, aprender a usarlo, o aprender una nueva lengua, tocaba el
objeto que precisaba y a mi mente venían en imágenes toda su historia, controlaba
la visión hasta encontrar lo que quería y obtenía el resultado que necesitaba
(esto no funcionaba con los vivos ni con los animales). También podía hacer
invisible un objeto grande o pequeño solo con la mente sin necesitar tocarlo.
Me encantaba, era poco lo que sabía pero lo ejercía e intentaba averiguar que
más poderes tenía escondidos en mi interior.
Pasaron
los años y mi cuerpo iba cambiando, donde antes había carne y nada de formas,
ahora había curvas y piel suave, dorada y sin ninguna marca o cicatriz, mi
cuerpo se había reformado y atenuado cada forma perfeccionándolo, lo que
provocaba que las miradas de los hombres se posaran en mí de otra manera. Ya
fueran jóvenes o ancianos, sus miradas se hacían más lascivas, me miraban tan
fijamente que a veces me asustaban.
Ningún
hombre se me acercaba, dos guerreros me seguían a todos lados e incluso ellos
se quedaban embobados mirándome y eso me ponía nerviosa, aunque no me tocaran
notaba que lo deseaban.
Intentaba
salir lo mínimo para no cruzarme con esas miradas y no lo entendía, evitaba
mirarme en un espejo, me sentía un monstruo y aunque mi tío me decía que era la
mujer más hermosa que él había visto en su vida yo no me veía así, me veía
diferente.
En esa época mi tío me tenía más controlada,
más vigilada y eso me agobiaba, me sentía enjaulada como las águilas que
habitaban por el castillo y solo salían de sus jaulas para enviar un mensaje
algún reino vecino, pero luego regresaban a su humilde y pequeña habitación de
hierro. No podía vivir así y comencé a escaparme algunas noches al exterior de
las murallas, en los bosques, donde había un lago escondido entre los árboles
llamado Raso Lunar.
Lo llamaban así
porque decían que la luna se miraba por las noches en su capa cristalina y lo alumbraba
dándole un brillo especial y un color mágico.
Una de las
noches que me escapé y me dirigí al lago, era luna llena y el agua brillaba en
magníficas burbujas, dándole vida a todo a su alrededor.
Me agaché y vi
mi reflejo en el agua, metí la mano en ella y estaba tibia, atrayente para
darse un corto baño. De pronto, debajo del tranquilo silencio escuché un crujido
a mi espalda y sentí un escalofrió recorrer mi espina dorsal. Me giré y me
levanté lentamente.
Una sombra alta y con los ojos brillantes me
miraba fijamente. Su mirada me hipnotizó atrapándome intensamente. El corazón
comenzó a bombearme muy deprisa y mi respiración se aceleró sin control. La
sombra avanzó hacia mí y me asusté de su cercanía, estaba aterrada y comencé a
correr hacia el castillo lo más deprisa que pude sin mirar atrás.
No sabía quién
era, solo sabía que no era humano y olía como mi tío, como un Dragón.
Llegué al castillo y me encerré en mi habitación,
me dije que nunca más volvería a salir del castillo. Fuera quien fuese, esa
mirada se grabó en mi mente y el cosquilleo que me había provocado no se fue de
mi cuerpo en toda la noche, recordé a esa sombra hasta en mis sueños.
Una
semana después del incidente en el bosque todo cambió.
Nos atacaron
al caer la luna y salir el sol, vampiros, lobos y alfas. No entendía que estaba
sucediendo, nuestras propias razas nos atacaban sin compasión. Yo me encontraba
en el patio de fuera protegida por cuatro guerreros lobos del ejército de mi tío
a mi alrededor, viendo a cámara lenta como masacraban todo sin poder hacer nada.
Veía como atacaban, dañaban y quemaban todo lo que había visto crecer conmigo,
como intentaban destruir a la única familia que tenía y el alma me dolía.
–No permitáis
que nadie se acerque Alaya. ¡Protegerla con vuestra vida! –gritaba mi tío una y
otra vez, sin que nadie se opusiera a su orden y arriesgando su vida por mí.
Los
guerreros se acercaban más a mí, cerrándome dentro de un círculo perfecto que
me protegía como una muralla fuerte y alta e imposible de derrumbar, con sus
espadas en las manos mataban a todo aquel que se atrevía acercarse tan solo a
un metro, yo, sin embargo, no podía retirar la mirada del poderoso cuerpo de
Epicydes.
– ¿Os envía la
maldita bruja Esbeltina? –preguntó Epicydes, a un vampiro que acababa de
derribar.
¿Esbeltina?,
pero ¿quién era esa bruja?
Ni siquiera sabía que existieran brujas, me pregunté.
De pronto,
dos lobos atacaron a Epicydes por la espalda hiriéndolo, Epicydes cayó al suelo
desarmado. Los lobos atacaron de nuevo por la espalda como traidores acechando
a su presa. Al verlo grité angustiada, extendiendo mi brazo hacia él mientras
dos de los lobos que me protegían me cogieron intentándome mantener dentro del
círculo.
Silencio, todo se quedó parado, los que nos
atacaban se quedaron congelados en el tiempo. Mi tío se giró sorprendido hacia mí,
sus ojos brillaban, yo lo miraba con lágrimas en los míos y el corazón en un
puño sintiendo esos mismos latidos en mis propios tímpanos retumbando como
tambores.
– ¡Matarlos a
todos, rápido, no dejéis uno vivo! –gritó Epicydes.
Notaba como mi energía me agotaba, no podía
aguantar mucho, pero sacaba fuerzas de mi interior pensando que yo era la
última oportunidad para que mi gente ganara ésta batalla. No los podía dejar
sin mi ayuda, no los podía abandonar ahora, cada uno de ellos dependía de mí,
de mi poder.
Caí al suelo de rodillas, la pelea terminaba,
estaban acabando con todos. Mi tío se acercó a mí y me cogió justo en el
momento que caía, le sonreí y él alzándome en sus brazos me sonrió, me llevó a
mi cuarto, me acostó en la cama y me dio un beso en la frente. Alcancé a
escuchar los vítores de fuera. Habíamos ganado, todo había acabado.
–Todo se ha
terminado, ahora descansa pequeña. Te quiero.
Le
sonreí y le cogí la mano para que se quedara un rato conmigo, se apoyó en un
lado de la cama y me dio el amor del padre que nunca tuve, aunque, jamás me
hizo falta estando él conmigo.
–Yo también te
quiero –le dije y, a los segundos me dormí.
***************************************************************************
Ahora acabo de despertar con la voz de un hombre
que no sé quién es y que nunca había escuchado en mi vida, un sonido que aún
retumbaba en mi cabeza y que me llamaba su estrella, en un lugar que no conocía
y en una cama donde no me acosté y donde por supuesto, no recuerdo haber llegado.
Me sentía
entumecida, con el cuerpo engarrotado y dormido. Rodeada de cinco vampiros,
apuntándome a la cabeza con algo plateado del que salía humo y cinco bolitas
plateadas a seis centímetros alrededor de mi cabeza paralizadas en el tiempo,
como los vampiros.
Y sobre todo
con dos preguntas en mi cabeza.
¿Quiénes son?
Y ¿Cómo he llegado a este lugar?
Entonces, miré a mí alrededor.
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Capítulo 2
No entendía que me pasaba, me
sentía extraña, notaba como mi cuerpo se activaba y cogía fuerzas poco a poco. No
sabía dónde estaba ni quien eran ellos, solo sabía que eran vampiros, porque
los olía y había algo en ese aroma diferente que no lo relacionaba con nada.
Miré una de las bolitas plateadas que tenía
justo delante de mí y levanté la mano para tocarla, pero la retiré enseguida,
quemaba. La bolita cayó sobre mi regazo haciendo que me meneara violentamente
al notar el calor que desprendía en mi muslo, provocando que rozara las otras
bolitas que aún estaban paradas en el aire y cayeran en la cama a mí alrededor.
Las observé detenidamente durante un rato hasta que por fin me digné y
cogí una, ya no quemaba pero continuaba caliente. La rodé por mis dedos y cerré
los ojos para ver que era. La visión acudió a mí en segundos; vi su
fabricación, su encajamiento, su distribución y su venta. Esas bolitas eran
balas de titanio, fabricadas en Suiza, especialmente para matar a vampiros y
lobos, y esta bala exactamente pertenecía al vampiro que estaba a mi derecha.
Comencé a hiperventilar, mi
corazón no respondía, un sudor frío me caía por la frente y la habitación
comenzó a dame vueltas. Me tumbé de nuevo para relajarme y meditarlo todo
detenidamente.
Tiene que haber un error.
Miré a los vampiros que me rodeaban y sus ropas eran extrañas, nunca en
mi vida las había visto, y sus cabellos, tan cortos e incluso uno de ellos
tenía diferentes tonalidades, luego llevaban algo en la cara oscuro que les
tapaba los ojos.
Me levanté y apoyé los pies en el suelo sintiendo
enseguida el frío de la piedra. Avancé torpemente, dando pasos lentos hacia el
vampiro que tenía delante mientras miraba fijamente el objeto plateado que
todavía me apuntaba a la cabeza. Tenía unos grabados en su mismo color solo que
más intensos. Era de un material brillante y extraño. Era el aparato del cual
había salido la bala y lo toqué. La misma visión; su fabricación, su
distribución, su venta, su manejo a la hora de disparar, como se limpiaba y
todas las vidas que había arrebatado y lo peor de todo, el mismo siglo, el
mismo año.
¿Pero, cómo era posible? ¿Cómo
podía ser?
Lo último que recordaba era el ataque que sufrimos por la mañana, a
Epicydes acostándome en mi cama dulcemente, dándome un beso cariñoso en la
frente y dormir en un sueño profundo y tranquilizador, y ahora he despertado en
un lugar desconocido, en una especie de cama que es un altar con un colchón
blando encima y diez siglos más tarde.
Me desplomé en el suelo sentada
y me abracé las rodillas contra el pecho, cerré los ojos y noté como caía una lágrima
por ellos.
Habían pasado mil años, diez siglos y yo los había pasado durmiendo.
La pena y la confusión que tenía dentro de mí fue remplazada por la ira,
no sabía quién me había hecho esto ni para qué, pero algo tenía claro, me
habían robado mil años de mi vida y no
pensaba quedarme con los brazos cruzados. Quería venganza.
Me levanté y miré al vampiro que
tenía delante. Era extraño, seguía paralizado y yo casi no notaba mi desgaste
de energía, sabía que el poder salía de mí, lo notaba, pero no me agotaba, no
notaba ningún cansancio. Me acerqué a él, a escasos centímetros de su frío
cuerpo, quería ver sus ojos y de pronto los vi, las gafas salieron volando y se
quedaron flotando en el aire.
Me quedé alucinada, acababa de conocer otro nuevo poder venir de mí.
Centré mi vista en sus ojos, eran negros y me trasmitían muerte, ese
vampiro deseaba matarme, como los otros que me rodeaban. Mi ira aumentó
haciendo que vibrara la energía por mí interior y casi sin darme cuenta les
arrebaté las armas con la mente y las encaré flotando en el aire apuntando a
cada uno de esos bastardos a sus cabezas, respiré hondo y las hice disparar
escuchando el chasquido de cada una de ellas. Las balas cortaron el aire con
rapidez hasta clavarse en sus cráneos y los vampiros se convirtieron en polvo
delante de mis ojos, desapareciendo de mi vista.
No sentí ningún remordimiento por la muerte de cada uno de ellos, me
sentí libre y con muchas ganas de salir de esa celda donde me habían tenido encerrada.
Me puse en marcha y comencé a mirar a mí alrededor buscando una salida, pero no
había ninguna puerta, ni ventana, era como si me hubieran enterrado bajo
tierra.
Empecé a tocar las paredes desesperadamente intentando encontrar una
salida, pero nada, no había forma de salir de ese lugar.
Me desplomé de rodillas en el suelo sin ánimo,
pero algo llamó mi atención. Me acerqué al altar donde estaba la cama y en una
esquina había una pequeña humedad. Quité el colchón de encima y me di cuenta de
que la tapa estaba un poco suelta, use todas mis fuerzas para moverla hasta que
cayó al suelo, se partió por la mitad en un feroz sonido que retumbó en un
espantoso eco por las cuatro paredes de roca fría que me tenían catapultada.
Con nerviosismo me asomé por el
agujero que se escondía en su interior, era como un pozo, oscuro y antiguo de
piedra gris, escuchaba el agua chocar contra ella y el vapor de su frescor se elevó
hacia mí, enseñándome la salida de esta maldita celda de mármol. Posicioné las
pistolas a mí alrededor flotando en el aire y las hice invisibles, miré el fondo
del pozo y no lo pensé, me tiré al agua fría y nada más tocarla sonreí. Dicha
agua pertenecía al Raso Lunar y sabía hacia donde me llevaría, cerca de casa,
de mi hogar.
Nadé y nadé hasta que por fin hallé una luz,
una luz cálida que me mostraba una salida, me moví ansiosa en esa dirección
hasta que por fin salí a la superficie soltando un grito. Por suerte había unas
rocas cerca de mí y con ofrenda me agarré a ellas para coger aire.
Pensé que no lo conseguiría, los pulmones me quemaban de aguantar tanto
la respiración pero había valido la pena, había llegado y la libertad me
abrazaba con euforia. Miré a mi alrededor y todo estaba muy cambiado, casi no
podía reconocer nada.
Llegué a la orilla haciendo un grandísimo
esfuerzo con los brazos que casi no me respondían a causa del agua tan
congelada y cerré los ojos nada más tocar tierra firme, donde me tumbé boca
abajo con la respiración acelerada.
Tenía una sensación extraña en el cuerpo, aunque hubiera estado dormida
todo este tiempo y no me hubiera enterado del paso de los años, era como si mi
cuerpo agradeciera el haber salido al exterior.
Fue una dicha que aumentó según se sucedían los actos.
Noté el aire por mi cuerpo y
como dejaba volar mi vestido de seda en ondas acariciando mi piel, noté las piedras
en mis pies, calientes por el sol y levanté el rostro al planeta solar para
notar su calor.
Me encantaba el sol, mi piel siempre había estado bronceada, siempre me
pasaba horas y horas bajo el sol leyendo, disfrutando de su calor, me daba
tranquilidad y serenidad, pero en ese momento tenía que continuar adelante.
Miré hacia delante. Sabía dónde
estaba, cerca de mi hogar. Saberlo me animó y eché a correr en esa misma
dirección, sorteando los árboles que se interponían en mi camino y aguantando
los arañazos de las rocas en mis pies.
Justo al llegar al castillo de mi tío me paralicé al ver su estado,
estaba totalmente destruido. Avancé pasando por lo que deberían de haber sido
las murallas que rodeaban el castillo, esas murallas tan altas que eran
imposibles de traspasar, ahora eran cuatro piedras y polvo. Seguí avanzando, no
quedaba nada, algún techo que daba sombra, pero era una ruina, mi hogar no era
nada más que un montón de piedras destruidas.
Me agaché y alargué una mano para tocar una piedra. Me daba miedo el
saber qué había sucedido, pero tenía que saberlo, tenía que entender. Con más
decisión acerqué la mano temblorosa y la toqué.
Avancé directamente mi visión
aquel día. Vi el ataque que yo misma había presenciado aquella horrible mañana,
luego vi como mi tío me llevaba en brazos, vi caer la noche y otro ataque, más
silencioso, más devastador, más horrible.
Había sangre por todos lados, mataban sin piedad, pero no pude ver los
rostros de los que nos atacaron, ni cómo se me llevaron, nada.
Seguí tocando más piedras y las mismas visiones, las mismas carnicerías
y ni una sola cara, ni una sola pista de quien había hecho todo esto. Me sentía
hundida, no les pude ayudar, no sabía que había pasado y ahora todos estarían
muertos.
–Epicydes –susurré en un suspiro lastimero mientras, me imaginaba cual
hubiera sido su fin. Solo deseaba que estuviera bien…
Me incorporé de inmediato al sentir una fuerte
energía, había alguien más conmigo, un ser que se avecinaba a mi espalda.
Aspiré el aire a mi alrededor y vino a mí su aroma, era un lobo y muy antiguo.
Lo sentí acercarse, escuché los pasos lentos y dudosos que daba
acercándose más a mí. Sin girarme mostré las cinco armas que tenía a mí
alrededor y las apunté directamente al intruso, listas para disparar por si se
trataba de algún amigo sorpresa de los vampiros que había matado en la jaula de
piedra y que habían decidido esperarme en el exterior.
– ¿Alaya? –preguntó la voz a mi espalda.
Me quedé paralizada y mi corazón comenzó a
martillear violentamente en el pecho. Esa voz. Me giré hacia él y lo reconocí
enseguida. Era Drumon, el general de mi tío, uno de sus mejores guerreros y uno
de mis protectores, y si él estaba vivo… tal vez mi tío también lo estuviera.
–Dios mío Alaya, que me caiga un rayo si no eres tú. –Drumon volvió
hablar, pero en una lengua que no entendía–. ¿Pero dónde has estado niña? –continuó,
en esa lengua mientras se acercaba–. ¿Alaya?–. Miró las armas que me rodeaban
sin entender–. Alaya soy Drumon, ¿no me recuerdas? No voy hacerte daño, puedes
confiar en mí.
Por Dios, no entendía ni una
sola palabra que decía, sabía que habían pasado muchos años pero es que Drumon
ya no hablaba mi lengua. ¿Tanto habían cambiado las cosas?
–Drumon, lo siento, pero no
entiendo ni una sola palabra de lo que me estás diciendo –le contesté,
desesperanzada en mi lengua y la suya antigua.
–Lo siento pequeña, pensaba que
entendías este idioma, nuestra antigua lengua se perdió hace siglos. ¿Alaya dónde
has estado? –Esta vez sí que entendí todo lo que me dijo y le contesté.
–Dormida. ¿Drumon que paso aquí?
Drumon se me quedó mirando sin entender.
– ¿Dormida? ¿A qué te refieres?
Alaya pensábamos que estabas muerta, no había ni rastro de ti por ningún lado.
–Drumon, aquella noche alguien se
me llevó, me encerró bajo tierra y me echó un encantamiento o algo parecido, no
lo puedo explicar bien porque no lo sé, pero te aseguro que me he pasado mil
años de mi vida durmiendo y enterrada bajo tierra muy cerca de este lugar. Con
lo cual dime que sucedió aquella noche, porque yo no recuerdo nada.
Esta vez me miró alucinado, la
verdad es que si no es porque yo misma lo había vivido no me lo creería, era
una historia difícil de digerir, pero por lo visto Drumon la estaba digiriendo
bien ya que me miraba de otra manera, como si creyera en mis palabras, aunque
de su boca no salía ni una palabra y comenzaba a impacientarme tanto su
silencio que lo animé.
–Drumon, estoy esperando.
Drumon sacudió la cabeza y se pasó la mano por el cabello largo que
llevaba recogido en un coleta baja, luego clavó su mirada en mí con más
seriedad.
–No sé mucho de lo que pasó, lo
que me cuentas ahora cambia mucho las cosas. Cuando sufrimos el primer ataque,
Epicydes decidió que era hora de contarle tu existencia a tu padre. Epicydes
pensaba que venían a por ti, que te habían encontrado y temía que vinieran de
nuevo con más hombres y se te llevaran.
–La bruja Esbeltina –lo corté
yo afirmándoselo.
–En el primero no, pero tal vez en
el segundo.
– ¿Cómo estáis tan seguros?
–Alaya cuando nos atacaron por la
mañana eran revolucionarios, de los primeros en existir.
– ¿Revolucionarios? ¿A qué te
refieres?–volví a
interrumpir. No entendía que intentaba explicarme.
–Los
revolucionarios son vampiros, lobos, alfas, todos aquellos que se rebelaban y
se rebelan contra sus amos. Antes los revolucionarios no tenían líderes y
atacaban por placer a cualquier aldea que se les cruzaba en su camino y ese día
fue la nuestra. Ahora siguen un líder y aunque luchamos contra esa peste cada
vez son más, se duplican y son más fuertes.
– ¿Y quiénes nos atacaron
entonces y se me llevaron? –insistí, necesitaba respuestas.
Drumon se me quedó mirando y
agachó la cabeza, parecía como si no supiera que contestar, pero él seguía vivo,
el sabría algo más. Me acerqué a él para animarlo a seguir y entonces él se sentó
encima de una roca un poco abatido.
–Alaya te prometo que no lo sé,
pero fuera quien fuera ahora sé que venían a por ti, y si alguien te echó un
encantamiento tiene que ser la bruja Esbeltina, tal vez ella participo. O tal
vez alguien que te quería esconder de este mundo.
–Tal vez, pero nadie sabía de mi
existencia. Epicydes siempre me ha escondido y nunca utilicé mi poder, ni la
manada sabía quién era yo realmente, ¿cómo alguien de fuera pudo enterarse de
que existía?, hasta mi madre me escondió del mundo.
–Te equivocas –dijo mirándome fijamente a los ojos–,
Alaya, durante el primer ataque cuando
paralizaste al enemigo, desprendiste una energía desbordante, te aseguro que
ese día te distes a conocer por muchos–. Me senté al lado de Drumon, tenía
razón, ese día yo misma me descubrí. Drumon me cogió de la barbilla y me la
alzó para que lo mirara–. Fue en ese
momento cuando tu tío Epicydes, tres hombres más y yo, fuimos a por tu padre,
pero para cuando regresamos con todo un ejército de tu padre, el pueblo estaba
masacrado, solo quedaban las ruinas quemadas del castillo y tú desaparecida,
como si no hubieras existido nunca, no estaba en el ambiente ni tu aroma.
Estuvimos meses buscándote como locos, pero no aparecías por ningún lado. Tu tío
se volvió loco, se echó toda la culpa de tu desaparición, él te había dejado
sola.
–Pero él no sabía que esto iba a
suceder. Yo no lo veo culpable de nada de lo que me sucedió, él no tiene la
culpa. –Agaché la
vista mientras pronunciaba en susurros las últimas palabras y suspiré con
fuerza porque ahora iba hacer la pregunta más dura de mi vida–; ¿Sigue vivo?
–Sí, y te voy a llevar con él.
Ellos te ayudaran más de lo que yo te puedo ayudar.
Drumon se levantó y me ofreció la mano para
ayudarme, yo se la acepté y lo seguí fuera de tanta ruina que me rodeaba, mi
antiguo hogar ya no existía, ni nada para recordar. Al menos sabía que Epicydes
estaba vivo y que iba a volver junto a él, pero tenía miedo.
Había despertado en un mundo diferente, que no conocía, donde los
Emperadores y Reyes eran más fuertes, donde se libraba una batalla contra
revolucionarios descontrolados con un líder preparando un ejército y donde el
misterio me perseguiría.
Esto no es lo que yo esperaba de
mi vida, me consideraba un bicho raro, pero no perdía la esperanza de
enamorarme de un guerrero, ser amada, tener hijos, criarlos y amarlos, ser
feliz, aunque sólo fuera un poco, no pedía mucho, solo un precio muy bajo por
la más mínima felicidad.
Pero no, tal vez aquella noche hubiera preferido que me mataran con la
manada porque ahora eso ya no lo tendría, no quería esta vida, quería volver a
mi vida donde todo lo conocía, pero ya no podía, alguien me lo había arrebatado.
Capítulo
3
Drumon abrió la puerta de algo que él decía
llamar su coche, yo la verdad, estaba tan alucinada de ver algo así que no me
di cuenta de que Drumon estaba hablando conmigo hasta que me cogió del brazo
para que entrara. Nada más entrar toqué su textura acariciándolo con la yema de
los dedos, sentí su tacto y lo vi todo en mi mente como arrolladoras imágenes de
una vida pasar.
Era increíble su mecanismo, su comodidad, su fuerza y su fabricación.
Era extraño estar montada en algo que me llevara y que no fuera arrastrado por
un animal. Y su velocidad, impactaba mucho más. Abrí la ventana para dejar
entrar el aire y saqué la mano fuera, pero enseguida el aire la arrastró
haciendo que me la golpeara contra la puerta.
De pronto, salió un extraño
sonido de los altavoces envolviendo el coche y asustándome, era música que
salía de un reproductor que almacenaba doscientas canciones de diferentes
estilos.
Cada vez estaba más impresionada.
Drumon me miró sonriendo mientras cambiaba las
canciones pasándolas de una en una rápidamente, supongo que buscando una que le
gustara, yo mientras tanto, seguí mirando el coche, estaba aseado y muy limpio,
al contrario de lo que expulsaba, era demasiado contaminante y horriblemente
oloroso.
