Dicen que cuando te cruzas con el hombre de tu vida la piel se te pone de gallina, la cabeza deja de ser útil durante una fracción de segundos, la sangre te circula de una manera peligrosa, el cuerpo te cosquillea gratificante por todo todas partes y sientes una intensa, feroz y radiactiva electricidad que te deja el vello de punta. Pues… tienen razón, solo que es algo totalmente alucinante, pasan muchas cosas más de las que te puedes imaginar y sientes más de lo que puedes asimilar.
Tu mente crea una fantasía demasiado surrealista, te sientes como cenicienta en el país de las maravillas, como Blancanieves en un palacio de cristal cristalino, brillante y limpio, como Pulgarcita invadida por enormes flores mágicas que bailan al son de la melodía que sale de tus labios, cosa que, por zopenca que seas, en ese mismo instante sale una hermosa poesía de tus labios, una hermosa sinfonía…
Una mierda.
La primera vez que sentí todo eso fue cuando me monté en la montaña rusa más grande el mundo, eso sí que fue fascinante, alucinante, los gritos salían de mi garganta con pasión, las cosquillas me atravesaban como el aire, los mosquitos y las pequeñas ñapas de los que tenía delante. Eso sí que fue un maremoto de plena satisfacción.
Pero, me enamoré y cada cosa tiene sus razones, que por encontrarme en el lugar inadecuado o en el momento inadecuado, las mías fueron muy desafortunadas, al principio no lo comprendí, pero con el paso del tiempo aprendí que cada uno tiene un camino escrito, dibujado y marcado con permanente, no lo puedes cambiar, adelantar o rehuir, es imposible, cada uno persigue su historia, unas malas y otras súper malas. La mía, mala que te cagas.
Todo ocurrió un invierno congelado y cargado de mal tiempo donde decidí por aburrimiento y asqueada de escuchar los insistentes mensajes de mis padres en que fuera a visitarlos, viajar al pueblo de mi niñez.
La cosa no pintaba bien desde el principio y ese simple detalle debería haberme motivado para dar media vuelta y largarme, volver a mi casa, al cobijo de mi piso de 75m cuadrados. Donde el pladur está camuflado por un horripilante y escalofriante papel en un color burdeos, marrón y negro envejecido, me ahorro el detalle de los dibujos por que la cosa en si ya no pinta bien y mi piso no es mi historia.
A parte de retrasarse mi vuelo tres horas, estropearse la calefacción en un avión que parecía un congelador de carne de vaca, donde cabria un pueblo entero, estar sentada al lado de un gordo que olía a perro muerto rebozado y en el otro lado una mujer con su hijo que no paraba de llorar y cagarse encima, aparte de todo eso cuando llegué al aeropuerto los muy… me perdieron las maletas o directamente mi equipaje había volado en otro avión y en ese mismo momento se encontraba en Tailandia o en una isla paradisiaca (Donde debería de haberme ido yo también). Irresponsables pensé mientras me llevaban por todo el aeropuerto hacia un despacho donde se suponía que me esperaba un encargado que se ocuparía de mi problemilla… ¿Problemilla? (Así lo habían llamado, que irónico verdad) así que, perder todas las pertenencias de un cliente y mandarlas a la otra punta del mundo era un pequeño problema, entonces, ¿para estos jilipollas que sería un gran problema?. En todo momento fruncí las cejas y miré al director de “Equipajes perdidos” con cara de poquer, estaba agotada, cansada y la ropa me apestaba a todo mezclado y nada bueno. Solo deseaba largarme de allí, remojarme al baño maría, tomarme un par de calmantes de caballo, por lo menos y dormir hasta que perdiera la memoria.
Después de casi tres cuartos de hora de estar intentando aparentar tranquilidad y susurrar palabras adecuadas por no enviarlos a la mierda, denunciarlos o pegarles una paliza, decidí con pies pesados arrastrar mi culo al bar, donde claro, todo lo que ingiriera era gratuito mientras ellos buscaban mi etiquetada maleta. No interpuse la lastima por el medio o el deber de no aprovecharme de la gentileza de esa gente, directamente le dije al camarero que me pusiera lo más caro de la carta y que lo acompañara con una buena y añeja botella de vino blanco, el camarero, que era muy mono por cierto, me miró ceñudo, pero una vez le expliqué mi “problemilla” hizo un servicio excelente. La mesa que elegí para sentarme tenía una vista increíble de la inmensa pista de aterrizaje. Durante mi deliciosa comida observé a los aviones despegar y aterrizar, estuve tentada de coger uno de vuelta, pero como tenía el deber y la conciencia intranquila de tener a mis padres tan abandonados, depuse mis expectativas de huir a escondidas en el típico rincón de mi mente junto con mi vocecilla interna bajo llave.
