Capítulo
48
ESTELA
La molestia absoluta desapareció cuando
Lloyd salió por la puerta, lo escuché hablar con alguien, seguramente sería
Luther y su incondicional forma de proteger. Solté la respiración y me acomodé
mejor en el sillón.
Mi bolsa, preparada, me esperaba en la cama.
Miré con ceño esos lunares, por favor, la bolsa no podía ser más ridícula. Para
la poca ropa que guardaba era enorme, y los lunares no pasaban desapercibidos;
colores intensos entre el amarillo, verde y rosa, tres combinaciones de lo más
espantosas, ¿pero quién era yo para juzgar? Si mis gustos se limitaban siempre
a los colores simples combinados con tejanos porque, vergonzosamente odiaba la
moda.
La bolsa de segunda mano la había adquirido
en el mercado de los domingos. Una mujer mayor con un difícil de ver; lunar en
la barbilla tipo bruja, decía que combinaba con mi llamativa camiseta, otra reliquia
del mismo fabricante; herencia de mamá, de sus años hippy, donde buscaba su
propio feng-sui y no su curativa
necesidad de ayudar a los demás, más bien, esa época fue sugerida por mi padre.
Papá fue quien empujó a mi madre a una boda
sencilla en una capilla en el bosque con solo seis invitados, a tener dos hijos
y a la locura de ayuda mundial.
Mi padre tenía una ideología muy exagerada,
se pensaba que él solo podría solucionar el hambre en el mundo, parar la guerra
con flores en los cañones, o exterminar el racismo con canciones al ritmo de
guitarra española.
No lo logró todo, por supuesto, es
imposible cambiar millones y millones de pensamientos, pero al menos consiguió
montar una ONG que cambió no millones, pero sí cincuenta o cien vidas, y eso es
todo un mérito.
Me acaricié el estómago, con cuidado,
todavía me dolía una parte que conservaba el color morado. Yo nunca abandonaría
a mi ratoncita, pero le hablaría de
sus abuelos, le diría como ayudaron a ese poblado para que nunca perdiera los
valores de la humildad. Deseaba que tuviera sus propios pensamientos, sus
propias ilusiones, y sobre todo que respetara a los demás.
No obstante también deseaba que fuera tan
fuerte como yo, o más, porque en ese momento me sentía como porcelana;
agrietada con la simple facilidad de un toque para romperse.
Cerré los ojos y conté con ilusión los días
que me quedaban por ver su carita. Oh, cada día lo anhelaba más; su cuerpecito
entre mis brazos, el ritual del baño, de la comida, su primera sonrisa, su
primer sonido. Sonreí. Ella ya estaba cambiando mi vida.
La puerta se abrió y dirigí mi vista a ella
pensando que me encontraría con mi hermano… No fue Luther quien cruzó, fue
Andreas, y en el momento que lo vi, con decisión; la barbilla alta y las manos
en los bolsillos, mi sonrisa y buen humor se esfumó. Pero entonces sentí como
otras zonas de mi cuerpo se inflaban.
Había
hecho todo lo posible por odiar a ese prepotente cuerpo lleno de músculo,
envuelto en su típico conjunto sexy de diseño, pero como los zapatos de tacón,
los odiaba por el dolor que me provocaban, era masoca, me encantaba ponérmelos,
y con Andreas me sucedía casi lo mismo; deseaba estrangularle el cuello -aunque
seguramente le causaría gran placer- y a la vez; abrir mis piernas y metérmelo
dentro.
¿Era idiota?
Posiblemente,
porque su típica cara de cabrón salvaje quita bragas en ese momento parecía la
de un cordero degollado, y aunque con el primer impacto sentí las típicas mariposas
en mi estómago, no podía borrar de mi cabeza lo sucedido.
Miré su aspecto, imposible no mirar,
después, con desdén, volví mi rostro hacia esa espantosa bolsa de lunares. En
el momento que abría la boca, él se adelantó;
–Las rosas son rojas, las nubes azules, el
sol amarillo, y hoy tú estás tan buena que te convertiría en un bollito para
mojarte en leche y comerte lentamente.
¿Pero…qué?
Parpadeé. Eso no me lo esperaba.
Con lentitud, la que me permitió mis cervicales,
después de engarrotarse tras la prosa de ese hombre, me giré hacia él, puede
incluso que con la boca abierta y sin palabras.
– ¿Eq-qué?
Eso salió de mi boca.
Andreas sonrió un poco tenso, parecía tener
miedo a la vez que irradiaba de su más que conocida confianza en sí mismo.
–Que no te había visto bien, lo siento ratita, pero, ahora que me doy cuenta,
embarazada estás deliciosa. Y se me seca la boca al saber que la sorpresa de
dentro es mía.
Conseguí cerrar la boca y tragar con
nerviosismo. Me cogía al sillón con fuerza, como si me fuera a caer mientras notaba
como un delicioso calor me subía por la espalda.
¿Dónde estaba el capullo de ayer?
¿Esperando mi caída de defensas para
atacar?
– ¿Me estás vacilando? –pregunté perpleja
cuando mi cabeza me gritó alarmada: ¡ESTÁ
JUGANDO!
–No cariño, no –dijo a la vez que negaba,
haciendo que varias greñas se le cayeran hacia delante–, me he dado cuenta que,
después de todo, no te había dicho lo muy guapa, sexy y atractiva que estás. He
cometido el error de no avisar a mi chica de lo bien que le sienta el embarazo.
Me tensé y juro que sentí las típicas
cosquillas que te deja el entumecimiento en la punta de los dedos.
–Has cometido muchos errores. Y no soy tu
chica –amenacé.
Su sonrisa rara se borró y pude ver un
atisbo de pánico en su mirada.
–Lo sé, y lo siento.
¡¿Lo siento?!
Iba borracho.
– ¿Ya estás bebiendo de buena mañana?
–ataqué, pero se lo tomó a risa.
Andreas soltó una carcajada, un sonido que
activo mis más íntimas células. Tragué de nuevo, una bola de pelo, sí, eso es
lo que me atragantaba a ese punto mi garganta. Las vibraciones de su risa parecían
salir de su cuerpo, recorrer el suelo como si fuera electricidad y llegar hasta
mí. El cabello se me erizó y más, después de lo que salió de sus labios.
–No –contestó y me miró con tal intensidad
que me cortó el aliento–, estoy cachondo de buena mañana. Parece mentira que no
me conozcas.
Oh,
sí. Éste tramaba algo y tan solo estaba jugando.
Apreté los puños y levanté la babilla.
Estaba hasta los ovarios de tanta tontería.
–Enserio –murmuré con desprecio–, se me
acumulan los idiotas– Me giré y clavé mis ojos en él–. ¿Qué pasa? ¿Hay un
cartel en la puerta que diga: “consultorio para inútiles, sino lo solucionamos,
te damos un premio”?
La frente de Sexyneitor se arrugó.
– ¿Qué premio?
–No te hagas ilusiones, antes de tocarte me
restriego con una piña.
Otra vez sonrió. Sacó las manos de los
bolsillos para dejarlas detrás de su espalda, sin embrago, se mantuvo en la
entrada, como si necesitara mi permiso para entrar. Me resultó extraño, después
de todo, él hacía y deshacía como le viniera en gana, ¿por qué se encontraba
parado, temeroso en la entrada y vacilándome de esa forma?
–Tú y tu chispa –ronroneó.
–Ten cuidado, últimamente mi mecha es muy
corta, exploto con rapidez.
Varias greñas cayeron hacia delante de
nuevo cuando negó, con gesto derrotado.
– ¿Por qué estás tan hostil?
¿Eh?
Miré su cabeza, examinando de lejos si
había alguna cicatriz o alguna marca que detectara algún golpe que justificara
su pérdida de memoria. No vi nada y aunque me dieron ganas de abrirle una
brecha yo misma decidí dejar mi instinto asesino a un lado, y contestar.
–Porque eres gilipollas…
–Vaya, comienzas con fuerza.
–…Porque después de tus amenazas te presentas
en mi habitación como si nada hubiera sucedido –continué, pasando olímpicamente
de su interrupción–. Porque te tengo atravesado y nada me gustaría más que
partirte la crisma, destrozarte los huesos, arrancarte la piel y darle de comer
a los tiburones cada pedacito de tu cuerpo…
–Aparte de hacer una carnicería conmigo, ¿no
hay nada más…?
– ¡No he terminado! –grité.
La energía de mi cuerpo fluía más fuerte de
lo normal, mi corazón desbocado me avisó de que le estaba proporcionando una
dosis fuerte de adrenalina a mi pequeña ratita,
ya que la pequeña se removió dentro de mí con brusquedad.
Posé, como siempre mis manos en mi estómago
y acaricié con delicadeza la capa que cubría a mi hija.
–Continua –dijo Andreas, con tono suave.
