No podía imaginar, por nada del mundo que
Liam, después de todo lo sucedido se hubiera atrevido a seguirme.
– ¿Qué has dicho?
Un eco en mi oreja…Ivan.
–Ya me has oído.
Otro eco más lejano…Liam.
– ¿Quién te crees que eres?
–Una pregunta un tanto idiota viniendo de ti.
–Un rugido atroz rebotó por todo mi cuerpo y me dejó tambaleándome cuando Ivan
me soltó–. ¿Quién crees que soy?
Era
imposible no reconocer la provocación en la voz de Liam.
–Un
inútil que arriesga demasiado viniendo hasta aquí.
– ¿Inútil? –repitió Liam con una sonrisa
falsa en sus labios, luego me miró a mí y la mano que sostenía Ivan con la
mía–, quiero hablar contigo.
–Me parece que no –contestó Ivan por mí.
Las cejas de Liam se alzaron de golpe. Sin
borrar esa sonrisa sarcástica de su boca, le dedicó una mirada fulminante a
Ivan.
–No tengo, por el momento problemas contigo,
monigote, pero si continuas tocándome los huevos, los tendrás.
Ivan soltó mi mano y avanzó. Mi cabeza,
sobrecogida por los acontecimientos se sumió en un pequeño vacío, pero una
pequeña neurona, ya fuese fuerte, perspicaz o simplemente una alarma, se
encendió motivando al resto a que espabilaran.
El problema es que fue tardía en su
función. Cuando todo se centró en mi cabeza y en mi cuerpo, Ivan bajaba los
tres escalones de la quinta con los
brazos tensos, ligeramente separados y los puños cerrados, Liam, a su vez y tan
amenazante como el otro, dio dos pasos hacia delante.
Mis ojos se abrieron, fue como si el futuro
me estallara en la cara: los dos hombres
que estaban ocupando una parte de mi corazón y de mi mente, cara a cara.
La imagen resultaba perfecta, dos hombres
llenos de pura adrenalina, testosterona, sexys y guapos con los ojos brillando
de rabia estaban a punto de chocar como el filo de dos espadas.
La explosión iba a ser impactante.
– ¡Ivan!
El nombre salió de mis labios sin darme
cuenta. Él llamado se detuvo, el contrincante me miró. Ajena a esos ojos azules
me centré en la espalda tensa del otro.
Una parte de mi cabeza me gritaba que los
dejara, que se mataran, que ya se apañarían ellos solos, eran mayores, dos
hombres adultos, pero otra, la más sensata me pedía a gritos que detuviera
esto.
Conocía a Liam, como se movía y lo bien que
se le daba pelear. Ivan saldría mal parado de este enfrentamiento y aunque no
me desagradaba tanto la idea, no era justo para él. Este era mi problema, no el
suyo.
Me acerqué por detrás hasta colocarme a su
lado, luego le susurré en la oreja. Liam, más tenso que antes no perdió detalle
de la escena, y sin darme cuenta, una zorra mala que se escondía en mi interior
se arrimó mucho más a ojos grises.
–Déjamelo a mí, haré que se vaya.
Ivan, con la respiración agitada ladeó su
cabeza y me miró por encima del hombro.
–No quiero que te acerques a él.
–Tú no das las órdenes aquí –advertí.
–Tú tampoco me das órdenes a mí.
Tragué saliva y me mordí la lengua para no
enviarlo a la mierda.
Los ojos de Ivan centellearon, me
acribillaron. A continuación retiró mi cuerpo y avanzó. Rápidamente me coloqué
entre los dos, posando una mano en el pecho de Ivan e intentando frenar ese
cuerpo.
–Morena –siseó Liam, con una mirada baja–, te
equivocas de hombre…
– ¡Cállate! –interrumpí.
– ¿Morena? –Repitió Ivan, con voz profunda–.
Tú eres la basura del ascensor –afirmó, dedicándole una mirada despectiva, como
si fuera peor que la peste, luego, la fijó en mí y juro que presentí algo muy
malo–. ¿Él es el de las bragas?
Se me cortó el aliento.
–Vaya –exclamó Liam, con una carcajada
añadida–. Morena, me equivoqué en juzgarte…Eres demasiado mujer para el
monigote…
– ¡Liam!
– ¿Me llamas a mí monigote, musculitos?
–Sí, pero te aseguro que tengo mejores
apelativos para ti.
–Por qué no dices otro, payaso, a ver cuán
inteligente te crees que eres.
–Eso suena de lo más tentador, pero no soy
tan infantil. Qué tal si comenzamos la conversación con un; retira tus manos de
ella.
Ivan sonrió con malicia y uno de sus brazos
me rodeó la cintura. El cuerpo de Liam se removió como un animal enjaulado. Con
la mirada baja, preparado y aterrador.
–No te lo repetiré una segunda vez. Aparta
tus manos de ella.
Y el sonido fue bestial. Me enfrío hasta la
médula. Sin embargo, para Ivan fue como escuchar a un presentador, mostrando el
siguiente lote en un canal de compra.
– ¿Y si no?
– ¿Me acabas de lanzar el guante? –añadió
Liam, al ver ese gesto.
– ¿Un duelo? –se burló Ivan. Por poco le pego
un pisotón para que dejara de provocar a Liam… ¿Es que no lo veía? Dios, yo estaba aterrada, pero él no, porque
continuó–; ¿Acaso sabes lo que significa?
Liam gruñó e Ivan dio un paso más. Lo frené
colocando mis manos de nuevo en su pecho y después, miré intensamente a Liam.
– ¿Qué pasa contigo?
Él levantó una ceja.
–Pasa que yo estoy aquí, y tú estás ahí. Eso
pasa.
–Estoy donde tengo que estar –espeté.
–Hace menos de unas horas no pensabas igual.
–Las cosas han cambiado. Tú y tu
comportamiento las han cambiado.
Al ver que no decía nada más me giré hacia
Ivan, simplemente para pedirle que esperara dentro de la quinta mientras yo solucionaba esto, más claramente mientras
convencía a ese demonio de que se fuera. Pero, entonces para mi desgracia, todo
dio un gran giro inesperado. Liam, tomándome del brazo me atrajo hacia sí.
Yo estaba a punto de apartarle la mano
cuando Ivan, en un arrebato alargó el brazo y me recuperó. De nuevo, estaba
entre sus brazos, solo que esta vez su brazo rodeaba mi cintura de una forma
posesiva y su cuerpo se pegaba tanto al mío que noté, con intensidad el calor
que desprendía.
Traté de quitármelo de encima, pero al
darme la vuelta me topé con el otro hombre y se me cortó la respiración.
Los ojos de Liam, por lo general de un azul
brillante, se tornaron de un tono oscuro como el acero: Fríos, inexpresivos y
peligrosos.
–Cuidado, no me tientes, no estás en
condiciones de hacerlo. Te lo advierto –amenazó Liam.
–No soy yo quien debe tener cuidado. Yo de ti
me iría antes de que las cosas se compliquen.
No estaba muy segura de que iba a ocurrir
después, pero ambos hombres rebosaban de una energía vibrante y ninguno era de
los que se echan atrás.
–Si no quieres verme más por aquí, te sugiero
que te apartes de ella y seas tú quien se largue.
–Tienes buen sentido del humor y valor al
venir y decirme que me aparte de la que va a ser mi mujer.
Liam soltó una carcajada y después se
silenció automáticamente. Me quedé muda cuando vi su rostro.
A continuación, habló con una tranquilidad
que enmudeció toda alma viviente que nos rodeaba.
–Según su sangre, me parece que, desde hace
un par de semanas es más mi mujer que tuya –y luego añadió con media sonrisa
diabólica–: Tú ya me entiendes…
– ¡No te atrevas! –interrumpí, con un rabioso
grito.
¿Cómo se atrevía?
En un principio me dio igual lo que pensara
Ivan, me importaba una mierda su reacción hasta que él bajó la mirada y el gris
se clavó en mi negro, con reproche, incredulidad y dolor, mucho dolor.
– ¿Es él?
Se me cayó el alma a los pies. Retiré esa
sensación, o lo intenté y repuse algo completamente diferente a su pregunta.
–Por favor, deja que solucione esto y después
prometo que hablaremos de lo que quieras...
–Qué pronto me has cambiado, morena
–interrumpió Liam. Cerré los ojos y evité mirarlo–. ¿Ya le has mostrado todas
las posturas guarras que te he enseñado?
Me tensé con violencia casi del mismo modo
que Ivan, quien arremetió contra mis manos y me costó lo mío mantenerlo quieto.
–Maldito cerdo, pienso destrozarte entero por
atreverte a tocarla.
– ¿Ya te la has follado? Le gusta lo duro
–continuó–. Cuanto más fuerte le des, más gritará ella…
– ¡Eres un cabrón sin corazón! –grité,
volviéndome hacia él.
Su rostro se ensombreció y el leve destello
de la impotencia, junto con la desilusión se reflejó en su cara.
–Tengo corazón, pero, aparte de ser negro,
está en el lado equivocado, ¿no lo recuerdas? –preguntó con sorna deliberada.
Atacaba–. Me lo chupaste con esa deliciosa lengua…
No pude sostener más a Ivan, me resultó
imposible. Su cuerpo, se venció hacia delante y fue directo a por Liam.
Corriendo como si fuera un loco para arremeter el puño contra él.
Como de esperar, Liam no solo lo esquivó,
se giró y empujó a Ivan contra la puerta del coche.
Ojos grises cayó al suelo al mismo tiempo
que yo soltaba un grito. Me adelanté, pero entonces, Ivan, sin imaginármelo,
lanzó una patada baja, justo a las espinillas de Liam y ojos azules se venció
hacia delante hasta caer de rodillas. El resto fue tan inesperado que me cortó,
literalmente la respiración.
Ivan se incorporó lo suficiente para darle
un puñetazo con rapidez, esta vez Liam no lo esquivó pero sí pudo recuperarse
milagrosamente rápido y se tiró encima de él. Atrapó su muñeca y después
comenzó a golpear su cara como el que no quiere la cosa.
– ¡Para! –grité.
Mi agonía tuvo que conllevar alguna
reacción de su parte porque, se detuvo y recibió un fuerte golpe en el esternón.
Ivan se levantó con agilidad, demasiada y arremetió con el hombre derivado.
Antes de darme cuenta corrí y lo empujé…
Ambos en el suelo me miraron incrédulos, yo
de pie, miré a uno y al otro. Mientras Ivan respiraba agitadamente, Liam se
tocaba el labio, un pequeño hilo de sangre caía de la comisura, no obstante no
tenía tan mal aspecto como ya lo tenía Ivan.
–Hacía tiempo que no veía mi propia sangre
–dijo Liam, con un tono que me heló la sangre.
Y de nuevo, todo daba comienzo.
Los ojos de Liam se cerraron en una pequeña
apertura y su rostro adquirió una expresión perversa. Se alzó del suelo de un
salto grácil, tomó a Ivan de las axilas con un movimiento rápido y lo retorció
con tanta fuerza que ese torso se contorsionó de una forma horrible.
Abrí la boca pero no pude sacar ni un
sonido.
En unos segundos Liam estaba encima de él,
a horcajadas, le golpeó en el brazo con el lateral de la mano y después agarró
su garganta con las dos manos.
Ivan, clavando sus dedos en las manos de
ojos azules, se sacudió y sus ojos se abrieron…
Mi corazón dio un vuelco de miedo y se me
hizo un nudo como un puño helado en el estómago. Sin voz, corrí y me tiré
encima de Liam, buscando la forma de sacar sus manos del cuello de Ivan.
Entre
el movimiento de Liam por deshacerse de mí y el mío por atacarlo con más
ferocidad, caí de una forma que terminé entre los dos, revolviéndome y sin
poder parar nada, ni sus movimientos ni los míos propios.
Hasta que de pronto, noté que uno de ellos
me cogía del pelo y tiraba, fuerte hacia atrás, inclinándome la cabeza. Quise
soltar un grito pero un puño cerrado se había frenado, gracias a los reflejos
de Liam, justo delante de mi cara.
Deslicé, incrédula la mirada del puño de
Ivan, encerrado entre los dedos de Liam, al hombre de ojos grises, quien
horrorizado miraba su mano y luego a mí.
Dios, casi me había dado en toda la cara.
–Gaela…
–Si llegas a tocarla… –Liam no pudo terminar
la frase.
Ivan reaccionó, y con las manos ocupadas de
Liam en mí, no pudo pararlo, ni soltarme a tiempo; ojos azules recibió una
patada en su estómago y del impulso los dos retrocedimos. Me quejé porque, ese
brusco movimiento provocó que Liam tirara más fuerte de mi cabello, pero al
mismo tiempo provocó que ese mismo hombre ardiera de furia.
– ¡Suéltala! –gritó Ivan.
Y sin más, Liam tomó mi mano, me cerró el
puño y con dos movimientos, mi puño se estrelló contra la mandíbula de Ivan.
Abrí la boca alucinada, pero, de repente,
noté como mi pierna se alzaba en el aire y le daba una patada, de nuevo, al
mismo cuerpo. Di una vuelta con rapidez y mi codo se propulso contra su
estómago, e inmediatamente, Liam levantó mi brazo y golpeó con mi puño contra
su mejilla.
Las manos de Liam iban por todas partes,
tirando y tomando mi cuerpo como si fuera una marioneta, no podía hacer nada,
porque era difícil salir de mi estupor.
Primero porque de pronto, se me daba bien
pelear. Y segundo porque, era yo quien sin quererlo le estaba metiendo la
paliza a Ivan…
¡No!
– ¡Basta!
Me tensé y forcé mi cuerpo para evitar el
siguiente movimiento. Después pisoteé el pie que se había cuadrado entre mis
muslos y le metí un cabezazo que me dejó tonta. Aturdida retrocedí hasta perder
el equilibrio y caí.
Miré el suelo, escuchando voces, gritos
como ecos, sonidos lejanos. Cerré los ojos, mareada, todo me daba vueltas y noté
como unas manos me tomaban de los brazos e intentaban levantarme. Asustada
porque fuera, de nuevo Liam, retrocedí y evité ese agarre…
–Gaela, tranquila.
Escuchar la voz de Gina me aturdió mucho
más y cuando conseguí aclarar mi vista sus ojos, llenos de preocupación no me
mostraron nada claro. Por un momento pensé que estaba soñando, pero no, todo
era real y la prueba fundamental la tuve al ver cuánto me rodeaba.
No sabía en qué momento había aparecido
Gina, Tyler, Enzo e incluso Victoria, pero cada uno se las apañaba para coger a
esas fieras, aunque los que peor lo pasaban eran Tyler y Enzo con Liam.
