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Encadenados
SINOPSIS
La vida es así.
Dana jugó con el fuego
demasiado tiempo, ahora su padre, tras un ultimátum, la obliga a casarse con un
hombre que no conoce durante dos años. Ella cree que será algo fácil, ya que él
parece tan poco interesado en ella como ella en él. El problema es que aparece
un tercer hombre que parece interesado en Dana y esa intromisión hará que su
flamante marido comience a interesarse en el bulto que le han adjudicado por
culpa de deberle un favor al padre de dicha molestia.
Ella pondrá sus vidas
patas arriba, mientras que…
El derecho por ella
crecerá, el amor por ellos aumentara, el odio alimentara sus corazones y el triángulo
se convertirá en una red de extraños sucesos que desencadenará la historia de
amor jamás contada.
EL DESENCADENANTE
Sentada en el porche de mi antigua casa
(Porque así seria a partir de hoy) pensaba en todo. Todo lo que había hecho
para merecer el maldito castigo que mi padre me había infringido hace ya dos
semanas.
Estaba realmente jodida.
Apagué el cigarrillo con la suela de mi
zapato de mil doscientos dólares (regalo de papi) y me enchufé otro. Había
deseado haber cogido la botella de tequila y amorrarme un rato a ella hasta
perder el conocimiento, solo el mínimo para no recordar esta mierda de día, el
día de mi despedida de la soltería, de mi nueva vida…¿? MMMM…En este caso
debería pronunciarlo como mi nueva entrada a una cárcel de máxima seguridad.
Sacudí la cabeza y solté una larga retaría
de tacos que me salió directamente del corazón. No sabía en qué punto había
comenzado a alejarme del camino correcto, jamás lo sabes, pero si mi padre me
había dado este ultimátum, es que la cosa se había desmadrado de una manera
catastrófica, y en verdad, lo peor de todo es que el viejo tenía razón.
Había nacido en una familia muy acomodada,
no nos faltaba de nada, ni a mí, ni a mis padres ni a mis dos hermanos mayores,
pero por lo visto, no era suficiente para mí. Mi madre murió cuando yo tenía
diez años, me dolió en el alma perderla, toda la familia superó el dolor a su
manera, pero eso no fue el interruptor que me hizo cambiar a mí, continué con
mi vida, asistiendo a los mejores colegios, las mejores escuelas de baile, de
natación, de violín y mierda de esa de los pijos… el tiempo pasó, lento y
aburrido, todos días la misma mierda, no encontraba nada que me llenara, todo me
aburría tanto que comencé a faltar a esas putas clases que le habían costado un
riñón a mi padre.
Y como no. Mis ausencias injustificadas
fueron a parar a sus oídos y la situación fue de mal en peor para mí.
Los castigos se iban profundizando y, aunque al
principio me amargaban y deseaba matarlos a todos, descubrí que… era fácil escaparse
de casa en cualquier momento. Mi padre trabajaba demasiado y casi no se
percataba de mi estancia en casa y mis hermanos…, bueno, para esos lameculos yo
prácticamente era el órgano mal trasplantado de la familia, así que, me
olvidaban completamente.
Una noche, en una de mis millones escapadas
conocí a una pareja, una pareja poco común que vivían al día como podían con
poca pasta y disfrutaban de cada momento. Salí con ellos esa misma noche y me
llevaron a un antro bajo las calles de Manhattan, donde había peleas de todas
las clases; desde animales, hasta lucha libre y bailes. Ese detalle me enamoró
al instante y decidí, meterme dentro de ese mundo. Conocí a más gente de toda
clase, mala para mí, perjudicial para mí y problemática que te cagas para mí,
pero todo era diferente, emocionante y por primera vez sentí una intensa
adrenalina por el cuerpo que me movía a vivir a tope cada día. Entre toda la
nueva revolución de mi nuevo mundo conocí a un chico, un chico malo, cabrón y
realmente sexy en todos los aspectos, él también me enamoró al instante y por
suerte o desgracia… nuestros caminos se cruzaron y ahí comenzó mi carril a desviarse.
