BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

lunes, 1 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 19 (Una fantasía de ojos negros)








    Me arrepentí de inmediato el no decirle al recepcionista que me pidiera un taxi. Pasear por una carretera desierta no me pareció buena idea, pero de eso me di cuenta tarde, cuando llevaba diez minutos caminando por la cuneta.

    Saqué mi móvil del bolso mientras le dirigía un rápido vistazo al bosque, al menos tenía toda una frondosa laguna para esconderme, pero rápidamente recapacité y recordé que si tenía la suerte de que algún perdido coche pasara por este inhóspito lugar, tendría una oportunidad para librarme de una buena caminata.

    Miré la pantalla y traté de desbloquearlo, después me di cuenta de que lo había apagado ayer, al ver la insistencia de Ivan con tanta llamada. Lo enchufé e inmediatamente mi mano fue atacada por la insistente vibración del aviso de llamadas y mensajes.

    Recé a todos los santos que conocía… posiblemente cuatro y los dos últimos creo que me los inventé porque, cuando comencé abrir sobrecitos vi con atención que, en tanto rezo algo había salido mal…Y bien mal.





    Dios, Ivan había pasado de ser un educado hombre de respeto a un demencial lunático descontrolado.

    ¿De dónde sacaba a los hombres? ¿Del psiquiátrico?

    Tras leer los cuatro primeros, me esperé, de los cinco que me quedaban cualquier cosa preciosa que ese hombre podía pensar de mí… Y no me equivoqué.


    Mensaje uno:

Tú y tu manía de colgar el teléfono. Necesito hablar contigo, por favor, es importante y sabes que odio los inútiles mensajes de texto. No somos niños de doce años. Coge el teléfono y habla como la gente madura y civilizada.

    Mensaje dos:

Gaela, si estás enfadada me da exactamente igual. Necesito arreglar unas cosas y me urge hablar contigo. Coge el maldito teléfono.

    Mensaje tres:

Genial, ahora lo apagas. ¡Eres una maldita zorra! 


    Gracias, pensé.


    Mensaje cuatro:

Maldita seas. Escóndete bajo tierra por que como te coja…


    Ese mensaje me dejó los pelos de punta, Ivan ni siquiera lo había terminado.


    Mensaje cinco:

Si esto es una de tus estratagemas para olvidarte de mí y torcer lo planes de la boda, te informo de que te olvides. Ya te lo dije; quieras o no, te casarás conmigo porque así lo he decidido yo.


    Apreté el teléfono entre las manos y leí ese mensaje de nuevo. Odiaba la idea de que se pensara que ya era dueño de mi vida y de todas mis decisiones. Me frené y salí de la bandeja de entrada para introducirme en el archivo de salida, y contestar, en mayúsculas; que yo no era su esclava, pero al ver como el dedo me temblaba cuando toqué la primera letra…Decidí dejar que mi frustración se despejara con dos puntapiés a una piedra pequeña que había en medio de mi camino. Después de hacer la tonta un poco, continué leyendo.


    Mensaje seis:

No sé cuánto tiempo más soportaré esto. No tengo ni idea de que hacer contigo. Me estás volviendo loco.


    Mensaje siete:

Me estás castigando ¿verdad? Por lo que pasó en la bodega… <<


    Levanté la vista de la pantalla y algo que reconocí como remordimiento se posó en mi estómago regalándome una arcada.

    ¿Qué estaba haciendo?

    Huía de mi futuro oscuro, para tener un presente que se asemejaba mucho al filo de una Katana. Liam era la espada y tan oscuro como Ivan, pero al menos el último no me había tomado el pelo ni se había aprovechado de mí…

    Desgraciadamente.

    Ivan siempre me había dicho la verdad, sabía a qué me enfrentaba, pero Liam, él no decía nada y lo poco que decía era en cuenta gotas, además de añadirle que él no era algo serio, simplemente una aventura pasajera que pronto olvidaría…

    Sentí un intenso pinchazo en la cabeza y reviví la imagen de ese torso desnudo, marcado de tinta negra y revistiendo la mitad de su cuerpo, y mis dedos, llenos de antojos, surcar lentamente los soles que tapaban otro enigma más.

    Negué con la cabeza y bufé largo y tendido hasta vaciar mis pulmones.