Solté la respiración con crispación y alcé
la vista.
¿Por qué tanta ternura? ¿Por qué de pronto
estaba tan comprensible?
Dios,
quería al monstruo, a la bestia que unos días antes deseaba complicarlo todo.
Deseaba despertar al ser oscuro porque, contra ese animal sí que podía pelear.
–Porque
me quieres destrozar la vida –provoqué ciegamente, teniendo la falsa ilusión de
que así conseguiría algo…Que equivocada
estaba–. Porque me quieres quitar a mi hija. Porque siento cierto asquillo cuando
te miro a los ojos y tengo ganas de vomitar. Porque…
–Está claro, cariño –interrumpió con cariño y
una sonrisa dulcemente matadora–. Soy lo peor.
–Sí, exacto, eres lo peor –mi voz moría
mientras que la suya se mantenía fija, constante y en la misma cariñosa línea–,
lo peor.
–Una mierda –convino–. Un palurdo sin corazón
que no hace más que cagarla contigo. Un histérico celoso que comete tantos
errores que seguramente tendrá una habitación guardad en el infierno.
Abrí la boca pasmada y él simplemente
sonrió.
–Eres mucho más.
–Soy consciente, no te lo niego.
Sonrió de nuevo y me dedicó otra vez esa
sonrisa matadora.
– ¿Y tú porque estás de tan buen humor?
Déjame que adivine; has cagado de buena mañana.
Andreas soltó otra carcajada.
–No, bueno, puede que sí, pero mi buen humor
no viene de eso.
Se silenció. Fruncí el ceño y comencé a
ponerme nerviosa cuando dio unos pasos hacia delante. No caminó hacia mí, sino
hacia la cama bien colocada que tenía delante. Levantó el brazo con la
intención de coger mi bolsa de lunares “súper
sónica”.
– ¿Esperas que lo adivine? –pregunté, de
repente, con voz aguda.
Los pasos de él se paralizaron,
completamente quieto, como si en vez de mi voz, hubiera escuchado una sierra
mecánica enchufarse (cosa que no se diferenciaba mucho). Después, tenso y con
la vena de su cuello latiendo con rapidez me volvió a mirar a los ojos.
– ¿Qué? –insistí.
Negó…mmm…esa sonrisa comenzaba a ponerme de
los nervios.
–He visto a Lloyd.
Me tocó tensarme a mí.
Ese desgraciado bipolar, ¿había hablado con
él? ¿Por eso Andreas estaba tan manso? ¿Por qué se lo había creído?
– ¿Y? –pregunté, para mi gusto, con demasiada
ansiedad.
Arrugó su frente y, al final hizo lo que
menos deseaba; retirar mi bolsa y sentar su culo en la cama. No dije nada,
necesitaba saber lo que había sucedido entre Lloyd y él, por eso me dediqué a
observar cómo flexionaba sus bíceps cuando se cruzó de brazos.
–Tu hermano lo ha echado de una patada.
– ¿Has hablado con él?
–No.
Presionaba con tanta fuerza los dientes que
sentí un pequeño dolor en las encías.
– ¿No te ha dicho nada?
Andreas negó con mucha lentitud. La presión
llegó a la mandíbula.
–Quería contarme algo –comentó sin
importancia mientras le dirigía una rápida mirada a mi estómago–, sin embargo,
no me interesaba hablar con él. Ya sabía lo que me iba a decir.
Mi corazón se detuvo. Tuve que abrir la
boca con cuidado para no desencajar mi mandíbula. Las siguientes palabras me
costaron muchísimo pronunciarlas.
–Me sigues juzgando…
–No –interrumpió con autoridad, después cada
uno de sus rasgos se suavizó, llegando incluso al dolor–. Escuché todo lo que
dijo Lloyd.
La respiración se me aceleró.
– ¿Sabes la verdad?
–Fue culpa suya y, no te puedes imaginar cómo
me ha matado saber lo que sucedió realmente.
Muerta me estaba quedando yo. Noté como un
enorme peso se desvanecía de mis hombros y como un calor relajante descendía
por todo mi cuerpo.
La verdad, Dios, hacía tiempo que no me
sentía tan bien.
– ¿Y ahora? –pregunté con alivio.
La voz de Andreas se hizo más suave y
persuasiva.
–No sé cómo pedirte perdón.
Puedes afrontar las cosas de dos maneras;
bien o mal. Mi subconsciente, puede que incluso quisiera afrontarlas bien,
porque mi cabeza dejó de pensar y mi corazón latió de forma normal de golpe. A
continuación, yo no fui quien habló, fue mi cabeza.
–Inténtalo.
La esperanza transformó su rostro.
– ¿Eso significa que hay una posibilidad de
que me perdones?
Otra vez.
–Ese comentario me es familiar. ¿Tu
estrategia es que yo te diga que hacer para saber que te voy a contestar, que
me gustaría escuchar después, y encima, solucionarte el problema?
Andreas parpadeó, puede que por lo fría que
salió mi voz.
–No sería justo pedirte el final de la
conversación sin luchar. Pero sería un avance saber por dónde empezar y con qué
fría mujer me encontraré.
Impresionante. Y encima lo expresaba con
total naturalidad, como si de verdad fuera acceder, a indicarle, como un manual
de un mueble recién comprado como montarme.
–No te lo imagines te lo digo; no estoy fría,
estoy ardiendo y con tal mala hostia que solo esta enorme barriga me impide
meterte una paliza.
Bufó y se pasó las manos por la cara.
–Complicado –murmuró.
–Que te cagas…
–Quiero que vuelvas conmigo –interrumpió en
un arrebato.
Maldita sea, Andreas.
–Y yo quiero que te vayas, pero solo por
desearlo no se va a cumplir. Sigues aquí, y eso que deseado ver tu culo pijo
salir de la habitación desde que has entrado por la puerta.
–Dame una oportunidad –pidió con
desesperación.
Necesito
una copa o un canuto, pensó mi cabeza regalándome una burlona forma
sarcástica de decir; no puedes.
¿Una
segunda oportunidad? ¿De verdad lo merecía?
Antes de contestarme, ya estaba hablando:
–Te dejaré hablar sin interrupciones, prometo
que no mencionaré ni un sonido, pero cuando termines quiero que me prometas que
aceptaras mi decisión y…
–No es justo, por el tono de voz que estás utilizando
algo me dice que tu respuesta no será de mi agrado.
Bufé.
–Te doy más de lo que te mereces –espeté
alterada interrumpiendo su queja. Andreas resopló y dejó caer su cabeza fijando
la vista en el suelo.
–Pero no lo suficiente –murmuró.
– ¿Qué?
Andreas tomó una intensa bocanada de aire y
me miró. Jamás había visto tanta decisión en sus ojos.
–Me pone cuando te pones rebelde o mandona,
pero odio que seas tan arisca–dijo–. No accederé a dejarte, pero prometo que
hoy aceptaré lo que me digas, sin embargo, si hoy es un; no, mañana volveré, y
pasado, y así todos los días hasta que consiga conquistarte de nuevo.
–Haz lo quieras, es tu vida y cada uno elige
como desea amargársela.
–Puede que yo deseé vivir así.
–Eso no es vida.
–Y sin ti tampoco.
–Yo ya tengo una vida, y va a nacer dentro de
muy poco, no necesito más vidas –susurré tan débil que pensé que no me había
escuchado.
–Ella también es mi vida –dijo con suavidad–.
Y quiero conocer esa vida. Quiero compartir cada día de mi vida con ella y
contigo. Quiero esa familia.
–Esa familia no existe. Estamos ella y yo, y
por último, muy lejos tú. Ella no te quiere, ni yo.
Mis palabras lo golpearon con fuerza, lo vi
en su rostro. Se quedó sin aliento y juro que llegué a ver un pequeño puchero
en sus labios, un ligero temblor. Inmediatamente me arrepentí de decir tal cosa.
–Eso duele. –Era un maldito gato herido–. Que
me digas que no me quieres me mata, pero que me digas que mi hija no me quiere…
–Pues si no quieres escuchar nada más vete
–mi voz salió interrumpida por un leve sollozo.
Sus ojos me acusaron con dolor, no pude
evitar sentirme peor.
–Tú eres importante para mí, pero ella es mi
milagro. Mi hija, lo único verdaderamente mío.
Sollocé de nuevo.
–Andreas, no me hagas esto.
Temeroso o avergonzado o simplemente
perdido, avanzó hacia mí hasta estar a pequeños centímetros, entonces, para mi
gran sorpresa…se arrodilló quedando entre mis piernas -ya que mi barriga no me
dejaba cerrarlas mucho- y colocó cada palma de sus manos en mis muslos…
Madre mía…Respira. Respira. Respira…todo se
complica y yo llevo mucho tiempo sin nada entre las piernas.
