Cuenta la leyenda más antigua que viajó con el viento de la mano de los aldeanos que vivieron en esa era y a través de los largos y peligrosos caminos hasta llegar a otros pueblos vecinos, una historia jamás contada de un fuerte y poderoso guerrero bendecido por los dioses con sus abrazos hacia su niño querido, de su humano más amado, de su perfecto e invencible guerrero y dotado de sus mejores dones para la mejor creación de rey de reyes, padre de reyes con hijos tan fuertes como él y preparados para la batalla. El rey que creó los Nueve Reinos para sus nueve hijos.
El rey y semidiós Caledmon.
Un solo hombre a lomos de un caballo negro con los ojos plateados y todo un gran ejército a sus espaldas se adueñó de unas tierras gobernadas por la oscuridad, seres del inframundo nacidos del propio Hades y de una de las hijas del infierno. El guerrero y su legión luchó con todos sus hombres en una batalla a muerte que duró cinco lunas y seis calurosos soles, donde la sudor se mezclaba con la sangre que bañaba sus cuerpos y las espadas se barnizaban de la sangre negra y venenosa de sus enemigos que caían a sus pies muertos. La victoria llegó a Caledmon que clavó su enorme espada brillante en uno de los picos más altos de las montañas que rodeaban tan magnificas tierras. Las nubes que tapaban un sol ardiente se apartaron para dejar pasar los rayos solares en todo su esplendor y la niebla que envolvía toda la vida verde que alcanzaba a la vista se evaporó encerrándose de nuevo en el suelo y llevándose con ella el frio aire que los había acompañado en cada noche, dejando libres unas ricas y hermosas tierras deseosas de ser cuidadas y bendecidas por sus nuevos guerreros.
Los pocos habitantes que habían convivido en la lejanía y escondidos del reinado de la oscuridad se acercaron a su salvador y lo vieron en lo alto de uno de los acantilados mirando al cielo, esperando, los nueve guerreros que quedaban en pie lo rodeaban con la vista fija en el cielo como su señor, los aldeanos se agruparon en silencio mientras observaban al guerrero que iba a marcar sus destinos.
El azul y despejado cielo se posaba encima de él con un brillante día que alumbraba como espejos llamativos sus escudos y corazas manchadas con la sangre, sus guerreros lo acompañaban esperando con paciencia su siguiente orden pero Caledmon esperaba la palabra de su dios para concederle el permiso de adueñarse de las tierras que por ley, le pertenecían desde ese momento al ser él quien las había conquistado.
Un punto más brillante que el propio sol se dejó ver como en una explosión en el claro cielo convirtiéndose en una flecha fugaz que rápidamente se avecinaba a ellos, caía desde el cielo como una estrella perfecta hasta frenar su viaje encima de una de las rocas donde posaba la espada de Caledmon. La misteriosa y preciosa estrella dejó de alumbrar dando paso a un enorme hombre casi tan grande y fuerte como el guerrero que lo afrontaba delante de él. El dios miró al guerrero y le dedicó una sonrisa al ver la gran victoria a su alrededor.
-Estas tierras y todo lo que te rodea ahora es tuyo hijo mío, gobernarlas como se merecen y cuida y protege aquellos que os sigan.
-¿Y los que no? ¿Qué debo hacer con ellos, padre? –Preguntó el guerrero.
-Esa decisión es vuestra, desde hoy sois su rey. Rey de reyes de los Nueve Reinos.
El Dios de piel blanca se acercó a su hijo querido y rozó la zona del pecho de su coraza haciendo que esta se incrustara a su piel como otra capa de carne convirtiéndose en diferentes dibujos por todo su cuerpo, desde un enorme dragón dorado en su espalda, con dos alas grandes a sus alrededor de gigantes águilas depredadoras, hasta unos trazos con extrañas figuras bañadas en un color plata llamativo en formas de tribales y mezcladas con pequeños y negros cuervos que ocupaban cualquier lado vacío de los fuertes y largos brazos. Su estómago fue ocupado por un terrible y agresivo rostro de un lobo negro nacido de la noche y sus laterales se dibujaron rayas rojas y gordas como flecha en zigzag señalando a la bestia que había en el centro. Por las piernas comenzaron a pintarse en una perfecta línea recta extrañas figuras de animales con cuerpos o cabezas entremezclados y letras de una lengua extraña como haciendo jeroglíficos de historias silenciadas, y justo en el centro una pirámide que procedía a tal extraña lengua. Los dedos de sus pies fueron pegados para luego separase por unas pequeñas y verdes aletas en forma de media luna junto con unas pequeñas branquias que se abrieron detrás de sus orejas. Sintió unas pequeñas cosquillas en sus pies y en las palmas de sus manos donde nació unas estrellas insólitas en un color rojo fuerte que se anteponía con una simple letra desconocida de palos entrecruzados formando casi un cuadro. Y por último, el único detalle que más le fascinó un impresionante don que se mezcló con varios que podía sentir en ese momento, sus heridas comenzaron a cicatrizarse solas, su vista aumento dejándole ver más allá de donde antes había alcanzado y notó una energía muy poderosa fluir por todo su cuerpo, una energía cargada de la magia más intensa y pura que lo llamaba desde su interior y a la vez tan peligrosa que jamás había sentido en toda su vida.
