Capítulo
40
– ¿Qué has dicho? –pregunté con la garganta
estrangulada.
–No creo que tenga que repetírtelo –dijo
Andreas sin disimular su desdén–. He sido lo más claro posible
Un cuchillo en mi pecho. Latiendo junto al
acero más frío que nunca en mi vida había sentido.
–Te equivocas –conseguí decir, si es que
valía de respuesta o de defensa, pero mi voz fue leve.
El dolor era mucho más persistente.
–Te han visto con él en un reservado, solos y
muy dispuestos.
Entonces recordé, como un flash lanzado por mi cabeza en una especie
de bombardeo, las dos personas que interrumpieron a Lloyd y me salvaron la vida
a mí…
– ¿Quiénes?
–Gente en la que confió.
Me tensé. Ese hombre era cruel. Parecía mentira
que momentos antes se quisiera casar conmigo, que me dijera cosas tan bonitas
como que no podía vivir sin mí y de pronto, me odiaba.
–No era lo que parecía. Lo rechacé…
–Y una mierda –escupió con tal voracidad que
temblé.
– ¿Para qué iba a perder el tiempo con ese
gilipollas si me acababa de comprometer con el hombre que…?
–Ni se te ocurra continuar –avisó con tono
helado.
Tragué saliva e intenté controlar mi
respiración. Sollozaba, me atragantaba con el poco aire que entraba en mi boca.
Yo era fuerte, ya me había enfrentado a
varios ataques de celos de Andreas, pero este era diferente. Él no era el mismo
hombre que conocía, y yo tenía los sentimientos a flor de piel por culpa del
embarazo.
–No hice nada malo.
Andreas levantó una ceja.
–Cinco minutos después de decirme a mí que
sí, te encontraron debajo de él gruñendo. Dime donde está lo bueno en todo eso.
Di un respingo por lo agresivo tanto de su
voz como de su aspecto.
–Es cierto, pero yo no lo provoqué. Lo envié
a la mierda y no le gustó, me obligó…
– ¿Qué te obligó? –preguntó perplejo. Asentí,
con lentitud e intenté acercarme a él… – ¡Te basta el olor de una polla para
abrirte de piernas!
¿Eh?
Al escuchar tal acusación sentí náuseas y
un mareo repentino que me dobló en dos. Me quedé mirando fijamente ese suelo
brillante, el espejo con el que choqué cómicamente el primer día que entré en
esa casa.
Andreas no podía ser tan dañino, siempre me
había faltado el respeto, pero de forma sexual, ahora todo cambiaba, todo me
destrozaba. Me llevé la mano al pecho al mismo tiempo que veía caer tres gotas
de mis ojos al suelo.
–Eres un mentiroso. No has cambiado, sigues
acusándome. No confías en mí…
–Y gracias a Dios –espetó. Levanté la cabeza
y lo miré–. Por suerte, antes de cometer la estupidez de unirme a una mujer
como tú, he tenido la suerte de que me hayan abierto los ojos.
–Maldito cerdo sin corazón –murmuré.
–Quien fue hablar, ¡la más zorra de la puta
ciudad!
Me enderecé de golpe y apreté ese puño, con
más fuerza contra mi pecho, como si necesitara un pequeño abrigo en mi corazón.
– ¡No hice nada!
– ¿Y porque debería de creerte?
Las lágrimas fueron incontrolables. Algo se
partía en mi interior, me destrozaba poco a poco.
–Porque te quiero.
Sonrió de forma amarga y se encogió de
hombros en un gesto tan despreocupado como hiriente.
–Quieres mi dinero, te pensabas que podrías
obtener lo que desearas con un niño rico mimado que se había enamorado de ti.
El horror se dibujó en mi rostro al
comprender lo que decía. Yo lo amaba, se lo había demostrado cada día, se lo
había dicho con toda la pasión de mi voz, ¿cómo era capaz de pensar tal cosa?
–Andreas, me da igual tu dinero, aunque
fueras un pobretón te amaría igual. Jamás me iría con otro hombre. He tenido
oportunidades y nunca…
–Te das cuenta. Hasta tu asimilas lo muy
ramera que eres.
Pálida y con el corazón retumbando dentro
de mi pecho, tuve que hacer un gran esfuerzo para tragar saliva, pero algo
estalló en mi interior y todo explotó con mi voz.
–No voy a permitir que me insultes cuando
eres tan crédulo, un hombre de talla pequeña al creer tal idiotez.
– ¿Idiotez? –escupió.
–Me acusas de algo que no he hecho…
–Te acusó porque tengo razones, no solo me lo
ha dicho una persona, sino que una segunda me lo ha confirmado. ¡Joder, Estela!
Deja de tomarme por tonto y acepta que te has burlado de mí desde el día que te
conocí, acepta que te has tirado a tu ex
y encima lo has pasado bien…
– ¡Basta! Eres un ignorante que te has dejado
llevar por una mentira, deberías preguntarme que sucedió en vedad antes de
sacar conclusiones de un rumor.
–No necesito saber tu versión. Te conozco
–mencionó con frialdad.
Un gemido doloroso salió de mis labios al
darme cuenta de que Andreas, ese hombre que me quitaba el sueño, no sabía quién
era yo.
–No me conoces nada –anuncié con la voz
ardiendo–. La vedad es que jamás te has dignado en conocerme bien, porque si lo
hubieras hecho, ahora mismo no estaríamos teniendo esta conversación…
–Pensaba que eras otra clase de mujer, una
mujer a la que amar.
–Y lo soy. Soy besa mujer –insistí, tratando
de buscar la forma de convencerlo.
–Falso todo. ¡Dios! Te di mi confianza, te di
mi casa, te di mi corazón, ¡te lo he dado todo!
Su cuerpo ardía, se encontraba tenso y con
cada músculo del cuerpo lleno de venas hinchadas.
– ¡Y yo! –grité, con la voz ardiendo.
–Tú me has dado un sexo genial, eso sí que
debo agradecerlo…
Mal nacido.
Ardía como él, pero el dolor me ablandaba,
me debilitaba y la necesidad de no perderlo era mucho más grande.
Me rebajé, no me respeté, únicamente me
preocupé por ese corazón que latía dentro de mi cuerpo y no por mí misma.
–Te he dado más, mucho más...
Mis palabras murieron con mi voz.
–No. Realmente nunca me has dado nada. Pero
lo acepto, es lo que hay, no se puede pedir nada más de un mediocre rollo.
– ¿Mediocre? ¿Eso es lo que soy para ti?
Ya estaba claro, no me respetaba, jamás lo
había hecho. Yo era un juego peligroso al cual le había gustado jugar, difícil,
peleona y una conquista fácil ya que, Andreas Divoua tenía todo lo que deseaba.
Un hombre rico y poderoso.
¿Yo que era?
Nada. Y ese nada le había resultado
atractivo por toda la aventura que le había proporcionado, ahora, una vez
enamorada, me echaba ese sentimiento a la cara como si no valiese nada.
Confiaba antes en un amigo que en mí.
–Ahora sí. Eres una mentirosa. Me has
traicionado.
–Nunca te he mentido…
– ¡Me escondes de tu hermano! –gritó,
irritado, marcado, dolido.
Andreas… por Dios.
–Sabes el motivo. Siempre he sido trasparente.
Lo que hay en mí, es lo que ves.
–Lo sé. Ahora lo veo.
Ahogué un sollozo y aguanté la respiración.
– ¿Qué ves?
–El pasado repetido en ti pero aun peor. Veo
a la mujer que ha provocado que vuelva a amar y vuelva a desconfiar. –El dolor
de sus palabras me rompió el alma–. No te puedes hacer una ligera idea del daño
que me has causado…
–Andreas, de verdad, no hice nada.
–Déjalo, Estela… no te humilles más.
Me daba igual. Lo quería, no podía
permitirme perderlo, no por una mentira.
– Te quiero de verdad. Siempre te he querido
a ti.
–Muchas mujeres me han dicho que me querían
–anunció con desprecio–. Pero lo único que quieren es todo lo que yo les puedo
dar. Y tú no eres diferente.
Su babilla se alzó y el tono que adquirió
su voz me anticipó que la cosa llegaba a su fin.
El pánico me invadió como la corriente de
aire en un día helado de invierno.
–Yo no soy como esa mujer que te abandonó.
Se tesó de forma radical y su barbilla
tembló.
–Lo nuestro se ha terminado. – ¿Qué? NO–. Quiero que recojas tus
cosas y te largues de mi casa.
Todo lo que latía dentro de mí, mi corazón,
ese órgano fuerte y controlador de mi vida se rompió, lo escuché en mi
interior, partirse en añicos, en miles de trozos.
–Una vez dijiste que tú no rompías una relación…
–Esta vez es diferente. Esta vez sí que me
has engañado.
Sereno, frío y terriblemente tranquilo, así
habló y así se movió al darse la vuelta y caminar hacia el ascensor.
Se iba… ¡No!
Corrí y me interpuse en su camino.
–Espera –le rogué.
–Retírate de mi camino, Estela.
–No pienso dejar que te vayas así…
–Las cosas no van a cambiar. Esta relación,
si es que se le podía llamar así a; pasarnos el día follando como conejos
–añadió con tono sarcástico–, se ha terminado, roto completamente sin opción a solución.
– ¿Y ya está?
–Sí.
Déjalo ir. Que se vaya a la mierda.
La razón y la lógica, una lucha constante
peleándose contra mi amor, mi dolor y mi vida eterna.
No había nada que hacer.
Me retiré a un lado, no valía la pena
humillarse más por un hombre que hoy me había juzgado, destrozado, insultado y
tachado de zorra.
Se
terminó.
–Hoy recogeré mis cosas –dije mirándolo
directamente a los ojos.
Andreas asintió y sus labios se presionaron
con fuerza, convirtiéndose en una línea recta.
–Por cierto, el lunes ni se te ocurra
aparecer por la empresa. Estás despedida. Te ingresaran en tu cuenta la
indemnización. No quiero volver a verte la cara.
Se dio la vuelta, presionó el botón y…Abrí
la boca, una vez más y como siempre dejando mi última palabra.
–Andreas –Se giró y me miró antes de entrar
al ascensor–. Te arrepentirás, cuando sepas la verdad, te arrepentirás.
–Me arrepiento ahora mismo de todo.
Infinito. Dolor infinito.
–Adiós –murmuré a una
espalda mientras las puertas del ascensor se cerraban.
Se terminó…Y mi vida, mi desastrosa vida
volvía a la vida.
Dolor.
No te he echado de menos pero pareces ser el único que no me quiere dejar.
Más dolor.
Y así durante la primera semana. Sienna se
encargó, gracias a su nuevo amigo Sonrisas
(Joe), en recoger mis cosas. Por suerte Andreas había decidido salir de viaje y
ninguno de los dos se cruzó con él.
Ya no supe nada más de ese hombre.
No insistí, no luché por esta elación pero
terminé destrozada, hundida y más muerta que viva. Pasaba de la bañera a la
cama, de la cama al sofá y desde hacía días solo llevaba un danone de fresa en
el estómago.
No sabía cuánto tiempo había pasado, no
sabía si era de día o de noche, la hora o si mi teléfono sonaba. El mundo había
dejado de existir para mí y la gente y mi vida.
La
ruptura de Lloyd me había roto el corazón, pero mi vida continuó e incluso
conseguí reír dos días después, pero Andreas…
Lo echaba mucho de menos. Añoraba su voz,
su tacto, su mirada, e incluso su aroma, un olor que aun con los ojos cerrados
me hacía feliz.