Los platos se vaciaron mágicamente por la barita ultra potente de mi barriga, estaba llena y satisfecha, me recosté en la silla vulgarmente y cerré los ojos, en el momento que me dejé llevar por la tranquila necesidad de poner mi mente en blanco un delicioso aroma de perfume carísimo de hombre llegó a mí como un latigazo. Feroz, atrayente y seductor. Gruñí de solo sentir ese aroma entrar en mis fosas nasales. Abrí los ojos solo para buscar como un perro callejero al dueño de tal olor y cuando di con unos ojos grises mirando por la misma ventana que yo momentos antes estaba mirando justo delante de mí, la boca se me desencajó.
Guapo, guapo, guapo. Me entraron ganas de silbarle, gritarle como una vulgar obrera lo bueno que estaba y las gomas de su ropa interior que me quería comer, pero en ese momento el tiarrón me miró y me pilló.
No sé si fue peor el no poder apartar la mirada hambrienta de él o el no poder cerrar la bocaza que en ese momento ya parecía una pala de cavar. Estaba en shock, jamás había visto a un hombre que fuera tan guapo y tan agresivo a la vez, un hombre que te intimidaba y a la vez te arrastraba como un tsunami sin vuelta atrás. El tío bueno me miró primero sorprendido, luego extrañado y finalmente aburrido, bufó, meneó la cabeza en un no y me retiró la mirada de una manera asqueada como si yo fuera una petarda, y en ese momento lo parecía, si hubiera podido salir de mi cuerpo y mirarme desde fuera me hubiera pegado de golpes hasta hacerme perder la conciencia. Mi querido vecino me miró de nuevo y su rostro se ensombreció a la oscuridad eterna, no le estaba gustando mucho que fuera tan sometido a mi mirada, pero ¿Que podía hacer yo? Mirar era gratis y mis ojos se estaban dando un festín con él…
OH madre mía…
Un cuerpo cien se levantó de la silla embutido en un delicado y sedoso traje chaqueta que podía costar lo que costaba mi piso, el tío era tremendo por todos lados, inconscientemente los ojos se me fueron al paquete, que conste que jamás en mi vida me había comportado de esa manera, pero, ¡Joder! No lo podía evitar era muy difícil y ese marcado bulto no dejaba mucho a la imaginación. Me estaba dando miedo mi comportamiento. Mi macizo alzó el vuelo y comenzó a caminar en mi dirección, en el momento que pasó por mi lado…
El aire se me quedó atascado en la garganta, la sangre me hirvió, la cabeza comenzó a darme vueltas, un intenso nerviosísimo me recorrió por todo el estómago y el latigazo de electricidad me golpeó en toda la espina dorsal. Fue atroz y maravilloso. A duras penas me giré para observarlo pero me di de lleno con el lateral de un cuerpo parado justo a mi lado, una manga gris marengo perfectamente recortada, al ras de un puño cerrado fuertemente donde las venas se marcaban acaparó todo mi campo de visión, y su aroma, tan de cerca me obnubiló la mente.
Perfecto, un cien en todo, solo me faltaría puntuar ese interior, aunque la poca carne que se veía te atraía a arrancar esa cara tela a bocados.
Una serie de golpecitos en la mesa junto con mi nombre y mi apellido a gritos retiraron mi mirada del macho-men para fijarla en el encargado de mi equipaje perdido. Me bebí la copa de un solo trago y seguí al hombre hasta el exterior del restaurante sin permitirme el lujo de volver la vista a mi espalda para ver por última vez al hombre de mis sueños, ya que solo sería eso, el hombre con el que soñar y dibujar en mi mente para auto-disfrutar con mis dedos esta noche.
Si, sería una buena forma de llegar al orgasmo más pronto.
Complacerme a través de ilusiones era gratis.