El rey cayó de rodillas al sentir tanto poder dentro de él y alzó la vista a su padre pero las palabras no le salían, se sentía fascinado y cargado de mucha dicha dentro de sí.
-Hijo, este es mi regalo para cada uno de mis futuros nietos, cada uno de los reyes que deben gobernar cada una de las ocho dinastías que tú debes crear para ellos, para su futuro como guerreros de la legión del Sol, tu ejercito perfecto para combatir contra la venganza de la Oscuridad.
-Padre son Diez Reinos…
-Uno de ellos no puedes tocarlo, será tuyo, pero esas tierras ya tienen sus reinas y se consideran neutrales. El Reino del Hielo está al margen de estas conquistas, te pertenece, pero jamás te adentraras en sus lares. Las Sacerdotisas son sagradas y ellas, si no son molestadas te apoyaran en tu reinado. –Su padre alzó la barbilla para dar más énfasis a sus siguientes palabras. –Haz que durante tu reinado, tu gente no sufra más penas, defiende a tus súbditos cuando llegue el momento.
-Se seguro que volverán y estaré preparado.
El padre lo miró orgulloso, pero aun así, continuó:
-El destino es caprichoso y nunca puedes llegar a saber cómo te puede envolver la oscuridad de nuevo sobre tu reino, ni con que mascara engañosa te puede mentir para poder atacar. Debes creer que alguien a quien amas te puede traicionar, debes creer que alguien que está a tu lado te puede clavar la más fina y dolosa daga en la espalda y debes enseñar estas palabras a tus hijos para que siempre las recuerden y las trasmiten a sus descendientes.
-¿Qué intentáis decirme? ¿Cuál es el destino que me predecís?
-No intento predecir nada, solo os digo que tengáis los ojos abiertos y que reinéis como debe ser. Vuestras propiedades son muy grandes y estas tierras son muy amplias. –El Dios se retiró unos pasos hacia atrás del guerrero y tocó la empuñadura de la espada que estaba clavada en el suelo. –Caledmon, seréis un buen rey, no os preocupéis y ahora coged vuestra espada y enseñársela a vuestra gente para que vean quien es su nuevo rey.
El frío acero brilló al mismo tiempo que el Dios que había a su lado abrazaba su mango, el brillo se enrolló como una serpiente en su mano envolviendo su cuerpo entero por partes hasta que relució totalmente y salió volando de la misma manera que había aparecido ante ellos, desapareciendo fugazmente en los infinitos cielos.
Caledmon fijó la vista en esa luz hasta que desapareció en tanto azul, por un momento su vista se perdió en el vacío con las palabras de su padre pero desechó tales pensamientos pesimistas y bajó la vista a los aldeanos que lo esperaban a sus pies, él era su nuevo rey y una nueva era crecía con él, avanzó los pasos necesarios para acercarse a su arma, la cogió con fuerza y la sacó de la piedra, al alzarla al aire la espada desprendió un impresionante poder que agrumó a todos los que la rodeaban, brillando como el sol del amanecer y dejando a todos los que la observaban anonadados y deslumbrados por tanta belleza, el nuevo rey notó su poder y gritó con euforia seguido por el grito alegre de sus guerreros a sus espaldas y los vítores de los aldeanos aceptándolo como su nuevo protector.