–Toma, aprovecha el tiempo leyendo
esto. Es un diccionario. Lo llevo siempre en el coche porque cada día salen
palabras nuevas que aprender, y a ti te vendrá bien si quieres adaptarte a esta
nueva era.
Drumon sacó de un cajoncito enfrente de mí,
que él llamaba guantera, un libro azul usado, muy pesado, con las tapas de un
papel más grueso. Nada más lo toqué vino a mi mente una cantidad increíble de
palabras nuevas, era la misma lengua que él había usado antes conmigo y me
gustó.
–Interesante idioma –dije, en esa misma lengua mientras guardaba de
nuevo el diccionario en la guantera. Drumon se me quedó mirando con los ojos
como platos, había sorpresa en su mirada.
–Vaya, creo que no me acostumbraré nunca a esto –exclamó, realmente
fascinado–. ¿Qué más sabes de tus poderes?
–Aprendo todo de un objeto cada vez que lo toco, paralizar con la mente,
hacer invisible cualquier cosa que deseo…
–Y menear y dispara armas con la mente. ¡Ese es nuevo! –terminó Drumon,
con un poco de ilusión en sus palabras.
Con todo lo que había pasado no me había dado
cuenta de ese poder nuevo, solo me había dado cuenta que todo el poder que
salía de mí no me agotaba tanto, no me sentía cansada, sin embargo, sí que lo
notaba vibrar de mí, notaba como mi fuerza aumentada.
Había conseguido paralizar a cinco vampiros y sus balas sin ningún
desgaste, y seguía trasportando las armas de ellos conmigo en la invisibilidad,
flotando alrededor de mi cuerpo y no me sentía cansada.
Estaba deseando ver otro de mis nuevos poderes.
Después de casi dos horas de viaje, llegamos a casa de Drumon. Me había
pasado todo el camino que había durado el trayecto, haciéndole miles de
preguntas de todo lo que veía. La civilización estaba muy avanzada, casi todo
era artefactos novedosos, rápidos y peligrosos, había vegetación pero no tanta
como en mi siglo y el clima era diferente, como más sucio.
Había un nivel muy alto de criminalidad según me contaba Drumon, el
mundo era muy peligroso. No solo estábamos nosotros, los otros seres diferentes
a la raza humana, también los humanos habían cambiado, eran más feroces, no
respetaban nada y al igual que los Victorianos, alfas, vampiros, licántropos y
Dragones, ellos también tenían una vena sicópata.
No sabía mucho acerca de las
leyes, solo lo que mi tío Epicydes y los libros me contaban, pero todo esto era
nuevo para mí y si no quería meterme en líos tenía que acostumbrarme y
adaptarme a ellas.
Drumon vivía en una pequeña
casita de dos pisos, rodeada de una vegetación abundante, hermosa y bien
cuidada, estaba a las afueras y era muy acogedora, los árboles la cobijaban escondiéndola
de la vista de los intrusos, casi no se llegaba a ver desde el camino por donde
habíamos entrado, tenías que estar justo delante de ella para contemplar un
hogar tan familiar.
Bajamos del coche y entramos a la casa. Drumon
me dirigió al salón principal, un lugar lleno de colores oscuros y mezclados
entre sí, y en el centro una mesita baja y unos asientos muy extraños que él
llamaba sofás la rodeaban. Había cuadros de colores con retratos muy vividos
que observé y toqué, eran fotografías.
Era alucinante como podías congelar un lugar o una ocasión en segundos,
sin que tuvieras que estar horas y horas quieta sin poder menearte para que un
pintor te retratara a la perfección, y para cuando acababa el cuadro no sabías
el motivo de por qué te había pintado.
Solo me habían retratado en un lienzo una vez en mi vida, pero el pintor
intentó acercarse demasiado a mí y mi tío lo echó del reino de una patada sin
darle tiempo a que lo terminara, con lo cual, el retrato solo reflejaba de mí
el cuerpo. Estuve dos meses posando muy quieta para él, en un cuadro no
finalizado que se había terminado quemando con el castillo aquella trágica
noche, tampoco me dolía mucha esa perdida, un cuerpo sin cabeza no es que de
muy buena armonía a una pared y mi tío opinaría lo mismo que yo, ya que ese
cuadro nunca se colgó en ningún lado del castillo.
Cogí una foto que me llamó la
atención y se la mostré a Drumon, quien no me había quitado la vista de encima
desde que habíamos entrado.
–Era mi
hijo –dijo señalando la foto con la cabeza.
Noté su ´´era``,
hablaba en pasado, así que deduje que su hijo estaba muerto. Me sentí mal por
haber sacado la foto y habérsela mostrado, pero ahora tenía curiosidad.
–Lo siento, no sabía que tenías familia. ¿Hace mucho tiempo?
–Sí, murió en un accidente con su mujer, los atacaron. Aunque parezca
que somos inmortales no lo somos, nuestras heridas se curan rápido, pero cuando
somos atacados por uno de los nuestros con armas hechas para asesinarnos, todo
es diferente, las heridas tardan en curar y más aún cuando nadie te encuentra,
nadie te puede ayudar, ni salvar, el tiempo pasa y las heridas van a más, te
desangras escapándose la vida de tu interior. Si no sanamos debidamente y a
tiempo, morimos.
–No existe la inmortalidad ni para los nuestros.
–Correcto –reafirmó.
Drumon lo dijo con un poco de
ira contenida, había dolor en sus palabras, sentí pena por él, un padre no
debería enterrar a sus hijos jamás.
–Lo siento. – Drumon me sonrió.
–No te preocupes, han pasado muchos años y a los muertos hay que
dejarlos descansar en paz, aparte, me dejaron dos regalos muy especiales. Ahora
siéntate aquí y ves ojeando todas la revistas y libros que te he traído, te
pondrán al día de todo lo que te has perdido, mientras te preparo algo de
comer, estarás hambrienta después de mil años sin probar bocado.
–Sí, la verdad es que estoy muerta de hambre. –Le sonreí con sinceridad
y él abrió los ojos sorprendido–. Gracias Drumon, gracias por todo lo que estás
haciendo por mí.
–Es un placer, pequeña. Hoy es un día muy especial.
Cogí los libros que Drumon había dejado
delante de mí, encima de la mesa y los fui ojeando y tocando, sacando toda la
información para filtrarla a mi cerebro, estaba llena de imágenes muy definidas
y explicativas.
Había toda clase de información que venía a mi mente como una avalancha,
desde historias pasadas, geografía, matemáticas, historias de suspense y
terror, imitando a la perfección a nuestras razas pero más sanguinarias y
terroríficas. También había libros sobre toda clase de lenguajes nuevos como el
italiano, francés, alemán y muchos más, e incluso, habían revistas sobre la
nueva moda de este siglo, como maquillarse tapándose las arrugas o los defectos,
como tener el cabello perfecto en el momento perfecto y la ocasión adecuada,
pero lo que más me sorprendió fueron las lecciones inscritas en los libros
sobre defensa personal, karate, boxeo, capoeira y más estilos variados.
Todo lo estudié y lo memoricé en mi cerebro,
no sabía ponerlo en práctica pero lo esencial y principal lo tendría para poder
aprenderlo en un futuro.
Por fin apareció Drumon con un
plato en la mano dejando un rastro de buen olor en su camino, lo dejó delante
de mí y se me cayó la baba nada más ver esa mezcla de colores. Era arroz con
carne, olía muy bien, tenía una salsa rojiza por encima que se filtraba por
cada grano de arroz desparramándolo por los lados y mezclándose con la carne,
mi estómago gruñó desesperado y comencé a devorar la comida con ansia. En una
de mis devastadoras cucharadas levanté el rostro hacia Drumon, que sonreía de
oreja a oreja, se levantó y me ofreció un vaso de agua fresca.
–Deberías de digerir con calma, terminarás atragantándote.
–Tienes razón. –Coincidí con él. Bebí un sorbo de agua notando el
frescor en mi garganta y dejé el vaso encima de la mesa. –Deberíamos continuar
con la conversación de antes. Hay algo que no me cuadra en todo esto. –Esperé
la afirmación de Drumon y continúe. – ¿Por qué crees que no ha sido la bruja
Esbeltina la que se me llevó? Y ¿Por qué crees que no fueron las mismas
personas del ataque que sufrimos por la mañana?
Drumon tenía la espalda apoyada
en el respaldo del sillón de enfrente observándome más serio de lo normal, se curvó
para delante y apoyó los codos en sus muslos juntando las palmas de sus manos.
–Alaya, no sé si fue Esbeltina, realmente no sé hasta donde alcanza su
poder, pero como te he comentado antes los que nos atacaron por la mañana eran
revolucionarios, de eso estoy seguro, porque ellos ni piensan las cosas, ni
planean ninguno de sus pasos, solo atacan sin piedad y sin control. No tenían
líder, iban por libre y sobre todo dejando muchas huellas a su paso de su
destrucción. Pero el segundo ataque estaba muy planeado, sabían lo que querían
y donde encontrarlo, no dejaron cuerpos, mataron sin mancharse y sin dejar
escapar a nadie.
–¿Pero porque a mí no me mataron?
Drumon no contestó, simplemente
se encogió de hombros. Estaba abatida, seguía sin tener respuestas y eso
empezaba a irritarme.
–No lo pienses más. Mañana volaremos a Nueva York, buscaremos a Epicydes
que vive a las afueras y él te lo explicara todo, el tendrá más respuestas que
yo. Podrá aclararte muchas cosas y ayudarte en tu busca.
–¿Por qué no vives con él? Eras su mano derecha, ¿Qué pasó?
Le pregunté precipitadamente por qué me parecía extraño que Drumon
abandonara a Epicydes, eran muy amigos, su mano derecha, su mejor hombre y su segundo
al mando. Los dos eran muy viejos, casi de la misma edad y siempre habían
luchado juntos en todas las batallas protegiéndose mutuamente, podía decirse
que compartían casi las mismas heridas por todo el cuerpo y las mismas
pesadillas de guerras sanguinolentas.
–Tenía que irme, me enamore de una mujer increíble, fascinante y no
podía darle esa clase de vida. Así que, tuve que decidirme por ella. Tu tío lo aceptó
sin problemas y lo dejé todo para empezar una vida nueva a su lado. –Sonreía
recordándola. –Ahora debes descansar, mañana saldremos temprano.
–No Drumon. –Le negué alzándome rápidamente del sofá. –Me he pasado mil años
de mi vida durmiendo y lo que menos me apetece ahora mismo es meterme en una
cama a dormir. Te aseguro que no tengo sueño.
Drumon me sonrió y levantó las
manos como para replicarme, pero la puerta de casa se abrió haciendo que se
callara, me giré en esa dirección. Acababa de entrar una muchacha pelirroja,
riéndose de un comentario que le decía el muchacho que la seguía. Los dos eran
parecidos, con ojos color miel, ella era pelirroja, delgada y muy bajita, pero
era muy guapa. Él, sin embargo, era alto, mucho más que yo, delgado de espalda
ancha y brazos musculados, llevaba una gorra roja con el número tres en blanco
justo delante y no pude distinguir el color de su cabello.
Los observé más detenidamente y ellos a mí,
estaban paralizados, así que me giré y me puse cara ellos. Eran lobos, los olía
y los sentía por la posición de ataque que tenía él, pero ellos no sabían que
era yo, había decidido esconder mis poderes, para ellos era una simple humana
extraña y desconocida en su hogar.
–Alaya, te presento a mis nietos, Kira y Mikael.
Kira se acercó a mí, me cogió de
los hombros para poder agacharme a su altura y plantó en mis mejillas dos besos
sin dejar de sonreír, olía a vainilla y me trasmitió cierta ternura.
–Hola Alaya, encantada. –Dijo con ilusión.
Me hizo gracia su comportamiento tan fascinante y le sonreí intentando
devolverle la misma simpatía que ella había utilizado conmigo.
Esta vez le tocó el turno a
Mikael, el cual continuaba con la cara de desconfianza grabada en su rostro. Se
acercó a mí quitándose la gorra y dejando al descubierto un cabello corto y
castaño oscuro y me tendió la mano, nada más la toqué noté la amenaza en su
forma de estrujarla y sus movimientos tan calculados.
–Encantado señorita Alaya.
¿Señorita Alaya? Muy encantador, dijo mi subconsciente con cierta
ironía. No recordaba que alguna vez me llamaran señorita en mí vida, bueno, más
bien, nunca me habían llamado de esa manera y podía asegurar que su tono de voz
no fue muy educado, más bien, fue prudente y serio para un joven de su edad.
–Igualmente. – Le contesté con la misma seriedad y escuché de fondo la
risa muy baja de Drumon.
Su mirada me recorría de arriba
abajo como estudiándome o buscando mi punto débil para atacarme, era extraño y
me estaba poniendo nerviosa, me recordaba a como me miraba la manada de mi tío
en su reino y no soportaba que ese niñato me lo recordara, así que, desprendí
un poco de mi poder para que notara que era igual que él y lo notó porque me
sonrió de inmediato.
–¿Contento?–Le pregunté.
–Oh sí, muy contento. –Me dijo, después se giró hacia Drumon. –Abuelo
¿de dónde la has sacado? ¿Vienes de una fiesta de disfraces?
Esto último me lo dijo a mí,
todavía conservaba puesto el vestido de seda blanco de mi época, cosa que para
él mi atuendo fue gracioso, pero a mí ni me afectó ni quise contestarle. El
machito se había convertido en un gracioso, ja, ja, ja, me reí con ironía en mi
interior y me giré cara Drumon. Sus nietos, era increíble. Drumon era muy
atractivo y fuerte, aparentaba unos treinta y cinco o treinta y seis años como
mi tío, no me lo podía creer, pero era real, estaban delante de mí, ahora
entendía los dos regalos que le había dejado su hijo, eran Kira y Mikael, sus
propios nietos.
–¡Joder!–Soltó Mikael de repente.
–Valla que pasada, lo has visto Mikael, yo quiero uno igual, es
increíble.
Me giré hacia Kira de nuevo, me
miraba con un brillo especial en la mirada, no entendía sus expresiones, ni a
que se referían con ese comentario. Mikael se había puesto la gorra de nuevo y
tenía una sonrisa como de seguridad en sí mismo.
–¿Dónde te lo hiciste Alaya? –Me sorprendió la pregunta de Kira por qué
no sabía a qué se refería.
–¿El qué?
–El tatuaje de tu espalda, el dragón dorado que te cubre la mitad de la
espalda, es precioso, no es el típico dragón japonés exagerado de los
guerreros, es más fino, más delicado, adecuado para una mujer. Es una pasada,
déjame volver a verlo por favor.
El tatuaje, claro, nunca me lo había visto
entero, sabía que estaba ahí, nació conmigo, como si fuera un lunar o un antojo
que crece al mismo tiempo que tú vas creciendo haciéndose con los años más
grande, solo que este antojo tenia forma de dragón, era todo dorado con los
ojos violetas como los míos, sabía que lo tenía a un lado de mi espalda, su
cola se ondeaba a un lado de mi cintura y se terminaba en mi muslo, era lo
único que podía ver o tocar. Era extraño tenerlo, mi tío decía que era mi
marca, todos los dragones la tenían en alguna parte de su cuerpo, escondida o a
la vista, solo que eran diferentes a la mía, los suyos eran negros, un poco más
pequeños y con los ojos rojos, todos nacían con él, como yo. Mi tío lo tenía en
el dorso de su muñeca, pequeño y a la vista, no había visto más marcas, mi tío
era el único dragón que conocía.
–Nací con él. –Le contesté a Kira.
–Ni se te ocurra pensarlo Kira, no vas a marcarte la piel.
–Pero abuelo.
–Basta, he dicho que no y es que no, y no vuelvas a mencionarlo. Ahora
acompaña a Alaya a tu cuarto y déjale algo para dormir. –Drumon se giró cara mí.
–Nada de réplicas tú tampoco, debes descansar, mañana será un día muy largo y
agotador y no quiero que cuando te vea Epicydes piense que no te he cuidado
bien.
No pude replicarle, Kira me cogió del brazo y
me llevó escaleras arriba como si fuera una niña de cinco años. Entramos en una
habitación de dos camas, con las paredes coloreadas de dibujos y llenas de
fotografías colgadas, como las que había visto en el salón, Kira tenia fotos de
sus padres por todos lados, sentí tristeza por ella, también los había perdido
cuando era pequeña como yo, solo que a
mí mis padres me habían abandonado y nunca se habían preocupado por mí. Seguí
observando todo a mí alrededor, cada detalle, cada novedad que se anteponía
delante de mí. Toda la habitación olía como ella, a vainilla y me gusto, me
relajó la mente durante un momento.
–Alaya, aquí te dejo ropa para dormir y ahí delante tienes el cuarto de
baño, te dejare toallas preparadas para que te des un baño. Te relajará un
montón y creo que lo necesitas.
Ducharme, bañarme
tranquilamente, ¿cuánto tiempo llevaría sin darme un baño de agua caliente?
Mil años y un día exactamente.
Entré en ese cuarto y lo observé,
era espacioso y diferente al mío, todo tan extraño, lo fui tocando para saber
el funcionamiento de cada cosa y me sorprendió su facilidad de manejo.
–¡Alaya!–Me gritó Kira desde la otra habitación, salí fuera y la vi
sonriendo todavía de oreja a oreja, tan llena de alegría que me dio envidia,
era como una niña pequeña que acababa de conocer a una nueva amiga, solo que
las dos teníamos casi la misma edad. –Tú dormirás en esta cama. –Dijo señalando
la cama de la derecha, la que daba a la ventana. –Bueno, te dejo sola para que
puedas hacer tus cosas, yo voy a cenar, luego nos vemos. Que descanses.
La seguí con la mirada como salía de la
habitación y cerraba la puerta tras de sí dejándome sola en medio de esa sala
acogedora, respiré profundamente y entré en el cuarto de baño, me desnudé
dejando mi vestido encima del mueble con mucho cuidado y comencé a deshacerme
la larga trenza, soltando la mata negra y ondulada sobre mi espalda, notando
como cada cabello acariciaba mi espalda y más
debajo de mi cintura. Me metí en la ducha y abrí el agua caliente
dejándola caer por todo mi cuerpo, relajando cada uno de mis músculos,
acariciando con cada gota cada parte de mi piel en un masaje constante de bien
estar, apoyé las manos en la pared y dejé que cayera sobre mi cabeza haciendo
que todo mi cabello se me viniera a la cara, convirtiéndose en una cortina pesada
y mojada, pero no me importaba.
Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de sentirme en otro
lugar, dejar que mi alma volara fuera de mi cuerpo buscando el lugar que nunca
podría olvidar, estar entre los brazos de mi madre mientras ella me cantaba una
nana, sentir la calidez de su aliento en mi mejilla mientras la besaba o sentir
las cosquillas de su nariz por mi frente, sentir sus dedos entre los míos
pequeños y regordetes mientras los aplastaba para que no me fuera de su lado.
Pero todos esos recuerdos desaparecían en una nube blanca que se transformaba
de nuevo en el día que me dejó con mi tío Epicydes, dándome un beso en mi
mejilla y viéndola marchar lejos, haciendo que desapareciera de nuevo envuelta
en el maldito humo blanco que la desvanecía y que siempre me la quitaba,
acabando de esa manera con mis recuerdos, casi todos olvidados.
Sacudí la cabeza y borré todos
esos recuerdos volviendo a la realidad, donde debería estar, en un hogar que no
era el mío. Aunque pronto volvería a mi hogar, y ese era junto con mi tío
Epicydes.
La
ducha me había relajado muchísimo, tanto que me sentía como en una nube flotar.
Me puse lo que Kira me había dejado preparado encima de la cama y me acosté
introduciéndome entre las sabanas, cara la ventana. No entraba mucha luz, la
luna estaba por la mitad y los pocos rayos que se filtraban a través de la
ventana eran muy débiles, pero aun así pude apreciar todo lo que me rodeaba.
Recapacité
la conversación que había tenido con Drumon, necesitaba saber quién me había
hecho esto y el porqué, necesitaba respuestas y también:
¿Quién me había
despertado?
¿Se habrían dado
cuenta de que estaba despierta?
¿Lo habrían notado?
Si era así estaría
otra vez en peligro, por que quien se dio tantas molestias en encerrarme en ese
agujero estaría cabreado por mi escapada y seguro que vendría de nuevo a por
mí, para terminar con lo que había empezado. Pero esta vez estaría preparada,
lista para usar todo lo que pudiera de mis poderes e intentaría pelear, esta
vez no se lo pondría tan fácil a quien me había robado la mitad de mi vida.
Capítulo 4
Me
desperté con los rallos del sol perfilando mi silueta debajo de las sabanas,
miré a mi alrededor desorientada y entonces vino todo a mi cabeza como un dolor
punzante. Me levanté de la cama sin hacer ruido para que Kira, que dormía
plácidamente en la cama de al lado no se despertara y fui directa al cuarto de
baño, pero nada más abrir la puerta me quedé congelada al encontrarme lo que
vi.
–Lo siento –Dije
dándome la vuelta.
Había visto muchos torsos desnudos en el
patio del castillo de mi tío cuando los hombres se ejercitaban y luchaban entre
ellos, pero nunca un desnudo integro.
–Tranquila mujer. No
estoy acostumbrado a que nadie de esta casa se despierte tan temprano, por eso
no cerré el pestillo. –Dijo Mikael a mi espalda. –Te puedes girar ya estoy
cubierto con la toalla.
–No tranquilo.
Entraré cuando hayas terminado.
Concluí con la voz cortada mientras cerraba
la puerta de nuevo, pero terminé escuchando su profunda carcajada a mi espalda,
que provocó que me muriera de la vergüenza y notara mis mejillas arder.
Kira me dejó un vestido blanco de tirantes
con encajes y puntillas por todos lados, pero me quedaba tan corto para mi
gusto que casi lo rompo intentándolo bajar un poco, la tela no cedía ni un
poco, encima marcaba cada curva de mi cuerpo de lo ceñido que me quedaba. Luego
la ropa interior era demasiado atrevida e incómoda, perdí casi media hora
intentándomela poner hasta que lo conseguí y me di cuenta que no era tan
difícil, con la práctica tardaría mucho menos.
Estaba tan acostumbrada a mis vestidos de
espartana, fáciles de poner y sin complementos. Tenía la espalda al aire y
escotes pronunciados, pero todas las mujeres lo llevaban y era algo normal, si
hubieran visto la moda de ahora, las mujeres se hubieran escandalizado y los
hombres las hubieran encerrado para que nadie las pudiera ver tan desnudas,
pero el tiempo había pasado y tenía que adaptarme al ahora y no pensar en el
ayer.
–Ten, ponte esto en
los pies. –Dijo Kira pasándome unas sandalias romanas.
–Me siento extraña,
me siento desnuda y la ropa interior es muy incómoda, ¿De verdad es necesario
que me ponga todo esto?
–Alaya es la moda de
este siglo, te tendrás que acostumbrar, no puedes ir vestida con esos vestidos,
la gente te miraría mal y te puedo asegurar que esas miradas son muy crueles, con
lo cual, haz el favor y no te quejes tanto. –Me miró de arriba abajo. –Estas
monísima.
–¿Lo sabes verdad?
–Le pregunté refiriéndome a mi pasado.
–Sí, mi abuelo nos lo
contó todo anoche, durante la cena. Pero tranquila, sabemos guardar un secreto,
más aún cuando depende la vida de una persona y sobretodo la tuya. Mi abuelo te
aprecia mucho, no dejará que nada te pase, estas a salvo. –Dijo dedicándome una
sonrisa tranquilizadora.
¿Y vosotros? Me pregunté yo misma.
No me gustaría que
les pasara nada, pero estando cerca de mí ellos también estaban en peligro.
–Ven he traído unas
tijeras, necesitas un corte de pelo y a mí se me da de maravilla.
–¿Cortar? ¿Estás de
broma? –Le pregunté con los ojos muy abiertos.
–No, tranquila, solo
voy a cortarte un poco las puntas y darte forma, te verás guapísima. Confía en mí,
se lo que me hago. Ahora deja de mirarme con esa cara y ven aquí. –Sin embargo,
mientras hablaba no podía quitar la vista de esas tijeras que se contoneaban en
el aire como una amenaza directa para destrozar mi cabello. –Venga no seas
cobarde, no voy a clavártelas, solo a cortarte un poco, pero, que muy poco el
pelo.
Me lo pensé durante largo rato, me encantaba
mi cabello, era como mi tesoro, negro con bucles ondulados, largo hasta la
cadera, era de lo único de lo que mandaba, lo llevaba como quería suelto o
recogido y me recordaba tanto a mi madre, lo tenía igual que ella, era mi
herencia. Pero no estaba en mi siglo y no pasaría nada por cambiar un poco, al
fin y al cabo el pelo crecía de nuevo.
