El murmullo del sonido
de una campanilla me animó a despertarme. Me desperecé estirando todo mi
cuerpo, alargando mis brazos y choqué con la madera que había en mis pies y
sobre mi cabeza. Levanté la cabeza y me incorporé con los codos. Con mi cuerpo
boca abajo me vi en medio de la cama completamente sola. Miré a un lado y al
otro, después torcí un poco el cuello y abarqué parte de la habitación…y estaba
sola.
Me di la vuelta con rapidez y sentí como
cada músculo se quejaba dolorosamente. Me topé con una habitación a oscuras y
solitaria…
–Morena… Estoy aquí.
Entre las sombras, en una esquina y sentado
en una silla vi la silueta de Liam menearse. Me acomodé mejor y me tapé con las
sabanas hasta el cuello. La silla crujió cuando se levantó para descorrer las
cortinas. El sol entró con todo su resplandor e iluminó la estancia. Gruñí por
la intensa molestia que me derritió las retinas y me tiré en la cama con un
gruñido de frustración cuando sentí como mi cuerpo se sacudía con unas
terribles agujetas de miedo.
–Te gusta dormir. Eh –se burló.
Gruñí de nuevo y subí la sabana hasta
enterrarme completamente por debajo de ella.
–Apaga la luz, por favor –gruñí sin voz.
Escuché una risita baja, pero grabe. Hasta
el sonido tonto de su risa me parecía un eco sensual traído del infierno.
–Por qué no te levantas y desayunas conmigo
–ordenó a forma de sugerencia.
–Mi cuerpo tiene resaca, déjame en paz
–puntualicé, dejando claro que ayer Liam, había dejado la marca de la bestia en
todas partes.
Estaba molida. Como si me hubieran pegado
una paliza de las buenas o hubiera sufrido una borrachera de las de coma etílico.
No recordaba la última vez que me había sentido así de agotada, de magullada,
hasta me dolían partes del cuerpo que no conocía y de las que no imaginaba que
podían haber músculo.
–Sí, bueno –pronunció tímidamente pero
orgulloso consigo mismo de ver el precario estado en el que estaba–, para mí
también fue bastante intenso, y nuevo –añadió–, pero está mañana me he
levantado con una energía increíble.
–Qué suerte la tuya –murmuré con un bufido.
Dios, me dolía, inclusive, abrir la boca
para hablar. Pero si es que tenía agujetas hasta en los labios.
–Qué humos, y yo que te había traído un
delicioso festín de dulces de chocolate y un café cargado.
–No me gusta el café… ni los hombres de buena
mañana dándome por saco.
Escuché los pasos de él, al acercarse a la
cama.
– ¿Cómo vas a saber eso, si soy el primer
hombre con el que te acuestas? –preguntó con esa voz que sobresalía de todo.
Egocéntrico.
–No eres el primer hombre con el que me
despierto –pinché.
– ¿Cómo?
–Vaya, y yo que pensaba que estabas cargado
de energía…
Liam
arrancó la sabana de mis manos y mi cuerpo desnudo, quedó más expuesto de lo
que hubiese querido. Me quejé e inmediatamente me incorporé para poder robarle
la tela y cubrirme, pero él la tiró volando y esta cayó entre la esquina de la
cama y el suelo.
Tasté la idea de reptar por el colchón
hasta llegar a ella, pero la posibilidad de ofrecer mi trasero al aire con una
pequeña indirecta equivocada a ese hombre, cerró completamente el cajón de tal
estrategia, que en cuyo caso, me hubiese salido penosamente mal. Así pues,
apreté mis rodillas contra mi cuerpo y me aseguré de camuflar la carne dañada
lo máximo posible mientras, me abrazaba yo misma.
Su mandíbula se tensó al ver ese gesto y me
dedicó una mirada fulminante.
– ¿Cuántos hombres han compartido cama
contigo?
Mi cerebro confuso volvió a funcionar.
–Uno, y dos veces –esto ya lo hacía para
joder.
– ¿Quién? –Exigió Don todopoderoso.
Alcé el mentón de lo más desafiante.
–Logan…
Un segundo después, me vi empotrada contra
la cama con su cuerpo sobre el mío. Esta vez fue listo y atrapó mis muñecas
antes de que le clavara las uñas en la cara. Presionó mis brazos contra el colchón
a cada lado de mi cabeza.