El día transcurrió con música, bailes y los mejores manjares de las tierras, la alegría y el mejor vino rojo como la sangre corría como las horas dejando a los juerguistas durmiendo por rincones y por los suelos de baldosas con manchas rojas del enorme palacio que habían tomado como suyo. Su nuevo rey los observó deleitándose con la felicidad de su nuevo hogar, brindó su última copa con su gente y subió a su cuarto para descansar, pero en la penumbra de varias velas encendidas y a la luz del fuego que ardía en la chimenea haciendo dibujos de pequeños duendes danzarines, se encontraba el último regalo de los dioses para su bien amado hijo. Una preciosa mujer, la más hermosa de todas las mujeres que había en la tierra, de cabellos plateados como la luna y ojos azules como el cielo de la mañana, con una piel tan blanca como la nieve y que era tapada con una simple tela blanca tan fina que el hombre que la observaba desde la puerta podía ver perfectamente cada curva de esa musa de la belleza.
La mujer avanzó hacia el rey mientras con un suave movimiento dejaba caer la tela por sus hombros haciendo que esta volara por cada parte de su cuerpo lentamente hasta abandonarla y caer en el suelo delicadamente.
Caledmon notó esos finos y delicados dedos rozar su pecho desnudo y el fuego lo abrasó arrasándolo como una mecha y sintiendo que todo su cuerpo le dolía por esa desconocida. Esa noche la tomó tantas veces como su cuerpo le permitió, marcándola como suya una y otra vez hasta que los dos acabaron agotados durmiendo juntos en la cama totalmente cobijados el uno del otro, al día siguiente, nada más salió el sol alumbrando un nuevo día la hizo su mujer ante los dioses, sus guerreros y los aldeanos, dándoles a todos un rey y una reina.
A los diez meses de esta unión nació el primer varón del reino, un niño fuerte y grande como su padre y su primer símbolo, la mitad de su cuerpo era gobernada por pequeños cuervos negros dibujados a su piel, los cuervos que su padre había tenido dibujados en sus brazos desaparecieron traspasándolos a su hijo, el primero de una amplia legión de reyes.
Después de tener a su primer hijo su reina le otorgó durante los siguientes años ocho varones más, de los cuales cada uno cogió un don del padre, el segundo niño nacido fue adornado por los dibujos estrambóticos de figuras insólitas de cabezas con cuerpos que no correspondían con el animal mezclado con fragmentos de pirámides y letras extrañas, todas ellas gobernaban su cuerpo en forma de serpientes a su alrededor siguiendo un circular sendero, y luego en su rostro, justo al lado del rabillo de su ojo un sol por la mitad con los rayos en forma de llamas aparecía detalladamente.
El tercer niño nació con la marca del dragón en su espalda, en un color dorado intenso y más grande y amenazador que el que había tenido su padre.
El cuarto niño nació con los tribales plateados que habían gobernado los mismos brazos de su padre, a este también se le dibujaron por sus brazos, pecho e incluso uno más pequeño en el lateral de su rostro.
El quinto varón de su linaje nació con la magnífica cabeza de lobo en su estómago y con una tira pintada en su piel roja en forma de flecha que nacía desde la raíz de sus cabellos, traspasaba todo su rostro y bajaba por su pecho hasta uno de sus muslos donde se partía y se hacían tres líneas rojas atravesadas y cortando el camino de la más grande.
El sexto muchacho nació con las aletas en los dedos de sus pies y las branquias detrás de sus orejas, exactamente como su padre, solo que este lo gobernaba unas escamas en un tono azul plata en sus muñecas formando grandes brazaletes.
El séptimo nació con las estrellas negras de puntas alargadas y picotazos en negro decorándolas en las palmas de sus manos y en los pies junto con unos palitos negros entremezclados formando letras de una extraña lengua.
El octavo nació con una preciosa sonrisa y unos ojos extrañamente peculiares, su color era castaño pero su pupila era más pequeña de lo normal y de una forma alargada cuando este se enfadaba, pero como su padre era rey este fue otorgado por las gigantes alas que gobernaban toda su espalda, unas alas grandes, rectas y robadas de las propias águilas.
Y el noveno y el último hijo no nació con ningún dibujo que marcara su piel, ninguna letra o animal rodeando su carne, su padre ya no le quedaban marcas por su cuerpo de los dioses que otorgarle, sin embargo, ese niño si tenía un don solo que interno, su padre le otorgó la magia, el don del poder terrestre guardado en su interior hasta su próxima luna roja que llegó en su cuarto cumpleaños, otorgándole el poder de manejar la magia a su antojo y poder moverse tan rápido como el viento, en un visto y no visto, podía desaparecer de sus vistas y aparecer de nuevo en la otra punta del salón.
Al nacer su último hijo el rey Caledmon dio la orden de que comenzaran a construir los futuros nueve reinos de sus hijos y así de esa manera para cuando fuera mayores gobernarían sus propias tierras aumentando la población como había predicho su Dios.