Solucionado mi problemilla con mi equipaje, salí fuera y me sentí libre, respiré durante unos segundos llenándome los pulmones y una fragancia familiar llenó mis sentidos de deseo irracional. De nuevo, como una rastreadora lo busqué y lo encontré a unos metros de distancia de pie, un cuerpo torneado, atlético, alto y bien formado, revisé cada parte sin dejarme ni un trozo por memorizar para mis encuentros personales de esta noche, hasta que llegué a su rostro, su mirada fija en la mía tan fijamente me impactó, y en los gestos de su cara se dibujaba la desorientación, la preocupación, la intriga y ¿el miedo? Joder ¿Tanto lo había acojonado con mi revisión? Estaba claro que sí, lo que acababa de hacer me catapultaba como una desesperada acosadora muerta de hambre.
Que mal rolloooooooooo.
Me di la espalda, caminé deprisa, casi corriendo y cogí un taxi que conducía un tío que parecía que se acababa de sacar el carnet en una tómbola, busqué cinturones de seguridad con ansiedad, los dos que llevaba puestos me parecían insuficientes con el zopenco peligro al volante que llevaba el coche. Por suerte mi conductor había hecho desaparecer parte del calentón que tenía encima, pero no todo.
Bajé del taxi con las piernas temblorosas y el corazón al borde de un ataque de pánico, ese tío era un demente, casi había atropellado a media ciudad y se había equivocado de camino tres veces, al final le había tenido que decir por donde tenía que ir y gracias a que me había agarrado con uñas y dientes a todos los lugares que había encontrado por el coche había llegado de una sola pieza, aunque había sido duro y en más de un momento había gritado, el muy idiota se pensaba que estaba en una carrera de coches. No se merecía el dinero que le di por la carrera, pero después de ver el poco cariño que tenía por la vida, no arriesgué y le pagué, al menos me cobró la mitad por sus continuos errores.
Hogar dulce hogar.
Esas fueron las palabras que me salieron del alma cuando vi mi antigua casa y no fueron nostálgicas, ni felices, ni siquiera un sentimiento que desembocara una añoranza a mi niñez. Que recuerdos, oh si, lo recordaba todo. Cuando me fui a pescar con mi padre y mis hermanos con tan solo dos años se les pasaron por la cabeza que un niño flotaba solo, error, mi padre me sacó y terminé en un hospital ingresada. Otro recuerdo fue cuando a mi madre le daba sus ataques de fumada y nos vestía de hechiceros a mis hermanos y bruja a mí para ir a la iglesia, los vecinos y el párroco no ponían muy buenas caras y para colmo mi madre comenzaba a gritar “brujas, quemarlos en la hoguera”, imagínate el desazón de los presentes que no sabían que hacer, aunque tengo que agradecerles que no le hicieran caso a mi madre y no nos quemaran, de no ser así, en este momento no estaría aquí. Ante todo mi madre nos quería pero su demencia fumeta la trastornaba demasiado. Mi madre se dedicaba a recoger todos los animales que se encontraba vagabundeando por la calle, tres de ellos que más recuerdo son, la mofeta, animal que por suerte mis hermanos se encargaron de cuidar, un cuervo que por mala suerte dormía en mi habitación, aunque de esa etapa recuerdo más vivir encerrada en mi armario por miedo a ese animal que otra cosa infantil. Y por último y no menos importante, un jabalí, de este animal os puedo decir que esa etapa de mi vida fue la historia interminable, pero al final el asqueroso rastreador terminó en el cocido de la familia, creo que eso fue uno de los detonantes principales de que me hiciera vegetariana. Siempre me pregunté porque no podíamos tener un perro como la gente normal, pero no, nosotros no éramos una familia normal y nunca en la vida tuvimos un perro, un gato o un pez, más bien recuerdo haber tenido un estanque de pirañas y tampoco lo pasé muy bien con esa especie asesina marina, al menos no tuvimos un tiburón, tampoco nos cabía en el pequeño estanque.
De todas formas eso era el pasado, mi madre se había desintoxicado y reformado totalmente, según mi padre era otra y con ello todo había cambiado, ahora se dedicaba a la pastelería y se le daba de miedo. Estaba deseando comprobarlo por mí misma.