Pero ya no estaba, únicamente olía a mí y
me odiaba.
Quería morirme, desaparecer y puede que lo
consiguiera ya que no tenía fuerzas ni para hablar cuando Sienna apareció por
casa.
–Ela, por favor, levántate de la cama,
vámonos a dar una vuelta.
No contesté. No me moví de la cama y ni
siquiera me digné en abrir los ojos para mirarla.
–Cielo, no puedes continuar con ese ritmo de
vida, caerás enferma.
Pensé en encogerme de hombros, no obstante
fue mental. No tenía fuerzas. Me daba igual todo, ¿es que no se daba cuenta?
Quería, muy a pesar que se largara y me
dejara en paz.
–Tu hermano me ha llamado, está preocupado,
dice que esta vez es peor.
Era peor.
Mucho peor. Carecía de ganas por algo, por
ilusión, sentía que una llamita pequeña, la que movía a mí ser para abrirme a
la vida, al día o a la semana, se apagaba con cada hora que pasaba.
Infinito, por supuesto. El amor era dañino,
feliz cuando se tenía pero muerto cuando se pedía. Cerrar los puños no valía
porque no podías mantener ese amor infinito dentro. No hay un siempre, solo un
tiempo y un final.
Mis padres también se amaron, se idolatraron
y murieron juntos.
Hay gente que tiene eso, otros como o solo
lo ven pasar, lo observan con admiración, envidia y deseo de vivir esa historia
de película.
Yo era una simple espectadora, ahora lo
veía. No había nacido para ser amada, sí para amar pero jamás para ser correspondida.
–Ela…
Por
favor, amiga querida, pesada y toca pelotas, déjame en paz, déjame sola con mi
pena. No te das cuenta que no me puedes ayudar.
–Me rompe el alma verte así –continuó con
dolor–. No sé qué hacer y pienso que si no sales de ese mundo, te perderé. ¿Te
da igual?
–Quiero dormir…
–Tienes que comer algo.
–No tengo hambre –repuse.
Pensar era una tortura y sin embargo, mi
cabeza había decidido torturarme lentamente ya que no podía dejar de recordar,
todo, hasta echaba de menos esa jaula y su aspecto salvaje, amenazante cada vez
que me cruzaba con esa pieza.
Mi rutinaria forma de consolarme no me
animaba, las aceitunas no me aliviaban, la bañera ya no me causaba esa
intimidad tranquila y las películas de terror no me motivaban a pensar en otra
cosa, e incluso veía como los protagonistas a Andreas y a mí.
Lloraba, mucho, gritaba hasta quedarme
afónica y me enfadaba conmigo mismo por ser tan débil.
Una mierda, todo era una mierda y yo
formaba parte de ella.
Lloyd me había jodido la vida dos veces;
una cuando me dejó tirada como un chicle en el suelo; pisoteado y ennegrecido,
y ahora una segunda vez, haciendo que perdiera lo mejor, lo más bello y lo que
más había amado en toda mi vida.
Andreas…
Mi amiga suspiró y se sentó en la cama, a
mi lado.
–Estela, si no lo quieres hacer por ti, hazlo
por esa criatura que hay en tu interior…
Dejé de escuchar y me incorporé de golpe.
El bebé.
Mi propia miseria había conseguido que no recordara
esa cosita que nacía en mi interior.
Acaricié ese estomago abultado, redondito
con los dedos, ajena a todo cuanto me rodeaba. Estaba duro, sensible a mi tacto
y extrañamente fuera de mi conciencia. Parecía que no perteneciera a mí, a mi
cuerpo y a mi vida.
Realmente, muy a mi pesar no pertenecía. Ya
no.
¿Qué voy hacer contigo?
Era un error, yo no podía mantener a un
bebé recién nacido, carecía de una economía estable, prácticamente carecía de
dinero para mantenerme a mí, posiblemente dentro de poco terminaría en la calle
y con un recién nacido entre mis brazos, ¿dónde demonios iba a ir?
Cerré los ojos con dolor. Me dolía pensar
así, pensar en quitar esta pequeña vida de mi vida, pero era lo más correcto.
No podía mantenerlo.
Lo siento.
–Tengo que solucionar esto.
Me deslicé por la cama hasta apoyar mis
pies en el suelo. Noté inmediatamente la debilidad en todo mi cuerpo pero
conseguí ponerme en pie, despacio y con cuidado. Inmediatamente todos mis
músculos comenzaron a espabilarse.
– ¿El qué? –preguntó Sienna detrás de mí.
–El bebé.
– ¿Qué tienes que solucionar con el bebé?
–Tengo que deshacerme del bebé antes de que
sea más tarde…
Mi amiga abrió los ojos y se le cortó la
respiración.
– ¿Qué? –exclamó, casi gritando. No le hice
caso, no podía permitirme el lujo de una distracción–. ¿Estás en trance aún?
–No, estoy muy serena –contesté mientras
buscaba algo que ponerme.
–No lo piensas bien.
Entré en el baño, me lavé la cara y me hice
una simple coleta alta. Mi amiga me seguía como un perro a su amo, solo que
esta perrita no meneaba la cola porque su dueña por fin se levantara de la
cama, más bien era como una mosca molesta que me criticaba severamente con la
voz acusatoria y una mirada impactada.
–Sí, es lo mejor… –Su cuerpo bloqueaba la
salida, tuve que empujarla para salir, eso sí, evité mirar esos ojos que se desteñían
en sangre–. Deja de mirarme así.
–No puedes hacerlo. Estela, hablamos de un
aborto, un crimen…
–Habló de no destrozarle la vida a una
criatura inocente.
Llegué a la cocina, mi bolso estaba en el
suelo, en el mismo lugar donde cayó de mi brazo cuando entré dentro de esa caja
de zapatos reformada, un hogar que odiaba ahora con intensidad ya que todo me
recordaba a él.
–Estela…
Me giré abruptamente y la miré. Su aspecto
era el mismo y su acusación la misma.
–No tengo nada que darle.
–Tú misma, una vida, una madre…
– ¡Sienna! ¡No tengo nada! –espeté–. No tengo
trabajo, ni dinero, ni casa. ¿Quieres que lo eduque bajo un puente, entre
cartones? –Era realista, y mi amiga no lo comprendía, continuaba mirándome con
cara de espanto–. Casi no puedo mantenerme a mí misma, no puedo cuidar de mí y
no tengo a nadie que cuide del bebé si me sucediera algo…
– ¿Y Andreas?
Me tensé.
–Que se joda. Él jamás sabrá la verdad.
– ¿Y yo? ¿Tu hermano?
Tiré todo el aire que estaba aguantando, miré
con anhelo el sofá, tirarme encima como un saco de patatas me pareció
increíble, pero debía ponerme en marcha, espabilar y salir de ese lugar oscuro
antes de que cambiara de opinión.
–Es mi responsabilidad, no la tuya –murmuré
con la barbilla alta.
–Estela, te lo ruego, no lo hagas…
–Mi decisión, mi hijo y mi responsabilidad
–repetí–. No puedo cargar con el pensamiento de que le puedo arruinar una vida
a una cosita tan pequeña –interrumpí con voz dura–. No se merece nada malo. Yo
nací en una familia que me quería pero finalmente nos abandonaron, tuve la
suerte de que mi abuela nos criara y luego mi hermano permaneció a mi lado,
trabajando para sacarnos adelante, pero este bebé no tendrá nada, más que una
desgraciada vida.
–No digas eso.
Suspiré.
Era difícil convencer a Sienna, ella
todavía tenía a sus padres, un hermano que vivía los vientos por ella y toda
una gran familia que se juntaba en vacaciones para pasar unos días unidos. No
había vivido nada de lo mío, no comprendía a que me refería, nunca había pasado
por golpes fuertes, yo sí.
Sabía lo que hacía, sí, no era correcto,
era una abominación, pero una crueldad era tener un hijo para después matarlo
de hambre, de frío, de amor o de algo aun peor.
Yo sí lo merecía, pero esa cosita no.
–Me gustaría que lo comprendieras, pero
acepto tu opinión –dije finalmente.
– ¿Lo vas hacer?
–Sí, y nadie me va a detener.
Y con esa decisión salí del apartamento
para dirigirme a la clínica más cercana.
Al entrar fui directa a recepción. Di un
nombre falso; Amber Pastor, la mujer, una chica de unos cuarenta años me tendió
un formulario y me explicó brevemente todo lo que necesitaba. Asentí y me senté
en una butaca de plástico que había en la sala de espera.
Tres chicas más como yo esperaban. Dos más
mayores, otra, una jovencita que tendría menos de dieciocho, se escondía la
cara entre las manos, las otras, una estaba tranquila, la pelirroja que cerraba
los ojos y se apoyaba en la pared, no parecía muy contenta.
Sentí nauseas, dolor y vergüenza por lo que
estaba a punto de cometer. Supuse que cada una de ellas tendría su pena
interna, puede que la más tranquila no sintiera nada, la joven, arrepentimiento
y la otra, puede que incluso ira. Pensé por un momento que se habría quedado
embarazada de su jefe y se sometiera a un aborto; obligada.
Dejé mis suposiciones y comencé a rellenar
cada pregunta de text rápido donde
solo se necesitaba cruces exceptuando en los datos de enfermedades o alergias.
No recordaba ninguna enfermedad seria, pero
estaba segura que no sufría ninguna alergia.
Rellené lo más rápido posible hasta llegar
a la pregunta de;
<<Meses de gestación>>
Mierda. No tenía ni idea de cuánto estaba.
La dejé en blanco, me imaginé que antes de
actuar me harían alguna prueba y si no, lo agradecí, cuanto menos supiera del
embarazo mejor.
– ¿Señorita Pastor?
Mi respiración se aceleró cuando escuché
ese nombre, las manos me temblaron y noté como el corazón se me paralizaba.
Observé los papeles en mis manos, se
balanceaban por el temblor de mi pulso, cerré los ojos un segundo y cuando los
abrí vi ese estómago, mi estómago y algo en mi cabeza estalló.
Una imagen, una simple imagen de un bebé
con los ojos de la luna entre mis brazos me abordó como una señal…
– ¿Señorita Pastor? –Insistió la enfermera.
¿Podía hacerlo?
Respiré profundamente y me levanté de la
silla. Animó, me dije y eso hice,
caminé en su dirección y le entregué los papeles a la enfermera, ella me sonrió
con dulzura, sin recriminaciones.
– ¿Está preparada?
Tragué saliva y asentí.
Capítulo
41
Salí corriendo, mareada y con ganas de
gritar.
Me apoyé en la pared mientras las arcadas
venían con fuerza, no llegué a soltar nada, mi estómago estaba tan vacío como
mi alma, pero la molestia fue eterna. Cerré los ojos y conté hasta diez.
No pensé en comida, no pensé en nada que me
provocara más arcadas pero la locura que acababa de cometer estaba más que
presente.
No lo había hecho, no pude, había salido
corriendo, asustada y llorando del lugar sin mirar atrás. Nadie me siguió y
concluí en que, no era la primera vez que una mujer arrepentida salía corriendo
de la clínica antes de que le metieran un veneno por la vagina para matar a una
cosita que deseaba nacer.
Sí, eso mismo me decía para calmar la decisión
que acababa de tomar, igualmente no podía dejar pasar por alto que era más
locura tratar de mantener a un bebé yo sola, aparte de que Luther me mataría y
yo terminaría en un manicomio ya que, en ese momento pensé que; sería capaz de
hacer cosas peores por mi Ratoncito.