–Dime que únicamente me dices eso porque
tienes muy mal despertar.
– ¿Quieres que te mienta? –lo tenté.
–Procura –ronroneó peligrosamente.
–Bueno…pues, literalmente, él me metió en mi
cama ambas veces y luego se metió él, en calzoncillos.
Una sonrisa de lo más feroz apareció en
esos carnosos labios. La calculada precisión de sus actos era una auténtica
pesadilla. Nunca podía leer lo que se le pasaba por la cabeza, porque cuando
trataba de mirar en su rostro me topaba con algo completamente vacío y frío, y cuando
subía mi mirada y alcanzaba a fijarme en su mirada, la cosa se complicaba
completamente para mí.
Directamente me perdía, y con ello, lo perdía
todo; la forma de respirar bien, el control del corazón, el picor del cuerpo,
la ola de calor y el temblor. Y eso precisamente, el último síntoma era el
peor, porque mostraba claramente como caía ante él.
Su ancho hombro se movió cuando respiró
hondo para inhalar las emociones que le había provocado a mi cuerpo y se
condesaban pesadamente por la habitación.
Inmediatamente la presión que ejercían sus
manos sobre mis muñecas, disminuyó.
–Ese cabrón cada día me cae peor ¿te
molestaría que le desinflara sus musculitos de pajillero?
Chasqueé con la boca al escuchar el tono
vacilón de su voz. Difícilmente apostaría en contra de Liam, pero Logan, sabia
defenderse y le dedicaba una hora al día al gimnasio y a unas cuantas clases
extras de artes marciales, desde luego que, su entrenador personal podría estar
orgulloso de los músculitos que había en el cuerpo de Logan.
–Yo de ti no menospreciaría la valía de Logan
–defendí a mi amigo y fue como encender un interruptor en el rostro de Liam.
Esa dura mandíbula se tensó y la respiración salió forzada de las fosas nasales
hinchadas.
–Y yo de ti no tentaría al hombre que guarda
tres condones en la mesa y cuatro en el bolsillo.
¿Más? ¿De dónde demonios había sacado más?
Mierda de Moteles de carreta con auto
servicio en los baños.
– ¿Eso es una amenaza directa? –pregunté.
–Yo no diría que es una amenaza, es una
advertencia –su voz grabe mostró un tono ronco que acarició cada trozo de mi
piel.
–No es así como yo lo interpreto –dije sin aliento.
Ya estaba sufriendo las consecuencias de
tener a Liam cerca, provocativo y buscando la forma de embelesarme.
Misión
cumplida. Ya estaba tontita.
–Veamos como lo interpreta tu cuerpo.
Se las arregló para tirar de mis muñecas,
estirando mi cuerpo hasta dejarlas por encima de mi cabeza, luego las juntó, y
como si sus dedos fueran una cuerda irrompible e inamovible, me sujetó con una
simple mano y deslizó, la otra libre por mi cuerpo.
Primero pasó la mirada por mi cuerpo. Mis pechos
estaban tan expuestos que cuando sus ojos se fijaron en ellos, los muy cabrones
se hincharon tanto que prácticamente se le ofrecieron.
–Interesante –murmuró después de hacer un
gesto egocéntrico con la boca.
Era todo un personaje; presuntuoso y
fanfarrón. Y lo envidiaba. La seguridad que desprendía era admirable y desearía
que una parte de mí fuese tan despreocupada como lo era él.
–Vale, y ahora veremos que dice tu cuerpo.
Tomé una intensa bocanada de aire y me
mordí la lengua antes de comenzar a maullar como una loca cuando su mano se
dispuso a encontrar la respuesta que necesitaba. No hizo falta mucho. En el
momento que colocó la palma abierta en mi cintura, me estremecí.
Las manos bajaron en una línea provocativa,
rozando un lateral; perversas caricias y calculados toques, midiendo cada zona
con las yemas como si necesitara guardar en su memoria su recorrido para
encontrar cada punto que me hacía estremecer o doblarme con dolor hacia arriba.