Respiré profundamente y me senté delante del
espejo, preparada para dejar a Kira que hiciera lo que quisiera con esas
tijeras.
Después del corte de pelo bajamos a
desayunar. Tanta preocupación por mi nuevo look para nada, no se notaba mucho
ya que solo habían sido tres o cuatro dedos de largo y ahora me llegaba por la
cintura. El cambio había sido por delante, me lo había escalonado dejándolo más
corto, de una forma que se enrollaba alrededor de mi rostro, dándole un toque más
sensual y marcando mis facciones. La verdad es que me gustaba, le daba otro
estilo a mi cabello, me veía más guapa y el color de mis ojos destacaba sobre
mi cara.
A parte, Kira me había dicho una y otra vez
lo guapa que estaba y cuando bajamos abajo, Mikael no me quitó la mirada de
encima durante todo el desayuno, cosa que me incómodo y a la vez me puse roja
como un tomate recordando lo sucedido esta mañana en el cuarto de baño.
–¿De quién has sacado
esos ojos violetas? Son preciosos, nunca he visto en mi vida a alguien con un
color así. –Me preguntó Kira.
La verdad es que sabía
bien de quien eran, era lo único que me lo recordaba cada día que me miraba en
el espejo y los veía.
–De mi padre.
Sonó como si fuera una desgracia que tuviera
algo igual que él, como si me molestara llevarlos, y así era, no quería tener
nada que me lo recordara, no me gustaba la idea de tener algo que demostrara
que era hija suya.
Después del silencio que procedió a mi
respuesta y que todos notaron el tono que había utilizado, nadie pregunto más.
–Bueno chicos, recoger que nos marchamos. –Ordenó Drumon
dándole un pequeño golpe a Mikael para que reaccionara.
Si me quedé paralizada cuando vi el automóvil
por primera vez, creo que mi estado de shock al ver un avión por primera vez
fue para llamar a un médico. Ese aparato era una bestia voladora, y aunque
Mikael me dijo que era el transporte más seguro del mundo, cosa que a mí no me
lo parecía, estuve todo el vuelo cogida fuertemente de su mano. Y para cuando conseguí
bajar de ese pájaro me volví a quedar en shock al ver los edificios que
rodeaban la ciudad, y fue tan tremendo el golpe de alucinación que no podía
hablar ni caminar, solo sabía que Mikael continuaba cogiéndome de la mano y
arrastrándome todo el camino para que avanzara. Cuando llegamos al hotel para
dejar las maletas no me dio tiempo ni a lavarme la cara para que reaccionara mi
cuerpo de una vez.
Drumon
cogió un coche de alquiler del hotel y fuimos directos al piso que tenía
alquilado durante un breve tiempo en la ciudad Epicydes, pero su mayordomo nos
dijo que no estaba, Epicydes había ido a la mansión del consejo, ya que estaban
todos reunidos desde hace unos días.
No
obstante, Drumon sabía dónde se encontraba ese lugar y no hubo ningún problema.
Remontamos el viaje, solo que, en dirección a la mansión del consejo que se
encontraba a las afueras de la ciudad, rodeada por jardines y vallas eléctricas
de protección de unos quince metros de altura abarcando toda la propiedad, era
imposible entrar ahí sin ser visto o sin ser gravemente electrocutado.
Cuando atravesamos
miles de barreras de protección y llegamos a una amplia y blanca caseta de
vigilancia llena de televisores donde se podía ver cualquier rincón del
grandísimo territorio, Drumon tuvo que dar tantas explicaciones a los guardias
de seguridad que se nos hizo de noche cuando por fin nos abrieron las puertas,
pero cuando entramos a la mansión el recepcionista que había en el hall no
tenía muchas ganas de escucharnos.
–Le digo por favor,
que necesito hablar con lord Epicydes. Tengo un mensaje muy importante para él.
Se trata de alguien de su familia, podría estar en peligro.
Había
insistido Drumon una y otra vez sin que el recepcionista, que era vampiro
nacido, se interesara lo más mínimo.
–Le he dicho…
caballero, que lord Epicydes está ahora mismo reunido y no puede atenderle,
debería haber llamado para coger cita con él. Por ese motivo tendrá que esperar
y enseguida lo atenderá. Y por cierto, no debería haber traído a una humana
aquí.
Eso último lo dijo refiriéndose a mí. Drumon
había decidido que camuflara todos mis poderes desde que salimos de casa para
no hacerme notar, con lo cual, solo me veían y olían como a una humana. Yo a
cambio lo había convencido en traerme las pistolas conmigo, aunque en el
aeropuerto había sido muy chistosa la situación, pero al fin habían pasado conmigo.
–La humana es un
regalo para lord Epicydes. –Dijo Drumon mirándome, yo lo sonreí con burla y
luego le hice un baile de pestañas al recepcionista, Don estirado se quedó
embobado mirando y con los ojos como platos.
–Ahora iré a
avisarlo. –Dijo el recepcionista marchándose por el pasillo de la derecha.
Vaya, por lo visto el juego de pestañas que
le había dedicado le había gustado, pensé sonriendo en mi interior.
A los diez minutos apareció de nuevo el
recepcionista acompañado por dos gorilas enormes y vestidos totalmente de
negro, su aroma reflejaba que no eran nacidos, eran vampiros convertidos, por
mi tío tal vez.
–Señor Drumon, lord
Epicydes lo atenderá enseguida. Acompáñeme, por favor.
Dijo señalándole el pasillo para que lo
precediera, nosotros nos levantamos para seguirlo, pero los dos vampiros postrados
a cada lado del pasillo nos bloquearon el paso.
–Van conmigo. –Dijo
Drumon dándose cuenta de las intenciones de los gorilas.
–Solo ira usted,
ellos tendrán que esperar aquí. Luego llevaré personalmente el regalo a lord
Epicydes. Vamos caballero, sígame.
Drumon no parecía muy convencido, pero no
dijo nada más y se marchó justo detrás de él, dejándonos a solas junto con los dos gorilas que bloqueaban
totalmente la entrada con sus enormes cuerpos y sus miradas fijas al frente.
Kira y Mikael se sentaron de nuevo, yo sin embargo me fui paseando de un lado a
otro de la sala nerviosa, era increíble que tuviera tantos obstáculos para
llegar hasta mi tío.
Unas risas de fondo me hicieron girar la vista
hacia el otro pasillo que no ocupaban los gorilas. Había dos mujeres vestidas
con trajes de noche muy elegantes que desaparecieron tras una puerta de donde
salía música. Nada más se abrió la puerta sentí una sensación extraña, como una
vibración que salía de esa instancia y me rodeaba. No sé el por qué pero tenía que entrar a esa
sala, algo que había ahí dentro me atraía y me llamaba en silencio.
–Jovencita, siéntate,
enseguida conocerás a tu futuro amo. –Dijo Don estirado nada más entrar y unirse
a nosotros. Lo miré con ira. “Inútil”,
pensé mientras me sentaba de nuevo en el sillón junto a Kira.
–Tranquila, deja de
preocuparte, mi abuelo está con tu tío, estará contándole todo. Pronto lo verás
y todo se solucionará. –Susurró Kira intentando tranquilizarme.
Yo en
cambio, no podía quitarle la vista de encima al recepcionista desde detrás de
su grandísima mesa de mármol rojizo, que le cubría medio cuerpo. En el impecable
momento que él por fin me quitó la mirada de encima lo paralicé, me giré cara
los gorilas para prestar atención a sus reacciones, pero no se habían dado
cuenta de nada a su alrededor, seguían con la vista al frente, así que los
paralicé a ellos también sin perder tiempo. A continuación, me levanté y fui
directa al pasillo donde había visto a las mujeres.
–Alaya ¿Dónde vas? Quédate
aquí quieta. –Me dijo Kira cogiéndome del brazo.
–¿Qué coño…? –Se oía
de fondo a Mikael. –Estos están muy quietos, ¿Has sido tú? –Me preguntó
mirándome.
–Quedaos aquí. –Les
ordené.
–No. Alaya, esto es
peligroso, ven aquí, esperaremos a mi abuelo que venga con tú tío. Y quítale a
estos dos lo que les has hecho, harás que nos metamos en un lio. –No le hice
caso, me di la vuelta y continúe caminando, adentrándome en el pasillo. –¡Mierda!
Está bien iré con vosotros. –Maldijo echando a caminar detrás de Mikael y de mí.
Llegamos
por fin al final del pasillo y giramos. Dos enormes puertas blancas se
interponían entre nosotros y la sala de donde salía la música, cogí los pomos,
los rodé y abrí las puertas. Sentí la vibración más intensa que antes llenarme
entera y envolverme para atraerme a ella.
Me
adentré en el gran salón oliendo el aroma de los que me rodeaban. Eran
vampiros, lobos y dragones, notaba sus mezclas de olores por todos lados. Cada
uno de ellos iba elegantemente vestido con trajes chaqueta y vestidos largos
despampanantes, con sus copas en las manos dejaban de hablar o reír para
girarse y mirarnos, especialmente fijaban la vista en mí, en la humana que se
adentraba entre ellos sin temor alguno avanzando con paso firme. No me acobardé,
continúe caminando, haciendo que ellos se apartaran a mi paso. Caminé sin
vacilación llegando casi al centro de la sala con todos ellos rodeándome y mirándome
intensamente.
Inesperadamente noté una mano que me cogió
del brazo y me hizo retroceder, me giré cara su dueño y vi que era otro gorila
como los que había dejado paralizados en el hall, dos más se llevaban a Kira y
Mikael fuera del salón a rastras, traté deshacerme de esa mano que me cogía
cada vez más fuerte, pero no podía, otro gorila más se acercaba por detrás
hacia mí con cara de pocos amigos.
Una corriente de
energía empezó a vibrar por mi interior saliendo al exterior como un aura
dorada, expulsando a los gorilas contra las paredes, llevándose algún que otro
invitado que se interponía en su camino.
Todos
a mí alrededor se me quedaron mirando alucinados e incluso la música había
dejado de sonar, miré cada una de sus caras esperando el siguiente ataque,
entonces todo paso muy deprisa, se me abalanzaron cuatro vampiros desde detrás
del público que me observaba, pero estos iban bien vestidos con sus impecables
trajes en negro, no eran seguridades, supuse que eran invitados. Esquivé los
puños de uno, paralicé a otro que comenzó a dispararme y tiré volando por la
ventana a los otros dos, me encantaba mi nuevo poder, me quitaba a mis enemigos
de la vista en un segundo.
Me giré cara el que aún me quedaba y esta vez,
en vez de utilizar los puños tenía en la mano una cadena larga con dos navajas
afiladas en forma de media luna en cada extremo de la cadena. Era alto y guapo,
tenía el pelo negro y largo por la barbilla, sus ojos eran rasgados, tenía que
ser japonés o koreano, decidí retrocediendo varios pasos sin apartarle la vista
de encima.
Comenzó a rodar la cuchilla a su alrededor y
entonces empezó a lanzármela en líneas perfectas que a duras penas esquivé,
pero el vestido de Kira no salió tan bien parado, la cuchilla lo rajó por la espalda
en una de sus estocadas.
No paraba de darme
cuchilladas, era rápido y controlaba cada uno de mis movimientos atacándome una
vez detrás de otra. Mis golpes no le hacían nada, ningún daño y empezaba a cansarme
de esquivar. Un ataque de sus cuchillas fue directo a mi pierna y no me dio
tiempo a esquivarla, noté la navaja afilada cortar mi muslo en un corte limpio,
profundo y doloroso, del cual comenzó a manar mucha sangre empañando el suelo
color crema que pronto se convirtió en mármol rojo. Lo miré a él y luego a esa
bestia de metal asesina, la cadena la tenía enrollada a su cuerpo y brazo,
acabando en su muñeca, preparándose de nuevo para atacarme, lo noté en su
sonrisa y su mirada, así que esta vez ataqué yo primera. Estaba harta de
esquivar y que jugara conmigo de esta manera, no quería matarlo pero me lo
estaba suplicando con esa mirada tan amenazante.
Corrí hacia él y me tiré al suelo de culo
justo en el momento que volvía a lanzar la cadena hacia mí, la cuchilla me pasó
por encima de la cabeza, escuché el siseo del acero cortando el aire en mis
oídos y el aire levantar mi cabello siguiendo el rastro de esa navaja. Tomé la
dirección del puente que me dejaban sus piernas abiertas y, justo al pasar por
debajo de su cuerpo le pegué un puñetazo con todas mis fuerzas en sus partes,
el punto débil del hombre, lo oí maldecir y vencerse para delante por el dolor,
me giré rápidamente contemplando su espalda encorvada y le di una patada con
las pocas fuerzas que me quedaban, pero al menos lo mandé volando al otro
extremo del salón.
Traté de incorporarme pero una mano más rápida
me cogió del cuello y me alzó manteniéndome en los aires sin que mis pies
pudieran tocar tierra. De pronto, y como una extraña sacudida, corrió por todo
mi cuerpo un escalofrió que me desarmó, intenté mirar el rostro del dragón que me
tenía cogida del cuello, pero la punta de una espada brillante apuntando directamente
a mi cabeza no me dejó ver más allá. Sin embargo, sentía esa mano alrededor de
mi cuello, su calor que me recorría de una forma extrañamente salvaje y
electrizante, su tacto áspero, su fuerza que la notaba como en caricias en mi
piel, provocando que enroscara los dedos de mis pies por esas vibraciones. Mi
respiración comenzó a alterase e incluso le ofrecí más mi cuello como rogándole
que presionara más su piel contra la mía. Notaba sus dedos acariciar mi
garganta en movimientos sensuales. No entendía que me estaba pasando, mi cuerpo
estaba reaccionando de una forma extraña a este desconocido.
–Basta. –Gritó una
voz grave de hombre al fondo, justo a mi espalda.
Sabía
que se acercaba por detrás de mí, porque notaba sus pasos, los oía al compás de
los latidos de mi corazón que se había alterado frenéticamente al oír esa voz
tan segura, como de realeza, de autoridad.
–Suéltala Romeo.
–Repitió esa voz justo detrás de mí, pero el dragón que me tenía cogida no me
soltó, es más, apretó un poco más su contacto. –Romeo. –Insistió, pero esta vez
su orden se convirtió en un rugido.
Entonces
Romeo me soltó, caí de pie y me tambaleé dando unos pasos hacia atrás, una vez
ya repuesta me atreví a alzar la vista y lo miré.
Mis pulmones se quedaron sin aire, continuaba
con la espada en la mano, pero no me apuntaba a mí, sí no al suelo, observé
cada rincón de su cuerpo disfrutándolo. Era muy alto, un metro noventa por lo
menos, de espalda ancha y cintura estrecha, y aunque llevara traje tapándole
todo el cuerpo, estaba segura de que debajo de esa tela oscura había un cuerpo fibroso,
perfecto, con cada músculo bien definido, la muñeca que sujetaba su espada era
fuerte y se marcaba cada una de sus venas. Continúe subiendo la vista a ese
espectacular espécimen. Tenía el pelo rapado, pero no al cero, sus rasgos eran
muy duros y marcados dándole un toque malévolo y dominante, pero lo que más me
fascinó fue el color de sus ojos, eran turquesa y me miraban de una forma
extraña, me hipnotizaban. Noté un sudor extraño por mi cuerpo, deseaba
acercarme a él y tocarlo, olerlo mejor. Su aroma, un olor delicioso. Era como si
hubieran mezclado todos los mejores perfumes existentes del mundo en una coctelera,
la hubieran meneado con frenesí, mezclando cada aroma inteligentemente y su
resultado era el perfecto, el mejor y el más idóneo para mi olfato, me mareaba
y me provocaba dos cosas a la vez; Primero, una atracción imparable hacia ese
ser y segundo, algo totalmente distinto, terror, un terror que convertía a mi
cabello en escarcha, frío helado recorriendo eróticamente mi piel hasta hacerla
arder de una manera diferente. Una combinación peligrosa y excitante.
Era el hombre perfecto, más guapo y atractivo
que jamás había visto en toda mi vida.
Hice el intento de acercarme a él como un imán,
sin darme cuenta, pero entonces el rompió el hechizo apartándome la mirada y
dejando en la mía un escozor horrible por la necesidad de volver a ver ese
turquesa de nuevo.
–¿Quién eres?–Preguntó
esa voz autoritaria que se había mantenido todo el rato a mí derecha, muy cerca
de mi espalda.
Me giré lentamente cara él y lo miré, mi
corazón se paralizó e incluso creo que la sangre dejó de circularme por un
momento, dejé de respirar como si me doliera hacerlo, sentí frío y calor a la
vez recorrer mis venas y las cinco armas que llevaba a mi alrededor se dejaron
ver, todas apuntándolo a él directamente a la cabeza, las cargué escuchando el
chasquido del hierro preparando la bala para disparar y solté la respiración de
golpe notando el vacío que dejó en mis dolorosos pulmones.
Noté como todos a mi espalda y alrededores
cargaban las suyas propias y me apuntaban con ellas, también vi el brillo de la
espada de Romeo apuntándome de nuevo y esta vez el filo no me asustó, no me importaba.
Si yo moría hoy, Efraín Verona también
vendría conmigo.
Capítulo 5
–Al menos si vas a
matarme, dime quien eres.
Su voz sonó tranquila, sin rastro alguno de
temblor, su cara era neutral, no reflejaba ningún temor teniendo los cañones de
las pistolas tan cerca, estaba muy seguro de sí mismo. Acerqué las pistolas un
poco más a él y Efrain ni se inmutó. Yo en cambio estaba temblando, un sudor frío
me caía por la frente, notaba la sangre en la palma de mis manos de tan fuerte
que tenía los puños cerrados clavándome las uñas en la carne, pero no sentía
dolor, ni siquiera sentía mi pierna herida, en mi cabeza solo estaba él, su
mirada tan parecida a la mía, el mismo rostro que tenía grabado en mi camafeo,
no había cambiado nada en todos estos años.
¿Yo era hija de
este bastardo?, me pregunté mientras lágrimas silenciosas caían de mí.
–Y bien. Sois muy
valiente muchacha en venir hasta aquí y amenazarme, pero me gustaría saber el
nombre de mi asesina.
Silencio, como todo
a mí alrededor. Asesina me llamaba la peor persona con la cual podía haberme
cruzado en toda mi vida, pero continúe callada, con las armas temblando cara él,
como la rabia que salía de cada parte de mi cuerpo y se diluía por mi sangre
haciendo que corriera a gran velocidad por mis venas armándome de valor y arrancándome
la poca fuerza que me quedaba para resistir.
–¡Alaya!
El sonido de esa voz llamándome a mi espalda
me llegó al corazón, sabía quién era, lo reconocía, pero no podía apartar la
mirada de mi padre.
Los
ojos de Efrain se abrieron sorprendidos y su rostro cambió a un rasgo extraño
que no pude reconocer. Abrió la boca para hablar pero la volvió a cerrar, no le
salían las palabras al darse cuenta de quién era yo, mi padre acababa de
reconocerme, sabía que era su hija.
–Ya sabes cómo me
llamo. –Le susurré en un sonido entrecortado que él escuchó perfectamente.
–Bajar las armas
ahora mismo. –Ordenó Epicydes colocándose delante de mí y cogiendo mi rostro
entre sus manos. –Alaya por dios dime que eres tú, que esto no es un sueño. –No
fue una pregunta pero aun así le contesté con la cabeza notando como me
derrumbaba. –Mi pequeña niña, estás viva.
–Epicydes me abrazó con fuerza, un abrazo de cariño y amor. Cuanto lo había echado
de menos, le devolví el abrazo sin aguantar las lágrimas que estaba controlando
y apoyé mi cabeza en su pecho oliéndolo y envolviéndome en un olor tan familiar.
–Epicydes. –Susurré
derrumbándome en sus brazos y dejando caer al suelo las pistolas que todavía
apuntaban a Efrain. Todo a mi alrededor se volvió silencioso, solo estábamos mi
tío y yo, quien me cogió en brazos y depositó un beso en mi frente, me dejé
llevar por él fuera del salón sin importarme para nada lo que pensara la gente
que nos rodeaba, para mí habían dejado de existir.
–Alaya duerme mi pequeña, yo cuidaré de ti. –Susurraba
en mi oído haciéndome sentir mejor y acariciando con su nariz mi mejilla.
Entonces
noté el dolor agudo de mi pierna del cual continuaba saliendo sangre haciendo
que se me viniera todo el cansancio de golpe. La adrenalina causada por ver a
mi padre había camuflado el dolor, pero ahora al sentirme segura en los brazos
de mi tío, lo estaba sintiendo todo y aumentado.
–Epicydes mi pierna,
me duele muchísimo. –Le dije entre susurros, sin aliento.
–Shss, no hables,
tranquila, te la curaré, intenta dormir.
Su voz
era tan suave, me hablaba con tanta ternura que me hacía sentir bien. No paraba
de decirme cosas tranquilizadoras mientras me dejaba en algo suave y muy
blandito. Lo veía todo borroso a mí alrededor, solo distinguía alguna sombra
que otra, pero deduje que estaba encima de una grandísima cama.
–Traerme una bañera
con agua caliente, rápido.
Epicydes dio tal
orden a alguien que había en la habitación, lo oí marcharse y luego como otra
persona corría las cortinas y abría las ventanas haciendo que crujiera la
madera y dejando entrar la brisa de la noche que llegó hasta mí haciendo que mi
cuerpo temblara compulsivamente. Sentí un peso a un lado de la cama que me
cubrió con las sabanas y luego acaricio con delicadeza mi mejilla, era Epicydes,
lo notaba en su aroma.
–Alaya, mi Alaya, estás
conmigo. Te he echado tanto de menos mi niña, pensé que te había perdido para
siempre.
Como si fuera una nana
el sonido de su voz me dejé llevar cerrando los ojos a un profundo sueño de la
paz que tanto me había gustado a su lado.
Me
desperté de un sueño tan extraño como real. En el que aparecía un hombre alto y
muy delgado, pero a la vez fuerte, de espalda ancha y manos grandes, su cabello
era corto y negro como sus ojos, oscuros como la noche y aterradores como el
propio infierno.
Me
trasmitía terror, deseaba huir de él pero su voz diciéndome en susurros que
fuera a él me tenía congelada en el sitio, no podía menear ninguna parte de mi
cuerpo.
El misterioso
hombre caminaba a mi alrededor observándome de arriba abajo mientras me decía
al oído “Alaya ven a mí” “Ven junto a mí”
Era tan real que sentía su aliento caer por mi cuello como si fuera veneno.
Rozó con sus dedos mi brazo en una caricia que hizo que se me helara la sangre
del cuerpo dejándome casi sin respiración, entonces su imagen se fue alejando
como el vapor “Pronto Alaya, muy pronto
vendrás a mí” Y desapareció.
Abrí
los ojos, era de día, aunque las cortinas estaban corridas de nuevo los rayos
del sol se filtraban por una pequeña ranura iluminando tenuemente la instancia.
Vi la bañera al lado de la cama, con el agua roja, que seguramente habrían
utilizado para curarme.
Aunque
tenía los genes de los Dragones y de los Victorianos, mis heridas no
cicatrizaban como las de ellos. Ellos se curaban en segundos yo sin embargo
tardaba horas, excepto cuando me curaban con el agua, podía ser cualquier agua,
solo necesitaba remojar mi cuerpo en ella y que los rayos del sol o la luna
cicatrizaran mis heridas en segundos.
Cuando
el sol o la luna tocaban mi piel bajo el agua, esta hacía que mi cuerpo
brillara, sanando de esa manera cada herida y dándome fuerzas, dándome su
energía vital, haciéndome sentir como nueva. Solo brillaba cuando estaba
agotada o herida, sin fuerzas, pero si no era así, mi cuerpo no brillaba debajo
del agua.
Siempre
me había gustado ver esa imagen de mi cuerpo brillar debajo del agua como una
estrella, pero mi tío no utilizaba ese método acaso que fuera necesario por
tener heridas muy graves o por haber perdido mucha sangre, para que nadie
sospechara de mis dones. Para él mi protección y mantener mi poder en secreto era
lo primero.
Epicydes no averiguó esta forma de curación
por sí solo, mi madre se lo contó el día que me abandonó con él, pero no sé cómo
lo averiguó ella, supongo que tal vez compartiríamos ese don entre las dos.
–Por fin te
despiertas. A ver, déjame ver esa herida. –Dijo Epicydes levantando un lado de
la sabana sin destaparme, se le veía cansado, tenía puesta la misma ropa que
llevaba ayer y seguramente no habría dormido por curarme y haberme velado toda la noche. –Curada. – Me
miró con una sonrisa que hizo que me lanzara a sus brazos, me cogió al vuelo y
me estrechó con fuerza. –Mi estrella, yo también te he echado mucho de menos,
cada día de mi vida.