Finalmente, Tyler, con susurros que no
conseguí escuchar, relajó a la fiera que me dedicó una mirada acusatoria, tal
vez por mi golpe bajo, y después, volvió su atención a Ivan.
Yo también. Gina me había dejado, ya que
podía ponerme en pie, para echar una mano a Victoria. Mi sobrina estaba delante
de Ivan, con una mano en su pecho y la otra en el brazo, Gina, se colocó al
otro lado y lo tomó del otro brazo.
Las expresiones continuaban tan tensas como
antes, e incluso más. Los ojos azules no se retiraban de los grises, sin embargo,
los grises tras una negación con la cabeza los fijó en los míos negros y esa
mirada me paralizó.
Un momento después, Ivan se deshizo de las
manos que lo tomaban y caminó en mi dirección, no me moví hasta que noté como
me cogía del ante brazo y tiraba de mí.
Me negué. Él se giró y miró el vacío que
había dejado su mano.
–Gaela, vámonos.
– ¡Eh! –gritó Liam–. Tú no te enteras
–farfulló, mientras se acercaba a nosotros–. Ella no irá contigo a ninguna
parte.
–Creo que eso debería decidirlo yo –dije,
pero ninguno de ellos me prestó atención.
–Sabes –espetó Ivan–, ya me estoy cansando
–se pasó las manos por el cabello y levantó la barbilla– me parece que no
comprendes la gravedad del asunto. No te haces una idea de con quién te estás
metiendo ni a qué mujer te estás acercando…
–Me parece que él que no se entera de nada
eres tú. No me conoces, sin embargo, yo comienzo a saber muchas cosas de ti
–advirtió y esa entonación me provocó un ligero escalofrío.
Ivan ladeó su cabeza y sus ojos se entornaron.
– ¿Me estás amenazando?
–Te advierto, ándate con cuidado, Toscana,
con mucho cuidado.
La espalda de Ivan se tensó. Y de pronto,
para sorpresa de todos soltó una carcajada.
– ¿Vas a volver a usar a mi mujer como tu
escudo?
Esta vez fue Liam quien soltó la carcajada,
y la suya sonó peor. Me puso los pelillos del cogote de punta.
– ¿Tu qué? –preguntó con sarcasmo y soltó
otra carcajada–. Eso no te lo crees ni tú.
–Es mía –escupió Ivan, con la mandíbula tensa.
Quise decir algo en contra de ese
comentario como que; no era una farola a la que marcaban el territorio, pero
observando lo calentito que estaba en ambiente decidí gritar mentalmente y si
tenía suerte esos dos se enterarían de que no pertenecía a nadie.
–Piensa eso si te alivia. –Liam sonrió con
malicia y algo en ese gesto me regaló un terrible escalofrío–. Pero yo no
apostaría por ello.
Ivan le dedicó la misma sonrisa petulante.
–Me parece que te has creído tu propio sueño.
Puedes desearla, estoy acostumbrado a que los hombres la deseen, pero no la
tendrás. Jamás.
Escuché la queja de Gina y la exclamación
de Victoria. Ellas estarían tan alucinadas como yo.
– ¿Sueño? –repitió Liam, con las cejas
alzadas–. Me parece que necesitas un poco de realidad, –entonces sus ojos me
miraron directamente, ese azul se clavó en mí como muchas veces y me quedé fija
a él, aturdida y paralizada–. Gaela…
Din-din.
La campanilla sonó en mi cabeza y poco a
poco comencé a sentir los cambios en mi cuerpo.
En este mundo me noté más pesada, casi
adormilada y no podía mover mi cuerpo a mi antojo.
Cerré los ojos, y noté el cálido azoté de
otra respiración, cerca. Abrí los ojos y ya ni siquiera estaba en el la isla.
Era un pasillo largo, iluminado como en gris y con las paredes llenas de
azulejos blancos, al final había una luz de tuvo que parpadeaba y emitía un
sonido similar al vuelo de un mosquito.
–No sé si me duele más el golpe o que lo
defendieras a él. –Su voz, un sonido suave que se deslizó por toda mi piel.
Tomé una intensa bocanada de aire y me
volví a mi derecha. Liam se apoyaba, con un pie en la pared. Me sorprendió
verlo con pantalón de chándal y sin camiseta, con todo ese torso desnudo, pero
más me sorprendí al verme a mí con un vestido blanco, largo y sin tirantes.
– ¿Me has hipnotizado? –murmuré, alzando la
vista de nuevo a él.
–Es evidente.
Dios, Liam tenía razón, era fácil de abrirme
a él, pero también había dicho que me salía cuando me daba la gana…
–No lo hagas –me pidió, colándose en mi
mente.
– ¿Qué
le estás haciendo a mi cabeza? –farfullé.
La brisa, delicada y cálida cayó sobre mí,
y aunque tarde, noté su mano tirar de la tela de mi vestido. Dos segundos
después estaba chocando contra su pecho y mi cabeza contra su barbilla. Intenté
apoyar mis manos en su torso para retirarme de él, pero no podía, aparte de que
Liam bloqueó ese movimiento adueñándose de mis brazos y manteniéndome así.
Mis sentidos se inundaron de él, de su
aroma, de su piel, de su aura, de su poder sobre mí. Caía sin piedad a todo lo
que le rodeaba, era más que un imán, más que una luz. Él le devolvió los
fuertes latidos a mi corazón y cosquilleó todo mi cuerpo.
Me estremecí y solté el aire por una
pequeña ranura de mis labios. Cerré los ojos, odiándome por ser tan débil y me animé
diciéndome que estaba en su mundo, en su don, contra eso no podía luchar, pero
una parte de mí, una pequeña, sabía que eso no era así.
Después de Ivan, la pelea y la discusión
con él, necesitaba unos brazos que me estrecharan, consuelo, y él me lo estaba
dando.
Lo odiaba y…
–Déjame –pedí, en un ruego lastimero.
–Nadie nos ve, estamos solos aquí.
Levanté mi mirada a sus ojos. Me imaginé a
dos estatuas, con los ojos cerrados y el cuerpo tan inservible como un enfermo
en una camilla.
– ¿Por qué lo haces?
– ¿Y por qué no?
Puso una mano sobre mi pelo. Yo oía los
latidos de su corazón; lo tenía justo debajo del oído. El sonido me resultó
extrañamente tranquilizador, pero era normal. No estaba donde creía y mi mente
la controlaba él, Liam obtenía lo que deseaba.
–Lo nuestro nunca funcionaria.
–Hasta ahora ha funcionado.
–Te envuelven muchos secretos…
–He sido lo más sincero posible contigo, hay
cosas que es mejor que no sepas, Gaela.
Aparté mi cabeza y lo miré otra vez a los
ojos. Sus brazos me sujetaban con fuerza, pero sus manos eran delicadas.
–Tú comportamiento me destruye. No puedo
confiar en que mañana no volverás a golpearme con un brusco cambio de actitud.
No quiero vivir así.
– ¿Y él es mejor? –Su mano acarició mi
mejilla y me estremecí–. Te vendieron un sueño que no es real.
–Tú eres menos real. Mira donde estamos, mira
que tienes que hacer, a que me tienes que obligar para poder escucharte. Te
metes en mi cabeza, me bloqueas el cuerpo, la rabia, el dolor y haces que me sienta
bien para poder tomar de mí a la fuerza aquello que no puedes conseguir sin
manipulación –espeté y sentí que podía controlar algo de mis sentimientos, sin
embargo, mi cuerpo continuaba expuesto a él–. ¿De verdad te crees mejor que él?
–Yo soy leal. Soy fiel. Soy quien puede
cuidar de ti.
Negué con la cabeza.
–No soy lo que buscas. No eres suficiente
para mí.
–Encajamos perfectamente, Gaela, como la
cerradura y la llave.
–No, no encajo contigo. Sólo en tu cabeza y
en este trance. La vida real es diferente.
Él apartó la vista y se lamió los labios
con la lengua.
–Pues tus pensamientos no dicen lo mismo.
– ¿Pensamientos? –pregunté incrédula.
Ya estábamos otra vez, sabía que no podía
fiarme de él, le pedí que no se metiera en mi cabeza, que no rebuscara una
mierda y sin embargo, lo había hecho.
–Sentimientos, más bien –contestó con
suavidad.
El mundo tembló bajo mis pies y el pánico
me azotó con fuerza.
– ¿Qué sentimientos?
Él volvió los ojos hacia mí y sus labios
dibujaron una leve sonrisa.
–Sentimientos buenos.
Mi respiración se agitó y mi corazón
retumbó en mi cuerpo similar a como si sonaran truenos por encima de nuestras
cabezas.
Teniendo en cuenta todo lo que había pensado,
sentido y vivido en estas últimas veinticuatro horas estaba claro de que
hablaba. Y esa seguridad me bastó para enviar su preciosa fantasía a tomar por
saco.
Vale, puede que sintiera algo por él tan
fuerte o más de lo que sentía por Ivan, pero debía comprender, a las malas aunque
fuera, que Liam era tan mala idea como lo era el otro. Y debía comenzar a poner
los límites, porque no estaba dispuesta a ofrecerle a ese hombre lo poco que me
quedaba, cosa que prácticamente era nada.
Me aclaré la garganta, y con voz fría,
hablé:
–Te deseo Marlowe, –él se tensó y su sonrisa
se borró–, pero no hay nada más. Tú no me puedes dar lo que quiero, él…
–Si
tomas ese camino –interrumpió entre dientes–, ¿sabes dónde terminará todo esto?
No le había sentado muy bien que utilizara
ese nombre, y por estúpido que pareciera a mí no me sonó real, al igual que no
me reconocía.
–No hace falta que te lo expliqué –dije con
la barbilla alta–, sabes bien donde termina todo esto. Aquí y ahora.
–Intenta convencerte a ti misma.
Nada más terminar me besó.
La campanilla sonó y todo lo que había a mi
alrededor volvió a la normalidad. Mi cuerpo, el tiempo y los ecos, todo se
reguló según en el ambiente y abrí los ojos al notar que la presión en mi
cuerpo, y la humedad en mis labios continuaba…
Liam me estaba besando. Como en mi maldita
fantasía, lo estaba haciendo.
Grité contra sus labios y lo retiré de un
empujón. Él con la respiración agitada retrocedió, pero la gente que nos
rodeaba captó mi atención.
Tyler me miraba sorprendido, es más, era el
que más reacción mostraba ya que tomó a Liam del hombro y lo alejó un poco.
Gina, Victoria y hasta Enzo, incrédulos abrían los ojos, e incluso, tal
sobresalto había provocado que soltaran a Ivan. E Ivan…
Dios, si las miradas mataran yo no solo
estaría enterrada bajo tierra, sino que hubiera cruzado el mundo de lo muy
profundo que me estaba enviando sus ojos.
Desestimé esa crueldad y me fijé en el
culpable de todo. Se sentía muy orgulloso de sí mismo. Me entraron ganas de
matarlo.
Lo miré con rabia, para que se diera cuenta
que su juego no había hecho más que empeorar las cosas.
–Espero que estés contento, acabas de
demostrar que él, es mejor que tú en todo.
Con el mentón en alto, me di media vuelta y
caminé hacia la quinta.
–Gaela…
–No –interrumpí, con decisión, más que nunca.
Olvídate de mí y vete con Sarella o Christine, ellas te ayudaran.
Y desaparecí. Lo malo es que, no pude
desaparecer del mundo entero.
Perdimos el avión, por suerte llegamos a
tiempo al último ferri, conseguimos salir de esa isla pero terminamos
quedándonos en un hotel cerca. Ivan pidió una habitación doble, el dormiría en
un cuarto y nosotras al lado, separados por unas puertas corredizas que
comunicaban ambas estancias.
No me dirigió la palabra en todo el
trayecto, cualquier cosa, si era preciso, se lo preguntaba a Victoria, quien
desconsolada no había dejado de llorar desde que se enterara de lo de mi padre.
En mi caso, mi dolor se había consumido por
todo lo sucedido y la media hora que, había tardado en explicarle a Gina y
Tyler la ruta que debían seguir para la cueva.
Odié la idea de pensar en Tyler como mi
sustituto, por lo visto mi amiga y él, se llevaban muy bien, pero me reconforté
en pensar que Gina, estaba demasiado enamorada de Ete como para caer en una
trampa más. No obstante, si mi preocupación en eso fue corta, ver a Victoria
con Enzo, me remató. Aun así, como ya tenía suficiente, preferí no
pronunciarme.
–Voy a bajar a por algo de comer, ¿queréis
algo? –preguntó Ivan en plural, pero solo miró a Victoria.
Mi sobrina que ya estaba metida en la cama,
negó, yo ni me molesté en contestar, fui directamente al baño y cerré la
puerta.
Cotilleé un poco en mi neceser, pero el
móvil me llamó mucho la atención. Lo cogí y llamé por teléfono, rezando porque
no me derrumbará más de lo que estaba. Al segundo tono, descolgaron.
– ¿Mamá?
–Oh, por Dios, ¿dónde estás?
La nota de preocupación de su voz me
estrujó las entrañas.
–Hemos perdido el avión –susurré con suavidad
para no alterar más su estado–, pero Ivan ya tiene los billetes para mañana.
–Gaela, tu padre…
La voz murió tras la pronunciación. Cerré
los ojos con fuerza para no llorar. Mi madre, aunque a veces era una arpía, la
quería, y en ese momento me necesitaba.
Siempre había sido fuerte, una jefa en su
clan. Sonreía en los malos momentos y sabía cómo llevar una casa con tanto hijo
desviado de su camino, siempre había afrontado los problemas con valentía, y en
ese instante, escuchar el timbre de su voz, tan hundido, me rompió en dos.
–Todo saldrá bien, papá es fuerte.
–Sí lo sé. –Sollozó. Me retiré el teléfono de
la oreja y aguanté otro sollozo–. Dika y Jake están aquí. Y Stefan, con Zoe…las
niñas también. El doctor las ha dejado pasar. Ahora tengo a Eduwina entre mis
brazos…Se parece tanto a ti.
–Igual de caprichosa –bromeé y, escuché una
risa débil entre un suspiro.
–Igual de fantasiosa –argumentó–. Va
disfrazada de Campanilla.
Hubo un silencio, como un segundo de
pensamientos, mi madre fue la primera en romperlo y tanto su voz, como sus
palabras me hicieron sentir bien, ya que, había tiempo que no escuchaba algo
así de ella.
–No tardéis mucho en llegar, necesito a todas
mis niñas cerca.
Sonreí y noté una lágrima caer por mi
mejilla.
–Cuenta con ella, mamá. Mañana nos vemos.