Avancé por el jardín de la entrada con una simple bolsa de ropa que había comprado en el aeropuerto hacia la puerta de mi casa, mi sorpresa fue ver a mi madre salir corriendo de ella, gritando mi nombre y lanzarse a mis brazos, después la siguió mi padre y por último mis hermanos. Estaba preparada para todo, para las réplicas de mi madre de continuar soltera, de vivir tan lejos de ellos o para las burlas de mis hermanos, hasta incluso que se comportaran como si yo fuera un chico más y me dieran algún que otro golpe en el hombro como hacen los hombres o una palmadita en la espalda que te deja KO durante unos minutos, pero no sucedió nada de eso, fue todo muy siniestro.
Comimos y salimos a dar una vuelta por el pueblo, rellenar mi escaso armario o llenarme de necesidades femeninas que no tenía para poder pasar los tres días con mi familia. Mi familia compró todo lo necesario para poder pasar una ventisca, extraño, en el pueblo hacia mal tiempo pero no tanto, la lluvia no se había detenido desde que había llegado, pero no nevaba, todavía.
Mi gran error fue no fiarme de las predicciones de mi padre y de toda la comida que habían comprado, después, al día siguiente la siguiente prueba irrefutable era las maderas encasilladas y bloqueando todas las puertas y ventanas que habían anclado con tornillos grandes a los marcos, es más, mi hermano me despertó a base de golpes cuando tapó la mía. ¿Cómo no me di cuenta de la exagerada reacción que estaba tomando mi loca familia?
Pues no, era imprevisible y lo viví todo el día que tenía que volver a casa.
Tres días después, recién desayunada con una pequeña maleta en la mano y la boca abierta contemplaba delante de mis narices la nevada del siglo. No sé cuánto tiempo estuve en medio de la puerta de la casa, con la madera abierta de par en par, entrando la nieve y yo bloqueando la salida. Estaba perpleja, me sentía burlada por los cielos, por el tiempo y por la madre que me parió.
Mierda, no me podía ir a ningún lugar, era directamente peligroso coger un avión o coger el coche o coger una bici, sin embargo, no dijeron nada de coger caballos. Se me pasó por la cabeza, pero no quería matar a un animal por mis ansias de viajar.
Lo tenía claro.
Mi comportamiento del día resultó demostrar que la loca de la familia era yo, estaba histérica, de una lado para el otro buscando una maldita solución para salir de ese lugar, tenía que largarme de allí, mi madre me estaba trastornando con tanto amor, mi padre me sacaba de quicio con tanta palabrería de no sé qué rollo sobre la tranquilidad, ¿Tranquilidad? ¿Qué estuviera tranquila? Pero si parecía que me hubiera tomado un tripi, me subía por las paredes y al caer la noche me había arrancado por bulerías de los taconazos que estaba metiendo en mi habitación. No podía más.
Pero al día siguiente todo cambió y cuando digo todo es todo. Mi vida cambió ese día.
El sheriff del pueblo fue puerta por puerta avisándonos de que el tiempo iba a empeorar y que debíamos acudir todos al refugio llevando todo los alimentos, mantas y linternas que tuviéramos en casa. Mi madre me hizo unos pasteles de los suyos, compuestos de una deliciosa y adictiva cosecha privada que me derrumbaron inmediatamente, solo que, parecía una loca medicada cuando llegué al refugio. Mis hermanos me llevaban uno de cada brazo, mi madre reía por lo bajo y mi padre me miraba de una manera que me entraba la gracia. Mi primera imagen no causó muy buena impresión pero lo peor estaba por llegar cuando el petardo de mi hermano mayor me dejó en una cama central sola y colocada.
Miré a mi alrededor y te juró que parecía estar en un circo, la mujer barbuda a mi derecha, los enanos de Blancanieves a mi izquierda e incluso diferencié entre ellos a gruñón, delante, la familia Adamas y que gracia, estaban todos, hasta Franquestein. Y a mi espalda…Oooo… total, esto se merecía tambores. Shreck y Asno, que fuerte, me dolía el estómago de tanto reírme, estaba llorando a lágrima viva.
El colocón me duró todo el día, cuando me dormí, que fue de inmediato, soñé con Los tres cerditos, Dumbo y Pulgarcita grabando una peli porno. Menuda película.
Una noche movidita.