Me metí de todo y bebí hasta no saber en qué
día estábamos, me largaba del país a conocer otros mundos o directamente desaparecía
del mundo sin dejar ninguna nota a mi padre. Más de una vez la pasma me había
buscado por denuncias que mi padre había interpuesto por desaparecida. Los
esquivaba y la lucha era insistente, hasta que me aburría y decidía caerme por
casa, pero cuando llegaba a casa mi padre me echaba el maldito sermón de
siempre, una misa que me entraba por una oreja y me salía por la otra.
Vivir la vida, no quedarse en el mismo
lugar… El movimiento es vida.
Ese era mi lema, no hacía
daño a nadie, prácticamente me lo hacía a mí misma.
Hasta que un día mi chico se enrolló con
otra tía delante de mis morros.
Esa noche llovía, todavía lo recuerdo,
caminé durante horas hasta que los rayos del sol iluminaron el cielo, hasta que
ya no me quedaron lágrimas en los ojos, hasta que se me fueron las ganas de
vivir, eso era el amor, el primer amor nunca se olvida y es el más dañino y
aunque creas que no puedes más entonces aparece algo que lo cambia todo. Para mí
fue un ángel vestido con mallas. Ese día o noche, a ese punto ya no lo
recordaba todo muy bien, solo los cuernos que llevaba puestos y que estaba en
toda mi cima de colocación… me desperté en otra casa siendo cuidada por una chica
menuda con un cabello rojo como la sangre. Amapola, así se llama mi mejor amiga
ahora mismo. Nos hicimos inseparables, le presenté a toda mi gente y ella me
presentó a la suya, continué conservando mis peligrosas amistades pero comencé
a pensar antes de actuar. Amapola era mi controladora, pero, por una aspirina
que fuera abecés deben dejarte unos días y, es ahí donde apareció mi sentencia,
la culpa de la mierda de donde estaba metida ahora.
Amapola se fue fuera a ver a su familia
unos días y yo la cagué al máximo.
Apareció él, el cabrón, y como siempre caí
en su red, la jodí hasta tal punto que terminé en urgencias con un maldito
gotero en el brazo. Cuando desperté las únicas personas que había a mi lado era
mi padre y dos policías.
No recordaba nada de nada. Por lo visto, lo
que había podido escuchar a los agentes en una conversación que habían
mantenido con mi padre, era que me habían pillado hasta arriba de todo tratando
de robar un coche, me habían tratado de detener pero había huido y después de
unas horas me habían encontrado tirada en un puto parque.
Ni idea, esto no era nuevo para mí, pero si
una auténtica pesadilla.
A partir de ahí todo comenzó a cambiar y,
ahora aunque habían pasado dos semanas, la maldita ansiedad no se me había
pasado nada de nada. Cuando conseguí recuperarme no fui a mi casa a descansar,
por lo visto mi padre había vendido mi piso (Herencia de mamá) Y había trasladado
todas mis cosas a una guardilla de mierda justo encima del súper-pisazo donde
vivía uno de mis hermanos. Me lo había quitado todo, dinero, coche, casa y
libertad.
Libertad sí. Eso principalmente.
Había tenido que hacer un trato con él o se
desentendía de mí, me denegaba como hija, me dejaba sin herencia y muerta del
asco en la puta calle. Olvidada por todos.
El contrato que había firmado una semana
antes tenía siete cláusulas y una, la primera de todas esas estúpidas normas
legales, la tenía que cumplir hoy.
Casarme con un millonario viejo verde y
limpiar el nombre de la familia que gracias
a mí estaba por los suelos y más abajo.
Increíble ¿Verdad?
DANA
-Venga… Loca ¡Que te esperan para la gran
boda! – Puta Amapola. Su grito no solo me había sobresaltado, sino que encima
me había proporcionado un espeluznante cosquilleo helado por toda la espina
dorsal.
-Ya voy coño.
Tiré el cigarro al suelo, lo aplasté, me
levanté y me arreglé el carísimo vestido, modosito, blanco nuclear ceñido al
cuerpo y por la rodilla que papi me había regalado (Y que por primera vez me
había hecho llorar al ver la caja con un lazo rojo, pero no de alegría, eso era
la prueba irrefutable de la maldita vida que me esperaba) miré por última vez
el que había sido mi hogar durante cinco años y caminé hacia el coche de mi
amiga.