Sonreí sin darme cuenta. Ratoncito, tenía gracia, no lo conocía o
no la conocía y ya le había puesto su apodo, su señal de que pertenecía a mi
mundo…
Dios, estoy loca.
–Estela.
Dentro de todo el revuelo de locura que llevaba encima reconocí no solo
mi nombre, sino la voz ronca y dura de esa persona.
Alcé la vista y lo vi, con tejanos y una camiseta
de camuflaje delante de mí, con los brazos colgando a cada lado de su cuerpo y
las piernas separadas, tan intimidantemente acojonante como el día que lo
conocí.
Martillo
daba miedo.
Ahora, con la luz del sol alumbrando ese
enorme cuerpo y sus facciones más marcadas me pareció más asesino, más
peligroso y más cabrón.
– ¿Qué haces aquí? –pregunté.
Su rostro no marcó ninguna diferencia, ni
se inmutó.
Acojonaba.
Puede que comenzara a entender porque
Darío, por muy bueno que estaba no tenía novia. El tío las espantaba con esa
mirada.
–Evitar que cometas una estupidez.
Me enderecé.
–He cometidos muchas y ya tengo a una persona
criticándome por ello, no necesito a otro hermano mayor…
–No trato de ser tu hermano –interrumpió.
–Pues no entiendo que haces aquí.
– ¿Llego tarde? ¿Lo has hecho? –preguntó a la
vez que señalaba con la mirada mi estómago.
–No… –me interrumpí–. ¿Qué?
El pánico me invadió. Andreas no sabía
nada, era imposible que ese hombre supiera…
– ¿Sigue dentro? –repitió.
Pues sí, lo sabía.
– ¿Cómo lo sabes? –pregunté sorprendida.
Darío se acercó, con cuidado y se detuvo a
escasos centímetros de mí.
–Sienna llamó a Joe, pero mi amigo creyó que
este caso yo lo manejaría mejor. Y ahora dime, ¿qué ha pasado?
– ¿Andreas…?
–No sabe nada.
Seco pero claro, no dijo nada más y lo
agradecí.
–No he podido, aparte de que, ya es tarde,
supero los tres meses.
Martillo levantó una
ceja…Pistola desenfundada.
– ¿Te han hecho una ecografía?
–Más o menos.
Frunció el ceño, retrocedí…Dedo en el gatillo.
– ¿Te ha examinado un ginecólogo?
Me encogí de hombros.
–Creo que sí…
Bufó…Primer
disparo…
Un auténtico soldado.
Él no necesitaba un arma para despejar el
campo de batalla, Martillo con su
típico encanto personal espantaba a cualquier asesino. Como él, ese aspecto
denominado más que salvaje dejaba claro que nadie se metía con una bestia.
–Ven.
Me atrapó del brazo y antes de que me diera
cuenta ya estaba dentro de un cuatro por cuatro negro, con él a mi lado, arrancando
el motor. Me abroché el cinturón sin que; don te mato de un solo golpe, me lo
indicara y después apreté la orilla de mis shorts
con nerviosismo.
– ¿Dónde vamos? –pregunté en un mero susurro.
–A que te hagan una revisión como Dios manda
–dijo con voz rotunda.
Andreas tenía mala leche, mi hermano
respiraba mala leche, pero este parecía vivir de ella. Me causaba miedo,
intimidación y respeto.
Miedo me daba la mujer que se atreviera a
enamorarse de él, verdaderamente estaría tensa todo el día, aunque pensándolo
bien, Darío tenía un aire misterioso y rudo que lo hacía mucho más atractivo y
un semental en la cama, con lo cual, esa chica no lo pasaría tan mal.
Puede que Martillo escondiera una bestia casi tan buena como Andreas en los
pantalones…
Maldita
sea.
Por mi bien, debía dejar de pensar en
Andreas…
–No quiero que se entere Andreas de esto
–dije, dejando claro mi postura.
Él no quería tener familia, él lo había
negado al comportarse con ese pánico el día que se enteró, ahora que había decidido
tenerlo no deseaba que al muy cerdo, solo por joder se atreviera a arrebatarme
a mi hijo por esconderle la verdad.
Como me dijo en un pasado;
Te
lanzaré a los leones de mis abogados para quitarte a mi hijo…
Me estremecí de solo pensarlo.
Sí, estaba más que claro, Andreas no se
podía enterar.
–No voy a involucrarme en vuestra relación…
–Ya no hay relación. No hay nada –interrumpí.
Darío me miró con curiosidad, me parece,
leía bien poco en un rostro carente de emoción efusiva que no fuera el vacío y
la dureza.
–Lo que haya, no me importa, pero lo que
estabas a punto de hacer no era una buena solución.
Me recordó a mi hermano, solo que su
recriminación no salió a gritos como de normal se solía pronunciar Luther.
–No lo hice –contesté con la voz de una niña
pequeña.
–Muy bien. Has tomado una decisión acertada…
–No tanto.
Darío me miró con una ceja alzada.
– ¿Qué quieres decir?
Me hundí de hombros en el asiento.
–Ahora mismo estoy pasando por un momento de
crisis total, y no veo una recuperación a corto tiempo –bufé y me pasé las
manos por la cara–. No sé cómo voy a salir adelante.
–Yo te puedo ayudar. La mitad del edificio
donde vivo es mío y tengo apartamentos vacíos…
–No, gracias –interrumpí.
Agradecí el gesto, verdaderamente me
sorprendió, pero lo que menos necesitaba ahora era vivir cerca de un buen amigo
de Andreas, ya no me refería a recordarlo cada vez que me cruzara con Martillo, era más el peligro que corría
al cruzarme con el propio Andreas, no lo soportaría.
–Esto tengo que hacerlo por mí misma –añadí
mirando la carretera.
–Como quieras, pero mi propuesta seguirá en
pie.
Llegamos al lugar, una clínica de lo más
lujosa. Darío entró como si fuera el dueño, me sentó, como si fuera una niña en
una de los cómodos sillones de piel blanco que había en la sala principal y
después se acercó a la recepcionista. Una mujer rubia, preciosa de ojos azules.
La chica sonrió y percibí cierto rubor en
sus mejillas cuando él habló, inmediatamente asintió y tomó el teléfono. Unos
minutos después, otra rubia tan impresionante como la primea salió de una doble
puerta de metal.
La mujer nada más se fijó en Darío su rosto
cambió, y no solo eso, le dedicó una sonrisa de lo más seductora y caminó en su
dirección con un arte que haría que Gisele
Bndchen se pusiera a patalear como una niña pequeña.
No obstante, Darío ni se inmutó, fue
increíble ver como una mujer se lo comía por todas partes y él, ni caso.
Impresionante.
Después de unos diez minutos de
conversación animada que fue todo un espectáculo, y que consiguió que olvidara
la mitad de mis preocupaciones, ella, la explosiva que se moría por los huesos
de Martillo me miró, y su encantadora
y coqueta sonrisa; desapareció.
Que sutil, pensé.
Asintió y con un movimiento de princesa del
mundo, movió su brazo para indicar que la siguiera. Me levanté y me coloqué
justo al lado de Darío.
– ¿La conoces? –murmuré para que doña perfecta, no nos escuchara.
–Sí.
– ¿De qué?
La chica entró y Darío me frenó, tomándome
del brazo mientras se giraba cara mí.
– ¿De verdad lo quieres saber?
Arrugué la frente.
–Me haría falta saber si es una conquista que
has jodido o una amiga que te tiras de vez en cuando, simplemente para saber
que me espera dentro; si debo prepararme para que me den por saco o me traten
medianamente bien.
Vaya, Martillo se tensó a la vez que se
ruborizaba.
–Ahora comprendo porque Andreas está loco por
ti, da gusto escucharte hablar.
–Y yo ahora comprendo porque Andreas va
contigo, sois tal para cual.
Volvió a tensarse pero esta vez me retiró
la mirada, presionó mi brazo y tiró de mí.
El lugar era a tope lujo, luz y blancura
por todas partes. Me deslumbré y bizca me acerqué a la silla de tortura.
–Hola, yo soy Debby –se presentó levantando
la mano, con la barbilla alta y una sonrisa que decía lo muy superior a mí que
se creía.
–Yo soy Estela, encantada.
Ella sonrió, apretó con decisión mi mano y
señaló el súper sillón.
–Toma asiento, por favor.
Me senté y esperé a que Debby continuara
con sus funciones, desde enchufar los aparatos, a levantarme la camiseta y
verter un líquido frío por mi estómago, después colocó un aparato haciendo
presión en mi barriga, removiendo ese asqueroso gel por todo mi cuerpo.
Darío a mi lado, se movía en el asiento un
poco incómodo, mientras disimulaba observando todo cuanto nos rodeaba.
–Estás de aproximadamente de catorce semanas.
Me volví hacia Debby y la miré con ceño,
como si esas palabras hubieran sido pronunciadas en otro idioma.
– ¿Qué?
–Catorce semanas, casi quince…y vaya
–sonrió–…es grande.
¿Catorce semanas?
–Imposible.
Debby me miró con ceño y comenzó a decir
algo sobre los días, el periodo y no sé qué más, yo ya estaba en mis
pensamientos cagándome en todo lo que había a mi alrededor.
Eché cuentas y… La madre que la parió…La farmacéutica…
Según mis cuentas y de poco me equivocaba -Andreas
tenía un semen del bueno- me había dejado embarazada la primera vez que se
corrió dentro y lo peor no era eso, sino la píldora postcoital que me había
tomado, era falsa, debía de ser eso, no, tenía que ser eso…
–Mala guarra –espeté.
– ¿Qué pasa? –preguntó Darío a mi lado.
–Nada –respondí y anoté mentalmente hacerle
una visita a esa mujer.
– ¿Quieres saber qué es?
Inconscientemente miré la pantalla al
tiempo que un extraño nervio se posó en mi vientre.
– ¿Se ve? –pregunté.
–Sí, no es normal, pero es grande y está de
cara…
Se interrumpió y miró con una ceja alzada a
mi acompañante. No me había dado cuenta pero Darío estaba casi encima de mí
mirando atentamente la pantalla.
–Es una chica –dijo Martillo, de repente, y algo en su rostro se transformó.
Tanto Debby como yo nos quedamos con la
boca abierta.
Una nena…Una ratita…
–Andreas las va a pasar canutas –añadió
Darío, con una sonrisa burlona en los labios.
– ¿Cómo lo sabes? –preguntó Debby
impresionada.
Darío, con un ego increíble que me recordó
al padre de la criatura, se sentó de nuevo cómodamente en la silla y miró a su
amiga.
–He
visto muchas ecografías de niñas en mi vida. Recuerda que solo tengo hermanas.
–Sí, y parece mentira que rodeado de tanta
mujer seas tan borde.
Él hizo una mueca.
Ya no miré más, me dio igual el problema de
esos dos yo tenía uno que acababa de cambiar.
Saber el sexo de lo que se cocía en mi
interior acababa de cambiar el chip de mi cabeza, como un reseteo, un golpe
fuerte y un increíble miedo.
Puedo recuperarme, pensé al notar como mi
corazón daba un brinco, pero de nuevo, otra vez y con insistencia la imagen e
Andreas y el saber todo lo que se iba a perder, todo lo que le iba a negar… Me
destrozaba.