  –Liam…te estoy cogiendo un asco –murmuré mintiéndome a mí misma. Era patético, lo sé, porque ese hombre comenzaba a gustarme mucho–. Mierda.

    Dejé a un lado mi deprimente estado y continué leyendo algo mucho más deprimente.


>>…Bien, puede que me lo merezca, pero tienes una maldita obligación conmigo, me debes obediencia y sumisión, y me debes el mínimo respeto, aunque pienses que no. >>


    Vale, debería de haber terminado de leer antes de venirme abajo.

  –A ti también te estoy cogiendo asco, Ivan.

    Lo malo de este es que, aparte de gustarme mucho, me había enamorado… Pero si es que soy tonta.


    Mensaje ocho:

Ya no puedo confiar en ti.


    Eso no era una novedad.


    Mensaje nueve:

Más te vale que la tontería infantil se te pase pronto y que cuando estés localizable, me llames, o te prometo que cuando te tenga delante, la cosa se complicará bastante para ti.


    Terminé de leer y me pasé la mano por el pelo. Un discursito típica de Ivan era lo que menso necesitaba en ese momento. Se me pasó al idea de llamarlo y ahórrame el detalle de tener ese cuerpo delante de mí, con su postura de ser mejor que yo mientras me hunde más en la mierda, pero no me apetecía hablar con él, no tenía fuerzas ni para escuchar su voz, aunque fuera detrás de un altavoz.

    De pronto, un coche se paró a mi lado en el mismo momento que Ivan comenzaba a dar su toque de llamada. Me sobresalté al notar la vibración en mi mano y miré la pantalla sin dar crédito a lo que veía. Tenía que tener poderes, era imposible que supiera que ya estaba disponible…

    Error. Tienes cuarenta llamadas desde que le colgaste. Eso es de suponer.

    El motor del coche que tenía a mi lado rugió llamando mi atención. Era un coche viejo, antiguo en un color negro, tenía tantas chapas de diferentes modelos que no supe diferenciar que clase era. La música, un sonido que salía de unos altavoces súper potentes cesó cuando una cara con unas gafas oscuras asomó por la ventanilla bajada.








  –Hola guapa –saludó a la vez que sacaba un brazo y lo dejaba caer por el metal de la puerta–. ¿Quieres que te llevemos algún lado?

    Lo miré a él y al resto, analizaba la situación con la mente concentrada en el móvil que tenía en la mano, cuyo aparato no cesaba de moverse entre mis dedos. Eran tres con unas pintas de esas que no les obligaba a esforzarse mucho más para aparentar un peligro constante, pero no un peligro sexy como el que Liam me inspiraba, esto se trataba de un peligro diferente y del que tenía que huir.

    Con una sonrisa educada lo miré de nuevo.

  –No gracias. –Levanté el móvil y se lo mostré–. Vienen a recogerme.

    Inmediatamente descolgué y me puse el teléfono en la oreja.

  –Gaela –la estrepitosa forma de Ivan, en llamarme me puso los pelos de punta y aceleró mi corazón–. ¿Se puede saber…?

  –Ivan –interrumpí con una nota de pánico–. Ahora no –me interrumpí por que la voz me temblaba y lo que menos deseaba en ese momento es que él se pensara algo completamente erróneo. Me aclaré la garganta, dándoles la espalda a los chicos y caminé hacia delante–. Ahora no puedo hablar.

    El coche aceleró un poco y se colocó a mi lado, siguiendo mi ritmo sin detenerse.

  –Venga guapa, sube al coche…No te vamos a morder –ronroneó el conductor y, los tres soltaron una carcajada.

    Ese sonido me cortó la respiración.

  –Gaela, ¿qué pasa? ¿Quiénes son esos?

  –Nadie –contesté, después me giré cara ellos–, gracias, de verdad, pero ya vienen a por mí…

  – ¿Dónde estás? –exigió saber Ivan, con una voz cortante–. Gaela, no me dejes así. ¿Qué demonios está sucediendo?

  –Nada –contesté delatando el miedo en mi voz.

  –Muñequita, si no es molestia para nosotros – insistió el conductor, golpeando más fuerte la chapa de la puerta y quitándose las gafas con la otra mano–. Una mujer como tú no debería ir sola por estas carreteras, hay mucho loco suelto.

    No me digas.

    Disimulé, otra de mis sonrisas para no levantar sospechas y mostrar que me estaban asustando. Y sobre todo, no dejé de caminar en ningún momento.