-Estas que te cagas de sexy. –Le dediqué una
mirada fulminante y me mordí los labios por no enviarla a la mierda. –En serio,
tu novio va a desear que comience la noche de bodas.
-Que te jodan. –Miré hacia delante y me crucé
de brazos. –El contrato no estipula que me tenga que montar encima de un viejo
para hacérselo pasar bien.
-No puedes estar hablando en serio… -Amapola
soltó una carcajada y luego me miró. –No te adelanto nada, deseo que te lleves tú
la sorpresa pero… -Se cayó. –El viejo te va a dar una buena sorpresa.
-¿Esto te divierte? –Le pregunté seriamente,
ella solo me sonrió. – Estoy segura que te has confabulado con mi padre en
arreglar esta boda.
-Que no te siente mal, pero estoy de acuerdo
con él en esto. Sinceramente, creo que es lo mejor que te podía haber pasado.
-Sabes que te digo. –Le dije con una mirada
de lo más amenazadora. –Vete a la mierda.
Amapola arrancó y salimos disparadas. Mi
amiga era un trocito de nube caído del cielo, tenía sus defectos como todos, pero
era, dentro de todo lo malo de mi vida, lo más sano y en su sano juicio que
había conocido. Pero desde que se había enterado de que me iba a casar se había
convertido en un maldito incordio, abecés pensaba que mi padre la deseaba a
ella más como a su propia hija que a mí, si es que aún me quería.
Llegamos al lugar, una capilla civil dentro
de un ayuntamiento. El lugar estaba despejado, varios coches, supongo que los
de mi familia política y los de mi futura familia, ya que aparcamos en una zona
reservada. Amapola salió del coche y por un momento, viendo ese gran y elegante
edificio me quedé de piedra. No por su exuberante estilo barroco, sino por el
estado de putos nervios que llevaba encima.
-Danatella. Sal del coche. –La voz autoritaria
de mi padre, inconfundible. Era la única persona en este mundo que me llamaba
así y la única también que podía hacer que mi nombre sonara tan violento. Pero
ni eso me infundió el ánimo que necesitaba, realmente lo único que provocó es
que deseara salir disparada de ese lugar, fugarme y esconderme a conciencia
profundamente bajo un montón de arena del desierto. –Danatella…
-Señor Divoua, -La voz de mi amiga
tranquilizó a mi padre, que le dedicó una tierna sonrisa. Esto era el colmo. -déjeme a mí por favor. – Amapola volvió a
meterse dentro del coche y mi padre, junto con mis hermanos que esperaban atrás,
se dieron la vuelta y se dirigieron hacia la puerta del ayuntamiento. –Oye Dana,
tienes que… -Se calló ya que algo en mi rostro tubo que silenciarla, me tomó de
la mano y comenzó acariciarla. –Solo será unos segundos, después volverás a
casa y te comportarás para que tu padre no vuelva a joderte de nuevo, será
fácil, más que fácil.
-Son dos años casada con un hombre que ni
conozco.
-Sí, y que verás ahora y no volverás a ver
hasta que tengas que presentarte en uno de tantos actos sociales que él este invitado,
nada más Dana. –Le dio una palmadita a mi mano cariñosamente. –Tú puedes
hacerlo, eres muy fuerte, no me defraudes amiga. –La miré y la sinceridad que
había en su mirada me animó, solo un poco. –Sabes, lo guardaba para después
pero… -Me soltó y se asomó a los asientos de atrás, después sacó una caja de
regalo y me la mostró. –Creo que ahora te vendrá de lujo.
-¿Qué es? –Pregunté con la caja en la mano.
-Ábrela. -Me animó Ama mientras comenzaba a
rebuscar por los sillones traseros de nuevo.
Deslicé mis dedos por la suavidad del lazo
hasta la punta, después tiré deshaciéndolo y finalmente rompí el papel. Una
caja transparente me presentaba la etiqueta amarilla sobre un vidrio de forma
rectangular de una de las mejores botellas de tequila que había visto en mi
vida. Miré a mi amiga con las cejas alzadas. Otra de las normas que mi padre me
había interpuesto era cortar por lo sano con todos mis asquerosos vicios, por
eso había comenzado a fumar, ese vicio era nuevo. Amapola me sonrió y con dos
vasos pequeños tipo chupitos meneó los hombros como bailando cutremente.