Después, esos ojitos plateados me miraron
desde abajo y algo tuvo que ver en mi rostro porque sus pupilas se dilataron y
soltaron un pequeño destello.
–Mi redención eres tú. –La yema de sus dedos
presionaron fuerte mis muslos. El corazón volvió acelerárseme e intenté retirarme
hacia atrás arrastrándome por el sillón, el respaldo se incrustó en mi espina
dorsal–. Iniciaste una guerra conmigo y siempre pensé que yo ganaba –dijo con
voz siniestra y suave como la pluma de una paloma en contraste con el erótico
apretón de sus dedos contra mis muslos–. Batalla tras batalla, lucha tras lucha
y mi cabeza me indicaba que yo era el vencedor. Me equivocaba, no en ganar las
batallas, sino en lo que había ganado– las caricias subieron al mismo tiempo
que la orilla de mi vestido dejaba ver más carne de la que me gustaría–. Cada
última palabra, cada último golpe me acercó más a mi trofeo –su voz se volvió
ronca y sus ojos se fundieron en el deseo–. Fui a la carrera, metido de
improviso en un circuito que creí no elegir, pero aun así seguí en él. Luchando
y encontré mi oro –anunció fascinado mientras sus ojos se clavaban con
intensidad en los míos.
El corazón me latía desbocado, sus dedos
llegaron al límite de mis caderas y solté sin darme cuenta un pequeño jadeo.
Andreas tomó aire como si lo hubiese abofeteado con ese sonido, luego, las
comisuras de sus labios se ampliaron con malicia y de golpe, se enderezó hasta
quedar a mí misma altura. Noté su cuerpo, entre mis piernas, pegado a mi
cuerpo, y de nuevo, como si me faltara el aire, se me escapó otro gruñido al
ver lo muy cerca que estaba.
–Andreas –dije jadeante, aferrándome a los
brazos del sillón.
–Te encontré a ti, después, como un vencedor,
conseguí tu amor. –Sus dedos rodearon mis piernas y se trasladaron al interior
de mis muslos–, eso es lo que gané; a ti, no las riñas o las locuras, sino a la
mujer que hacía que me comportara así. Gané mucho.
–No…sí…
Notaba mi sangre palpitando por todo mi cuerpo.
Sabía que mis reacciones estaban provocadas por el embarazo; me debilitaba, y
porque, aunque me negara, amaba a Andreas y lo deseaba, lo deseaba con toda mi
alma. Pero no era justo, él se estaba aprovechando de mi debilidad para obtener
mi rendición, convertía el dolor, el anhelo, y la perdida en placer.
–Siempre has sido mi combustible, –apoyó su
frente encima de la mía y apreté con fuerza la piel del sillón para evitar
derrumbarme–, la fuerza que necesitaba a mi lado y la mujer que me ha hecho ver
que hay más que todo lo material. Tú eres mi único trofeo, mi única batalla
ganada. Y no importa ser una mierda hoy si sé que puedo volver a ganar lo que
he perdido por idiota, si sé que puedo ganar tu amor, y el de mi hija– se
detuvo solo el tiempo para suspirar– te quiero Estela…
Sus labios rozaron los míos en una caricia
de lo más caliente. Oí un suave gemido y me horroricé al darme cuenta que ese
sonido provenía de mí. Mi cuerpo lo pedía, pero mi alma gritaba que no.
Aparecieron en mi cabeza cada uno de nuestros encuentros, y el más especial, el
del jakuzzi…
–Perdóname. –Noté un pinchazo eléctrico en
mis pezones y supe que sus manos habían alcanzado mis pechos…
¡Cerdo!
Lo empujé. Un chispazo en mi cabeza, como
si me frieran el cerebro me activó y lo empujé. Conseguí retirar su cara de la
mía, pero no su cuerpo. Andreas se esperaba cualquier brusco movimiento de mi
parte y consiguió apoyarse con los pies. Después sus ojos se deslizaron por mi
cuerpo hasta arrasarme con la fuerza de su mirada gris clavada en la mía.
Gris contra azul, pensé, ¿Quién ganaría?
Si sigues
por ese camino, tú, desde luego que no.
–He infravalorado lo enfermo que estás. Jugar
con mi cuerpo, muy bonito.
Como un muelle volvió al sitio; entre mis
piernas, pero esta vez con las manos apoyadas en el sillón. La tela de su
cazadora se tensó cuando su cuerpo se venció hacia mí.
–El
deseo siempre ha despertado en ti la rendición.
–No esta vez. El dolor pesa más.
Su cabeza cayó hacia delante y me vi
atrapada. Necesitaba salir de ahí.
–Sabía que no me perdonarías, antes de entrar
lo sabía –murmuró.
Mi pequeña, al igual que yo, se removió
inquieta. Su padre se mostraba dolido y no tenía muy claro si ella se burlaba o
me regañaba por ser tan dura con él.
Yo no
soy la mala, es el capullo de padre que te ha tocado, ratoncita, él es el malo…
Otra vez se removió y no fue de inquietud,
más bien se trató de una especie de manifestación… ¿Defendía a su padre?
– ¿Por qué lo haces? –pregunté y no supe si
se lo decía a ella o a él.
–Por qué te quiero.
De un golpe levanté la cabeza y mi mirada
se cruzó con la suya. De nuevo me lo encontré a centímetros de mí…asediándome. Su
quietud se había empapado de un sutil ejemplo de hombre herido, esperando la
misericordia de mi perdón.
No había perdón que valiese, no de mi
parte. No estaba dispuesta a olvidar.
Alcé la mano y acaricié su mejilla con mis
dedos. No era ternura, fue un gesto grotescamente burlón de mi parte, tan igual
a mis palabras.
–Qué triste suena eso.
Mis palabras lo abofetearon.
–No me culpes por amarte…
Solté una carcajada que lo interrumpió.
Cuando me recuperé me miraba incrédulo.
–Alguien capaz de amar, tiene que ser capaz
de confiar, tiene que saber que un acto, por muy pequeño que sea puede provocar
un…
Me besó. Sin más. Tomó mi rostro entre sus
manos y me obligó a besarlo. Tras sentir el calor de sus labios me di cuenta de
todo, puede que tardara en reaccionar, esa boquita siempre me la había tenido
jurada, pero conseguí lanzar una súbita orden a mi cerebro que mandó señales
por mi cuerpo y en el instante que su lengua invadía mi boca, mi brazos
hicieron presión y lo retiraron de mi cuerpo.
Esta vez Andreas sí que cayó al suelo. Me
sorprendí, puede que al estar embarazada hubiera desarrollado súper poderes,
pero por muy increíble que me pareciera, la razón de su caída era la misma de
siempre; cuidado.
Se lo podía ahorrar, me daba igual, yo no
iba a tener cuidado.
Me levanté de la silla, haciendo un enorme
esfuerzo con los brazos; primero salió mi estómago y después mi culo (una espeluznante
forma de moverse, por cierto). Maniobré y finalmente conseguí ponerme en pie.
Andreas se encontraba en el suelo, caído pero
en una postura sexy. Joder. Hasta en el maldito suelo podía sacar lo mejor de
él, y yo…Joder. Gorda, con un vestido ridículo y unos pies como patatas dopadas,
no me acercaba ni a lo decentemente bonito; que dice la gente para quedar bien…
Exploté.
–Eres un súper herpes genital. Un manipulador,
un arrogante que entra aquí con todo el derecho del mundo, se pone a sobarme en
vez de pedir perdón como dios manda, y para colmo, mírate. ¡Joder! Estás
perfecto….Te odio, Andreas.
Con todo el valor que me sobraba levanté mi
mentón y pasé por encima de él. Al llegar a la puerta me detuvo con su voz.
– ¿No puedes esperar unos minutos más?
Fruncí el ceño.
– ¿Para qué me sueltes otro rollo más? No.
Dos segundos después estaba entra la puerta
y yo, bloqueando mi salida con su propio cuerpo.
–Estela, no te vayas. Dame la oportunidad de
demostrarte todo mi amor.
–Te dije qué cuando te enteraras de la verdad
te arrepentirías. Una pena, tenía razón…
–Sí, la tenías, por eso estoy aquí
–interrumpió.
Aquellos solemnes ojos fueron como como un
martillazo. Brillaban, pero no de sentimientos, eran cristalinos como lágrimas
no derramadas.
–Demasiado tarde –dije con la voz suave–. Te
he sido siempre fiel y tú nunca has confiado en mí. Ahora te arrepientes y
pronto sufrirás todo lo que yo he sufrido. Al menos te puedes consolar con
Renata…
–No tengo nada con tu prima.
Me encogí de hombros.
–Me da igual…
–Quiero que te quede claro; no tengo nada con
Renata. Nunca fue mi intención volver con ella, jamás, porque mi cabeza, mi
cuerpo y mi corazón ya tiene dueña. Tú, Estela, tú eres la mujer que me ha
conquistado.