Su tacto era un masaje, daba placer al paso
que relajaba. Tenía dedos expertos, trazaba círculos y recogía la piel en
pellizcos suculentos para soltarla de un leve tirón y continuar bajando,
torturando la carne que hacia enrojecer.
Solté un sonido con una descompensada y
alargada bocal. Era tremendo y lo sabía, leía mi cuerpo, sentía mis movimientos
y escuchaba mi voz como si le susurrara al oído todo lo que me hacía sentir.
Llegó hasta mi trasero y lo ahuecó, ese fue
el único movimiento salvaje que rompió la cadena de masajes, pero fue tan
beneficioso como los otros.
Me arqueé otra vez y arañé la madera del
cabezal con las uñas.
–Veredicto a mi favor –declaró– Tiemblas, no
puedes respirar bien, el corazón te va a mil y tu cuerpo está ardiendo–. Su
boca se ladeó en una sonrisa de victoria y sentí un escalofrío–. Me parece que
tu mente y tú cuerpo no estáis coordinados. Tu boca dice una cosa y este–, Liam
se restregó levemente sobre mí, presionando su cuerpo con el mío, señalando a
lo que se refería–, me grita, desesperadamente otra cosa muy diferente.
–Miente –mentí descaradamente y sin aliento–.
Te está tomando el pelo.
–Pues me encanta la forma que tiene de
tomarme el pelo.
Se restregó más fuerte, dejando la marca de
su tejano en mi vagina. El botón hinchado tembló y me proporcionó un intenso
dolor que se expandió, como una onda de fuego en un campo de maíz, por cada uno
de mis músculos.
Me quejé poniendo una mueca y tensé mi
cuerpo evitando más roces, más torturas y más pinchazos. Estaba excitada, muy
excitada, pero también estaba dolorida y ese efecto, por suerte, fue visible y
Liam, aceptó la tregua. Se despegó un poco de mi cuerpo soltando una maldición.
–Me cabrea mucho esa mueca, –dijo y negó con
la cabeza soltando un bufido de frustración–, y sepa Dios que hoy te mereces un
castigo de los buenos, tus provocativas palabras me excitan a la vez que me declaran
la guerra–, me dedicó una mirada profunda antes de cambiar su cara, como si se quitara
un velo de la cara y sonrió–, pero comienzo a entenderme con tu cuerpo, y aunque
deseo estar dentro de ti, te voy a dar un respiro para que cojas fuerzas. Después
de estar bien alimentada… Tu otra boca, también la alimentaré igual de bien.
Se
quitó completamente de encima y se levantó alargando su formidable cuerpo
vértebra a vértebra, para dirigirse a la mesa, donde había una bolsa y una
bandeja con dos vasos. Lo miré atentamente, llenándome la vista con él y
pensando en que podría aguantar sin comer para poder comérmelo a él.
Posiblemente mi cuerpo estaría de acuerdo
conmigo y la dieta única de; Liam a la
barbacoa.
Vi algo diferente y, tonta de mí, al estar babeando
mientras lo devoraba, no me había dado cuenta de que se había cambiado de ropa.
Arrogante, presumido, presuntuoso…mucho
más… y prevenido. Lo tenía todo, lo bueno y lo malo.
Los vaqueros claros se le ajustaban a sus
hermosas piernas, moldeaban sus caderas estrechas, y la camisa dejaba entrever
todos sus músculos.
Mientras que él lucia perfecto, yo estaba
completamente desnuda y con la ropa desperdigada por algún rincón del suelo.
Volvió de nuevo.
–Me gusta tu camisa –le dije señalando con la
cabeza la prenda de cuadros en varias tonalidades de azules.
Liam levantó una ceja y sonrió de lado.
–Es un diseño único del antiguo oeste –bromeó
mientras me tendía la bolsa para que me sirviera yo misma–. Así que, ¿no te
gusta el café?–. Negué con la cabeza–. ¿Y el zumo de naranja?
–Me gusta más el de uva, pero me conformaré.
Me dio el vaso e inmediatamente le di un
trago. Su sabor dulce entró de maravilla por mi garganta y me relajó una parte
del cuerpo, solo una leve, porque la otra continuaba tan caliente como Liam la
había dejado.
Él cogió el otro vaso y se sentó delante de
mí.
– ¿Me puedes acercar la sabana?
