ESTELA
La débil llamada de un timbre en el
exterior me despertó. Desorientada miré para todos los lados. Me dolía la
cabeza y me sentía perdida hasta que comencé a recordar todo lo sucedido…
La
ratoncita.
Mis
manos volaron a mi estómago, el primer toque me dolió y el segundo no se
ejecutó, unas fuertes manos me lo impidieron, tomándome de las muñecas.
–Tranquila, Estela.
Su voz, el letargo de sonido que avanzó por
todo mi cuerpo al movimiento de mi cabeza, de mi mirada y de todo mi ser,
siguiendo el sendero del cosquilleo de su timbre.
Andreas…Así
que, no había sido un sueño. Ha vuelto.
Esos ojos grises, llenos de matices
sentimentales, de una lucha constante y duda, mucha duda, pero en el fondo de
toda maleza de reflejos; un Andreas triste, me observaron con atención.
Pensé en el mismo día que vino a por mí
para llevarme a casa, donde me ató a la cama y me dijo que no podía dejarme…Qué
irónico resultaba ahora.
Las circunstancias eran otras.
No estaba en su casa, sino en un hospital,
tampoco estaba atada a la cama, ni menos desnuda, y tampoco tenía a Andreas
delante de mí, preparado para castigarme.
Desde luego la situación era muy diferente
y los sentimientos de ambos completamente dispares.
Aquel día cuando me desperté pensé lo muy
idiota que había sido al abandonarlo, ahora, despierta ante él de nuevo, solo
pensaba en lo mucho que odiaba que me tocara, y sin embargo, en vez de retirar
su manos de mí, de retirarlo a él o de enviarlo a la mierda, hubo otra cosa que
dejó a ese hombre fuera de mi cabeza.
–El bebé…mi bebé
–Está bien –dijo–. La ratoncita está bien, pero debes tranquilizarte. Las dos necesitáis
descansar.
Nunca en mi vida había respirado tan bien
como en ese instante.
– ¿Está viva?
Andreas sonrió.
–Es fuerte. Tiene muchas ganas de conocer el
mundo y a su madre.
Deslicé mi mirada de la suya a mi cuerpo.
Ese bulto era evidente, extrañamente un tesoro para mí.
–A mí ya me conoce –pronuncié con amor, pero
un amor hacia mi hija, no hacia él.
Andreas desapareció cuando, por tercera vez
colocaba las manos encima de mi estómago, arropando a mi pequeña.
–Perdóname por favor. No pude protegerte, lo
siento…–sollocé. Casi, casi la pierdo–. Mi vida, lo siento. Esto no volverá a
suceder. Te lo prometo, nadie te hará daño jamás, nadie se volverá acercar a
ti…
–Yo también lo prometo.
Alcé la mirada y choqué con la suya, con
una impresionante ternura, la misma con la que había chocado antes, al encontrarme.
Otra vez que pensaba que soñaba.
Me irrité. Esto era algo íntimo entre mi
hija y yo. Andreas no tenía derechos a meterse y mucho menos a involucrarse en
nuestras vidas.
–No interrumpas una conversación con mi hija…
–Nuestra hija…
–Es mía, no tuya –ataqué.
Su sonrisa se borró.
–Es de los dos…
– ¡No! ¡Es mía!
Esa nuez de Adán subió y bajó. Me observó
enfadado. Me dio igual. Él nunca reclamaría a la ratoncita. Nos abandonó.
–Y mía –advirtió entre dientes.
– ¡Solo mía! ¡Mi hija! –insistí gritando.
– ¡Estela, esa niña también es mía…! –gritó
tan alto como yo.
– ¡Mía…!
El dolor silenció toda queja, insulto y
palabra malsonante que deseaba expresar. Me encogí, sujetándome el estómago con
mis propios bazos.
En mi mente recreé a la ratoncita, entre el calor de mi piel y
le dije en silencio que todo estaba bien. Me pareció cantar y por alguna
extraña razón recordé a mi madre, en esa misma postura cantándome a mí, cuando
era menos que un bebé…
Sacudí la cabeza. El dolor, que momentos
antes me mataba, se esfumó. Abrí los ojos. Estaba fuera de peligro, o eso
pensé, porque en ese mismo instante Andreas caía encima de mí, arropándome con
sus bazos y rompiendo la imagen de madre e hija.
Por segunda vez exploté.
–No me toques –gruñí por la prolongación del
dolor
–Mantén la calma.