–Ya no importa…
– ¡Deja de ser tan fría, no me lo merezco!
Agaché la vista y llegué a sentir incluso
el corazón de mi hija, retumbando con fuerza en mi interior. Acaricié el bulto,
con cariño, vi, por el rabillo como las manos de él se convertían en puños,
después, como todo su cuerpo se echaba a un lado. Me dejaba salir.
Me acerqué a la puerta y abrí. Luther, que
estaba apoyado en la pared se enderezó nada más me vio.
Intenté salir pero su aliento contra mi
mejilla me detuvo.
–Te quiero, y también la quiero a ella
–susurró–. Sois mi familia, no voy a renunciar a vosotras.
Sin vacilar clavé mis ojos en los suyos.
–Te desearía suerte, pero como eso depende de
mí, lo tienes chungo.
–Así será mi vida.
–No insistas. Acepta lo que te ha dado la
vida. Acepta, que por una vez en la vida hay algo que no puedes tener.
Andreas retiró unas greñas de mi cabello
que caían hacia delante y las dejó detrás de mi espalda. Me estremecí y él lo
vió, fue lo que lo impulsó a inclinarse y susurrar contra mi oreja.
–Acepto todo lo que no puedo tener, no lo
quiero, pero a vosotras ya os tengo, solo tengo que conseguir derretir el muro
de hielo que has puesto, –sus dedos acariciaron mi espalda, temblé–, y que me
dejes amarte como nuestra primera noche.
Me retiré y lo miré por última vez.
–Adiós, Andreas.
Pero ese adiós no fue definitivo, y lo supe
nada más me monté en el coche con mi hermano, nada más él me preguntó si todo
estaba bien, lo sabía, no iba a estar bien, nunca lo estaría hasta que Andreas
desapareciera completamente de mi vida. Pero, ¿cómo iba a pedirle al padre de mi
hija que se esfumara?
Imposible porque una parte de mí lo
necesitaba casi tanto como ella.
Capítulo
49
Las siguientes cinco semanas que
procedieron se convirtieron en un increíble tostón. Nunca estaba sola, entre
Luther, Sienna, Gary, Joe, Darío y Andreas la casa parecía tener una fiesta
diferente todos los días, e incluso Leon me visitó, aunque más que una visita,
mi jefe parecía estar en otro mundo.
Parecía la niña de cinco años consentida de
la familia. Darío se dejaba caer por casa todas las mañanas y las noches, hasta
el tercer encontronazo con Andreas, a quien mi hermano había echado varias
veces porque yo no dejaba de gritarle, entonces Darío decidió evitar a su amigo
hasta que las cosas se calmaran entre nosotros dos y solo venia por las mañanas.
Sienna con Joe o Gary, dependiendo del día, me cuidaban a la hora de comer, y
Andreas todas las noches. Me pregunté si dejaba el trabajo a medias ya que a
veces, se presentaba antes de la hora normal.
No obstante, jamás se lo pregunté, había
conseguido el favor de Luther, su admiración, la de Gary e incluso la de
Sienna, y todo por lo que hacía. No iba a conseguir también mi favor.
–Te cuida –dijo Sienna, tras darme un
discursito muy preparado sobre darle una segunda oportunidad.
–Llenarme la casa de flores, traerme
aceitunas, pastelitos de melocotón y cómprame un sillón de masaje no es
cuidarme. ¡Me está comprando! –espeté.
–No te olvides de la tele, ni de todo lo que
le ha comprado a la ratoncita –se
mofó–. Oye, ¿ya tenéis nombre?
– ¿Cómo que tenéis? –indiqué exasperada–. El
nombre es cosa mía, mi hija es cosa mía y yo decido.
Aunque debía decidir ya, porque no tenía ni
idea de cómo llamarla, una cosa estaba clara, Estela; No. Mi abuela se llamaba
Estela, mi madre también, y ambas murieron cuando yo era niña, no era
supersticiosa pero esa tradición debía cambiar.
–Vale, bien, lo que tú digas–dijo mi amiga–,
pero relájate e intenta dormir en ese precioso sillón de masaje.
Me acomodé mejor en el sillón y le dediqué
una fulminante mirada a mi amiga. Después de tirar todas las flores a la
basura, guardar en el trastero externo las cosas de mi pequeña, regalar los pastelitos
y pedirle a Luther que hiciera algo con los botes de aceitunas, el sillón era
lo único de lo que no me podía deshacer.
–No me han dejado devolverlo, y Luther dice
que cuesta una pasta llamar a una empresa para que se deshaga de él. ¿Qué
quieres que haga?
Se encogió de hombros y me pasó el mando
para que me adaptara el masaje a mi gusto.
–Nada, disfrutarlo con mala leche.
–Eso hago –grazné.
Sienna me guiñó un ojo mientras, con un
movimiento sutil se colocaba la cazadora. Mi hermano entró por la puerta con
una caja en las manos y una sonrisa en la boca. Se saludaron, a su forma,
prácticamente parecían colegas chocándose la mano y después, como no, Luther le
dio una pequeña palmadita en el trasero.
Siempre me pregunté porque nunca se habían
liado, hacían buena pareja, casi pensaban igual y encima tenían lo que toda
pareja deseaba, una conexión impresionante. Se llevaban genial y a veces
pensaba que se leían la mente al terminar muchas frases el uno del otro.
La edad no era impedimento, a Sienna no le
importaba estar con un hombre diez años mayor que ella y a Luther le fascinaban
las jovencitas -otro viejo verde-. Tampoco el físico, Sienna sin pretenderlo
tenía una larga lista de corazones rotos más larga que la de mi hermano, y Luther,
bueno, es mi hermano pero debía admitir que llamaba mucho la atención; rubio,
de ojos azules, alto y con buen físico, sí, tenía esa boca que a veces le
perdía y no solía caerle bien a las personas por lo muy sincero que resultaba,
pero en cuanto a romanticismo; era un hacha, estaba comprobado.
Me decanté al pensar en que ella era mi
mejor amiga y él mi hermano, no es que fuera un obstáculo, pero puede que fuera
la única amiga que mi hermano tuviera en toda su vida, y quizás, prefiriera esa
amistad que una relación con la única mujer que después de enviarlo a la mierda
le mandaba un beso, quien sabe, los dos eran de lo más raros.
– ¿Te quedas a cenar? –preguntó Luther–.
Traigo pizza.
–Estás de coña –Luther frunció el ceño pero
inmediatamente entendió a que se refería Sienna.
– ¿La bestia?
–preguntó y Sienna asintió–. Mierda.
–Estoy delante –espeté.
Pero ninguno me hizo ni caso. Luther dejó
la caja encima de la mesa y acompañó a Sienna a la puerta.
Normalmente cuando mi estado se ceñía a mi
baja de defensas, según Luther, valía la pena salir corriendo. Él me definía
como la bestia, la Sirenita o interrogante, que se basaba en esos días donde no
pronunciaba ni una palabra.
Simplemente no me apetecía hablar, no
tenían por qué buscar una razón de mi comportamiento.
Y
bueno, puede que hoy mi grado de bestia era más alto de lo normal pero tampoco
se podían cachondear.
–No vuelvas por aquí sino es con una palabra
de disculpa en la boca –amenacé a Sienna mientras la veía marchar.
– ¡Vale!
¡Te quiero! –gritó, luego bajó el tono de voz– ¿Y Andreas quiere volver con
ella? Ese no sabe dónde se mete…
– ¡Te estoy escuchando!
– ¡No estaba murmurando!
Escuché la carcajada de mi amiga que fue
interrumpida por la puerta cuando ésta se fue. Luther se acercó con su cariñosa
pose de las manos en las caderas y su sonrisa de oreja a oreja. Me entraron
ganas de abofetearlo.
– ¿Todo bien? –preguntó.
Ni lo pensé.
–De puta madre. ¿Y la pizza?
Su sonrisa se borró.
–Estela, esa boca, hay una niña presente.
Se dio media vuelta para dirigirse a la
cocina.
– ¡Que te den! Sabes que también pienso. Posiblemente
te salga una sobrina asesina, porque en este momento deseo cortaros el cuello a
todos.
Mi hermano sacó la cabeza por el pasillo.
– ¡Joder! Como estás.
–Como me ponéis todos, ¡enferma!
Salió y caminó en mi dirección.
–A dormir, venga, estás castigada.
Fruncí el ceño.
– ¿Y Andreas?
No quería irme a la cama sin descargar
adrenalina con él, hoy me sentía más fuerte que nunca y había esperado el día
entero guardando toda mi mala leche para Sexyneitor.
–Hoy no viene. Me ha llamado, le ha surgido
algo de una cena de trabajo o no sé qué. Ni idea, cuando comienza hablarme en
forma técnica pierdo el hilo de la conversación.
¿Hoy no venía?
