BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

miércoles, 15 de julio de 2015

ENCADÉNATE A MÍ Del capítulo 40 al 43



Capítulo 40



  – ¿Qué has dicho? –pregunté con la garganta estrangulada.

  –No creo que tenga que repetírtelo –dijo Andreas sin disimular su desdén–. He sido lo más claro posible

    Un cuchillo en mi pecho. Latiendo junto al acero más frío que nunca en mi vida había sentido.

  –Te equivocas –conseguí decir, si es que valía de respuesta o de defensa, pero mi voz fue leve.

    El dolor era mucho más persistente.

  –Te han visto con él en un reservado, solos y muy dispuestos.

    Entonces recordé, como un flash lanzado por mi cabeza en una especie de bombardeo, las dos personas que interrumpieron a Lloyd y me salvaron la vida a mí…

  – ¿Quiénes?

  –Gente en la que confió.

    Me tensé. Ese hombre era cruel. Parecía mentira que momentos antes se quisiera casar conmigo, que me dijera cosas tan bonitas como que no podía vivir sin mí y de pronto, me odiaba.

  –No era lo que parecía. Lo rechacé…

  –Y una mierda –escupió con tal voracidad que temblé.

  – ¿Para qué iba a perder el tiempo con ese gilipollas si me acababa de comprometer con el hombre que…?

  –Ni se te ocurra continuar –avisó con tono helado.

    Tragué saliva e intenté controlar mi respiración. Sollozaba, me atragantaba con el poco aire que entraba en mi boca.

    Yo era fuerte, ya me había enfrentado a varios ataques de celos de Andreas, pero este era diferente. Él no era el mismo hombre que conocía, y yo tenía los sentimientos a flor de piel por culpa del embarazo.

  –No hice nada malo.

    Andreas levantó una ceja.

  –Cinco minutos después de decirme a mí que sí, te encontraron debajo de él gruñendo. Dime donde está lo bueno en todo eso.

    Di un respingo por lo agresivo tanto de su voz como de su aspecto.

  –Es cierto, pero yo no lo provoqué. Lo envié a la mierda y no le gustó, me obligó…

  – ¿Qué te obligó? –preguntó perplejo. Asentí, con lentitud e intenté acercarme a él… – ¡Te basta el olor de una polla para abrirte de piernas!

    ¿Eh?

    Al escuchar tal acusación sentí náuseas y un mareo repentino que me dobló en dos. Me quedé mirando fijamente ese suelo brillante, el espejo con el que choqué cómicamente el primer día que entré en esa casa.

    Andreas no podía ser tan dañino, siempre me había faltado el respeto, pero de forma sexual, ahora todo cambiaba, todo me destrozaba. Me llevé la mano al pecho al mismo tiempo que veía caer tres gotas de mis ojos al suelo.

  –Eres un mentiroso. No has cambiado, sigues acusándome. No confías en mí…

  –Y gracias a Dios –espetó. Levanté la cabeza y lo miré–. Por suerte, antes de cometer la estupidez de unirme a una mujer como tú, he tenido la suerte de que me hayan abierto los ojos.

  –Maldito cerdo sin corazón –murmuré.

  –Quien fue hablar, ¡la más zorra de la puta ciudad!

    Me enderecé de golpe y apreté ese puño, con más fuerza contra mi pecho, como si necesitara un pequeño abrigo en mi corazón.

  – ¡No hice nada!

  – ¿Y porque debería de creerte?

    Las lágrimas fueron incontrolables. Algo se partía en mi interior, me destrozaba poco a poco.

  –Porque te quiero.

    Sonrió de forma amarga y se encogió de hombros en un gesto tan despreocupado como hiriente.

  –Quieres mi dinero, te pensabas que podrías obtener lo que desearas con un niño rico mimado que se había enamorado de ti.

    El horror se dibujó en mi rostro al comprender lo que decía. Yo lo amaba, se lo había demostrado cada día, se lo había dicho con toda la pasión de mi voz, ¿cómo era capaz de pensar tal cosa?

  –Andreas, me da igual tu dinero, aunque fueras un pobretón te amaría igual. Jamás me iría con otro hombre. He tenido oportunidades y nunca…

  –Te das cuenta. Hasta tu asimilas lo muy ramera que eres.

    Pálida y con el corazón retumbando dentro de mi pecho, tuve que hacer un gran esfuerzo para tragar saliva, pero algo estalló en mi interior y todo explotó con mi voz.

  –No voy a permitir que me insultes cuando eres tan crédulo, un hombre de talla pequeña al creer tal idiotez.

  – ¿Idiotez? –escupió.

  –Me acusas de algo que no he hecho…

  –Te acusó porque tengo razones, no solo me lo ha dicho una persona, sino que una segunda me lo ha confirmado. ¡Joder, Estela! Deja de tomarme por tonto y acepta que te has burlado de mí desde el día que te conocí, acepta que te has tirado a tu ex y encima lo has pasado bien…

  – ¡Basta! Eres un ignorante que te has dejado llevar por una mentira, deberías preguntarme que sucedió en vedad antes de sacar conclusiones de un rumor.

  –No necesito saber tu versión. Te conozco –mencionó con frialdad.

    Un gemido doloroso salió de mis labios al darme cuenta de que Andreas, ese hombre que me quitaba el sueño, no sabía quién era yo.

  –No me conoces nada –anuncié con la voz ardiendo–. La vedad es que jamás te has dignado en conocerme bien, porque si lo hubieras hecho, ahora mismo no estaríamos teniendo esta conversación…

  –Pensaba que eras otra clase de mujer, una mujer a la que amar.

  –Y lo soy. Soy besa mujer –insistí, tratando de buscar la forma de convencerlo.

  –Falso todo. ¡Dios! Te di mi confianza, te di mi casa, te di mi corazón, ¡te lo he dado todo!

     Su cuerpo ardía, se encontraba tenso y con cada músculo del cuerpo lleno de venas hinchadas.

  – ¡Y yo! –grité, con la voz ardiendo.

  –Tú me has dado un sexo genial, eso sí que debo agradecerlo…

    Mal nacido.

    Ardía como él, pero el dolor me ablandaba, me debilitaba y la necesidad de no perderlo era mucho más grande.

    Me rebajé, no me respeté, únicamente me preocupé por ese corazón que latía dentro de mi cuerpo y no por mí misma.

  –Te he dado más, mucho más...

    Mis palabras murieron con mi voz.

  –No. Realmente nunca me has dado nada. Pero lo acepto, es lo que hay, no se puede pedir nada más de un mediocre rollo.

  – ¿Mediocre? ¿Eso es lo que soy para ti?

    Ya estaba claro, no me respetaba, jamás lo había hecho. Yo era un juego peligroso al cual le había gustado jugar, difícil, peleona y una conquista fácil ya que, Andreas Divoua tenía todo lo que deseaba. Un hombre rico y poderoso.

    ¿Yo que era?

    Nada. Y ese nada le había resultado atractivo por toda la aventura que le había proporcionado, ahora, una vez enamorada, me echaba ese sentimiento a la cara como si no valiese nada.

    Confiaba antes en un amigo que en mí.

  –Ahora sí. Eres una mentirosa. Me has traicionado.

  –Nunca te he mentido…

  – ¡Me escondes de tu hermano! –gritó, irritado, marcado, dolido.

    Andreas… por Dios.

  –Sabes el motivo. Siempre he sido trasparente. Lo que hay en mí, es lo que ves.

  –Lo sé. Ahora lo veo.

    Ahogué un sollozo y aguanté la respiración.

 – ¿Qué ves?

  –El pasado repetido en ti pero aun peor. Veo a la mujer que ha provocado que vuelva a amar y vuelva a desconfiar. –El dolor de sus palabras me rompió el alma–. No te puedes hacer una ligera idea del daño que me has causado…

  –Andreas, de verdad, no hice nada.

  –Déjalo, Estela… no te humilles más.

    Me daba igual. Lo quería, no podía permitirme perderlo, no por una mentira.

  – Te quiero de verdad. Siempre te he querido a ti.

  –Muchas mujeres me han dicho que me querían –anunció con desprecio–. Pero lo único que quieren es todo lo que yo les puedo dar. Y tú no eres diferente.

    Su babilla se alzó y el tono que adquirió su voz me anticipó que la cosa llegaba a su fin.

    El pánico me invadió como la corriente de aire en un día helado de invierno.

  –Yo no soy como esa mujer que te abandonó.

    Se tesó de forma radical y su barbilla tembló.

  –Lo nuestro se ha terminado. – ¿Qué? NO–. Quiero que recojas tus cosas y te largues de mi casa.

    Todo lo que latía dentro de mí, mi corazón, ese órgano fuerte y controlador de mi vida se rompió, lo escuché en mi interior, partirse en añicos, en miles de trozos.

  –Una vez dijiste que tú no rompías una relación…

  –Esta vez es diferente. Esta vez sí que me has engañado.

    Sereno, frío y terriblemente tranquilo, así habló y así se movió al darse la vuelta y caminar hacia el ascensor.

    Se iba… ¡No!

    Corrí y me interpuse en su camino.

  –Espera –le rogué.

  –Retírate de mi camino, Estela.

  –No pienso dejar que te vayas así…

  –Las cosas no van a cambiar. Esta relación, si es que se le podía llamar así a; pasarnos el día follando como conejos –añadió con tono sarcástico–, se ha terminado, roto completamente sin opción a solución.

  – ¿Y ya está?

  –Sí.

    Déjalo ir. Que se vaya a la mierda.

    La razón y la lógica, una lucha constante peleándose contra mi amor, mi dolor y mi vida eterna.

    No había nada que hacer.

    Me retiré a un lado, no valía la pena humillarse más por un hombre que hoy me había juzgado, destrozado, insultado y tachado de zorra.

    Se terminó.

  –Hoy recogeré mis cosas –dije mirándolo directamente a los ojos.

    Andreas asintió y sus labios se presionaron con fuerza, convirtiéndose en una línea recta.

  –Por cierto, el lunes ni se te ocurra aparecer por la empresa. Estás despedida. Te ingresaran en tu cuenta la indemnización. No quiero volver a verte la cara.

   Se dio la vuelta, presionó el botón y…Abrí la boca, una vez más y como siempre dejando mi última palabra.

  –Andreas –Se giró y me miró antes de entrar al ascensor–. Te arrepentirás, cuando sepas la verdad, te arrepentirás.

  –Me arrepiento ahora mismo de todo.

    Infinito. Dolor infinito.

  –Adiós –murmuré a una espalda mientras las puertas del ascensor se cerraban.

    Se terminó…Y mi vida, mi desastrosa vida volvía a la vida.

    Dolor. No te he echado de menos pero pareces ser el único que no me quiere dejar.

    Más dolor.

    Y así durante la primera semana. Sienna se encargó, gracias a su nuevo amigo Sonrisas (Joe), en recoger mis cosas. Por suerte Andreas había decidido salir de viaje y ninguno de los dos se cruzó con él.

    Ya no supe nada más de ese hombre.

    No insistí, no luché por esta elación pero terminé destrozada, hundida y más muerta que viva. Pasaba de la bañera a la cama, de la cama al sofá y desde hacía días solo llevaba un danone de fresa en el estómago.

    No sabía cuánto tiempo había pasado, no sabía si era de día o de noche, la hora o si mi teléfono sonaba. El mundo había dejado de existir para mí y la gente y mi vida.