Colgué y dejé el teléfono en el mueble del
lavabo, después me miré en el espejo.
Tenía una pinta horrible, entre una paliza,
la típica resaca y tres días sin dormir. La ducha me sentó de miedo, pero a la
hora de meterme en la cama el sueño desapreció.
Escuché a Ivan entrar en la habitación, la
puerta corrediza estaba medio abierta. Dio una pequeña luz y trasteó un poco,
una hora más tarde escuché el sonido del colchón y la luz se apagó.
Me incorporé un poco, lo mínimo para poder
ver.
La cama caía justo delante de la nuestra y
su bulto, bajo las sábanas se apreciaba, pero tenía una rodilla flexionada y no
pude ver su rostro, sin embargo sabía que no dormía, sus brazos se veían en
movimientos, posiblemente pasaban de su cabeza a su frente con nerviosismo por
la forma inquieta en que se agitaban.
Suspiré y me tiré de nuevo en la almohada.
Cerré los ojos pero no podía dejar de pensar en todo. En Liam y en sus
palabras, y en Ivan y las suyas.
Me sentía tan confundida y rota a la vez.
Una extraña mezcla. ¿Por dónde empezar?
Una parte de mí deseaba estar en otro
lugar, lejos, prácticamente al otro lado del mundo, o si mi cuerpo lo toleraba fuera,
en el espacio. Una estrella. Sí, no estaría mal, en vez de sentir el dolor en
mi propia carne, observar cómo se comporta otra gente, ver sonreír, llorar y
vivir a otras personas, ya que mi ánimo estaba tan consumido que la idea de
desaparecer completamente, no me era tan mala.
Supongo que era lo que le sucedía a todo el
mundo cuando en su vida no había ninguna salida.
Pero la otra, esa minúscula proporción que
continuaba llena de esperanza, deseaba encontrar la fórmula de volver atrás en
el tiempo y enmendar mi errores… ¿Cuáles?
Puede que no ir a esa cita con Liam. Puede
que no haber salido aquella noche para no toparme con su mirada. Había momentos
que me preguntaba si esa noche me hipnotizó por primera vez, si ese toque y
esos ojos ya se metieron en mi cabeza.
¿El destino?
El destino era una mierda enorme, no quería
lo que me esperaba, pero menos aún, necesitaba lo que quería.
Pasaron las horas y no conseguí acunar el
sueño. Me sentí cargada de Red Bull,
cafeína y energía. Mi cuerpo, inmóvil quedaba boca arriba, y mi mirada, que a
veces se emborronaba por las lágrimas, contemplaba el techo mientras en mi
cabeza se repetía lo mismo. Las mismas preguntas.
Enfadada conmigo misma bufé y me incorporé.
Ivan continuaba en su cama, de lado. Las luces que entraban por la terraza que
comunicaba ambas habitación iluminaban su espalda desnuda y hacían de su
cabello una profunda oscuridad.
Cerré los ojos para tomar una intensa
bocanada de aire y retirar a un lado cada uno de mis pensamientos, pero ese
hecho me llenó de ansiedad y al abrirlos y encontrar ese cuerpo brillando bajo
la luz de la luna, mi estado fue claustrofóbico.
Mis manos limpiaron mi rostro, que
continuaba húmedo, primero con los dedos y después con el dorso de la mano. Me
deshice de las sábanas, sin despertar a Victoria, para poder salir de ese
cuarto.
No había un mejor lugar que la noche,
necesitaba aire como un nadador dentro del agua, liberación y lo sentí como tal
cuando me deslicé al exterior.
La trompa de aire entró por mi boca con
fuerza, se escaparon tres suspiros seguidos y un hipo intenso que llegó a
levantarme el pecho con el movimiento.
Una noche húmeda, cálida y silenciosa. Las
vistas, aunque todo era oscuridad se diferenciaba el mar, como un manto negro
de terciopelo que sacaba destellos a la tranquila superficie cuando formaba una
pequeña ola.
Tomé asiento en un sofá de mimbre cara ese
precioso escenario. Subí mis pies y me abracé las rodillas hasta dejar caer mi
barbilla encima de ellas.
– ¿No puedes dormir?
Me tensé. Fue sigiloso, o es que yo perdía
facultades a la hora de reconocer que ya no estaba sola.
–No –contesté sin mirarlo, pero sabía que
estaba ahí, observando.
–Yo tampoco.
Su respiración se unió a la mía y el enorme
cuerpo de Ivan avanzó por la terraza hasta apoyarse en esa barandilla de
cristal. Lo miré apenas unos segundos, antes de que él, después de admirar las
vistas se diera la vuelta y me mirara.
– ¿Qué te hizo? –murmuró, con suavidad.
Alcé la vista y lo tenía justo enfrente. Se
había vuelto a menear con pericia y ahora sólo nos separaba un metro. Inconscientemente
presioné mis piernas, esa barrera que tenía en mí, contra mi cuerpo.
–No sé a qué te refieres –mentí.
Hablaba de la hipnosis, era de tontos no
preguntárselo, después de salir de mi trance todos estaban más que alucinados,
hasta la propia Gina, quien había aprovechado en acorralarme en el baño cuando
recogía mis cosas, también me había hecho la misma pregunta, sólo que a ella le
contesté que ya se lo diría. A Ivan, esa respuesta no le valdría.
–Lo sabes bien. Estabas en otro mundo, con
los ojos cerrados y hablando como si ninguno de nosotros estuviéramos delante.
Abrí los ojos y la boca y un peso extra,
añadido a todos los que tenía se juntó dentro de mí. Bajé la vista avergonzada
y cerré los ojos. Inmediatamente escuché el sonido que hizo Ivan al sentarse a
mi lado.
– ¿Qué te hizo, Gaela?
–Es mejor que no lo sepas…
–Quiero saberlo, lo necesito –interrumpió y
en ese timbre detecté la misma ansiedad que corría en mi interior–. Necesito
saber qué fue lo que sucedió.
– ¿Cambiaría algo?
–Para mí todo.
Levanté la vista y lo miré a los ojos. Ese
gris brillaba, era líquido fundido, lleno de esperanzas.
–No cambiara nada, nunca. Tú no cambiaras y
yo… –me interrumpí para tomar una intensa bocanada de aire–… continuaré
diciéndote lo último que te dije: No.
La esperanza se esfumó y sus labios se
presionaron en una línea recta. Se me pasó por la cabeza que acaba de despertar
a la fiera y me hundí en el sillón. Mierda. No me apetecía enfrentarme a una de
sus rabietas, esa noche no.
Pero para mi sorpresa, Ivan se pasó la mano
por el pelo, retirándoselo hacia atrás, y después clavó los ojos en el oscuro
cielo.
– ¿Recuerdas el día que nos conocimos?
–preguntó, al cabo de unos segundos.
–Hago lo posible por olvidarlo.
Ivan se tensó como si mis palabras lo
hubieran golpeado.
– ¿Tan mal fue para ti conocerme?
– ¿Mal? –pregunté incrédula–. Me repudiaste,
me diste el primer golpe sin ni siquiera abrir la boca. ¿Es que fue especial
para ti? –pregunté con sarcasmo.
–No me refería…
–Claro. Debió de ser el mejor día de tu vida,
joder a una niña rica que estaba babeando por ti. Seguramente te sentiste el
rey del mundo, con tu ego, tu…
–No me refería a ese día –espetó exasperado–.
Me refería a la primera vez que nos conocimos, cuando éramos niños.
De repente, el recuerdo de aquel día se
pasó por mi cabeza a gran velocidad. Su rostro, el de un niño desgarbado, con
los dientes torcidos y un encantador sentido del humor.
–Ivan el adivino –susurré.
– ¿Lo recuerdas?
–Sí.
Mi contestación no fue de admiración, o que
ese día me resultara maravilloso. Fue una contestación normal e incluso
educada, con lo cual, no comprendí esa derrota e incrédula mirada en él.
– ¿Y porque no recordabas quien era yo?
– ¿Qué?
–Te acuerdas de ese día, pero no de mí.
Ahora la incrédula, era yo.
–Eras un niño, Ivan, por Dios. Ahora no
pareces ni tú mismo. Yo también he cambiado…
–Pues yo sabía que eras tú –escupió con
fuerza, luego respiró con normalidad y continuó con un tono mucho más
tranquilo–. Era difícil olvidar esos ojos negros, esa traviesa sonrisa, y tu
forma de apretar el vestido cuando te enfadaste.
Cada una de sus palabras resultó elogiadora.
Mi corazón dio un brinco extraño y la piel, que ya estaba caliente, me ardió de
forma considerable. Sin embrago, no comprendía que quería decir.
– ¿A dónde quieres llegar?
–Al origen de todo. A la razón de porque me comporté
así contigo durante todo este tiempo.
Parpadeé. Vale, comenzaba a entender un
poco, pero no encontraba la razón. Todo era a causa de mi niñez, pero no
recordaba nada que causara esa forma tan asquerosa por la que me había visto
tratada por él.
Igualmente exploté y no me corté ni un pelo
en decir lo que pensaba.
–Así que te hice algo de niña, algo tan cruel
como para que me trataras de esta manera. Como un auténtico cabrón. Eres
retorcido.
Le mostré un rostro molesto, imaginando que
Ivan se enfadaría, pero en lugar de ello, él me pasó la mano por la espalda, no
me retiré, y comenzó acariciarme, tratando de aliviarme y calmarme.
Lo consiguió.
–No –dijo él. De pronto, sentí su aliento en
mi odio. Me retiré, inconscientemente, hacia la otra punta del sillón, montando
en el centro un muro entre los dos. Ivan miró ese vació, desconsolado clavó los
ojos en mí de nuevo y continuó–; De niña me enamoraste, pero de mujer te odié
por no sentir lo mismo que yo.
– ¿Qué estás diciendo? Estaba loca por ti, es
que no te dabas cuenta…
– ¿De verdad? O solo fue mi rostro de ahora.
Me quedé sin palabras y mis dudas eran cada
vez mayores.
–No te entiendo, Ivan. No sé qué intentas
decirme.
La mano de Ivan se pasó por su cuello,
despejando su piel y desenredando los nudos de sus músculos.
–Va siendo hora de que te cuente la verdad,
porque necesito que me perdones.
Ya estaba sentado, pero de alguna forma, el
movimiento que hizo a continuación, como de reposo, me pareció, casi
imaginación, de que antes sólo se había apoyado, ya que ahora estaba
completamente sentado, cómodamente, obviando la tensión, en la curva del
sillón.
Me relajé, subiendo mis pies de nuevo al
sillón, y esperé la historia. La verdad de todo.
–Momentos antes de que nos conociéramos, mi
madre me dio un discursito sobre el matrimonio, sobre mi futuro y sobre ti. Me
reí. Tenía once años, solo pensaba en jugar con mis amigos, no pensaba en las
mujeres y mucho menos en casarme, hasta que te vi; con tu vestido rosa, un lazo
más grande que tú y correteando inquieta por los alrededores de tu casa. Había
más niñas, pero tú llamaste mi atención, por eso te seguí hasta el lago.
–El lago de los cisnes –susurré.
–Sí –reconoció con una media sonrisa–. Tu
perfume y el sonido de tu voz hicieron que mi corazón latiera con fuerza, pero
ver tu rostro, tú forma descarada de hablar. Siempre había pensado que las
niñas ricas eran tontas, pero tú eras diferente–. Su sonrisa se amplió–. Cuando
te alejaste de mí tuve el extraño impulso de ir a por ti. Atraparte y no
soltarte jamás. Nunca. –Ivan soltó un suspiro en una risa leve, e incluso me
pareció avergonzado por hablar así.
Él nunca me había utilizado como objeto de
amistad, nunca simpatizaba conmigo ni siquiera me regalaba una nota tierna de
mirada, y ahora…
La tierra me daba vueltas, mi corazón latía
tan fuerte que me dolía, y la respiración, algo le pasaba por que no salía
rápida, ni fuerte, eran como sollozos suaves. Llegué a notar que estaba
llorando por las cosquillas que producían esas gotas en mis mejillas.
Ivan tomó una intensa bocanada de aire y
continuó:
–A los pocos años enfermaste, tú no lo
recuerdas, pero casi te pierden.
Fruncí el ceño.
–Mis padres me dijeron que solo había sido
una gripe.
–Fue mucho más que eso, Gaela.
Recordaba esa época. Yo tenía doce años y
perdí casi tres semanas de colegio, la primera no la recordaba pero las otras,
donde supuestamente debía descansar para coger fuerzas las tenía grabadas.
Fue una época donde odié a mi madre por no
dejarme salir de casa y evitar que mis amigos vinieran a verme, pero al mismo
tiempo me gustó porque mi padre pasaba más tiempo en casa conmigo que en el
trabajo.
–Fui a verte y lo supe, entendí porque no
dejaba de pensar en ti, porque no podía conciliar el sueño si tú no te
aparecías en mi mente para desearme buenas noches. –Ivan dejó el cielo y me
observó. Con mucha lentitud arrastró una mano por los cojines, mi pierna hasta
mi mano, no la cogió, pero sí dejó descansar su peso en ella–. Gaela, te amaba.
¿Qué?
No comprendía nada. Esto no era real
Ivan me miró directamente a los ojos y por
un momento pensé que leía en mis profundidades.
–Quise rezar, pero me negaba a reconocer que
ningún ser, ya fuese mortal o sobrenatural pudiera arrebatarte de mí. –Mi
respiración se aceleró de tal forma que temí desmayarme–. Antes de irme te besé
y susurré que te seguiría…Era un incrédulo, un joven enamorado–. Tragué saliva
e Ivan negó con la cabeza–. Cuando supe que te curaste, me prometí que conmigo
no volvería a suceder. Yo quería cuidar de ti.
Me estremecí. La bola que se había empeñado
en destrozarme el estómago arrasó subiendo por mi cuerpo, quemándome y
aplastando mi cráneo con fuerza. Me dolía la cabeza, los ojos, la garganta y
mis manos no dejaban de temblar. Él, que lo notó presionó sus dedos con los
míos.
– ¿Me amabas? –insistí.
–Sí. Cada día de mi vida.
Retiré mi mano de la suya y dejé caer los
pies al suelo. Necesitaba tocar algo frío, necesitaba sentir la energía vibrar por
mi cuerpo, pero tan solo sentí dolor, furia y una pequeña tormenta de emociones
contradictorias que me empujaban a; tirarme encima de él y ahogarlo, o tirarme
encima de él y besarlo.
Anulé ambos pensamientos y me enfrenté a
Ivan.
– ¿Y porque nunca me lo dijiste? –reproché
con la voz ardiendo–. ¿Por qué no me buscaste?