Según los dones otorgados a sus hijos, el rey bendijo a cada uno de ellos por su reino adecuado y puso sus propios nombres a sus propios reinos, las tierras donde cada uno de ellos viviría y gobernaría.
Esleferan, su primer hijo con los cuervos negros como su insignia, a él le otorgó el Reino donde habitaban los últimos Ájanos el Reino de la Oscuridad, donde el sol casi no alumbraba sus tierras.
Dianuvis, su segundo hijo con su insignia de la mezcla de animales de diferentes cabezas le dio las tierras de arena blanca, tierras rodeadas de desiertos donde se plantaron extraños palacios en forma de pirámides como las marcas de su piel, esa fortaleza tomó el nombre del Reino de la Aracna.
Omarion, el tercero y uno de los más grandes de tamaño de sus hijos con la insignia del dragón a su espalda, fue otorgado con las tierras que descansaban en los acantilados que colgaban de un mar embravecido, al lado de una playa de arenas blancas, con el nombre del Reino de los Drakos.
Rio, su cuarto hijo con la insignia de los tribales tatuados a su piel en un color plata intenso le fue otorgado los bosques mágicos de los elfos y las ninfas, unos bosques de bellezas impresionantes escondidos detrás de una grandísima cascada repletas de flores muy hermosas, el nombre que eligió para tales maravillas fue el Reino de Bradamanti.
Carpant, su quinto hijo con la insignia de hombre pez por su cuerpo fue otorgado con un extraño palacio en medio del mar profundo y rodeado de agua, donde los hombres marítimos y las sirenas convivían entre ellos, ese trozo de mar recibió el nombre del Reino de las Olas.
Neron, su sexto hijo con la insignia de la cabeza del lobo y las manchas rojas fue otorgado con las tierras más peligrosas y a la vez más extravagantes, una selva exótica con todo tipo de animales agresivos, un palacio escondido en unas impresionantes cuevas del centro de la amplia selva amazónica, la cual recibió el nombre del Reino de las Gorgonas ya que sus únicos habitantes eran amazonas guerreras dispuestas a la lucha.
Zin, su séptimo hijo con la insignia de las estrellas rojas y las extrañas palabras formadas por palitos se le otorgó unas tierras llenas de bambú de un color verde virgen con un amplio e impresionante palacio de madera, lleno de bongs y de estaños dibujos de guerreros más antiguos, esas tierras se las llamaron Reino de Tocaido.
Avix, con la insignia de la águila depredadora a su espalda y esos ojos extraños que tanto adoraba su madre se le otorgaron las tierras del monte de picos arenosos y muy altos, un terreno seco lleno de montañas altas y un castillo solitario en medio de todas ellas con el nombre del Reino de Cibolix.
Y por último, su noveno hijo Seraf, fue el único que no se le otorgó ningún reino, el seria el dueño y señor del que ahora mismo vivían, un reino claro, de grandes ventanales y un enorme, mágico y precioso jardín con árboles que escondían secretos de figuras que parecían coger vida cuando la luna llena se posaba delicadamente en ellas, el jardín de Melusiana y el reino a que correspondía a tal belleza se le llamó Reino de la Luz.
La dicha de los nueve pequeños llegó hasta los cielos donde los dioses otorgaron siete regalos a los más pequeños, siete armas destinadas a ellos y a sus poderes, los niños acogieron tal regalo con mucho cariño pero los dos mayores se entristecieron de que ese día no hubiera regalos para ellos aunque su padre les tenia guardados a cada uno de los dos el mejor regalo y el arma que les correspondía, la preciosa espada mágica que le había dado la victoria el día que conquisto los nueve reinos.
La espada que había aniquilado a tantos enemigos la había mandado fundir y hacer de nuevo pero esta vez en dos, dos espadas, una engalanada con el oro más puro que existía en todo el mundo y la otra nacida desde la plata más virgen que nadie en su vida pudo encontrar, una con el poder del sol y la otra con el poder la luna nueva, cada una grabada con una inscripción antigua de un hechizo de poder y con los nombres de sus dueños grabadas en la fina hoja.
La dorada fue para Dianuvis y la plateada fue para Esleferan, cada una con un poder sobrenatural y con un don que solo ellos podían empuñar, solo sus sangres podían envainar, si otro ser o humano se atrevía a tocar tal tesoro la espada se clavaria al suelo cogiendo vida propia y solo el elegido por ella podía sacarla de ese encierro para entrar en la batalla, convirtiendo a su amo en el guerrero más fuerte y poderoso de todos.