    La ruptura de Lloyd me había roto el corazón, pero mi vida continuó e incluso conseguí reír dos días después, pero Andreas…

    Lo echaba mucho de menos. Añoraba su voz, su tacto, su mirada, e incluso su aroma, un olor que aun con los ojos cerrados me hacía feliz.

    Pero ya no estaba, únicamente olía a mí y me odiaba.

    Quería morirme, desaparecer y puede que lo consiguiera ya que no tenía fuerzas ni para hablar cuando Sienna apareció por casa.

  –Ela, por favor, levántate de la cama, vámonos a dar una vuelta.

    No contesté. No me moví de la cama y ni siquiera me digné en abrir los ojos para mirarla.

  –Cielo, no puedes continuar con ese ritmo de vida, caerás enferma.

    Pensé en encogerme de hombros, no obstante fue mental. No tenía fuerzas. Me daba igual todo, ¿es que no se daba cuenta?

    Quería, muy a pesar que se largara y me dejara en paz.

  –Tu hermano me ha llamado, está preocupado, dice que esta vez es peor.

    Era peor.

    Mucho peor. Carecía de ganas por algo, por ilusión, sentía que una llamita pequeña, la que movía a mí ser para abrirme a la vida, al día o a la semana, se apagaba con cada hora que pasaba.

    Infinito, por supuesto. El amor era dañino, feliz cuando se tenía pero muerto cuando se pedía. Cerrar los puños no valía porque no podías mantener ese amor infinito dentro. No hay un siempre, solo un tiempo y un final.

   Mis padres también se amaron, se idolatraron y murieron juntos.

    Hay gente que tiene eso, otros como o solo lo ven pasar, lo observan con admiración, envidia y deseo de vivir esa historia de película.

    Yo era una simple espectadora, ahora lo veía. No había nacido para ser amada, sí para amar pero jamás para ser correspondida.

  –Ela…

    Por favor, amiga querida, pesada y toca pelotas, déjame en paz, déjame sola con mi pena. No te das cuenta que no me puedes ayudar.

  –Me rompe el alma verte así –continuó con dolor–. No sé qué hacer y pienso que si no sales de ese mundo, te perderé. ¿Te da igual?

  –Quiero dormir…

  –Tienes que comer algo.

  –No tengo hambre –repuse.

    Pensar era una tortura y sin embargo, mi cabeza había decidido torturarme lentamente ya que no podía dejar de recordar, todo, hasta echaba de menos esa jaula y su aspecto salvaje, amenazante cada vez que me cruzaba con esa pieza.

    Mi rutinaria forma de consolarme no me animaba, las aceitunas no me aliviaban, la bañera ya no me causaba esa intimidad tranquila y las películas de terror no me motivaban a pensar en otra cosa, e incluso veía como los protagonistas a Andreas y a mí.

    Lloraba, mucho, gritaba hasta quedarme afónica y me enfadaba conmigo mismo por ser tan débil.

    Una mierda, todo era una mierda y yo formaba parte de ella.

    Lloyd me había jodido la vida dos veces; una cuando me dejó tirada como un chicle en el suelo; pisoteado y ennegrecido, y ahora una segunda vez, haciendo que perdiera lo mejor, lo más bello y lo que más había amado en toda mi vida.

    Andreas…

    Mi amiga suspiró y se sentó en la cama, a mi lado.

  –Estela, si no lo quieres hacer por ti, hazlo por esa criatura que hay en tu interior…

    Dejé de escuchar y me incorporé de golpe.

    El bebé.

    Mi propia miseria había conseguido que no recordara esa cosita que nacía en mi interior.

    Acaricié ese estomago abultado, redondito con los dedos, ajena a todo cuanto me rodeaba. Estaba duro, sensible a mi tacto y extrañamente fuera de mi conciencia. Parecía que no perteneciera a mí, a mi cuerpo y a mi vida. 

    Realmente, muy a mi pesar no pertenecía. Ya no.

     ¿Qué voy hacer contigo?

    Era un error, yo no podía mantener a un bebé recién nacido, carecía de una economía estable, prácticamente carecía de dinero para mantenerme a mí, posiblemente dentro de poco terminaría en la calle y con un recién nacido entre mis brazos, ¿dónde demonios iba a ir?

    Cerré los ojos con dolor. Me dolía pensar así, pensar en quitar esta pequeña vida de mi vida, pero era lo más correcto. No podía mantenerlo.

    Lo siento.

  –Tengo que solucionar esto.

    Me deslicé por la cama hasta apoyar mis pies en el suelo. Noté inmediatamente la debilidad en todo mi cuerpo pero conseguí ponerme en pie, despacio y con cuidado. Inmediatamente todos mis músculos comenzaron a espabilarse.

  – ¿El qué? –preguntó Sienna detrás de mí.

  –El bebé.

  – ¿Qué tienes que solucionar con el bebé?

  –Tengo que deshacerme del bebé antes de que sea más tarde…

    Mi amiga abrió los ojos y se le cortó la respiración.

  – ¿Qué? –exclamó, casi gritando. No le hice caso, no podía permitirme el lujo de una distracción–. ¿Estás en trance aún?

  –No, estoy muy serena –contesté mientras buscaba algo que ponerme.

  –No lo piensas bien.

    Entré en el baño, me lavé la cara y me hice una simple coleta alta. Mi amiga me seguía como un perro a su amo, solo que esta perrita no meneaba la cola porque su dueña por fin se levantara de la cama, más bien era como una mosca molesta que me criticaba severamente con la voz acusatoria y una mirada impactada.

  –Sí, es lo mejor… –Su cuerpo bloqueaba la salida, tuve que empujarla para salir, eso sí, evité mirar esos ojos que se desteñían en sangre–. Deja de mirarme así.

  –No puedes hacerlo. Estela, hablamos de un aborto, un crimen…

  –Habló de no destrozarle la vida a una criatura inocente.

    Llegué a la cocina, mi bolso estaba en el suelo, en el mismo lugar donde cayó de mi brazo cuando entré dentro de esa caja de zapatos reformada, un hogar que odiaba ahora con intensidad ya que todo me recordaba a él.

  –Estela…

    Me giré abruptamente y la miré. Su aspecto era el mismo y su acusación la misma.

  –No tengo nada que darle.

  –Tú misma, una vida, una madre…

  – ¡Sienna! ¡No tengo nada! –espeté–. No tengo trabajo, ni dinero, ni casa. ¿Quieres que lo eduque bajo un puente, entre cartones? –Era realista, y mi amiga no lo comprendía, continuaba mirándome con cara de espanto–. Casi no puedo mantenerme a mí misma, no puedo cuidar de mí y no tengo a nadie que cuide del bebé si me sucediera algo…

  – ¿Y Andreas?

    Me tensé.

  –Que se joda. Él jamás sabrá la verdad.

  – ¿Y yo? ¿Tu hermano?

    Tiré todo el aire que estaba aguantando, miré con anhelo el sofá, tirarme encima como un saco de patatas me pareció increíble, pero debía ponerme en marcha, espabilar y salir de ese lugar oscuro antes de que cambiara de opinión.

  –Es mi responsabilidad, no la tuya –murmuré con la barbilla alta.

  –Estela, te lo ruego, no lo hagas…

  –Mi decisión, mi hijo y mi responsabilidad –repetí–. No puedo cargar con el pensamiento de que le puedo arruinar una vida a una cosita tan pequeña –interrumpí con voz dura–. No se merece nada malo. Yo nací en una familia que me quería pero finalmente nos abandonaron, tuve la suerte de que mi abuela nos criara y luego mi hermano permaneció a mi lado, trabajando para sacarnos adelante, pero este bebé no tendrá nada, más que una desgraciada vida.

  –No digas eso.

    Suspiré.

    Era difícil convencer a Sienna, ella todavía tenía a sus padres, un hermano que vivía los vientos por ella y toda una gran familia que se juntaba en vacaciones para pasar unos días unidos. No había vivido nada de lo mío, no comprendía a que me refería, nunca había pasado por golpes fuertes, yo sí.

    Sabía lo que hacía, sí, no era correcto, era una abominación, pero una crueldad era tener un hijo para después matarlo de hambre, de frío, de amor o de algo aun peor.

    Yo sí lo merecía, pero esa cosita no.

  –Me gustaría que lo comprendieras, pero acepto tu opinión –dije finalmente.

  – ¿Lo vas hacer?

  –Sí, y nadie me va a detener.

    Y con esa decisión salí del apartamento para dirigirme a la clínica más cercana.

    Al entrar fui directa a recepción. Di un nombre falso; Amber Pastor, la mujer, una chica de unos cuarenta años me tendió un formulario y me explicó brevemente todo lo que necesitaba. Asentí y me senté en una butaca de plástico que había en la sala de espera.

    Tres chicas más como yo esperaban. Dos más mayores, otra, una jovencita que tendría menos de dieciocho, se escondía la cara entre las manos, las otras, una estaba tranquila, la pelirroja que cerraba los ojos y se apoyaba en la pared, no parecía muy contenta.

    Sentí nauseas, dolor y vergüenza por lo que estaba a punto de cometer. Supuse que cada una de ellas tendría su pena interna, puede que la más tranquila no sintiera nada, la joven, arrepentimiento y la otra, puede que incluso ira. Pensé por un momento que se habría quedado embarazada de su jefe y se sometiera a un aborto; obligada.

    Dejé mis suposiciones y comencé a rellenar cada pregunta de text rápido donde solo se necesitaba cruces exceptuando en los datos de enfermedades o alergias.

    No recordaba ninguna enfermedad seria, pero estaba segura que no sufría ninguna alergia.

    Rellené lo más rápido posible hasta llegar a la pregunta de;

  <<Meses de gestación>>

    Mierda. No tenía ni idea de cuánto estaba.

    La dejé en blanco, me imaginé que antes de actuar me harían alguna prueba y si no, lo agradecí, cuanto menos supiera del embarazo mejor.

  – ¿Señorita Pastor?

    Mi respiración se aceleró cuando escuché ese nombre, las manos me temblaron y noté como el corazón se me paralizaba.

    Observé los papeles en mis manos, se balanceaban por el temblor de mi pulso, cerré los ojos un segundo y cuando los abrí vi ese estómago, mi estómago y algo en mi cabeza estalló.

    Una imagen, una simple imagen de un bebé con los ojos de la luna entre mis brazos me abordó como una señal…

  – ¿Señorita Pastor? –Insistió la enfermera.

    ¿Podía hacerlo?

    Respiré profundamente y me levanté de la silla. Animó, me dije y eso hice, caminé en su dirección y le entregué los papeles a la enfermera, ella me sonrió con dulzura, sin recriminaciones.

  – ¿Está preparada?

    Tragué saliva y asentí.


Capítulo 41


    Salí corriendo, mareada y con ganas de gritar.

    Me apoyé en la pared mientras las arcadas venían con fuerza, no llegué a soltar nada, mi estómago estaba tan vacío como mi alma, pero la molestia fue eterna. Cerré los ojos y conté hasta diez.

    No pensé en comida, no pensé en nada que me provocara más arcadas pero la locura que acababa de cometer estaba más que presente.

    No lo había hecho, no pude, había salido corriendo, asustada y llorando del lugar sin mirar atrás. Nadie me siguió y concluí en que, no era la primera vez que una mujer arrepentida salía corriendo de la clínica antes de que le metieran un veneno por la vagina para matar a una cosita que deseaba nacer.