Dios, las cosas hubieran sido tan
diferentes. Tan condenadamente diferentes.
Mi vida sería mejor.
Maldito Ivan.
–Porque antes tenía que solucionar mi vida.
Quería volver a ti con todo. Así pues, terminé mis estudios y me fui al
extranjero para hacer mi propia fortuna, para darte en un futuro todo lo que
quisieras. No deseaba que te faltara de nada.
–Ivan, el amor es incondicional, no se puede
comprar.
–Lo sé, pero me daba igual, quería que tú
fueras feliz.
¿Feliz?
Tenía gracia. A su vuelta había sido de
todo menos feliz.
–Pero cambiaste de idea –mencioné sin
sentimiento.
Ivan torció la boca.
–Tú me hiciste cambiar –mencionó con
resentimiento.
Se silenció y me imaginé que ahora vendría
la razón de porque me había tratado como una mierda.
– ¿Cómo?
–Después de tu enfermedad, me procuré un
informe semanal de tus actividades. Sabía dónde estabas, con quien y que
hacías.
–Me espiabas –exclamé incrédula.
–Te protegía –corrigió–. Cuidaba de ti a
distancia de todos esos inútiles con los que salías…–se interrumpió y
palideció.
Tardé un segundo en comprenderlo porque el
asunto me parecía de lo más absurdo. Y cuando lo comprendí, quise gritar.
– ¿Qué hiciste? ¿Los obligaste a que
rompieran conmigo? –No contestó y su silencio me valió como respuesta–. No me
lo puedo creer –grité exasperada, enfadada con todo, mientras me levantaba de
un salto de ese sofá.
Siempre me imaginé que yo era el problema,
que mi carácter daba asco o que no era una mujer cien como mis amigas para los
chicos con los que salía. Me consideraba inferior, nada, la culpable de que
luego me dejaran tirada sin una explicación. Pero ahora, Ivan…Dios. Eso era
increíblemente terrorífico.
–Gaela…
–No –interrumpí a la vez que evitaba su
contacto.
–Tenías que comprender que todo lo hacía por
amor.
Ivan se levantó e intentó acercarse a mí.
Retrocedía hasta chocar contra la barandilla de cristal.
–Eso no era amor. Tus sentimientos eran una
locura.
–Es una locura estar enamorado.
–Me has destrozado –susurré, indignada.
–También te di cosas buenas. El arlequín de
tu cama, fue uno de tantos regalos que te hice a escondidas, también La noche estrellada.
Abrí la boca alucinada, adoraba ese cuadro,
estaba colgado sobre el cabezal de mi cama. Apareció la mañana de mi décimo
octavo cumpleaños apoyado en un balancín blanco que se apostaba al lado del
balcón. No había papel de regalo encima, ni lazo ni nota, solo el cuadro expuesto
ante mí. Nada más lo vi lloré.
–…el acuario para tu tiburón en miniatura,
los zapatos rojos…
– ¿Qué? –más que una palabra fue un grito.
Mi amuleto de la suerte.
Siempre pensé que había sido un regalo de
mi madre, iba con ella el día que los vi en el escaparate. No eran especiales,
pero lo que más me llamaba la atención de esos tacones era el color. Un rojo
que nunca en mi vida había visto.
–Estuve a punto de decirte la verdad el día
que nos comprometimos, pero todo había cambiado.
Me limpié las lágrimas y apreté los puños.
– ¿Qué cambió?
–Toda una vida dedicada a ti, enamorado de
ti, deseando volver a encontrarme contigo y…tu no sabías quien era yo. No me
recordabas. Jamás habías pensado en mí como yo lo había hecho durante años.
–No fuiste justo, ni siquiera me diste la
oportunidad…
– ¡Sí que te la di! –interrumpió con un
grito.
Esa noche se entremezcló como si fueran
trasmisiones de diferentes canales; su rostro, su voz, sus palabras. Todo un cúmulo
de emociones me abofeteó y mi cuerpo sintió de nuevo dolor, rabia y confusión.
–No –murmuré a la vez que negaba con la
cabeza–. ¡No!
Ivan intentó otra vez acariciar mi rostro,
pero me retiré. Soltó un largo y doloroso suspiro y bajó la vista.
–Sí que te la di. Nos encontramos unas
semanas antes, en el cumpleaños de tu amiga. Y tú, me preguntaste mi nombre…
Y entonces, de golpe, reviví una tarde en
un chiringuito de la playa.
Él fue el hombre con el que me topé en la
barra, el mismo que me invitó a esa deliciosa copa con sabor a vainilla, el
hombre que me acarició la mejilla y me dejó con el pulso acelerado y el mismo
que tras una sonrisa y la pregunta de su nombre, se le borró ese cariñoso gesto
y todo desapareció, como él.
En ese momento, como en todos los que me
juntaba con el grupo, estaba en mi límite de borrachera, rozando casi el mareo
y la caída libre al suelo. Con lo cual, aunque me molestara esa actuación, me
encogí de hombros, puede que me lamentara de haber perdido de vista tal
espécimen, pero, finalmente continué con la noche y la deprimente caída libe
encima del colchón ya que al final de la noche mis piernas estaban al límite y
todo cuanto me rodeaba daba vueltas.
Al día siguiente casi no recordé nada. No
podía juzgarme por presentarse una noche y no reconocerlo, como era tan injusto
que, para Ivan, debía saber quién era.
Todo por un rostro. Varios años de castigo
por no reconocer el niño de once años con el que me iba a casar.
Una maldita venganza que lo único que había
conseguido era empujarme a conocer a otro hombre.
Volví al presente, dejando a un lado ese
amargo sabor de boca y el golpe de lo que conllevaba tanto rencor.
Era increíble que me castigara por no
memorizar, tan perfectamente como él deseaba; esa cara, esos ojos y el cambio
brusco de su cuerpo de niño a hombre.
Todo era injusto, y exploté.
– ¡Me has castigado porque no te recordaba!
– ¡Sí! ¡Quería que sufrieras! Lo destrozaste
todo.
– ¡Maldita sea! Tenía siete años, ni siquiera
recordaba que había comido el día de antes, o como se llamaba mi pez… ¡Joder!
Fuiste un cerdo.
Ivan estaba justo delante de mí, con la
respiración tan acelerada como la mía. Alargó la mano con la intención de
cogerme, retrocedí, no quería que me tocara, un roce de su piel sería el
interruptor que me enchufara para darle la paliza que merecía.
Él,
desolado dejó caer el brazo contra su cuerpo y apretó los puños.
–Lo sé, y lo siento, de verdad que lo siento.
–Si pretendes que te perdone, olvídalo.
–Pretendo que te quedes conmigo –susurró,
suplicando con la mirada.
–No.
La respiración de él se aceleró.
–Gaela, pensé con ilusión en nuestro
encuentro, en tu reacción. Me moría de ganas de estrecharte entre mis brazos,
de besarte y de hacerte mi mujer.
–Hiciste todo lo contrario. Me trataste como
un vulgar cuadro. Frío, egocéntrico, un mamón sin corazón. ¿Tienes idea de lo
destrozada que me dejaste?
–Sí. Yo he pasado por lo mismo.
–Te mereces más. Nada puede recompensar todas
las malditas lágrimas que he derramado por ti.
–Se lo que te hice…
–No tienes ni idea.
No, no tenía ni idea. Ivan siempre había
sido el mayor bastardo con el que me había cruzado. Todo lo sucedido antes ya
no importaba, yo también le había devuelto con la misma moneda, pero para
colmo, mi comportamiento me hacía sentir aun peor.
¿Por qué?
¿Por qué después de todo, me sentía como
una mierda?
Le di la espalda con la cabeza gacha y me asomé
al balcón. La tentación de la altura fue hermosa.
Y de pronto, esa idea que no se me
presentaba desde hacía mucho tiempo, se clavaba en mi cabeza como una
chincheta. Suicidarme.
Una caída puede que me hiciera perder la
noción de todo, lo malo es que puede también que no me matara y que me dejara
en cama para el resto de mi vida.
Eso sí que era horrible, aunque, el
sentimiento que me atormentaba en ese momento era similar a una vida perdida.
Noté a Ivan, aun sin girarme sabía que estaba
detrás de mí, cerca, cada vez más cerca, mucho más cerca… Sus brazos se apoyaron
en mis hombros. Me estremecí pero no por el golpe de sentir su piel contra la
mía, fue un auto reflejo, algo extraño que nació de mi interior.
–Lo siento –rogó, contra mi nuca.
¿Perdonar?
Demasiadas cosas le pesaban, muchas otras
se arrastraban a su espalda, como sombras y se repetían en mi cabeza. Ivan
había cometido tantos fallos, tantas cagadas que era difícil perdonar.
Me volví y el reflejo de sus ojos
observando mi cuerpo, de arriba abajo, provocó que se me revolvieran las
entrañas.
Y se atrevía a perder perdón, un hombre con
un pensamiento, un pensamiento que no dejaba a un lado ni en un momento tan
frágil como este.
– ¿Y las mujeres? ¡Todas tus amantes!
Él se tensó, recto, como si mis palabras lo
golpearan.
–Ninguna consiguió hacer que me olvidara de
ti, y eso provocó que te odiara más.
–Hijo de perra, me las restregaste por las narices.
Ivan se envaró.
–Lo tuyo es peor, no sólo me has restregado
por las narices a tu amante, sino que encima, lo has aceptado, abrazado y
besado delante de mí.
–Tú me empujaste a sus brazos, es culpa tuya
que lo ame…
Me interrumpí e Ivan palideció.
– ¿Lo amas?
–Eso ya da igual.
Le di la espalda, de nuevo me centré en el
vacío de la oscuridad y de mi mente, de mis recuerdos, de mi frustración.
– ¿Y a mí? ¿Aún me amas?
–No lo sé.
Ivan me giró, tomándome de los hombros y me
enfrentó a él.
–Yo sí que te quiero, aun te amo.
Me estremecí.
Una lástima, esas palabas llegaban tan
tarde que no tenía una respuesta para ellas. Bajé la vista incapaz de mirar
esos ojos grises, esa fuerza y esa desconsolada esperanza.
¿Qué podía hacer?
¿Qué quería de mí ahora?
¿Qué esperaba de mí?
Negar lo evidente era una cosa, negarse a
una vida rota o diferente era una cosa, pero asumir que el sentimiento tardío
representaba la pura razón de porque no podía contestar a esa pegunta, a esa
emoción, no era más que el lío que se ejecutaba en mi cabeza.
No tenía emoción, más que el poder del
odio, la confusión y el dolor. Amaba a otro hombre y lo amaba a él, pero no
sabía a cuál de los dos amaba más. No obstante, ambos, de diferentes maneras simbolizaban
una parte fundamental de mi vida y ambos, de diferentes maneas me habían
decepcionado.
Liam me devolvía a la vida, pero nada con
él era real.
Ivan me devolvía a la realidad, pero nada
con él era vida.
¿Qué deseaba? ¿Qué necesitaba?
La vida, la fuerza, el sueño, el despertar,
el pensar en un nuevo mundo desconocido que descubrir pero a la vez un intenso
paseo por el miedo ya que la mano que coge la mía y me guía no guarda en sí más
que secretos y mentiras. O la realidad como la misma, como la rutina, el futuro
conocido, uno donde puedo saber que va a suceder, uno que pueda darme un
pequeña felicidad pero que me someta a su voluntad a la duda de poder confiar
en él, en sus palabras.
Vida con Liam. Realidad con Ivan.
Adrenalina o estabilidad.
–Necesito tiempo. No puedes pretender que
olvide todo y me entregue a ti.
Sus manos se deslizaron con suavidad por
mis brazos, bajando con lentitud. Mi vista, que se quedó atada a su pecho,
comprobó la resistencia de su aliento.
–Soy capaz de esperar enteramente si con ello
obtengo el mínimo de tu atención.
Alcé la cabeza y me enfrenté a su mirada.
Con la respiración mucho más calmada, algo completamente inesperado, me retiré
de su contacto agitando mis brazos y retrocediendo. Ivan no intentó volver a
cogerme.
–Pues espero que tengas paciencia. No voy a
perdonarte tan fácilmente.
–Esto es…
–No –interrumpí. No podía permitir que se
hiciera ilusiones ya que, yo las perdí el día que lo conocí–. Ivan, no. Esto no
significa nada. Tú has hablado, yo te he escuchado. Ahora seré yo quien hable.
Pasé por su lado para volver a la
habitación, pero justo, antes de entrar él me llamó.
–No quiero que me dejes –murmuró con tono
lleno de ansiedad–. Te necesito.
Tomé una intensa bocanada de aire, pero
hasta ese común movimiento me adió en la garganta como respirar el humo del
fuego.
–O querer o necesitar, no se pueden tener las
dos cosas a la vez –dije sin mirarlo.
–En ese caso, te quiero a mi lado.
Finalmente me giré. Ivan permanecía en el
mismo lado, donde lo había dejado pero cabizbajo, con los hombros hundidos y
los bazos muertos, colgando de su cuerpo como dos trozos de tela.
–Pero yo no sé sí quiero estar a tu lado.
Ivan levantó la cabeza de golpe y me miró,
intensamente.
–Haré que cambies de opinión. Te
reconquistaré.
La fuerza de sus palabras me golpeó el
pecho con fuerza, algo en mi interior se revolvió y sentí el poder de una
lágrima. La retuve y terminé retirando la mirada.
–Buenas noches.
–Buenas noches, Gaela.
Llegué a la cama más cansada que nunca pero
todos y cada uno de mis sueños se llenaron de pesadillas; cálidas apariciones
de Liam e Ivan en ellas, y ambos pereciendo en la oscuridad.
Sólo que la auténtica pesadilla vino al día
siguiente.
El viaje resultó no incómodo pero sí
extraño. Ya fuera por el silencio de los tres como por el comportamiento de
Ivan. Respetó mi decisión, no volvió hablar del tema, la conversación de la
noche había quedado clara, el único roce que se propinó fue cuando a las
puertas del hospital donde tenían a mi padre me derrumbé.
Me quedé completamente paralizada, aterrada
por entrar. Un mal presentimiento me detuvo en seco, él me tomó de la mano,
enredó sus dedos con los míos y me dio el ánimo, en silencio para poder entrar
dentro.
Y ahí apareció mi pesadilla, justo cuando
me concentraba en esa mano, en ese paso que me avanzaba, otra mano ajena,
puesta en mi antebrazo me frenó y me obligó a retroceder.
Ivan me soltó por el tirón y yo me volví
para enfrentar a esa intromisión.