–Quita tus manos de mi cuerpo…
Lo empujé, deseaba abrir una brecha en el
suelo que separara ese cuerpo del mío y del de mi hija. No lo quería cerca, ni siquiera
deseaba respirar el mismo aire que él.
–No voy hacerte daño…
–Aléjate de mí –espeté con odio.
Andreas negó con la cabeza y se acercó de
nuevo. Con la mierda de fuerzas, penosas, que me quedaban, me arrastré por la
cama, evitando un contacto más.
¿Qué hacía aún aquí?
–No lo hagas –advertí con toda la rabia de mi
ser.
Se paralizó y tras unos segundos de dudas
sus hombros se hundieron, como su cabeza. Su barbilla tocó su propio pecho.
–Vengo con toda la buena intención, he
comenzado con paciencia, después de todo quiero ayudarte, pero me lo estás
poniendo muy difícil –levantó la cara y me miró directamente a los ojos. Conocía
esa cara, ese rostro plausible y clarecido de unas palabas duras que estaban a
punto de estamparse en mi cara–. Lo único que conseguirás es que todo termine
mal.
–Hace dos meses que las cosas terminaron muy
mal –respondí. Estaba cansada y asqueada de verlo todavía delante de mí–. Me echaste
de tu casa, del trabajo, y después me indicaste a tu forma que era una ramera
mal pagada. No me vengas con gilipolleces educadas, tu educación y tus palabras
solo me sirven para limpiarme el culo.
Los labios de Andreas se convirtieron en
una línea recta. Tenso, tomó una intensa bocanada de aire.
–Tú misma te apartaste de mí.
Arrugué la sábana entre mis manos, con los
puños cerrados, controlando el impulso de pegarle un puñetazo. Despegué mis
labios para contradecir su ataque, pero los pinchazos volvieron.
Marcados, unos detrás de otros, que me
obligaron a cerrar los ojos. Cuando pasaron, me encontré a Andreas otra vez
encima de mí…
–Debes tranquilizarte. Hablemos con calma.
¿Tranquilizarme? ¿Hablar? ¡Que se fuera a
freír espárragos!
–Pierdes
el tiempo, ni siquiera comprendo que qué haces aquí a parte de causarme dolor.
–Eso no es vedad.
Mi cometario había conseguido que uno de los
músculos de su barbilla diera un salto, señal de que no le había gustado nada.
Levanté la barbilla.
–Yo estoy en la cama hecha una mierda y tú;
de pie tan tranquilamente.
Andreas cerró los puños con fuerza.
–Yo te traje aquí, gracias a mí, mi hija está
viva.
Me encogí de hombros. Para mí, su ayuda
ahora ya no valía nada.
–Y te lo agradezco, ella también –dije sin
sentimientos–. Pero ahora me gustaría que te fueras. A mi hermano no le gustará
nada verte aquí.
–Tu hermano está fuera, esperando mi orden para
entrar.
Abrí los ojos como platos.
–Y una mierda –espeté.
Ese cerdo soltó una risa sarcástica.
–Tenía que hablar contigo.
–Yo no quiero escucharte.
–No te queda de otra, ratita.
Ratita…
El apodo, ese dichoso nombre me trajo
muchos recuerdos. Esta vez el dolor fue distinto, en vez de mi estómago, se me
partió el corazón.
¿Cuánto más? ¿Cuánto más se puede resistir?
Tragué saliva y noté como caía una lágrima
por mi mejilla.
–Estela…
–Andreas, tu presencia hace que nosotras
estemos mal. Me haces daño a mí y a ella.
–No me digas eso…
– ¡No te acerques a mí!
Se quedó a mitad de camino con los brazos
suspendidos en el aire.
–Estela, por favor…
–No.
Su pecho se hinchó y todo su rostro se
endureció.
–Bien. Vale. –Bajó los brazos y se metió,
impotente, las manos en los bolsillos–. No me acercaré a ti. Me sentaré aquí,
lejos– cogió una silla de metal y la dejó justo delante de mí, a dos metros de
la cama–, esperaré el tiempo que haga falta para que te relajes…
–Contigo en la misma habitación jamás me
relajaré…
–No me pienso ir hasta que no hablemos del
futuro de nuestra hija.
Era inútil discutir con una persona tan
empecinada en amargarme la vida. Andreas, desde el primer día que me cruzara
con él, había complicado toda existencia viviente que me rodeaba.