Andreas había sido el centro de mi universo
durante nuestro tiempo; juntos, y ahora, todo se perdía, yo perdía pero él
perdería mucho más, aunque después de todo seguramente estaría agradecido de no
cargar con un hijo de una mujer a la que odiaba.
Necesitaba un plan, un cambio. En un futuro
tendría una nena, una pequeña de la que cuidar y debía madurar, buscar mi
coordinación para arreglar cada paso que había dado mal en el pasado.
–Seguro que no quieres comer –preguntó, por
enésima vez Darío, después de salir de la clínica.
–No, de verdad, no tengo hambre.
–Yo sí.
No hubo forma de discutir. Martillo decidió por los dos y después
de un circuito de quince minutos, llegamos a un increíble restaurante…
Retrocedí nada más vi, detrás de la barra
con un mandil y un gracioso gorrito al hermano mayor de Andreas.
– ¿Qué haces?
– ¿Será una broma? –Abrí los ojos para dar
énfasis a mi incredulidad–. ¿Por qué me has traído aquí?
Levanté la mano y señalé, crispada el
letrero del restaurante.
–Porque vas a trabajar aquí…
–No.
–Ya he hablado con Leon, Joe y Aaron también
le han dado su opinión sobre tu comida, y bueno, él está más que encantado de
tenerte en su plantilla…
–No.
Darío arrugó el ceño, como si acabara de
confesarle algo terrible. Después, con lentitud, un acto de lo más raro en un
hombre, sacudió la cabeza y centró, otra vez su atención en mí, pero esta vez,
de forma diferente como si dejara en libertad algún sentimiento.
–Estela, vas a tener una niña. No quieres que
Andreas se entere y piensas criarla tú sola. Ya que no quieres que nadie te
ayude, acepta el trabajo. No por ti, sino por esa pequeña.
Me arropé el vientre, con un brazo. Miré
ese movimiento, deteniéndome unos segundos en esa misma zona antes de volver a
mirar a Martillo.
– ¿Quieres tener hijos? –pregunté.
Darío levantó las cejas por la sopesa que
le produjo mi pegunta, pero finalmente respondió:
–El fundamento en que se basa para tener un
hijo es una relación, no tengo una relación, y con ello no pienso en familia.
– ¿Por qué no tienes una relación?
Una pregunta tonta, ese aspecto dejaría a
las mujeres alucinando, pero una subida de cejas las dejaría temblando.
Darío sonrió, a su manera.
–Digamos que no he encontrado a una mujer que
me interese tanto como para mantener una relación.
No sonó triste, pero sí un poco derrotado,
igualmente no dije nada más, preferí cambiar de tema.
–No puedo trabajar aquí.
– ¿Por qué? Ya conoces a Leon, y te encanta
cocinar, aquí puedes desenvolverte genial, y Leon es un buen jefe…
– ¿Y lo de mi embarazo?
Alzó las cejas realmente sorprendido, como
si le hablara en otro idioma.
– ¿Qué tiene que ver?
–No quiero que Andreas se entere.
–No tiene porque.
Parpadeé para centrar toda mi atención en
esta conversación.
– ¿Y qué le digo a Leon cuando me crezca el
panzón? –y añadí con mi típica voz burlona–: <<Oh, jefe, no se preocupe
por esta barriga de Shrek, es que me
amorro al grifo de la cerveza cada noche>> –. Darío sonrió y negó a la
vez–. Él sabe que su hermano y yo mantuvimos una relación…
–Y sabe que Andreas se cuida bien.
–Pero las fechas.
Colocó una mano encima de mi hombro, no me
incomodó, pero la mirada que me dedicó me puso nerviosa. Sin importunarle me
retiré y su brazo cayó.
–Ya inventaremos algo.
– ¿El qué?
Darío se rascó la cabeza con timidez.
–Bueno, llegado el caso…pues… le podemos
decir que…
No terminó, es más, comenzó a ponerse
nervioso.
– ¿Qué?
Levantó la vista y me miró directamente a
los ojos.
–Que es mío.
– ¿Eh?
Ni parpadeó, ni se inmutó al decirlo, como
si acabara de decir que usa calcetines blancos. Impresionante, parecía que no
tuviera alma.
Realmente Darío era muy frío. Otro miedo
más.
–Bueno, no quieres que Andreas se entere, yo
no tengo pareja, no me importa fingir…
–No. –No,
no, no–. Es una idea terrible.
–Vale, pues ya pensaremos otra cosa. Tenemos
tiempo.
–No mucho. Los niños tienden a crecer, pronto
tendré más barriga que cuerpo y decir que me he comido un melón no creo que
cuele.
Otra vez sonrió, de forma poco normal. Por favor, no parecía ni él.
–Eso no cuela –bromeó–. Pero tranquila,
relájate. Son dos cabezas funcionando, algo bueno tiene que salir de una
bocazas y un malhumorado.
Me hundí de hombros. Darío tenía razón,
necesitaba trabajar y bueno, un restaurante no me parecía tan mala idea. Me
encantaba cocinar y el lugar parecía increíble.
Entré con él y… Finalmente ya tenía
trabajo.
Sí,
me había tragado mi orgullo y obedecido a Martillo,
confiando sobre todo en que algo se nos ocurriría, el resto fue obra de Leon y
su forma de alabar mi comida.
–Gracias por todo, Darío –dije nada más bajé
del coche.
La vuelta a casa no es que fuese muy
festera, más bien yo preguntaba algo y él contestaba tan seco como un pescado
muy hecho. No era una compañía fascinante, no para entablar una conversación,
pero sí para alegrarte la vista.
No
obstante, no fue tan malo.
–No hay de qué, Estela.
Darío se metió las manos en los bolsillos y
le dedicó una mirada al edificio de enfrente, de pronto algo en sus ojos se
oscureció.
– ¿Por qué lo haces? –pregunté.
Él se giró y me miró, el aspecto siniestro
de antes desapareció.
–Puede que por Andreas. Lo respeto.
Sonreí.
–Confió en que no le dirás nada.
–Ya te lo he dicho, es tu decisión.
El corazón me dio un vuelco al escuchar la
ternura de su voz.
Andreas tenía suerte de tener amigos como
él y yo, de habérmelo cruzado. Bajo un aspecto de lo más atemorizador se
escondía una persona que se preocupaba por los demás.
Sin darme cuenta me acerqué a él con paso
torpe y lo rodeé en un abrazo, un abrazo fraternal, nada de erótico.
El cuerpo masculino, duro y tenso, se
sorprendió soltando el aire en un ruido extraño que salió de su garganta.
–Gracias –murmuré para que se relajara. Entonces,
los brazos de él me rodearon la espalda y sus manos acariciaron mi cuerpo–. No
sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí –dije contra su pecho.
–Estaría bien que me invitaras a un vaso de
agua.
Me retiré de su cercanía, un poco, sin
apartar mis brazos de su cuerpo y alcé mi mirada hasta la suya. Nuestros ojos
se cruzaron y en un momento de confusión, él inclinó la cabeza y se me acercó.
Se me cortó el aliento al imaginar lo que
estaba a punto de pasar, algo que no debía suceder, pero en el momento que
intenté echarme hacia atrás para rechazar el beso, una voz masculina; dura y
rotunda, a nuestra espalda, frenó a Darío muy cerca de mis labios.
–Vaya, veo que ninguno de los dos pierde el
tiempo.
Inmediatamente me soltó y con el rostro
desencajado por la preocupación y la sorpresa miró a su amigo. Yo, con más
lentitud me giré e inmediatamente sentí que las piernas me pesaban junto con
una fuerte tensión en la pelvis.
Con el pelo cobrizo y unos ojos grises
matadores, Andreas nos observó a uno y después al otro con una mirada brillante
y llena de ira.
Noté como toda la cadena de impulsos locos
de deseo me arrollaban al fijarme en ese esplendido hombre. Perfecto como
siempre, con tejanos, camisa blanca y un cárdigan de punto fino; abierto,
enmarcaba el afrodisíaco de cualquier hambrienta con la que se cruzara.
Que tremendo era. Dios. Era el hombre más
guapo, sexy e irresistible que jamás había visto en toda mi vida.
Una pequeña esperanza me arropó el corazón
al pensar que Andreas había vuelto a por mí, que se había arrepentido de todo y
se había dado cuenta de que todo era una mentira y que yo siempre le había sido
fiel.
Sí.
Solté el aire por una pequeña ranura de mis
labios y deslicé mi mirada de ese torso a su rostro.
Rabioso, enfadado y tirándome a través de
esas lunas, una furia descontrolada.
– ¿Qué
haces aquí? –susurré con una pequeña nota de felicidad.
Alzó la barbilla con prepotencia y me
dedicó una mirada de repugnancia.
Se me cortó el aire.
–He venido a traerte lo que te dejaste.
–Levantó una pequeña bolsa que llevaba en la mano y me la mostró–. Detesto
tener basura por casa ocupando lugares que necesito.
Atónita por la expresión me quedé sin
palabras.
No había vuelto a por mí, solo había
regresado para descargar más mierda sobre mí.
Capítulo
42
ANDREAS
Me centré en mi propia furia, en recordar
las palabras, en recordar la cara de ese cabrón y en ella.
Cuando Tim, ese desgraciado me dijo lo que
había visto me reí en su cara, el muy capullo ya no sabía que inventar para
joder, pero al hablar con Aaron y escuchar de su propia boca que era verdad,
directamente dejé de pensar en la alegría de Tim y pensé en degollar al inútil de
Lloyd y matarla a ella por su traición.
Estela, ¿Por qué?
Me lo pregunté millones de veces, millones.
Una parte de mí, la que la deseaba, la que
la amaba no podía creer en ello, se negaba aceptar la realidad, pero la parte
sensata, una crucial de la que me fiaba cien por cien me mostró todo lo que era
Estela, me mostró a Cody, al empresario Doug, ese viejo verde, y después a
Lloyd.
No podía haber estado más equivocado en mi
vida.
Estela siempre había sido libre, una mujer
independiente, luchadora y amante de la vida. Hasta tenía un cartel colgado en
su cara que defendía su libertad a tope. Pero yo me negué, pensé que conmigo sería
diferente, que yo sería exclusivo y que nunca necesitaría a otro hombre.
Que equivocado estaba.
Sin complicaciones, sin ataduras, diversión
y adrenalina, eso debí pensar cuando me metí por primera vez entre sus piernas,
y lo más gracioso es que lo pensé, pero me dejé llevar, desgraciadamente me dejé
llevar por ella, por su encanto personal en ponerme como una moto, en ponerme
de los nervios y alterar tanto mi vida que la había cambiado sin darme cuenta.
Y ahora estaba que no soportaba un día más.
En la intimidad de mi hogar me había
sumergido en el alcohol. No causó efecto. No dormía en la cama, no soportaba
pensar en ella acostada a mi lado, no soportaba la idea de saber que iba a
despertar y no tendría su cuerpo pegado al mío.
Mirara donde mirara la veía a ella. La
cocina era un infierno, el jakuzzi el
propio cazo de belcebú y esa jaula…
La tapé con una sábana grande, sin embargo
no podía tapar nada más. Se me ocurrió cambiar de muebles, cambiar la distribución
de la casa e incluso cambiar de habitación, pero la otra también tenía su
huella. Aunque solo fueran tres noches, ella había dormido ahí.