    Sí, eso mismo me decía para calmar la decisión que acababa de tomar, igualmente no podía dejar pasar por alto que era más locura tratar de mantener a un bebé yo sola, aparte de que Luther me mataría y yo terminaría en un manicomio ya que, en ese momento pensé que; sería capaz de hacer cosas peores por mi Ratoncito.

    Sonreí sin darme cuenta. Ratoncito, tenía gracia, no lo conocía o no la conocía y ya le había puesto su apodo, su señal de que pertenecía a mi mundo…

    Dios, estoy loca.

  –Estela.

     Dentro de todo el revuelo de locura que llevaba encima reconocí no solo mi nombre, sino la voz ronca y dura de esa persona.

    Alcé la vista y lo vi, con tejanos y una camiseta de camuflaje delante de mí, con los brazos colgando a cada lado de su cuerpo y las piernas separadas, tan intimidantemente acojonante como el día que lo conocí.

    Martillo daba miedo.

    Ahora, con la luz del sol alumbrando ese enorme cuerpo y sus facciones más marcadas me pareció más asesino, más peligroso y más cabrón.

 – ¿Qué haces aquí? –pregunté.

    Su rostro no marcó ninguna diferencia, ni se inmutó.

    Acojonaba.

    Puede que comenzara a entender porque Darío, por muy bueno que estaba no tenía novia. El tío las espantaba con esa mirada.

  –Evitar que cometas una estupidez.

    Me enderecé.

  –He cometidos muchas y ya tengo a una persona criticándome por ello, no necesito a otro hermano mayor…

  –No trato de ser tu hermano –interrumpió.

  –Pues no entiendo que haces aquí.

  – ¿Llego tarde? ¿Lo has hecho? –preguntó a la vez que señalaba con la mirada mi estómago.

  –No… –me interrumpí–. ¿Qué?

    El pánico me invadió. Andreas no sabía nada, era imposible que ese hombre supiera…

  – ¿Sigue dentro? –repitió.

    Pues sí, lo sabía.

  – ¿Cómo lo sabes? –pregunté sorprendida.

    Darío se acercó, con cuidado y se detuvo a escasos centímetros de mí.

  –Sienna llamó a Joe, pero mi amigo creyó que este caso yo lo manejaría mejor. Y ahora dime, ¿qué ha pasado?

  – ¿Andreas…?

  –No sabe nada.

    Seco pero claro, no dijo nada más y lo agradecí.

  –No he podido, aparte de que, ya es tarde, supero los tres meses.

    Martillo levantó una ceja…Pistola desenfundada.

  – ¿Te han hecho una ecografía?

  –Más o menos.

    Frunció el ceño, retrocedí…Dedo en el gatillo.

  – ¿Te ha examinado un ginecólogo?

    Me encogí de hombros.

  –Creo que sí…

    Bufó…Primer disparo

    Un auténtico soldado.

    Él no necesitaba un arma para despejar el campo de batalla, Martillo con su típico encanto personal espantaba a cualquier asesino. Como él, ese aspecto denominado más que salvaje dejaba claro que nadie se metía con una bestia.

  –Ven.

    Me atrapó del brazo y antes de que me diera cuenta ya estaba dentro de un cuatro por cuatro negro, con él a mi lado, arrancando el motor. Me abroché el cinturón sin que; don te mato de un solo golpe, me lo indicara y después apreté la orilla de mis shorts con nerviosismo.

  – ¿Dónde vamos? –pregunté en un mero susurro.

  –A que te hagan una revisión como Dios manda –dijo con voz rotunda.

    Andreas tenía mala leche, mi hermano respiraba mala leche, pero este parecía vivir de ella. Me causaba miedo, intimidación y respeto.

    Miedo me daba la mujer que se atreviera a enamorarse de él, verdaderamente estaría tensa todo el día, aunque pensándolo bien, Darío tenía un aire misterioso y rudo que lo hacía mucho más atractivo y un semental en la cama, con lo cual, esa chica no lo pasaría tan mal.

    Puede que Martillo escondiera una bestia casi tan buena como Andreas en los pantalones…

    Maldita sea.

    Por mi bien, debía dejar de pensar en Andreas…

  –No quiero que se entere Andreas de esto –dije, dejando claro mi postura.

    Él no quería tener familia, él lo había negado al comportarse con ese pánico el día que se enteró, ahora que había decidido tenerlo no deseaba que al muy cerdo, solo por joder se atreviera a arrebatarme a mi hijo por esconderle la verdad.

    Como me dijo en un pasado;

    Te lanzaré a los leones de mis abogados para quitarte a mi hijo…

    Me estremecí de solo pensarlo.

    Sí, estaba más que claro, Andreas no se podía enterar.

  –No voy a involucrarme en vuestra relación…

  –Ya no hay relación. No hay nada –interrumpí.

    Darío me miró con curiosidad, me parece, leía bien poco en un rostro carente de emoción efusiva que no fuera el vacío y la dureza.

  –Lo que haya, no me importa, pero lo que estabas a punto de hacer no era una buena solución.

    Me recordó a mi hermano, solo que su recriminación no salió a gritos como de normal se solía pronunciar Luther.

  –No lo hice –contesté con la voz de una niña pequeña.

  –Muy bien. Has tomado una decisión acertada…

  –No tanto.

    Darío me miró con una ceja alzada.

  – ¿Qué quieres decir?

    Me hundí de hombros en el asiento.

  –Ahora mismo estoy pasando por un momento de crisis total, y no veo una recuperación a corto tiempo –bufé y me pasé las manos por la cara–. No sé cómo voy a salir adelante.

  –Yo te puedo ayudar. La mitad del edificio donde vivo es mío y tengo apartamentos vacíos…

  –No, gracias –interrumpí.

    Agradecí el gesto, verdaderamente me sorprendió, pero lo que menos necesitaba ahora era vivir cerca de un buen amigo de Andreas, ya no me refería a recordarlo cada vez que me cruzara con Martillo, era más el peligro que corría al cruzarme con el propio Andreas, no lo soportaría.

  –Esto tengo que hacerlo por mí misma –añadí mirando la carretera.

  –Como quieras, pero mi propuesta seguirá en pie.

    Llegamos al lugar, una clínica de lo más lujosa. Darío entró como si fuera el dueño, me sentó, como si fuera una niña en una de los cómodos sillones de piel blanco que había en la sala principal y después se acercó a la recepcionista. Una mujer rubia, preciosa de ojos azules.

    La chica sonrió y percibí cierto rubor en sus mejillas cuando él habló, inmediatamente asintió y tomó el teléfono. Unos minutos después, otra rubia tan impresionante como la primea salió de una doble puerta de metal.

    La mujer nada más se fijó en Darío su rosto cambió, y no solo eso, le dedicó una sonrisa de lo más seductora y caminó en su dirección con un arte que haría que Gisele Bndchen se pusiera a patalear como una niña pequeña.

    No obstante, Darío ni se inmutó, fue increíble ver como una mujer se lo comía por todas partes y él, ni caso.

    Impresionante.

    Después de unos diez minutos de conversación animada que fue todo un espectáculo, y que consiguió que olvidara la mitad de mis preocupaciones, ella, la explosiva que se moría por los huesos de Martillo me miró, y su encantadora y coqueta sonrisa; desapareció.

    Que sutil, pensé.

    Asintió y con un movimiento de princesa del mundo, movió su brazo para indicar que la siguiera. Me levanté y me coloqué justo al lado de Darío.

  – ¿La conoces? –murmuré para que doña perfecta, no nos escuchara.

  –Sí.

  – ¿De qué?

    La chica entró y Darío me frenó, tomándome del brazo mientras se giraba cara mí.

  – ¿De verdad lo quieres saber?

    Arrugué la frente.

 –Me haría falta saber si es una conquista que has jodido o una amiga que te tiras de vez en cuando, simplemente para saber que me espera dentro; si debo prepararme para que me den por saco o me traten medianamente bien.

    Vaya, Martillo se tensó a la vez que se ruborizaba.

  –Ahora comprendo porque Andreas está loco por ti, da gusto escucharte hablar.

  –Y yo ahora comprendo porque Andreas va contigo, sois tal para cual.

    Volvió a tensarse pero esta vez me retiró la mirada, presionó mi brazo y tiró de mí.

    El lugar era a tope lujo, luz y blancura por todas partes. Me deslumbré y bizca me acerqué a la silla de tortura.

  –Hola, yo soy Debby –se presentó levantando la mano, con la barbilla alta y una sonrisa que decía lo muy superior a mí que se creía.

  –Yo soy Estela, encantada.

    Ella sonrió, apretó con decisión mi mano y señaló el súper sillón.

  –Toma asiento, por favor.

    Me senté y esperé a que Debby continuara con sus funciones, desde enchufar los aparatos, a levantarme la camiseta y verter un líquido frío por mi estómago, después colocó un aparato haciendo presión en mi barriga, removiendo ese asqueroso gel por todo mi cuerpo.

    Darío a mi lado, se movía en el asiento un poco incómodo, mientras disimulaba observando todo cuanto nos rodeaba.

  –Estás de aproximadamente de catorce semanas.

    Me volví hacia Debby y la miré con ceño, como si esas palabras hubieran sido pronunciadas en otro idioma.

  – ¿Qué?

  –Catorce semanas, casi quince…y vaya –sonrió–…es grande.

    ¿Catorce semanas?

  –Imposible.

    Debby me miró con ceño y comenzó a decir algo sobre los días, el periodo y no sé qué más, yo ya estaba en mis pensamientos cagándome en todo lo que había a mi alrededor.

    Eché cuentas y… La madre que la parió…La farmacéutica…

    Según mis cuentas y de poco me equivocaba -Andreas tenía un semen del bueno- me había dejado embarazada la primera vez que se corrió dentro y lo peor no era eso, sino la píldora postcoital que me había tomado, era falsa, debía de ser eso, no, tenía que ser eso…

  –Mala guarra –espeté.

  – ¿Qué pasa? –preguntó Darío a mi lado.

  –Nada –respondí y anoté mentalmente hacerle una visita a esa mujer.

  – ¿Quieres saber qué es?

    Inconscientemente miré la pantalla al tiempo que un extraño nervio se posó en mi vientre.

  – ¿Se ve? –pregunté.

  –Sí, no es normal, pero es grande y está de cara…

    Se interrumpió y miró con una ceja alzada a mi acompañante. No me había dado cuenta pero Darío estaba casi encima de mí mirando atentamente la pantalla.

  –Es una chica –dijo Martillo, de repente, y algo en su rostro se transformó.

    Tanto Debby como yo nos quedamos con la boca abierta.

    Una nena…Una ratita…


  –Andreas las va a pasar canutas –añadió Darío, con una sonrisa burlona en los labios.

  – ¿Cómo lo sabes? –preguntó Debby impresionada.

    Darío, con un ego increíble que me recordó al padre de la criatura, se sentó de nuevo cómodamente en la silla y miró a su amiga.

  –He visto muchas ecografías de niñas en mi vida. Recuerda que solo tengo hermanas.

  –Sí, y parece mentira que rodeado de tanta mujer seas tan borde.

    Él hizo una mueca.

    Ya no miré más, me dio igual el problema de esos dos yo tenía uno que acababa de cambiar.

    Saber el sexo de lo que se cocía en mi interior acababa de cambiar el chip de mi cabeza, como un reseteo, un golpe fuerte y un increíble miedo.