Decidí no contestar, aunque me costó, el
deseo ya no era suficiente, la necesidad de ver su espalda alejarse era más
insistente que respirar, y respirar en mi caso era lo más importante, no por
mí, porque al final, como él decía mi vida no valía nada, pero sí la que nacía
en mi interior, y solo por ella, me callé y esperé a que Sexyneitor, comenzara con ese magnífico futuro.
Con ironía.
Él asintió con la cabeza, puede que
orgulloso de mi silencio o simplemente demostrando que había ganado, no lo sé,
tampoco me importó. Después se sentó en la silla, dejando caer su espalda en el
respaldo y sus brazos en los muslos abiertos, tensos y preparados para saltar.
Tampoco me importó mucho. Si a Andreas Divoua
le daba la idea de saltar encima de mí, yo tenía unas cuantas agujas clavadas
en mi cuerpo para defenderme. Y pueden que no fueran una buena arma, por lo
fino y pequeño de su punta, pero estaba segura de que una bien clavada en un
ojo o en las mismas pelotas que llevaba colgando, lo dejarían bien amargo.
–Quiero que nos casemos antes de que nazca la
pequeña.
¿Eeeee?
Las agujas y las miles de torturas con
ellas y sus partes bajas desaparecieron de mi cabeza como una película fina de
humo.
–No.
–Estela…
–No –insistí. Tenía que estar de broma–. Lo que ha pasado no ha cambiado nada.
–Lo ha cambiado todo. Vamos a ser padres.
¿Eeeee?
Esto ya superaba mis límites de la cordura
y de la suya.
–Creo que no me entiendes –repuse–. Tú y yo,
ya no somos pareja, ni siquiera amigos. Nunca nos hemos llevado bien, y las
cosas han empeorado muchísimo. Casarnos por una niña es un error efímero, lo complicaremos
todo y la pequeña nacerá en un hogar desestructurado con unos padres que se
odian a muerte.
–Correcto; no somos pareja ni amigos, ni nada,
pero seremos padres dentro de dos meses. Incorrecto en que nunca nos hemos
llevado bien; cuando decidimos estar juntos, para mí, nuestra relación fue la
mejor que he tenido en mi vida –dijo, recalcando cada palabra, y no supe si lo hacía
para ablandar mi postura o actuaba, pero consiguió que se me cortara la respiración,
y mi corazón latiera con el extraño toque de; una pulsación y silencio, dos más y parada, tres y a tope… Me lamí
los labios, y no conseguí pronunciar nada. Andreas no solo continuó, sino qué terminó
de inquietar esos latidos–: Y quiero que quede claro qué; yo no te odio.
¿Entonces por qué no has venido a buscarme
antes?
Me pregunté, sintiéndome débil.
– ¿Confías en mí? –pregunté de repente.
– ¿Qué quieres decir?
–A si me crees cuando te digo que no hubo
nada entre Lloyd y yo.
Andreas dudó y se pasó las manos por la
cabeza, no retirándose el cabello, más bien fue un auto reflejo, unos segundos
para pensar que decir o como decir las palabras adecuadas.
–No te puedo prometer que lo olvide con
facilidad…
–Maldita sea, Andreas, aun crees que sucedió
algo. ¿Cómo me voy a casar con una persona que no cree en mí?
–No me caso contigo por que quiera, no es una
propuesta como la otra, Estela. Nuestro matrimonio será un asunto legal para
que mi hija tenga el apellido de su padre y todos los derechos que le
corresponden. Por supuesto tú también. A mi cargo a ninguna de las dos os
faltara algo, no tendrás la obligación de volver a trabajar. Tu única faena será
mi hija, criarla, amarla, protegerla y…
–Y mierda. ¿Se te va la cabeza?
Bufó y se encorvó hacia delante.
–No. Todos saldremos ganando.
–Nadie gana, solo tú…
– ¡¿Has
oído algo de lo que te he dicho?!
– ¡Todo! Y me parece increíble que te creas
que voy acceder.
Andreas se levantó de la silla, caminó un
poco, con ese andar marcado, señalando que él está por encima de todo, exudando
prepotencia con cada movimiento y enseñando cada músculo de ese definido
cuerpo.
Se frenó justo a los pies de la cama y
apoyó, de forma intimidante, las manos en la tabla de metal que sobresalía.
–No es opcional, Estela –anunció con esa voz
autoritaria que me sacaba de quicio–. No vas a decidir nada. Te acabo de
exponer tu vida y la de mi hija.
Una realidad constaba en toda esta
conversación, una vedad que no pensaba sumir. Lo amaba, sí, nunca había dejado
de hacerlo, pero, no volvería con él.