  –No…

  –Sube con nosotros –interrumpió el copiloto, un chico rubio, asomando la cabeza y dibujando una sonrisa maliciosa en su boca–. No nos gustaría que algo horrible le sucediera a ese precioso culo.

    Las piernas me temblaron y casi no supe como conseguí dar los pasos que necesitaba para dejarlos atrás. Igualmente no sirvió de nada, antes de dar la sexta zancada ya lo tenía otra vez a mi vera.

  – ¡Gaela! –repetía Ivan, una y otra vez. Me llamaba pero lo único que tenía en la mente era un plan de acción, lo malo es que cualquier salto de fuga que se me ocurría tenía el mismo final terrible.

    Sólo me quedaba rezar para que al final me dejaran en paz.

  –Mi novio vendrá en un par de minutos. –Miraba hacia delante, recta como un palo y con una decisión suprema–. Ya lo he avisado.

    Los tres, de nuevo, soltaron otra carcajada y escuché un murmullo que reconocí del copiloto, ya que, era el que tenía la voz más dulce. Después, el piloto volvió a golpear la chapa de su puerta con el puño.

  –No nos lo estás poniendo fácil… Vamos sube –insistió elevando su voz al final.

    El coche aceleró hasta atravesarse en mi camino ejecutando una maniobra de giro. Frenó y mi cuerpo se quedó helado cuando el ocupante de atrás abrió la puerta y salió. Me giré y me topé con un imponente tío de metro noventa con un enorme cuerpo de gorila. El tipo levantó un poco la cabeza, haciendo que su cuerpo se ampliara más y sonrió mostrando un diente de oro.

  –Vamos princesita, ¿te vas a venir con nosotros? –dijo, a la vez que se acercaba a mí.

  –Oh. Mierda –dije asustada y retrocedí.

  –Vamos, preciosa, anímate, te llevaremos a donde nos pidas. –Este había sido el conductor y, detecté una nota de lascivia en su forma de hablar.

    Me di la vuelta y, esquivando el coche comencé a caminar más deprisa. El gorila con el diente de oro me siguió y el coche, marcando la gravilla a la rueda, salió detrás de nosotros.

  –Dime que está pasando… ¿Estás en peligro? –preguntó Ivan, con voz ansiosa–. Háblame, maldita sea. ¿Qué está sucediendo?

  –No me cuelgues, por favor –le rogué.

  –No, no, no lo voy hacer, pero dime dónde estás e iré a por ti.

  –No lo sé.

    Escuché los pasos más cercanos, más marcados, pisando fuerte como si se trataran de látigos contra mis hombros tensos. Aceleré mi paso y la cagué.

  – ¡Cógela, Tony! –rugió el conductor.

  –Gaela… ¡Sal de ahí! –gritó Ivan dejándome sorda, cosa que casi parecía imposible ya que mi corazón lanzaba un bombardeo de miedo contra mis tímpanos.

    Y salí corriendo.

    Tras un grito que no llegué a entender, el gorila que me había perseguido se abalanzó contra mí. Cogí una bocanada de aire, que fue más como un grito cuando esos enormes brazos me rodearon el cuerpo, atrapando en su abrazo la movilidad de mis brazos. El teléfono resbaló de mis dedos al notar la fuerte presión contra las costillas, y cualquier intento de volver a respirar escaseó.

    Abrí la boca, pero lo único que produje fueron meros gruñidos lastimeros antes de que esa mole me levantará en vilo y me estampara contra el capo del coche, que de nuevo, se había colocado en nuestro camino, torcido con el culo cara la carretera.

  –Sí, déjala ahí, Tony.

    Me liberó los brazos pero apoyó inmediatamente una mano en el centro de mi espalda para mantenerme bien pegada y besando la parte delantera del coche. Ladeé mi cabeza y me encontré con la cara del conductor puesta, con una sonrisa asquerosa en sus labios, en nosotros.



    El metal caliente y el rugir del motor se filtraron en mis venas haciendo que la sangre me circulara a una velocidad de vértigo.

    Intenté luchar con mi cuerpo, apoyándome con las palmas al capó y lanzando patadas al aire a mi espalda, acerté una, pero lo único que conseguí fue enfadar al gorila.

  –La muy zorra… Te vas a enterar.

    Plass.