Me
retiré de sus brazos abruptamente y lo miré aturdida, él tenía el entrecejo
fruncido y había duda en su mirada, como si no comprendiera mi reacción.
–¿Cómo me has
llamado?
–¿Estrella? –Preguntó
sin entender.
–¿Por qué?
–Alaya es un término
cariñoso, siempre he pensado en ti como una estrella por tu forma de brillar
debajo del agua. –Su rostro cambio a preocupación. –¿Qué sucede?
–Quien me despertó me
llamó estrella “despierta mi pequeña estrella” exactamente. –Le describí la
frase tal y como había sonado en mi cabeza. –Sé que tú no fuiste, porque te
hubiera reconocido la voz enseguida, pero es extraño.
–Alaya. –Cortó mis
pensamientos y puso una mano en mi barbilla para alzarla y que lo mirara a la
cara. –Ojala hubiera sido yo el que te despertara, hace ya tiempo que lo
hubiera hecho y desde hace tiempo que hubieras estado a mi lado. Pero ni yo, ni
ningún Dragón que conozco tiene ese poder. Creo que se quienes los tienen,
aunque no sé cómo te descubrieron y dieron contigo pero aun así, se lo
agradezco por devolverte a mí, viva. –Dijo acariciando mi mejilla.
–¿Quiénes son los que
me han despertado? ¿Son los mismos que me encerraron?
–No, luego hablaremos
de los que te encerraron, pero no son los mismos que te despertaron, la magia
no es la misma y tengo mis sospechas de los que fueron.
–¿De quienes sospechas?
–Le pregunté esperando que me diera un nombre.
–El Lado Celestial,
la familia de tu madre, pero no sé quién pudo haber sido. –Claro, no lo había
pensado, ellos sí que tiene esa clase de poder, pero…
–¿Ellos también nos
atacaron y lo arrasaron todo a su alrededor encerrándome a mí en ese
encantamiento del sueño aquella noche?
–No Alaya, tu familia
no sabía ni que existías y aunque se hubieran enterado no te hubieran hecho
daño nunca. Drumon me lo ha contado todo, quien te encerró tiene que ser otra
persona, pero con esa clase de dones.
–¿La bruja Esbeltina?
–Puede, pero hace
muchos años que no se sabe nada de esa bruja, creemos que ella no nos atacó
aquel día. Quien te hizo esto fue con un propósito y hasta que no lo sepamos
estarás en peligro.
–¿Crees que quieren
algo de mí y por eso no me mataron?
–Sí, creo que quien
te hizo el encantamiento necesitaba tiempo para sus planes, en los cuales
entras tú, y te necesita viva, porque si no aquella noche te hubieran matado y
evaporizado como a la manada. Pero si realmente la que ha hecho todo esto es la
bruja o no, no lo sé, solo sé que es muy poderosa.
–¿Quién es ella?
Nunca me habías hablado de esa bruja.
–No sé mucho de ella,
pero has conocido a alguien que vivió muy cerca de ella, él te podrá contar más
que yo. Ahora comerás, te ducharás y cuando estés lista Mateo te acompañará
abajo para que te reúnas con nosotros.
Epicydes se levantó del sillón que había
pegado a la cama, a mi lado, para marcharse, pero lo cogí del brazo parándolo,
mi tío se giró cara mí con una sonrisa de ternura.
–Epicydes no quiero
verlo.
Un rastro de amargor cruzó su rostro borrando
su sonrisa, como si le doliera mi rechazo, como culpabilidad.
–Es tu padre.
–Eso no cambia las
cosas, nunca vino a verme, ni se preocupó por mí, era su bastarda. Una niña no
deseada traída al mundo y olvidada.
–¡Alaya, no digas
eso! –Me gritó callándome. –Él nunca supo nada de tu existencia, tu madre me
hizo jurarle que nunca se lo diría.
–Mientes, Drumon
también me ha contado la misma historia y no me la creo.
–Es cierto, por eso
nunca te hablaba de tus padres, por una promesa que le hice a tu madre. Nunca
le dije a Efrain que habías nacido, ni que vivías conmigo. Se lo prometí a tu
madre y lo he cumplido.
–Hasta el día en que
nos atacaron. –Le dije afirmándoselo pero sin sentimiento.
–Sí, ese día se lo conté
todo y salimos a buscarte, no se paró a pensar si era verdad o mentira, fue
directo a por ti, a por su hija. Pero para cuando llegamos era demasiado tarde,
todo estaba arrasado, todo el mundo había desaparecido incluida tú. Efrain con
muchos de nosotros nos pasamos meses buscándote por cada rincón, nunca perdimos
la esperanza, pero el tiempo pasaba y tú seguías sin aparecer. Los
revolucionarios empezaron a atacar provocando guerras entre los clanes de nuestra
raza y los Victorianos, tuvimos que regresar dejando tu búsqueda por pérdida y
dándote por muerta. –Epicydes se pasó la mano por el pelo y se sentó de nuevo,
pero esta vez en la a cama y mi lado. –Alaya espero que comprendas porque
traicioné a tu madre contándole la verdad sobre ti a tú padre.
–Porque él tenía un
ejército para protegerme. –Concluí yo por él. Su sentido de culpabilidad era
muy evidente en su rostro y me hacía sentir mal.
–Alaya te pido por
favor que le des una oportunidad a tu padre, se la merece más que nadie en este
mundo.
– Lo intentaré, pero
no te prometo nada.
–Me basta con eso.
–Me sonrió y se marchó dejándome sola con un mal estar en el estómago.
Me levanté de la cama enrollándome la sabana
al cuerpo y me asomé por la ventana abriendo solo un poco la cortina, miré el
cielo, dejándome llevar por el silencio en el que me envolvía todo a mi
alrededor, solté la cortina, la cual volvió a caer oscureciendo de nuevo la
habitación y fui al inmenso cuarto de baño con una bañera blanca y reluciente
en el centro, un lavabo a un lado donde habían botes muy bien colocados de
cremas, perfumes y maquillajes de mujer, todo de las mejores marcas y todo para
estrenar.
Alguien en esta casa que me quería mucho se
había preocupado de que no me faltara de nada, tuviera de todo y lo mejor de
cada marca.
–Señorita Verona,
sería mejor que comiera algo antes de bañarse.
Salí de nuevo a la habitación, donde me
habían preparado en una mesita redonda toda clase de manjares que olían de
maravilla.
–Luego le traeré la
ropa que le han comprado. –Me dijo el hombre con pelo canoso.
Era vampiro y muy anciano, lo habrían
convertido, porque los vampiros no envejecían nunca y este era muy mayor.
Supuse que era el mayordomo que mi tío había mencionado, el tal Mateo.
Mateo me observaba con una sonrisa un poco incomoda, me
imaginé que era por mi indumentaria, ya que debajo de la sabana que llevaba
enrollada al cuerpo no había más prendas.
–Gracias. –Le sonreí
y me senté a la mesa.
Comí todo lo que me cabía en el estómago,
llenando mis sentidos de los sabores más exquisitos, estaba tan saciada que
casi no podía ni levantarme de la mesa cuando vacié cada plato. Disfruté de un
baño tan relajante, que casi me duermo, llenando la bañera hasta los topes y
vertiendo todas las sales perfumadas que encontré y estaban a mi mano. Nada más
acabar mi fantástico baño, me enrollé la toalla al cuerpo y salí a la
habitación iluminada por los rayos del sol que abarcaban toda la estancia,
alguien habían corrido las cortinas para dejar entrar la luz del sol y habían
retirado la mesa.
También
habían llenado la cama de ropa y el suelo de zapatos muy bien colocados cara mí.
Me acerqué a la cama para ver mejor la ropa y dos cajitas con lazos en morado
en el centro me llamaron la atención, eran regalos, pensé que eran de Epicydes,
pero cuando cogí una, adiviné que no eran de él, eran de Efrain. En la cajita
más grande había unos pendientes de diamantes que se hacían llamar dormilonas y
en la más pequeña había un anillo de diamantes a conjunto con una piedra lapislázuli
en el centro y mi nombre y apellido grabado en el interior. Dejé los regalos
sin abrir encima de la cama, justo en el mismo lugar de donde los había cogido.
Lo iba
a respetar, porque mi tío me lo había pedido y porque necesitaba a Efrain para
que me ayudara a encontrar quienes me habían hecho esto, pero no podía borrar
en un día todo el rencor que había nacido en mi interior y el odio que sentía de
tantos años hacia él. Aunque él no supiera nada de mi existencia los sentimientos
que habían crecido conmigo no podían desaparecer tan fácilmente, necesitaba
tiempo y si él me lo daba tal vez podría darle la oportunidad de empezar de
nuevo. No tenía nada que perdonarle, él también había salido perjudicado al
negarle el verme crecer, el criarme e incluso el darme algo de su amor. Tal vez
estaba siendo egoísta al no mirarlo desde su punto de vista y solo del mío.
¡No!
Me grité yo misma. No podía ser tan débil, no
lo conocía, no sabía quién era y no podía permitirme el lujo de que creyera que
era tan fácil de conquistar con unos simples regalos, no podía demostrarles que
era tan débil, no sabía si podía confiar en ellos todavía, solo necesitaba
tiempo.
Me levanté
quitándome la toalla y tirándola a un lado, me puse unos vaqueros descoloridos,
una camiseta blanca y me hice una trenza dejando que las greñas se me cayeran a
la cara, ya que no llegaban a recogerse. Respiré profundamente, cogí fuerzas y
salí fuera de la habitación.
Justo delante de la
puerta estaba Mateo mirándome con una sonrisa, lo acompañaban dos guardias
postrados a cada lado de él, rectos y con los brazos a la espalda mirando al
frente. Supongo que vigilando para que nadie entrara o yo no me escapara.
–¿Lista, señorita
Verona? – Preguntó Mateo con mucho cariño, yo le dije que si con la cabeza.
–Muy bien, entonces sígame por favor, su tío la espera.
Mateo
se giró y caminó hasta llegar a unas escaleras de caracol enormes y preciosas,
estaban iluminadas por una grandísima lámpara de araña que caía casi hasta el
suelo, no podía apartar la mirada de su espléndida belleza. Bajé el último
escalón de la escalera y nos metimos en un pasillo con las paredes de papel en
rojo fuerte, que para nada tenían que ver con la escalera que acabábamos de
pasar y para acentuarlo más, cuanto más avanzábamos las paredes se tornaban más
oscuras hasta acabarse en negras. No sé por cuantos pasillos habíamos pasado
ya, pero toda la casa parecía un maldito laberinto, alguna vez nos cruzábamos
con algún salón atestado de gente que al vernos se callaba y nos observaban
atentamente. Estaba claro que era por mí, aún olía como a una humana y a ellos
no les haría mucha gracia que me estuviera paseando por su terreno.
Parecía que esto no se fuera a terminar
nunca, desde luego que salir de allí no sería nada fácil. De pronto, uno de
tantos pasillos que traspasábamos, escuché una risa de mujer que hizo que los
pelos se me pusieran de punta, la risa salía de una habitación que tenía las
puertas abiertas. Al pasar justo por delante miré hacia su interior, habían dos
hombres y una mujer, los hombres eran Dragones y la mujer una vampira muy
antigua. Era espectacularmente hermosa y muy atractiva, alta, de piernas largas
y definidas, de pelo corto y rubio platino y vestía un vestido elegante de
satén rojo que le caía hasta las rodillas, totalmente ceñido a su cuerpo. Algo
que le dijo uno de los hombres que la acompañaban la hizo reír de nuevo, provocándome
otro estremecimiento, entonces ella me miró y su sonrisa se borró, esos ojos
azules se clavaron en mí como dos cuchillas afiladas, sentí como una amenaza en
esa mirada recorriéndome entera.
Esa mujer ¿me miraba con odio o era mi
impresión?
–Señorita Verona es
por aquí, casi hemos llegado.
Me giré cara Mateo que me miraba un poco
preocupado, no me había dado cuenta de que me había quedado parada y emparrada
en medio del pasillo.
–¿Se encuentra bien?
–Si perdona Mateo,
continuemos. –Le dije forzando una de mis mejores sonrisas para que no notara
el nerviosismo que me había provocado esa mujer.
Cruzamos el último pasillo, dejando atrás los
colores fúnebres que nos habían acompañado todo el camino y entramos a un salón
muy iluminado con sofás en color crema rodeando la sala desierta y silenciosa.
Llegamos a unas puertas grandes y doradas. Mateo dio unos golpecitos a la
puerta, la abrió y me ofreció que entrara. En el momento que las puertas se
abrieron ante mí, sentí un cosquilleo en mi espina dorsal y un aroma que tenía
grabado en la memoria, sabía quién me provocaba esa sensación, sabia de quién
era ese aroma que podía llegar a cortarme la respiración y acelerarme el
corazón a mil por hora.
Entré en la
estancia y miré a mí alrededor. Como imaginaba, no solo mi tío Epicydes me
esperaba.
Capítulo 6
Estaba un poco aturdida por el maldito
cosquilleo que me recorría el cuerpo entero y no me dejaba pensar, me
obnubilaba la mente. Miré a mí alrededor, observándolos uno a uno, estaban de
pie mirándome con expresiones distintas en sus rostros. Con esos cuerpos tan
grandes, hacían que la sala fuera más pequeña, yo me sentía como una hormiga
entre leones, no es que fuera muy pequeña, mido un metro setenta y cinco, pero
en comparación con ellos, con esas espaldas anchas, músculos por todas partes,
casi dos metros de altura y toda la testosterona que se palpaba en el ambiente,
me hacían sentirme insignificante e indefensa, sentía que con un simple soplido
me enterrarían bajo tierra.
Epicydes debió de ver mi cara o sentir mi
miedo, porque se acercó a mí y me cogió del brazo con ternura para
tranquilizarme.
–Alaya, te presentaré.
–Dijo sonriéndome. –Él es Chilo Xan. –Dijo señalando al koreano con el cual
había peleado antes y me había herido en el muslo.
Chilo
me saludó con la cabeza, sin expresar ninguna emoción en su cara. Era muy
atractivo, llevaba unos tejanos con una camisa azul marino, junto con un
chaleco negro, que resaltaba cada parte de su cuerpo. Pero lo que más me
sorprendió es que la cadena con las dos cuchillas a cada extremo que había
utilizado antes conmigo, la llevaba enrollada alrededor del brazo y bajando por
su muñeca haciendo que la navaja bailara en el aire de un lado a otro muy
lentamente.
–Este es Romeo
Balsateri.
Balsateri, un apellido extranjero muy antiguo,
pensé observándolo muy detenidamente. No me había equivocado con él, era
guapísimo, con un increíble atractivo y una mirada intensa, cada fibra de mi
cuerpo deseó acercarse más a él. Me saludó con apenas un movimiento visible de
cabeza, casi no me di cuenta, me sentía irremediablemente atraída a él.
–Alaya, y tu padre,
Efrain Verona. –Me sobresalté al sentir el apretón de Epicydes sobre mi brazo,
miré su rostro y me suplicaba con la mirada.
Giré
mi cuerpo hacia Efrain que avanzaba hacia mí, yo no retrocedí, no le temía,
pero percibí cierta duda en su rostro, se paró justo delante de mí, levantó los
brazos haciendo el intento de tocarme, pero los volvió a bajar sin rozarme, y
todo ello sin dejar de mirarme en ningún momento.
–Bienvenida a tu
hogar, Alaya. –Fue lo único que me dijo y con una sonrisa un poco triste.
Cuando lo vi ayer, hubiera pensado de él que
era muy elegante, pero hoy llevaba la misma ropa que ayer, arrugada y con las mangas
de la camisa arremangadas, tampoco tenía puesta la corbata roja que ayer
llevaba en un perfecto nudo. Era guapo y atractivo, pero se notaba en su rostro
cierto cansancio, era alto y fuerte, su cabello de color castaño lo tenía largo
por los hombros, del mismo tono que el mío y lo llevaba recogido en una tira de
piel negra.
Aparentaba la misma edad que mi tío, unos
treinta cinco o treinta seis años, y aunque se parecieran mucho físicamente,
tenían cosas diferentes. Epicydes tenía el pelo castaño claco y los ojos color
miel, era fuerte y alto como Efrain, también era guapo como él, pero mi tío
desprendía tranquilidad y bondad, menos en la lucha, que era como un león
salvaje destrozando a su presa sin piedad. Mi padre desprendía autoridad,
seguridad y sobre todo temor para aquel que se dejara llevar por su mirada
asesina, como me pasó a mí en la fiesta. Efrain en la lucha seria implacable y
atroz, el propio Lucifer lo temería en una lucha cara a cara.
–Alaya, siéntate,
tenemos que hablar.
Me senté en el sofá que mi tío me ofreció y él
se sentó a mi lado, acarició mi espalda para que me relajara y funcionó, solo
que unos segundos.
Chilo y Romeo se sentaron a la derecha del salón, en un sofá que
ocuparon ellos dos solos y mi padre se apoyó en la mesa escritorio de mármol
blanco, cruzó los brazos a la altura de su pecho y mantuvo las piernas rectas.
Miré a Romeo, pero él me retiró la vista nada más se dio cuenta que lo miraba,
un reflejo me hizo girar la vista a su lado. Chilo jugaba con un trozo de
cadena que había dejado suelta, haciendo rodar en círculos la cuchilla mientras
me miraba fijamente. Me puso nerviosa, parecía como si me estuviera amenazando
con ella, así que, justo en el momento que la cuchilla rodó hacia mí, la hice
invisible y la coloqué en la cara de Chilo con la cuchilla apuntando
directamente a su ojo, después se la mostré. Cuando la vio, se sobresaltó
echándose hacia atrás e intentó apartarla tirando de la cadena, pero no
consiguió moverla. Cuando paralizo cualquier cosa con la mente, nadie consigue
moverla hasta que yo le quito el embrujo de encima.
–¡Alaya
basta! Chilo esconde eso o yo mismo te lo arrebataré.
La voz de Epicydes
salió estrepitosa mientras miraba fijamente a Chilo, el Koreano miró a Efrain
como esperando la orden mientras continuaba estirando de la cadena con fuerza,
yo no vi el gesto que Efrain le ordenaba, pero Chilo me miro a mí y señaló la
cuchilla con la cabeza, no hacía falta que me lo pidiera, el gesto lo decía
todo. La dejé caer y el desenrolló la cadena de su muñeca y la enrolló de nuevo,
solo que esta vez por debajo del chaleco y alrededor de su cintura,
quitándomela totalmente de la vista.
–¿Contenta?
–Preguntó.
–Sí, gracias.
–De nada. –Su voz
sonó graciosa y su mirada era más blanda. Después de todo no era tan malo como
aparentaba.
–Está bien. Alaya,
Drumon nos contó todo lo que le constates a él, pero para que no haya ningún
cabo suelto, quiero que me lo vuelvas a contar todo de nuevo, ¿de acuerdo?
Miré a
Efrain y accedí con la cabeza, comencé a relatar todo lo ocurrido desde el
principio, que fue el ataque de la mañana donde Epicydes estaba, hasta llegar
hasta ellos aquí, sin dejarme ningún detalle, ni de mi poder, ni de todo lo que
me había sucedido.
–¿Y dices que cinco
vampiros estuvieron a punto de matarte con balas de titanio? –Me preguntó
Efrain con un rostro aparentemente sorprendido, yo le dije que si con la
cabeza. –Eso cambia las cosas.
–¿A qué te refieres?
–Le pregunté.
–Desde que naciste a
este siglo las cosa han cambiado mucho, ¿Te han hablado de los revolucionarios?
–Sí, Drumon me ha
contado algo sobre ellos.
–Bien. Estos
revolucionarios ahora se hacen llamar Narcisos, se diferencian de nosotros por
una marca que llevan tatuada en el cuerpo. Es una flor roja con una espada
clavada justo en el centro, cada uno de ellos la lleva de un tamaño y en un
lugar diferente, pero en algunos casos a la vista, les gusta presumir que
pertenecen a esta secta, si se puede llamar así. Desde hace años los Narcisos
siguen a un líder, pero no sabemos quién es él, solo que es un hombre.
–¿Y qué tiene que ver
eso con lo que me sucedió? –Pregunté de nuevo porque no tenía ni idea de a
donde quería llegar Efrain.
Efrain agachó la vista al suelo y descruzó
los brazos para apoyar las manos en la mesa, después me miró a mí de nuevo y
continuó.
–Alaya los que os
atacaron por la mañana eran revolucionarios, de los primeros y actuaron sin
ningún orden, cometiendo muchos errores, al contrario del ataque de la noche,
que fue más calculado y limpio, pensábamos que era alguien antiguo, un
emperador Victoriano o un rey Dragón con poder suficiente como para arrasar y
haceros desaparecer a todos. Pero nos pasamos años intentando averiguar algo,
torturando a Narcisos que cazábamos vivos, pero no averiguamos nada. –Efrain
cogió aire y se pasó la mano por el pelo, apartándose unas greñas morenas que
le habían caído a la cara.– Ahora el encantamiento del sueño y que cinco
vampiros te custodiaran e intentaran matarte, cambia nuestra teoría. –Paró de
nuevo y miró a Epicydes, yo también lo miré, necesitaba que continuaran con la
historia, estaba a punto de descubrir algo.
–¿A qué conclusión
habéis llegado? –Pregunté mirando tanto a Epicydes como a Efrain.
–Que el ataque de la
mañana no fue accidental. Que alguien sabia de tu existencia y quería averiguar
que tú estabas allí, utilizando a los revolucionarios como cebo…
–Y al desprender mi
poder lo supieron. –Dije acabando la frase de Efrain, la cual él afirmó con un
gesto de cabeza.
–Sí, destrozando de
esa manera nuestra teoría de que los Narcisos iban por libre y que eran de los
primeros, nos equivocamos, los Narcisos ya seguían a un líder y esa noche su
líder fue con más Narcisos, te cogieron, te encerraron para que nunca te
encontráramos, matando tu aroma y después destruyeron, asesinaron y masacraron
cualquier prueba que les pudiera involucrar y sobre todo para que te diéramos
por muerta, para que dejáramos de buscarte porque tenían algo planeado para ti,
porque si no, aquella noche te hubieran matado y hubieran dejado a la vista de todos
nosotros tu cuerpo.
Hubo
silencio a mí alrededor, me sentía mareada, comenzaba a entender algunas cosas,
pero seguía teniendo las mismas preguntas.
–¿Quién fue el líder?
–No lo sabemos, pero
una cosa esta clara, la que te hizo el encantamiento fue la bruja Esbeltina,
estoy seguro de ello, es la única con esa clase de poder, pero ella no es el
líder.
–El líder es un
hombre. –Afirmó Epicydes
–¿Estáis seguros de
eso? –Pregunté yo, era extraño.
–Si muy seguros, los
hombres nunca han confiado en una mujer y por otro lado, esa bruja tiene otra
vida, se esconde, es difícil encontrarla y no tiene nuestros linajes, ni el de
los Victorianos. Estamos seguros que el líder es un hombre. –Me aclaró Epicydes
con convicción.
–Vale, ¿Pero quién es
la bruja Esbeltina? –Pregunté con ansia a mi tío.
Epicydes
miró a Chilo, yo me giré y también lo miré, ¿Sería él?, me pregunté, ¿Sería
el que mi tío me dijo que conocía a
Esbeltina? Me volví a girar cara mi tío y justo en el momento que se lo iba
a preguntar Chilo me calló empezando hablar.
–Esbeltina es la
única bruja autentica del mundo, nació de humanos y se crio entre ellos, no
tiene descendencia y no puede tenerla. En su niñez tenía un don, pero no lo
usaba mucho porque sus padres le pegaban palizas cada vez que la veían
practicarlo. Un día cuando fue mayor, el párroco del pueblo la vio usando su
don y la acusaron de brujería. La pasearon por todo el pueblo mientras sus
habitantes la apedreaban, la torturaban sin piedad, luego la colgaron a una
cruz y la quemaron viva con tan solo once años de vida. Pero no murió. –Chilo
se incorporó en el asiento echándose para delante y mirándome fijamente. –El mismo
diablo la resucitó, la sanó de todas las quemaduras y heridas que había sufrido
y duplicó todos sus poderes, le dio la juventud eterna y las mejores riquezas,
pero también una maldad inmensa, tal fue su maldad que la venganza contra su
pueblo fue horrible. Fue devolviéndoles todo el dolor que a ella le habían
provocado y dejando para lo último a sus padres, donde los torturó y los clavó
vivos a unas cruces de madera para que los cuervos se los comieran. –Chilo
calló y apretó los puños, la historia comenzaba a asustarme, pero intenté que
no se reflejara en mi rostro. –Ahora sigue siendo fuerte, poderosa y una fiel
aliada de los Narcisos, pero imposible de encontrar y aquel que se cruza con
ella no sobrevive para poder contarlo.