–No –contestó rotundamente sin opción a debatir
su respuesta.
–Me siento incomoda –insistí.
–Por mí no te preocupes. No hay nada en ti
que no haya visto.
Le dio un trago a mi café sin dejar de mirarme
fijamente con un brillo acentuado en su mirada. Nerviosa por esa persistente
mirada, disimulé retirando mi mirada y fijándola en la distracción de la
comida. Abrí la bolsa que me había traído y saqué unos donuts de chocolate que
habían enrollados en papel.
–Son caseros –mencionó.
Genial.
Me llevé uno a la boca y… casi muero de
placer, estaban deliciosos. El segundo bocado no se hizo de esperar,
prácticamente me olvidé de que estaba desnuda y comiendo chocolate delante de
un hombre que llenaba toda la habitación con su energía.
Dios, estos donuts estaban de infarto.
–Sabes que duermes profundamente –comentó–.
Ya pueden estar lanzando fuegos artificiales justo a tu lado que ni te inmutas.
Sentí un pequeño cosquilleo de ilusión en
el estómago al darme cuenta de que me había estado observando mientras dormía.
–Sí, mi madre también lo decía cuando era
pequeña a la hora de despertarme. Casi siempre me dejaba para el final y prácticamente
me arrastraba de la cama al baño, después me vestía y continuaba arrastrándome
hasta la cocina –negué con la cabeza mientras sonreía al recordar esos viejos
tiempos.
–Serias todo un bicho de pequeña –adjuntó
dulcemente.
Lo miré y sonreí. Por su rostro pasó un
sentimiento tan dulce que por un momento su cara se deformó al no encajar dicho
rasgo con su marca afilada, pero pasó tan fugaz que creí imaginarlo. Sacudí la
cabeza para retirar las mariposas que me rodeaban nerviosas.
–Un poco –reconocí.
Hubo unos segundos de silencio, solo se
escuchaba el movimiento al masticar de mi mandíbula y el piar de los pájaros
fuera.
– ¿Y qué opina tu prometido de que te lleves
hombres a casa? –preguntó tan de repente que el bocado se me quedó a mitad de
camino. Liam enseguida me animó a beber del zumo, levantando el vaso de
plástico a mis labios.
Menudo cambio de conversación,
completamente inesperado. Me aclaré la garganta y contesté:
–Nada, él no lo sabe.
– ¿Y no crees que se enfadará si se entera?
–Me da igual. –Me encogí de hombros–. Él
también reparte amor a diestro y siniestro.
–Un auténtico imbécil que no sabe lo que
tiene –susurró para sí mismo echándole una rápida ojeada a mi coraza de brazos
y piernas, después, con una sonrisa me devolvió la mirada. Retiré mis ojos con
rapidez de esas cuencas azules que comenzaban adquirir un tono ardiente–. Ayer le
diste una buena dosis de venganza –lo dijo con una doble intención que no me
pasó desapercibida.
Lo miré abruptamente, y de pronto, deseé
terminar con la conversación.
– ¿Podemos dejar a Ivan fuera de nuestras
conversaciones?
–No.
Fruncí el ceño.
– ¿Te pone hablar de mi prometido? –marqué la
palabra “prometido” apostas para
soltarle una indirecta y provocarlo un rato.
Liam levantó el mentón y dibujó una sonrisa
de lo más traviesa en sus labios.
–No. La que me pone eres tú, lo único que
trato es buscar un tema lo bastante raro como para distraerme de lo que
realmente me gustaría hacer.
Lo miré y la palabra “sexo duro y a lo guarro”, la llevaba grabada en la frente.
– ¿Nunca te han dicho que eres un salido?
Catástrofe… Me estaba fallando la voz.
–Nunca había desayunado con una mujer desnuda
que me provocara tanto.
El corazón comenzó a latirme tan deprisa
que comencé a sentir mareos. Sentí esa energía peligrosa que me había impulsado
a estampar el coche de mi padre contra la verja, o la misma sensación que me
impulsó a tirar de la alarma de incendios en el instituto.
Era alucinante y muy perturbador, una señal
de que una zorra mala, habitaba en mi interior y Liam, el día de ayer la había
resucitado para dejarla despierta y cuando él la necesitara, dentro de mi
cuerpo.