Sí,
por supuesto, una cena de negocios. Capullo, ya te pillaría.
Esa noche no conseguí dormir y lo que al
principio era una locura desenfrenada de gruñidos malévolos e insultos varios,
se convirtió en un llanto e incómoda ansiedad. Me agarré a las sábanas con
fuerza para no coger el teléfono y llamarlo, exigirle una explicación de por
qué hoy había descuidado sus deberes de visita a la enferma. Joder. Me estaba
conquistando.
Finalmente y sin darme cuenta, cogí el
sueño, pensando que el día siguiente sería otro día más, tan cualquiera a los
que pasaban.
Pero me equivocaba, la mañana comenzó con
el primer cambio.
Me desperté, para mi sorpresa de buen
humor. Luther desayunaba como todas las mañanas junto con Darío.
–Martillo.
–Estela. –Los labios de Darío se ampliaron y
la sonrisa me pareció de lo más currada–. ¿Has dormido bien?
–Sí.
–Buenos días, gordita –saludó mi hermano.
–Buenos días, capullo.
–Eso es coger fuerzas.
Le
mandé un beso y me senté, inmediatamente apareció un pastelito de melocotón en
mi plato. Lo cogí y lo alcé.
–Los ha traído Andreas antes de irse a
trabajar, también hay zumo de naranja natural, ¿te apetece?
Negué con la cabeza. Darío me sirvió leche
y después se dedicó a untar la mantequilla en su tostada.
–El agente pepinillo quiere hablar contigo
–dijo Luther, apagando el televisor.
– ¿Pepinillo? –preguntó Darío con
curiosidad–. ¿Ese es su apellido?
Mi hermano sonrió, yo también.
–No, es que el pobre hombre tiene una inmensa
cabeza con forma de pepinillo. No me mires así, Estela le sacó el apodo.
Me encogí burlonamente cuando Darío me
dedicó su ceño fruncido y me dirigí a mi hermano.
– ¿De qué quiere hablar conmigo? –pregunté y
le di otro bocado a mi delicioso pastel de melocotón.
–De Cody. Necesitan más información.
De pronto, las ganas de comer se esfumaron
y el pastelito cayó al plato.
–Ya se lo conté todo. No hay nada más.
Ambos suspiraron y se miraron a la cara. La
tensión que había en la mesa me produjo un tirante y de lo más molesto
retortijón.
No me apetecía recordar lo sucedido, bastante
funesto había resultado el contarlo, decir como ese desgraciado me golpeó, me
dejó inconsciente y como amenazó la vida de mi hija. Me aterrorizaba la idea de
volver a vivir lo que ocurrió aquel día.
Sin embargo, ninguno de ellos decía nada y
eso aumentó mi intranquila mañana.
– ¿Qué pasa?
Lo pregunté a los dos, pero fue Luther
quien me cogió de la mano, Darío simplemente se quedó fijo y constante, con su
típica mirada amenazante puesta en el rostro de mi hermano.
–Estela, no te agobies, pero no encuentran a
Cody, y temen…
–Luther –interrumpió Darío con tono duro–, no
creo que sea el momento para decir nada. Estela no necesita más preocupaciones
de las necesarias.
Demasiado tarde, ya estaba más que
preocupada, me encontraba acojonada.
–Temen que vuelva –mencioné con voz trémula.
–Aquí estás a salvo –trató de consolar mi
hermano.
Me acaricié el estómago. Yo estaba a salvo,
pero mi hija no.
–La policía vigila día y noche la casa –me
consoló Darío–. No tienes de que preocuparte, no se atreverá a venir a por ti.
Y
hasta eso me parecía insuficiente. Un mal golpe, solo necesitaba eso, un
pequeño arrebato y lo que más quería se esfumaba.
El miedo me acorraló y decidí encerrarme en
la cama todo el día. No comí y aunque conseguí dormir me sentí despierta, en
alerta todo el rato.
No, desde luego que hoy no se estaba
convirtiendo en un día común.
Escuché las voces de las típicas visitas,
entraban en la habitación, Sienna hasta se acostó a mi lado y me abrazó, e
incluso Gary vio la tele un rato conmigo, pero por muy protegida que me
hicieran creer que estaba, continuaba sintiéndome aterrada. Y más cuando caía
la noche.
Calor, dichoso calor, me estaba matando.
No era verano, hacía semanas que habíamos
entrado en el otoño, pero por culpa de contaminación atmosférica, el tiempo no
se ponía de acuerdo con las estaciones, como yo, iba mucho a su rollo, supongo
que estaba hasta los cojones de nosotros y esa era una razón de venganza contra
la humanidad.
Pero en esa humanidad estaba yo, y el calor
también me afectaba a mí, el doble, porque tenía doble capa delantera que me
hacía padecer cada temperatura doblemente. Maldita sea. La puertecilla que daba
al patio de atrás estaba abierta, entraba aire pero no el suficiente.
Recé por que entraba una ventisca, pero mis
reces no surtieron efecto, finalmente retiré las sábanas de una patada y con
cuidado me incorporé. Fue imposible no salir fuera como no compartir con el
pequeño árbol que mi madre plantó cuando era pequeña la noche.
Me senté en la vieja mecedora de mi abuelo.
Luther le había dado un pequeño barnizado y encajado un doble respaldo,
espantoso pero al menos garantizaba un soporte mayor.
Tomé asiento y me balanceé una hora, puede
que dos, no llevaba un reloj para saber cuánto tiempo pasaba. Sentí que la
presión disminuía y mi respiración se relajaba. ¿En qué momento había dejado
que el miedo me dominara?
–Supongo que en el momento que supe que eras
una niña –murmuré, centrando mi atención en mi ratoncita.
Me levanté la camiseta y contemplé el bulto
de mi tripa, lo acaricié y la pequeña me otorgó el precioso obsequio de una de
sus patadas. Llevé mis dedos a ese golpecito y dio otro, y otro, y otro.
Sucesivos como si sufriera hipo.
–Estás revoltosa ¿eh? ¿Quieres qué juegue
contigo? ¿O…?
– ¿Qué ha sido eso?
Levanté mi vista a esa voz tan impresionada
y me encontré con Andreas, en el umbral, con los ojos abiertos, pasmado
mientras observaba mi estómago al aire. Su cultural figura me proporcionó un
regalo e hizo que el corazón comenzara a bombearme con fuerza.
La luz salía de su espalda como el sol de
una montaña, el pelo se cubría de un baño rojizo y brillante, y su tensión, en
ese formidable cuerpo lo convertía en un depredador de la noche, sin embargo,
no me parecía tan peligroso, más bien, un duende que acaba de atravesar un
bosque oscuro y por fin encuentra un lugar de luz. Estaba paralizado e
impactado, no dejaba de mirarme como si fuera una maravilla. Lo conocía, sabía
que aguantaba la respiración.
Inmediatamente me tapé.
–No, no lo hagas, por favor. Quiero verlo
–suplicó, y en esa súplica sentí el débil toque del aire cálido en mi espalda.
–Has fallado un día –dije, o lo susurré. No
lo sé, estaba extrañamente cautivada.
Sus ojos se alzaron y me miraron. El
impacto de su mirada siempre me había quitado la respiración, pero hoy había
algo en ella completamente diferente que hacía que sintiera ganas de salir
corriendo y abrazarlo.
–Young ahora quiere trabajar con nosotros.
Fruncí el ceño.
– ¿Yoyo? –Andreas sonrió– ¿El personajillo
que insulté y atrapé con un cuchillo a la mesa?
Su sonrisa se amplió.
–El mismo. Por lo visto eso de que no
necesitábamos su calderilla lo dejó en vilo toda la noche.
– ¿Es broma? –Andreas negó con la cabeza–. ¿Negocia
con vosotros?
–Por lo visto sí.
–Felicidades.
–No. Felicidades a ti. Me parece que tú
hiciste que ese estirado recapacitara la oferta.
Lo dudaba mucho pero no dije nada al
respeto. Alcé la cabeza y miré las estrellas, evitando mirar su silueta en la
noche.
Escuché pasos, sus pies chocando contra el
suelo y algunas hojas secas que habían caído del árbol hace tiempo, hacerse
añicos tras sus pisadas. No me molesté en darme la vuelta en mirarle…
Mierda.
Es que me lo podía imaginar.
Irresistiblemente atractivo con traje
oscuro, uno de su colección de marinos. Sabía que el color azul le quedaba
bien, siempre se lo había dicho. Y como me quería impresionar, últimamente
parecía amante del azul en todas sus tonalidades.
– ¿Puedo? –preguntó.
Me volví y lo acribillé con la mirada hasta
que me di cuenta de que me había equivocado. Camisa blanca, medio desabrochada
con las mangas arremangadas y un tejano. Informal pero sexy y encima la luz
proveniente de mi habitación le daba un toque de lo más animal…
Me enfadé conmigo misma por adorar a ese
hombre y no odiarlo como se merecía.