–No quiero
volver contigo.
–No tienes elección. Tienes una vida que es
tan mía como tuya. Tengo derechos sobre ella.
–Pero no sobre mí.
Dejó caer la cabeza hacia delante y unas
mechas se balancearon en su frente.
–Nada
se va a solucionar con facilidad, ¿verdad? –Alzó la cabeza y me miró–. No
piensas poner de tu parte.
Se fuerte.
–No. Me abandonaste, me dejaste en la calle
con un bebé…
–Tú mentiste antes sobre el bebé, me dijiste
que era una broma…
–…te largaste
con mi prima –continué sin hacer ni caso a su voz o a su rostro o a sus
ataques–,
con esa mujer que verdaderamente te dejó por otro…
–No me largué con Renata, no tengo nada con
tu prima…
–…y
ahora me exiges una tapadera de matrimonio para gobernar lo mejor que tengo en
la vida, a cambio de esa mierda de dinero del que presumes tanto.
–Es un bien para los tres…
–…Anda y que te den. Metete cada billete por
el culo…
– ¡Muy bien, será por las malas! –gritó,
haciendo que de repente se helara toda la habitación.
Tragué saliva.
–Adelante, comienza amenazarme, maldito cabrón
de mierda.
El impacto de esa cara, fija en la mía con
los ojos ardiendo y una expresión en sus labios ligeramente abiertos, torcidos
en media sonrisa de lo más falsa, consiguió pertúrbame.
Andreas se cruzó de brazos y comenzó:
–Estarás bajo la supervisión de mi propio
personal hasta que nazca mi hija, ellos se encargaran de ti, de vigilar que no
te levantas de la cama y pones en peligro esa vida, les daré carta blanca, es
decir; que te aten a la cama si hace falta. Después, cuando des a luz, yo me
quedaré con ella…
– ¿Qué?
Andreas, aun con mi interrupción, levantó
una ceja y se atrevió a sonreír de lado.
Era el reflejo de un capullo sin corazón.
–Que yo me quedaré con la pequeña, pero
tranquila, te daré un buen cheque, simplemente, antes firmarás unos contratos…
– ¡No! No pienso renunciar a ella.
–Ni yo –me amenazó–. Con lo cual, sino
aceptas mi propuesta de matrimonio o el convenio de tutela, te la quitaré por
las malas. Ya te lo he avisado
La presión de mi pecho fue tan fuerte que
me mareó, de ponto, todo comenzó a darme vueltas.
–No lo conseguirás. S-soy su madre, la ley está
de mi parte…
La carcajada que soltó me cortó de golpe e
hizo que todos los pelillos se me pusieran de punta.
–La ley ha cambiado mucho, además, yo la
puedo cambiar, tengo razones para hacerlo.
Su
forma de hablar era espeluznante. No era mi Andreas, ese hombre carecía de
amor, de juego y de pasión, se había convertido en un monstruo.
– ¿C-cómo? –pregunté con la voz trémula.
–Abnegando
e informando al asistente social de la desastrosa mierda de vida que has
llevado y que llevas. De cómo actuaste cuando te enteraste de que ibas a ser madre;
fuiste a una clínica a deshacerte del bebé. – ¿Qué? Lo sabía, y eso me valió para cerrarme la boca de golpe. Él
continuó–: Me conoces, sabes que puedo arruinarte la vida, tengo dinero y poder
para ello. Puedo añadir a ese currículo de pacotilla y peligroso que tienes,
unas cuantas mentiras exageradas que te compliquen de por vida.
El pulso se me aceleró, y fue raro, porque
la sangre no me circulaba y mi cuerpo permanecía congelado.
Miré la cuestión principal de esa pulla, de
ese remoto castigo al que me enfrentaba con Andreas y sentí como mi ratoncita
se removía.
¿Inquieta como yo?
Puede que ese hombre tuviera poder, dinero,
inteligencia y mil cosas más, pero yo era una madre, una leona y nadie en este
mundo me quitaría algo mío.
Apreté los puños y levanté mi vista en su
dirección. Le mostré cuan rabiosa estaba, lo muy dolida que me había dejado
todas sus amenazas y, principalmente le mostré la clase de mujer peligrosa que
era.