Y antes de que me diera cuenta…lo estaba
haciendo…
Estaba abriendo las piernas mostrándole todo
el producto sin cortarme ni un pelo.
–A la mierda –espetó de improvisto–. Aceptó
la invitación.
Me quitó mi delicioso afrodisiaco privado
de una mano y el zumo, de la otra. Tres segundos después estaba encima de mí
con una pierna alrededor de mi muslo.
Solté una carcajada y pasé mis brazos por
sus hombros hasta rodear su cuello.
–No sabes controlarte bien –dije.
–A mi control no le pasa nada.
– ¿A no? Explícame entonces porque estás
encima de mí y no me dejas comer como habías prometido.
–Yo no te he prometido nada, simplemente lo
he sugerido.
–Y yo te sugiero que te quites de encima y me
dejes comer, o…te prometo que me quedaré inútil y tú, –pasé un dedo por todo el
puente de su nariz y noté un pequeño bulto similar a un desvío. A simple vista,
Liam, no lo aparentaba pero supe, que en algún momento de su vida se había partido
la nariz, sólo que esa herida ya estaba curada, como todas las cicatrices de su
cuerpo–, terminarás montado a un postizo de silicona.
–No me importa. La experiencia de estar
dentro de ti, ya me es más que satisfactoria.
Me besó, un corto beso que inflamó cada
palmo de mi cuerpo y me obligó a tomar una intensa bocanada de aire.
Olerlo era maravilloso, y un poco extraño.
Dentro de su especial fragancia el aroma del jabón me penetró en el cerebro.
– ¿Te has duchado?
–Sí –murmuró mientras comenzaba besarme desde
el cuello hasta llegar al lóbulo de mi oreja.
La idea de meterme en la ducha y darme un
baño relajante fue deliciosa y muy necesitada.
– ¿Hay agua caliente?
–No lo sé.
Lo detuve y lo empujé un poco para mirarlo
a la cara.
–Te acabas de duchar, ¿y no lo sabes?
–No me he duchado aquí, me he duchado en mi
casa –sonrió y me dio un beso.
El beso se prolongó tanto que aprovechó
para colocarse mejor entre mis piernas, apoyó sus mansos en mis caderas
elevándome mientras sus rodillas, lentamente, separaban mis piernas y se
introdujo como una serpiente en el centro, con ese paquete marcado contra mi
sexo.
– ¿Has ido apostas a tú casa para darte un
baño? –murmuré débilmente, sintiendo con intensidad como restregaba su pene
contra la hinchada vagina.
Madre mía, la idea del bañó se evaporizó.
De sólo imaginarme la estampa de lo que sería ese pequeño cubilete para que
Liam, viajara más de una hora en moto por el hecho de tener un aseo decente, me
hizo estremecerme
–No, después de que te durmieras, volví a
casa porque tenía que solucionar unas cosas, se me hizo tarde y me quedé allí,
así, de ese modo, he podido cómprate el desayuno esta mañana.
Lo explicó con total tranquilidad al tiempo
que pasaba su mano por mi cadera. No sabía con seguridad si era una forma de
manipularme o de provocarme, de todas formas, si ese era su intento lo daba por
fallido ya que mi sentido decente se puso en guardia de inmediato.
Lo retiré de nuevo dándole otro empujón con
la mano. Liam me miró con ceño, como si no comprendiera porque lo molestaba
tanto en cortarle el ritmo de sus caricias.
– ¿No has dormido aquí? –Mi voz, aunque no
sonaba fuerte mostró el sentimiento incrédulo que sentía.
–No –asumió.
Un tendón me dio un tirón de muerte tras
escucharlo.
–Me estás diciendo que: ¿he dormido sola toda
la noche en medio de un destartalado Motel?
Liam se me acercó. Estaba tan anonadada que
ni me inmuté para retirarlo.
–No ha pasado nada y tú, ni siquiera te has
dado cuenta –dijo como si nada mientras, pasaba su lengua por mí cuello
provocándome otro estremecimiento.
¿Qué?
Sabía que era yo la que tenía que detener
aquello. Liam era fuerte, su cuerpo sobre el mío era demasiado tentador y ahora
mismo tenía ganas de ser súper Woman
para destrozar cada uno de sus huesos con miles de golpes.