    Sólo me habían dado azotes tres personas en mi vida. Mi madre y mi padre me habían dejado el culo rojo, Liam ardiendo, pero este cerdo me había dejado la marca de esa enorme mano. Lanzó otro azote, mucho más fuerte y el grito que di estranguló cada rincón del bosque, haciendo saltar la alarma de cada animal que nos rodeaba, e incluso los pájaros, una bandada saltó al cielo con un sonido nervioso.

  – ¿Qué hago con ella?

    Hablaban de mí como si yo fuera un animalillo que se habían encontrado en medio de la carretera.

  –Pues arrancarle los pantalones –dijo el conductor con arrogancia, como si ese tal Tony fuese tonto.

  – ¿Lo vamos hacer aquí? –preguntó Tony, incrédulo.

    El corazón me latía con fuerza y me temblaban las rodillas cuando vi la amplia sonrisa que me dedicaba el conductor.

  –Sí –contestó alargando esa simple letra–, esa tía me ha puesto muy burro.

    En el momento que noté su mano en la orilla de mis pantalones, todo mi cuerpo reconoció la situación y comenzó a sacudirse con violencia.

  –Tranquila, princesita. Lo vamos a pasar bien.

    El terror me dominó y cada síntoma de miedo me golpeó con una fuerza bestial.

  – ¡No! –grité desesperada.

  – ¡Hazlo! –gritó el conductor.

    Pero, de pronto, el bestial rugido de unas ruedas al frenar contra el asfalto nos dejó a todos completamente quietos y atentos a ese violento sonido.



  –Pero…

    Me incorporé de una forma que pude ver lo que ellos miraban con tanta atención, y la escena de un demonio que dejaba caer su moto al suelo para salir corriendo en nuestra dirección, fue como una luz en el horizonte, cálida y tranquila.

    Me dio un vuelco el corazón al darme cuenta de que era Liam, completamente loco, era un animal depredador y oscuro. Noté más que vi esa amenaza, ese hombre estaba completamente fuera de sus cabales.

  – ¡Soltarla! –bramó Liam, salvaje, irreal.



    Tampoco les dio la oportunidad de hacerlo. Antes de que el gorila retirara su mano de mi cuerpo, el puño de Liam caía a una velocidad fugaz sobre su cara. La mole que me había azotado el culo con la fuerza de un mazo, cayó al suelo como si fuera un tronco recién cortado. Inmediatamente, tanto el conductor como de ocupante de atrás abrieron sus puerta.

    Con un movimiento rápido y muy calculado, Liam cerró la puerta de una patada, haciendo que el conductor se estampara contra el metal y cayera, quejándose contra los sillones, después, esperó al rubio, que ya se avecinaba a él, rodeando el coche, con una navaja en la mano.




  –Aléjate de aquí, Gaela –me ordenó con la misma voz salvaje.

    Lo intenté, traté de dar un paso, pero mi cuerpo estaba temporalmente congelado y no conseguí menearme.



    Esquivó ese acero con una agilidad sorprendente ladeándose hacia un lado y golpeando con un codo al agresor, después tomó la muñeca que sujetaba la navaja y con el mismo codo, cuando este se encorvó hacia delante por el dolor, arremetió, con la misma rapidez, otro golpe en ese brazo.

    Se me cortó la respiración y sentí por un momento que ese hueso roto era el mío. El rubio maulló y se cayó de rodillas mirándose incrédulo el hueso saliendo de su carne y su chaqueta. Liam, no contento con ello, estampó su cabeza contra el metal con la fuerza de su mano como si tan solo fuera plastilina, después, dio otra patada, con el talón, a la puerta que el conductor abría de nuevo.



    El grandullón, desorientado se levantó y cuando recuperó algo de la conciencia fue a por Liam, pero mi demonio ya estaba prevenido. Con un arte de movimientos fluidos, se agachó esquivando esos brazos que iban en su dirección y arremetió dándole un puñetazo en sus partes.

    Nunca en mi vida había escuchado gritar a un hombre de esa manera, pero ese sonido que produjo su garganta consiguió ponerme los pelos de punta.

    Liam, como si no causara ningún efecto en él, ver como dos hombres lloriqueaban de una forma espeluznante, dio media vuelta y de una simple patada le rompió la pierna…

    Dios, otro hueso. Me entraron arcadas. Estaba completamente temblando y sentía las manos heladas. La mole terminó besando el suelo de boca y pude ver como rebotaba contra el asfalto, que sentí temblar bajo mis pies.