-¿Un chupito? –Canturreó.
Le sonreí y luego miré la botella.
-Prefiero la botella…
-Ni en broma. –Amapola había aparcado las
risas y me miraba como una madre mira a su hija después de decir algo malo.
–Uno solo…
-Dos. –Le supliqué poniéndole pucheros.
-¿Recuerdas? –Imité el bailecillo tonto que había utilizado ella antes para
mostrarme los vasos. –Hoy es mi súper día. –Terminé la frase con un UUAAUU, muy irónico.
-Está bien.
Me ofreció el vaso, tomó la botella de
tequila antes de que yo la abriera y sirvió dos copazos bien cargados, después
alzó el vaso y yo la imité.
-Por tu nuevo matrimonio y tú esplendido
marido.
Puse los ojos es blanco.
-¿En serio? –Ella solo me guiñó un ojo.
Sacudí los hombros restándole importancia y
me bebí esa bomba de un trago, el siguiente entró de maravilla y el tercero
tras una súplica entró mucho mejor que nunca. Amapola guardó los vasos y
salimos del coche. Avanzamos hasta el edificio y entramos, una mujer con unos
tacones de miedo nos condujo al salón donde se iba a celebrar las nupcias
legales. Antes de entrar un tremendo cosquilleó me recorrió el cuerpo entero…
¿Estaba nerviosa?
Amapola entró y por un momento me quedé en
la entrada paralizada, tastando los estragos de esa extraña sensación, las
manos comenzaron a temblarme y las apreté convirtiéndolas en dos puños
apretados, tanto que me clavé las uñas.
-Ni se te ocurra.
Mi padre, tal vez al darse cuenta de mi
estado y por miedo a que saliera corriendo me tomó del brazo y me metió a la
fuerza, tirando de mí con estilo, dentro de lo que se puede decir un estilo
autoritario de un padre arrastrando a la fuerza a su niña de diez años inmadura
y llorica…
Admito mis defectos.
Escuché murmullos, voces, varias masculinas
que no reconocía y otras que me eran familiares como Amapola animándome a que
avanzará, pero, no levanté la cara de mi pecho. Mi vista principal era el
adoquinado suelo marrón. Frenamos frente a una tarima, mi padre me dio un
empujón y subí ese escalón que se convirtió en el pico más alto de todo el
mundo.
-Puede comenzar. –Ordenó el viejo gruñón que
tenía pegado a mi espalda.
Las voces de fondo se silenciaron
automáticamente como si el profesor acabara de entrar en el aula. Alcé la vista
lentamente y el hombre que estaba al otro lado de la mesa, pulcramente vestido
con un traje, demasiado mustio que le quedaba del culo comenzó hablar. Miré por
el rabillo del ojo al hombre que había a mi lado, recto, con los brazos en la
espalda y la vista clavada en la imitación a sacerdote que teníamos delante.
Era un hombre alto y muy bien formado, es decir, buen cuerpo, musculado pero
delgado, olía de maravilla, tal vez un perfume caro y su pose era totalmente
segura, no estaba nervioso, pero si un poco tenso, tal vez por la situación.
Giré mi rostro para observarlo mejor, no entendía por qué pero, había llamado
mi atención. No era un viejo, ni era un apelmazado, estirado hombre de
negocios, era totalmente un hombre atractivo, de piel morena, cabello corto
negro carbón, rasgos duros pero a la vez tiernos que te inspiraba serenidad y
con un perfil definitivamente sexy. Tenía que reconocerlo era muy guapo. Me
quedé tan embobada mirándolo que tuvo que notarlo, porque inmediatamente se
giró y me miró. Me quedé pasmada, unos ojos verdes se clavaron en los míos, su
pupila se dilató y ese hecho se prolongó aumentado, como un reflejo que mi
vista quisiera que viera con plena atención. Se dibujó en esos labios una
preciosa y perfecta sonrisa, tal era mi estado de shock, que mi vergüenza
consiguió ayudarme a retirarle la mirada y clavarla en el suplente a sacerdote
que habían elegido para casarnos. Quien a ese punto ya había llegado a los
votos.
-Danatella Divoua, ¿aceptas a Dante Le-Blanc
como esposo?