–Menos tú. –Afirmé en
susurros para mí mirándolo, él me miró y vi en su mirada odio, pero no hacia
mí, su odio era hacia otra persona.
–Esa es otra historia
y no te interesa en absoluto. –Dicho eso se apoyó en el sofá y no me hizo más
caso.
–Está bien, pues
necesito encontrar a esa bruja y averiguar que quieren de mí.
–¡No! –Gritó Efrain
levantándose de golpe. –No podemos servirte en bandeja a ellos, esa mujer es
peligrosa y aún no sabemos quién te hizo esto o quien te despertó.
–Sabéis quien me
despertó.
–Solo es una teoría
Alaya, no lo sabemos con seguridad. –Agregó Epicydes.
–Pero si fue alguien
de mi familia, ellos no me harán nada y lo sabéis.
–Realmente no sabemos
nada seguro, así que no daremos nada por sentado.
–No pienso mantenerme
al margen. ¡No pienso cruzarme de brazos pudiendo ayudar! –Grité harta de este
juego de convicción.
–¡No vamos arriesgar
tu vida, tú no das las órdenes aquí! –Gritó Efrain tenso.
Esto se estaba
animando.
–¿Y qué propones? Que
me quede encerrada el resto de mi vida, esperando que me encuentren y que esta
vez me maten. No gracias, esta vez yo iré a por ellos. –Dije yo levantándome
también del sofá y enfrentándome a Efrain, aunque sería inútil, Romeo y Chilo
se levantaron enseguida preparados para atacar.
–Alaya tranquilízate,
tenemos un plan para averiguarlo sin que nos enfrentemos directamente a
Esbeltina. –La voz de Epicydes era acogedora y más, cuando me tomó de los
brazos para apretarlos con suavidad y conseguir tranquilizarme. Aunque no era
algo muy fácil tal y como estaban las cosas.
–De todas maneras es
difícil llegar hasta ella, llevamos años luchando y torturando a Narcisos para
que nos digan su paradero o quién es su líder y no hemos conseguido nada, ni
siquiera acercarnos a sus súbditos más antiguos. Esa mujer aparece y desaparece
como el humo y sin dejar rastro. –Participó esta vez Chilo estudiando cada uno
de mis movimientos e incluso parecía nervioso.
–Pues yo os ayudaré a
encontrarla. –Concluí con decisión clavando una mirada directa en Efrain.
Efrain debió notar mi seguridad, porque miró
a Epicydes y este me soltó de los hombros y volvió a sentarse en el sofá, lo
miré y parecía preocupado, como derrotado, era extraña esa reacción, su cara
había cambiado, ni siquiera me miraba, tenía la vista fija en el suelo, no
entendía porque se comportaba de esa manera, parecía que temiera de algo.
Intuyendo
un mal presentimiento me acerqué a él para ver que le pasaba y poder aliviar la
pena que sentía, pero me paralicé al sentir una vibración por mi cuerpo, era
como si una presencia se hubiera metido en mi cuerpo y me arrastrara.
<<Alaya
ven a mí>>
Lo oí
tan claro en mi cabeza que parecía real, comencé a ver borroso y sentí que la
habitación daba vueltas a mi alrededor mareándome, alargué mi brazo para
intentar apoyarme en el sofá, pero me asusté al verlo desaparecer y volver a aparecer,
como si intentara hacerse invisible pero no podía, el problema era que yo no
estaba haciendo nada para provocar este poder, no salía de mí.
<<Alaya, pronto estaremos juntos>>
Esa voz me sonaba, ya la había oído antes, el
chirrido de esa voz llamándome de nuevo me provocó un dolor horrible en la
cabeza, como un dolor punzante que me hizo jadear y gritar, cerré los ojos
intentando aliviar ese dolor y se fue igual que vino. Noté unos brazos alrededor
de mi cuerpo y escuchaba voces de fondo, abrí los ojos y mi tío me miraba
preocupado delante de mí, veía bien, la nubosidad se había marchado junto con
el mareo. Respiré tranquilamente y entonces me di cuenta de quién era el que me
tenía fuertemente cogida, era Efrain, notaba su colonia, su aliento caer por mi
hombro, el calor de su cuerpo calentar mi espalda y el latido de su corazón
unirse al mío, que por extraño que parecía me relajaba.
–Alaya, ¿Qué ha
sucedido? ¿Lo has hecho tú? –Me preguntó mi tío.
–No. Creo que ya se
han enterado de que estoy despierta.
El
cuerpo que tenía a mi espalda se tensó y apretó su abrazo, provocándome un
temblor de terror por todo el cuerpo.
–Hay que empezar de
inmediato con el plan Epicydes. Preparar vuestras cosas, en dos horas salimos.
–Dijo Efrain mientras me dejaba en el sofá con mucho cuidado y se marchaba con
Romeo y Chilo dando órdenes.
–Alaya voy a preparar
tu equipaje, sé que quieres averiguar lo que sucedió, yo también, pero me gustaría
que nos obedecieras y no arriesgaras tu vida, no quiero que te pase nada, no
puedo volver a perderte de nuevo.
–Lo sé tío y no
pienso ponerme en peligro, pero estoy harta de ser la débil, soy fuerte, más de
lo que os podéis imaginar y tengo nuevos poderes que no me agotan como antes, y
se luchar.
–Sí, ya me han
contado. –Dijo con una gran sonrisa. –¿De dónde lo has aprendido?
–Lo que veía de la
manada cuando entrenaba, de ti y unos nuevos conocimientos modernos de unos libros que habían en casa de Drumon,
y además de eso ya conoces mis poderes.
–No todos, me
contaron lo que hiciste en la fiesta, luego hablaremos de ello. –Dijo orgulloso
mientras acariciaba una de mis mejillas. –Por cierto, hay unas personas que
quieren verte.
Abracé a Kira nada más verla, sintiendo una
alegría enorme en el corazón, no sabía que les había sucedido después de que
los gorilas se los llevaran, con todos los acontecimientos pasados ni me
acordaba de ellos y me sentí mal por haberlos olvidado de esa manera.
–Siento lo de tu
vestido Kira, te prometo que te compraré uno. Y siento también haberos metido
en este lio, ¿Drumon no se molestaría mucho con vosotros?
–Tranquila, mi abuelo
no se enfadó mucho, más bien con Mikael, ya que les pegó una buena paliza a los
de seguridad, fue increíble, nunca lo había visto de esa manera, los dejó
bastante doloridos y casi sin recibir ningún golpe. –Decía riéndose mientras se
colocaba unas greñas detrás de la oreja. –Bueno, solo tengo unos minutos para
despedirme, espero que cuando todo esto acabe vengas a visitarme.
–Claro os debo mucho,
sin vosotros nunca hubiera llegado hasta aquí. –Kira volvió a abrazarme e
incluso la oí suspirar contra mi hombro. Me estaban entrando ganas de llorar,
era mi primera amiga en toda mi vida, la única que no me miraba diferente y
admiraba lo poco que tenía.
–Vamos Kira,
despídete ya, nos tenemos que ir.– Dijo Drumon acercándose por detrás y
cogiéndome para darme el último abrazo. –Ten cuidado. Espero que esto se acabe
pronto, aunque las guerras nunca terminaran, siempre habrá otro líder dispuesto
a llevar a otro ejército y acabar con la vida que nos rodea.
Drumon tenía razón, esto nunca terminaría,
pero intentaría esquivar las guerras hasta que una se me cruzase por el camino,
entonces tendría claro que lucharía por mi vida.
–Abuelo, pero
teniendo a gente como tú y nuestros reyes, siempre habrá alguien que luche por
nosotros. –Le dijo Kira con una sonrisa.
–¿Y Mikael? Me
gustaría despedirme de él también. –Dije mirando a mí alrededor buscándolo.
–Mikael se quedará
contigo, os acompañará, ha insistido en permanecer a tu lado y como yo te traje
aquí, Epicydes se encargará de él, me lo ha prometido. Y ahora ven aquí que te
de un beso, pequeña.
Me lo dijo con tanto cariño que no pude
negarme, le devolví el beso y el último abrazo, dándole el mismo cariño que él
me daba. Drumon se retiró de nosotras y se marchó dejándonos solas a Kira y a mí.
Me giré hacia Kira y tenía una sonrisa muy picara.
–¿Qué te pasa?
Deberías estar triste. –Le dije arqueando las cejas, extrañada.
–Sí, me apena que te
marches y también Mikael, por supuesto. Pero me hace gracia todo esto.
–¿El qué? Dímelo, así
yo también me rio contigo.
–Tienes a mi hermano
loquito por ti, se le cae la baba cada vez que te mira, si llegaras a ver las
caras que pone cada vez que te mira el trasero es…
–¡Kira calla! No
quiero saber nada más, tu hermano no me interesa.
–¿Cómo estas tan
segura si no me conoces? –Me di la vuelta del susto, menuda pillada nos acababa
de hacer. Mikael estaba apoyado de lado en el marco de la puerta, con los
brazos cruzados, serio y arqueando una ceja. –¿Ni siquiera das la oportunidad
de conocer a las personas? – Ladeó un poco la cabeza, esperando que contestara
y sonrió, pero de una manera diferente, se estaba haciendo el interesante
conmigo. –Por lo visto te he dejado muda, yo diría que te impresionado algo.
Sabes, deberías conocerme antes de juzgarme, te sorprenderías de mí y te
acabaría gustando lo que ves, estoy seguro de ello. Tendrás que reconocer que
soy todo un seductor, nena.
Se lo tenía
demasiado creído. Sí, era guapo y sexi, pero en mi cabeza había otro hombre de
ojos turquesa, que no podía quitarme de la cabeza, me atacaba cada vez que
cerraba los ojos, no podía dejar de pensar en él. Esto no era bueno, nada bueno
ya que no lo conocía y tan solo lo había visto dos veces.
Me acerqué a Mikael, con una sonrisa
seductora en mis labios, le coloqué un dedo en el pecho y lo moví en círculos,
muy coqueta mientras lo miraba a los ojos.
–Mikael, vamos a
llevarnos bien y a distancia. Somos amigos y me caes bien, por ese motivo no me
gustaría utilizar mi poder contigo y hacerte daño. Así que, nos tendremos que
respetar si vamos a estar juntos en todo momento. ¿Está claro?
–¡Joder nena! Sabes
que estás muy sexi cuando te pones tan seria, me has puesto a mil.
–Mikael. –Le dije
entre dientes
–Sí, de acuerdo, pero
luego no me vengas llorando porque necesites mi cuerpo para desfogarte, porque
tendrás que suplicarme tú esta vez. –Se dio media vuelta y se alejó por el
pasillo a paso firme.
–No, tranquilo, no
creo que me hagas mucha falta y no te molestes en repetírmelo. –Le dije
chillándole a su espalda, pero creo que mis palabras pasaron de largo, porque
ni se inmutó.
–No te preocupes por él,
superara tus calabazas. –Me dijo Kira riéndose. –Solo te pido que no le hagas
mucho daño, es muy sentimental.
–Haré lo que pueda,
intentaré cuidarlo para que no le rompan mucho el corazón.
–Lo sé, – Me sonrió.
–Sé que cuidaras de él.
No le
contesté. Mikael no estaba enamorado de mí, era solo la novedad para él, la
chica nueva con poderes que aparece de la nada, un mito, supongo. Además,
Mikael era un chico joven y guapo y con gran sentido del humor, pronto
encontraría a una mujer a la que pudiera seducir con su encantadora mirada de
hombre serio. Sonreí recordándolo y abracé a Kira de nuevo, la iba a echar
mucho de menos, pero cuando todo esto terminara iría a verla y pasaría mucho
tiempo con ella e incluso me encantaría viajar con ella y sobre todo tenía que
devolverle el vestido que Chilo le había roto.
Cuando
todo esto tocara a su fin, no sé dónde iría, ni que haría con mi vida, pero ya
tendría tiempo de pensarlo, algo tenia seguro, quería vivir los mil años que me
habían robado y ser feliz en este nuevo mundo, en esta era.
Capítulo 7
Me encontraba sentada en el espectacular y
elegante jet privado de Efrain, era increíble lo rico que era, me había comprado
toda la ropa y cosas que necesita una mujer en tan solo un día preocupándose
por el mínimo detalle, pero no me extrañaba el dinero que tenía, era rey y
había vivido muchos siglos aumentando su fortuna, convirtiéndose en un
multimillonario.
El avión tenía de todo, alfombras persas
suaves y en un color rojo intenso, sillones de piel en negro, amplios y muy cómodos,
neveras con comida en abundancia y toda clase de licores. Al final del jet
había una instancia con una cama enorme donde poder descansar. Las luces eran
muy claras, donde podías ver cualquier mancha o defecto, en cuyo avión no había
ni uno solo, estaba todo pulcramente limpio y aseado. No hacía ni un solo
ruido, ni siquiera parecía que se moviera, para asegurarte de que estabas
volando tenías que asomarte por la ventana y comprobar que de esa manera
estabas en el aire rodeada de nubes blancas y un cielo azul muy claro.
Mi tío estaba a un lado del sofá de tres
plazas que yo ocupaba, leyendo muy interesado un periódico. Yo en el centro y
Mikael estaba al otro lado del mismo sofá, despatarrado durmiendo, me hizo
gracia su tranquilidad, al menos no roncaba, pensé con satisfacción. La gorra
se la había colocado tapándose la cara para que las luces no le estorbaran. Mi
padre estaba sentado justo delante de mí, en un sofá similar de tres plazas,
con una copa en la mano y observándome, me miraba con un brillo especial en
esos ojos del mismo color que los míos, ¿sería admiración lo que reflejaba su
mirada? No lo sé, porque enseguida retiré la mirada para observar a mi
izquierda, donde se encontraba Romeo sentado, en un sillón de una plaza. Vestía
un suéter de cachemira morado oscuro, que le marcaba su espalda ancha y sus
bíceps lineados, nada más mire esos ojos color turquesa, él me retiró la mirada.
Ese hombre era un enigma para mí, me provocaba
unas sensaciones en mi cuerpo que nunca antes había sentido por nadie, me tenía
embrujada, hechizada, deseosa de tocarlo, sentir esos músculos bajo mis manos,
por muchos hombres que había visto en mi vida, nunca ninguno había despertado
este desespero en mí, esta necesidad de desear algo, ¿sería deseo? No lo sé, no
conocía ese sentimiento, había leído sobre él y mis síntomas parecían acercarse
peligrosamente a esa definición.
Pero
era extraño, no lo conocía, nunca en mi vida lo había visto, anoche era la
primera vez que veía a Romeo y sin embargo, todo mi cuerpo reaccionaba a su
presencia, me recorrían escalofríos cálidos que hacían que toda mi piel se
pusiera de gallina. No sé lo que me sucedía, pero tenía que quitármelo de la
cabeza, esto no era bueno, ese hombre no era para mí.
Aunque me costó
muchísimo apartar la mirada de ese cuerpo poderoso lo conseguí y seguí con mi
reconocimiento hasta cruzarme con los ojos fijos en mí de Chilo, el cual estaba
sentado delante de Romeo en un mismo sillón que él. Al contrario que Romeo este
no me retiró la mirada, es más, me dedicó una sonrisa radiante, no me lo
esperaba y forcé una sonrisa apartando la vista enseguida de esos ojos que me
estaban poniendo nerviosa.
Epicydes se levantó y comenzó a rebuscar en
la maleta, mientras Efrain se levantó también y avanzó hacia mí para aprovechar
el sitio vacío y sentarse a mi lado, donde había estado sentado mi tío.
–Esto es tuyo. –Me
dejó en la mano algo dorado, lo miré bien, era mi camafeo, el único recuerdo
que me dejó mi madre. –Lo he estado guardando todo este tiempo.
Tantas
cosas habían pasado que ni siquiera me había dado cuenta que no llevaba el
camafeo colgando de mi cuello como siempre.
–Donde lo…
–Yo lo encontré Alaya
–Dijo Epicydes. –Te lo tuvieron que arrancar del cuello la noche que se te
llevaron porque la cadena estaba rota, la arreglé y se la entregué a tu padre
para que la guardara.
Traté de sonreírle, pero un dolor horrible y
punzante vino a mí doblándome en dos, comencé a chillar desesperada, la cabeza
me iba a explotar, un pitido agudo no me dejaba oír nada a mi alrededor, era
como si me golpearan la cabeza con un enorme mazo, de pronto sentí aire por mi
cuerpo azotarme fuertemente, abrí los ojos y me encontré cayendo en picado a
tierra a gran velocidad, como si me hubieran tirado del avión, volví a sentir
ese maldito pinchazo en la cabeza, duplicando mi dolor.
<<Alaya ven a mí>>
Otra vez esa voz, llamándome de nuevo, por
fin la reconocía, era la voz del hombre con el cual había soñado, el oscuro ser
que me había helado la sangre. Cerré los ojos, estaba a punto de estamparme
contra el suelo, pero noté una frenada y luego que caía en agua, salí a la
superficie gritando histérica, mirando de donde me podía apoyar y me di cuenta
que tocaba tierra con los pies. Miré a mí alrededor, estaba en una piscina
privada, rodeada de tres hombres boquiabiertos, yo también estaba alucinada, no
se me ocurrió otra cosa más que sonreír.
–¿De dónde has
salido? –Dijo uno de ellos.
–Ha caído del cielo,
¿Es que no la habéis visto? Es un ángel. –Decía otro.
No me
dio tiempo a contestar nada, algo me arrastró de nuevo, pero esta vez más suave
sin dolor, haciéndome desaparecer de la piscina, para aparecer de nuevo en el
avión justo delante de Romeo, a escasos centímetros de su cuerpo, este del
susto se echó para atrás enseguida y me miró alucinado. Noté caliente mi mano
derecha y la miré, tenía el puño cerrado pero lo que tenía dentro brillaba, escapándose
las luces por las aberturas de mis dedos, los abrí y contemplé lo que tenía en
la palma de la mano, era el camafeo el que brillaba y el que desprendía tanto
poder por mi brazo.
–Alaya ¿Por qué
demonios has hecho eso? –Dijo Epicydes dándome la vuelta para que lo mirara, su
cara reflejaba rabia y sorpresa. –¿Por qué quieres huir de nosotros?
–Yo no he sido. –Le
dije estupefacta.
–¿No? Entonces como
demonios explicas el poder que estas desprendiendo.
Permití a mi vista mirar a mi alrededor, a
cada uno de ellos que me observaban intentando entender que sucedía, pero como
iba a explicar algo que ni yo misma entendía, yo no había hecho nada por salir
volando del avión y estamparme contra el suelo, por lo tanto, alguien lo había
hecho por mí y ese alguien había sido el de mi sueño, si acaso existía, porque
eso no lo sabía ni yo. Luego la vuelta, tampoco había sido obra mía, mire el
camafeo, y su poder comenzaba a desaparecer.
¡Claro!
El camafeo me había
devuelto al avión, por fin entendía lo que pasaba y me giré cara Efrain para
poder explicarlo.
–Cuándo me vislumbre
en el despacho esta tarde ¿tenías el camafeo contigo?
–No has contestado a
la pregunta de Epicydes. –Me dijo él un poco decepcionado.
–¿Sí o no lo tenías?
–Insistí pero nada, de su boca no salía ninguna palabra. –Por favor. –Le dije
con una súplica y funcionó, su rostro cambio.
–Sí, lo tenía en el
bolsillo y ahora contesta tú a la pregunta.
Le contesté, pero mirando a Efrain a los
ojos, tenía que aprovechar esa oportunidad, ya que parecía que era el único que
me miraba con ternura y tal vez lo entendería antes de juzgarme como los otros
ya lo habían hecho con sus miradas.
–Anoche soñé con un
hombre y en mis sueños decía que fuera a él…
–Alaya ¿Qué tiene eso
que ver con lo que te he preguntado? –Dijo Epicydes irritado, lo miré y
desafiándolo le contesté.
–Si me dejas terminar
contestaré a tu pregunta.
–Continua Alaya.
–Ordenó Efrain animándome a relatar los hechos e intentando relajar a Epicydes.
Le devolví de nuevo la vista a mi padre.
–Bueno, pues soñé con
ese hombre, no sé quién era, nunca en mi vida lo había visto, pero parecía real
y reconocí su voz, era la misma. Luego en el despacho lo volví a oír y me decía
lo mismo, que fuera a él, sentí como si me arrancaran el alma, un dolor
horrible me atravesó e iba desapareciendo poco a poco…
–Como hace un
momento. –Confirmó conmigo Efrain, yo le dije que si con la cabeza y continúe
mi relato.
–Solo que esta vez el
dolor fue multiplicado y consiguió moverme pero no a él, caí en una piscina
rodeada de humanos.
–Por eso están tan
mojada y sexy. –Esta vez habló Mikael, pero una mirada dura de todos hizo que
su sonrisa se borrara del todo e incluso se sentó en el sillón un poco
acobardado, yo no hice caso y seguí con mi hipótesis.
–Pero la vuelta fue
diferente, más suave, sin dolor y me trajo directamente aquí. Y luego el poder
del camafeo, no sé en qué consiste esta pieza que mi madre me entregó, pero
está claro que el camafeo me trajo aquí y creo que ahora entiendo porque
aquella noche me lo arrancaron del cuello antes de encerrarme…
–Para que el camafeo
no te trajera con nosotros. –Terminó Efrain por mí.
–Lo que nos estás
diciendo es que alguien tiene el poder de localizarte estés donde estés y
transportarte a su lado cuando lo desee, pero gracias al camafeo te quedas a
mitad de camino y te hace volver a nosotros. –Dijo Epicydes mirándome
fijamente.
–Sí, eso creo. –Le
dije casi sin aliento.
–¿Pero quién? Los
Victorianos tienen poderes, tal vez alguien de tu familia por parte de tu
madre, sepa de tu existencia y sea quien te llame, tiene lógica, ya que el
camafeo tiene el mismo poder. Pero no es lógico que el camafeo no quiera que
llegues junto a alguien de tu misma sangre. –Siguió Epicydes como si hablara
solo.
–Acaso que esa
persona que quiere a Alaya no sea de su familia pero comparta ese poder con
ellos. –Aclaró Efrain hablando con Epicydes.
–Tienes razón, tiene
que ser otra persona, pero con genes Victorianos, ¿Pero quién?
–Alaya, ¿soñaste con
él, verdad? –Preguntó Efrain, yo le contesté que si con la cabeza, comenzaba a
estar mareada de tanta información, pero que no me llegaba a aclarar nada de
esta situación. –¿Cómo era?
Clavé la vista en el vacío para recordarlo y
lo recordaba todo tan nítido en mi mente que parecía que lo hubiera visto
realmente, esa figura oscura, tenebrosa como una noche sin luna, el frío poder
de su alrededor, su altura, su mirada oscura, como su pelo, largo y liso que
ondeaba junto su aura en forma de llamas de fuego tan agresivas que no decaían,
siguiendo cada uno de sus pasos alrededor de mí. Su forma de observarme y su
aliento caer sobre mí. Un escalofrió helado me recorrió el cuerpo mientras les
describía a ese hombre.
Cuando
terminé miré a cada uno de ellos, estaban preocupados por mí, habían sentido mí
mismo nervio en sus venas a la hora de describirlo, había duda en sus miradas mezclada
con la preocupación.
–No sé quién puede
ser, nunca he visto a una persona así.
Pronunció Epicydes
mirando a cada uno de ellos, esperando que alguno reconociera a esa persona,
pero todos negaron con la cabeza, nadie sabía de quien hablaba, tal vez
pensaran que me lo había inventado todo, que los estaba engañando y eso me
dolió.
–¿Me creéis? –Les
pregunté.
Mi tío bajó la vista nada más la fije en él y
fue el primero de todos ellos, un gesto me dolió, él no me creía. Me llevé la
mano al corazón inconscientemente. Entonces noté que mi padre se acercaba a mí
y me giré cara él, me quitó el camafeo de las manos y lo pasó por mi cuello
dejándolo donde siempre lo había llevado puesto, al lado de mi corazón.
–No te lo quites
nunca hasta que averigüemos quien ese hombre que te quiere junto a él y te hace
desaparecer de nuestro lado. –Dijo mirándome
a los ojos. –No pienso arriesgarme a verte desaparecer de nuevo delante
de nuestras narices.
Me sonrió, se dio la vuelta para coger la
toalla que Chilo le ofrecía, me arropó con ella y frotó sus manos por mis
brazos para que entrara en calor, me hizo sentir tranquila y a gusto.
–Ahora cámbiate,
estamos a punto de llegar.