    El jinete era una fiera, un ser sacado del infierno preparado para matar; sin piedad, sin emociones en su rostro. Parecía que hubiese nacido para ello, era perfecto, impecable en sus golpes y se adelantaba a sus oponentes, sumiendo, de una forma increíble el control absoluto que teína de cada perímetro que lo rodeaba y mucho más. 


    El sonido del motor me hizo retirar la mirada de esa masa inútil que había en el suelo y fijarla en la cara de espanto del conductor cuándo metió la marcha para salir de ahí. Me invadió el pánico al ver como Liam, se daba la vuelta, con un gesto asesino en su mirada y veloz como un poseído, metió la mano por la ventanilla y cogió al tipo por la chaqueta con tal fuerza que lo sacó por ese mismo agujero y lo tiró al suelo como si no pesara más que una pluma.

    El chico se quejó y como pudo, se incorporó sentado. Liam con las piernas abiertas y las manos convertidas en puños, lo enfrentó. Al ver tal escena, el piloto se arrastró hacia atrás, tratando de huir de algo imposible. Liam no lo iba a dejar en paz.

  –Oye tío… No le íbamos hacer nada malo –el chico levantó las manos en señal de rendición. Liam dio un paso más hacia delante con el cuerpo completamente amenazante.

    Unos pocos rayos de sol se reflejaron en su barba incipiente y su mirada brilló con satisfacción al ver su trabajo.

  –No deberíais de haberla tocado.

    Tenía una voz firme, sin rasgo alguno de alteración, como si fuera un caminante que estaba pidiendo indicaciones.

  –Lo siento, de verdad… No…

  –Liam –lo llamé e inmediatamente se giró.

    Se me hizo un nudo en la garganta cuando me topé con esos rasgos. Algo tuvo que ver en mis gestos porque su rostro se suavizó.

  –Espérame junto a la moto –pidió y al ver que no me movía alargó una mano con los dedos estirados.

 
    Con el pulso temblando estiré mi brazo y tomé su mano. Liam tiró de mí y me acercó a él, inspiró llenándose las fosas nasales con mi aroma y después, con mucha delicadeza, me empujó, animándome para que comenzara a caminar. En el momento que le di la espalda y caminé hacía de su moto, escuché el grito de dolor que dio el conductor.

    No quise saber más de lo que había sucedido. Me permití unos segundos para agacharme y recoger mis cosas del suelo mientras aprovechaba en aclárame las ideas y meditar sobre la bestia que me había salvado la vida de una forma muy loca… Y decidí, también, que no quería pensar en ello.

    Era una locura. Lo sucedido me superaba, martilleaba contra mi cabeza sin explicación. Lo que acababa de ver solo pasaba en las películas, esa forma de moverse, la agilidad de saber qué hacer, de cómo leer a su oponente, de cómo acabar con tres hombres sin agotarse y sin ningún rasguño en menos de diez minutos.

    ¿Quién demonios era ese hombre?

    Me giré al escuchar los sonidos de unos pasos. El cuerpo del jinete se agachaba para coger algo del suelo. Hasta que no observé como rajaba las ruedas traseras no supe que se trataba de la navaja del rubio. Después, la tiró al interior del bosque, lanzándola muy lejos, se limpió las manos como si nada y se acercó a mí. Sin mirarme levantó la moto del suelo y se subió en ella, luego, me miró a mí.

  –Sube –Me sobresalté por la nota dulce que había utilizado y antes de que me diera cuenta, estaba subiendo detrás de él.

    Estaba completamente tensa, asustada y el pulso se marcaba en mis dedos, temblaban violentamente y, mi respiración no me tranquilizaba mucho más. Las tripas se me revolvían, no podía quitar de mi cabeza la imagen de esos huesos fuera de sus sitios.

  –Cógete Gaela, no quiero que te caigas.




    Obedecí tac sativamente, pero mi postura no era la de abrazarlo como a él le hubiera gustado. Lo cogía con miedo y eso provocó que el cuerpo que tenía delante se tensara. Abrí la boca para pedirle que me hablara, para que me soltara una de sus tonterías ofensivas y me quitara la escena vivida de la cabeza, pero no conseguí pronunciar ni una sola palabra, y para colmo, Liam iba callado, tenso y muy rápido.