    Puedo recuperarme, pensé al notar como mi corazón daba un brinco, pero de nuevo, otra vez y con insistencia la imagen e Andreas y el saber todo lo que se iba a perder, todo lo que le iba a negar… Me destrozaba.

    Andreas había sido el centro de mi universo durante nuestro tiempo; juntos, y ahora, todo se perdía, yo perdía pero él perdería mucho más, aunque después de todo seguramente estaría agradecido de no cargar con un hijo de una mujer a la que odiaba.

    Necesitaba un plan, un cambio. En un futuro tendría una nena, una pequeña de la que cuidar y debía madurar, buscar mi coordinación para arreglar cada paso que había dado mal en el pasado.

  –Seguro que no quieres comer –preguntó, por enésima vez Darío, después de salir de la clínica.

  –No, de verdad, no tengo hambre.

  –Yo sí.

    No hubo forma de discutir. Martillo decidió por los dos y después de un circuito de quince minutos, llegamos a un increíble restaurante…

    Retrocedí nada más vi, detrás de la barra con un mandil y un gracioso gorrito al hermano mayor de Andreas.

  – ¿Qué haces?

  – ¿Será una broma? –Abrí los ojos para dar énfasis a mi incredulidad–. ¿Por qué me has traído aquí?

    Levanté la mano y señalé, crispada el letrero del restaurante.

  –Porque vas a trabajar aquí…

  –No.

  –Ya he hablado con Leon, Joe y Aaron también le han dado su opinión sobre tu comida, y bueno, él está más que encantado de tenerte en su plantilla…

  –No.

   Darío arrugó el ceño, como si acabara de confesarle algo terrible. Después, con lentitud, un acto de lo más raro en un hombre, sacudió la cabeza y centró, otra vez su atención en mí, pero esta vez, de forma diferente como si dejara en libertad algún sentimiento.

  –Estela, vas a tener una niña. No quieres que Andreas se entere y piensas criarla tú sola. Ya que no quieres que nadie te ayude, acepta el trabajo. No por ti, sino por esa pequeña.

    Me arropé el vientre, con un brazo. Miré ese movimiento, deteniéndome unos segundos en esa misma zona antes de volver a mirar a Martillo.

  – ¿Quieres tener hijos? –pregunté.

    Darío levantó las cejas por la sopesa que le produjo mi pegunta, pero finalmente respondió:

  –El fundamento en que se basa para tener un hijo es una relación, no tengo una relación, y con ello no pienso en familia.

  – ¿Por qué no tienes una relación?

    Una pregunta tonta, ese aspecto dejaría a las mujeres alucinando, pero una subida de cejas las dejaría temblando.

    Darío sonrió, a su manera.

  –Digamos que no he encontrado a una mujer que me interese tanto como para mantener una relación.

    No sonó triste, pero sí un poco derrotado, igualmente no dije nada más, preferí cambiar de tema.

  –No puedo trabajar aquí.

  – ¿Por qué? Ya conoces a Leon, y te encanta cocinar, aquí puedes desenvolverte genial, y Leon es un buen jefe…

  – ¿Y lo de mi embarazo?

    Alzó las cejas realmente sorprendido, como si le hablara en otro idioma.

  – ¿Qué tiene que ver?

  –No quiero que Andreas se entere.

  –No tiene porque.

    Parpadeé para centrar toda mi atención en esta conversación.

  – ¿Y qué le digo a Leon cuando me crezca el panzón? –y añadí con mi típica voz burlona–: <<Oh, jefe, no se preocupe por esta barriga de Shrek, es que me amorro al grifo de la cerveza cada noche>> –. Darío sonrió y negó a la vez–. Él sabe que su hermano y yo mantuvimos una relación…

  –Y sabe que Andreas se cuida bien.

  –Pero las fechas.

    Colocó una mano encima de mi hombro, no me incomodó, pero la mirada que me dedicó me puso nerviosa. Sin importunarle me retiré y su brazo cayó.

  –Ya inventaremos algo.

  – ¿El qué?

    Darío se rascó la cabeza con timidez.

  –Bueno, llegado el caso…pues… le podemos decir que…

    No terminó, es más, comenzó a ponerse nervioso.

  – ¿Qué?

    Levantó la vista y me miró directamente a los ojos.

  –Que es mío.

  – ¿Eh?

    Ni parpadeó, ni se inmutó al decirlo, como si acabara de decir que usa calcetines blancos. Impresionante, parecía que no tuviera alma.

    Realmente Darío era muy frío. Otro miedo más.

  –Bueno, no quieres que Andreas se entere, yo no tengo pareja, no me importa fingir…

  –No. –No, no, no–. Es una idea terrible.

  –Vale, pues ya pensaremos otra cosa. Tenemos tiempo.

  –No mucho. Los niños tienden a crecer, pronto tendré más barriga que cuerpo y decir que me he comido un melón no creo que cuele.

    Otra vez sonrió, de forma poco normal. Por favor, no parecía ni él.

  –Eso no cuela –bromeó–. Pero tranquila, relájate. Son dos cabezas funcionando, algo bueno tiene que salir de una bocazas y un malhumorado.

    Me hundí de hombros. Darío tenía razón, necesitaba trabajar y bueno, un restaurante no me parecía tan mala idea. Me encantaba cocinar y el lugar parecía increíble.

    Entré con él y… Finalmente ya tenía trabajo.

    Sí, me había tragado mi orgullo y obedecido a Martillo, confiando sobre todo en que algo se nos ocurriría, el resto fue obra de Leon y su forma de alabar mi comida.

  –Gracias por todo, Darío –dije nada más bajé del coche.

    La vuelta a casa no es que fuese muy festera, más bien yo preguntaba algo y él contestaba tan seco como un pescado muy hecho. No era una compañía fascinante, no para entablar una conversación, pero sí para alegrarte la vista.

    No obstante, no fue tan malo.

  –No hay de qué, Estela.

    Darío se metió las manos en los bolsillos y le dedicó una mirada al edificio de enfrente, de pronto algo en sus ojos se oscureció.

  – ¿Por qué lo haces? –pregunté.

    Él se giró y me miró, el aspecto siniestro de antes desapareció.

  –Puede que por Andreas. Lo respeto.

    Sonreí.


  –Confió en que no le dirás nada.

  –Ya te lo he dicho, es tu decisión.

   El corazón me dio un vuelco al escuchar la ternura de su voz.

    Andreas tenía suerte de tener amigos como él y yo, de habérmelo cruzado. Bajo un aspecto de lo más atemorizador se escondía una persona que se preocupaba por los demás.

   Sin darme cuenta me acerqué a él con paso torpe y lo rodeé en un abrazo, un abrazo fraternal, nada de erótico.

    El cuerpo masculino, duro y tenso, se sorprendió soltando el aire en un ruido extraño que salió de su garganta.

  –Gracias –murmuré para que se relajara. Entonces, los brazos de él me rodearon la espalda y sus manos acariciaron mi cuerpo–. No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho por mí –dije contra su pecho.

  –Estaría bien que me invitaras a un vaso de agua.

    Me retiré de su cercanía, un poco, sin apartar mis brazos de su cuerpo y alcé mi mirada hasta la suya. Nuestros ojos se cruzaron y en un momento de confusión, él inclinó la cabeza y se me acercó.

    Se me cortó el aliento al imaginar lo que estaba a punto de pasar, algo que no debía suceder, pero en el momento que intenté echarme hacia atrás para rechazar el beso, una voz masculina; dura y rotunda, a nuestra espalda, frenó a Darío muy cerca de mis labios.

  –Vaya, veo que ninguno de los dos pierde el tiempo.

    Inmediatamente me soltó y con el rostro desencajado por la preocupación y la sorpresa miró a su amigo. Yo, con más lentitud me giré e inmediatamente sentí que las piernas me pesaban junto con una fuerte tensión en la pelvis.

    Con el pelo cobrizo y unos ojos grises matadores, Andreas nos observó a uno y después al otro con una mirada brillante y llena de ira.

    Noté como toda la cadena de impulsos locos de deseo me arrollaban al fijarme en ese esplendido hombre. Perfecto como siempre, con tejanos, camisa blanca y un cárdigan de punto fino; abierto, enmarcaba el afrodisíaco de cualquier hambrienta con la que se cruzara.

    Que tremendo era. Dios. Era el hombre más guapo, sexy e irresistible que jamás había visto en toda mi vida.

    Una pequeña esperanza me arropó el corazón al pensar que Andreas había vuelto a por mí, que se había arrepentido de todo y se había dado cuenta de que todo era una mentira y que yo siempre le había sido fiel.

    Sí.

    Solté el aire por una pequeña ranura de mis labios y deslicé mi mirada de ese torso a su rostro.

    Rabioso, enfadado y tirándome a través de esas lunas, una furia descontrolada.

  – ¿Qué haces aquí? –susurré con una pequeña nota de felicidad.

    Alzó la barbilla con prepotencia y me dedicó una mirada de repugnancia.

    Se me cortó el aire.

  –He venido a traerte lo que te dejaste. –Levantó una pequeña bolsa que llevaba en la mano y me la mostró–. Detesto tener basura por casa ocupando lugares que necesito.

    Atónita por la expresión me quedé sin palabras.

    No había vuelto a por mí, solo había regresado para descargar más mierda sobre mí.