Al día siguiente desperté con una resaca de miedo y una sed infernal, parecía que hubiera pasado tres días en el desierto sin beber. El lugar estaba atestado de gente, apestaba a pies resudaos y a sudores de varias mezclas variados, por lo visto esa gente no conocía el desodorante, Rexona y Axe se haría de oro aquí en este lugar.
Sorteé los obstáculos de bultos dormidos y otros no tan dormidos y salí fuera, pero no al exterior, nos encontrábamos en alerta roja y dos seguridades vigilaban la salida, era muy difícil salir de ese lugar, en un momento, al ver a esos dos me sentí enjaulada y apresada en una cárcel. Tenía que pensar que esto era por nuestro bien, pero me daba un mal rollo que alucinas. Fui directa al improvisado comedor y ¿A que no adivináis a quien me encontré sentado en una de las mesas? Por muy informal que fuera vestido, con el pelo desecho y con cara de agotado, su aroma, su apariencia sexy y las increíbles sensaciones que me acribillaron el cuerpo nada más lo vi era imposible engañarme. Mi desconocido tío bueno estaba en el mismo lugar que yo encerrado y solo, como yo en ese momento.
Sé que debería de haber sido más atrevida, haberme lanzado y sentado a su lado para acribillarlo a preguntas, pero no me encontraba al cien por cien y mi imagen, aunque era un poco mejor que la suya, todavía dejaba mucho que desear, con lo cual, después de cruzarme con su gris y brillante mirada, agaché mi rostro y me fui a por una botella de agua, una cola, un pastel de chocolate y un zumo de naranja, con mi bandeja llena me fui a la mesa más lejana que existía, pero a la hora de sentarme la voz del tío bueno me frenó en seco.
Me invitó a sentarme en su mesa, ¿Te lo puedes creer? Yo tampoco, pensé que lo había imaginado y continué, muy lentamente y sin retirarle la mirada, como vacilándole, me senté en la mesa que había elegido desde un principio. Mi desconocido soltó una carcajada, cogió su bandeja y se acercó a mí…
No, no, no…oh si, lo iba hacer. Se sentó a mi lado, muy cerca.
Román, se llamaba y era un empresario que viajaba por trabajo, él también se había quedado atrapado en este lugar. Que lastima pensé, tenía una voz maravillosa y de cerca era aún mejor, más perfecto. Mientras él hablaba yo lo miraba obnubilada, estaba buenísimo.
Los otros cinco días los pasé más pegada a él que una mosca y aunque en todo momento insistía una y otra vez en pegarme a su lado, la afluencia de gente y de mujeres tan desesperadas como yo por pillar cacho, hizo imposible que tuviera algo de intimidad con él. Por momentos pensé que esto era maravilloso hasta que aparecía un devora hombres y se restregaba por las paredes como una mona en celo o una cosa aun peor, y luego estaba mi madre por detrás dándome por saco y sacándome de mis casillas dejándome en ridículo delante de él.
Como resultado, mi familia se llevaba mejor con ese hombre que yo y mi precario comportamiento dejó a ver que no era una persona muy centrada, el último día dejé de seguirlo y me centré por prepararme para largarme de ese pueblo. La mala noticia es que Román había descubierto a la rubia de morros rojos y piernas descaradamente abiertas que se encontraba en ese zulo y había decidido perder el tiempo con ella.
Muy bien, mi ridículo y mi familia y mi aspecto me habían enviado a la mierda y al arrepentimiento de no haberme vuelta a casa el primer día, pero pronto volvería, muy pronto.
La vuelta fue mucho mejor, mis madre llorando, mi padre llorando y mis hermanos… sin comentarios, el avión salió a su hora, la calefacción funcionaba perfectamente y a mi lado no había nadie, estaba sola en una fila de tres.
De maravilla.
De lo único que me arrepentía era de no haber sido más lanzada con el desconocido y de no haber preguntado más sobre su vida y sobre su dirección o su teléfono o lo que fuera para saber dónde encontrarlo, pero había sido solo un buen regalo a un mal viaje.
Tenía que asimilarlo, jamás volvería a verlo y jamás encontraría a un hombre que me hiciera arder como él. Sabía que era duro reconocer tal cosa, pero era la realidad, tenía veinte dos años y en toda mi existencia había conocido a un hombre que fuera tan sexy, guapo, salvaje y que estuviera tan bueno, pero…
¿Qué podíamos hacer?