–No –gruñí.
Le dio igual, su culo se posó en ese bloque
de cemento que había justo a mi lado. Luther siempre lo usaba de mesa, era lo
que aguantaba su cerveza, y ahora me arrepentía de no haberle dicho que se
deshiciera de él.
–Ha preguntado por ti, bueno, más dijo que; ¿dónde
estaba la chica de ojos saltones? –comentó con gracia.
–Capullo –dije sin mucho interés–. No tengo
los ojos saltones.
–No, son grandes y siempre bien abiertos,
puede que eso lo confundiera un poco.
–No abro tanto los ojos. –Parpadeé porque había
hecho eso mismo, abrir los ojos como platos–. Mis ojos son perfectos y si has
venido a meterte con mis ojos…
–Shss, no estropeemos esta noche tan bonita.
Bufé y me acomodé mejor en el sillón.
–Eso ha sonado muy de nenazas.
Andreas se encogió de hombros y comenzó a
mirar todo lo que nos rodeaba. Tampoco había mucho que mirar, la casa de mis
abuelos no era grande y el patio convertido en un pequeño jardín llegaba a
medir lo que uno de los cuartos de baño del piso de Andreas, sin embargo, era de
lo más familiar y cada rincón guardaba un recuerdo.
Podía ver a mi madre de niña, a mi abuela
plantando unos tomates que nunca nacieron, a mi abuelo colocando un columpio en
el árbol que no duró ni un año o a mi hermano fabricando trampas sacadas de un diseño
de agujeros en el suelo tapados con un trozo de tela. También veía a toda la
familia comiendo, junta, y a mí en los brazos de mi madre, acariciando su
cabello para finalmente metérmelo en la boca.
–Está bien eso de tener una casita con jardín
–dijo sacándome de mis ensoñaciones. Lo miré y me topé con su perfil y unos ojos
brillantes, llenos de ideas, esperanzas–, un columpió en ese árbol, o una
casita de árbol. Un rosal en una esquina, una mesa con sillas de mimbre, e
incluso una piscina–. Sonrió– Un jardín para la ratoncita.
Me tensé. Me estaba camelando, mostrándome
un futuro perfecto.
–Tienes razón, le pasaré a Luther tus
indicaciones para que arregle esto, pero eso de la piscina…mmm…tendrá que ser
de plástico, algo infantil…
–Estela –me llamó –no me refería a esta casa,
me refería a una casa para ti y para mí. Nuestra casa.
Lo miré sacando todas mis emociones
espeluznantes; odio, rabia asco, todo lo que él pudiera ver y desagradar de mí.
–Se a lo que te referías, y no cuela.
–Entonces deberías saber que estoy mirando
casas más grandes, seguramente ponga en venta el loft…
–Yo de ti me lo pensaría bien antes de
cometer esa locura. Tu piso, tu piscina en el techo, el jacuzzi y esa jaula te
hará falta, ¿dónde piensas llevar a las mujeres que te quieres tirar? –Andreas
soltó un queja que me ni me molesté en escuchar. Continué–: ¿Dónde vas a
contemplar dos tetas pegadas en un cristal mientras esas busconas nadan en
pelotas en tu súper piscina? ¿Qué vas hacer con las cadenas nuevas que todavía
no has estrenado?; ¿engancharlas a un árbol? –pregunté jactándome de la idea.
–Nada remplazará todo lo que he hecho y he
querido hacer contigo. La sola idea me recordaría a ti –dijo como si estuviera
loca al decirle todo eso.
Me molestó.
–Mételas
en la jaula, de espaldas, eso es un aliciente para…
–Ya está bien, no he venido a discutir.
–Pues no me hables del futuro o de casa con
jardín.
– ¿Tanto te molesta que hablé del futuro que
deseo?
–Me molesta que te metas tú en ese futuro.
Me retiró la mirada y negó con la cabeza.
El dolor comenzaba hacer mella en él. Resultaba extraño ver como un hombre tan
seguro de sí mismo, tan fuerte y tan juguetón se le rompía el corazón. A mí me
dolía, pero al contrario de él, mi corazón ya estaba roto.
–Al menos, ¿hay una minúscula esperanza de
que cambien las cosas? –preguntó mirando la nada.
–Si te refieres a estar juntos, no creo.
Me miró de golpe y ese mismo dolor lo vi en
sus ojos, desgarrador, me atravesó como una llama ardiendo y me dejó sin
respiración.
Una lágrima caía de mis ojos, él la vio, la
siguió y se quedó mirando el punto de caída durante unos segundos, en silencio.
Tragué con dificultad y no supe que me
incitó, pero antes de darme cuenta estaba levantando una mano y acariciando su
mejilla. El calor de su piel, el temblor de mi roce me desgarró por dentro. Andreas
dejó caer su cabeza contra mi mano, contra mi caricia y sus parpados me taparon
el color gris de su mirada.
– ¿No has sido feliz conmigo? –preguntó a la
vez que abría sus ojos.
–Sí, lo fui en momentos, pero nuestra
relación se basaba en el sexo, la convivencia era diferente.
–Estela, era buena. –Atrapó mi mano y
acarició la palma–. Nos compenetrábamos, reíamos…
–Pero no había confianza.
Durante unos segundos que se hicieron
eternos no podíamos dejar de mirarnos, de leer nuestros pensamientos, puede
incluso que él rogara y yo le pidiera perdón. Me sentía confundida.
Finalmente fue él quien rompió la
comunicación, mi tacto y todo. Se movió dándome de nuevo su perfil y se miró
las manos.
–Dos meses jodido sin ti, y ahora que te
tengo eres tú quien me destroza la vida. Una lucha, ¿para qué? –Levantó la
cabeza y me miró– ¿Qué conseguiré al final? Nada.
–Mi amistad –dije.
Resopló.
–Últimamente me acuerdo mucho de la primera
vez que nos vimos. De cómo me miraste en el ascensor antes de salir corriendo.
Hace un momento me has mirado igual y pensé que saldrías corriendo, –soltó una
risa que se concentró en su aire, como un soplo lleno de anhelos–, no lo has
hecho pero –tragó saliva y soltó el aire en un suspiro– te he perdido igual.
No lo pierdas.
Agaché la vista, no podía continuar mirando
su aspecto, su derrota, me consumía. Mi cabeza continuaba gritándome que lo
abrazará, que le gritara que lo quería pero mi orgullo y mis recuerdos me
golpeaban con más fuerza y mis labios continuaban cerrados, sellados.
No
había palabras en mis labios. Tantos dramas hechos una bola impedían que me
comunicara, que dejara a un lado mi rabia y hablara con el corazón.
–Lo siento –dijo.
Y yo.
Varias gotas mojaron mi vestido y las barrí
tratando de borrarlas.
Andreas finalmente se levantó, se arregló
la camisa, los pantalones y se retiró el pelo de la cara. No sé porque me moví,
pero me levanté.
–Quédate, no hace falta que me acompañes.
¿De verdad esa era mi intención?
Asentí y él dudo antes de irse. Se retiró
de nuevo el pelo de la cara, con fuerza y sus ojos se clavaron en los míos.
–Antes de salir por la puerta quiero que sepas
qué aunque no haya un futuro juntos, no va haber más mujeres en mi vida, solo
tú y ella.
Andreas colocó una mano en mi estomagó. Inmediatamente,
como una madre leona, atrapé su muñeca con fuerza.
–No me to-ques –la última palabra salió
larga, cortada y en voz muy baja.
Estaba flipando, Sexyneitor estaba alucinando, impresionado, preso de un hechizo, y
ese embrujo era que la ratoncita
acaba de dar una de sus fuertes patadas.
– ¿Q-qué ha sido eso? –titubeó.
–Una patada.
¿Era
mi voz?
No me
reconocí, no parecía salir de mí.
Sonrió y contemplé el mismo rostro que
había visto hacia unos meses en su jacuzzi. Era amor.
–Una patada –repitió encantado y de nuevo, se
sobresaltó y me miró– ¿otra?
–Sí –contesté con voz rota.
Dios, ¿Qué me pasa?
Andreas se arrodilló y con ojos suplicantes
levantó la vista hacia mí.
– ¿Me dejas?
Me mordí la lengua para no decirle nada que
estropeara ese encuentro y dejé que mi cabeza se moviera en un sí.
Él tomó la orilla de mi camiseta con dedos
temblorosos y la levantó hasta dejar toda la tripa al aire, luego, cuando su
aliento se unió al mío, colocó las palmas de sus manos encima del estómago con
un increíble miedo. Dios. Le temblaba el pulso.
Atrapé sus manos y nuestras miradas se
cruzaron.
–Tranquilo, no pasa nada –animé.
–No quiero haceros daño.
–No lo harás.