Le devolví la sonrisa sin esfuerzo,
saliéndome muy natural, se apartó hacia a un lado dejándome sitio para caminar,
pero al pasar justo por el lado de mi tío, sentí un brazo que me paraba, me
giré cara Epicydes y pude ver en su rostro reflejado la pena y la culpabilidad.
–Lo siento pequeña,
perdóname. –Y me abrazó con fuerza, con mucho cariño. Se me rompió el alma,
suspiré para no dejar llevarme por las lágrimas y le devolví el abrazo.
–Tío no tengo nada que
perdonarte. –Sentí sus manos rondar por mi cabello y apretar más su abrazo,
como si fuera a desaparecer de su lado.
–Nunca volverá a
pasar. –Pronunció con énfasis contra mi oreja.
Sabía que lo que me decía lo sentía con toda
el alma, tal vez me dolía que él no hubiera creído en mí desde el principio,
pero no me importaba, ahora mismo ya no importaba, solo sentía el cariño que me
estaba dando con su abrazo y su culpabilidad, no quería que se sintiera así,
deseaba aliviar esa pena, así que no me aparté de él.
Abrazada a mi tío levanté la vista a un lado
y lo vi, mirándome fijamente, sin retirar la mirada de mí, yo tampoco pude
apartarle la vista, esos ojos turquesa me desafiaban, estaba como hipnotizada,
Romeo provocaba en mí esa reacción cada vez que lo miraba, mi cuerpo comenzó a
temblar y mis brazos apretaron el abrazo de mi tío, este se tensó al notarme en
ese estado, me retiró de su fortaleza y me miró. Notando su mirada en mí, me
giré enseguida cara él, pero era demasiado tarde, Epicydes se giró en la
dirección que había estado mirando y lo vio, Romeo continuaba mirándome. Noté
como los bíceps de Epicydes se tensaban cada vez más, marcando cada vena en su
piel. Miré a Romeo, ya no me miraba a mí, sí no a mi tío y con un brillo
alterado en los ojos, como amenazantes. No conseguí verle el rostro a mi tío,
su agarre, que se había convertido en más fuerte me lo impedía, pero continuaba
estando tenso, todo su cuerpo radiaba ira contenida, ya perdida volví la vista de nuevo a Romeo, pero este ya no miraba
a ninguno de los dos, se había girado y cogía una copa para servirse un licor
para luego sentarse de nuevo en el sofá. Noté como mi tío apretaba mis brazos
con las manos para llamar mi atención, me había soltado de su abrazo y no me
había dado cuenta de ello.
–Alaya entra en el
cuarto de baño, ahora te llevare ropa seca para que puedas cambiarte.
Como no reaccionaba me empujó para que
avanzara casi hasta el baño, pero antes de entrar apoyé una mano en el marco de
la puerta y me volví a girar a mi derecha, justo en la dirección donde estaba
Romeo sentado con la cabeza gacha, tuvo que sentir que lo miraba porque
enseguida alzó la cabeza clavando la mirada en mí, devolviéndome de nuevo el
cosquilleo por todo el cuerpo, apreté el marco con fuerza, como haciendo el
esfuerzo por agarrarme a algo para no caerme. Me mordí el labio, no lo
soportaba, estaba hechizada por su embrujo, contemplé como de repente el pecho
de Romeo subía y bajaba rápidamente sin apartar la mirada de mí en ningún
momento, mi respiración también comenzó a alterarse junto con mi corazón.
–Alaya. –Dijo entre
dientes mi tío a mi espalda. –Espabila, no tenemos todo el día.
Entré en el cuarto de baño de inmediato, no
me resulto muy difícil, Romeo había apartado de nuevo la mirada de mí, pero la
maldita sensación me siguió recorriendo entera, ya se podía haber quedado junto
a él cómo su mirada.
Me cambié rápidamente, esta vez con ropa
elegida por Epicydes, que nada más verla desencajé la boca y fruncí las cejas,
Epicydes me exigió que me la pusiera sin quejas, el hotel donde teníamos que
hospedarnos era de lujo y esa ropa era la adecuada para mí si quería entrar a
ese lugar, con lo cual no tuve otro remedio, la cogí y me la puse a
regañadientes.
Eran
unos chinos kaki con una camisa cruda ceñida al cuerpo, muy trasparente. Los
zapatos tenían tal tacón que me daba vértigo de verlos, como demonios
pretendían que me colocara esa clase de tacón si nunca en mi vida lo había
llevado, casi siempre caminaba descalza por las tierras de mi tío.
Me los puse temiendo caerme de boca, pero
parecía que no se me daban tan mal, por lo visto equilibrio tenia y parecía que
no era tan difícil caminar sobre ellos, me alegré mirándome en el espejo.
Odiaba la moda de este siglo, para que una mujer fuera guapa, debía ir
realmente incomoda, pero si querías presumir, tenías que sufrir las
consecuencias.
Me hice una coleta alta, ya que el pelo me
olía a cloro de mi bañito no deseado de antes, me gustaría haberme dado un baño
rápido, pero no me habían dado suficiente tiempo, unos golpecitos en la puerta
de Epicydes metiéndome prisa lo habían dejado muy claro.
Salí fuera y Epicydes estaba plantado justo
delante de mí, sostenía algo entre las manos plateado que me entregó nada más
me vio. No quise mirar más allá de su espalda, para no quedarme atontada
mirando a un hombre que ni conocía, no podía permitirme esa clase de distracciones
que me dificultaban hasta mi forma de pensar.
–Ten Alaya, esto es
para ti. –Nada más tocarlo supe que era, mire a mi tío y él con una sonrisa
contestó leyéndome el pensamiento. –Lo necesitaras, hoy en día nadie sale de
casa sin llevarlo, es indispensable, todos nosotros llevamos uno, el tuyo solo
tiene cinco números en la agenda, no necesitas más. –Se cayó mientras se
acercaba a mí. –Alaya, no es que te queramos tener controlada, pero lo
necesitas, si pasara algo, cualquier cosa o te vieras en problemas o ese hombre
te llamara de nuevo y esta vez no pudieras regresar, con tan solo marcar uno de
los números que tienes grabados, uno de nosotros acudirá de inmediata a por ti.
–Rozó con su mano mi mejilla y me miró muy serio. –Por cierto, no le des a
nadie tu número, pero a nadie, aunque sea de confianza, de acuerdo. –No sonó a
pregunta, era una orden.
Lo acepté sin quejarme y me hizo gracia, a
quien iba a darle mi número de teléfono si no concia a nadie en este siglo, esa
orden era una tontería, pero no le dije a mi tío lo que pensaba de ella, creo
que no le hubiera sentado muy bien. Dirigí mi vista al móvil que tenía en las
manos, era plateado y solo tenía tres botones en un pequeño teclado de abajo,
el resto se veían a través de la pantalla táctil multimedia. Por suerte, era
grande pero ligero.
–Ten, este es tu
bolso, guarda el móvil y lo que quieras en él. Tienes una cartera con tu
documentación, falsa por supuesto y dinero por si lo necesitas.
Abrí el bolso que Epicydes me entregaba y
saqué la cartera del interior, observé detenidamente la documentación, había
dos tarjetas de crédito doradas, carnet de conducir y mi pasaporte, sonreí, lo
único verdadero que había en él era la foto y mi nombre, el resto era todo
falso.
–Vamos Alaya, nos
esperan.
Seguí la dirección de la mano de mi tío con
la mirada y estaban todos de pie esperándome, guarde todo dentro del bolso de
nuevo y me acerqué a ellos, evité mirar a Romeo todo lo que pude, ese hombre
estaba causándome problemas nerviosos que no eran nada fácil quietármelos de
encima, no lo había mirado, pero el saber que estaba ahí ya me estaba haciendo
temblar el cuerpo.
–Muy bien, ahora que
estamos todos, comenzaré a informaros de nuestros siguientes pasos. Este es el
plan. –Habló Efrain mirándome sobre todo a mí. –Nadie te conoce, ni sabe quién
eres, por ese motivo necesitamos que atraigas a una persona hacia nosotros para
sacarle la información que necesitamos.
Escuché atentamente el plan trazado por
Efrain, parecía fácil. Yo entraría en el hotel con Mikael, los dos solos, como
ama y guardaespaldas, cosa que a Mikael le había encantado, pero con ellos cerca
de nosotros en todo momento, descansaríamos y al caer la noche me arreglaría y
esperaría que viniera a recogerme un Dragón llamado Yulian, uno de los hombres
personales de mi padre, que sabe quién soy y se encargara de protegerme y
llevarme como su acompañante a un club muy privado. Yulian me diría a quien
tenía que seducir, solo sabía que era un Narciso loco por las vampiresas, con
lo cual solo podría dejar mi rastro de vampiro al descubierto, escondiendo el
resto de mis genes. Presentarme delante del Narciso y atraerlo a una habitación
del piso de arriba donde Efrain y Epicydes lo esperarían para sacarle la
información de mi destierro. Luego, a través de una habitación secreta Mikael
me sacaría de allí a escondidas para que los súbditos del Narciso no notaran el
engaño, así yo estaría a salvo y el Narciso en buenas manos.
Solo teníamos que ser rápidos en salir de allí
antes de que todo se fuera al traste y nos pillaran.
Fácil, pero solo faltaba que al ponerlo en
práctica fuera tan sencillo. Y había otra duda en mí que tal vez nos llevaría
al desastre en esta misión.
–¿Y si no soy el tipo
de mujer que le gusta al Narciso?
Pregunté
mirándolo, pero me arrepentí en seguida, Chilo me observaba de arriba abajo con
un brillo en su mirada y una sonrisa extraña en sus labios.
–Lo serás, te aseguro
que serás su tipo. –Me dijo sin dejar de observarme.
Me puse colorada, ¿Qué había querido decir
con ese comentario? Nunca me había considerado una belleza, pero las miradas de
los hombres se posaban en mí como si fuera un tesoro lleno de mucho oro y
brillantes, embobados, con las bocas abiertas y luego sus sonrisas… Me hacían
sentir asco.
Escondí de nuevo esos malos recuerdos y los
seguí fuera, ya habíamos aterrizado antes de la conversación y las escaleras de
la salida estaban preparadas. En la pista de aterrizaje se encontraban cuatro
coches preparados y aparcados en fila cara nosotros, dos cuatro por cuatro y
dos deportivos. Me detuve para deleitarme con la impresionante visión de esos
coches ante mí.
–Alaya, aquí nos
separamos, estaremos cerca de ti en todo momento, cualquier problema o contra
tiempo que te pase te sacaremos de allí en cuestión de segundos, no te
preocupes por nada, estarás a salvo en todo momento. –Dijo Efrain rozándome un
brazo con sus dedos. –¿Lo tienes todo claro? –Le dije que si con la cabeza y él
me sonrió. –Ten cuidado. –Se acercaba cada vez más a mí para darme un beso en
la mejilla, pero yo retrocedí por impulso y me sentí mal por ello nada más ver
como su rostro cambiaba a la angustia. –Te daré tiempo Alaya, pero eres mi
hija, parte de mí, llevas mi sangre correr por tus venas, no lo olvides. –Y se marchó.
Epicydes se acercó a mí, me dio un beso en la
mejilla y luego me observó con una mirada dura que me hizo sentirme peor de lo
que estaba, pero no me dio tiempo a explicarme, se giró sin decirme nada y se marchó
con Efrain, suspiré derrotada dejando que mis hombros se hundieran sin remedio.
Los vi marchar en uno de los cuatro por cuatro plateados.
–Alaya, venga, nos
vamos. –Gritó Chilo desde el otro lado.
Le di un último vistazo a ese coche que se
alejaba, escuché de fondo a Chilo llamándome de nuevo con más insistencia. Será
impaciente, pensé mientras me daba la vuelta y caminaba a su encuentro pero al
dar el segundo paso tropecé con mis propios pies y caí, pero justo en el
momento que tocaba el suelo con los morros una mano fuerte me cogió del brazo y
de la cintura alzándome de nuevo, alcé el rostro y lo primero que vi fueron sus
ojos color turquesa caer sobre mí. Sentir su mano en mi cuerpo fue atroz, un
calor recorrió todo mi cuerpo dejándome sin respiración, un cosquilleo en mi estómago
provocó que de mis labios saliera un suspiro, ese hombre era pura electricidad
para mi cuerpo. Aunque sus manos fueran apartadas de mi cuerpo como si le
quemara mi contacto, el calor que me había hecho sentir no desapareció tan
rápido.
Lo observé
deleitándome con cada parte de ese cuerpazo, tenía la respiración acelerada y
el corazón retumbando dentro de su pecho. Por lo visto no era la única persona
afectada en ese contratiempo, él también estaba afectado por mi contacto,
aunque no diferenciaba su reacción, ya que tenía los puños apretados, estaba
muy tenso y me taladraba con la mirada, más bien parecía que estuviera cabreado,
pero no sabía el por qué, ya que yo no le había hecho nada.
–A la próxima mira
por donde caminas. –Fue todo lo que me dijo antes de darse media vuelta y
dejarme ahí plantada.
Dios, era la primera vez que oía su voz, ese
sonido grave, autoritario y ronco, había hecho que me palpitara la ingle, lo
había dicho con ira, pero se me había erizado el bello, creo que hasta el
cabello de la cabeza lo tenía de punta.
Esa
voz era exactamente como él, no existía otra clase de voz en este mundo que no
fuera con su constitución, ese hombre era perfecto en todo menos para mí.
Seguí
sus pasos hasta que se metió en uno de los deportivos negros donde salió a gran
velocidad de allí.
Aunque
mi cuerpo temblara por el roce de esa mano fuerte, no había podido dejar pasar
su comentario, no eran las palabras, más bien el tono en la cual las había
dicho, con ira, le faltó solo maldecirme o enviarme algún lado, ese hombre era
un arrogante, yo no le pedí que me cogiera ni que me ayudara, lo hizo porque
quiso, tampoco iba a darle las gracias por ello.
Ni pensarlo.
Este hombre no
tiene paciencia y yo no pensaba ir detrás de él como un corderito.
–Alaya, vamos o
prefieres que te arrastre hasta el coche, llegamos tarde. –Me dijo Chilo
cogiéndome del brazo y arrastrándome hacia el coche convirtiendo sus amenazas
en realidad.
Mikael ya estaba dentro del coche palpando
con manos ansiosas todo lo que le rodeaba, era el otro cuatro por cuatro negro,
un Hammer impresionante, supuse que el otro deportivo rojo que había aun en la
pista era de Chilo, me giré cara él antes de entrar al coche pero Chilo colocó
su mano en mi espalda para alentarme a entrar dentro empujándome suavemente,
pero me opuse haciendo fuerza.
–¿No vienes con
nosotros? –Le pregunté, Chilo negó con la cabeza y señaló el coche para que
entrara dentro de una vez. –¿Cómo se supone que pretendéis protegerme?
–Estaremos cerca de
ti y tienes a Mikael. –Su voz delataba cierta exasperación. –Entra dentro del
coche, no tenemos todo el día princesa.
–Pero no…
Mis palabras se
atascaron en mi garganta y un calor
helado me subió a las mejillas porque
Chilo puso su mano en mi trasero y me empujó dentro del coche pero no sin antes
pellizcarlo un poco, tensa y crispada me volví cara él para soltarle una
barbaridad por su atrevimiento pero su mirada me silenció. Sus ojos brillaban
intensificando su color y su sonrisa de diablo me paralizó. Abrí la boca de
nuevo para hablar pero él colocó uno de sus dedos en mis labios para acallar mi
comentario.
–Deseaba hacerlo
desde que peleaste conmigo, princesa, me dejaste impresionado. –Y se marchó
cerrándome la puerta en las narices sin opción de poder contestarle.
–Cabrón. –Aun así, el
insulto me salió del corazón.
–¿Por qué? –Preguntó
Mikael que estaba a mi lado y no se había enterado de nada de lo sucedido.
–Nada, no era a ti
¿Nos vamos? –Contesté sin mirarlo.
No sé
lo que dijo pero habló directamente con el conductor, el cual puso el coche en
marcha, dejando atrás la pista con el avión aparcado allí, miré hacia atrás y
pude comprobar que Chilo nos seguía de cerca con su coche.
El coche estaba tranquilo y fresquito, perfecto
para poder relajarme. Continuaba cabreada por lo sucedido con Chilo pero al
menos, ya no estaba nerviosa por Romeo.
El frescor me tranquilizó y cerré los ojos
para dejarme llevar por la sensación mientras me recostaba en el sillón y
echaba la cabeza hacia atrás, respiré el aroma del cuero del coche un olor que
me causo un ligero mareo, abrí los ojos para hacerlo desaparecer y comencé a
observar los paisajes por los cuales pasábamos a gran velocidad. Mi mente
volaba al plan de esta noche, en como lo haría todo para que funcionara y no
meter la pata. Tenía que seducir a un hombre y no sabía cómo, nunca había
seducido a uno. Miré a Mikael, observaba atentamente el paisaje desde el lado
de su ventana, me mordí el labio… y ¿si le pregunto a él? Me dije.
Tal vez…
Mmm… Tenía que
lanzarme.
–Mikael ¿Cómo se
seduce a un hombre?
Mikael se giró
precipitadamente cara mí con los ojos sorprendidos y muy abiertos, estaba
alucinado con la pregunta, noté un ardor en las mejillas por el atrevimiento de
mi pregunta, estaba tan avergonzada que tuve que girarme cara la ventanilla y
fijar la vista en la nada, por no mirarlo a él.
–Olvídalo, da igual.
–Le dije un poco desilusionada.
Odiaba saber tan poco sobre los hombres, pero
que querían, mi tío me había criado de esa manera, me tenía como a una monja
clausurada, no dejaba que ningún hombre se acercar a mí, acaso que no fuera para
protegerme y casi no me dejaba salir de mi cuarto. No sabía nada sobre el lado
masculino, solo rumores que había oído de las mujeres de la manada o de libros
que leía, pero eso era todo del pasado, las cosa habían cambiado, no funcionarían
igual, supuse, las conquistas debían de ser de otra manera muy distinta a la
que yo conocía.
Yo nunca había sido
cortejada, ni conquistada y no sabía cómo hacerlo, ni cómo empezar.
–Alaya, míralo,
sonríele, lámete los labios y contonéate delante de él, marcándole cada una de
tus curvas, pero lo tienes que hacer todo muy suave, muy femenino o sabrán que
pasa algo extraño o eres la típica mujer por la que los hombres pagan para que
les den placer.
Mikael
rozó mi mano con cariño para apartar mi vergüenza y darme confianza sobre mí
misma en un gesto de ternura. Lo miré, le sonreí y muy lentamente me acerque a
él, le di un beso suave y sensual en la mejilla, notando su temblor exagerado
por todo su cuerpo.
¡Bingo!
Entendía todo lo
que me había explicado.
Ahora tenía que agradecerle su breve explicación
con una demostración. Me acerqué a su oreja y acerque mis labios a su oído, rozándolo
con mi aliento, notaba como su oreja se ponía roja y ardía.
–¿Así estaría bien?
Le
pregunté y me retiré solo un poco de él para ver su rostro. Fue de risa, estaba
aguantando la respiración y me contestó con la cabeza en un sí de mil
movimientos porque sus labios no se podían menear. Me recosté en el sillón y
comencé a reírme a gusto. Mikael por fin recuperó la compostura y se unió a mi
risa.
–Genial, la seducción
se te va a dar de miedo. Coño me has puesto a mil, nena. La leche. Compadezco al Narciso que tienes que atraer
esta noche, le vas a provocar un dolor horrible de huevos, te lo aseguro.
Le di un golpe en el brazo con el codo por
sus groserías, que no eran pocas las que soltaba durante todo el día. Decía
tantos tacos que se me empezaban a pegar algunos. Continuamos riéndonos y
charlando durante todo el camino. Adoraba a Mikael, era el único con el que congeniaba
y me sentía muy a gusto, era como el hermano pequeño que nunca tuve, mi mejor
amigo y la persona en al cual podía confiar.
Capítulo
8
Después de casi cuatro horas de viaje en
coche sin parar, por fin llegamos al hotel. Madre mía, era todo lujo a mi
alrededor, mi vista no alcanzaba a ver toda la altura de ese edificio y ni
siquiera podía decir algo de lo ancho, era redondo, gris y con preciosos
ventanales decorados en todo el piso de abajo.
En la entrada dos jovencitos vestidos de
blanco y rojo con graciosas pajaritas nos abrieron las puertas e incluso cuando
yo pasé por delante de ellos me hicieron una reverencia, me sorprendí bastante
pero seguí adelante entrando al grandísimo hotel.
Miré a mi alrededor y contemplé la riqueza
del lugar, el hall era enorme y bien repartido, estaba lleno de gente menos la
entrada al mostrador que estaba despejada para dejar paso a los visitantes, dos
hombres que habían apoyados en un muro se me quedaron mirando descaradamente,
yo les retiré la vista y continúe observando las maravillas de ese salón. A los
lados habían sillones de dos o una pieza en color rojo intenso, con mesas muy bajitas
acompañándolos, lámparas de araña colgaban te techos blancos de varias alturas
y jeroglíficos del mismo color en relieve lo resaltaba haciendo que pareciera más
alto de lo que era en verdad, las mesas eran de mármol oscuro con las patas en
madera y había una lamparita dorada en forma de serpiente que subía enroscada
hacia arriba y de la boca abierta salía la luz que daba una iluminación neutra
muy suave en cada mesa.
Observé
a la gente que había en el hall conversando, leyendo o tomando un licor, tan
naturales como si no pasara nada, pero lo que más llamó mi atención fue una
mujer rubia rodeada de hombres, olí en el ambiente, había vampiros, lobos,
Dragones, Victorianos y humanos y esa mujer era una vampira y exactamente era
la misma que había en el palacio del consejo, la que me había puesto de los
nervios. Conversaba con los hombres que la rodeaban mientras se tocaba el pelo
poniéndoselo detrás de la oreja en movimientos lentos y un juego de dedos, los
hombres babeaban por ella e incluso uno que se incorporó en el grupo besó seductoramente
su mano, ella le dedicó una sonrisa radiante.
¿Qué hacia ella
aquí?
Sin poder quitarle la vista de encima observé
cada uno de sus movimientos. Fluía sensualidad por cada uno de sus poros de su
exuberante cuerpo, descruzaba y cruzaba las piernas lentamente, dejando al
descubierto un muslo a través de la raja de su falda, tenía la piel blanca,
pero las miradas de los hombres las atraía como imanes.
De repente ella giró la mirada a su derecha y
su sonrisa se amplió, se levantó del sillón, sonrió a sus acompañantes
mirándolos a cada uno a los ojos y tocando con suavidad a un hombre en el brazo
para que se apartara, salió del círculo de admiradores dejando un rastro de
miradas detrás de ella. Seguí la dirección de donde ella se dirigía con ese vaivén
de caderas pero cuando reparé en la persona que había dedicado esa sonrisa me
tensé y mis ojos se agrandaron. Romeo era la persona hacia donde ella se
dirigía y él le dedicaba una sonrisa radiante, feliz, tierna, dejando al
descubierto una dentadura blanca y perfecta para ella.
Esa mujer rodeó con sus brazos el cuello de
Romeo y el rodeó con los suyos su pequeña cintura de avispa, apretándola a su
cuerpo con posesividad. La mirada de él era devoradora, la de ella no podía
verla, me daba la espalda, pero si vi como sus narices se golpearon en un toque
tierno, Romeo la incitó de nuevo, con otro delicado roce darle para terminar dándole
un beso en los labios que ella aceptó con deseo pegándolo más a su cuerpo. Una
punzada de dolor me atravesó el estómago, solté la respiración que había estado
aguantando desde que lo vi y retiré la vista de la escena al vacío. No sabía si
era el beso o la sonrisa o las dos cosas lo que me estaba afectando tanto, pero
verlo así con ella me molestaba. Deseé tranquilizarme pero no podía, las manos
las tenía heladas y notaba un sudor frío caer por mi cuello.
Volví alzar la vista hacia ellos asegurándome
de que realmente estaba pasando todo eso mientras me preguntaba porque demonios
me afectaba tanto.
Intenté disimular
mi mirada pero no pude, por suerte ella continuaba de espaldas a mí. La imagen
me resultaba incomoda y sin embargo no lo podía evitar y continué observando
con miedo de lo que me encontraría. Él continuaba con sus brazos alrededor de
su cintura y ella tenía los suyos enrollados como una serpiente en su cuello,
su cabeza la había dejado apoyada en el sólido pecho de él, subí mi mirada
hasta toparme con los ojos de Romeo, mirándome intensamente, ya no había
ternura en su mirada y su sonrisa había desaparecido convirtiendo sus labios en
una línea recta y tensa, pero lo peor era su mirada, me taladraba, me
desafiaba, me hizo sentir mal por estar observando una escena tan privada. Pero
por otra parte no me alentó a dejar de mirar.