Me consumía, vivía amargado sin paréntesis
de descanso, de dejar mi mente en un estado muerto. Nada. Hasta en sueños me
perseguía su imagen, su cuerpo sobre el mío, ese maldito disfraz de Ratita…
La odiaba…
Y sin embargo, después de mi viaje de
negocios me vi buscando por toda la casa algo de ella, algo que se dejara para
encontrar una excusa perfecta y volver a verla.
Lo encontré y me pareció ridículo; dos
coleteros, un cepillo de dientes, su crema de melocotón y una pulsera espantosa
que ella misma se había hecho con hilos. Todo lo guardé en una bolsa y me
dispuse a ir a su casa…
Tres veces y ninguna de ellas conseguí
salir del coche. Unas por lo rabioso que estaba al echar un vistazo a la puerta
de su edificio y otra por pánico, miedo a que no me recibiera.
Dentro de mí sabía cómo la había tratado,
cómo la eché de mi casa, del trabajo y de mi vida.
Sabía que ella me odiaría casi tanto como
yo a ella.
Pero ésta cuarta vez todo cambió.
Desde mi coche los había visto y aunque me
pregunté qué demonios hacía Darío con ella, no me pude responder cuando ella y
él, mi mejor amigo, un hermano que conocía de años, la abrazaba, la tocaba y se
acercaba a ella…
Salí del coche corriendo, embestido como un
toro a la carga, con los puños cerrados y los ojos inyectados en sangre.
Maldito bastardo. No había tardado ni dos
semanas en ir a por mi chica.
Ambos se sorprendieron de mi violenta voz,
pero mis ojos estaban fijos en ella, después hablaría con el cerdo traidor que
consideraba amigo.
–Pensé que lo tenía todo –respondió Estela
con sequedad.
–Desgraciadamente no. Ya ves, me has obligado
a traértelo a tu casa, ¿quién demonios te crees que soy? ¿Tu criado?
Estela se sobresaltó y esos ojos
cristalinos me acribillaron.
Bien, ratita, yo también estoy escocido.
–Haber enviado a alguien, con todo el dinero
que tienes y que te encargas de restregar a todo el mundo…
–Estela –amenacé con salvajismo.
Nuestros ojos se cruzaron y bajo la furia
que me dedicaba reconocí el dolor. Se acercó para robarme la bolsa y cortar por
lo sano mi visita.
Ja, que te lo has creído.
Retiré mi brazo antes de que sus dedos
tocaran el papel y con una mano la tomé del brazo. No fui dulce, no fui
cariñoso, estaba rabioso de haber visto como casi, solo casi besaba a otro
cabrón y actué como tal.
De un violento tirón la arrimé a mi cuerpo
y con la misma violencia, apreté su cuerpo contra el mío. Ella se tensó y dejó
de respirar.
–Que pronto me has buscado sustituto –murmuré
contra su mejilla para 1que solo ella me escuchara.
–Andreas –advirtió Darío, quien se acercó a
mí. Lo detuve con la mirada.
Sí mi amigo sabía lo que le convenía,
sabría perfectamente que no era el momento para meterse entre ella y yo, sin
embargo me sorprendió su actuación al coger a Estela del brazo y retirarla.
–Contrólate amigo…
–Ahora mismo no soy tu amigo, desgraciado –le
informé cortante.
Darío se tensó y me dedicó una mirada
crispada.
–Los celos te ciegan…
–Cállate, Darío. Sé lo que he visto, sé con
seguridad lo que estaba a punto de pasar.
Mi amigo soltó una carcajada sarcástica.
Apreté los labios y los puños. Intimidante
di un paso adelante. La sonrisa de Darío desapareció.
– ¿Qué te hace gracia?
Darío levantó el mentón.
–Tu vanidad. Ni comes ni dejas comer.
Las uñas se clavaron en mi carne.
–Comete otra cosa. –Las fosas nasales se me
abrieron, lo noté, pude imaginarme mi rostro ardiendo de furia.
Había miles de mujeres dispuestas para él,
podía elegir a la que le diera la gana, ¿por qué Estela?
–Lo que tú digas, por supuesto.
–No te burles de mí –amenacé acercándome más
a él.
– Lo haces tú solo–provocó.
Di otro paso más.
–Eso se puede arreglar –grazné.
– ¿De verdad quieres empezar una discusión
aquí?
Me encogí de hombros.
–La verdad es que no me importa el lugar
donde liarla, Estela está curada de espanto, le he metido mano en tantos
lugares públicos que no se asustará –sonreí cuando escuche un grito por parte
de ella y observé un peculiar sentimiento violento en el rostro de mi amigo. Más
animado continué–: Pero si te espanta la idea, amigo –me mofé– lo podemos dejar para otro momento, uno donde tú te
encuentres con…
La interrupción la causo un débil empujón
que me dio Darío, junto con una carcajada que me salió del alma.
Darío tenía muy mala leche, por supuesto,
no le gustaba que le tocaran mucho los huevos, no solía aguantar la postura
bien y la provocación, bueno, no era un hombre de mucha paciencia. Por eso me
reí.
–Supongo que eso es un: te apetece jugar.
–No quiero pelearme contigo, Andreas.
Sera capullo. Ahora se hacía el mártir.
Me irrité.
–Yo sí.
Avancé pero esta vez no fue él quien me
detuvo, sino ella, que salió de detrás y se interpuso entre los dos. La
excepción es que únicamente me miraba a mí.
–Vete –me ordenó.
La miré, condenándola con los ojos y dibujé
una sonrisa sarcástica en mis labios.
–Antes subiré esto a tu casa, después Darío y
yo, nos largaremos…
– ¡No!
–Grita lo que quieras, Estela, pero así son
las cosas.
La tomé del brazo y arrastré su cuerpo
reacio al interior del edificio. Subí los escalones con ella quejándose, Darío
bufando detrás de nosotros y yo, con una sonrisa de oreja a oreja al saber que
trataba a la ratita como deseaba.
Mal.
Estela abrió la puerta pero el único que
entró dentro fue Darío, en el momento que ella daba el paso para introducirse dentro,
la atrapé, empujé su cuerpo contra la pared y cerré la puerta, después me
coloqué encima de ella, arrinconándola con mi propio cuerpo.
–Ya has hecho suficiente para convertirme en
tu enemigo, ¿por qué ahora juegas con Darío?
Ella
respiraba aceleradamente y esa mirada turbia me indicó lo que palpitaba entre
sus piernas.
Dios. Céntrate, no te despistes.
–No estoy haciendo nada…
– ¿Qué haces con él? –interrumpí con
brusquedad.
Ya sentía la electricidad que me provocaba
el cuerpo caliente de esa mujer. Me estaba volviendo loco, entre fuere de mis
cabales y desesperadamente perturbado por estar dentro de ella…
Te ha traicionado.
Me recordó mi conciencia.
–No tengo que darte explicaciones. Tú me
dejaste todo claro.
Estela no podía negar lo muy alterada que
estaba, aun después de hablarme con la voz seca, ella también se estaba
volviendo loca. La conocía.
–Y sabes bien el por qué.
–Por una mentira, por algo que no cometí. Ni
siquiera me diste la oportunidad de contarte mi versión de la historia…
– ¡Te abriste de piernas para ese gilipollas!
– ¡Eso es mentira!
– ¿Qué tiene él que no tenga yo? ¿Es mejor en
la cama? ¿Te pone más guarra?
–Déjalo ya…
Me apegué mucho más, completamente unido a
su cuerpo y deslicé una de mis piernas entre la suyas.
– ¿Es más inventivo, más excitante, más
sucio? ¿Qué te hacia él que no te hiciera yo? ¿En que era mejor que yo? Dímelo,
quiero saberlo, quiero comprender porque me has cambiado por ese payaso –espeté
con ferocidad.
Me ardían los ojos, el cuerpo y la
garganta.
–Andreas…
Suspiró y noté como soltó toda su fuerza
con ese roce de su viento. Estaba borracha de mí.
Me había aproximado tanto a su cuerpo que
casi le había cortado yo mismo
la
respiración, pero ella no me retiró, es más se convirtió en arcilla entre mis
manos.
–Me deseas –dije con gesto de satisfacción.
Con toda la intención levanté una mano para
tocar esos pezones macados bajo la camiseta. Estaban duros, como dos cimas que
palpitaban locamente. Estela soltó un gemido y cerró los ojos.
–No… –ronroneó sin voz.
–Te mueres por mí.
Sí, se moría. Esa zorra se moría por lo que
yo podía darle.
Maldita
seas, Estela.
Me lancé, fui a por su boca, para devorarla
con pasión fiera y demostrarle lo mucho que me deseaba. Ella se derritió y se rindió
ante la invasión de mi lengua. Mis manos rozaron su cuerpo y con alegría me
llevé la satisfacción de notar lo mucho que le temblaba el cuerpo.
Sí.
Mi beso se profundizó, se volvió
desesperado, quería hacerle sangre, dañarla para que supiera todo el daño que
me había causado con su traición. Ella, entre gemido, suspiro y petición de mi
nombre entre nuestros labios, deslizó sus brazos por mi cuerpo y me tomó del
cuello.
Ya
está bien.
Terminé con el beso y con frío desdén,
aparté sus brazos, luego, por encima de ella, como si no significara nada la
miré con helado desprecio.
–Una lástima que ya no me interese esto de
ti. Ahora tengo a otra que me lo hace todo mejor.
Ella se tensó y me empujó. No me opuse, ya
había conseguido lo que quería.
–Me alegro por ti –dijo rabiosa, luego una
sonrisa que me hizo temblar se dibujó en sus labios, agárrate a lo que puedas, vas a flipar, pensé–, así no me sentiré
mal al decirte que, puede que me planteé tirarme a Darío, ese hombre debe de
ser una fiera en la cama…Oh Dios, de solo pensarlo me están dando espasmos.
Mala guarra.
Me adelanté para atraparla y darle una
paliza pero ella se escurrió por debajo de mis brazos y salió corriendo hasta
desaparecer por el interior de su casa.
La
seguí, no estaba dispuesto a que ella tuviera la última palabra, pero las mías
propias se terminaron en el momento que entré en esa cajonera y me topé con
tanta gente, aunque realmente el que llamó mi atención fue Luther, quien nada
más me vio se tensó visiblemente y me dedicó una mirada poco amistoso.
– ¿Andreas?
Todo se frenó, todo cuanto me rodeaba dejó
de moverse, desapareció en el mismo momento que reconocí esa dulce voz.
Con mucha lentitud y con el corazón
latiendo a mil por hora me volví en la dirección de la mujer…
Era ella…
–Andreas –repitió con ese tono que siempre
había amado; dulce, cariñoso y feliz–, ¿qué haces tú aquí?
Y su sonrisa, ese gesto que adoraba en
ella… No podía ser. No podía ser que fuera ella…
¿Qué demonios hacia Renata, mi ex prometida
en casa de Estela?
– ¿Renata? –murmuré sin respiración.
No había cambiado, continuaba siendo
hermosa, de ojos claros, con el fuego en su cabello largo y un cuerpo esbelto
embutido en un sencillo pero elegante vestido ceñido que acentuaba sus formas.
Ella se acercó, sin retirar su mirada de la
mía. La observé sin poder retirar mis ojos de esa sonrisa en esos carnosos
labios y el marcado de sus pasos en el suelo; sensuales, lentos y provocativos.
Se me lanzó a los brazos y pegó sus enormes
pechos -algo nuevo- contra mi torso. Me tensé pero no pude evitar abrazarla. Olía
igual, a frutas dulces mezclado con algo fuerte, y su cuerpo continuaba siendo
tan suave, tan delicado y tan perfecto...