Sin esperar ni un segundo más, me escurrí
bajo el cuerpo de él, tiré de la sabana que estaba caída en la esquina de la
cama, cubrí mi cuerpo y me levanté con las piernas temblorosas. Sin decir ni
una palabra comencé a buscar mi ropa como una loca. Terminé encontrándola
desperdigada por el suelo. Agarrándome la sabana bien al pecho me agaché para
recogerla y aguanté como una campeona cada tortura de dolor que me infringía mi
propio cuerpo cada vez que lo obligaba a menearse.
– ¿Qué haces? –preguntó confundido.
Hay que joderse, si aún se pensaría que
estaba loca.
–Recoger mi ropa.
–Sí ya lo veo, pero, ¿por qué?
–Porque tú estás vestido y yo también quiero
estarlo.
–Eso tiene fácil solución, morena. Deja la
ropa en el suelo, yo me quitaré la mía.
Lo miré furiosa, con los labios temblando y
me mordí la lengua para no enviarlo a tomar por culo. El muy cabrón se estaba
quitando la camiseta con un descaro total, como si lo que me acaba de decir no
valiese ni una mierda para él, sólo pensaba en gastar esos siete condones que
le quedaban.
–No te molestes –dije con sarcasmo–. Deja te
la camisa puesta… Yo paso de continuar con tu sesión porno.
Me di la vuelta y entré en el baño. Cerré
la puerta con pestillo y comencé a vestirme.
–Gaela. –Liam golpeó tres veces–. ¿Qué es lo
que pasa?
Miré esa puerta deseando que me salieran
láseres por los ojos para atravesar la madera y quemarlo vivo.
–Gaela –insistió con una entonación marcada–.
Abre la puerta–. Me mantuve callada mientras me colocaba la ropa interior,
comenzando por los calcetines para tocar lo menos posible ese suelo lleno de
mosaicos–. Gaela –alargó mi nombre con un detonante amenazante–, abre al puerta
de una vez.
Sentí un nervio subirme por la espina
dorsal, ese mismo escalofrío fue el que habló.
–Que te jodan.
–Á-bre-me –insistió con el mismo nivel de voz.
–No –marqué esa negación con fuerza.
– ¡Abre la puta puerta o la abro yo! –gritó
dando un fuerte golpe contra la madera.
–A ver si tienes huevos…
El pestillo se corrió delante de mis
narices, como si fuera algo mágico y la puerta se abrió. Liam desenganchó algo
tan fino de ese trozo alargado de metal que no pude diferenciar lo que era, y
se dio la vuelta con el rostro impasible, en mi dirección.
– ¿Cómo…? –estaba tan alucinada que no supe
continuar la pregunta.
–Quiero saber a qué viene está rabieta.
Miré la puerta de nuevo, y lo miré a él,
parpadeé y terminé sacudiendo la cabeza. ¿Para qué molestarme en preguntar?
Seguramente sacaría otro misterio más que añadir a la lista.
–Me has
dejado sola –le escupí.
– ¿Por eso te has enfadado?
–No, que va –solté con sarcasmo a la vez que
gesticulaba exageradamente con los brazos agitando los pantalones–, pero si eso
me ha encantado, lo que me ha molestado es que me trajeras un café –brutalmente
irónico.
Liam bufó impacientándose.
–Venga ya, sabía que no ocurriría nada,
estabas completamente a salvo.
– ¿Y tú qué sabes? –Metí un pie a presión en
los pantalones y luego el otro sin mirarle, después, comencé a balbucear–. Podrían
haber entrado, haberme sodomizado y haberme violado mientras dormía… es más, me
duele el cuerpo a rabiar, puede que no esté tan loca y…
Dejé la frase a medias porque de solo
pensarlo se me ponía la piel de gallina.
–Deja de imaginarte cosas que no han
sucedido, doña peliculera.
Lo miré con los ojos tan abiertos como la
boca.