Algo que le dijo la rubia le hizo apártame la
mirada y mirarla a ella, y otra vez apareció esa sonrisa que me pinchó de nuevo
en el estómago, ver esa ternura, como acariciaba su mejilla con mucho cariño,
con amor…
Basta,
me dije retirando la mirada, sacudí la cabeza y me puse la mano en el pecho, ¿Y
a mí que me importaba? Ese hombre no era nada mío, ni yo suya, no tenía por qué
importarme lo que hiciera con ella, pero entonces ¿Por qué continuaba
doliéndome el pecho?
–Señorita Kincaide ¿Se
encuentra bien? –Preguntó un hombre alto, moreno y con el traje que llevaban
todos los empleados del hotel.
Lo miré sorprendida por su pregunta y arqueé
las cejas porque no sabía si me decía a mí. Me giré hacia Mikael pidiéndole
ayuda con la mirada.
–La señorita Kincaide
está agotada, hemos tenido un viaje muy largo, sería mejor que nos acompañaran
a nuestras habitaciones, esta noche tenemos una fiesta muy importante y
necesitamos descansar. –Dijo Mikael alentándome para que le siguiera el juego.
¿Kincaide? Ese era el apellido falso que me
habían dado, ni siquiera me había fijado antes al mirar el pasaporte.
–Desde luego. –Le
dije mirándole y luego me giré hacia el empleado. –Por favor.– Pedí con
educación y con una de mis mejores sonrisas.
El
empleado se quedó mudo mirándome e incluso pestañeó varias veces, estuve a
punto de darle una patada en el trasero para que reaccionara, Mikael sin
embargo, no pudo aguantarse la risa y soltó una sonora carcajada irritándome,
me di la vuelta pasando de los dos y fui directa al ascensor sin hacer caso a
ninguno de ellos. Entonces pude oír a don embobado dando órdenes a mi espalda
para que nos acompañaran. Un joven muchacho se me adelantó cargado de maletas,
se acercó al panel y con gran esfuerzo, mientras todos los bultos se le removían
en los brazos tanteó darle al botón del ascensor, tres veces intentó darle sin
conseguirlo, al fin, Mikael fue el que le dio al teclado adelantándose a mí, yo,
con un fruncimiento de cejas y una sonrisa
falsa se lo agradecí, ya que él continuaba riéndose e irritándome a mí más.
La suite
estaba en el piso doce, era grande, amplia y alargada, estaba muy iluminada
gracias a los enormes ventanales que rodeaban todo el frontal de la habitación,
que surcaban desde el techo hasta el suelo, dos de los cuales eran balcones. La
entrada la ocupaba un despejado saloncito con dos sofás de tres plazas
enfrentados y una mesa en el centro. Al otro lado había una habitación con una
cama enorme sin dosel y muy bajita, de sabanas y colcha blanca, hacían conjunto
con las cortinas, y justo al otro lado de la habitación un cuarto de baño tan
impresionante como toda la habitación. Me volví hacia Mikael, el cual estaba en
medio del salón tan alucinado como yo y le sonreí.
–Deeeesseaaan aaalgoo
maas deee miii. –Preguntó el botones tartamudeando, continuaba de pie en la
entrada con la vista fija en el suelo y cargado con las maletas a cada lado de
su pequeño cuerpecito. No era tan bajito pero a comparación con Mikael, parecía
un niño.
Me acerqué a él lentamente para no asustarlo,
parecía acobardado y estaba muy nervioso, alzó un poco la vista y me miró de
soslayo para volverla agachar de nuevo, estaba avergonzado.
–¿Cómo te llamas
muchacho? –Le pregunté con ternura.
–Marco, señorita. –Dijo
mirándome a la cara, estaba rojo como un tomate, me hizo mucha gracia y
despertó cierto cariño en mí.
–Encantada Marco, y
no necesitamos nada más, gracias por todo. Deja las maletas en el suelo no te
preocupes.
Le devolví la vista a Mikael, dándole la
espalda al muchacho y le hice un gesto con la cabeza, este meneó las maletas
que le había cogido al botones para ayudarlo y las dejó en el suelo, se acercó
al muchacho y sacó dinero del bolsillo como si fuera un ejecutivo, luego se lo
tendió al botones, yo mientras tanto, continúe inspeccionando la habitación
alejándome de ellos, aun así, pude escuchar el último comentario del botones.
–La señorita es la
mujer más hermosa que he visto en toda mi vida y sepa que he visto muchas
mujeres pasar por este hotel, ¿usted no será su…?
–No chico, no, pero
no te hagas ilusiones, es una mujer muy difícil. –Contestó Mikael riéndose mientras abría la puerta para
despedir al botones. –Alaya ¿Necesitas algo de mí?
–No, descansa, luego
nos vemos. –Le grité desde la habitación mientras desempaquetaba mis cosas.
–Vale, descansa tú
también, la noche será muy larga.
Y tanto que sería
larga. Mikael cerró la puerta y se marchó.
Preparé
la ropa para la noche encima del sofá, no me fije mucho en ella, estaba agotada
y solo tenía ganas de tirarme en la cama y dormir, y eso mismo es lo que hice,
la cama era una invitación que no rechacé, me tiré en ella y cubrí mi cuerpo
con la sedosa sábana, estaba blandita y me sentí como en una nube volando por
el cielo. No sé en qué momento el sueño me atrapó ni cuánto tiempo conseguí
dormir, pero me desperté sobresaltada. Había vuelto a soñar con el hombre de
ojos negros y de nuevo me llamaba, se acercaba a mí, me rozaba con sus dedos dejándome
helada la piel. Ese hombre era real, lo sabía y pronto encontraría la manera de
llevarme hasta él y pensar en ello me aterraba, ese hombre me daba miedo, me daban
escalofríos de solo pensarlo. Era un desconocido contra el cual tarde o
temprano me tenía que enfrentar y no sabía cómo.
Me
levanté de la cama y enchufé el grifo para darle al agua caliente, no tenía ni
idea de cómo hacerlo esta noche, pero no quería pensarlo, actuaria sobre la
marcha, si las cosas se ponían feas me sacarían de allí en seguida, estaba
protegida, no tenía que preocuparme por nada. Comentario que repetí una y otra
vez mentalmente para tranquilizarme yo misma.
Me fui
desperezando mientras iba al salón para poder poner algo de música que me
relajara y que me mantuviera la mente en blanco, busqué un canal donde salían
chicos bailando muy bien con mujeres rodeándolos marcando cada bombo de la
música al ritmo de ellos y su música era muy pegadiza, me dieron ganas de
bailar a mí también, así, mientras fui al cuarto de baño entoné unos pasos al
compás de la música tan tentadora y pude
practicar para esta noche.
Me duché en tiempo record, me unté el cuerpo
entero con una crema de brillantina dorada que hacia un efecto brillante en mi
piel y hacia que oliera a coco. Me sequé el pelo dejándolo rizado y suelto todo
para atrás para que se me viera bien la cara, el maquillaje que usé era muy
natural, con colores suaves y un brillo labial de color coral, me desprendí de
la toalla que tenía enrollada al cuerpo para ponerme la ropa interior y luego
cogí el vestido. Lo miré, por lo visto no podía usar sujetador, tenía un escote
muy pronunciado, aunque era palabra de honor el sujetador se me vería seguro,
así que, me lo quité y me puse el vestido mientras la música seguía sonando al
ritmo que me vestía, convirtiendo mis movimientos en más sensuales con ese
fondo.
El vestido era rojo fuerte, ceñido totalmente
al cuerpo, con una raja trasera. Caía hasta la rodilla y su fina seda roja era
espectacular, era una fusión de suavidad sobre mi piel, pero no conseguía
subirme la cremallera de la espalda, no llegaba y me estaba poniendo nerviosa.
Tanto, que ni siquiera escuché a Mikael entrar.
–Por dios, aún estas
así. Los súbditos de ese tal Yulian ya están aquí, te están esperando abajo en
el hall, venga mujer. –Acusó Mikael levantando las manos al cielo.
No le
contesté, seguí forzando mis brazos a lo imposible y aguantándome el vestido
como podía por delante mientras me acercaba a él.
–Mikael, menos mal
que estas aquí, no sabes lo bien que me vienes. –Le dije poniéndome delante de
él.
–¿Qué puedo hacer por
ti para que no tardes más y esa gente se pire por hacerlos esperar? –Me
contestó mirándome con los ojos abiertos como platos. –Estas que rompes.
–Por favor, súbeme la
cremallera, no llego y es lo que me está retrasando tanto.
Le di la espalda ofreciéndole la cremallera y
me recogí el cabello apartándolo a un lado para que no le molestara mientras me
cogía el vestido del pecho. Mikael cogió la cremallera y yo aguanté la
respiración para que la subiera más rápido.
–Aparta tus manos de
ella. –Sonó un rugido atroz a nuestra espalda.
Me giré sobresaltada, Mikael se apartó casi dos
metros de mí y con las manos en alto como si hubiera cometido un delito, mire
al dueño de ese rugido y como siempre me quedé muda, Romeo estaba impresionante,
plantado en la puerta con los puños cerrados a cada lado de su cuerpo tenso y
miraba a Mikael con ira, no lo habíamos oído entrar, había sido muy sigiloso.
Se giró cara mí y sus ojos se agrandaron, un brillo cruzó su mirada pero
desapareció en seguida.
–Mikael márchate y
diles a los guardias de Yulian que la señorita Verona bajara en seguida, que
nadie suba a por ella y tú espérala en el ascensor. –Le ordenó Romeo con un
tono de voz autoritario pero sin ira, había sido remplazada por un leve tono
ronco.
Mikael
se marchó rápidamente sin rechistar dejándonos solos a Romeo y a mí, le di la
espalda, no podía mirarlo a la cara, intenté tranquilizarme pero su presencia
me ponía nerviosa y ¿qué demonios hacia él aquí? Me pregunté simplemente por
mantener mi mente en blanco.
–Deberías de ponerte
las joyas que te regaló tu padre, te las regaló con un buen propósito y tú ni
siquiera te las has puesto, demuestras poco respeto por tu rey.
Me
gire cara él y lo miré incrédula, tuve que retroceder varios pasos porque se
había acercado demasiado a mí, no había ninguna expresión en su rostro, tan
solo seriedad, alcé el mentón desafiándolo. Ese tono de voz me había sacado un
poco de quicio.
–Las tengo preparadas
para ponérmelas cuando esta vestida. –Señalé la mesita donde había dejado el
anillo y los pendientes. Era verdad tenía pensado ponérmelos, pero su forma de
hablarme me irritó tanto que ya no me pude callar. –Además de eso, tú no eres
nadie para decirme que debo o no hacer.
Me
miró con tal ira que mi cuerpo se paralizó, empezó avanzar hacia mí, pero solo
paso por mi lado y se paró justo detrás de mí, al lado del sofá, la manga de su
camisa rozó mi brazo al pasar provocándome un cosquilleo por la zona que alteró
mis nervios a mil por hora.
–Siéntate. –Lo dijo
con total tranquilidad, como si su ira hubiera desaparecido de nuevo volviendo
al tono ronco de antes.
Me
volví hacia él sin moverme del sitio, acababa de apagar la música y me miraba
con una ceja arqueada y los brazos cruzados a la altura de su pecho, mi mirada
se fue directa a esos brazos donde se marcaba cada músculo a través de la
camisa que tan perfecta le quedaba, aunque hablando claro todo lo que ese
hombre se pusiera le quedaba perfecto.
Parecía un guerrero antiguo preparado para
la batalla, rebosaba seguridad en sí mismo y un salvajismo muy atrayente.
–Alaya siéntate.
–Volvió a repetir la orden pero esta vez con un ronco más grave escondido en
sus palabras.
Sabía
que lo estaba observando y también sabía que me gustaba lo que veía de él, su
sonrisa de superioridad me lo demostró.
Retiré la mirada de ese magnífico cuerpo y di
una vuelta dándole la espada para señalarle que aun llevaba la cremallera
desabrochada.
–¿Podrías subirme la
cremallera antes de…?
–No, después la subiré,
ahora siéntate de una maldita vez o yo mismo te sentare. –Dijo cortando mi
suplica y mirándome fijamente a los ojos.
Por lo visto estaba perdiendo la paciencia,
yo sin embargo estaba más tranquila.
Solo un poco claro,
todavía sentía el cosquilleo correr una carrera a gran velocidad por mi cuerpo
por tenerlo tan cerca.
No me moví de mi
sitio, no estaba dispuesta a ponérselo tan fácil y para colmo de males, tampoco
calculaba mis pasos correctamente. Romeo soltó un suspiro y se acercó a mí alargando
una mano hacia mí, y justo en el momento que iba a cogerme del brazo, me aparté
de él esquivando esa mano y me senté en el sofá más cercano tirándome casi
encima de él.
–¿Te gustan los
jueguecitos? –Preguntó con la voz cargada de ira, yo ni le contesté, ni me
atreví a mirarlo. –Pues a mí no.
Romeo se acercó a mí y dejo mis zapatos en el
suelo a su lado, cerca de él. Se sentó encima de la mesita que acompañaba los
sofás, justo delante de mí a una altura adecuada para verlo mejor, metió la
mano en el bolsillo y sacó una cadenita plateada con la cual se puso a jugar
con ella entre los dedos y me miró.
–Me han entregado
esto para dártelo y asegurarme de que te lo pones.
Observé
la cadenita y él me la mostró mejor colgándola entre sus dedos, era como una
pulsera con una piedrecita pequeña en color violeta colgando de ella.
–¿Es otro regalo de
Efrain?
No me importaba si
era regalo de Efrain, no sé porque lo pregunté pero me salió sin pensarlo, toda
mi mente estaba ocupada con Romeo e incluso sabría de quien era nada más tocará
esa cadena.
Romeo me miró a los ojos intensamente como si
quisiera leer en ellos.
–La compró tu tío,
pero la piedra la colocó tu padre, ¿Tienes algún problema?
¿Era ironía su tono de voz?
Le negué con la cabeza y le ofrecí mi mano para
que me la pusiera él mismo, pero rechazó mi mano y se agacho a coger mi pie, me
sobresalté al notar el calor de su piel en mi gemelo y lo retiré para que no
pudiera cogerlo.
–¿Qué haces?
–Pregunté incrédula.
–No es una pulsera,
es una tobillera, para el pie. Así que, déjame que te la ponga y acabaremos
antes con esto. A mí también me esperan. –Me dijo irritado.
Me estaba restregando por las narices que había
quedado con su flamante rubia. A mí tampoco me gustaba esta situación, pero él
había venido y echado a Mikael, no yo. Conclusión, no podía echarme la culpa a mí.
Alcé la pierna dándole un golpe en su rodilla
intencionadamente recibiendo una mirada furibunda de parte de él y la dejé en
el aire delante de sus morros, de esa manera evitaría que me tocara, pero
deduje mal porque su mano atrapó mi tobillo cogiéndolo con delicadeza como si
se fuera a romper y lo apoyó en una de sus rodillas.
Subió su mirada por
lo largo de mi pierna y lo oí coger una bocanada de aire que hizo que mi mirada
fuera directa a ese pecho subiendo y bajando por su respiración alterada, tenía
unos botones desabrochados de su camisa y el poco trozo de piel que se le veía
me hizo fijar más la vista en esa zona e incluso, me acerqué a él para poder
ver más de cerca esa piel bronceada y tersa, tenía una cadena dorada colgando
del cuello que atraía mi voraz mirada a esa pequeña parte desnuda del
impresionante cuerpo de su dueño.
Olía tan bien que cerré los ojos y aspiré
intensamente su aroma, envenenándome la
piel de deseo por querer tocarlo, imaginaba besar esa piel, sentirla
contra la mía, me estaba dejando llevar y no me enteraba de nada hasta que noté
una presión fuerte en mi tobillo y abrí los ojos topándome con su oreja, estaba
tan cerca de él que podía ver como una vena de su cuello latía con fuerza. La
presión en mi tobillo aumentó, me giré cara él, pero no era a mí lo que él observaba
tan alucinado, ni era mi cercanía lo que le había provocado esa tensión. Estaba
tan absorta que sin darme cuenta había soltado el escote de mi vestido y este
se había caído hasta mi cintura dejando al descubierto mis pechos en sus
propias narices. Me eché para atrás y me tapé como pude con el vestido, pero su
mirada con las pupilas dilatadas seguía clavada en esa zona, noté como me ardía
el cuerpo y como el latido de mi corazón empezaba a resonar en mi oído
desesperado. Intenté quitar la pierna que él tenía cogida, pero la seguía
sujetando con fuerza, no conseguí menearla ni un solo centímetro.
Seguí
tirando de ella, hasta que por fin se dio cuenta, la soltó y se levantó como un
rayo de la mesa dándome la espalda. Se pasó la mano por el pelo mientras
soltaba una maldición en un idioma que no entendí.
–Ponte los zapatos.
–Me dio la orden sin mirarme a la cara y con un tono de voz más ronco de lo
normal, estaba alterado.
Decidí
no llevarle la contraria y ponerme los zapatos de inmediato, aunque las tiras
se me opusieron al principio conseguí atarlas adecuadamente. Me levanté y fui
directa al tocador para ponerme las joyas que mi padre me había regalado, me
las coloqué. Ya estaba preparada, solo faltaba una cosa y me daba miedo
pedírsela.
Respire
profundamente.
–Tengo la cremallera
aún bajad… –No pude terminar la frase, lo tenía justo detrás de mí.
Levanté la vista para verlo a través del
espejo que había apoyado en el tocador, y ahí estaba a escasos centímetros de mí,
con todo el cuerpo tenso y la vista fija en mi espalda, no conseguí ver sus
ojos pero vi como sus manos temblorosas se acercaban a mi cuello, retiró el
cabello a un lado con mucho cuidado y luego note sus dedos acariciar mi piel
desde el cuello pasando por toda mi espina dorsal hasta mi cintura, me paralicé
y noté como las rodillas se convertían en gelatina, las fuerzas me fallaban,
esa simple caricia hizo que por mi estómago revolotearan miles de mariposas.
Continúe observándolo a través del espejo sin quitarle la vista de encima,
subió la cremallera muy lentamente hasta cerrarla del todo, pensé que todo se
había terminado, pero él continuaba detrás de mí tenso y con la respiración
acelerada, su vista continuaba en la misma zona y sus manos en la cremallera.
Lo noté respirar, absorber el aire con fuerza y vi como poco a poco sus manos
dibujaban ondas por encima de mis hombros hasta posarse en mis brazos y
abrazarlos con sus dedos en una presión suave pero difícil de apartar de mí.
Su mirada se fijaba en mi cuello al paso que
se acercaban sus labios a la curvatura de mi carne, como una petición
silenciosa, retiré mi cabeza a un lado y se lo ofrecí, no había ningún
obstáculo por medio que lo molestara, aspiró con fuerza mi aroma y me derretí
con esa reacción, estaba como hipnotizada a su tacto, a su calor, el cuerpo me
empezó a flaquear como si mi energía me fuera abandonado a mi suerte, pero lo
peor fue cuando poso sus labios justo en la vena de mi cuello que latía a gran
velocidad incitándolo más, hice todo lo posible por mantenerme recta pero no
podía, Romeo gobernaba cada uno de mis sentidos a su antojo.
Lamió
haciendo un recorrido intenso con su lengua por cada extremó de la vena hasta
el lóbulo de mi oreja, fue un roce cálido, húmedo, que me hizo vencerme contra
el apoyo de su pecho, gemí de placer y apoyé mis manos en sus pantalones sin
saber dónde las colocaba, solo quería tenerlo más cerca, más pegado a mí.
El
apretó el abrazo de sus manos contra mis brazos, moviendo la yema de sus dedos
en un intenso masaje y volvió a besar mi cuello pero esta vez noté sus dientes
arañar la fina capa de piel de mi cuello, gemí de nuevo y con más intensidad,
tiré la cabeza hacia atrás para disfrutar del placer que su boca me estaba
dando, no sé qué me sucedía, esta no era yo, él me estaba gobernando
lentamente, me torturaba sin piedad.
Intenté darme la vuelta para probarlo como él
me estaba probando a mí, lo necesitaba, deseaba saber a qué sabia él. Pero ese
movimiento lo hizo volver a la realidad y me soltó rápidamente apartándose de
mí bruscamente, tuve que apoyarme en el tocador que tenía delante para no
caerme, mi cuerpo se había convertido en gelatina, todavía seguía temblando.
Abrí los ojos como pude y parpadee varias veces para quitarme la neblina de
deseo que me abordaba y lo miré a través del espejo, su reflejo me aterró
quitándome el temblor de golpe, su mirada estaba oscura y fija en mí metiéndose
como serpientes en mis entrañas. Me lamí los labios y ese gesto por lo visto no
le gustó nada, soltó un rugido junto con unas maldiciones en una lengua que no
entendí y salió de la habitación dando un horrible portazo.
Capítulo 9
Me miré en el espejo y aunque el temblor de
mi cuerpo había desaparecido completamente, el calor todavía no, tenía las
mejillas coloradas y un brillo en los ojos no muy normal, me irrité por ello,
genial, si encima tendría yo la culpa de todo lo que había sucedido, tal vez no
debería haberme dejado, pero es que no podía controlar a mi cuerpo, maldita
sea, me critiqué golpeando la mesa del tocador que tenía delante, debía alejarme
de él.
Me coloqué mejor el vestido, arreglándolo por
delante y me observé por última vez en el espejo, nada había cambiado, seguía
con el maldito brillo en los ojos y los mofletes colorados, bufé para mí misma
y cogí el bolso para salir de allí pero justo en el momento que abrí la puerta
apreció Mikael dándome un susto de muerte, estaba a punto de decirle que hacia
aquí, pero él se me adelantó.
–Romeo me ha dicho
que subiera a buscarte, ese tío no se aclara, pero haber quien lo crítica,
joder, tiene muy mala leche. –Después de su crítica a Romeo, en la cual estaba
totalmente de acuerdo, me miro. –¿Estas lista?
Le dije que si con la cabeza y él me indico
el camino señalándolo con el brazo, haciendo una graciosa reverencia, lo
adelante y nos metimos en el enorme y blanco ascensor, suspire varias veces y
Mikael le dio al botón.
–¿Te pasa algo? Al,
estas temblando. Tranquila, todo saldrá bien, tu padre no permitirá que te
suceda nada. No te preocupes, Chilo me ha dicho que estará muy cerca de
nosotros en todo momento, así que relájate, como yo. –Mikael acarició mi
espalada y me sonrió.
La
verdad es que no estaba nerviosa por el plan de esta noche, estaba así por Romeo,
él me había dejado en este estado alterado.
Mi cuerpo lo deseaba, estaba claro, y aunque
mi mente el deseo no era más fuerte, mi cuerpo ganaba a mi mente en todo, el
problema es que ya no estaba tan segura de lo que pasaría la próxima vez que
estuviéramos solos y él intentara de nuevo acercarse a mí, que volviera acariciar
de nuevo mi cuerpo de esa manera, de solo pensarlo ardía entera y lo peor es
que seguro que no lo podría detener ni alejarlo de mí, porque cada fibra de mi
cuerpo quería ser tocada, besada y acariciada por él, deseaba volver a oler su
aroma y sentir de nuevo las sensaciones que me provocaba esa dichosa lengua que
me arrancaba gemido tras gemido.
–Al, vamos, ya hemos
llegado. –Dijo Mikael saliendo del ascensor y sacándome de mis pensamientos.
Salimos
del ascensor y tres hombres vestidos de negro con auriculares en la oreja se
acercaron a nosotros, saludaron a Mikael con la cabeza y a mí me hicieron una
reverencia. Uno de ellos se quedó justo detrás de los otros dos y me observaron
con la boca y los ojos muy abiertos, el otro de los adelantados, se colocó
delante de mí, supuse que él estaría al
mando. Me habló pero noté cierto nerviosismo en esa voz ruda pero muy educada.
–Princesa Alaya, soy
Leo, mi señor la espera en el coche. Le pido mil disculpas por no recogerla él
en persona, pero le aseguro que cuando vea el error que ha cometido se
arrepentirá y él mismo le pedirá disculpas. –Terminó el comentario con una
sonrisa y continúo. –Sé lo que tenemos que hacer esta noche y no se preocupe, está en buenas
manos, no permitiremos que le suceda nada. –Se retiró a un lado y me indicó con
el brazo. –Por favor acompáñeme.
–Gracias Leo, es un
placer. –Le dije con una sonrisa y lo obedecí adelantándome a él, pero siempre
al lado de Mikael.