Choqué con unos increíbles ojos azules que
me cortaron la respiración.
–Tengo que hablar contigo –exigió Liam, antes
de que pudiera abrir la boca.
¿Cómo había podido llegar al mismo tiempo
que nosotros?
– ¿Qué haces aquí? –pegunté sin aliento.
–Necesito que hablemos.
–Maldita sea –exclamó Ivan–. ¿Cómo te atreves
aparecer aquí?
Ivan iba a por él cuando yo se lo impedí
apoyando una mano en su pecho.
–Basta. Aquí no –ordené, lo malo es que me
hubiera gustado que mi voz saliera con mucha más fuerza.
–Vete –continuó Ivan.
–No –dijo Liam, entre dientes.
–Dejarlo ya –insistí.
–No haces nada aquí –atacó Ivan.
– ¿Y tú sí?
–Soy amigo de la familia. Mi implicación en
esto es mucho mayor a la tuya. Deberías tener un poco más de respeto. Es más,
si fueras un hombre deberías irte ahora mismo.
–Puede que mi implicación no sea tan
importante, pero estoy aquí por ella, y eso tú no lo vas a impedir.
– ¿Quieres ver como sí?
–Sí, quiero ver como lo haces.
Esos dos cuerpos se acercaron, dejándome a
mí en el centro. Los empujé a los dos y amenazante miré a uno y al otro.
– ¿No os da vergüenza hacer el tonto a
vuestra edad?
–No –dijeron al unísono.
–A mí me avergonzáis –repuse–. Tengo a mi
padre en cama, casi al borde de otra vida y sin embargo me encuentro entre
vosotros, controlando a dos niños que no dejan de medirse para saber quien la
tiene más grande. Esto harta de ese comportamiento. Sí no queréis respetaros,
respetarme a mí, por favor–. Mis siguientes palabas fueron mucho más débiles–: No
me hagáis esto hoy. Ya no tengo fuerzas.
Tal vez fueran los remordimientos o mis
palabras o simplemente esas dos gordas lágrimas que salían de mis ojos, pero
fue suficiente para que ellos se retiraran hacia atrás y recompusieran su
rostro, su ropa y su compostura.
–Entremos, Gaela. Nos esperan –indicó Ivan,
con un tono de voz más relajado.
Sin embargo, no podía retirar los ojos de
Liam, él tampoco de mí.
–Unos minutos –susurró.
–Gaela –insistió Ivan, detrás de mí.
Abrí la boca y solté la reparación, y con
ella toda mi fuerza, toda mi voluntad. No podía cerrar los ojos y darme la
vuelta, hacer como si él no existiera y seguir mi camino, aparte de que una
parte de mí no quería, la otra esperaba algo más de mí, esa razón que
necesitaba para comprender que es lo que quería o que es lo que necesitaba, o
al menos expulsar todos mis pensamientos al otro hombre que me faltaba.
–Accederé hablar contigo, pero primero accede
tú a que vea a mi padre. Él es más importante que todo lo demás.
–Adelante –accedió con respeto–. ¿Quieres que
te acompañe?
–No. Espera fuera, y no se te ocurra entrar.
Estás fuera de lugar.
Fue un mazazo para Liam, pero me di la
vuelta y seguí a Ivan hasta el interior del hospital.
Ver a Liam me había sorprendido e incluso
dejado los músculos tensos pero ver a mi madre y mis hermanos con el rostro
descompuesto fue atroz.
Todo desapareció.
Dejé a Ivan atrás y me acerqué a mi madre.
Se encontraba asomada a una ventana con la mano apoyada al marco. Nada más me
vio me dio un abrazo, luego se retiró y señaló con la cabeza esa ventana.
Se me cortó el aliento. Todos los recuerdos
fueron abrumadores, vi mi vida pasar con él. Un hombre fuerte, lleno de vida,
de ilusiones y de metas. Lo había conseguido todo e incluso ahora conseguía que
Stefan estuviera aquí, abrazando a mi madre, consolándola. Pero…
Dios, estaba lleno de tubos, respiradores y
un aparato que controlaba su ritmo cardiaco. Bajé la vista. Aunque me doliera
no deseaba tener ese recuerdo de mi padre. No deseaba guardar en mi memoria esa
imagen, porque sabía que por muchas que conservara, que mantuviera en mi
retina, esa siempre estaría ahí.
Débil, en una cama y solo.
– ¿Puedo verlo? –le pregunté a mi madre,
impaciente por entrar dentro y estar junto a él. Conversar y bromear. Escuchar
su risa, su voz.
–Está descansando. Quieren que esté
tranquilo. Cuando despierte podrás verlo.
Me giré y miré a mi madre. Soporté el
sollozo y aguante las lágrimas. Esto era horrible. La impotencia ganaba por
querer soltar un grito, aliviar mi tensión de alguna manera que me consolara.
– ¿Cómo está?
–Me parece que solo aguanta un poco más para
despedirse de todos. Siento como se le va la vida.
Abrí la boca y solté un pequeño sonido de
aire.
–Mamá, por favor, no digas eso.
–Si me deja no sé qué haré.
Mi madre se volvió y se quedó mirando a mi
padre. Entonces tuve una revelación.
Yo también quería lo mismo. Yo también
quería un amor así, como el de mis padres. Eterno, luchador y simbólico. Un
amor que me acompañara para siempre que se mantuviera a mi lado y que me diera los
mismos motivos por la vida como por la muerte.
Quería a alguien que no pudiera vivir sin
mí y que aun muerta, me recordara para siempre.
Miré a Ivan. Sentado en una de esas butacas
incómodas, me miraba con expresión de consuelo, como si fuera mi ayuda, mi oportunidad,
mi momento malo.
Estaba a mi lado, mientras él otro
esperaba, también a mi lado pero de otra forma.
Liam.
Miré el pasillo, el vacío fondo y las
puertas dobles por donde había entrado. Sin darme cuenta comencé a caminar en
esa dirección.
Ya había tomado una decisión.
–Gaela.
Ivan se interpuso en mi camino.
–Retírate –le pedí.
–No vayas, no le debes nada.
Lo miré a los ojos, esos pozos grises tan
cristalinos a los míos, tan puros y tan suplicantes. Cerré los ojos, apretando
con fuerza los párpados y soporté la energía que me arrolló.
Al abrirlos tenía más fuerza que antes.
–Necesito terminar con esto, solucionarlo
antes de mirar hacia delante.
–No merece la pena ese esfuerzo –murmuró.
Tenía gracia esas palabras viniendo de un
hombre que me pedía un tremendo esfuerzo.
–Cómo eres capaz de decirme que te dé una
oportunidad, en cuanto no se la das a él.
Bajó la vista y negó con la cabeza. No
tengo ni idea de que fue lo que pasó por su cabeza pero se retiró a un lado. No
pasé. Me mantuve quieta apretando los puños y obligándome a dar un paso.
Necesitaba despedirme.
Tomé una intensa bocanada de aire y di ese
paso.
–Gaela, por favor –pidió, impidiéndome
avanzar de nuevo.
Me ardía le pecho, sentía una fuerte
presión que me cortaba la respiración, era una sensación similar a una carrera,
una intensa carrera que no puedes abandonar, aunque te cueste respirar.
Lo más gracioso de todo es que, solo había
dado un paso.
–Si de verdad me quisieras, desearías que
fuera feliz –dije.
Silencio. Silencio y más silencio.
Una bruma cubrió de pronto el pasillo. No
había luz, no había esperanzas. Todo me zambullía al fondo del mar.
–Si sientes algo por mí, no vayas.
¿Sentir?
Me sentía como una mierda.
–Tengo tanto odio y
dolor que posiblemente ya no lo sienta, como un pez que no sabe que está en el
agua.
–Ahora estás conmigo, podemos volver a
empezar. Intentar aquello que yo interrumpí. Dame una oportunidad para mostrarte
la verdad. Para ayudarte con lo que quieres y lo que yo quiero.
Me volví con brusquedad cara él.
– ¿Y qué quieres? ¿Qué me convenza de que te
quiero o que me convenza de que no lo quiero a él?
–Quiero que mires en tu interior, que me
busques y por muy pequeño que sea el sentimiento, te agarres a él. No lo
abandones, no me abandones.
–Después de todo, me pides que te quiera.
–Te pido mil cosas; tu perdón, tu confianza,
tu amistad, tu vida… Pero lo que más necesito, es a ti. Te pido a ti, para
poder conseguir con el tiempo todo lo demás.
–Ya te dije que no se puede tener ambas
cosas.
–Pero yo las quiero.
–No te las mereces…
Me atrapó el brazo con fuerza y tiró de mí
para acercarme a su cuerpo y poder murmurar sus palabras sin que nadie nos
escuchara.
–Soy un miserable que ha perdido todo cuanto
tenía por un acto infantil. Sé lo que soy, sé todos los errores que cometí, pero
sé que tú no eres así. No eres como yo, ni como ese cerdo de quien te has
enamorado. Sé que no merezco algo tan bueno, Gaela, pero, por una extraña
razón, lo necesito.
–Me quieres, me necesitas, peo sin embargo no
me dejas ser feliz, no me dejas tomar libremente la decisión de la persona con
la que quiero estar. Eres egoísta.
Me soltó y esta vez sí que se retiró, es
más, me dejó completamente libre.
–Toma tu decisión.
–Gracias.
Me limpié las lágrimas con brusquedad y fui
a por Liam.
Salí fuera y choqué directamente con el
sol. Un magnifico día soleado, un buen día para salir a pasear, caminar y
absorber la energía de esa esfera en el cielo. Un gran día, y sin embargo, para
mí resultaba no un día normal.
Un día normal se calificaría de rutinario en
mi vida; despertar, ir al trabajo, bromear con Gina, comer con Adri y terminar
mi jornada con un magnífico baño de agua caliente, una cena con todos mis
amigos o con uno más especial, cosa que sería de lo más difícil. Y finalmente
dormir, después de un día como todos, tumbarme en la cama y descansar.
Esa era mi rutina, por eso hoy, ese día no
me era nada especial, igualmente inolvidable, pero no para bien, sino como uno
de los peores.
Ese día iba a romper con una parte de mi
vida, y puede que con dos.
Deslicé mi mirada por toda la calle, Liam
no estaba así que, me dirigí al parque que había delante. Crucé la calle con el
cuerpo más pesado que nunca.
Había tantos motivos que me atormentaban,
tantos problemas que no me dejaban pensar y aun así, ahí estaba, con la mente
clara, la respiración agitada y una débil pero intensa emoción en mi estómago.
Lo encontré debajo de la sombra de un árbol
llorón, de espaldas a mí con las manos en los bolsillos.
Bajo esa luz me pareció el hombre más
atractivo que había visto en mi vida, un sueño inalcanzable, un hombre puesto
en la tierra para arrasar con todo, dejar su huella y desaparecer hasta
convertirse en un sueño.
Mi jinete del Apocalipsis.
Suspiré, un sonido lejos de él, leve y lago
que llegó hasta ese hombre ya que Liam, se giró.
Impresionante.
Esos dos ojos azules me paralizaron, me
cortaron el aliento y activaron cada una de mis células.
Sí, lo amaba, lo quería y hasta en ese
momento lo deseaba, pero… ¿era bueno para mí?
Apreté los puños y caminé, inducida por esa
esencia que dejaba él, por esa tenaz presión de mi pecho, por esa unión que nos
mantenía unidos en ese instante y, sin poder retirar mis ojos de los suyos.
Atrapada sería la palabra más clara, con
Liam siempre estaría atrapada a él.
Permanecía tan consciente a él que tropecé
con otra persona y sólo conseguí pronunciar una disculpa casi inteligible. No
me frené, continué. Liam miró a la persona con la que me tropecé y todo su
cuerpo se tensó. Su rostro, casi siempre carente de emociones se endureció y
sus ojos destellaron una perfecta amenaza.
No me giré para ver qué era lo que sucedía.
Simplemente continué, caminé hasta estar justo a un metro de distancia de él,
entonces Liam volvió a mirarme y aunque no me dedicó una sonrisa, la emoción
llenó ese azul mar.
–Gaela Lee, atraes a los hombres como una
polilla a la luz.
–Y tú pareces un perro buscando un hueso.
Eres demasiado egocéntrico como para dejarlo todo atrás. Pensé que me había
despedido de ti en la isla.
Sacó las manos de los bolsillos del
pantalón y se cruzó de brazos. Su rostro no cambió absolutamente nada.
–Pensaste mal. Nunca me dijiste adiós.
–Lo intenté…
–Pero no lo hiciste –interrumpió con esa voz
grave, ronca y tan masculina.
Retiré la mirada de la fuerza de la suya,
temía que volviera a hipnotízame, y observé cuanto nos rodeaba.
Liam había escogido un lugar perfecto. El
aroma a naturaleza te mantenía de pie y tranquila. Las vistas, bajo el árbol,
casi metidos en él dentro de una cortina de ojos, nos otorgaba la intimidad
necesaria, y la gente que paseaba por ese parque, no se daba cuenta ni de que
existíamos. La luz, pequeños rayos se colaban entre las ramas mágicamente y el
poco aire que soplaba era fresco, consiguió erizarme el cabello.
Estaba claro que Liam lo tenía todo
controlado.
–No voy a robarte mucho tiempo, sé que tu
padre no está bien.
Me desplacé de un lado a otro sin darme
cuenta. Cuando levanté la cabeza me di con qué; me había acercado al árbol y
Liam se encontraba a mi espalda, no cerca pero sí muy presente. Me volví y su
aspecto, por fin, parecía decaído. Él también perdía fuerzas.
– ¿Por qué has vuelto? –pegunté.
–A por ti.
–Has perdido el tiempo.
–Cuando vas en busca del motivo fundamental
de parte de tu vida, no pierdes el tiempo, sólo recuperas momentos.
–Tú y yo no tenemos momentos, tan sólo una
película mal montada.
–Siempre te dije que todo era real. Para mí
lo fue, sino, nunca te hubiera escogido aquella noche.
El recuerdo de cómo lo conocí acudió a mi
mente. Su mirada fue tan profunda como la de ahora. Las sensaciones eran las
mismas y E incluso mis pensamientos hacia él eran los mismos: misterioso,
peligroso y un enigma.
La
única cosa que había cambiado era el deseo, ahora era mucho mayor que antes.
–Ojala no lo hubieras hecho.
–Tú también me escogiste –indicó.
Negué con la cabeza, un movimiento auto
reflejo.