– ¿Peliculera? –Y encima se atrevía a
burlarse de mí–. Podría haber pasado mil cosas, Liam, estamos en el culo del
mundo–. Negué con la cabeza y me retiré el pelo, violentamente de la cara–. No
me lo puedo creer, te has largado a tu casa, después de desahogarte, para
dormir tranquilamente en tu confortable cama–. Lo miré directamente a la cara,
rabiosa y escuchando una sirena en mi cabeza–. Eres un impresentable que no
piensa en las consecuencias…
– ¡No hubiese sucedido nada! –interrumpió con
un feroz grito
No me amedrenté. Tomé la camiseta y después
de pasarla por mi cabeza lo miré para dedicarle una mirada fría como el acero.
Liam seguía al lado de la puerta. Tan alto y perfectamente arreglado como si acabara
de salir de una sesión de fotos. Estaba realmente guapo y, como siempre, me
robaba el aliento. Sin embargo, en mi interior había una bola molesta que se
accionaba sin piedad aumentando mi rabia hasta términos locos, y esa locura se
estaba convirtiendo en unas ganas horribles de coger la cadena oxidada de la
cisterna y ahogarle con ella lentamente.
– ¿Acaso estabas aquí para asegurarlo?
–repliqué furiosa.
–No, pero nadie ha entrado en esta habitación,
eso sí que te lo puedo asegurar –admitió rotundamente–. No soy tan imbécil como
para largarme sin más y dejarte al alcance de cualquiera. Avisé al
recepcionista y…
Se silenció y tragó saliva, pero antes de
que pronunciara una palabra más lo corté.
–Pagar a un recepcionista para que me vigile
no te exhume de tus actos.
–Lo interpretas todo bastante mal.
Se pasó las manos por la cabeza, echándose
el pelo hacia atrás y soltando unas cuantas maldiciones, después, apretó los
puños.
–Dime una cosa: ¿Lo tenías planeado?
–pregunté intencionadamente.
Se giró abruptamente clavando sus ojos
azules en los míos, negros y apagados.
– ¿Qué quieres decir?
–Ya lo sabes. Lo de irte después de…
El labio inferior me tembló. Me sentía
utilizada, sucia, manchada de vergüenza y asqueada conmigo misma.
¿Cómo había sido tan tonta como para
acostarme con él? ¿Cómo para permitirle que me utilizara de esa forma?
–Soy un idiota al pensar que serias más
madura al aceptar esto como algo casual.
El corazón se me paró en seco y la vista se
me nubló.
–No eres idiota, eres el mayor de ellos –escupí–.
Eres un cabrón egocéntrico que buscaba un polvo y se ha llevado tres sesiones
de porno duro con una mujer a la que acaba de desvirgar sin mostrar la mínima
suavidad. –Sentí un pequeño mareo que fue desencadenado por un leve vértigo,
pero conseguí recuperarme y continué–: Fuiste egoísta. Me follaste sin parar y sin
cuidado, únicamente pensaste en ti y en tu placer…
–Te di placer –dijo, como si mordiera cada
palabra–. Ahora no te atrevas a decirme que fingiste cada orgasmo –exclamó sin
disimular su rabia.
–No, no lo fingí –declaré porque, era
imposible negarlo, él los había sentido en directo y en contacto, pero no le
permitiría que se creyera mejor que yo–, pero por muy cabrón que seas, no me
esperaba que fueras tan cerdo como para abandonarme en medio de la carretera…
–No me ofendas más cuestionando mi
integridad.
– ¿Integridad? –Indignada por su cometario
solté una carcajada amarga–. Ten decencia y admite que no soportas compartir la
cama con una mujer si no es más qué para revolcarte. Admite que pasar a ese
extremo es asumir una responsabilidad que tú no quieres.
– ¡Pues sí! –gritó encolerizo. Liam acababa
de perder el control–. Me largué porque no podía dormir contigo. Adoro dormir
solo y en mi colchón.
Palidecí. Esa frase era como una bofetada.
No me respetaba, eso estaba claro, desde que lo conocía no me había respetado.
Virgen o no, simplemente era una conquista más que añadir a su larga lista.
–No sé por qué me sorprende tanto. La gente
me advirtió sobre ti.
– ¿Quién te ha hablado de mí? –preguntó con
agresividad. De pronto, parecía muy interesado en el tema.
¿Qué escondes Liam? ¿Quién eres realmente?