–Resulta inquietante escucharte –mi voz fue
dura pero clara–, y no te tengo miedo. Haz lo que tengas que hacer, yo también lo
haré. Lucharé por ella, y te aviso, voy a ser letal–. Los rasgos de ese rostro palidecieran,
me vanaglorié y mucho más altiva que antes, continué–: Usa tus armas; engaña,
mete toda la mierda que puedas, que no podrás conmigo. Voy a por todas
–recalqué–. Nos veremos en los tribunales.
– ¿Estás dispuesta a llegar hasta ese término?
–Por mi hija sí.
–De nuevo, tú tomas el camino erróneo.
–No. Lo tomas tú. Y ahora sal cagando leches
de mi habitación.
Andreas se tensó y la furia se dibujó en su
cara.
–No me des órdenes –farfulló entre dientes.
Ya era hora de sacar la basura.
Estaba claro que él por su pie no se largaría
tan fácilmente, así que opté por lo drástico, aunque fuera formar una escenita,
es más, yo me consideraba una experta formando escenitas.
– ¡Luther! ¡Luther! ¡Socorro! –grité.
Y ahí mi locura. Andreas abrió los ojos, la
boca y miró espantado la puerta y a mí.
– ¿Qué haces? –preguntó, horrorizado.
Le dediqué una mirada furiosa.
–Sacar la basura –dije, antes de volver mi
vista a esa puerta– ¡Seguridad! ¡Socorro!
–Cállate.
Sus manos se apoderaron de mis antebrazos y
desesperado comenzó a sacudir mi cuerpo. No dejé de gritar, cada vez más
fuerte, unos gritos que se unieron con las suplicas de Andreas en que parar y
me callara. No obedecí. Grité hasta que me quedé sin voz, al tiempo que luchaba
por quitarme esa armadura de encima.
– ¡Estela, basta!
– ¡No me toques!
No sé si fue la adrenalina, la inercia o mi
estado enfermo, pero un pedazo de mi cabeza, una parte de mi cerebro que
funcionaba realmente bien, consiguió manda una orden a mi bazo derecho y dos
segundos más tarde mi puño golpeaba su labio inferior.
Me dolió, grité más fuete, peor al menos
conseguí que él me soltara y retrocediera, es más, conseguí unos segundos para
esperar a mi ayuda.
El primero en atravesar la puerta fue
Luther, quien sujetó a Andreas y de un empujón se lo ofreció a los de
seguridad. Dos armarios empotrados que entraron como toros a una plaza y se lo llevaron.
Durante un largo minuto observé la espalda
de Andreas, revolviéndose entre esos dos mastodontes, tratando, en balde de deshacerse
de los cuerpos que se lo llevaban, mientras me gritaba, lanzaba mi nombre a
gritos.
Suspiré y noté el anhelo, la necesidad y
algo dentro de mí rompiéndose completamente, quedando en nada.
– ¿Estás segura de lo que acabas de hacer?
–preguntó con tono suave.
–Sí –contesté, con la voz estrangulada.
Por lo visto estaba llorando, por un desgraciado
lloraba, por alguien que no se merecía nada.
–Le has declarado la guerra a una persona que
necesitas.
Me
volví hacia mi hermano, parecía preocupado.
–No lo necesito –dije, y me lo dije a mí también,
la cuestión es que, yo misma no me lo creía–. Te tengo a ti.
Y pronto
a ella.
Luther no dijo nada más, pero su aspecto demostró lo muy equivocada que
estaba. Andreas estaba dispuesto a todo y yo no tenía nada en mi poder con lo
que luchar.
¿Qué
iba hacer?
huy se me hizo cortitooooo ++++ por favorrrrr
ResponderEliminarLo mismo digoo estaba acostumbrada a leer capo largitos pero aun así no dejan de ser rebuenos
ResponderEliminarMe dejaste con muchas ganas de más
ResponderEliminarExtraordinaria escena creia q estaba en esa habitación parecía una espectadora sentada en un rincón viéndolo todo en primera fila y eso es posible gracias a ti. Un beso enorme y por favor no tardes tanto en subir el próximo.
ResponderEliminarExtraordinaria escena creia q estaba en esa habitación parecía una espectadora sentada en un rincón viéndolo todo en primera fila y eso es posible gracias a ti. Un beso enorme y por favor no tardes tanto en subir el próximo.
ResponderEliminarMe encantaaaaaaaa me metí por completo en la historia, la piel de gallina y el corazón arrugado. Gracias y bueno me pareció cortito jajaja espero que pronto subas mas.-
ResponderEliminarmeee encanta,deberias dejarla que se quede con luc,jajjajaja me encanta no tardes en subir de nuevo...
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