Abrí los ojos al darme cuenta de lo que
estaba haciendo y la primera persona que vi fue a Estela, mirando la escena con
los ojos abiertos y el pecho subiendo y bajando con rapidez.
Sentí una extraña presión en mi pecho…
¿Cómo me había olvidado de la ratita?
Inconscientemente retiré a esa mujer de mi
cuerpo sin poder apartar las sensaciones que me provocaba la reacción de
Estela. Ella me retiró la mirada y la dirigió a su hermano.
–Andreas…estás igual…
–¡¿Cómo que Andreas?!
El grito salió de la boca de Luther. Lo
miré, como todos los que había ahí, no parecía muy contento.
–Relájate primo –dijo Renata, luego se giró
cara Estela–, ¿de qué os conocéis?
–Él…él…él… –A Estela no le salían las
palabras, a mí tampoco No podía dejar de mirar la cara de espanto de Luther… ¿Primo?–. ¿De qué lo conoces tú?
–Bueno, es el único hombre que consiguió
ponerme un anillo de compromiso.
– ¿Qué? –Otra vez Luther, más histérico que
antes.
– ¡Luther! –gritó Estela, pero fue demasiado
tarde.
Me
había girado para ver a Estela y antes de que pudiera recapacitar, sentí el
golpe contra mi mejilla, un golpe bestial, tanto que me hizo retroceder. Me
incorporé por inercia, no por prepárame para otro, por suerte Luther ya estaba
controlado por Estela, Renata y Darío.
Mal decía y criticaba a Estela, decía
tantas palabrotas y lanzaba tantas preguntas a su hermana que no comprendí
ninguna, tan solo que le había mentido. Ella trató de calmarlo.
Sacudí la cabeza y miré a mi alrededor… ¿Qué
demonios estaba pasando?
Perturbado con la aparición de Renata y la
reacción de Luther no calculaba mis pasos. Un reflejo morado me animó a
levantarme y me di cuenta de que Sienna se me había acercado.
–Será mejor que te vayas –aconsejó– bastante
asco te tiene Luther y, ahora que se acaba de enterar de la verdad…Te va a
matar.
Asentí, incapaz de poder mencionar ninguna
palabra y me di la vuelta. Antes de salir miré por última vez a Estela, ella no
me miraba, estaba más preocupada de su hermano que de mí.
Era el fin, ahora sí. Y era lo mejor.
Bajé las escaleras arreglándome el pelo
pero cuando abrí la puerta del coche una pequeña mano me detuvo. Me volví y me
encontré, otra vez sin palabras.
Renata.
Mierda, esa mujer otra vez en mi vida, otra
vez con problemas, otra vez destrozándome. No la quería, sí, me había impactado
verla de nuevo, la última vez que la vi estaba destrozado, tragándome mi
sufrimiento mientras observaba como disfrutaba de unas vacaciones con mi
cuñado.
Yo fui quien tuvo que dar miles de
explicaciones a los invitados cuando anulé nuestra boda.
¿Qué quería ahora?
–Siento lo de mi primo, no sé qué le ha
pasado…
–Quizás tenga que ver con lo que tú les hayas
contado –recriminé.
Ella se mostró ofendida.
–La verdad.
Fruncí el ceño.
Y una mierda.
La reacción de Luther tenía una causa
injustificada y aunque al principio me había costado comprender lo que sucedía,
al observar la sorpresa en Estela y el acto violento de su hermano, todo
encajaba.
– ¿En serio?
–Me rechazaste…
–Después de dejarme colgado y largarte con
Dante.
Un mohín se dibujó en sus labios. Puede que
en el pasado eso me derritiera, pero ahora Estela me había dado mucha caña como
para caer en la tentación de algo tan dulce.
–A él lo has perdonado, ¿por qué no me
perdonas a mí?
–Porque con Dante no he tenido más remedio,
es mi cuñado, y después de ver lo bien que se porta con mi hermana me he dado
cuenta de que la culpable fuiste tú. Tú aceptaste su propuesta, ¿por qué no lo
enviaste a la mierda?
Renata se retiró el cabello de la cara y me
mostró un cuerpo abatido, un rostro lleno de pena, de culpabilidad, pero eso a
mí ya me daba igual. Estela había conseguido que olvidara aquello, aunque ahora
me había destrozado, pero eso ya no importaba. Esa relación también se había
ido a la mierda.
–Lo siento, Andreas…
–Ya es tarde, me da igual.
–Pero a mí no. Quiero que hablemos, quiero arreglarlo,
aunque sea como amigos.
¿Cómo amigos?
–No.
Renata se me acercó, y traté de impedirlo
pero mi coche bloqueó una escapada perfecta. Me tomó de las manos y las
presionó con sus dedos.
No sentí nada, más que ganas de largarme de
allí.
–Andreas, te comprendo, entiendo toda esa
furia que sientes hacia mí, pero he cambiado, he madurado y me arrepiento de lo
que sucedió. Jamás debí abandonar al hombre que amaba realmente. Me di cuenta
tarde y te perdí.
Precioso, pero no hizo que cambiara de
opinión.
–El tiempo no cambia a las personas. Yo
olvido, pero no perdono…
–No es justo –se quejó.
–Bueno, la vida es una mierda, cuanto antes
lo asumas mejor.
Retiré sus manos, su cuerpo y sus palabras
de mi cabeza para darme la vuelta y largarme.
–Andreas, dame una oportunidad, solo una y te
prometo que si no sale bien desapareceré de tu vida.
Me pasé la mano por el pelo. Renata parecía
más sincera que nunca, más madura que antes e incluso más mujer. Continuaba
siendo preciosa, no tanto como Estela, Estela era un bombón…
Interrumpí mis pensamientos porque no me
gustaba el camino que estaban tomando.
Estela había muerto el día que se dejó
tocar por otro hombre. El día que me traicionó ella había desaparecido para mí,
y ahora, ella ya había encontrado a otro, lo había dicho.
Bien Darío, pues toda para ti.
Miré a Renata, esperando pacientemente una
respuesta.
–Deja que lo piense.
Ella sonrió.
–Salgo de viaje dentro de tres semanas hasta
entonces esperaré tu llamada.
Se dio la vuelta y se fue. Seguí sus pasos
pero no por ver ese cuerpo en movimiento, sino por decirme a mí mismo que no
sentía nada por ella, e inconscientemente levanté la cabeza y miré una ventana
al otro lado de la calle.
Estela, inconfundible, era ella quien
estaba asomada, mirándome hasta que me quedé mirando y desapareció.
–Adiós –susurré y me monté en el coche.
Capítulo
43
ESTELA
Renata entró en casa caminando con clase,
como si estuviera encima de una pasarela con millones de focos atentos a ella,
no pude evitar dedicarle una mirada furiosa. Sonreía, posiblemente de algún
comentario de Andreas.
Apreté los puños y recordé lo sucedido en
el descansillo del edificio.
Realmente mi actuación fue penosa. Había
caído tristemente rendida a sus pies. Un toque, su cuerpo y su aroma y ya era
un flan. Pero que quería, patéticamente lo amaba.
Inspiré y decidí dejar de pensar en él,
debía olvidar aquello que me producía daño, debía eliminar a Andreas de mi
vida, y lo principal era borrarlo completamente de todo. Con ello retiré mi
mirada del cuerpo de mi prima y me fijé en mi hermano…
Dios.
El día mejoraba.
La reacción con la que más odiaba toparme
era la misma que tenía delante en ese mismo momento. Mi hermano con el rostro
decepcionado.
–Me has mentido –dijo, refiriéndose a lo de
Andreas.
Podría haber intentado buscar un pretexto
para conformar a mi hermano y salir airada de la regañina, pero me encontraba
tan sumamente hundida que me encogí de hombros mientras me dejaba caer en el
sofá.
–Lo siento –dije, con sinceridad y esperé a
que el rapapolvo de Luther diera comienzo.
–Estela, ya no sé qué hacer contigo.
Alcé la vista y lo miré atónita. Mi hermano
casi parecía tan abatido como yo, y me sorprendió.
Yo pasaba por un mal momento, bueno, ¿malo?...
Mejor
dicho terrible.
Un derrumbamiento total. Sin embargo no me
podía imaginar que causa afectaba tanto a Luther como para tener la cara tan
abatida como la mía.
Mi vida era una mierda, la suya no es que
fuera perfecta pero no se comparaba con la mía. A mí me acababa de dejar el
hombre que amaba, me acababa de enterar de que iba a tener una niña que casi
mato y para colmo, mi prima, era la mujer por la que Andreas bebía los vientos
en el pasado, la única mujer, aparte de mí que; lo conquistó y consiguió una
prueba de amor con un compromiso, como yo, pero el mío no duró más que un par
de horas, el suyo seguramente se hubiera dado si Renata no se hubiera largado
con Dante…
De pronto, caí en una cosa. La versión que
Renata nos dio sobre su ex prometido era una mentira. Según ella; Andreas la
abandonó, la dejó y se largó del país para vivir la vida loca, ese tiempo fue
cuando Renata conoció al hippy y más
tarde al sexy italiano con el que se volvió loca.
Menuda mentirosa.
Observé a mí alrededor, asegurándome de que
Renata no nos escuchaba y después me acerqué a Luther.
–Sabes que nos mintió –dije, después señalé a
Renata con la mirada.
Mi
prima; serena, feliz y más tranquila que todos, se encontraba sentada en una de
las sillas de la cocina, justo al lado de Sienna.
– ¿A qué te refieres?
Miré de nuevo a mi hermano y susurré más
suave:
–Fue ella quien lo abandonó, no al revés.
Renata lo dejó por otro hombre dos meses antes de la boda.
– ¿Quién te ha dicho eso?
–Él.
Luther me miró con los ojos en blanco.
– ¿Y lo crees? Después de dejarte tirada, de echarte
del trabajo y tratarte como una mierda; ¿te crees su versión?
Por
supuesto, pensé.
Hércules
era un desgraciado, se había portado mal conmigo pero debía reconocer que
en esto tenía razón.
–Sí. Andreas es demasiado vanidoso como para
inventar que su futura mujer prefirió una aventura con otro hombre que una
relación seria con él. Andreas es un cerdo, pero siempre ha sido sincero
conmigo.
Se sentó en el sofá, a mi lado, dejando caer
todo su cuerpo como si le pesara una tonelada. Apoyó los codos en los muslos y
después se aguantó la cabeza con las manos. Murmuró algo, una palabra
incomprensible y respiró fuerte.
–Renata es de la familia, lo pasó muy mal –me
miró con los ojos llenos de culpabilidad–, tú lo sabes bien, se quedó en casa
un mes antes de salir de viaje.
–Eso no cambia el hecho de que se inventó su
versión…
– ¿Y porque iba hacer tal cosa?
–Por orgullo. ¿Qué iba a decirnos? ¿Qué se
largó con un hombre a escondidas de su prometido a una isla paradisíaca y luego
quiso volver con Andreas y él la rechazo? –pregunté con sarcasmo.
Conocía muy bien a mi prima, orgullosa y
segura de sí misma, no era capaz de aceptar que un hombre la rechazara.
Bastante dolida estaría con que Dante la enviara a la mierda como para aceptar
que otro, su propio prometido la despidiera de la misma forma. Sería una patada
para su orgullo y su estado de ánimo.
–Es difícil de creer, después de lo que ha
pasado contigo.