Las espadas de la victoria.
Los años fueron pasando y las construcciones de los reinos de sus hijos iban progresando, Caledmon las visitaba constantemente con sus nueve hombres al mando, los únicos supervivientes de la atroz guerra a la que los dioses los enviaron tiempo atrás y sus guerreros más fuertes venidos de diferentes lugares con creencias diferentes, hombres otorgados a cada uno de sus hijos como tutores para enseñarles a gobernar y a luchar en sus futuros reinos.
Los nueve jinetes cabalgaban siempre juntos de vuelta a casa pero un día al regresar de una de esas visitas, camino de su reino una horrible tormenta embravecida los atacó violentamente haciendo que se resguardaran en una pequeña cueva, los truenos caían fuertemente contra los arboles partiéndolos por la mitad haciendo que estos gritaran de dolor, los guerreros observaban la escena impresionados por la dureza del temporal que duro hasta caer la noche, cuando la última gota cayó al suelo los nueve guerreros y su rey salieron de su cobijo y se adentraron de nuevo en el bosque pero un silencio extraño los procedió, solo podían escuchar sus propias respiraciones y los latidos de sus corazones los cuales rebotaban violentamente contra sus pechos.
Temerosos se miraron el uno al otro y desenfundaron sus espadas apuntando a la nada, el silencio los perseguía como una mala señal hasta que un débil llanto devolvió el sonido a la tierra, todos se detuvieron para escuchar atentamente de dónde provenía tal sonido y como una señal la luz de la luna llena cayó como un pequeño foco alumbrando la tierra a varios metros de distancia de donde se hallaban, todos acudieron al encuentro de esa misteriosa señal un enorme cráter en el suelo y en el centro un pequeño bulto moviéndose, solo Caledmon se acercó al hallazgo.
Una preciosa niña arropada por la luna yacía en el suelo desnudita llorando, meneando sus pequeños piececitos y manitas, pidiendo con sus lágrimas que alguien la recogiera de tal frío suelo, el rey nada más verla la recogió al sentir un extraño pinchazo en el corazón de ver a una criatura tan hermosa abandonada, la tapó con la capa que rodeaba sus hombros y la llevó a su reino, la pequeña perdida fue acogida por la reina con cariño que se dedicó alimentarla, bañarla y arroparla con ropa limpia y caliente, esa criatura la llamaron Luna por la extraña marca que llevaba en uno de sus tobillos y por haber sido la luna quien los había guiado a ella.
La niña durmió esa noche entre los cuerpo cálidos de sus reyes y sus nuevos padres quienes comenzaron a protegerla desde ese día como su única hija.
Luna creció entre nueve hermanos con poderes sobrenaturales que la adoraron y la cuidaron dándole un gran amor, fue criada y educada en las disciplinas mágicas bajo los ensayos de su madre adoptiva, su madre decía que bajo ese aspecto frágil y tierno se escondía un gran poder y un destino final, una niña que les cambió la vida a todos y que llenó de felicidad el Reino de la Luz pero al paso que esa niña de ojos negros se hacía mayor y se convertía en la mujer más hermosa de todos los reinos y la más deseada, sus padres comenzaron a preocuparse por su protección. Sus hermanos la miraban de otra manera, fijando la vista en ella atentamente mientras sus pensamientos viajaban a ella en todo momento y sus deseos se volvían irreprimibles.
Su padre dio la orden de que ninguno de los nueve príncipes se podían quedar a solas con la princesa, aun así, ninguno de los muchachos podía evitar acercarse a ella y rozar su fina piel pálida o absorber el olor de su aroma que se metía en sus cabezas devorándolos por dentro, intentaban luchar con tal pensamiento pero su queridísima hermana perdida se había convertido en la mayor obsesión de todos. Arto, su rey, de tal comportamiento de sus propios hijos decidió mandar lejos a su querida hija, a un palacio blanco, justo al Reino del Hielo, al mando de unas hechiceras que se encargarían de proteger y cuidar a la muchacha pero al ver la despedida tan emocional de su princesa con uno de sus hijos, un pequeño hilo de esperanza se cruzó en su corazón y tomó una decisión imposible de retirar y que daría la paz a la muchacha que tanto necesitaba.
Cuando Luna regresara al reino de nuevo hecha toda una mujer sería entregada a su hijo Esleferan como esposa y así se lo dijo a los dos antes de que ella se marchara provocando en la muchacha una sonrisa de felicidad que perduró toda su despedida hasta que las puertas de las murallas se cerraron y Luna desapareció por ellas.