Le mostré como debía tocarme, y dejé sus
manos en libertad, con confianza para que viera que no me hacía daño. Andreas
tanteó cada zona hinchada con delicadeza, parecía tocar oro puro. Me estremecí.
Cuando encontró el lugar adecuado se centró en ella como si pudiera verla.
–Hola –dijo y temblé.
Hola,
pensé, e incluso la ratoncito dio
otra de sus patadas. Iba a llorar…
Atrapé un sollozo y cerré las manos, con
fuerza para no interrumpir con mi llanto la conversación padre e hija.
–Tengo ganas de verte, de escuchar el sonido
de tu voz –comenzó–. Sé que seguramente estarás muy bien ahí dentro, a salvo
con mamá, que te cuida, te protege –sus manos acariciaron el borde de mi
estómago hasta llegar a la zona donde la pequeña ejecutaba las patadas–. Dicen
que estás muy débil, pero tienes que hacerme un favor; cuando tengas que salir
sal, no dejes de respirar, quiero escucharte gritar en el momento exacto que
llegues al mundo –tenía el corazón en un puño, notaba como cada vez caían más
lágrimas por mis ojos–. Y no tengas miedo, te queda mucho que descubrir, que
conocer. Nos tienes que conocer a nosotros –con el mismo amor del que hablaba,
sus ojos se cruzaron con los míos–. No soy tan malo como tu madre piensa, tengo
mis defectos, pero también mis virtudes, pueden que sean pocas y espero que las
conozcas, espero que tu madre deje que las conozcas.
No sabía si esa petición iba dirigida a mí
o a ella, igualmente asentí. Andreas volvió a volcar su atención en la ratoncita. Yo me sequé las lágrimas con
el dorso de las manos. No me quería perder ningún detalle.
–Como un sol abrasador, despierta cada mañana
iluminando mi día. Tú eres mi sol pequeña. Espero que te parezcas a tu madre,
porque si a ella no la voy tener, al menos te tendré a ti. –Se inclinó un poco
y besó ese bultito saltarín, después sonrió–. Te quiero –susurró como si fuera
un secreto entre los dos.
Yo
también.
Andreas se levantó y sin quitarme la vista
de encima, limpió mi mejilla con sus dedos, eliminando los restos de agua
salada que caían de mis ojos. Luego se acercó y me dio un beso en la mejilla,
dulce, suave y tierno. No se lo impedí, e incluso ladeé mi rostro a la espera
de que se volviera loco, de que le entrara uno de sus arrebatos y me besara en
los labios.
Una
vez más, solo una vez más.
No hubo una vez más. Se retiró y con la
cabeza gacha se despidió:
–Hasta de aquí dos semanas.
Se dio media vuelta, caminó y sus piernas botaron
el escalón para entrar de nuevo a la casa.
– ¿Cómo que dos semanas? –pregunté, frenando
su paso.
–Tengo que viajar por trabajo, lo había
rechazado pero, ahora qué sé que nunca me perdonarás, ya nada me retiene aquí.
El pánico me invadió y avancé hasta
colocarme delante de él, bueno, más bien delante de su espalda.
– ¿Y ella? ¿Estoy a punto de dar a luz?
–Llegaré a tiempo para el nacimiento de mi
hija. –No se giraba y me ponía enferma hablarle a una espalda–. Y no te
preocupes, no te la voy a quitar, solo te pido que me dejes verla crecer... –se
interrumpió y se volvió. Por fin, pensé, pero entonces me di cuenta de que le
estaba clavando las uñas en el brazo. Yo lo había girado, no él. Rápidamente
quité mi mano de sus bíceps–. Quiero participar en su vida.
–Eres su padre.
Andreas me miró desconcertado, no obstante
contuvo el sentimiento y supo retirarlo a tiempo de su rostro.
–Lo soy –adjudicó.
De nuevo y con la misma decisión se dio la
vuelta y retomó su camino. Indecisa, perdida y asustada lo seguí, dispuesta a
algo que todavía no tenía muy claro.
–Andreas, no puedes irte fuera.
– ¿Por qué? –preguntó con la espalda tensa y sin
mirarme.
Deseé atraparlo de la camisa otra vez,
retenerlo, obligarlo a que se quedara. En cambio no hice nada. Absolutamente
nada más que enfadarme conmigo misma por hacer las cosas tan mal.
– Vale, ¡haz lo que quieras! –mi gritó lo
obligó a girarse. Ese rostro escéptico derribó toda mi calma–. Lárgate y no
vuelvas, me la trae floja, es más, me alivia saber que ya no voy a verte la
cara durante una temporada, empezaba aburrirme tanta mariconada de cuento de
hadas. Tu sosaina hace que deseé vomitarte encima. ¡Capullo!
Con paso acelerado pasé por su lado, caminé
deseando que él me siguiera y terminé encerrada en el baño. Me metí en la
bañera con la obsesiva mirada puesta en esa puerta, rezando para que se
abriera, para que apareciera él por la puerta…
Se abrió…
–Luther –susurré con decepción.
–Ya se ha ido.
Me dejé caer en la bañera sentada y me tapé
la cara con las manos.
¿Qué quería?
Día tras día lo había echado, insultado y
tratado como un espantapájaros. Lo había puesto a prueba al máximo y todo,
¿para qué?
Yo no había ganado, él tampoco. Mi orgullo
estaba intacto pero mi corazón continuaba tan destrozado como la noche que me
echó de su casa, e incluso peor, ya que, ahora era yo quien me negaba la
felicidad.
– ¿Toda va bien?
Mi hermano se apoyaba al marco de la puerta
con los brazos cruzados. Me encogí de hombros, restándole importancia y sin
embargo, un sollozo salió de mi boca. Presioné con fuerza mis labios y me
restregué de nuevo las manos por la cara.
–Pensaba que se te había quitado la manía de
meterte dentro de la bañera. Pero ya veo que lo único que ha desaparecido son
esos ataques cuando te enfadas. Tus saltitos y los gritos de: ñi-ñi, ñi-ñi…ñiñiñi y ñiñiñiñiñi, me
ponían la piel de gallina.
Mi hermano se acercó y se sentó en el
bordillo de la bañera. Quité las manos de la cara y apoyé la cabeza en la pared.
Su frente se arrugaba, no me juzgaba pero en su expresión había una pequeña
nota de preocupación.
–También ha desaparecido el sonambulismo
–dije.
–No –negó. Me retiró una greña que se habían
apegado a mi cara para colocarla detrás de la oreja–. Los botes de aceitunas
que me obligaste a esconder, los encontré en el armario de la bebida; vacíos.
Fue todo un misterio hasta que, una madrugada me levanté a beber agua y te vi
en el suelo comiendo como si fueras una caníbal –me reí y sollocé al mismo tiempo–,
me acojoné y cuando me di cuenta de que tenías los ojos cerrados, se me
pusieron todos los pelos de punta, pensé; mierda, está poseída, la ha poseído
el espíritu del aceitunero.
Reí, con ganas, notando un pequeño alivio
en mi pecho.
–Estás mintiendo –hipé y me sequé más
lágrimas–. Sí casi no me puedo levantar de la cama, ¿cómo me voy a tirar al
suelo para comer aceitunas?
–No miento, casi llamó a un exorcista. Traté
de quitarte el bote y me sacaste los dientes. Me las vi canutas para llevarte a
la cama.
–Dime que no me bebí una de tus botellas
baratas de vodka.
– ¿Qué dices? Las cambié de sitio esa misma
noche, y… No pienso decirte donde.
–Gracias.
Levantó una ceja, tipo presentador de
concurso.
– ¿Por qué? ¿Por esconder el alcohol?
–No, por cuidar de mí.
Se dejó caer hacia atrás hasta quedar
inclinado casi encima de mí, pasó su brazo por debajo de mi cabeza y con un
leve tirón me obligó apoyar mi cabeza en sus muslos, luego, como un padre,
comenzó acariciar mi pelo.
–Luther, dame alguna razón para que no
perdona a Andreas.
Mi hermano emitió un sonido en desacuerdo.
–Deberías plantearte que lo puedes perder, o
que no tenemos todo el tiempo del mundo, Estela. Deberías pensar que él es el
padre, que te quiere y que tú no lo has dejado de querer.
Repetí el mismo sonido que él me había
dedicado.
–Eso es todo lo contrario de lo que te he
pedido.
Luther, en silencio continuó acariciando mi
cabello.
–Todo esto que te está pasando con Andreas me
ha hecho recordar mucho a nuestros padres, he recordado cosas de ellos que
pensaba que había olvidado.
Levanté mi cabeza lo suficiente para
mirarlo.
–Yo también.
Mi hermano me dedicó una mirada cariñosa.