–Olvida mi problema y piensa en lo que te
digo. Renata nos mintió en toda nuestra cara.
Mi hermano, un duro hueso de roer, negó con
la cabeza.
–No me fio de Andreas –mencionó con
sequedad–, ha demostrado ser un cerdo arrogante que no respeta a nadie. Un
auténtico niño mimado.
Quien fue hablar.
Mi hermano era un promiscuo con las
mujeres, no sentaba cabeza y no deseaba una relación sería, pero era
tradicional y respetaba a las mujeres, basándose en sí mismo, sabía cómo
pensaban los hombres y aunque él era igual solía castigarlos y juzgarlos sin
motivo. Es decir:
Antes creía la palabra de una mujer que la
de un hombre.
Es extraño, y más viniendo de un hombre que
en tres meses se había acostado con diez mujeres diferentes, pero era real y
ahora lo comprendía, entendía porque a Luther nunca le parecía bien ninguna de
mis relaciones. Yo era la pequeña de la familia, su hermanita y para él, no
había ningún hombre bueno para mí.
–Hablaré con ella –murmuró pero no parecía
muy convencido.
Miré a Renata, fijaba su vista en Darío,
quien apoyado en la pared, como si estuviera posando nos miraba a Luther y a
mí. Me tensé e inmediatamente recordé el bebé que crecía en mi interior.
Era hora de contárselo a Luther, total, un
bomba más ya no sería tan grave.
–Luther –atrapé su brazo antes de que se
dirigiera hacia mi prima. Mi hermano miró mi mano y luego a mí con ceño–. Hay
algo más que debes saber.
– ¿Ahora?
Asentí.
Dios
sí. Quería quitarme este peso de encima de una vez.
Lo arrastré hasta la habitación y después
cerré unas cortinas para separar la intimidad de la conversación con la gente
del salón, igualmente no me importaba, exceptuando Renata, el resto ya sabía el
notición que estaba a punto de lanzarle a Luther, lo que no sabían -al igual
que yo-, era como el nuevo tío se lo iba a tomar.
Mientras yo me sentaba en la orilla de la
cama, mi hermano se dirigió a la ventana, corrió un poco la cortina y se asomó.
–Odio este lugar –dijo, luego se giró y me
miró–, odio que vivas aquí.
–Es una buena zona…
–Un cuchitril en; un buen barrio. Es genial
–ironizó.
Solté un aspaviento y me miré los pies.
–Puede que pronto me mude.
– ¿Dónde?
No era la primera vez que me enfrentaba a
mi hermano pero sí la primera vez en toda mi vida que debía tragarme mi orgullo
y hablar lo más nítido y tranquilo posible, por una parte era difícil y más
teniendo delante a un hombre que soltaba bombardeos como si lo atacaran, pero
por otra, influía mi forma de decirlo, mi estado de ánimo y un chantaje.
Esperaba que todo saliera bien.
–Estado a punto de cometer un acto ruin.
Deslicé mis ojos de las flores de mis
bailarinas a los ojos de Luther. Examinaba mi rostro, con curiosidad.
– ¿Qué has hecho?
–No, no lo hecho –corregí–, no pude y por
suerte Darío...
– ¿El matón que está fuera?
–Sí, pero es un buen chico, y me ha ayudado
mucho.
Quise reírme. Increíble, hasta mi hermano
había calificado a Martillo como un
malote total.
– ¿En qué te ha ayudado?
Tomé una intensa bocanada de aire y lo solté:
–Estoy embarazada de Andreas y… casi me
deshago del bebé. Casi lo mato…por poco hago desaparecer a la ratoncita…
Me interrumpí. Pensar en lo que estuve a
punto de haber hecho, hizo que sintiera náuseas y me odiara a mí misma.
–Dios…
Mi hermano, con las facciones alteradas
comenzó a dar vueltas por toda la habitación, chocando con los muebles y
farfullando palabras sin sentido mientras se pasaba las manos por el pelo con
ansiedad.
–Dios –repitió.
–Lo siento, no he sido responsable, no…
–Deja de pedir perdón –interrumpió de golpe,
mirándome directamente a los ojos.
Me estremecí y noté como dos lágrimas caían
de mis ojos.
Una recriminación más; no. No lo soportaría
y menos de él, del último hombre que me quedaba en el mundo, de un miembro de
mi familia del que necesitaba su apoyo.
–Se lo que piensas –farfullé con dolor–, y te
doy la razón, soy una irresponsable y absolutamente innoble toda mi vida. Jamás
he obedecido nada de lo que me has dicho, y ahora, tengo mi castigo…
–No –intervino e inmediatamente se sentó a mi
lado en la cama–, un hijo no es un castigo, es una bendición –sus brazos envolvieron
mi cuerpo y para mi sorpresa, caí en su pecho llenándome inmediatamente de la
calidez paterna–. Siempre has hecho locuras y eres desobediente, pero yo te
quiero igual, nunca cambiaria a la Estela que eres.
Lloré con más intensidad, no obstante no
fue algo malo, al contrario, lloraba de pura felicidad. Era la primera vez que
Luther dejaba a un lado su mala leche y se comportaba como un hermano.
–Ese bebé es lo mejor que has hecho en toda
tú vida, Estela, y estoy orgulloso de ti, orgulloso en que tomaras la decisión
correcta y salieras de la clínica antes de cometer una locura.
Me incorporé un poco y lo miré bajo unos
ojos cristalinos.
– ¿Qué voy hacer? ¿Qué le voy a ofrecer?
Luther retiró unas greñas de mi cara y
sonrió con ternura.
–Todo. Esté bebé lo cambiará todo. Yo te
ayudaré a criarlo, yo cuidaré de las dos. Para empezar te vendrás a vivir
conmigo y…ya buscaremos una solución económica. Lo que sea, pero me comprometo
a que esa niña sea feliz.
–Luther, gracias.
**********************************************************************************
Las semanas pasaron, rápidas, lentas,
tranquilas, dolorosas y normales, eso sí, cada día estaba más gorda, pero con
todos los mimos que recibía mi aspecto dejaba de afectarme.
Después de la conversación de Luther con
Renata, mi prima había decidido quedarse a dormir en un hotel, pero el golpe
mortal vino dos semanas después cuando, en una desafortunada noticia de
portada, leí el rumor del que:
El
play-boy, sexy y multimillonario empresario Divoua, remontaba su relación con
la modelo reconocida de ropa interior Renata, quien había conseguido, después de
una larga lista de conquistas, enamorarlo y comprometerlo en una futura boda
íntima que se celebraría en alta mar.
Fue una patada,
literalmente, pasé el día en el hospital ya que la ratoncita, también se quejó. Mi hermano como un loco decidió
llevarme él mismo a urgencias, gritando, como si fuera una sirena, todos los
insultes posibles a los conductores que nos cortaban el paso. No me quejé,
después de dos goteros y un aviso de peligro, decidí no ver más noticias y
evitar escuchar el nombre de Andreas.
No solo me hacía daño a mí, también a la
pequeña y no correría el riesgo de ponerla en peligro.
Martillo, Sonrisas y Totó,
me visitaron muy a menudo, Joe porque Sienna se había encariñado de él y parecía
que su relación funcionaba. Aaron porque Darío estaba continuamente conmigo, me
llevaba a trabajar, me recogía y casi siempre se quedaba a cenar con nosotros,
él y mi hermano se llevaban de maravilla, e incluso salieron juntos varias
noches.
Pero la sorpresa más grande fue cuando;
entre todos me regalaron la habitación de la ratoncita.
Me quedé sin palabas, de la ilusión que me
provocó ver esos colores pasteles en las paredes, los dibujos de animalitos con
colores llamativos en una parte cerca de la cuna, y los muebles a conjunto con
las cortinas en tonos; desde fucsia a rosa claro, y el precioso balancín de un
caballo de madera con un enorme lazo de lunares; lloré, reí y grité, di mis
típicos saltitos que fueron frenados por Sienna y su típico comentario:
Me
pone los pelos de punta que te nuevas así.
Diez saltitos más tarde, me encontraba
llorando y tocando el caballito, imaginándome a
la pequeña montada en él y gritando del mismo modo que o cuando había visto
la sorpresa.
Mi pequeña.
Estaba cambiando mi vida, mi forma de pensar
e incluso mi forma de comportarme. Luther decía que maduraba, Sienna que la ratoncita desde dentro expulsaba una
esencia particular que comenzaba a dominarme como si fuera una brujita con
poderes y esos poderes habían conseguido domina a la fiera que había en mí, en
conclusión, Sienna admiraba a mi niña por conseguir algo que nadie había logrado;
centrarme. Yo simplemente pensaba que ya era mi hora, que el cambio se debía a
la necesidad que representaba convertirme en madre.
Madre, impresionante. Yo madre…de locos.
Me acaricié el estómago, con las uñas y
noté como la ratoncita se removía.
Miré la ecografía que acababa de hacerme Debby y con claridad ya observé que mi
hija sería preciosa.
Saqué las llaves del coche en el mismo
momento que mi teléfono comenzó a sonar.
– ¿Dónde estás? –preguntó Luther, nada más
descolgué.
El control no cambiaría en él, solo que
esta forma repentina de control se debía más a su sobrina que a mí.
–Saliendo de la ginecóloga.
– ¿Cómo está la ratoncita?
–Gigante, no sé cómo va a salir eso de ahí
abajo.
–No te preocupes por eso –difícil, pensar que me rajaría toda
entera, hacía que las películas de terror a las que estaba más enganchada me parecían
una buena comedia–. Has pensado en el nombre.
Otra vez la misma historia. Mi hermano con
el nombre de su sobrina tenía obsesión.
–No, pero todavía tengo tiempo.
–Se me hace extraño llamar a mi sobrina como
un roedor.
–Es un término cariñoso, Luther, no pienses
en las cloacas.
Se rió, y realmente se le notaba muy
cambiado.
–Bueno, te llamo para decirte que Sony, tu
casero, ya tiene inquilinos para el piso. Que te pases y eches un vistazo por
si te queda algo que recoger.
–A vale.
– ¿Quieres que llame a Darío para que te
lleve?
–No hace falta, está de viaje, pero
tranquilo, me ha dejado su coche. No tardaré.
–Vale, ten cuidado. Te espero en casa.
Me despedí de mi hermano y arranqué.
Mi antiguo hogar, me resultó más difícil entrar
que pasearme por cara. Desnudo completamente, exceptuando algún pequeño mueble
como la mesa de la cocina, la del televisor y unas estanterías en el pasillo
que daba a la habitación. Mi hermano y Darío se habían encargado de recogerlo
todo. Algunas cosas se encontraban en casa de Luther, otras en un local que
Darío nos cedió temporalmente, aunque ese tiempo él lo describió como que; no
hay prisa.
Llegué hasta la habitación y miré el hueco
de la cama con nostalgia. Recordé el pasado y reviví imágenes que ya no me
afectaban, únicamente se quedaban en el almacenamiento de mi memoria como una
experiencia más. No obstante, continuaba odiando a Lloyd, y con Andreas no
tenía recuerdos de esa cama, jamás la había compartido con él, por eso ahora
mismo el mueble que faltaba en ese lugar era el principal que ocupaba la mitad
de la habitación de invitados de Luther.
Me deslicé por el cuarto de baño e hice una
pequeña revisión. La verdad es que no quedaba nada, simplemente una pequeña
bolsa que ya había dejado en la entrada, así pues, con todo controlado salí y
tomé la bolsa, pero en el momento que me dispuse abrir la puerta, un enorme
cuerpo con el puño en alto bloqueaba la arcada de mi salida.