-Gracias padre, hoy me habéis hecho muy dichosa.
-¿Por qué nunca me dijisteis que amabais a Esleferan?
-Por vuestros otros hijos, no quería crear una desdicha entre ellos.
-Ellos lo deberán comprender y aceptar. Esleferan es el mayor y es el primero en decidir, acaso que… -Caledmon se giró hacia su hijo el cual todavía no había hablado y que miraba con rostro serio a su prometida. -… ¿Esleferan, estáis en contra de esta decisión?
Su hijo, el príncipe, se mantuvo en silencio varios segundos sin apartar la mirada de Luna en ningún momento, su rostro serio y su silencio asustó a la muchacha, por un momento se sintió rechazada por el hombre que amaba y el único que no se había acercado a ella de otra manera que no fuera solo para protegerla pero de pronto, una amplia sonrisa y un movimiento rápido que dio Esleferan para cogerla entra sus brazos y abrazarla la lleno de una alegría que no pudo contener y soltó una carcajada junto con su príncipe.
-Por supuesto que estoy de acuerdo padre, deseo a Luna como esposa desde el primer día en que la vi y mi corazón no tiene otra dueña más que ella.
-Bien, pues que así sea.
Dos años pasaron hasta que Luna regresó, todos bajaron a recibirla colocándose detrás de los reyes y de su futuro esposo, Luna bajó de su caballo y su belleza irradiaba más que nunca, todos aquellos que la miraron no pudieron contener la lagrima de escozor que se escapaba al ver una belleza tan grande, era más hermosa aun que su madre adoptiva y la envidia nació en cada uno de los corazones de sus hermanos al ver que Luna iba a ser para Esleferan, aunque todos lo sabían y lo tenían claro, no se iban acercar a la prometida de su hermano pero un corazón se teñía de rojo, un corazón no aceptaba esa unión, un corazón que amaba realmente a la princesa no podía permitir que otro se la robara por que no podía verla en los brazos de otro hombre, jamás, antes deseaba la muerte que ver a su Luna con Esleferan por mucho que fuera sangre de su sangre, así que, agachó su rostro en silencio para no ver el emotivo abrazo que se dedicaban y se infiltró en el inmenso jardín de Melusiana, desapareciendo entre las sombras y refugiándose en el dolor de su corazón.
-¿Dónde está Dianuvis? –Preguntó Luna al príncipe Omarion, el cual comenzó a buscar con la mirada sin ver nada.
Dianuvis ya no estaba.
Al llegar el día de la boda de los príncipes, Dianuvis continuaba sin aparecer así que su rey mando a Omarion, a que fuera en su busca pero el día pasó y no aparecía y su hermano el cual había marchado en su busca todavía no había llegado, Caledmon no interrumpió ni retraso la boda que continuó como si nada hubiera sucedido mientras se dijo que lo sucedido era un mal de amores, que pronto sus hijos volverían, tan solo necesitaban tiempo.
Luna y Esleferan se unieron en un emotivo y precioso matrimonio ese día sin dos de sus hermanos, los bailes, la comida y el vino corría al son de la música con dicha un día tan especial como esa unión sobre los futuros Nueve Reinos. Ese día Luna se entregó a su esposo y le entregó todo su corazón haciendo que la luna llena que alumbraba la noche se uniera con el sol en un eclipse sangriento, esa noche la muerte durmió con los recién casados y el frío los acogió en una noche larga y solitaria.
El tiempo pasó y Luna le dio su primer hijo a Esleferan, un varón con las mismas marcas que su padre, con la insignia de pertenecer a ese reino, el signo de los oscuros cuervos tatuados en toda su piel. Decidieron entonces comenzar con su hijo una nueva vida en su nuevo hogar, el Reino de la Oscuridad. Esleferan se adelantó al viaje para acomodarlo todo y que su esposa e hijo recién nacido lo encontraran de su agrado, su viaje se retrasó varios días y para cuando regresó su esposa había desaparecido, el reino entero la buscaba, el caos en los aldeanos era extremo y para colmo su rey estaba muy enfermo, yacía en la cama respirando con dificultad y justo al lado observándolo con tristeza y con la salud igual de mal, su amada esposa y reina. Esleferan se retiró de los aposentos de su padre para dejar descansar a su rey y mandó a su hijo acompañado por sus guerreros más fuertes al Reino de la Oscuridad para que lo esperaran hasta su regreso con su esposa.