–Sabes que mamá le dijo a papá que lo
seguiría allá donde fuera. –Atrapé su mano con la mía y cerré los ojos,
dejándome llevar por el sonido de su voz–. Papá le dio su amor, su respeto, su
protección, se lo dio todo y mamá lo siguió a todas partes. Nunca lo dejó –noté
su respiración, tranquila pero larga–. A veces pienso en si ella, en vez de
seguirlo se hubiera quedado, ¿qué hubiera sucedido? ¿Crees que hubiera
soportado estar sin él? ¿Se arrepentiría de no haber seguido a su marido al
otro mundo?
–Nos tenía a nosotros –murmuré.
–Sí, los hijos del hombre que había perdido.
Abrí los ojos y apreté su mano.
– ¿Qué quieres decir?
–Que si
tuviera la suerte de encontrar lo que tú y Andreas tenéis, no lo dejaría escapar.
Lo seguiría a todas partes. Hay dolores que no se pueden curar y personas que
no se pueden olvidar ni remplazar.
Suspiré.
Jamás en la vida me imaginaria que mi
hermano, el controlador y marimandón, pudiera expresarse de esa forma, adoptar
el deber del consuelo fraterno, del consejo maduro y de la responsabilidad de
encargarse de mí de una forma que no fuera las órdenes, las quejas o la típica;
te lo advertí.
Me sentí muy orgullosa de él. Tanto que mis
lágrimas ya no mostraban dolor, mostraban lo muy contenta que estaba de
conseguir al fin lo que necesitaba, un hermano mayor.
–Cuando te lo propones, eres bueno.
–Supongo.
Me acomodé mejor, encima de sus muslos, con
la mano bajo mi barbilla y decidí que, por hoy ya había llorado lo suficiente.
–Y ahora hazme reír.
Se retiró el pelo hacia atrás, su frente se
arrugó y percibí un pequeño rubor cubrir sus mejillas.
–Vale, no lo quería decir por todo el rollo
sentimental que te acabo de soltar, pero, hace rato que me he tirado un pedo y
ya no sé cómo esconder el olor…
Su grosero comentario fue cortado por una
carcajada escandalosa.
– ¡Joder, Luther! Que te den por saco. ¡Cerdo!
Entre risas, lágrimas e insultos, conseguí
salir de la bañera, principalmente gracias a él, y mi siguiente paso fue
abandonar el lugar de gas tóxico antes de que me saliera mi hija por la boca.
Aceleré mi paso escuchando en cada momento
como mi hermano se partía sin remedio. Fue de lo más contagioso, sin embargo
algo continuaba oprimiendo mis ganas de soltar una carcajada que alejara cada
mal pensamiento.
–Oye, –mi hermano me detuvo a mitad del
pasillo, casi entrando a mi habitación– decidas lo que decidas yo estaré
contigo. Yo te seguiré.
Sonreí. A su forma me había dicho que me
quería.
–Vale, pero a metros de distancia. Estás
podrido.
–Estaba en el baño, no te pases. Los tuyos
huelen peor…
– ¡Yo estoy embarazada!
–No me jodas, ¿y por eso me tengo que tragar
el muerto que te has tirado?
–Pasa de mí.
El tema de conversación, desde luego se salía
un poco de todo lo desarrollado anteriormente, pero después de sentir el amargo
sabor de la despedida con Andreas, la sensación de que mi corazón quisiera
salir de mi cuerpo cuando, esa cabeza se juntaba con mi estómago, y el recuerdo
doloroso de mis padres, resulta que lo necesitaba.
Entré en la habitación y me quedé sentada
en la cama, en la orilla. No pude evitar deslizar mi mirada hacia esa mecedora
del jardín que se mecía por el leve viento.
¿Seguir a Andreas?
La pregunta se me pasó por la cabeza como
la mención del perdón.
Me parece que hacía tiempo que lo había perdonado,
quizás el día que apareció en mi casa y me llevó al hospital, el día que nos
salvó a las dos. O quizás un día de tantos que había aparecido con un ramo de
flores por casa. No lo sé, no tengo ni idea de en qué momento la palabra; “te
perdono”, había aparecido en mi mente.
Puede que la confusión del orgullo, de la
venganza o del simple hecho de ver cómo me trataba fuera lo que me impulsara a
continuar en mis trece de tratarlo como un incordio.
Sinceramente algo había cambiado en mi
interior, puede que fuera la susceptibilidad de verme dominada ante los
sentimientos del embarazo o puede que, nunca volvería a encontrar un amor como
el suyo.
Lo sabía, nunca amaría con tanta pasión,
jamás desearía con tantas ganas y en mi vida amaría con tanta fuerza a otra
persona como lo había amado a él.
Por muchas personas que encontrara, nadie
remplazaría a Andreas.
Me dejé en la cama y miré el techo.
¿Qué hago?
CONTINUARÁ.......................
Muy pronto el final. Besos.
Siempre llego al final me cuesta más dirigir su historia. No es que pierda la inspiración, es que es el final, y me duele, es como si me despidiera de una pequeña parte de mi que no quiero que desaparezca. La verdad es que es así, no son reales, me digo, no existen, pero extrañamente, en mi vida pienso en ellos y los quiero como si fueran mis pequeñas criaturas salvajes.
ResponderEliminarSiento, padezco, rio, lloro y me vuelvo loca, me cuesta desconectar de las historias, e incluso invento paralelas de ellos para no perderlos jamás, pero supongo que como un beso, todo tiene principio y final. No puedes estar amorrada a unos labios toda la vida. Yo no puedo estar enganchada a, DANTE Y DANA, DALIF Y D, ANDREAS Y ESTELA, WIL Y...ups, casi se me escapa, esa es otra historia que pronto conoceréis.
Bueno no me lio más. Disfrutar y opinar, libertad de expresión. Andreas y Estela les encanta recibir mensajes de sus lectores...jajajaja.
BESOS.
Me encanto, espero el proximo
ResponderEliminarEstuvo buenisimo no te pierdas porra estaré esperando impacientemente el próximo gracias por tan lindas historias😍😍😍
ResponderEliminarEstuvo buenisimo no te pierdas porra estaré esperando impacientemente el próximo gracias por tan lindas historias😍😍😍
ResponderEliminarMoriiiiii y revivir me encanto definitivamente te apoyo tbn me duele q llegue a su final esta historia, sabía q venía otra historia muro x conocer más. Porfa cuando vas a seguir la segunda parte Gaela ya ha pasado mucho tiempo xfis
ResponderEliminarDespués de tanta espera llegaron los capítulos tan ansiados, juró que enloquecí con ciertas partes que encerio me exasperan esos dos locos, y ahora que hará Estela, dios que chica más orgullosa aunque claro que me encanta pero esta siendo demasiado cabezota, plaf ¿ahora que pasará? Y me da cierto miedo que Cody no haya aparecido, siento que hará una idiotez. Me encantan tus historias, aunque al igual que tu extraño a los demás, a Gaela, Liam, Dalif y D, Dante y Dana, a todos, esperó que continúes pronto que me muero por saber más :D
ResponderEliminarMe encantan los dos capítulos me da mucha pena pero estoy deseando leer el final. Besos
ResponderEliminarQue alegría abrir tu blog y ver tu actualización, cada capitulo es mas intenso.
ResponderEliminary si como dijiste o sientes es una pena llegar al final pero ese es el camino a recorrer con cada historia que se comienza a leer.
Espero que se pronto tu próxima actualización.
Decir pequena escritora es una falacia cuando eres capaz de enganchar con tus letras desde el primer libro ! Me obligo a revisar cada dia si aparece otro cap estoy en . ......modo espera
ResponderEliminarBety me encantan tus historias, más bien me fascinan no puedo parar de leer es como cuando estas comiendo algo tan delicioso que no puedes parar hasta que ves el plato vacío. Tu vas a llegar muy lejos tus historias son muy buenas. Me estoy haciendo la idea de que va a pasar despues, vienen tantas ideas a mi mente que siento que estoy delirando dios jjje, El podre de Andreas esta tan arrepentido que dejo atrás su ego de niño mimado, Estela debe reaccionar rápido y seguir a Andreas porque le pueden comer el caramelito, todos en la vida nos equivocamos y a veces tomamos malas decisiones y mas él, que ha sido éxito en su carrera y todo lo que hace, porque hasta en el poker es buenísimo, dice el que ya no necesita nada más y si falta le faltaba algo la adrenalina del amor, cuando uno no tiene amor siempre te sientes que estas vacio y hace locuras como él. Aunque me preocupa cody que aparezca con unos de sus arrebatos malicioso y quiera terminar con lo que empezó, matar a la niña, Estela y ella no están seguras donde su hermano, Andreas debería llevarlas a su apartamento que tiene más seguridad, pedirle ayuda a Dante como se lo sugirió su hermana Dana o pedirle ayuda a Darío su amigo. Espero que publiques pronto los próximos capítulos que tus seguidores estamos con muchas ansias de lo que pasará………
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