–Porque continuas con lo mismo, porque no me
dejas en paz. Has obtenido un fin de semana de miedo, me he entregado a ti en
cuerpo y alma, te lo he dado todo, te he perdonado todo a cambio de simples
palabras de mierda y lo único que he obtenido a cambio han sido pausas de
locura. Me he arriesgado cada minuto aun sabiendo que el chip de tu cabeza
podía golpearme en la cara, en el culo o en algún órgano que no deseo. Te has
mostrado, pero de nuevo, te has metido en tu caja.
–Gaela…
–No puedo llevar una vida así. Quiero calma,
necesito descansar y no pasarme las horas en alerta, no quiero más tensión.
Quiero a un hombre que no me haga más daño del que ya he sufrido, necesito la
estabilidad y recuperar la confianza. Necesito recuperar mi vida y necesito
volver a encontrarme a mí misma.
–Gaela…
–No pido un fueron felices, quiero un Gaela
fue feliz y comió perdices. Por primera vez, quiero ser yo, no un cuerpo que va
dando bandazos de un lado a otro. Quiero decidir, actuar según mi voluntad y
poder pensar que me siento orgullosa de mí misma al no temer que me hagan daño.
Quiero ser la causa, la razón y la única explicación a todo. Quiero ser feliz.
Mis últimas palabas salieron con fuerza,
como un desahogo que alivio cierta tensión de mi cuerpo. Liam se me acercó un
poco más, no me alejé porque no quiera alejarme, no quería demostrar debilidad,
no después de todo lo que acaba de decir, después de abrir mi corazón de esa
forma.
–Gaela. –Mi nombre en sus labios sonó como la
voz de un niño llamando con desesperación a su madre–. Nada te impide tener
todo eso, pero conmigo. La verdadera razón de que tú seas feliz es que la
persona que está a tu lado sea igual de feliz. Yo lo he sido durante este tiempo,
y tú…
–Nuestras citas han sido penosas.
–Pero las hemos mejorado.
–De cuatro uno –dije con tono beligerante–.
Ese es un tanto por cien penoso.
–Esa una ha sido la mejor. Y no la quiero perder,
por eso te pido que te quedes conmigo, que me dejes acompañarte en tu vida. Que
seamos una pareja con más citas, con más momentos. Con una vida unida.
–Liam…
–Me estoy arrastrando.
–Tú nunca hacías eso por una mujer.
–Bueno, nunca le había pedido algo serio a
una mujer.
Incrédula lo observé. El cambio de su voz,
de sus ojos fue sorprendente. El azul brillaba, lleno de esperanza, sus labios
tensos escondían una leve sonrisa y su cuerpo respondía a todas las palabras.
El mío igual, la sangre me recorría el
cuerpo entero cagada de emociones que me hacían temblar.
– ¿Con sentimientos? –pregunté, faltándome la
respiración.
Tenía claro que esto no era real, con él
nada era real, pero no pude evitar la delicada emoción de esperanza que me
cosquilleó el cuerpo entero.
–Todo. Lo quiero todo.
Una
parte de mí quería creerlo, la otra no confiaba en él.
– ¿Por qué?
–Porque, me he creado un vínculo contigo, y
no puedo deshacerme de ti.
–Tú lo llamas vinculo, yo obsesión.
–No estoy obsesionado, Gaela. Puede que me
falle la cordura en ciertas circunstancias, pero tengo claro lo que calculo en
mi cabeza.
Yo lo había visto, había visto y vivido
esas circunstancias y eran mucho más que perder la compostura. Esos arrebatos
estaban calculados, Liam sabía perfectamente todo lo que hacía y se sentía bien
consigo mismo.
–Puede que sea masoquismo –dije.
–Puede que esté enamorado.
¿Cómo?
Era mi segunda declaración y en comparación
con Ivan, esta daba pena. Romántica era la frase y ni eso… ¿Puede? ¿Y dicho con
los dientes apretados? Cómo si le doliera. Por favor. De todo, eso era lo peor
que me había dicho.
Solté una carcajada sarcástica.
–Hasta tu forma de expresar tus sentimientos
parece aterradora.
–Sé que te he forzado al límite, Gaela, sé
que no he sido sincero contigo desde el principio, pero la única forma de que
sigas cuerda es no decirte nada.
Ya estaba loca. Todo él era un puto
misterio, una locura atroz que no comprendía y me agotaba tanto pensar,
descifrar lo que se le pasaba por la cabeza o como actuaba, que ya no tenía
fuerzas para continuar.
–No es justo. Desde que te conozco te lo he
dado todo…
–Y yo –me interrumpió, acortando nuestra
distancia.
Negué con la cabeza esa afirmación.
Un segundo después mi rostro fue atrapado
por sus manos. El movimiento me sorprendió ya fuera porque fue rápido como por
que no me esperaba ese impulso por su parte.
No se controlaba tan bien como imaginaba.
Soltó el aliento contra mis labios, cálido
y con ansiedad. Cerró los ojos e inspiró con fuerza, llevándose con él todo mi
aroma. Esperó unos segundos en silencio, alguna forma de buscar las palabras o
la súplica perfecta para que cayera.
–La primera vez que nos besamos, sentí que no
quería besar otros labios que no fueran los tuyos.
Las piernas me temblaron, las emociones
estallaron por mi cuerpo y la necesidad de sentir más su cuerpo me invadió como
una corriente de agua. Luché contra cada síntoma, manteniéndome fuerte y lo
conseguí.
–Todo hombre nace sincero y todo hombre muere
mintiendo.
Liam abrió los ojos de golpe.
–Soy tan sincero en esto como lo fui en la
cascada. Estoy loco por ti.
–Te equivocas…
–Te dije que tú eras lo mejor con lo que me
había topado y no te mentí, de vedad, sólo que, eres lo mejor con lo que me he
cruzado en años. Y como comprenderás, no puedo dejar que me arrebaten la mínima
felicidad que me ha ofrecido esta mierda de vida.
Tragué saliva y noté como una fina lágrima
caía por mi mejilla.
–Lo siento –susurré.
Con cuidado aparté sus manos de mi rostro,
él no lo impidió, como tampoco se opuso a que me alejara de ese cuerpo.
Interpuse una distancia entre ambos y me controlé diciéndome que no lo
permitiera dar un paso más.
–Gaela.
–No lo hagas –amenacé, levantando una mano en
alto.
Los músculos de Liam se tensaron, las venas
de su cuello se marcaron y su pulso se aceleró. Apretó los puños con fuerza y
soltó una maldición mientras dirigía su mirada a uno de sus lados.
–Siempre supe que contigo sería difícil.
–Liam.
Se volvió y me miró. Ya no trataba de
esconder la derrota, la desesperación y la ansiedad. Por primera vez veía a
Liam completamente como era. Un hombre con una debilidad.
– ¿Ya no te tengo? –murmuró para él mismo.
–Nunca me has tenido…
–Sí que te he tenido, no niegues lo que
sientes. Dulcemeum…
– ¡No me llames así! –grité. El nudo en mi
garganta era insoportable, me mataba. ¿Por qué tenía que comportarse así?
No me consideraba una persona agresiva,
pero en ese instante deseaba golpearlo, dejarlo moribundo para que esto no se
complicara más.
Liam se lamió los labios, bajó su cabeza y
pronunció una palabra en otra lengua, me pareció ruso, pero no estaba del todo
segura, más que nada fue por el acento.
– ¿Cuál es la razón real? ¿Ivan?
Negué con la cabeza y noté unas manos, las
suyas retorcer mi pecho, abriéndose camino hasta mi corazón para presionarlo
con fuerza.
–No lo sé.
– ¿Lo eliges a él?
–No, no elijo a Ivan, pero no quiero estar
contigo.
Liam se tensó como si lo acabara de
golpear.
–Yo te haría feliz y lo sabes.
La profundidad de su mirada me ahogaba, su
voz me doblegaba y la insistencia de sus palabras actuaba en mi contra. Lo
quería, lo adoraba y puede que no conociera a nadie más como él, puede que me
arrepintiera de todo, pero conseguiría pensar que fue un bonito sueño, un
recuerdo y una persona que siempre llevaría conmigo, porque estaba claro que
nunca conseguiría olvidar cada momento vivido con Liam, como cada decepción
vivida con él, decepciones que me habían complicado la vida.
–Sé que no puedo vivir sin ti pero, contigo
no soy feliz.
– ¿Y ya está? ¿Esa es tu decisión?
¿Lo era?
Sí. Elegía la rutina, la esperanza de un
futuro conocido aunque me costara la confianza, aunque me tuviera que dar
golpes contra una mesa para confiar en otro hombre. Pero Ivan me daría la
estabilidad que necesitaba, Liam no.
Ivan me daría la realidad, no una fantasía
como Liam.
Elegía
la realidad.
–Sí –contesté e intenté irme, volver junto a
mi familia, junto al hombre con quien quería estar, pero Liam me tomó del
antebrazo y me retuvo.
–Él no es bueno para ti, jamás cambiará.
–Pero es real, tú sin embargo no.
Traté de quitarme ese brazo de encima, no
pude. Actué con violencia, con fuerza y terminé atrapada por sus dos brazos
contra un hombre que de pronto, se había vuelto loco.
– ¿Qué quieres de mí?
Todo.
–N-nada –balbuceé–. Suéltame, Liam.
–No te vayas –pidió, entre dientes.
–Déjame…
Su agarré se hizo más fuerte, esos brazos
me sacudieron y todo cuanto sentí, el anhelo, deseo y amo se convirtió en
miedo. Estaba poseído.
– ¿Quieres la verdad?
–Liam, por favor.
Y entonces, una fuerte cascada de emociones
cayó por él en un torbellino descontrolado.
–Mi nombre no es Liam-Marlowe, ni siquiera mi
apellido es Born. Tyler y Nina no son mis primos de sangre aunque, desde que
los conozco los considero como unos hermanos –hablaba de carrerilla, nervioso,
ansioso mientras sus dedos se marcaban cada vez más en mi carne–. Louis sí que
es mi hermano, pero tampoco se llama así y Enzo…no es mi hermano, él es…un niño
que lo perdió todo como yo…
– ¿Qué? –pregunté incrédula.
–…No trabajo en una agencia inmobiliaria,
apoyo a mi hermano en su empresa pero no es mi trabajo, mi trabajo es algo más
arriesgado, pero me ayuda a superar mis problemas…
– ¿Como…? –fue un mero susurro.
–…Mi vida no es lo que se ve a simple vista,
es mucho más complicada. Nací feliz, con unos padres y hermanos a los que
amaba…pero…ya solo me quedan recuerdos llenos de sangre y un hermano mayor que
no recuerda nada de esa noche.
–Liam…
–Siete horas lo destruyeron todo. Siete horas
me convirtieron en el hombre que soy, siete horas me obligaron a matar a un
hombre con tan solo diez años…Una venganza que me hizo perder más y más…
–Basta…
–Cada sol que dibuja mi cuerpo simboliza un
día más que sigo con vida. Un recuerdo de dolor y fortaleza. Una insignia que me
muestra todo lo que me sucedió…
– ¡Basta! –Lo empujé. Alterada, con las
lágrimas formando un lago, eso ya no era solo dolor, mis sentimientos caían
como una avalancha, feroz y con energía. Me pasé las manos por la cabeza
tratando de relajar mi pulso, fue imposible, no existía nada en el mundo que
consiguiera relajarme–. Dios, nada en ti es real, eres una maldita estafa…
–Gaela, por favor…
–Ni se te ocurra –advertí alejándome de él–.
Ahora ya no sé quién eres.
–Soy el mismo. Me has visto desnudo y sabes
cuales son mis cicatrices.
–Y sé que no tienes el corazón donde debería
estar –murmuré, destrozada–, pero no cambia nada.
Nada de esto debía estar pasando. Liam no
era más que un mito, una historia, una leyenda. Sí en Ivan no me veía capaz de
confiar, en él, ¿qué sería?
Nada bueno.
Liam dio un paso con lentitud, casi
imperceptible, pero lo noté porque en ese instante se paró el tiempo a mí
alrededor y mi cuerpo me advirtió del peligro.
Aléjate.
–Gaela, volví a la vida, pero jamás me he
sentido más vivo que cuando estoy contigo…
–No.
Retrocedí.
–Tú me quieres…
–No.
Retrocedí. Liam avanzó, a por mí.
–Y yo quiero ese amor para mí…
Lo vi en sus ojos, vi como una premonición
de lo que estaba a punto de suceder, lo que esa mirada estaba a punto de hacer
conmigo. No se lo permití. Empujé su cuerpo, otra vez y con más ganas que nunca,
después levanté el mentón en alto y con rabia grité.
– ¡Aléjate de mí, Liam…o como te llames!
Y me fui corriendo, cabizbaja y dejando las
lágrimas salir, si es que aún quedaba algo por derramar.
Todo había sido una mentira, una maldita
fantasía. Siempre creí que escondía más de lo que decía, siempre me resultó
extraño que un vendedor supiera hipnotizar, moverse con esa ligereza y mantener
esa compostura tan siniestra, y ahora comprendía el porqué.
Liam no era quien decía ser, nunca lo había
sido.
Ivan
esperó, al final del pasillo a mi llegada y aunque no dijo nada, no intentó tocarme,
lo sentí detrás de mí nada más pasé a su lado.
No estaba segura si era lo que deseaba, si
esto era lo que necesitaba, o si era lo que quería, pero desde luego, Liam no
era para mí.
– ¿Dónde está? –preguntó, con suavidad detrás
de mí.
–Se ha ido.
– ¿Te quedas conmigo?
Me giré. Ivan brillaba, lleno de ilusiones.
Decidí no contestar, mi presencia ahí dejaba clara mi decisión.
–Supongo que no sé tomar buenas decisiones
–dije.
Sonrió como si acabara de lanzar una broma,
después dejó que la ternura bañara su rostro.
–Yo siempre estaré ahí, Gaela, siempre.
Miré a Ivan, sus ojos brillaban, ese gris,
un color que ahora definía claramente todos sus sentimientos, destacaba más que
nunca.
–Las palabras no dicen nada. Los hechos son
reales.
–Te daré hechos.
–Eso espero –murmuré.
Sé que hizo el intento de tocarme, de
acercarse a mí, pero controló ese impulso, puede que por miedo a que lo
rechazara. Tampoco estaba muy segura de que hubiera hecho si él finalmente se
dignara en tocarme.
–En ese caso –dijo, metiéndose la mano en el
bolsillo–, me gustaría que te colocaras esto donde tiene que estar.
Ivan levantó la mano y me mostró el anillo
de nuestro compromiso entre sus dedos. El brillante sacó un pequeño destello de
brillo.
– ¿Dónde lo encontraste?
–En el suelo del baño de tu quinta, al lado
de la ropa.