Nada.
Una semana después recuperé la normalidad de mi vida y la rutina me direccionó al día a día. Me levantaba tres horas antes para ir a trabajar, cogía el atestado metro todas las mañanas y hacia una hora de cola en la mejor cafetería de la avenida de la calle donde trabajaba. Recibía la normalidad con satisfacción porque al fin y al cabo era en lo que se había coinvertido mi vida hasta que tropecé y de nuevo llegó el cambio de todo.
Una mañana, entre semana, donde debería de haber entrado a trabajar a las nueve, el llegar tarde hizo que mi vida diera un cambio de ciento ochenta grados.
El despertador no sonó esa mañana, me dormí y el teléfono llamando repetidamente me despertó, mi segundo jefe, gritando con un megáfono donde coño estaba y que moviera el culo porque tenía que estar antes del mediodía en el despacho para una súper mierda de reunión, bien, esos gritos me espabilaron inmediatamente sin necesidad de tomar una taza de café o darme un baño repentino de agua caliente. Salí de casa perdiendo el culo, vistiéndome por el camino y maquillándome en el metro donde me tocó ir de pie y… el resultado de mi rostro cuando pude mirarme en un espejo fue de… Un horror.
Suspiré y saqué una toallita para quitarme ese desastre de encima antes de llegar a mi cafetería y comprar mi deliciosa y grande magdalena de vainilla con caramelo por encima que hacía que la boca se me hiciera agua…mmmmmmmmm
Pero y una mierda, ni eso me salió bien. Cuando llegué, la última magdalena se la acababa de llevar un hombre hacia unos pocos minutos. Al enterarme de ese tercer fallo, algo dentro de mí sabía que las cosas me saldrían mal.
Siguiente paso: Quedarme en el paro.
Estaba desilusionada, ni siquiera me apetecía llegar al trabajo y soportar la puta bronca que me esperaba con el gordinflón de mi jefe (Que ya le podían pinchar con una aguja y que saliera volando el muy cabrón para que de esa manera se perdiera en el universo y no volviera a verlo ¡Eso sí que sería alegrarme la vista!), también podía añadir que era un odioso viejo verde que olía a pollo quemado mezclado con queso curado.
Me senté en un banco que me pillaba de camino y fijé la vista al frente. Un precioso jardín con una pequeña zona de juegos, los niños corrían, reían y gritaban, eran felices. Deseé volver a la infancia, sin preocupaciones, ni problemas económicos, ni padres atosigadores, ni mal de amores, ni nada que me quitara el sueño.
Que bien vivían los nanos.
Una voz a mi espalda trucó mi estado desinteresado y envidioso de los niños y atrajo mi mirada a un objeto que olía de maravilla y que había plantado delante de mis narices.
Mi magdalena.
Me giré para preguntar y mi gran sorpresa apareció como un rayito de sol en un cielo cubierto de nueves negras, rayos cayendo del cielo como bolas de fuego y un frio lleno de viento furioso. Era mi sol personal.
Aquel hombre que conocí en una de las peores semanas de mi vida, el hombre que me volvió loca y el hombre que no había podido olvidar desde que lo conociera estaba delante de mí, con una sonrisa que me inflamó la chirla y un aspecto que hizo que me mojara entera.
Mi desconocido, mi tío buenorooooooooooo.
Esta vez no desperdicié ni un segundo, antes de que hablara le pregunté todas las incógnitas, curiosidades y más tonterías que se me ocurrieron, todo y solo dejándole hablar para que me respondiera, él amablemente me contestó y añadió otras más que ajuntaban a mi vida personal.
Fue un día maravilloso, inolvidable y el comienzo de una buena amistad.
Cuatro años más tarde, tras una preciosa y de ensueño boda, ahora comparto mi vida junto con mis dos hijos con mi adorable, elegido y perfecto desconocido.
Cuando dejé de buscar lo encontré y ahora… SOY MUY, PERO QUE MUY FELIZ.
P.D. Si te cruzas con alguien que te hace sentir todo eso, ves a por él, no lo dejes escapar, porque por muy difícil que se pongan las cosas, tu alma gemela no podrá escapar jamás de ti, ni tú de él.
Anónima
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