A mi espalda escuché un golpe seco y una
maldición pero no me giré para ver qué pasaba con Leo y los otros dos hombres.
Fuera,
justo enfrente de nosotros, había una limusina negra y grande, con los
cristales tintados en negro. Dos de los que nos acompañaban pasaron delante con
el conductor, Leo me abrió la puerta de atrás y entré desplazándome por los
sillones para dejar entrar a Mikael y que sentara a mi lado, la puerta se cerró
absorbiéndome en la poca iluminación que había en su interior pero mi vista
tardó segundos en adaptarse a ella.
La limusina era muy amplia y limpia por dentro,
los sillones eran de piel en negro y muy cómodos, la poca luz que había me
dejaba ver perfectamente lo que me rodeaba.
–Muy bien pues
cómpralas, me vendrán bien. –Decía el hombre que había justo delante de
nosotros hablando por el móvil sin quitarle la vista a una revista que tenía en
su asiento al lado de él, ni siquiera se había dado cuenta de que habíamos
entrado.
Se podía decir que
nuestro nuevo compañero pasaba totalmente de los intrusos que se habían acoplado
en su flamante y elegante limusina o que pasaba totalmente del plan de esta
noche o que estaba jodido porque le hubieran estropeado un mejor plan para esta
noche.
Tenía
un acento francés un poco antiguo pero lo camuflaba muy bien, tenías que
fijarte detenidamente para poder notarlo. Llevaba un traje gris con una camisa
medio abierta en morado oscuro, tenía el pelo castaño y sus ojos eran negros
intensos como el carbón. Era muy atractivo y como no, enorme, de espalda ancha
y musculada, también era Dragón, aparte de su aroma, le pude ver su marca en el
cuello, solo parte de ella, era más grande que la de mi tío, pero era igual, el
dragón negro con los ojos en rojo.
–Vamos a ver si nos aclaramos… –Continuaba hablando,
pero entonces su mirada dio con la mía por fin, dándose cuenta de que estábamos
en el coche, se silenció de golpe y abrió los ojos desmesuradamente cara mí,
pude escuchar como la persona que había al otro lado de la línea de su teléfono
lo llamaba varias veces. Yo le sonreí y a él se le cayó el móvil de las manos.
Estaba anonadado.
–Señor Yulian le
presento a Alaya Verona. –Dijo Mikael muy orgulloso a mi lado.
Pero Yulian parecía que no salía de su
estupor, arquee las cejas para llamar su atención, dejando de sonreír, no era
muy normal impresionar tanto a un Dragón, se decía de ellos que eran los
hombres más difíciles del mundo y los más orgullosos, pero por lo visto a este
le estaba costando mucho encontrar la forma de respirar.
–Señor Yulian, ¿Se
encuentra bien? –Le pregunté harta de que me mirara de esa manera.
–Entonces es verdad
que existes. Tu padre se arriesga muchísimo al sacar a su preciosa hija con tan
solo la protección de un lobo novato. –Dijo sin apartar la mirada de mí.
–Perdone que le diga…–Comenzó
a decir Mikael muy molesto pero yo lo corte colocando mi mano encima de la
suya.
–No sé qué tiene de
malo, tal vez es que confiaba en que la persona que me tiene que proteger esta
noche haría bien su trabajo, pero por lo visto se equivocó con su suposición.
–Lo contrataqué yo defendiendo a Mikael y dejándolo callado, pero no le duró
mucho porque a los segundos comenzó a reírse.
–Vaya no se puede
negar que eres hija de Efrain. –Dijo entre risas.
Me irritó su reacción y miré a Mikael, el
cual parecía que tuviera la cara deformada de la reacción del Dragón, yo
también estaba alucinada, miré de nuevo a Yulian y parecía que comenzara a
tranquilizarse.
–Perdóneme señorita
Verona, debí a ver ido en persona a recogerla, pero no estoy acostumbrado a
esto. –Dijo sin dejar de sonreír.
–¿Y qué es esto para usted?
–Le pregunté intrigada.
–Hacer de niñera, por
supuesto.
Entonces me entró la risa a mí, de niñera,
¡JA!, será prepotente el engreído este, pero de que iba con ese comentario.
–Mire señor Yulian,
me parece que se equivoca, no sé qué le han contado de mí realmente, pero
simplemente necesito que me entre en ese club, me diga a quien debo engañar…
–Si, lo sé. –Me cortó
él. – Me han contado el plan y creo que me dijeron que tenía que seducir, no
engañar, pero lo puede llamar como quiera…
–… y del resto ya me
encargaré yo sola. –Continúe pasando totalmente de su aclaración y cortándolo
tal como él había hecho conmigo. –Su misión estará cumplida, no necesito que me
cuide, se cuidarme sola, se lo aseguro. –Contesté mientras el coche se ponía en
marcha.
–Sí, me lo imagino,
pero le aseguro, mon visage, que para mí será un placer
protegerla y velar por usted durante toda la noche. Me tiene a sus pies. –Dijo
haciéndome una reverencia.
–Lo que quiera, solo
deseo que las cosas le queden muy claritas en lo que debe hacer usted esta
noche.
–Trasparentes como el
agua. –Me contestó recostándose en el sillón de su asiento, dando por terminada
la conversación.
Durante
un rato se mantuvo el silencio, pero Yulian no me quitaba la mirada de encima.
Es más, podía decir que creo que no parpadeaba, me puso incomoda, tanto que no
paraba quieta en el asiento, evité mirarlo porque estaba a punto de hacerme una
foto y regalársela de recuerdo, pero me abstuve de hacerlo. A Mikael la
situación tampoco le gustaba mucho, porque su cuerpo estaba tenso como a punto
de saltarle encima y lo miraba duramente, por supuesto Yulian ni se había
percatado, porque su mirada estaba muy ocupada en mí.
–Supongo que todavía
no se ha unido a un hombre. Nadie la ha marcado. –Yulian rompió la tranquilidad
del silencio que nos rodeaba con su comentario morboso.
–¿Qué? –Pregunté
incrédula.
El dragón que tenía
delante de mí sentado era demasiado atrevido.
–La huelo, no hay
ningún macho que la haya marcado. ¿Está soltera? –Continúo con el tema apoyando
sus brazos en las rodillas y tirando su cuerpo para delante.
–Y eso que le importa
a usted. Me parece que este tema se sale de sus restricciones, ni siquiera
deberíamos estar hablando de esto.
–Alaya, no le importa
que nos tuteemos, ¿Verdad? –Le dije que no me importaba con la cabeza y continúo.
–Porque yo también estoy solo, siempre he buscado a mi compañera perfecta, Mon âme jumell, y algo me dice que la
tengo justo delante de mí. El problema es que eres hija de un rey, Efrain concretamente
y convencerlo a él, no es nada fácil, pero…
–Por favor Yulian, déjalo
por favor, para empezar tendrías que convencerme a mí y ya de primera mano te
digo que no, así que no insistas. –Le dije mirándolo muy seriamente a los ojos.
–Está bien tenía que intentarlo,
usted me fascina como mujer, nunca en mi vida me he cruzado con una hembra como
tu Alaya, tienes carácter y eso en una mujer me encanta.
¿Había dicho hembra
o lo había entendido mal?
Se apoyó de nuevo
contra el respaldo del asiento y sin dejar de mirarme de una forma fascinante,
continuó con su halagadora conversación.
–Verona me tienes a tus pies, estoy a tú
disposición para todo lo que quieras y si alguna vez necesitas algo de mí, lo
que sea, llámame. –Me tendió una tarjetita en la mano y yo la cogí tan solo
para quedar bien. –Estoy disponible para lo que necesites, un hombro en cual
llorar, un abrazo para consolar o un calor que apagar, lo que tú necesites,
quiero demostrarte que puedes contar conmigo.
–Podría ser peligrosa
para ti y aun así…
–Me encanta el
peligro Alaya. –Dijo Yulian con una gran sonrisa dejándome ver sus blancos
colmillos
–¿Por qué haces todo
esto si no me conoces de nada? –Pregunté un tanto fascinada, impresionada y
confundida.
–¿Crees en el amor a
primera vista? –No supe contestar por que no entendía a que venía esa pregunta.
–Yo ahora sí.
Ahora sí
que entendía la pregunta, me quedé blanca y abrí la boca alucinada, ese hombre
estaba como una cabra, loco de atar, se suponía que Yulian me tenía que
proteger, pero más bien debería protegerme yo de él.
No
tenía palabras para contestarle, me había dejado muda esta vez y para cuando
pude volver en mí, ya habíamos llegado a nuestro destino y estaban abriendo las
puertas del coche para que saliéramos. Nada más salir me encontré atrapada por
la mano de Yulian entrelazada con la mía, no me lo esperaba, bueno ahora mismo
no sé lo que me esperaría de esta hombre. Lo miré y él me sonrió.
–Disimula mon
visage y alegra esos preciosos ojos, no querrás que averigüen nuestra
falsa. Hay dentro muchos seres hambrientos que les encantaría morder una piel
virgen como la tuya.
Continúe sin contestar, era perder el tiempo
con él, le apreté la mano fuerte, al menos para que notara mi frustración y
avancé a su lado. Pero justo en la entrada, note un empujoncito de su mano que
me apegó a su cuerpo, chocando contra su pecho, acercó sus labios a mi oído,
notando enseguida el calor de su aliento haciéndome cosquillas.
–Es una lastiman que
no sea yo al que tengas que seducir, me encantaría ser arrastrado hasta ti.
Pero tendré que conformarme con disfrutar de tu compañía hasta que te alejes de
mí. –Susurró seductoramente fijando el castaño de su mirada en mis labios.
Lo
miré a los ojos para ver cómo me daba la espalda y se giraba para saludar al
guardia de la puerta. Suspiré de impaciencia, pronto se terminaría todo, me
dije mientras bajábamos por unas escaleras para llegar a un salón de donde
tronaba música dance. Era grande, un
cuadrado perfecto con vigas redondas en color negro y sofás redondos a
conjunto, avanzamos por un lateral donde habían mesas rodeadas por hombres y
mujeres jugando a cartas, y en una de ellas estaba Romeo sentado y apostando. Como si me
hubiera olido levantó la vista en mi dirección, dos brazos pálidos y finos le
rodearon el cuello con posesividad, era la rubia otra vez la que lo amarraba
para que no se le escapara. Ella le dio un beso en la mejilla intentando llamar
su atención, pero él tenía la vista fija en mí, bueno, más bien en el brazo de
Yulian que rodeaba mi cintura, ni siquiera le hizo caso a ella, así que doña
perfecta se apartó de él y se marchó, pero antes me dedicó una mirada asesina
de recuerdo.
Miré a Romeo de nuevo pero ya no estaba, lo
busqué con la mirada, pero el brazo de Yulian me hizo moverme para continuar,
dando por finalizada mi ansiosa búsqueda.
Desde
que entramos al club Yulian me había rodeado con su brazo manteniéndome bien
cerca de él, no le di importancia, porque desde que había puesto el primer pie
en el club todos los hombres me miraban de una manera muy lasciva, pero al ver
ese brazo y a Yulian tan cerca de mí, todos retiraban la mirada con temor, como
si fueran a meterse en líos con el dragón que tenía pegado totalmente a mí.
Increíble, esa gente
pensaba que le pertenecía a él. No me gustaba mucho que esa gente se hiciera
una idea equivocada sobre lo que había entre Yulian y yo, pero lo prefería a
salir de allí a golpes.
Discreción, mucha discreción.
Continuamos
avanzando para entrar a otro salón, solo que este no tenía ni sillones cómodos
para sentarse, ni mesas de juego, ni pilares, nada de decoración, ni siquiera
estaba pintado de un color y la poca música que sonaba se apagaba con los
gritos de la gente que rodeaba una enorme jaula que había en el centro de la
sala.
–Esta noche soy la envidia
de todo hombre con cual nos cruzamos, es increíble lo que llamas la atención.
Hasta los que rodeaban a Drusila la han abandonado para fijar la vista en ti y seguirnos hasta aquí
para poder observarte mejor, te aseguro que muchos de ellos, incluido yo, esta
noche soñaremos contigo, con la una
déesse de la noche.– Dijo Yulian acercándome de nuevo a él, apretando su
abrazo y evitando que nos chocáramos con la gente que nos rodeaba y pasaba por
allí, este salón estaba atestado de gente.
–¿Quién es Drusila?
–Pregunté intentando averiguar qué sucedía dentro de la jaula y apartándome un
poco de su contacto.
–¿No sabes quién es? –Yulian
cogió mi barbilla y me giró cara él para que lo mirara,
yo le negué con la cabeza. –Drusila es una súbdita de tu
padre, es la amante de Romeo Balsateri. La has tenido que ver con él, se alojan
juntos en el mismo hotel que tú.
Me paré en seco, claro que sabía quién era
ella, pero no sabía su nombre. Así que la rubia se llamaba Drusila y era la
amante de Romeo, no era su compañera, ni su esposa, era simplemente su amante,
no se había unido a ella, pero su comportamiento hacia ella demostraba que a
Romeo le interesaba bastante e incluso que la amase, pero no tenía sentido, si
la amaba ¿Por qué no se había unido a ella?
–¿Sabes quién es?
–Sí, ahora caigo, la
he visto varias veces, pero nadie me la ha presentado. –Contesté y le sonreí
para disimular mi reacción con la noticia.
–Mejor, esa mujer es
una víbora, vale la pena que no te acerques a ella.
Yulian me sonrió y me animó a caminar
cogiéndome de la mano, nos acercábamos a la proximidad de la jaula, pero solo
la rodeábamos, seguí mirándola, intentando ver qué pasaba ahí dentro, que era
lo que ponía tan nerviosas a las personas que la rodeaban, los gritos se
acentuaban, me imaginé que sería una pelea por algunos cometarios que pude
escuchar, pero no sabía quién peleaba, allí había Dragones, Victorianos, alfas,
lobos y vampiros, pero ni un humano en todo el recinto.
Una
jovencita se acercó a Yulian y este me soltó de la mano para saludarla, así que
aproveché su despiste para acercarme a la jaula.
<<Alaya>>
Me
paralicé. Sonó en mi mente, creo, pero lo oí alto y claro, una voz suave,
melodiosa y a la vez ronca. Comencé a mirar a mí alrededor, pero no veía a
nadie, comencé acercarme más a la jaula sorteando a la gente que se aplastaba
entre ellos para no perderse nada, hasta que estuve en primera fila. Dentro de
ella habían dos vampiros convertidos del todo, me quedé impresionada, nunca en
mi vida había visto la última etapa de la transformación de un vampiro, tampoco
es que cambiaran muchos sus rasgos, solo se intensificaban más, haciéndolo más
agresivo y peligroso y su nivel de poder me golpeaba en el pecho como un mazo cortándome
la respiración.
Estaban luchando entre los dos con sus propias
manos, pero su forma de pelear, de menearse, de actuar, era muy extraña.
<<Alaya, mírame>>
Esa voz maravillosa volvió a sonar en mi
cabeza y como un sol brillar lo vi justo enfrente de mí al otro lado de la
jaula, estaba vestido de blanco completamente, rubio de pelo largo, alto y me
miraba fijamente, era guapísimo, como un dios del Olimpo, me sonrió dejándome
ver una sonrisa perfecta con una dentadura blanca y radiante, tuve que
agarrarme a los barrotes de la jaula,
porque sentía que me caía, mi corazón latía más fuerte, suspiré e intenté ahogar
las sensaciones de mi cuerpo.
<<Alaya, ven aquí, quiero que vengas conmigo. Ahora>>
Sentí
un aleteo en mi cerebro que me activó todo el cuerpo a obedecerlo, mis pies
empezaron a moverse en su dirección, rodeando la jaula y acercándome a él, era
como si sintiera la presión de un imán que me arrastrara a él y eso es lo que
quería, acercarme a ese hombre salido del cielo. No podía apartar la vista de
ese cuerpo, no escuchaba nada a mi alrededor, como si solo existiera él en ese
momento, como si todo el mundo que había en el salón hubiera desaparecido, se
hubiera esfumado, no detuve mi paso, no quería parar, quería llegar a él, lo
deseaba.
Me quedaba poco para poder tocarlo, tan poco
para acercarme a su cuerpo, que podía llegar a sentir el calor que desprendía
llenándome los sentidos, pero entonces un rugido atroz me hizo volver a la realidad
y salir de ese hechizo apartándole la vista para buscar de dónde salía ese
rugido y justo delante de mí, detrás de las barras, uno de los vampiros que
estaban luchando me miraba con los ojos oscurecidos y totalmente enloquecidos, volvió
a rugirme y yo retrocedí para atrás al ver que sacaba los brazos intentándome
coger, sus ojos eran casi negros y estaba completamente lleno de sangre y
heridas por todas partes.
Al intentar cogerme el vampiro cometió el
error de no prestar atención a su contrincante, este aprovechó su despiste y lo
cogió por detrás estampándolo contra las barras del otro lado, en un golpe que
rebotó por todo el salón. Retiré la vista de ese espectáculo violento y busqué
a mi dios griego entre la multitud, pero ya no estaba, el rubio que me había
robado el aliento había desaparecido, revisé cada rincón que alcanzaba mi
vista, pero no aparecía por ningún lado.
Sentí la fuerza de unos brazos cogerme de la
cintura y sacarme de la aglomeración de gente, me quejé e iba a dedicarle unos
cuantos insultos de la cosecha de Mikael, pero cerré la boca cuando me giré y
me di cuenta que era Yulian, el cual me miraba con cara de pocos amigos.
–¿Qué demonios
hacías? Se supone que tienes trabajo que hacer, no has venido aquí a ver las
peleas. Joder Alaya, casi me da un infarto cuando me he girado y no estabas. Si
te hubiera perdido tu padre me hubiera matado. –Estaba muy cabreado pero a la
vez respiraba aliviado.
–Yulian, había
alguien cerca de esa jaula que me estaba llamando por mi nombre, creo que saben
que estoy aquí.
La
mirada de Yulian se transformó apaciguando cada uno de sus rasgos, acarició mis
brazos suavemente y pasó su brazo por mi cintura para instarme a caminar de
nuevo a su lado, posando sus dedos en mis labios cortando cualquier queja.
–Es imposible Alaya,
y si así fuera, tranquila, estas bien protegida, por todos lados controlan nuestros
pasos, por otro lado, estás conmigo mon
visage, y no pienso permitir que alguien se acerque a ti. –Apartó sus dedos
de mis labios para acariciar mi mejilla y me miró con una sonrisa ladeada.
–Ahora vamos a terminar la faena y a por él Narciso.
Yulian
comenzó a arrastrarme por la sala y lo dejé que me llevara, estaba ofuscada por
lo sucedido, pero Yulian tenía razón, tal vez fuera una ilusión, o no, pero no
podía asustarme, solo sabía que el dios rubio era Victoriano, si salía de esta
y todo el plan salía bien, se lo contaría a Efrain, no sabía quién era ese
hombre, pero estaba segura que no era el de mis pesadillas, no era el que me
había intentado arrastrar dos veces a él, estaba segura de ello, no se parecían
en nada, ni siquiera tenían la misma voz y el Victoriano no me provocaba las
mismas sensaciones que me provocaba el hombre oscuro de ojos negros, ni de
cerca se podían comparar. Tampoco sabía si el Victoriano era de fiar, por el
momento era mejor que me alejara de él, claro, si mi cuerpo no me lo impedía.
Llegamos
a otro salón más pequeño, con cortinas blancas colgando del techo, dando privacidad
a cada mesa y con una iluminación más clara, nos sentamos en uno de los enormes
sofás en una esquina de la sala y enseguida un camarero vino con una botella de
champagne con dos copas, las dejó en la mesa y se retiró. Yulian sirvió una y
me la ofreció acercándose a mí.
–Alaya, ves al hombre
de la mesa de la izquierda, el que lleva la camisa y la corbata roja
desabrochada. –Busqué con la mirada y di con él, le dije que si con la cabeza a
Yulian. –Bien, porque ese es tu hombre.
Era la misma descripción que Efrain me había
dado. El Narciso estaba rodeado de varias mujeres muy hermosas y todas ellas
eran vampiras, como mi padre me había dicho, eran su gran debilidad.
Le di
un trago a la copa terminándola hasta la última gota e intenté levantarme del
sofá, pero la mano de Yulian me sentó de nuevo a su lado, solo que esta vez un
poco más cerca de él.
–¿Por qué no empiezas
con el tonteo aquí? –Me preguntó.
–No. Él no me ve
desde aquí, sería difícil llamar su atención aquí sentada. Y no puedo perder el
tiempo. Será mejor empezar ya. –Cuanto antes empiece antes acabara todo esto,
pensé dentro de mí. –¿Dónde está Mikael? –Yulian lo señaló con la cabeza.
–Alaya ten cuidado,
ese Narciso es traicionero. Y recuerda, llámame cuando me necesites o
simplemente para hablar, para ti estaré disponible las veinticuatro horas del
día… y de la oscura noche. –Cogió mi mano y deposito un tierno y seductor beso
en ella. –Aquí nos separamos.
Le
sonreí y busque con la mirada a Mikael, lo divise detrás de Leo, con las manos
en los bolsillos, le hice un gesto con la cabeza y me siguió. Me coloque en la
barra del centro de la sala, justo delante de la mesa del Narciso, Mikael
estaba a mi derecha, a dos metros de mí, se sentó en un taburete y fijo la
vista en el Narciso, no sin antes dedicarme una sonrisa tranquilizadora, pero no
sirvió de nada, estaba un poco nerviosa, creo que me arrepentía de haber
participado en esta artimaña.
Me giré cara el camarero y le pedí una copa
de lo más fuerte que tuviera en las estanterías, necesitaba relajarme, el
camarero me sonrió y sirvió en un vaso pequeño un líquido blanco, la olor llegó
hasta mí y me dieron arcadas, pero lo había acertado, era realmente lo que
necesitaba. Alargué la mano para coger el vasito cuando la voz de Chilo a mi
espalada me sobresalto, no me pude girar porque él me lo pidió en un susurro.
–Estaría bien que no
te dejaras sobar tanto por Yulian, no nos está haciendo mucha gracia ver las
manos de ese Dragón sobar todo tu cuerpo. Desde que habéis entrado no te ha
quitado la mano de encima y te aseguro que a cierta persona no voy a poder
controlarla mucho, a mí también me están dando ganas de darle una paliza.
Me
perturbó ese comentario, se suponía que esta noche era la acompañante de
Yulian, tenía que disimular, ellos me lo habían pedido y yo lo había aceptado
sin quejarme.
Pero ahora…Espera.
¿Chilo estaba
celoso? Y ¿A quién tenía que controlar?
Porque demonios no
podía ser más claro, parecía que le faltaran palabras o nombres. Quise girarme de nuevo hacia él, pero me lo
volvió a impedir.
–¿Chilo estas celoso?
–Tal vez. Miento, sí,
estoy celoso y mi paciencia se agota, voy a soltar a la bestia y que Yulian se
apañe con él.
–¿A quién tienes que
controlar? ¿A mi padre? ¿A Epicydes? Actuó como ellos me dijeron que lo hiciera
y márchate de una vez, me estas entreteniendo.
–Te equivocas
princesa, no es a ninguno de los que has mencionado el cual yo he tenido que
atar casi a una silla para controlar su ira. Bueno me voy. Y espero que te haya
quedado claro, bien lejitos de Yulian. –Y se marchó dejándome con la palabra en
la boca.
Sacudí la cabeza intentándome quitar esa
conversación de la cabeza, luego más tarde le preguntaría para saber a quién se
refería.
Me centré en lo que
realmente me interesaba.
Me bebí de un trago
el contenido del vaso de un sabor horrible, me quemó la garganta y luego me
hirvió en el estómago, fue repugnante, no volvería a beber nada parecido. Me
recuperé en seguida, me animé a mí misma y giré rodando el taburete cara mi
presa.
Seducir al Narciso
que tenía justo delante de mí.
Hola!! me encantan tus historias, te sigo en wattpad también y me gustaría saber si vas a continuar esta novela? En unas pocas horas me he leído los 9 capítulos !!!!!!
ResponderEliminarMe enkantaaaaaa!! Ojalá la sigas pronto me fascina como cada una de tus historias
ResponderEliminarhola
ResponderEliminarcuando siques la historia me tiene re intrigada por favor siguela
hola q historia estas escribiendo ahora?
ResponderEliminarhola aun sigo esperando la continuacion....
ResponderEliminarhola aun sigo esperando la continuación de esta novela esta de verdad estoy muy intrigada y la otra q tambien espero con anelo es un demonio de ojos azules. eres la mejor escribiendo, que nadie te diga lo contrario y si te lo dicen mandalos a la mierda como las hermosas protagonistas de tus novelas y no lo olvides eres LA MEJORRRRRR
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