Capítulo 42
ANDREAS
    Me centré en mi propia furia, en recordar las palabras, en recordar la cara de ese cabrón y en ella.
    Cuando Tim, ese desgraciado me dijo lo que había visto me reí en su cara, el muy capullo ya no sabía que inventar para joder, pero al hablar con Aaron y escuchar de su propia boca que era verdad, directamente dejé de pensar en la alegría de Tim y pensé en degollar al inútil de Lloyd y matarla a ella por su traición.
    Estela, ¿Por qué?
    Me lo pregunté millones de veces, millones.
    Una parte de mí, la que la deseaba, la que la amaba no podía creer en ello, se negaba aceptar la realidad, pero la parte sensata, una crucial de la que me fiaba cien por cien me mostró todo lo que era Estela, me mostró a Cody, al empresario Doug, ese viejo verde, y después a Lloyd.
    No podía haber estado más equivocado en mi vida.
    Estela siempre había sido libre, una mujer independiente, luchadora y amante de la vida. Hasta tenía un cartel colgado en su cara que defendía su libertad a tope. Pero yo me negué, pensé que conmigo sería diferente, que yo sería exclusivo y que nunca necesitaría a otro hombre.
    Que equivocado estaba.
    Sin complicaciones, sin ataduras, diversión y adrenalina, eso debí pensar cuando me metí por primera vez entre sus piernas, y lo más gracioso es que lo pensé, pero me dejé llevar, desgraciadamente me dejé llevar por ella, por su encanto personal en ponerme como una moto, en ponerme de los nervios y alterar tanto mi vida que la había cambiado sin darme cuenta.
    Y ahora estaba que no soportaba un día más.
    En la intimidad de mi hogar me había sumergido en el alcohol. No causó efecto. No dormía en la cama, no soportaba pensar en ella acostada a mi lado, no soportaba la idea de saber que iba a despertar y no tendría su cuerpo pegado al mío.
    Mirara donde mirara la veía a ella. La cocina era un infierno, el jakuzzi el propio cazo de belcebú y esa jaula…
    La tapé con una sábana grande, sin embargo no podía tapar nada más. Se me ocurrió cambiar de muebles, cambiar la distribución de la casa e incluso cambiar de habitación, pero la otra también tenía su huella. Aunque solo fueran tres noches, ella había dormido ahí.
    Me consumía, vivía amargado sin paréntesis de descanso, de dejar mi mente en un estado muerto. Nada. Hasta en sueños me perseguía su imagen, su cuerpo sobre el mío, ese maldito disfraz de Ratita
    La odiaba…
    Y sin embargo, después de mi viaje de negocios me vi buscando por toda la casa algo de ella, algo que se dejara para encontrar una excusa perfecta y volver a verla.
    Lo encontré y me pareció ridículo; dos coleteros, un cepillo de dientes, su crema de melocotón y una pulsera espantosa que ella misma se había hecho con hilos. Todo lo guardé en una bolsa y me dispuse a ir a su casa…
    Tres veces y ninguna de ellas conseguí salir del coche. Unas por lo rabioso que estaba al echar un vistazo a la puerta de su edificio y otra por pánico, miedo a que no me recibiera.
    Dentro de mí sabía cómo la había tratado, cómo la eché de mi casa, del trabajo y de mi vida.
    Sabía que ella me odiaría casi tanto como yo a ella.
    Pero ésta cuarta vez todo cambió.
    Desde mi coche los había visto y aunque me pregunté qué demonios hacía Darío con ella, no me pude responder cuando ella y él, mi mejor amigo, un hermano que conocía de años, la abrazaba, la tocaba y se acercaba a ella…
    Salí del coche corriendo, embestido como un toro a la carga, con los puños cerrados y los ojos inyectados en sangre.
    Maldito bastardo. No había tardado ni dos semanas en ir a por mi chica.
    Ambos se sorprendieron de mi violenta voz, pero mis ojos estaban fijos en ella, después hablaría con el cerdo traidor que consideraba amigo.
  –Pensé que lo tenía todo –respondió Estela con sequedad.
  –Desgraciadamente no. Ya ves, me has obligado a traértelo a tu casa, ¿quién demonios te crees que soy? ¿Tu criado?
    Estela se sobresaltó y esos ojos cristalinos me acribillaron.
    Bien, ratita, yo también estoy escocido.
  –Haber enviado a alguien, con todo el dinero que tienes y que te encargas de restregar a todo el mundo…
  –Estela –amenacé con salvajismo.
    Nuestros ojos se cruzaron y bajo la furia que me dedicaba reconocí el dolor. Se acercó para robarme la bolsa y cortar por lo sano mi visita.
    Ja, que te lo has creído.
    Retiré mi brazo antes de que sus dedos tocaran el papel y con una mano la tomé del brazo. No fui dulce, no fui cariñoso, estaba rabioso de haber visto como casi, solo casi besaba a otro cabrón y actué como tal.
    De un violento tirón la arrimé a mi cuerpo y con la misma violencia, apreté su cuerpo contra el mío. Ella se tensó y dejó de respirar.
  –Que pronto me has buscado sustituto –murmuré contra su mejilla para 1que solo ella me escuchara.
  –Andreas –advirtió Darío, quien se acercó a mí. Lo detuve con la mirada.
    Sí mi amigo sabía lo que le convenía, sabría perfectamente que no era el momento para meterse entre ella y yo, sin embargo me sorprendió su actuación al coger a Estela del brazo y retirarla.
  –Contrólate amigo…
  –Ahora mismo no soy tu amigo, desgraciado –le informé cortante.
    Darío se tensó y me dedicó una mirada crispada.
  –Los celos te ciegan…
  –Cállate, Darío. Sé lo que he visto, sé con seguridad lo que estaba a punto de pasar.
    Mi amigo soltó una carcajada sarcástica.
    Apreté los labios y los puños. Intimidante di un paso adelante. La sonrisa de Darío desapareció.
  – ¿Qué te hace gracia?
    Darío levantó el mentón.
  –Tu vanidad. Ni comes ni dejas comer.
    Las uñas se clavaron en mi carne.
  –Comete otra cosa. –Las fosas nasales se me abrieron, lo noté, pude imaginarme mi rostro ardiendo de furia.
    Había miles de mujeres dispuestas para él, podía elegir a la que le diera la gana, ¿por qué Estela?
  –Lo que tú digas, por supuesto.
  –No te burles de mí –amenacé acercándome más a él.
  – Lo haces tú solo–provocó.
    Di otro paso más.
  –Eso se puede arreglar –grazné.
  – ¿De verdad quieres empezar una discusión aquí?
    Me encogí de hombros.
  –La verdad es que no me importa el lugar donde liarla, Estela está curada de espanto, le he metido mano en tantos lugares públicos que no se asustará –sonreí cuando escuche un grito por parte de ella y observé un peculiar sentimiento violento en el rostro de mi amigo. Más animado continué–: Pero si te espanta la idea, amigo –me mofé– lo podemos dejar para otro momento, uno donde tú te encuentres con…
    La interrupción la causo un débil empujón que me dio Darío, junto con una carcajada que me salió del alma.
    Darío tenía muy mala leche, por supuesto, no le gustaba que le tocaran mucho los huevos, no solía aguantar la postura bien y la provocación, bueno, no era un hombre de mucha paciencia. Por eso me reí.
  –Supongo que eso es un: te apetece jugar.
  –No quiero pelearme contigo, Andreas.
    Sera capullo. Ahora se hacía el mártir.
    Me irrité.
  –Yo sí.
    Avancé pero esta vez no fue él quien me detuvo, sino ella, que salió de detrás y se interpuso entre los dos. La excepción es que únicamente me miraba a mí.
  –Vete –me ordenó.
    La miré, condenándola con los ojos y dibujé una sonrisa sarcástica en mis labios.
  –Antes subiré esto a tu casa, después Darío y yo, nos largaremos…
  – ¡No!
  –Grita lo que quieras, Estela, pero así son las cosas.
    La tomé del brazo y arrastré su cuerpo reacio al interior del edificio. Subí los escalones con ella quejándose, Darío bufando detrás de nosotros y yo, con una sonrisa de oreja a oreja al saber que trataba a la ratita como deseaba. Mal.
    Estela abrió la puerta pero el único que entró dentro fue Darío, en el momento que ella daba el paso para introducirse dentro, la atrapé, empujé su cuerpo contra la pared y cerré la puerta, después me coloqué encima de ella, arrinconándola con mi propio cuerpo.
  –Ya has hecho suficiente para convertirme en tu enemigo, ¿por qué ahora juegas con Darío?
    Ella respiraba aceleradamente y esa mirada turbia me indicó lo que palpitaba entre sus piernas.
    Dios. Céntrate, no te despistes.
  –No estoy haciendo nada…
  – ¿Qué haces con él? –interrumpí con brusquedad.
    Ya sentía la electricidad que me provocaba el cuerpo caliente de esa mujer. Me estaba volviendo loco, entre fuere de mis cabales y desesperadamente perturbado por estar dentro de ella…
    Te ha traicionado. Me recordó mi conciencia.
  –No tengo que darte explicaciones. Tú me dejaste todo claro.
    Estela no podía negar lo muy alterada que estaba, aun después de hablarme con la voz seca, ella también se estaba volviendo loca. La conocía.
  –Y sabes bien el por qué.
  –Por una mentira, por algo que no cometí. Ni siquiera me diste la oportunidad de contarte mi versión de la historia…
  – ¡Te abriste de piernas para ese gilipollas!
  – ¡Eso es mentira!
  – ¿Qué tiene él que no tenga yo? ¿Es mejor en la cama? ¿Te pone más guarra?
  –Déjalo ya…
    Me apegué mucho más, completamente unido a su cuerpo y deslicé una de mis piernas entre la suyas.
  – ¿Es más inventivo, más excitante, más sucio? ¿Qué te hacia él que no te hiciera yo? ¿En que era mejor que yo? Dímelo, quiero saberlo, quiero comprender porque me has cambiado por ese payaso –espeté con ferocidad.
    Me ardían los ojos, el cuerpo y la garganta.
  –Andreas…
    Suspiró y noté como soltó toda su fuerza con ese roce de su viento. Estaba borracha de mí.
    Me había aproximado tanto a su cuerpo que casi le había cortado yo mismo
la respiración, pero ella no me retiró, es más se convirtió en arcilla entre mis manos.
  –Me deseas –dije con gesto de satisfacción.                                                                     
    Con toda la intención levanté una mano para tocar esos pezones macados bajo la camiseta. Estaban duros, como dos cimas que palpitaban locamente. Estela soltó un gemido y cerró los ojos.
  –No… –ronroneó sin voz.
  –Te mueres por mí.
    Sí, se moría. Esa zorra se moría por lo que yo podía darle.
    Maldita seas, Estela.
    Me lancé, fui a por su boca, para devorarla con pasión fiera y demostrarle lo mucho que me deseaba. Ella se derritió y se rindió ante la invasión de mi lengua. Mis manos rozaron su cuerpo y con alegría me llevé la satisfacción de notar lo mucho que le temblaba el cuerpo.
    Sí.
    Mi beso se profundizó, se volvió desesperado, quería hacerle sangre, dañarla para que supiera todo el daño que me había causado con su traición. Ella, entre gemido, suspiro y petición de mi nombre entre nuestros labios, deslizó sus brazos por mi cuerpo y me tomó del cuello.
    Ya está bien.
    Terminé con el beso y con frío desdén, aparté sus brazos, luego, por encima de ella, como si no significara nada la miré con helado desprecio.
  –Una lástima que ya no me interese esto de ti. Ahora tengo a otra que me lo hace todo mejor.
    Ella se tensó y me empujó. No me opuse, ya había conseguido lo que quería.
  –Me alegro por ti –dijo rabiosa, luego una sonrisa que me hizo temblar se dibujó en sus labios, agárrate a lo que puedas, vas a flipar, pensé–, así no me sentiré mal al decirte que, puede que me planteé tirarme a Darío, ese hombre debe de ser una fiera en la cama…Oh Dios, de solo pensarlo me están dando espasmos.
    Mala guarra.
    Me adelanté para atraparla y darle una paliza pero ella se escurrió por debajo de mis brazos y salió corriendo hasta desaparecer por el interior de su casa.
    La seguí, no estaba dispuesto a que ella tuviera la última palabra, pero las mías propias se terminaron en el momento que entré en esa cajonera y me topé con tanta gente, aunque realmente el que llamó mi atención fue Luther, quien nada más me vio se tensó visiblemente y me dedicó una mirada poco amistoso.
  – ¿Andreas?
    Todo se frenó, todo cuanto me rodeaba dejó de moverse, desapareció en el mismo momento que reconocí esa dulce voz.
    Con mucha lentitud y con el corazón latiendo a mil por hora me volví en la dirección de la mujer…
    Era ella…
  –Andreas –repitió con ese tono que siempre había amado; dulce, cariñoso y feliz–, ¿qué haces tú aquí?
    Y su sonrisa, ese gesto que adoraba en ella… No podía ser. No podía ser que fuera ella…
    ¿Qué demonios hacia Renata, mi ex prometida en casa de Estela?
  – ¿Renata? –murmuré sin respiración.
    No había cambiado, continuaba siendo hermosa, de ojos claros, con el fuego en su cabello largo y un cuerpo esbelto embutido en un sencillo pero elegante vestido ceñido que acentuaba sus formas.
    Ella se acercó, sin retirar su mirada de la mía. La observé sin poder retirar mis ojos de esa sonrisa en esos carnosos labios y el marcado de sus pasos en el suelo; sensuales, lentos y provocativos.
    Se me lanzó a los brazos y pegó sus enormes pechos -algo nuevo- contra mi torso. Me tensé pero no pude evitar abrazarla. Olía igual, a frutas dulces mezclado con algo fuerte, y su cuerpo continuaba siendo tan suave, tan delicado y tan perfecto...
    Abrí los ojos al darme cuenta de lo que estaba haciendo y la primera persona que vi fue a Estela, mirando la escena con los ojos abiertos y el pecho subiendo y bajando con rapidez.
    Sentí una extraña presión en mi pecho… ¿Cómo me había olvidado de la ratita?
    Inconscientemente retiré a esa mujer de mi cuerpo sin poder apartar las sensaciones que me provocaba la reacción de Estela. Ella me retiró la mirada y la dirigió a su hermano.
  –Andreas…estás igual…
  –¡¿Cómo que Andreas?!
    El grito salió de la boca de Luther. Lo miré, como todos los que había ahí, no parecía muy contento.
  –Relájate primo –dijo Renata, luego se giró cara Estela–, ¿de qué os conocéis?
  –Él…él…él… –A Estela no le salían las palabras, a mí tampoco No podía dejar de mirar la cara de espanto de Luther… ¿Primo?–. ¿De qué lo conoces tú?
  –Bueno, es el único hombre que consiguió ponerme un anillo de compromiso.
  – ¿Qué? –Otra vez Luther, más histérico que antes.
  – ¡Luther! –gritó Estela, pero fue demasiado tarde.
    Me había girado para ver a Estela y antes de que pudiera recapacitar, sentí el golpe contra mi mejilla, un golpe bestial, tanto que me hizo retroceder. Me incorporé por inercia, no por prepárame para otro, por suerte Luther ya estaba controlado por Estela, Renata y Darío.
    Mal decía y criticaba a Estela, decía tantas palabrotas y lanzaba tantas preguntas a su hermana que no comprendí ninguna, tan solo que le había mentido. Ella trató de calmarlo.
    Sacudí la cabeza y miré a mi alrededor… ¿Qué demonios estaba pasando?
    Perturbado con la aparición de Renata y la reacción de Luther no calculaba mis pasos. Un reflejo morado me animó a levantarme y me di cuenta de que Sienna se me había acercado.
  –Será mejor que te vayas –aconsejó– bastante asco te tiene Luther y, ahora que se acaba de enterar de la verdad…Te va a matar.
    Asentí, incapaz de poder mencionar ninguna palabra y me di la vuelta. Antes de salir miré por última vez a Estela, ella no me miraba, estaba más preocupada de su hermano que de mí.
    Era el fin, ahora sí. Y era lo mejor.
    Bajé las escaleras arreglándome el pelo pero cuando abrí la puerta del coche una pequeña mano me detuvo. Me volví y me encontré, otra vez sin palabras.
    Renata.
    Mierda, esa mujer otra vez en mi vida, otra vez con problemas, otra vez destrozándome. No la quería, sí, me había impactado verla de nuevo, la última vez que la vi estaba destrozado, tragándome mi sufrimiento mientras observaba como disfrutaba de unas vacaciones con mi cuñado.
    Yo fui quien tuvo que dar miles de explicaciones a los invitados cuando anulé nuestra boda.
    ¿Qué quería ahora?
  –Siento lo de mi primo, no sé qué le ha pasado…
  –Quizás tenga que ver con lo que tú les hayas contado –recriminé.
    Ella se mostró ofendida.
  –La verdad.
    Fruncí el ceño.
    Y una mierda.
    La reacción de Luther tenía una causa injustificada y aunque al principio me había costado comprender lo que sucedía, al observar la sorpresa en Estela y el acto violento de su hermano, todo encajaba.
  – ¿En serio?
  –Me rechazaste…
  –Después de dejarme colgado y largarte con Dante.
    Un mohín se dibujó en sus labios. Puede que en el pasado eso me derritiera, pero ahora Estela me había dado mucha caña como para caer en la tentación de algo tan dulce.
  –A él lo has perdonado, ¿por qué no me perdonas a mí?
  –Porque con Dante no he tenido más remedio, es mi cuñado, y después de ver lo bien que se porta con mi hermana me he dado cuenta de que la culpable fuiste tú. Tú aceptaste su propuesta, ¿por qué no lo enviaste a la mierda?
    Renata se retiró el cabello de la cara y me mostró un cuerpo abatido, un rostro lleno de pena, de culpabilidad, pero eso a mí ya me daba igual. Estela había conseguido que olvidara aquello, aunque ahora me había destrozado, pero eso ya no importaba. Esa relación también se había ido a la mierda.
  –Lo siento, Andreas…
  –Ya es tarde, me da igual.
  –Pero a mí no. Quiero que hablemos, quiero arreglarlo, aunque sea como amigos.
    ¿Cómo amigos?
  –No.
    Renata se me acercó, y traté de impedirlo pero mi coche bloqueó una escapada perfecta. Me tomó de las manos y las presionó con sus dedos.
    No sentí nada, más que ganas de largarme de allí.
  –Andreas, te comprendo, entiendo toda esa furia que sientes hacia mí, pero he cambiado, he madurado y me arrepiento de lo que sucedió. Jamás debí abandonar al hombre que amaba realmente. Me di cuenta tarde y te perdí.
    Precioso, pero no hizo que cambiara de opinión.
  –El tiempo no cambia a las personas. Yo olvido, pero no perdono…
  –No es justo –se quejó.
  –Bueno, la vida es una mierda, cuanto antes lo asumas mejor.
    Retiré sus manos, su cuerpo y sus palabras de mi cabeza para darme la vuelta y largarme.
  –Andreas, dame una oportunidad, solo una y te prometo que si no sale bien desapareceré de tu vida.
    Me pasé la mano por el pelo. Renata parecía más sincera que nunca, más madura que antes e incluso más mujer. Continuaba siendo preciosa, no tanto como Estela, Estela era un bombón…
    Interrumpí mis pensamientos porque no me gustaba el camino que estaban tomando.
    Estela había muerto el día que se dejó tocar por otro hombre. El día que me traicionó ella había desaparecido para mí, y ahora, ella ya había encontrado a otro, lo había dicho.
    Bien Darío, pues toda para ti.
    Miré a Renata, esperando pacientemente una respuesta.
  –Deja que lo piense.
    Ella sonrió.
  –Salgo de viaje dentro de tres semanas hasta entonces esperaré tu llamada.
    Se dio la vuelta y se fue. Seguí sus pasos pero no por ver ese cuerpo en movimiento, sino por decirme a mí mismo que no sentía nada por ella, e inconscientemente levanté la cabeza y miré una ventana al otro lado de la calle.
    Estela, inconfundible, era ella quien estaba asomada, mirándome hasta que me quedé mirando y desapareció.
  –Adiós –susurré y me monté en el coche.