Me senté en la orilla de la bañera,
mostrando una completa pasividad y sin dirigirle ni una sola mirada a su rostro
me puse las deportivas.
–Eso no te importa una mierda…
Un momento después, y completamente helada
por la agresividad de su comportamiento, me encontraba estampada, de espaldas
contra la pared con él encima de mí. Pero no era un gesto erótico, esto estaba
sacado de una escena de tensa intimidación donde el atacante quería sacar su
información fortuitamente y acojonando a su víctima.
–No hay nadie en este mundo que me conozca
bien –dijo entre dientes y con la mirada completamente encendida–, y las pocas
personas que podían haber mencionado algo de mi vida privada, no arriesgarían
su propia vida en contárselo a una desconocida, así que, asumo que, tus
comentarios son sacados de unos rumores venidos de gente que no sabe y no
pueden, meterse en su jodida vida únicamente.
Su respiración se había acelerado y todo su
cuerpo irradiaba ira, la furia contenida que resurgía como el fuego en las
brasas. Ya había visto ese rostro descompuesto por la rabia cuando había tomado
al joven en el festival, pero ahora lo enfocaba hacia mí, y no me gustó.
–Eres peligroso –murmuré con voz asustada–. Y
ahora te tengo miedo.
Liam se retiró soltándome y retrocediendo como
si le hubiera pegado una patada en estómago. Aproveché que fijaba la mirada en
el suelo y me escabullí fuera del baño. Él me siguió y antes de que colocara mi
mano en el pomo de la puerta sentí su presencia justo en la espalda.
–No te vayas –rogó con una voz completamente
diferente.
No caigas, no seas tonta. Ese hombre está
loco.
–Gaela, perdona…No quería decirte eso…No así,
no es lo que…
–No me toques –interrumpí con brusquedad
soltando un grito cuando noté sus dedos justo en la nuca.
No le permitiría que me volviera a tocar.
Había conseguido recuperar las fuerzas y el impulso necesario para salir de ahí
corriendo… Sin embargo, no me movía. La mano flotaba en el aire, a un milímetro
de mi salvación, tan solo tenía que dejarla caer, ejecutar un movimiento
circular y fin, pero…
No reaccionaba.
–Espera un momento. –Liam se acercó más a
mí–. No te vayas así, Gaela, por favor–. Cerré los ojos porque ya comenzaba a
sentir la delicada vibración del pétalo de una flor sobre toda mi piel–. Déjame
solucionar esto–. Finalmente acarició mi espalda. Me estremecí como una idiota–.
Discutamos esto de una forma que nos guste a los dos–. Me dio la vuelta y
presionó su cuerpo contra el mío. Después colocó una mano en mi cadera y la
otra, bajo mi barbilla para obligarme a mirarlo–. Te quitaré ese miedo–, su
boca, lentamente cayó sobre la mía, pero no me besó, la dejó pesada sobre mis
labios–, y te mostraré lo mucho que mimo tu cuerpo y lo mucho que lo deseo–,
mordió el labio inferior, tirando de él y provocándome un temblor detrás de
otro–, está vez lo haremos a tu manera, te follaré como tú quieras.
Din.
Te está utilizando.
Y faltó esa palabra para que me diera un
golpe contra el suelo y me despertara de este sueño. Nada con él era realidad.
El hombre dulce no existía, no tenía sentimientos simplemente era un artista a
la hora de currarse un polvo asegurado. Pero se había equivocado conmigo.
Deslicé mi rodilla entre sus piernas y en
el momento que la decisión de su boca tomó el poder. Levanté la pierna y le di
con todas mis fuerzas a su gran tesoro mundial.
La entre pierna.
Liam retrocedió venciéndose hacia delante y
aguantándose sus testículos como si se le fueran a caer. Viendo como maullaba
de dolor hasta caer al suelo de rodillas retrocedí, levanté el mentón y con
orgullo me di la vuelta para abrir esa puerta. Lo conseguí y antes de salir lo
miré por encima del hombro por última vez.
–Vete a la mierda y olvídate de mí.
–Hija de…
Ya no terminé de escuchar su queja. Salí
corriendo de ese lugar y no frené hasta que ese odioso Motel hubo desaparecido
de mi vista.
Continuará...... Hasta el lunes.
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