Lo miré de arriba abajo, escuchando lo
toques artísticos típicos de mi corazón. Cody no lo notó, sus ojos estaban
puestos en mí y una pequeña sonrisa extraña jugueteaba en sus labios.
–Por fin –articuló, de forma escalofriante.
Me tensé.
–Hola Cody –dije con voz nerviosa. Retiré mi
mirada de la suya, me ponía nerviosa que me mirara con tanta intensidad–. ¿Qué
haces por aquí?
–Tenía que verte.
–Es un mal momento…
– ¿Dónde has estado? –preguntó y dio, a la
vez, un paso hacia delante.
Retrocedí sin dejar de mirar esos ojos
oscuros con las pupilas dilatadas.
–Vivo con mi hermano –contesté sin dar más
explicaciones.
Cody ladeó la cabeza ligeramente y bajó la
vista, deslizándola por mi cuerpo como en el pasado, anotando mentalmente todas
mis curvas para sacar una conclusión, pero su conclusión murió en el mismo
instante que chocó con mi estómago abultado.
Sus ojos permanecieron fijos en ella, sin
sentimiento, y de pronto, su expresión cambió de forma radical.
Apretó los labios y levantó los ojos hasta
que estos, llenos de rabia, chocaron con los míos.
– ¿Qué te has dejado hacer? –preguntó
furioso.
Me sobresalté y tuve que parpadear, pero
ese aspecto me dejaba muerta, sin respiración y mucho más aterrada retrocedí.
Para mi desgracia, la bestia que dominaba mi salida se deslizó dentro y cerró
la puerta. El sonido de la madera chocando me aterró y mi cuerpo me regaló un
ligero temblor que se hizo evidente ante sus ojos.
–No es el momento, Cody. Me están esperando.
–No mientas, no hay nadie abajo. Me he
asegurado antes de seguirte.
Me estremecí. Me había seguido.
Con naturalidad, para no hacer evidente mi
mentira, levanté el mentón y actué;
–Aquí
no, en casa, y si tardo mucho mi hermano vendrá a por mí…
– ¡Estás embarazada!
Instintivamente me protegí el estómago como
una leona a sus cachorros, y apreté los puños.
–Sí, bueno, es evidente, pero eso a ti no te
importa…
– ¿Eso es lo que crees? –soltó entre dientes.
Me encogí interiormente y deseé tener las
fuerzas suficientes para salir corriendo.
–Tú y yo ya no estamos juntos…
–Pero lo estaremos, y eso –mencionó mientras
señalaba a la ratoncita– tiene que
desaparecer.
Vacilé dando un paso hacia atrás.
– ¿A qué te refieres con lo desaparecer?
–Que esa cosa no conocerá la luz del sol
–explicó como si fuera algo de lo más normal.
Fue un ligero matiz de una corriente de
aire fría, pero consiguió penetrarme hasta los huesos y ponerme la piel de
gallina. Noté la bilis subir por mi garganta cuando conseguí soltar una
bocanada de aire.
No
pretendía decir lo que acaba de soltar, me dije para calmar mi corazón.
–No puedes estar hablando en serio…
–Más en serio de lo que te crees –aclaró sin
emoción. Cody realmente parecía un ser infernal y por lo visto estaba dispuesto
a todo.
–No lo permitiré. –Me hubiera gustado que mi voz
saliera con más fuerza, pero ante tal hombre me encontraba en una alta
desventaja.
Comenzaba a odiar a los hombres grandes que
podían tumbarme de un solo empujón, y más en estos momentos, donde mi pequeña dependía
de mí.
Busca la forma de salir de allí.
Estaba de acuerdo con mi cabeza, el
problema es que mis pensamientos estaban casi tan aterrados como yo, y con
tanto grito, temblor y miedo, un plan de fuga no se me ocurría con tanta
facilidad.
Cody torció el gesto para mirarme.
–No podrás hacer nada, eres débil, no una
protección para esa cosa…
– ¡Deja de llamarle cosa!–grité llena de pánico.
Sonrió de forma aterradora.
–Ya veremos.
Esa fue la única advertencia que recibí,
mientras aquel hombre se separaba de la puerta dirigiéndose hacia mí.
Huye.
Jadeando, me lancé pasando junto a él,
buscando la salida principal y rezando por ser rápida en abrir la puerta y
gritar a pulmón vivo para que algún vecino escuchara mi socorro, pero Cody era
un experto en seguridad y con unos reflejos, entrenados en la escuela de bomberos,
consiguió atraparme antes de que pudiera tocar el pomo.
Grité en el mismo momento que tiró de mi
cabello y me obligó a retroceder, después me empujó contra la mesa con
violencia, como si fuera una pelota de fútbol intentando anotar un punto en el último
segundo del partido.
Evité la mesa pero trastabillé y caí al
suelo, cuando me recuperé, Cody ya venía de nuevo a por mí. Agarré mi bolso,
que había caído al suelo con el viaje de antes y rebusqué el Spray de pimienta.
Al tocar el bote la adrenalina de mi cuerpo
se disparó y me volví hacia él.
–Cuanto más te resistas más te dolerá
–advirtió con tono helado.
A ti sí que te va a doler.
Sin compasión presioné el botón y el líquido
salió en el mismo momento que él, y su fornida apariencia se cargaba para
atacarme.
Cody gimió de disgusto, echándose las manos
en la cara para tratar de calmar el dolor de sus ojos. Me escabullí alejándome rápidamente
de ochenta kilos de masa corporal antes de que se venciera sobre mí. Con el
corazón desbocado, el bote en mis manos y un terrible dolor de rodillas, me
arrastré por el suelo retrocediendo, en vez de por el camino que deseaba -la salida-,
me introduje más en la casa. Si tomaba la salida solo conseguiría acorralarme a
mí misma, y tenía la oportunidad de poder encerrarme en el baño, al menos tendría
una ventana para salir y deslizarme al piso de mi vecino.
–Pequeña zorra… –gruñó más rabioso que antes.
Juzgar la recuperación de una persona no era
lo mío, y para un hombre que ya estaba más que acostumbrado a respirar
productos químicos y vérselas canutas con humo o fuego… debí pensar que no tardaría
mucho, ya que; en ese momento noté como me tomaban del tobillo y me arrastraban
por el suelo.
Mi mejilla besó el suelo y me mordí la
lengua por el dolor. Rabiosa comencé a dar patadas a diestro y siniestro. Dos
le dieron, escuché la queja, así que di una tercera que lo tumbó.
Me volví y lo miré con ira.
– ¡No te dejaré hacerlo!
Sacudió la cabeza y aspiré con un siseo al
notar en mi interior una sensación de descenso. El pánico me llegó a los pies y
me aparté el pelo de los ojos. Desde su posición en el suelo, Cody se levantó
en toda su altura, apretando los puños mientras blasfemaba en francés.
–Te vas arrepentir –exclamó lleno de cólera.
– ¡No!
Con toda mi fuerza le tiré el bote, que voló
y le dio en toda la cara. Enfurecido soltó un gritó y se tiró a por mí. Como pude
y con toda la adrenalina de mi cuerpo levanté las piernas y golpeé su cara con
ambas.
Cody cayó de nuevo, y otra vez me levanté
y salí corriendo. Se puso de pie jadeante, gruñó una palabra que no llegué a
entender y me atrapó justo cuando cruzaba el umbral de mi habitación.
Se
abalanzó sobre mí. Rodé tratando de zafarme de esas manos. Imposible. El dolor invadió
mi cuero cabelludo cuando me agarró del pelo y me lo retorció hasta abrazarme,
con mi espalda pegada a su pecho. Uno de sus bazos estaba en mi cuello asfixiándome.
El otro se deslizó entre mi estómago y presionó.
–Despídete –murmuró contra mi oreja mientras clavaba
sus unas en esa abultada barriga…
Ratoncita…
Furiosa, le di un codazo entre las tripas
con el brazo que tenía suelto.
– ¡Quita tus manos… –gruñí, saltando hacia atrás
sobre un pie–…de mi hija!
Me giré para golpear su mandíbula con mi
bazo, pero se escabulló. Me encontraba mirando la pared amarilla cuando me fui
contra el único mueble que quedaba en la habitación. Me golpeé el estómago contra
el pico, y grité de puro dolor mientras caía al suelo; había tirado de mis
piernas hacía atrás desde abajo.
Cayó con todo su peso sobre mí, inmovilizándome
contra el suelo gracias al fuerte dolor estomacal que sentí, y entonces llegó
al peor parte…
Con el puño, Cody me golpeó varias veces más
la zona del estómago dañado.
Quise frenarlo, detener esa violencia y
salvar a mi hija pero el dolor me consumió, las fuerzas las perdí en el mismo
momento que comenzó a rasgar mi ropa, y antes de que pudiera darme cuenta me desmayé.
Mi Ratoncita…
Mi Andreas...
CONTINUARÁ.................................
Pero como me haces esto eres muy cruel !!!! Como nos dejas así!!!! Ese bebe no puede morir por culpa de ese mal nacido !!!! Bea por favor no tardes tanto en subir capítulos aunque sólo sea uno, pero me dejas llorando y echa polvo necesitó saber q sigue. Como siempre todos tus novelas te tengo q decir q esta en particular me encanta ,como Estela pierda la niña seguro q no vuelve a perdonar a Andreas en la vida o por lo menos yo lo haría y se q el no le a pegado q a sido Cody pero el fue un estupido por creerse lo q le dijeron los otros y no lo q le decía su novia. Ojalá y llegue alguien se la lleve corriendo al hospital y estén las dos bien. Un beso enorme y cuida tu hermoso cerebro de esta calor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQue capitulos, con la intriga todo el rato. Espero que subas pronto. No nos dejes asi y espero que ratoncita este bien y bo le haya pasado nada al bebe.
ResponderEliminarQue capitulos, con la intriga todo el rato. Espero que subas pronto. No nos dejes asi y espero que ratoncita este bien y bo le haya pasado nada al bebe.
ResponderEliminarPor favor noooo que intriga sube otros capitulo el bebe no puede morirr que alguiel la salve
ResponderEliminarNo otra vez porta no tardes tanto no puedo con la espera no me quede sin uñas esta buenisima la historia!!!! Sigue subiendo porfavor
ResponderEliminarDiosssmioo nooi estoy temblando,no puede pasarle nada a ninguna de las dos,dioses,por favor sube pronto,que nervios,quiero saber que pasa yaaaa....me encantan como nescribes,te felicito esta súper genial todo.besos nena :)
ResponderEliminarMe uno a todas las suplicas de tus lectoras, genial los capitulos.
ResponderEliminarPor favor que alguien salve a Estela a la pequeña ratita.
Amooooo como escribis...
ResponderEliminarTus historias son taaan originalees quecuando empiezo una, no puedo parar hasta terminarlaa
Porfaaaaa no tardes en subir, que la intriga me matara
Me has dejado flipando no he podido dormir
ResponderEliminarEs la primera vez que entro en tu blog pero hace tiempo que te sigo x wattpad.
ResponderEliminarMe encanta como escribe y eso que el ultimo capitulo me ha dejado temblando. Espero que actualices pronto me puede la curiosidad.
Ah cuando la sigues ? Hermosa s/p deseando más mucho más , tr adoro eres una genia adelante siempre !!!!!
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