    Se me pasó por la cabeza la imagen de un accidente bestial…

  –Para, para –le pedí.

    De pronto, sentí una gran ansiedad. Necesitaba bajar, necesitaba pisar tierra.

  –No –dijo rotundamente.

  –Para, por favor –mi voz crispada lo tensó mucho más.

    Liam aceleró más.

  –He dicho que no.

  – ¡Que pares!

    Presioné su cuerpo, sufriendo una leve claustrofobia. Liam perdió el control de su moto y, las ruedas dieron una sacudida que hizo que el vehículo diera un violento tirón. Consiguió, entre maldiciones, mantenerla recta y se detuvo completamente en el arcén.

  – ¿Qué demonios ha sido eso? –me culpó con tono rabioso.

    Me bajé de la moto y comencé a hiperventilar mientras mis pies formaban un círculo de arena a mí alrededor siguiendo un circuito continuo de camino.

  – ¿Estás loca? –continuó.

    Me giré y lo miré con los ojos abiertos como platos.

  – ¿Loca yo? –pregunté con cara de poquer.

    Bajó de la moto clavando al suelo el caballete y caminó en mi dirección. Sus pasos aumentaron la presión de mi pecho y la ansiedad subió un tono más. No era temor, era algo similar a la locura y al nervio mental.

    Vi, en un refilón de sombra el brazo de Liam alzarse, tomando la decisión de tocar mi hombro. Me retiré de un salto. Él miró ese gesto con una ceja alzada.

  – ¿Me temes?

    Lo observé con atención. Parecía un hombre normal en ese preciso momento, con miles de pensamientos, de sentimientos y emociones reflejados en su rostro y con el cuerpo tenso, quieto, esperando, casi sin parpadear mi respuesta.

    No le tenía miedo, verdaderamente no lo temía, y eso era algo completamente ilógico. Debía reconocer la vena loca que le asaltaba en sus momentos, pero gracias a esa vena, a mí no me había sucedido nada y a él… Bueno, Liam estaba muy entero.

    No obstante, temía todo lo que le envolvía en una nube oscura, tapando cosas raras; incógnitas y preguntas sin responder, y lo mucho que me afectaba su mirada, me sumía en un dominio de manipulación completa.

  –Estoy buscando la forma de asumir todo lo sucedido, pero es demasiado para mí y para un solo día, estoy desbordada –expliqué con voz nerviosa e inmediatamente le di la espalda para retirarme el pelo de la cara.

  –No te voy hacer daño a ti –murmuró débilmente.

  –No sé qué pensar –murmuré para mí misma.

    Noté instantáneamente la presencia de Liam detrás de mí.

  –Déjame ayudarte, Gaela, yo puedo hacer que desaparezca todo –susurró con suavidad como si me ofreciera una cura rápida.

    Giré con un suspiro ahogado. Estaba muy, pero que muy cerca.

  – ¿Tu don? –Él asintió–. No tengo ni idea de lo que me estás haciendo, pero me estás provocando un enorme lío mental.

    Liam insistió y dio otro paso más. En sus ojos solemnes asomó una sombra de compasión.

  –Puedo entenderlo, yo también comparto ese sentimiento.

  –Pero yo no te estoy haciendo nada.

    Liam tomó su mano con la mía y presionó, ofreciéndome el calor que necesitaba mi cuerpo.

  –No conscientemente –añadió con voz leve–, pero inconscientemente has provocado una enorme brecha en mi vida. Has revolucionado todo lo que rodea.

  –Tus normas –dije entre suspiro y suspiro.

    Me sentía vulnerable, débil, mareada y profundamente enganchada a su voz, a su tacto y a su mirada, y él lo sabía, se estaba aprovechando de la situación.

  –Mis reglas, mis pensamientos, mi rutina, todo a sufrido un giro inesperado, y… muchas más cosas que ahora no te puedo decir.

    Lo miré a los ojos directamente y me ahogué en sus profundidades. Como siempre.

  – ¿Por qué?

  –Porque cuanto menos sepas de mí, mejor. Confórmate con lo que te puedo dar y no intentes averiguar más.

  – ¿Y si quiero saber?

  –Será un problema y me obligaras a tomar una decisión que, ahora mismo ni deseo, ni quiero tomar.

    Me quedé sin aliento y cerré los ojos. Oh, Dios.