-Si… -Mi palabra había sonado como un
carraspeo, como una tos cortada, como un chillido ahogado, era extraño, pero
estaba más nerviosa que antes. El hombre sonrió y luego se giró hacia la
dirección de mi acompañante.
-Dalif, como hermano de Dante y su testigo
personal a sus ordenanzas ¿Tendrás que contestar a esta pregunta tú?
¿Cómo? ¿Este tipejo no era el tal Dante?
Estaba alucinando. Si el hombre que tenía
al lado no era mi futuro marido, si no su hermano… ¿Con quién coño me estaba
casando?
Los nervios se convirtieron en rabia, algo
dentro de mí se removió con violencia, me giré y miré a mi padre lanzándole una
apuñalada con los ojos.
-No hay problema señor Torne. –Joder, menuda
voz, ese sonido me devolvió la vista a mi acompañante. -Mi hermano acepta los
términos de este matrimonio y como tal, aceptará a Danatella como esposa.
–Terminó la frase mirándome y aunque me hubiera derretido en ese intenso verde,
la rabia estaba presente (solo un poco, porque el tío este estaba buenísimo).
-Bien, -Continuó el medio sacerdote. -si los
presentes están de acuerdo, yo hoy, declaro que Dante Le-Blanc y Danatella
Divoua son legalmente marido y mujer.
Si no hubiera dicho la frase tan de
carrerilla tal vez yo lo hubiera interrumpido, me hubiera girado cara Dalif con
una sonrisa y le hubiera pedido perdón por rechazar al miedica de su hermano
por no presentarse en su boda y luego me hubiera girado y hubiera enviado a la
mierda a mi padre diciéndole que se metiera por el culo toda su fortuna. Tras
mi espectáculo, tan merecido, habría alzado la mano con el dedo corazón en todo
lo alto para que todos los presentes lo contemplaran y me hubiera largado de
allí, pero como el mierdecilla del sacerdote se había metido caña al hablar,
cuando pude recapacitarlo todo y terminar de verlo en mi mente ya estaba casada
y este, a su vez, había salido perdiendo el culo de la sala.
Bufé exasperada.
-Bienvenida a la familia Danatella. –Me giré
para ver a Dalif sonriéndome y con la mano alzada esperando a que se la
estrujara… lo que realmente me apetecía era estrujar el cuello de alguien y el
suyo estaba tan cerca… Tragué aire y me mordí la lengua. Dalif esperó
pacientemente a que yo le agradeciera el gesto, pero, no me dio la gana.
-Así que, tu hermano estaba muy ocupado para
presentarse aquí y firmar ese puto papel.
Mi
nuevo cuñado abrió los ojos sorprendido y bajó esa mano. Su expresión era la
misma o similar a la que expresas después de que alguien te arroje un vaso de
agua fría en toda la cara.
-No, no…
-No, no, no. –Repetí con sorna y me acerqué
un poco a él. –Sé que solo es un acuerdo y a mí me hace tan poca gracia como a
él, pero yo doy la cara y sin embargo… con toda la mierda de respeto que se
merece, dile de mi parte que es un cobarde que ni siquiera da la cara. -Hablaba
atropelladamente y sin parar. El tequila me hacía efecto. -Y se dice de él que
es un hombre de negocios… pues menudos negocios hace que ni siquiera se
presente el día que se casa y manda al guaperas de su hermano a que le cubra el
marrón y…
-¡Danatella! –Mi padre con un grito de
exasperación me cortó separándome de Dalif y se interpuso entre los dos. –Señor
Le-Blanc, perdone a mi hija, tiene un temperamento…Es un poco difícil, pero le
prometo que no ejecutará estos espectáculos en público. –Mi padre me miró, con
la vista cansada pero el semblante sombrío. –Le aseguro que mi hija actuará
adecuadamente a partir de ahora.
Si,
una vez os pierda a todos de vista cerdos insensibles.
-Señor Divoua, no se preocupe. –Dalif le
sonrió a mi padre y luego me miró a mí, clavando esos ojos verdes con
intensidad. –Danatella tiene razón, y creo que debo disculparme por mi hermano
con ella. –Hizo un gesto de cabeza para que mi padre se retirara y luego, tras echarse
a un lado mi padre, Dalif se me acercó con suma elegancia. –Danatella…
-Dana. –Lo corté bruscamente, él simplemente
sonrió más ampliamente.