Durante meses buscó a Luna por cada lado de todos los reinos sin hallarla en ningún rincón, sus hermanos menores que todavía vivían en el Reino de la Luz, menos Dianuvis y Dante, los cuales todavía no habían aparecido, la buscaron junto a él pero la desesperación se apoderaba de cada célula de su cuerpo imaginándose lo peor, entonces una fría mañana el rey Caledmon murió en los brazos de su esposa y a las horas ella lo siguió al otro mundo, la desesperación, la intriga, la pena, el dolor, todo se mezcló y los reinos se abandonaron a su suerte haciendo que los ejércitos de la oscuridad resucitaran y con ella la maldad regresó adueñándose del corazón más vulnerable de los nueve reyes que existían, apoderándose de cada parte de su cuerpo partido por la mitad que se desangraba de una batalla perdida por recuperar lo que más quería, un corazón sin barreras, débil y fácil de implantar la oscuridad sobre él para liderar al inmenso ejército que dormía a sus pies esperándolo.
El príncipe convertido en rey se levantó del suelo rojo, manchado por su sangre y de un salón envuelto en las más tenebrosas tinieblas, el mismo lugar donde sus hombres que comenzaban a mutar como su rey en diabólicos seres lo habían dejado reposar en medio de la gran y silenciosa estancia. La herida infringida por la espada dorada de Dianuvis que nacía desde su estómago y atravesaba su cuerpo hasta salir por la espalda en un limpio corte no dejaba de sangrar cuando su rey se puso en pie, esa herida no le importó, la venganza lo llamaba a gritos.
Con el acero frío en su mirada, mientras lágrimas de sangre salían de sus ojos y por sus venas corriendo como un mal veneno dando vida al odio y al hambre de la muerte en su interior, cogió la espada plateada con fuerza quemándose la mano con el frío acero y salió, con decisión al exterior, ni el llanto de fondo de su querido hijo que lo llamaba a gritos lo detuvo, ellos le habían arrebatado lo que más amaba en esta vida y ahora Esleferan quería matarlos a todos, a los ocho príncipes hechos reyes como él, deseaba darles muerte aunque muriera él en el intento por hacerlos desparecer.
Dos ejércitos se detuvieron al pie de una alta montaña y sus líderes se miraron intensamente, Esleferan ya no era su hermano, estaba irreconocible, el propio mal lo habitaba y los guerreros que lo rodeaban, antes hombres ahora parecían seres nacidos del propio infierno, sus armas no habían arrebatado la vida a nadie y ya estaban manchadas de sangre que goteaban continuamente en el suelo arenoso, el velo de la niebla los envolvió junto con las nubes negras que los arroparon desde los cielos provocando que el aire frío corriera alrededor de cada uno de ellos haciendo que sus brazos y piernas se pusieran de gallina.
Un fuerte grito de guerra los despertó de tanto silencio y todos los caballos con sus jinetes cabalgaron colina abajo hasta entremezclarse y comenzar una brutal batalla donde rodaron partes de cuerpos por los aires, las espadas se entrechocaron haciendo sonidos escalofriantes, los guerreros fueron cayendo uno detrás de otro junto con sus reyes hasta quedar dos de ellos cara a cara en una final batalla, rodeados de cuerpos muertos, arrojados como si no significan nada en el negro suelo.
Dianuvis y Esleferan se miraron a los ojos con intensidad, sus respiraciones estaban alteradas por la batalla y sus cuerpos estaban manchados por la sangre, uno por la sangre de sus propios hermanos y otro por la sangre de los seres andrógenos creados de la oscuridad que habían acompañado a su rey.
-Has matado a tus propios hermanos.
-Los has matado tú, Dianuvis, al robarme lo que más amaba y luego dejar que muriera.
-Tú me robaste a Luna, ella debería haber sido mi esposa, ella me amaba a mí.
-No.
-Sí, tú cambiaste su destino, tú y esas malditas brujas mellizas.
-Su destino era estar a mi lado, yo soy el mayor.
-La obligaste a elegirte, si ella se hubiera enterado de la manera con que la engañaste ahora estaría viva, estaría a mi lado, tú la mataste, tú me la…
-Basta, tu traición te ha costado tu miserable vida y ahora vas a morir.
El frío de la espada plateada le mostró el reflejo en su acero humeante como el brillo de la luna en los altos cielos a uno de los reyes y este alzó el oro de la suya que de pronto ardió en llamas como el propio sol, las espadas chocaron entre si haciendo que el simple roce de esas hojas se centelleara en chispas de colores que se fijaron en sus armaduras.