Claro, al quitarme los pantalones para
darme un baño, el anillo caería. Ni si quiera me acordé de esa pieza. El día
tan intensó con Liam me había hecho olvidar muchas cosas, ahora me tocaba
olvidar ese día y todo cuanto compartí con él.
–Gaela –me llamó Ivan.
Sacudí la cabeza, apartando a la fuerza
cada pensamiento y cada recuerdo. Más centrada, le ofrecí mi mano e Ivan, como
no hizo en el pasado, lo introdujo en mi dedo con delicadeza.
La pieza me pesó en la mano, la noté
caliente y molesta. La miré durante unos segundos con extraños remordimientos y
pensamientos negativos que no venían al caso. Todo debía cambiar, yo debía
cambiar y para empezar debía poner en orden los enjambres personales que
surcaban mi cabeza.
Cerré el puño y bajé el brazo, luego miré a
Ivan. Sonreía con cariño.
–Lo voy a ser todo para ti y, me convertiré
en todo lo que necesitas.
Necesitas…
Ya estaba decidido, él por fin elegía
también una de las dos cosas y yo, lo aceptaba.
A veces uno tiene lo que quiere pero no lo
que necesita.
O tiene lo que necesita pero no lo que
quiere.
Yo…tenía lo que necesitaba.
Ivan y yo nos quedamos mirando en silencio,
Sentí que su aliento se perdía, el mío también mientras veía como sus labios se
acercaban.
Me besó y sentí la maravillosa sensación
que siempre sentía, pero únicamente pude pensar en Liam.
– ¡Gaela!
–Era mi hermano, desde la puerta donde se encontraba mi padre–. Ya está
despierto.
La habitación se llenó de todos nosotros, e
incluso mis sobrinas, quienes se habían metido en la cama con mi padre y lo
torturaban con besos y halagos, Victoria, a un lado le mantenía cogida una de
sus manos, la otra era ocupada por mi madre. Stefan sonreía mientras abrazaba a
su mujer por detrás. Dika entrelazaba su brazo con mi madre y su mano la tomaba
su marido.
Y yo, miraba la escena a los pies de la cama
con Ivan muy cerca de mí, a mi lado, manteniéndose recto y dispuesto para mí.
Mi padre me miró, después de dedicarles mil
maravillas a las pequeñas, con intensidad, con esa decisión que dictaba él
cuando tenía clara una postura para darme mi castigo. Una mirada laboral, le
decía yo, ya que a veces me sentía intimidad ante esos ojos. Hoy no, hoy casi
agradecía que me dedicara esa mirada.
– ¿Me podéis dejar a solas con Gaela?
Todos accedieron y salieron de la
habitación. Una vez solos me acerqué a mi padre y tomé asiento delante de él.
–Tú broma con el corazón no ha tenido gracia,
papá.
–No. Se me fue de las manos –bromeó.
Me alegré de ver a mi padre de buen humor,
así lo quería ver, así necesitaba verlo, con esos recuerdos me quería quedar.
–Sabes –dijo, ofreciéndome la mano para que
se la tomara–, he conocido a un hombre peculiar.
– ¿De verdad? Qué raro, y yo que pensaba que
tú amigo el ermitaño te tenía eclipsado.
Mi padre intentó soltar una carcajada que
se quedó en media sonrisa.
–Rox es peculiar, pero éste es diferente.
–Genial.
–Me ha caído muy bien y sabía muchas cosas de
ti.
Fruncí el ceño.
– ¿Me conoce?
–Sí. Ha preguntado algunas cosas,
curiosidades, y me ha contado cosas tan fascinantes como terribles.
– ¿Quién era?
–Un hombre de los que no quedan.
No podía imaginar quien era. Conocía a muy
pocos hombres, entre ellos Logan, pero mi padre sabía bien quien era y por la
forma de hablar estaba al cien por cien segura de que no se trataba de mi
amigo.
– ¿Un buen hombre?
–Sí –sonrió con admiración.
Por lo visto ese desconocido era de
admirar. Era difícil que mi padre considerara a una persona importante,
interesante y con el trato de admiración que le daba, peor ese hombre lo logró.
Mi padre no dijo nada más, estaba claro que
no iba a contar nada más, preguntar sacaría respuestas concisas y cortas, así
pues opté por cambiar de tema y no perder el tiempo.
– ¿Cómo te encuentras?
–Bien.
Mentía, el aspecto de mi padre no podía
decir que fuera bueno. Las ojeras enmarcaban unos ojos agotados y la forma de hablar
era lenta, pesada y de mala respiración. Su tacto sobre el mío demasiado débil
y casi podía escuchar un corazón en terriblemente cansado de funciona. Un
informe fatal que me indicaba que debía dejarlo en paz.
–Te quiero papá, y sé que eres un roble, pero
eres viejo y tienes que descansar.
–Muy graciosa, como siempre. –Sonreí con
ternura y apreté su mano contra la mía–. Yo también te quiero.
–Menos mal –bromeé.
Su sonrisa se borró y ese rostro serio y
decidido volvió.
–Quiero que hagas una cosa por mí.
–Lo que quieras.
–Encima de esa mesa hay una carpeta marrón
con una documentación. Quiero que la firmes ya.
Con duda, me levanté de la silla y fui en
busca de esa carpeta. La cogí y la llevé conmigo de nuevo a la silla.
– ¿Qué es esto? –pregunté.
–Fírmalo, Gaela, hazme el favor.
Abrí la carpeta y me encontré con unos
cuantos papeles unidos por una grapa en una esquina. Cada hoja reflejaba unos
puntos indicados con números y anotaciones, también mis datos y casillas abajo
con cruces marcadas de otro color. A simple vista parecía una especie de
contrato.
–Pero dime que firmo.
–Que lo firmes –ordenó con brusquedad.
Alcé la vista de golpe.
–Papá…
– ¡Fírmalo!
Su
voz se apagó repentinamente, al tiempo que la máquina que conectaba a las
constantes vitales de su corazón se volvía loca. Mi padre se llevó la mano al
pecho y presionó su puño con fuerza.
–Fírmalo… –insistió ahogándose.
Todas las alarmas de mi cerebro se
activaron a la vez, completamente locas.
–Vale, vale. Lo firmo. –Garabateé mi nombre
en todas las hojas. Las enfermeras comenzaron a entrar, el pánico se encendió
como un fuego en el maizal y las voces, gritando órdenes llenaron la habitación–.
Mira lo estoy firmando –mencioné, llena de terror, mostrándole las hojas en alto,
pero ya era tarde–. ¿Papá? ¿Papá?
Todo se ralentizó. La imagen se borró ante
mí y mi cuerpo dejó de actuar según sus funciones. Noté que unos brazos me arropaban
en el mismo momento que el médico gritaba que le trajeran la máquina de
paradas. Abrí la boca para gritar, para llamar a mi padre, avisarlo de que ya
había firmado, pero no hubo sonido, no hubo nada.
Nos sacaron a todos de la habitación, el
cuerpo a mi espalda me abrazaba, susurraba palabras tranquilizadores contra mi
oído. Sabía que era Ivan, ya fuese el sonido de su voz o su aroma, pero lo
reconocía.
Los segundos pasaron lentos, enfermizos.
¿Qué pasaba?
¿Qué sucedía dentro?
Toda conmoción nos golpeaba a cada uno,
pero me sentí extrañamente perdida, no sabía que pensar, no podía hacer nada.
Un pequeño hilo en mi interior se rompía,
lentamente, deshaciéndose enhebra a enhebra.
Y entonces, de lejos apareció el doctor con
el rostro abatido, se dirigió a mi madre, mis hermanos la rodeaban. El doctor negó
con la cabeza y todo cuanto me rodeaba se derrumbó.
Mi madre cayó, lentamente a los bazos de mi
hermano, mi cuñada se sentó en una de esas butacas derrotada junto con Victoria
y Dika abrazó a su marido.
No.
Cerré los ojos y sentí las lágrimas.
Es inexplicable todo lo que sentí, todo lo
que pasó por mi cabeza. Fue un momento que no podía razonar.
No había nada, tan sólo vacío, un inmenso
vacío.
Pensar en un dolor ahora mismo, cuando me
acaban de brindar dos, era extrañamente raro, pero el dolor, el verdadero dolor
no es perder un amor, no es rechazar aquello que puede que te hiciera feliz,
que formara parte de tu vida o el que puede que fuera tu otra mitad.
Perder a Liam me dolía, pero ese no era el
verdadero dolor que me consumía.
El verdadero dolor es perder para siempre a
alguien que ya te ha hecho feliz, a alguien que has amado por encima de todo, a
alguien que te lo ha dado todo, un amor incondicional, un amor puro, venerado y
compartido, un amor que solo se da una vez, porque solo tienes un padre en la
vida.
Dolor, ¿de verdad sabes lo que es el dolor?
Yo ahora sí.
Mi padre luchó toda su vida para sacarnos
adelante, ahora, sus últimos días había luchado, con todas sus fuerzas para
mantenernos unidos, para que Stefan se reconciliara con mi madre, para que la
familia volviera a ser una familia y para poder despedirse de todos nosotros.
Porque eso mismo era lo que había sucedido hacia menos de media hora.
Toda la familia unida en la habitación,
besos, abrazos y sus últimas palabras.
Mi padre se había despedido y ahora lo
acaba de perder por culpa mía.
Papá…
Tenía un sueño cuando era pequeña, un sueño
como todos los niños, el mío era viajar al pasado y vivir en la época de los
sesenta, donde había mucho por descubrir y habían muchas más cosas imposibles
de hacer. Conseguir algo, por mínimo que fuera, en esa época simbolizaba una
gran meta.
Mi padre me preguntó que quería ser de
mayor, yo le contesté que científica, una loca buscadora de la solución, de las
curas y del misterio de viajar en el tiempo.
No era científica.
No podía viajar al pasado.
Y nunca encontraría una cura para nada.
De pequeña soñaba, ahora de mayor me
enfrentaba a esos sueños.
Sentí con fuerza los brazos de Ivan, ambos
nos dejamos caer al suelo. Me derrumbé pero él me abrazó con fuerza. Rodeé con
mis brazos su cuello y lloré, lloré y lloré.
Nada me importaba, o no importaba, no
significaba nada.
El dolor se convirtió en un peculiar
síntoma de desinterés por todo.
De pronto, un leve aire me levantó la vista
y justo al final del pasillo un enorme cuerpo ocupó todo el espacio. Una sombra
atravesando la luz, una silueta tensa, mirando la escena con unos ojos azules
llenos de emoción, de perdón e impotencia.
Liam.
Era él, pero para cuando reaccioné, la
sombra desapareció y la luz llenaba todo el umbral.
No…
Hoy lo perdía todo.
Liam
Una preciosa ceremonia al aire libre.
Flores, el sol y la voz de un hombre leyendo de un libro.
– ¿Qué hacemos aquí?
Tyler se movía nervioso, de un lado a otro
justo por delante de mí. No me importó, me daba igual, mis ojos y cada uno de
mis sentidos estaban fijos en un grupo de gente que había a unos cuantos metros
de distancia de mí. Una familia que enterraba a un padre, un abuelo y un
marido.
–Puedes irte cuando quieras –dije.
–Pensaba que lo tenías claro. Involucrar a
una persona en tu vida es lo peor que puedes hacer. Es mejor para Gaela que
estés fuera de su vida.
Me tensé y noté la bilis subir por mi
garganta. Le dirigí una mirada baja y amenazante.
Todos habían vuelto esta mañana del viaje,
e incluso Gina, Adriana y Logan se encontraban al lado de Gaela, acompañando a
su amiga en esta perdida. Por una parte me pareció bien, ella necesitaba a toda
la gente que la quería a su lado, pero escuchar en ese momento sonido de voz de
Tyler diciéndome lo que hacía bien o mal, me estaba fastidiando la imagen y
cada uno de mis buenos pensamientos.
–Nadie te ha obligado a venir –farfullé.
–Necesitas que alguien te recuerde todos los
demonios que te persiguen.
Tyler tenía razón pero no se lo pensaba
reconocer. Él sabía bien de que hablaba, era la única persona, junto con su
padre que conocía mi historia.
Mi pasado era un tema tenebroso y muy
tormentoso. Ya había cambiado de vida y aunque cambiara mi nombre, mi hogar y
mi familia, mi cabeza recordaba, y mis heridas formaban parte de ese diario que
nunca dejaría de lado.
Tenía una cuenta pendiente pero jamás
mezclaría a Gaela en esa desdicha. Ella era la parte buena, la luz al final del
túnel, sólo debía mantenerla lo más lejos posible y por el momento las cosas
funcionaban.
No había dormido con ella ni un día.
Nuestros encuentros siempre se habían
desarrollado a través de terceras personas que no trabajaban para mí.
Y nunca había dado una muestra íntima en un
lugar público desconocido o no supervisado con anterioridad.
No había razón para preocuparse mientras
continuara así. A Gaela no la podían asociar conmigo.
–He seguido los pasos, ella está a salvo.
–Por ahora –murmuró. El tono de voz que usó,
me enfureció.
Mi primo levantaba una ceja. Controlé el
impulso de estrellarle el puño.
–Sé lo que hago, no me juzgues.
– ¿Seguro?
–Al cien por cien –contesté con énfasis.
–Yo creo que no.
–Y a mí me importa una mierda lo que creas
–espeté.
Estaba claro que el volumen de mi voz no le
impresionó, continuó maldiciendo mientas negaba con la cabeza.
Tyler y su método de persuasión me tocaba
las narices. Jamás me había metido en su vida, ni siquiera le daba mi opinión
en su capricho con Gina, algo imposible. ¿Porque él no podía hacer lo mismo?
Nuestras vidas eran una mierda, pero cada
uno se sacaba las castañas del fuego.
Una parte de mí se arrepentía de no seguir
los pasos de mi hermano; montar una empresa con la herencia de nuestro padre y
continuar hacia delante en una vida normal, pero a diferencia de él, a mí no me
dispararon en la cabeza, me dieron dos tiros en el corazón. Él despertó con una
amnesia crónica, yo lleno de rabia y ganas de venganza.
–Eres un arma nuclear, Marlowe –continuó
Tyler con tono acusado, tomándome del hombro para que lo mirara–, mientras
sigas con tu cruzada de venganza, nadie está a salvo contigo.
–Tú sigues vivo, Louis, Enzo, Petunia y tu
padre, también.
–Porque nos has mantenido al margen de todo,
no les interesamos, pero sabes que irán a por ella.
–No la conocen. Y nadie la tocará –rugí con
violencia.