-Dana. –Repitió con acentuada forma y
prosiguió: -Mi hermano se encuentra de viaje de negocios. Es el dueño de la
empresa, tiene muchos compromisos a los cuales no puede faltar, su trabajo lo
absorbe y este, especialmente que lo ha interrumpido de improvisto era uno de
los más importantes. Le trasmito una disculpa de parte de él, pero,
verdaderamente no ha podido asistir, aunque, estoy seguro que querrá conocerla
para disculparse personalmente. –Su última frase fue hecha de una forma jocosa
que no me gustó nada de nada.
-No me jodas. –Se escuchó un rumor de risas a
nuestra espalda y todas venían de los dos acompañantes de Dalif. –En serio,
después de esto te crees que yo tengo ganas de conocer a ese…
-Danatella…
-Hombre. –Mi padre me había interrumpido, iba
a soltar uno de mis tacos ofensivos, pero en cierto modo estaba dando todo un
espectáculo gratuito que comenzaba a molestarme.
Odiaba ser el maldito centro de atención.
-Mal empezamos. –Murmuré mientras miraba de
un lado a otro.
-Estoy de acuerdo. –Contribuyó Dalif con una
comprensiva sonrisa, lo miré dudando en confiar en ese gesto o… pegarle una
patada y largarme de allí de una vez. –Me gustaría invitarte a comer Dana y
poder de ese modo… conocernos mejor…
-No. –Sentencié cortándolo. Él se sorprendió.
–Estoy ocupada.
Y lo estaba. Tenía que ponerme manos a la
obra con la lista de reglas que mi padre me había asignado, solo que mi cuñado
parecía no creérselo.
-Es cierto señor Le-Blanc. –Contribuyó mi
padre dándome la razón, gracias a Dios,
mientras yo miraba a mi hermano mayor con una intensa súplica para que me
sacara de ese lugar. –Danatella tiene que organizar su casa nueva…
-Que espero que me de la dirección. –Cortó
Dalif hablándole a mi padre como si fuera su jefe.
-Por supuesto, le daré todas las indicaciones
que quiera. –El viejo parecía estar fuera de su ámbito, e incluso me pareció
verle realmente demasiado educado con este hombre… ¿Es que la familia Le-Blanc
era más importante que la mía en sociedad?
Por
lo visto sí.
-Ahora si me disculpa,
debo arreglar unas cosas con mi hija, después vendré y terminaremos de
conformar esta nueva situación.
-Aquí estaré. –Sentenció Dalif y después me
dirigió una tierna mirada. –Dana, ha sido un placer. Mañana te haré llegar unas
cuantas cosas que necesitaras para que estés en contacto con nosotros. Recuerda
que ahora, aunque sea por dos años, eres una Le-Blanc y tendrás que actuar como
uno de los nuestros.
Lo miré de arriba a abajo, un poco con
chulería y terminé en su mirada. Continuaba con la misma sonrisa en los labios.
Se lo estaba pasando bien. Alcé la barbilla me di la vuelta y salí de ese lugar
con mis hermanos pisándome los talones.
DANTE
Solo hacía tres horas que había llegado.
Estaba demasiado agotado, tanto mental como físicamente y lo que menos me apetecía
ahora era contestar a Cloe. Desde que se había enterado de que me iba a casar
no había parado de llamarme con lamentos histéricos pidiéndome que no me
casara. Me encantaba esa mujer, era una autentica amazonas en la cama, pero
comenzaba a aburrirme. Mi inesperado matrimonio, aunque no era de mi agrado, me
había servido de excusa para dejarla temporalmente. No tenía pensado deshacerme
de todas ellas, pero especialmente que una mujer se enamorara de mi era lo peor
que podía hacer. Me aburría tan pronto de ellas como de un traje cuando lo
repetía varias veces.
Y ninguna seria especial, como mi nueva
mujer.
Mi nuevo matrimonio solo se trataba de un
contrato más, similar al de un teléfono, aunque este, en mi caso no me
beneficiaba en nada.