Capítulo 43
ESTELA
    Renata entró en casa caminando con clase, como si estuviera encima de una pasarela con millones de focos atentos a ella, no pude evitar dedicarle una mirada furiosa. Sonreía, posiblemente de algún comentario de Andreas.
    Apreté los puños y recordé lo sucedido en el descansillo del edificio.
    Realmente mi actuación fue penosa. Había caído tristemente rendida a sus pies. Un toque, su cuerpo y su aroma y ya era un flan. Pero que quería, patéticamente lo amaba.
    Inspiré y decidí dejar de pensar en él, debía olvidar aquello que me producía daño, debía eliminar a Andreas de mi vida, y lo principal era borrarlo completamente de todo. Con ello retiré mi mirada del cuerpo de mi prima y me fijé en mi hermano…
    Dios. El día mejoraba.
    La reacción con la que más odiaba toparme era la misma que tenía delante en ese mismo momento. Mi hermano con el rostro decepcionado.
  –Me has mentido –dijo, refiriéndose a lo de Andreas.
    Podría haber intentado buscar un pretexto para conformar a mi hermano y salir airada de la regañina, pero me encontraba tan sumamente hundida que me encogí de hombros mientras me dejaba caer en el sofá.
  –Lo siento –dije, con sinceridad y esperé a que el rapapolvo de Luther diera comienzo.
  –Estela, ya no sé qué hacer contigo.
    Alcé la vista y lo miré atónita. Mi hermano casi parecía tan abatido como yo, y me sorprendió.
    Yo pasaba por un mal momento, bueno, ¿malo?...
    Mejor dicho terrible.
    Un derrumbamiento total. Sin embargo no me podía imaginar que causa afectaba tanto a Luther como para tener la cara tan abatida como la mía.
    Mi vida era una mierda, la suya no es que fuera perfecta pero no se comparaba con la mía. A mí me acababa de dejar el hombre que amaba, me acababa de enterar de que iba a tener una niña que casi mato y para colmo, mi prima, era la mujer por la que Andreas bebía los vientos en el pasado, la única mujer, aparte de mí que; lo conquistó y consiguió una prueba de amor con un compromiso, como yo, pero el mío no duró más que un par de horas, el suyo seguramente se hubiera dado si Renata no se hubiera largado con Dante…
    De pronto, caí en una cosa. La versión que Renata nos dio sobre su ex prometido era una mentira. Según ella; Andreas la abandonó, la dejó y se largó del país para vivir la vida loca, ese tiempo fue cuando Renata conoció al hippy y más tarde al sexy italiano con el que se volvió loca.
    Menuda mentirosa.
    Observé a mí alrededor, asegurándome de que Renata no nos escuchaba y después me acerqué a Luther.
  –Sabes que nos mintió –dije, después señalé a Renata con la mirada.
    Mi prima; serena, feliz y más tranquila que todos, se encontraba sentada en una de las sillas de la cocina, justo al lado de Sienna.
  – ¿A qué te refieres?
    Miré de nuevo a mi hermano y susurré más suave:
  –Fue ella quien lo abandonó, no al revés. Renata lo dejó por otro hombre dos meses antes de la boda.
  – ¿Quién te ha dicho eso?
  –Él.
    Luther me miró con los ojos en blanco.
  – ¿Y lo crees? Después de dejarte tirada, de echarte del trabajo y tratarte como una mierda; ¿te crees su versión?
    Por supuesto, pensé.
    Hércules era un desgraciado, se había portado mal conmigo pero debía reconocer que en esto tenía razón.
  –Sí. Andreas es demasiado vanidoso como para inventar que su futura mujer prefirió una aventura con otro hombre que una relación seria con él. Andreas es un cerdo, pero siempre ha sido sincero conmigo.
    Se sentó en el sofá, a mi lado, dejando caer todo su cuerpo como si le pesara una tonelada. Apoyó los codos en los muslos y después se aguantó la cabeza con las manos. Murmuró algo, una palabra incomprensible y respiró fuerte.
  –Renata es de la familia, lo pasó muy mal –me miró con los ojos llenos de culpabilidad–, tú lo sabes bien, se quedó en casa un mes antes de salir de viaje.
  –Eso no cambia el hecho de que se inventó su versión…
  – ¿Y porque iba hacer tal cosa?
  –Por orgullo. ¿Qué iba a decirnos? ¿Qué se largó con un hombre a escondidas de su prometido a una isla paradisíaca y luego quiso volver con Andreas y él la rechazo? –pregunté con sarcasmo.
    Conocía muy bien a mi prima, orgullosa y segura de sí misma, no era capaz de aceptar que un hombre la rechazara. Bastante dolida estaría con que Dante la enviara a la mierda como para aceptar que otro, su propio prometido la despidiera de la misma forma. Sería una patada para su orgullo y su estado de ánimo.
  –Es difícil de creer, después de lo que ha pasado contigo.
  –Olvida mi problema y piensa en lo que te digo. Renata nos mintió en toda nuestra cara.
    Mi hermano, un duro hueso de roer, negó con la cabeza.
  –No me fio de Andreas –mencionó con sequedad–, ha demostrado ser un cerdo arrogante que no respeta a nadie. Un auténtico niño mimado.
    Quien fue hablar.
    Mi hermano era un promiscuo con las mujeres, no sentaba cabeza y no deseaba una relación sería, pero era tradicional y respetaba a las mujeres, basándose en sí mismo, sabía cómo pensaban los hombres y aunque él era igual solía castigarlos y juzgarlos sin motivo. Es decir:
    Antes creía la palabra de una mujer que la de un hombre.
    Es extraño, y más viniendo de un hombre que en tres meses se había acostado con diez mujeres diferentes, pero era real y ahora lo comprendía, entendía porque a Luther nunca le parecía bien ninguna de mis relaciones. Yo era la pequeña de la familia, su hermanita y para él, no había ningún hombre bueno para mí.
  –Hablaré con ella –murmuró pero no parecía muy convencido.
    Miré a Renata, fijaba su vista en Darío, quien apoyado en la pared, como si estuviera posando nos miraba a Luther y a mí. Me tensé e inmediatamente recordé el bebé que crecía en mi interior.
    Era hora de contárselo a Luther, total, un bomba más ya no sería tan grave.
  –Luther –atrapé su brazo antes de que se dirigiera hacia mi prima. Mi hermano miró mi mano y luego a mí con ceño–. Hay algo más que debes saber.
  – ¿Ahora?
    Asentí.
    Dios sí. Quería quitarme este peso de encima de una vez.
    Lo arrastré hasta la habitación y después cerré unas cortinas para separar la intimidad de la conversación con la gente del salón, igualmente no me importaba, exceptuando Renata, el resto ya sabía el notición que estaba a punto de lanzarle a Luther, lo que no sabían -al igual que yo-, era como el nuevo tío se lo iba a tomar.
     Mientras yo me sentaba en la orilla de la cama, mi hermano se dirigió a la ventana, corrió un poco la cortina y se asomó.
  –Odio este lugar –dijo, luego se giró y me miró–, odio que vivas aquí.
  –Es una buena zona…
  –Un cuchitril en; un buen barrio. Es genial –ironizó.
    Solté un aspaviento y me miré los pies.
  –Puede que pronto me mude.
  – ¿Dónde?
    No era la primera vez que me enfrentaba a mi hermano pero sí la primera vez en toda mi vida que debía tragarme mi orgullo y hablar lo más nítido y tranquilo posible, por una parte era difícil y más teniendo delante a un hombre que soltaba bombardeos como si lo atacaran, pero por otra, influía mi forma de decirlo, mi estado de ánimo y un chantaje.
    Esperaba que todo saliera bien.
  –Estado a punto de cometer un acto ruin.
    Deslicé mis ojos de las flores de mis bailarinas a los ojos de Luther. Examinaba mi rostro, con curiosidad.
  – ¿Qué has hecho?
  –No, no lo hecho –corregí–, no pude y por suerte Darío...
  – ¿El matón que está fuera?
  –Sí, pero es un buen chico, y me ha ayudado mucho.
    Quise reírme. Increíble, hasta mi hermano había calificado a Martillo como un malote total.
  – ¿En qué te ha ayudado?
    Tomé una intensa bocanada de aire y lo solté:
  –Estoy embarazada de Andreas y… casi me deshago del bebé. Casi lo mato…por poco hago desaparecer a la ratoncita
    Me interrumpí. Pensar en lo que estuve a punto de haber hecho, hizo que sintiera náuseas y me odiara a mí misma.
  –Dios…
    Mi hermano, con las facciones alteradas comenzó a dar vueltas por toda la habitación, chocando con los muebles y farfullando palabras sin sentido mientras se pasaba las manos por el pelo con ansiedad.
  –Dios –repitió.
  –Lo siento, no he sido responsable, no…
  –Deja de pedir perdón –interrumpió de golpe, mirándome directamente a los ojos.
    Me estremecí y noté como dos lágrimas caían de mis ojos.
    Una recriminación más; no. No lo soportaría y menos de él, del último hombre que me quedaba en el mundo, de un miembro de mi familia del que necesitaba su apoyo.
  –Se lo que piensas –farfullé con dolor–, y te doy la razón, soy una irresponsable y absolutamente innoble toda mi vida. Jamás he obedecido nada de lo que me has dicho, y ahora, tengo mi castigo…
  –No –intervino e inmediatamente se sentó a mi lado en la cama–, un hijo no es un castigo, es una bendición –sus brazos envolvieron mi cuerpo y para mi sorpresa, caí en su pecho llenándome inmediatamente de la calidez paterna–. Siempre has hecho locuras y eres desobediente, pero yo te quiero igual, nunca cambiaria a la Estela que eres.
    Lloré con más intensidad, no obstante no fue algo malo, al contrario, lloraba de pura felicidad. Era la primera vez que Luther dejaba a un lado su mala leche y se comportaba como un hermano.
  –Ese bebé es lo mejor que has hecho en toda tú vida, Estela, y estoy orgulloso de ti, orgulloso en que tomaras la decisión correcta y salieras de la clínica antes de cometer una locura.
    Me incorporé un poco y lo miré bajo unos ojos cristalinos.
  – ¿Qué voy hacer? ¿Qué le voy a ofrecer?
    Luther retiró unas greñas de mi cara y sonrió con ternura.
  –Todo. Esté bebé lo cambiará todo. Yo te ayudaré a criarlo, yo cuidaré de las dos. Para empezar te vendrás a vivir conmigo y…ya buscaremos una solución económica. Lo que sea, pero me comprometo a que esa niña sea feliz.
  –Luther, gracias.
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    Las semanas pasaron, rápidas, lentas, tranquilas, dolorosas y normales, eso sí, cada día estaba más gorda, pero con todos los mimos que recibía mi aspecto dejaba de afectarme.
    Después de la conversación de Luther con Renata, mi prima había decidido quedarse a dormir en un hotel, pero el golpe mortal vino dos semanas después cuando, en una desafortunada noticia de portada, leí el rumor del que:
    El play-boy, sexy y multimillonario empresario Divoua, remontaba su relación con la modelo reconocida de ropa interior Renata, quien había conseguido, después de una larga lista de conquistas, enamorarlo y comprometerlo en una futura boda íntima que se celebraría en alta mar.
    Fue una patada, literalmente, pasé el día en el hospital ya que la ratoncita, también se quejó. Mi hermano como un loco decidió llevarme él mismo a urgencias, gritando, como si fuera una sirena, todos los insultes posibles a los conductores que nos cortaban el paso. No me quejé, después de dos goteros y un aviso de peligro, decidí no ver más noticias y evitar escuchar el nombre de Andreas.
    No solo me hacía daño a mí, también a la pequeña y no correría el riesgo de ponerla en peligro.
    Martillo, Sonrisas y Totó, me visitaron muy a menudo, Joe porque Sienna se había encariñado de él y parecía que su relación funcionaba. Aaron porque Darío estaba continuamente conmigo, me llevaba a trabajar, me recogía y casi siempre se quedaba a cenar con nosotros, él y mi hermano se llevaban de maravilla, e incluso salieron juntos varias noches.
    Pero la sorpresa más grande fue cuando; entre todos me regalaron la habitación de la ratoncita.
    Me quedé sin palabas, de la ilusión que me provocó ver esos colores pasteles en las paredes, los dibujos de animalitos con colores llamativos en una parte cerca de la cuna, y los muebles a conjunto con las cortinas en tonos; desde fucsia a rosa claro, y el precioso balancín de un caballo de madera con un enorme lazo de lunares; lloré, reí y grité, di mis típicos saltitos que fueron frenados por Sienna y su típico comentario:
    Me pone los pelos de punta que te nuevas así.
    Diez saltitos más tarde, me encontraba llorando y tocando el caballito, imaginándome a  la pequeña montada en él y gritando del mismo modo que o cuando había visto la sorpresa.
     Mi pequeña.
     Estaba cambiando mi vida, mi forma de pensar e incluso mi forma de comportarme. Luther decía que maduraba, Sienna que la ratoncita desde dentro expulsaba una esencia particular que comenzaba a dominarme como si fuera una brujita con poderes y esos poderes habían conseguido domina a la fiera que había en mí, en conclusión, Sienna admiraba a mi niña por conseguir algo que nadie había logrado; centrarme. Yo simplemente pensaba que ya era mi hora, que el cambio se debía a la necesidad que representaba convertirme en madre.
    Madre, impresionante. Yo madre…de locos.
    Me acaricié el estómago, con las uñas y noté como la ratoncita se removía. Miré la ecografía que acababa de hacerme Debby y con claridad ya observé que mi hija sería preciosa.
    Saqué las llaves del coche en el mismo momento que mi teléfono comenzó a sonar.
  – ¿Dónde estás? –preguntó Luther, nada más descolgué.
    El control no cambiaría en él, solo que esta forma repentina de control se debía más a su sobrina que a mí.
  –Saliendo de la ginecóloga.
  – ¿Cómo está la ratoncita?
  –Gigante, no sé cómo va a salir eso de ahí abajo.
  –No te preocupes por eso –difícil, pensar que me rajaría toda entera, hacía que las películas de terror a las que estaba más enganchada me parecían una buena comedia–. Has pensado en el nombre.
    Otra vez la misma historia. Mi hermano con el nombre de su sobrina tenía obsesión.
  –No, pero todavía tengo tiempo.
  –Se me hace extraño llamar a mi sobrina como un roedor.
  –Es un término cariñoso, Luther, no pienses en las cloacas.
    Se rió, y realmente se le notaba muy cambiado.
  –Bueno, te llamo para decirte que Sony, tu casero, ya tiene inquilinos para el piso. Que te pases y eches un vistazo por si te queda algo que recoger.
  –A vale.
  – ¿Quieres que llame a Darío para que te lleve?
  –No hace falta, está de viaje, pero tranquilo, me ha dejado su coche. No tardaré.
  –Vale, ten cuidado. Te espero en casa.
    Me despedí de mi hermano y arranqué.
    Mi antiguo hogar, me resultó más difícil entrar que pasearme por cara. Desnudo completamente, exceptuando algún pequeño mueble como la mesa de la cocina, la del televisor y unas estanterías en el pasillo que daba a la habitación. Mi hermano y Darío se habían encargado de recogerlo todo. Algunas cosas se encontraban en casa de Luther, otras en un local que Darío nos cedió temporalmente, aunque ese tiempo él lo describió como que; no hay prisa.
    Llegué hasta la habitación y miré el hueco de la cama con nostalgia. Recordé el pasado y reviví imágenes que ya no me afectaban, únicamente se quedaban en el almacenamiento de mi memoria como una experiencia más. No obstante, continuaba odiando a Lloyd, y con Andreas no tenía recuerdos de esa cama, jamás la había compartido con él, por eso ahora mismo el mueble que faltaba en ese lugar era el principal que ocupaba la mitad de la habitación de invitados de Luther.
    Me deslicé por el cuarto de baño e hice una pequeña revisión. La verdad es que no quedaba nada, simplemente una pequeña bolsa que ya había dejado en la entrada, así pues, con todo controlado salí y tomé la bolsa, pero en el momento que me dispuse abrir la puerta, un enorme cuerpo con el puño en alto bloqueaba la arcada de mi salida.
    Cody.