Maldijo y, se pasó ambas manos por el pelo,
la cara y el cuello, haciendo de su paseo un camino más violento. Dejé a Tyler
y todos sus pensamientos a un lado, como si no existiera y me centré en la
verdadera razón que me había traído hasta el cementerio.
Mi discreción fue absoluta, me mantuve al
margen, lejos del grupo, al lado de mi coche, con los brazos cruzados, pero eso
sí, con la vista fija en ella.
No era nada comparable ver la belleza que
días antes había contemplado en ella, ver lo hermosa que estaba entre mis
brazos, ver como esos ojos negros se abrían, como sus labios se ampliaban
coquetos, o como su piel brillaba bajo el agua.
Sentir su cuerpo húmedo, tembloroso y
pegado a mi piel, uniéndose íntimamente hasta clavarse dentro, hasta el fondo.
Escuchar su voz, ese sonido que hacía que perdiera la atención de cualquier
ruido que no fuera su voz. O su aroma, esa deliciosa fragancia que me había
convertido en un adicto ya que, cuando la sentía no podía dejar de pensar que
era lo mejor que mis fosas nasales habían tenido la suerte de oler.
Y ahora, lo que quedaba de esa belleza era
dolor, una mujer consumida por la perdida. Sus lágrimas bañaban sus mejillas,
sus labios ya no sonreían como me sonreían a mí en la cascada y su aspecto era
la pura pena ante mis ojos.
Un recuerdo, un puto recuerdo que no había
hecho otra cosa más que destrozarme por completo.
Apreté los puños y cerré los ojos, pero
recordé que la tenía delante a unos cien metros y no podía permitirme el miserable
lujo de dejar de admirar a esa mujer.
Puede
que esté enamorado…
Qué tontería le había dicho. La amaba. No
con el tipo de amor que describían los novelistas y poetas. Nada tan insulso.
La amaba más que a la tierra, más que al cielo, más que a la vida misma. Y no
entendía el porqué, no comprendía como esa mujer, esa delicada niña había
conseguido meterse tanto bajo mi piel en tan poco tiempo, puede que fuera la
misma luz que vi cuando me la crucé por primera vez, puede que fuese que ella,
había nacido para mí…
O puede que fuese simplemente que mi vida
por fin me devolvía todo lo que perdí.
Fuera como fuese la quería, ella lo había
cambiado todo, todo mi mundo ahora dependía de esa mujer.
–Mira, ahí están Yuri y Nikolay.
Dirigí mi vista hacia donde señalaba Tyler.
Un Chevrolet azul oscuro se acercaba
con lentitud, aparcó justo delante de mi coche.
–A ver
si ellos te hacen entrar en razón –añadió Tyler, cruzándose de brazos.
Lo dudaba. Mis ideas estaban claras, no
pensaba menearme de ahí, no sin antes hablar con ella. También dudaba que mis
compañeros vinieran por simple compasión o acompañarme en este momento, no
demostraban un carácter tan comprensible como cualquier persona.
Cada uno llevaba un pecado encima, una
carga que arrastraban, por eso los cuatro formábamos un equipo.
Bajaron del coche y cada uno saludó a su
forma, Nikolay con su típica sonrisa de niño bueno mientras que Yuri, con un
simple movimiento de cabeza, luego se colocó a mi lado y se apoyó en el mismo
coche que yo.
–La jefa te quiere de nuevo en el campo
–comenzó Yuri.
Fruncí el ceño sorprendido.
– ¿Me levanta el castigo?
–Sí –contestó–. Los motivos no los sé.
– ¿Y mi expediente por perder el juicio con
el objetivo?
–Supongo que preferirá tener al violento en
su equipo que a un trío cariñoso como nosotros –participó Nikolay, colocándose
delante de nosotros.
–Seguramente lo habrá eliminado –dijo Yuri,
que inmediatamente se enchufó su quinto o sexto cigarro del día.
A veces pensaba que ese hombre dormía con
un cigarro en la boca como un bebé con un biberón.
–Bien –comenté–. Una buena noticia por fin.
–Bueno… –comenzó Nikolay pero se calló. Se
rascó la cabeza y me retiró la vista.
Mal asunto.
– ¿Qué? –presioné.
–Tienes que presentarte a un análisis
clínico, físico y mental –espetó Yuri, dando una calada a su cigarro.
Me volví hacia él.
– ¿Me van a evaluar? –Estaba incrédulo.
–Sí. Quieren un control.
Mierda.
–O verte bajo control –se mofó Nikolay.
– ¿Físico?
Esto
era absurdo. Sabían cómo era, como me movía y cual era mi arte. No comprendía
para que tanta tontería. Era como volver a comenzar de cero.
–Una PAF.
–Prueba de adaptación física, genial,
ahora me venía de lujo, pensé con ironía–. Llevas más de medio año fuera de
circulación.
–Hay una misión –anunció sin más Yuri.
–Te gustará, se acerca a los Pretosvka.
Los ojos se me iluminaron cuando miré a
Nikolay, él también me miraba con una sonrisa en los labios.
–Bien. Ya era hora.
Esa familia me había jodido la vida dos
veces, tenía ganas de mi propia venganza.
–Marlowe, debes tomártelo con calma.
–Y la PAF,
¿Dónde? –pregunté pasando olímpicamente del comentario de Tyler.
Le tenía ganas a esa maldita mafia, nadie
se interpondría en mi camino, me daba igual perder mi trabajo si de esa manea
podía envía al infierno a unos cuantos, a poder ser a los dos hijos que me
quedaban por hinca el diente.
Había soñado en como los mataría. Al mayor
un disparo en la cabeza, al pequeño dos en el corazón. Luego iría en busca del
padre y a ese pensaba torturarlo personalmente. Después me encargaría de esa
secta con frialdad. Terminaría con todos como ellos hicieron con los míos.
–En Nebraska –contestó Yuri–. Doce días, incomunicado.
El contacto te esperara en una casita de madera, él se encargará de la segunda
evaluación y mandará la aprobación, sí la pasas –pronunció en otro tono y
continuó–, para que te ingresen de nuevo.
–La va a pasar. Nadie ha conseguido superar
su último record –halagó Nikolay. Fruncí el ceño porque no sabía cómo tómame
ese comentario peo Nikolay comenzó a mia a su alrededor–. ¿Por quién estamos
aquí? –preguntó.
–Por la chica que viene hacia nosotros
–respondió Tyler, de mala gana.
Con una buena contestación en la boca, me
interrumpí al ver, por encima del hombro de Nikolay, como Gaela se acercaba con
ese paso seductor que siempre me había cautivado.
–Interesante –murmuró Yuri.
Con el corazón a cien, me incorporé y me
precipité para ir en busca de Gaela, evitando la proximidad de los que me
rodeaban. Pasaba de qué esos tres se enteraran de nuestra conversación. Mi fama
me valía cierto respeto y una muestra de debilidad me costaría el cuello en mis
órdenes y el respeto que cada uno me ofrecía.
Pero como era de esperar, Tyler me bloqueó
el camino colocándose delante de mí con el rostro enrojecido.
–No la cagues, Marlowe. Míralo fríamente y
piensa en todo lo que le puedes perjudicar.
–Eso es lo que hago –contesté, quitándolo de
delante de un pequeño empujón.
Un milagro para él según mi estado.
Acatando a la prudencia, la parte más sabía
del valor, dejé atrás a enfurecido primo y fui al encuentro de Gaela. Por
supuesto, Ivan impidió ese encuentro, la frenó tomándola del brazo y aunque
estuve a punto de ponerme a correr y abrirle la cabeza, ella consiguió soltarse
y tras unas palabras que no escuché, Ivan se quedó dónde estaba y ella,
finalmente vino sola, no obstante, él se quedó como un vigilante, atento y con
los brazos cruzados.
Muy bien monigote. Ni te acerques.
Gaela caminaba cabizbaja, solo alzó su
cabeza unos segundos y no fue para mirarme a mí. Sus ojos se dirigieron a su
derecha. Detuvo su paso y frunció el ceño. Dirigí mi vista en esa misma
dirección. Nada extraño pero sí peculiar.
Un Audi
cuatro por cuatro, con los cristales tintados estaba estacionado solo, al
otro lado del enorme jardín que rodeaba ese cementerio. Titubeé durante unos
instantes, fijando mi vista en ese vehículo, fruncí el ceño extrañado de
encontrar algo tan extraño, pero inmediatamente el coche arrancó y se fue.
Volví mi vista hacia delante con una
sensación peligro en el cuerpo y me topé con que Gaela ya se encontraba cerca
de mí. Me centré en ella y olvidé todo lo sucedido.
Ambos nos detuvimos a un metro de distancia.
De cerca Gaela se la veía mucho peor. Su rostro estaba triste y apagado bajo la
luz radiante del sol. Tomó aire y yo entrecerré los ojos. Se le escapó un breve
sonido de derrota.
–Lo siento –dije.
–Lo sé –dijo con brevedad–. Gracias por venir.
El sonido de su voz me estremeció.
–Necesitaba saber de ti. Aunque odio verte
así.
–Me siento culpable –mencionó con tensión en
su voz
–No lo eres.
Gaela bajó la vista. Controlé el impulso de
levantar su cara y mantenerla fija mirándome solo e únicamente a mí sin que
nadie nos molestara.
–Dicen que lo primero que olvidas de una persona
es el sonido de su voz, sin embargo, tengo grabado su última petición en mi
cabeza.
–No te atormentes, Gaela.
–De hecho, ese dolor me mantiene viva.
–Y tú me mantienes a mí.
Gaela levantó su rostro y me miró. Leí
mucho en esos ojos negros, dos pozos que me hicieron sentir muchas cosas. Podía
sentir como mi cuerpo estaba frío y caliente al mismo tiempo.
–No te aproveches –rogó.
Su estado era vulnerable, lo sabía y no
pretendía aprovecharme de esa emoción.
–Y no lo voy hacer. Es más, te dejaré un
tiempo en paz para que pases el duelo. No voy agobiarte, ni sabrás nada de mí,
pero después volveré y pondré todo mi empeño en recuperarte y que vuelvas
conmigo.
–Una lucha tonta –dijo en voz muy baja.
–No para mí.
– ¡Gaela!
Me tensé tras escuchar la voz de Ivan.
Gaela se volvió e hizo un gesto con la mano, vi como Ivan apretaba los puños y
su cuerpo se tensaba de forma radical. Se encontraba lejos de nosotros pero
podía reconocer todas reacciones en ese hombre, reacciones que no me gustaron.
–Me voy a casar con Ivan.
Eso me gustó mucho menos.
–El futuro nos ha llevado a creer cosas que
no han pasado. Nos basamos en una idea, en lo que vemos, pero nuestros destinos
están escritos y hay cosas que por mucho que uno quiera no se pueden cambiar.
– ¡Gaela! –gritó de nuevo Ivan.
La rabia empezó a dominarme y el control me
sobrepasó, por suerte, Gaela esta vez no hizo ni caso, ni siquiera se inmutó
tras escuchar su nombre de forma exasperada, y eso me relajó.
–Te equivocas –continuó–. Todos podemos
cambiar la dirección de nuestro futuro si no nos gusta.
–Tú lo has dicho. Lo podemos cambiar.
Hubo un silencio entre los dos, más de su
parte que la mía, yo me mantuve callado a la espera de su contestación, algo
que no sucedió.
–Adiós…Marlowe.
–Todavía soy Liam –repuse.
Por algún motivo que no llegué a comprender
le di ese nombre nuestra primera cita, ahora comprendía el por qué. Adoraba que
Gaela me llamara por una parte de mi nombre real, la excepción que le pedí el
día que nos adoptaron, por eso odiaba que me llamara Marlowe, un nombre falso,
inventado para encubrirnos de nuestro pasado.
–Adiós, Liam.
Así mejor.
–Hasta muy pronto, dulcemeum.
Ella se tensó y su respiración se aceleró.
–Yo ya no soy dulcemeum, soy Gaela.
Sonreí.
–Adiós, señorita Lee.
Y se fue.
********************
Tengo
todo lo que quiero, a la hora que quiera y el día que me dé la gana. Y cuando
digo todo, me refiero a todo; dinero, buenos coches, muy buenas inversiones,
una buena familia de buen nombre y preciosas mujeres que me esperan aun sin ser
invitado.
No soy un hombre de palabras, soy más de
acción, lo que veo que me gusta lo quiero y nunca acepto un no como respuesta,
y por suerte, nunca obtengo un no como respuesta.
Mi vida se rige con una seguida de control
absoluto.
Trabajo, sexo, descanso, sexo, diversión,
sexo y vuelta a empezar.
Tengo mis propias normas y respeto lo que
me rodea siempre y cuando, a mí también se me respete. Mis obligaciones son
sumamente oficiales, nunca sentimentales y jamás lo serán.
Sé que no soy un buen hombre, y que mucha
gente piensa que soy un cabrón sin corazón, que por mis venas no corre sangre,
y que mi alma se la vendí al demonio hace muchos años. Tal vez tengan razón, mi pasado es un recuerdo que he tratado de
reprimir toda mi vida y lo he conseguido, a base de seguir mis propias leyes y
jamás entablando un lazo que no fuera meramente profesional.
Pero entonces, mi preciosa fantasía de ojos
negros, lo complicó todo.
Ella era mi juguete, parte de mi
responsabilidad y una mujer que me estaba volviendo loco, y con la que nunca
podía tener algo más estrecho que la simple relación que le podía ofrecer.
Ella, por supuesto, intentó tener algo más
y me lo dio todo sin reparos, y yo, como un integro idiota siempre me retrocedí
haciéndola callar a mi manera, contraatacando con mi cuerpo contra el suyo, una
y otra vez. La misma táctica que sabía que funcionaría, y la misma técnica que
usaba con todas las mujeres, ya que, en un principio, ella sólo era una mujer,
un poco más especial, pero una simple mujer insignificante.
Insignificante para mí… tenía su gracia.
Nunca le había dado mucha credibilidad a
eso de que:
<< Nunca te das cuenta de lo que
tienes hasta que lo pierdes. >>
Increíble, ahora sí que me lo creía. Perdía a Gaela.
Mi fantasía de ojos negros, la mujer que
amaba, me abandonaba…
Pero no estaba dispuesto a renunciar a
ella, no estaba dispuesto a perderla, no estaba dispuesto a dejar de luchar.
Ivan no se la merecía, yo tampoco, pero mi corazón se había empeñado en amarla
y yo…
La quería a mi lado costara lo que me
costara. Y estaba dispuesto hacer cualquier cosa, e incluso, a convertirme en
un demonio por recuperarla.
Iba a volver a por ella.
Yo
soy tu final, Gaela. Y volverás a mí.
Próximamente: UN DEMONIO DE OJOS AZULES