Le debía un enorme favor a Víctor Divoua y
ahora lo pagaba con creces, pero no tenía pensado tomarme cada letra firmada en
ese contrato seriamente. Es más, tenía calculado y preparado cada paso para
poder evitar a esa niña durante los dos años que nos concernían como marido y
mujer. Y mi primera medida había salido a la perfección.
El teléfono volvió a sonar de nuevo,
exasperado me quité la corbata de un tirón y le quité el sonido.
-¿Cloe? –Alcé la vista y vi a mi hermano
pequeño apoyado en el marco de la puerta, le dediqué una mirada turbada
contestando a su pregunta y después me senté en el sillón que había detrás del
escritorio. -¿Cuándo has vuelto? –Continuaba de pie, con los brazos cruzados y
mirándome atentamente, me pasé las manos por el pelo y reposé mi espalda en el
respaldo.
-Hace un par de horas. –Conteste pesadamente.
-¿Qué tal todo?
-Podrías haber venido y lo sabrías. –Su
contestación me sorprendió.
-¿Eso es sarcasmo hermano? –Lo miré con atención
y sin dejar a un lado mi mal estar.
-Solo digo que, -Se descruzó de brazos y
comenzó a caminar hasta la silla que había delante de mí, después la arrastró y
se sentó en ella. – no te hubiera costado mucho presentarte el día de tu boda…
-Se calló y sonrió. -¿Sabes lo que piensa tu mujer de ti?
Apoyé de nuevo la cabeza en el respaldo y
cerré los ojos.
-Crees que me importa.
-Pues debería, Mac y Sean se han reído a tu
costa durante todo el almuerzo…mmm, la verdad es que, aun sabiendo que sus
insultos no eran para mí, ha sido humillante recibirlos, pero reconozco que me
reído bastante…
-¿Te ha insultado? –Abrí un ojo y lo miré.
-A mí no, a ti.
Ese comentario me hizo abrir los dos ojos y
mirarlo con inquisición.
-¿A si? –Dalif sonrió más ampliamente y me
contestó con tan solo un movimiento de cabeza.
-¿Ahora te interesa?
-No más que ayer, pero… ¿Crees que debería
preocuparme?
-No, bueno… no me mal intérpretes, es una
mujer un poco impulsiva, pero a la vez carismática. –Se golpeó la rodilla para
enfatizar la declaración. -Te aseguro que te dejaría callado a ti también.
Y me lo creía, su hermano Leon ya me había
avisado junto con unas cuantas amenazadas para proteger a su hermana, cuya
simple reflexión podía haberse ahorrado, no obstante, tras mi responsable respuesta
de infundir tranquilidad, volvió a advertirme hasta el aburrimiento.
Sentía un gran respeto por el padre de esta
familia, por desgracia de sus hijos no podía decir lo mismo, había coincidido
con Leon en alguna que otra reunión y casi siempre habíamos terminado
discutiendo, tenía mucho temperamento, supongo que su hermana tenía a quien
parecerse, sin embargo lo evitaba cada vez que me lo cruzaba, como si no
existiera, mientras que con Andreas, bueno, el muy cerdo me había quitado uno
de mis proyectos hacía mucho tiempo, en ese momento no le había dado
importancia, solo esperaba a encontrar mi propia revancha, y la conseguí un par
de años más tarde cuando, su novia se fugó conmigo a una Isla de Tailandia. Había sido divertido, pero
había durado lo mismo que un café caliente sobre la mesa de una terraza. Como
siempre, ninguna mujer había captado ningún interés sobre mí que no fuera el
simple sexo.
Y ahora la última de la rama, Danatella,
otra molestia ininterrumpida con una sorprendente mala educación que se colaba
en mi vida sin remedio.
-Su padre ya me dijo que clase de mujer era,
me avisó que tenía un carácter muy fuerte. –Le dije recordando la conversación
que mantuve con Víctor sobre su hija.