    Lo miré de arriba abajo, escuchando lo toques artísticos típicos de mi corazón. Cody no lo notó, sus ojos estaban puestos en mí y una pequeña sonrisa extraña jugueteaba en sus labios.
  –Por fin –articuló, de forma escalofriante.
    Me tensé.
  –Hola Cody –dije con voz nerviosa. Retiré mi mirada de la suya, me ponía nerviosa que me mirara con tanta intensidad–. ¿Qué haces por aquí?
  –Tenía que verte.
  –Es un mal momento…
  – ¿Dónde has estado? –preguntó y dio, a la vez, un paso hacia delante.
    Retrocedí sin dejar de mirar esos ojos oscuros con las pupilas dilatadas.
  –Vivo con mi hermano –contesté sin dar más explicaciones.
    Cody ladeó la cabeza ligeramente y bajó la vista, deslizándola por mi cuerpo como en el pasado, anotando mentalmente todas mis curvas para sacar una conclusión, pero su conclusión murió en el mismo instante que chocó con mi estómago abultado.
    Sus ojos permanecieron fijos en ella, sin sentimiento, y de pronto, su expresión cambió de forma radical.
    Apretó los labios y levantó los ojos hasta que estos, llenos de rabia, chocaron con los míos.
  – ¿Qué te has dejado hacer? –preguntó furioso.
    Me sobresalté y tuve que parpadear, pero ese aspecto me dejaba muerta, sin respiración y mucho más aterrada retrocedí. Para mi desgracia, la bestia que dominaba mi salida se deslizó dentro y cerró la puerta. El sonido de la madera chocando me aterró y mi cuerpo me regaló un ligero temblor que se hizo evidente ante sus ojos.
  –No es el momento, Cody. Me están esperando.
  –No mientas, no hay nadie abajo. Me he asegurado antes de seguirte.
    Me estremecí. Me había seguido.
    Con naturalidad, para no hacer evidente mi mentira, levanté el mentón y actué;
  –Aquí no, en casa, y si tardo mucho mi hermano vendrá a por mí…
  – ¡Estás embarazada!
    Instintivamente me protegí el estómago como una leona a sus cachorros, y apreté los puños.
  –Sí, bueno, es evidente, pero eso a ti no te importa…
  – ¿Eso es lo que crees? –soltó entre dientes.
    Me encogí interiormente y deseé tener las fuerzas suficientes para salir corriendo.
  –Tú y yo ya no estamos juntos…
  –Pero lo estaremos, y eso –mencionó mientras señalaba a la ratoncita– tiene que desaparecer.
   Vacilé dando un paso hacia atrás.
  – ¿A qué te refieres con lo desaparecer?
  –Que esa cosa no conocerá la luz del sol –explicó como si fuera algo de lo más normal.
     Fue un ligero matiz de una corriente de aire fría, pero consiguió penetrarme hasta los huesos y ponerme la piel de gallina. Noté la bilis subir por mi garganta cuando conseguí soltar una bocanada de aire.
    No pretendía decir lo que acaba de soltar, me dije para calmar mi corazón.
  –No puedes estar hablando en serio…
  –Más en serio de lo que te crees –aclaró sin emoción. Cody realmente parecía un ser infernal y por lo visto estaba dispuesto a todo.
  –No lo permitiré. –Me hubiera gustado que mi voz saliera con más fuerza, pero ante tal hombre me encontraba en una alta desventaja.
    Comenzaba a odiar a los hombres grandes que podían tumbarme de un solo empujón, y más en estos momentos, donde mi pequeña dependía de mí.
    Busca la forma de salir de allí.
    Estaba de acuerdo con mi cabeza, el problema es que mis pensamientos estaban casi tan aterrados como yo, y con tanto grito, temblor y miedo, un plan de fuga no se me ocurría con tanta facilidad.
    Cody torció el gesto para mirarme.
  –No podrás hacer nada, eres débil, no una protección para esa cosa…
  – ¡Deja de llamarle cosa!–grité llena de pánico.
    Sonrió de forma aterradora.
  –Ya veremos.
    Esa fue la única advertencia que recibí, mientras aquel hombre se separaba de la puerta dirigiéndose hacia mí.
    Huye.
    Jadeando, me lancé pasando junto a él, buscando la salida principal y rezando por ser rápida en abrir la puerta y gritar a pulmón vivo para que algún vecino escuchara mi socorro, pero Cody era un experto en seguridad y con unos reflejos, entrenados en la escuela de bomberos, consiguió atraparme antes de que pudiera tocar el pomo.
    Grité en el mismo momento que tiró de mi cabello y me obligó a retroceder, después me empujó contra la mesa con violencia, como si fuera una pelota de fútbol intentando anotar un punto en el último segundo del partido.
    Evité la mesa pero trastabillé y caí al suelo, cuando me recuperé, Cody ya venía de nuevo a por mí. Agarré mi bolso, que había caído al suelo con el viaje de antes y rebusqué el Spray de pimienta.
    Al tocar el bote la adrenalina de mi cuerpo se disparó y me volví hacia él.
  –Cuanto más te resistas más te dolerá –advirtió con tono helado.
    A ti sí que te va a doler.
    Sin compasión presioné el botón y el líquido salió en el mismo momento que él, y su fornida apariencia se cargaba para atacarme.
    Cody gimió de disgusto, echándose las manos en la cara para tratar de calmar el dolor de sus ojos. Me escabullí alejándome rápidamente de ochenta kilos de masa corporal antes de que se venciera sobre mí. Con el corazón desbocado, el bote en mis manos y un terrible dolor de rodillas, me arrastré por el suelo retrocediendo, en vez de por el camino que deseaba -la salida-, me introduje más en la casa. Si tomaba la salida solo conseguiría acorralarme a mí misma, y tenía la oportunidad de poder encerrarme en el baño, al menos tendría una ventana para salir y deslizarme al piso de mi vecino.
  –Pequeña zorra… –gruñó más rabioso que antes.
    Juzgar la recuperación de una persona no era lo mío, y para un hombre que ya estaba más que acostumbrado a respirar productos químicos y vérselas canutas con humo o fuego… debí pensar que no tardaría mucho, ya que; en ese momento noté como me tomaban del tobillo y me arrastraban por el suelo.
    Mi mejilla besó el suelo y me mordí la lengua por el dolor. Rabiosa comencé a dar patadas a diestro y siniestro. Dos le dieron, escuché la queja, así que di una tercera que lo tumbó.
    Me volví y lo miré con ira.
  – ¡No te dejaré hacerlo!
    Sacudió la cabeza y aspiré con un siseo al notar en mi interior una sensación de descenso. El pánico me llegó a los pies y me aparté el pelo de los ojos. Desde su posición en el suelo, Cody se levantó en toda su altura, apretando los puños mientras blasfemaba en francés.
  –Te vas arrepentir –exclamó lleno de cólera.
  – ¡No!
    Con toda mi fuerza le tiré el bote, que voló y le dio en toda la cara. Enfurecido soltó un gritó y se tiró a por mí. Como pude y con toda la adrenalina de mi cuerpo levanté las piernas y golpeé su cara con ambas.
     Cody cayó de nuevo, y otra vez me levanté y salí corriendo. Se puso de pie jadeante, gruñó una palabra que no llegué a entender y me atrapó justo cuando cruzaba el umbral de mi habitación.
    Se abalanzó sobre mí. Rodé tratando de zafarme de esas manos. Imposible. El dolor invadió mi cuero cabelludo cuando me agarró del pelo y me lo retorció hasta abrazarme, con mi espalda pegada a su pecho. Uno de sus bazos estaba en mi cuello asfixiándome. El otro se deslizó entre mi estómago y presionó.
  –Despídete –murmuró contra mi oreja mientras clavaba sus unas en esa abultada barriga…
    Ratoncita…
    Furiosa, le di un codazo entre las tripas con el brazo que tenía suelto.
  – ¡Quita tus manos… –gruñí, saltando hacia atrás sobre un pie–…de mi hija!
    Me giré para golpear su mandíbula con mi bazo, pero se escabulló. Me encontraba mirando la pared amarilla cuando me fui contra el único mueble que quedaba en la habitación. Me golpeé el estómago contra el pico, y grité de puro dolor mientras caía al suelo; había tirado de mis piernas hacía atrás desde abajo.
    Cayó con todo su peso sobre mí, inmovilizándome contra el suelo gracias al fuerte dolor estomacal que sentí, y entonces llegó al peor parte…
    Con el puño, Cody me golpeó varias veces más la zona del estómago dañado.
    Quise frenarlo, detener esa violencia y salvar a mi hija pero el dolor me consumió, las fuerzas las perdí en el mismo momento que comenzó a rasgar mi ropa, y antes de que pudiera darme cuenta me desmayé.
    Mi Ratoncita…
    Mi Andreas...
CONTINUARÁ.................................
 