Los hermanos lucharon a muerte batiéndose en un duelo sin descanso, ese acero dañaba a cada uno de ellos dando pequeños cortes pero para nada de muerte, sus pies bailaban para atacar mejor dando círculos o retrasando pasos, esquivaban cada estocada con torpeza por culpa del cansancio, hasta que una de las espadas se clavó en el estómago de uno de ellos, Dianuvis cayó de rodillas mirando atentamente a los ojos a su hermano pero este también cayó, la espada del sol se había clavado en su corazón, los dos eran atravesados por la espada del otro que se manchaban de sangre, de sus propias sangres.
-La muerte te abate Dianuvis.
-Y a ti Esleferan.
-Sí, pero mi pregunta es ¿Cuál de los dos se reunirá para toda la eternidad con Luna?
-Aquel a quien ella verdaderamente amaba.
-Ya lo sabéis pues.
Susurro Esleferan muy seguro de sí mismo al viento antes de caer al suelo muerto.
-Sí, losé, Luna me espera a mí y siempre será así.
El ultimo guerrero cayó al suelo al lado de su hermano muerto también esperando que sus palabras se hicieran realidad pero eso solo los saben los dioses que habitan en los cielos y que todo lo ven.
Las preciosas espadas que atravesaban sus cuerpos salieron volando y desaparecieron en los cielos para siempre, una de ellas, la de Dianuvis se acunó en el centro de los Bosques de Akebia, en las aguas de uno de sus pequeños y vacíos ríos esperando en un eterno sueño a su próximo amo, el guerrero que debía despertar de nuevo a los descendientes y príncipes de Caledmon, su ejército personal con sus dones puros para combatir de nuevo a la oscuridad y salir vencedores de una victoria por sacar al nuevo rey de reyes de los Nueve Reinos. Mientras que la espada de Esleferan desapareció, no se sabe dónde duerme, donde ha descansado todo este tiempo pero su poder es oscuro y su única enemiga es Dianuvis, la única que la puede destruir.
La guerra por una mujer nacida de la luna trajo una enorme desgracia, nueve reyes recién coronados yacían muertos en los acantilados del Reino de los Drakos, un rey de reyes estaba enterrado bajo tierra con su reina y Nueve Reinos recién levantados vacíos junto con sus gentes que lloraban la pena de tal desgracia pero sus dioses no podían dejar esas tierras vacías y desprotegidas así que, el padre de Caledmon bajó de su hogar y se reunió con los únicos guerreros que quedaban en pie, los hijos de los mismos que antiguamente habían ayudado a su antiguo rey a conquistar los Nueve Reinos.
Su dios sabía que había algo muy especial en cada uno de ellos ya que eran los únicos que habían sobrevivido a tal devastadora batalla, eran fieles a sus antiguos reyes y nadie mejor que ellos podía adoptar la faena con que los dioses los iban a bendecir. Los llamó por sus apellidos y al paso que cada uno de ellos se colocaba postrado de rodillas delante de él, su dios les otorgaba el poder que sus antiguos reyes habían adquirido, haciendo de esta manera que los poderes no se perdieran y que los nuevos reinos conservaran a sus reyes de diferentes razas y diferentes creencias.
Geneviev, Galinety, Bradamanti, Grecios, Pantamon, Hilecon, Liu-Young, Gormont y Meridian, fueron a su correspondiente reino para gobernar antes de que sus gentes se volvieran en contra de ellos y para crear una nueva era con ellos al pie de cada reino. Pero el nuevo rey Meridian, al llegar al Reino de la Oscuridad el horror se apodero de él, la oscuridad que Esleferan había dejado lo envolvió haciendo que se uniera en silencio a las tinieblas de su nuevo rey, el niño que todavía vivía, él bebe de Luna y su difunto padre, un rey que tendría que criar y entrenar, un rey que cobijaría con honor hasta que este se convertiría en lo que debía ser, el futuro líder de todo lo malo, de toda la oscuridad y de la futura venganza para adueñarse de las tierras que le pertenecían por ser el último Ajano de sangre real del rey Caledmon.
En un rey de reyes para dar honor a la muerte de su padre.
No puedo repetir la misma historia, siempre busco lo diferente y ahora lo diferente es esto.
ResponderEliminarMe encanta... Hay que pena extraño tanto tys historias 😭💔
ResponderEliminarDonde puedo leer el libro
ResponderEliminarDONDE PUEDO LEER EL LIBRO? TE SIGO DESDE QUE ESTABA LA NOVELA EN WATTPAD Y AÚN NO LO SUPERO.
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