-Y lo tiene. –Dalif no dejaba de sonreír y
ese gesto comenzó a molestarme. –Pero, no te lo esperas. –Se silenció y por un
momento su mirada se perdió. –Cuando entró dentro de la sala, parecía un ángel,
vestida de blanco, una mujer alta, delgada, de piernas largas y estilizadas, un
poco delgada pero excepcional, con el cabello negro, largo y suelto por toda su
espalda, parecía una mujer frágil, iba cabizbaja, nerviosa, por un momento
pensé que el tiempo se detenía y que cada segundo estaba pendiente de toda ella,
pero cuando me miró, con esos ojos grises, grandes… -Dalif me devolvió la vista
de nuevo y pude percibir ese brillo que caracterizaba a mi hermano el haber descubierto
un diamante nuevo. -…Te puedo asegurar que ahí sí que se paró el tiempo
verdaderamente y aunque me dejó cautivado, no puedo negar que cuando nos mostró
su verdadero carácter, coño, me quedé pasmado, no sabía que decir. –Soltó una
carcajada.
-Por lo que oigo, al final te lo pasaste
bien.
-Verdaderamente ¡Sí! No voy a negarlo.
–Continuó sonriendo como un niño pequeño que le acaban de regalar un nuevo
juguete.
Lo único que pude hacer fue enderezarme y
apoyar mis brazos en la mesa de caoba que había delante de mí. Dalif ni si
quiera parecía él, por lo visto la loca esa lo había dejado un poco KO.
-Si llego a saber que tanto te gusta esa
mujer, le hubiera propuesto a Víctor que tú te casaras con ella.
-No, demasiado temperamento para mí, ella es
como una Valquiria descontrolada, sin tope en esa boca y con… Un cuerpo de
infarto. –Soltó otra carcajada. –Deberías conocerla y…
Alcé la mano para acallar su siguiente
comentario. Mi vida estaba perfectamente controlada y me gustaba tal y como
estaba, sin un medio que lo cortara todo, no podía entretenerme con una mujer
que no sabía mantener la cabeza sobre los hombros.
-¿Podrás controlar a la fierecilla? –Le
pregunté. Dalif frunció el ceño.
-¿Qué significa eso?
-Que a partir de ahora tú te encargaras de
ella, ¿Crees que podrás hacerlo?
El rostro de mi hermano pasó de la media
sonrisa a la incredulidad, parecía que le hablara en otro idioma y mi paciencia,
junto con mi pesado cansancio, se estaba agotando.
-¿Me hablas en serio? ¿No vas a intentar
conocerla? –Le dije que no con la cabeza, Dalif pasó de estar incrédulo a estar
perplejo. -¿Por qué?
-Porque no tengo tiempo libre…
-Y las fiestas a las cuales tienes que
presentarte por…
-Iras tú con ella…
-Como que…
-¡Basta Dalif! –Lo corté, comenzaba a
cabrearme y no tenía ganas de discutir con mi hermano por una mujer que ni
conocía, ni se merecía nada de nosotros. –No pienso implicarme en este
matrimonio más de lo que ya lo he hecho, esto para mí no significa nada, solo
una devolución de un favor a un viejo amigo. Fin de la historia. –Lo miré de la
misma forma que miro a uno de mis empleados cuando hacen algo mal, con
intensidad y seriedad, casi tanto como si lo amenazara.
-¿Estás seguro?
-Completamente. –Me parecía ridículo estar
discutiendo sobre esto. Él me conocía, sabía como era y como iba a actuar en
este caso… ¿Es que se pensaba que iba a cambiar por una unión que para nada,
por nada del mundo había deseado?
-Como quieras. –Mi hermano me habló con
rudeza mientras arrastraba la silla para levantarse, después me dio la espalda
para salir del despacho, pero cuando llegó al nivel de la salida se detuvo y
giró su rostro para mirarme por encima del hombro. –Sabes una cosa, es una
lástima que no quieras conocerla, porque sois iguales, ella tampoco quiere
conocerte a ti. –Y se marchó.
Me apoyé de nuevo en el respaldo dejándome
caer con fuerza y me pasé las manos por el pelo mientras cerraba los ojos y soltaba
un largo y profundo suspiro…
Solo llevaba cuatro horas casado con ella,
y ya estaba perjudicándome esta maldita decisión.
Bufé de nuevo y salté
del sillón como un resorte, necesitaba despejarme, después de todo, Cloe no iba
a desaparecer de mi agenda tan pronto. Me duche, me cambié de ropa y cogí uno
de mis deportivos para dirigirme a la casa de una de mis preciosas amantes.
Esto era lo bueno de que nadie me controlara, mi vida siempre funcionaria de
bien.