12 comentarios:

  1. Pero como me haces esto eres muy cruel !!!! Como nos dejas así!!!! Ese bebe no puede morir por culpa de ese mal nacido !!!! Bea por favor no tardes tanto en subir capítulos aunque sólo sea uno, pero me dejas llorando y echa polvo necesitó saber q sigue. Como siempre todos tus novelas te tengo q decir q esta en particular me encanta ,como Estela pierda la niña seguro q no vuelve a perdonar a Andreas en la vida o por lo menos yo lo haría y se q el no le a pegado q a sido Cody pero el fue un estupido por creerse lo q le dijeron los otros y no lo q le decía su novia. Ojalá y llegue alguien se la lleve corriendo al hospital y estén las dos bien. Un beso enorme y cuida tu hermoso cerebro de esta calor.

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  3. Que capitulos, con la intriga todo el rato. Espero que subas pronto. No nos dejes asi y espero que ratoncita este bien y bo le haya pasado nada al bebe.

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  4. Que capitulos, con la intriga todo el rato. Espero que subas pronto. No nos dejes asi y espero que ratoncita este bien y bo le haya pasado nada al bebe.

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  5. Por favor noooo que intriga sube otros capitulo el bebe no puede morirr que alguiel la salve

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  6. No otra vez porta no tardes tanto no puedo con la espera no me quede sin uñas esta buenisima la historia!!!! Sigue subiendo porfavor

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  7. Diosssmioo nooi estoy temblando,no puede pasarle nada a ninguna de las dos,dioses,por favor sube pronto,que nervios,quiero saber que pasa yaaaa....me encantan como nescribes,te felicito esta súper genial todo.besos nena :)

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  8. Me uno a todas las suplicas de tus lectoras, genial los capitulos.
    Por favor que alguien salve a Estela a la pequeña ratita.

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  9. Amooooo como escribis...
    Tus historias son taaan originalees quecuando empiezo una, no puedo parar hasta terminarlaa
    Porfaaaaa no tardes en subir, que la intriga me matara

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  10. Me has dejado flipando no he podido dormir

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  11. Es la primera vez que entro en tu blog pero hace tiempo que te sigo x wattpad.
    Me encanta como escribe y eso que el ultimo capitulo me ha dejado temblando. Espero que actualices pronto me puede la curiosidad.

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  12. Ah cuando la sigues ? Hermosa s/p deseando más mucho más , tr adoro eres una genia adelante siempre !!!!!

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