  –Dime al menos una cosa –pedí débilmente, al cerrar los ojos todo se había sensibilizado lo notaba con gran intensidad–, ¿estás en el lado bueno, o el lado malo?

  –He tenido una vida que me ha empujado al lado malo para poder sobrevivir, pero…intento ser bueno.

    Sabía a qué se refería, lo había visto en varias ocasiones, es más, la primera vez que me había cruzado con su mirada, tuve ante mí a un ser sacado del infierno. Aunque su comportamiento juguetón me perturbara en ocasiones, el halo de misterio y el cartel de cuidado con la bestia, estaba presente en él, en cada movimiento, en cada palabra y en cada mirada.

  –Ya sé que eres peligroso…

  –No, no tienes ni idea –murmuró con voz apagada y seca–. Pero, tranquila, conmigo estarás siempre en buenas manos –dijo a solo unos centímetros de mí, su aliento me agitó el pelo.

    Abrí los ojos de golpe cuando me cogió por los codos. Me quedé inmóvil. Esperaba que mi instinto cobrara vida con un destello de furia, pero no pasó nada. Liam estaba hechizándome otra vez con la intensidad de sus ojos. Una absurda parte de mí le gustó, y como una idiota, no hice nada cuando debería haberle dicho que me soltara, que saliera cagando leches de aquí y que no se acercara a mí.



    Pero, era imposible. Liam estaba francamente guapo allí plantado y a mí no dejaban de atormentarme los recuerdos; imágenes del primer día que lo conocí, después, sus brazos alrededor de mi cuerpo en aquella terraza simulando a la Toscana, la sala de los cristales con él detrás de mi cuerpo, acariciando mi trasero, nuestros cuerpos desnudos, sudados, ansiando sentirlo y que me sintiera entera…la chispa con la que me atravesaron sus ojos cuando dejó a los matones tirados en la calle, la agresividad de su tacto cuando me había empotrado contra los azulejos de aquel Motel de carretera…

    Retrocedí unos pasos, pero para cuando me di cuenta el tiempo había pasado y Liam, había desaparecido de mi cercanía para caminar directo a la moto.

  –Vámonos, te llevaré a casa de tu amiga.

    Sentí el golpe seco del agua fría contra mi cuerpo. El soplo del aire acariciando mi piel y la sensación de caer de las nubes al suelo. La realidad me golpeaba.

  –Gaela, se me hace tarde. –Liam arrancó y me miró con una ceja alzada.

    Parpadeé. Tuve la sensación de que había pasado una hora, una hora que se había perdido ya que yo no me había enterado de lo que había sucedido. Liam volvía a ser el que era y yo, volvía a sentir el rencor, la rabia y las ganas de estamparle la suela de mis deportivas en toda la cara.

    ¿Cómo podía ser?

  –Gaela. –Se estaba impacientando y su tono prepotente solo consiguió darme un guantazo en toda la cara para terminar de despertarme.

  –Prefiero caminar todo el día para llegar a casa, antes de volver a subir contigo en esa moto.

    Su cuerpo se tensó y los rasgos suaves que había enseñado desaparecieron para mostrarme a la persona vacía y fría que había conocido.

  –Que subas –exigió.

  –No –repetí hincando los talones en el suelo.

  –Sube, oh…

  – ¿Oh, qué? –Interrumpí con chulería–. ¿Me vas a dar la misma paliza que a ellos?

  –Es posible –dijo, tranquilamente cruzándose de brazos.

    ¿Sería capaz? Viniendo de él me esperaría cualquier cosa.

  –E-eso simplemente me anima a salir corriendo lo más rápido posible –mierda, me temblaba la voz.

  –Y sé que correrías deprisa, soy testigo de ello pero, te agradecería que subieras en la moto y no te metieras en más líos.

    El recuerdo de lo sucedido me animó a cambiar de idea. Otro encuentro más con otros mercenarios que, terminaría en una catástrofe de sangre y huesos fuera del cuerpo me empujó a dar unos pasos hacia delante.

    Me quedé a un metro de distancia, mirando la moto y al hombre que estaba montado en ella y… Se me ocurrió otra idea mucho mejor.

  –Déjame conducir a mí. –Liam, sorprendido, arrugó la frente–. Será la única forma de que vuelva a montar otra vez contigo.

  –Debo admitir que esto no me lo he visto venir.

  – ¿Eso significa que no?

  – ¿Necesitas un chute de adrenalina? –Asentí y pensé, al mismo tiempo que estaba loca–. Ven aquí.

    Me dejó un hueco delante, aguantando el equilibrio de la moto y me senté delante de él. Inmediatamente se apegó a mi espalda y pasó los brazos por mi cintura para llegar al depósito de gasolina y apoyarlas ahí.



  – ¿Sabes llevarla? –preguntó contra mi oreja.

  –He montado en bici.

  –Morena, esto no es una bicicleta –ronroneó contra mi oreja–. Las…

  –Lo sé, se acelera con el manguito, –coloqué una mano encima–, y se frena con la manivela–. Coloqué la otra encima del hierro en media luna–. No es un rompecabezas.

  –Bien. Y las marchas están en los pedales.

    Mierda, eso no lo sabía.

  –Vaya, la gallita no es tan lista. –Puede sentir la sonrisa de sus labios contra mi oreja.

  –Oye –me quejé.

  –Tranquila, se me ha ocurrido una idea. Pon los pies en los hierros que sobresalen de delante. –Busqué los que hierros se refería y los encontré casi al instante. Puse mis pies encima–. Bien– aludió, colocando un pie encima de uno de los pedales–. Yo te cambiaré de marchas y te indicaré cuando apretar el embrague, y tú, te encargaras de marcar el rumbo y el paseo. ¿Te parece bien?

  –Bien.

  –Vale. Dale al contacto.

    Giré la llave de contacto y tras escuchar el rugir de la bestia que tenía entre mis piernas, la loba que había en mi interior maulló. Aceleré sin darme cuenta y la moto se revolucionó.

  –La has puesto muy caliente, morena… como a mí.

    Sus manos cayeron en mis muslos y las piernas comenzaron a temblarme, el volante, que sufrió el mismo trato fue amparado por la rapidez de Liam, en actuar para que no volcara el primer metro de trayecto, luego, venciéndose sobre mí, frenó.

  –Me parece que esto no es muy buena idea…

  –Quita tus manos de encima de mi cuerpo y no pasará nada.

  –Me pides un imposible.

  –No…





    Mis quejas fueron interrumpidas porque, el loco que tenía detrás ya había tomado una decisión, Cortarme el rollo. Con un brazo de hierro alrededor de mi cintura, me pasó detrás de él. En dos segundos había pasado de pilotar a ser un paquete detrás.

    Lo golpeé en la espalda con frustración y con ganas de estrangularlo. Me había tomado el pelo de nuevo.

  –Eres un cabrón –escupí y me retiré de él para minimizar ese contacto.

  –Demasiada provocación y… –Liam se interrumpió porque su teléfono comenzó a sonar.

    Sacó un aparato negro, pequeño y muy extraño del bolsillo y se lo colocó en la oreja. Después, arrancó y le dio al acelerador pasando olímpicamente de mí. Había dejado de existir.

  –Marlowe –respondió secamente–. ¿Ahora?–preguntó incrédulo y esperó a que la otra persona continuara–. ¿Estás seguro?–. Liam se tensó y sentí como una ola de rabia se repartía por su cuerpo al escuchar con atención lo que le decían–. ¡Joder! Esa zorra quiere matarme. No le basta con castigarme sino que… –se interrumpió bruscamente, yo me tensé pero decidí que, los problemas personales de Liam y sus conquistas eran suyos, fuera quien fuese, lo estaba mosqueando así que…allá ella. Moviéndose incómodo en el asiento, bajó el tono de su voz–. Tyler, ahora luego te llamo, no estoy solo –Tyler lo interrumpió–. Sí –contestó y de nuevo, fue cortado. Liam soltó un bufido–. Ahora mismo estoy hasta el cuello, así que, imagínate la respuesta–. Soltó una maldición y aceleró un poco más. Me cogí como pude al sillón colocando mis manos por debajo de mi trasero–. Voy a dejar mi paquetito en casa y, ahora te veo.


    No vi sus gestos pero sí noté la violencia con que se quitó el auricular de la oreja y lo guardó de nuevo en su bolcillo. A partir de ahí, no dijo nada más.

    Ya no sólo había desaparecido, sino que, había dejado de existir para él.



Continuará.........................................................................

No hay comentarios:

Publicar un comentario