Capítulo 5
Las siete y media y no me había movido del sofá.
Había escuchado el teléfono de casa sonar dos veces más, pero había dejado que
saltara el contestador, y como era de esperar, se trataba de mi madre,
dejándome mensajes de lo menos motivadores para una hija que necesitaba un
poquito de cariño y no un castigo verbal por su parte. Y lo peor de todo es que
en la mayoría de cosas que decía la bruja tenía razón.
Y reconocer eso por mi parte era una
insensatez.
¿Hasta
dónde has llegado Gaela para fiarte de tu propia madre?
Me di la vuelta escuchando tan solo el
movimiento de las manivelas del reloj que tenía colgado en la pared y algún que
otro sonido exterior, pero todo lo que me rodeaba era un sumo silencio que
agradecía.
Suspiré mientras cerraba los ojos, y
entonces, como por arte magia, una caligrafía con una dirección y una hora en
punto, vinieron a mi mente como si fuera un letrero de un bar de carretera,
solo que al lado de mi letrero había un demonio con cuernos rojos y una cola en
forma de flecha.
Ivan.
Me incorporé abruptamente y mi cuerpo, a
cambio de tal brusco movimiento me golpeó con un mareo de esos similares a un
bajón de tensión. Me senté decentemente con las piernas en el suelo y
recapacité la cena trampa que Ivan había organizado...
A la mierda, iba a ir.
Respetando cada parte de mi cuerpo y no provocando
a mi cabeza, levanté mi culo pesado de ese mullido y enorme sofá de diez
plazas, y fui directa a mi cuarto en el piso de arriba.
Entré a la madre de los vestidores y la
zona que más amaba de la casa, el mejor obsequio que una madre le podía hacer a
su hija.
Algo
bueno tenía que tener el bóxer después de todo.
Me encaminé directa a la zona supreme, donde los vestidos de noche,
envueltos en telas, me esperaban. Otra obra de arte de mi madre, comprarme
todos los vestidos de noche que fueran una exhibición de exclusiva a la
seducción, recatados en color pero tremendamente provocativos, pero ella solo
pensaba en que mi prometido, tras verme, no pudiese dejar de pensar en mí…
Mamá,
trabajo perdido.
Ivan me había visto, me había halagado y me
había sonreído, pero nada más le había dado la espalda… Se había pirado, con lo
cual, el vestido no surgía efecto sobre él, pero si sobre el resto, aunque eso
no era ni lo que yo quería, ni lo que la loca de Olimpia deseaba, igualmente,
ella nunca se enteraba de esas cosas y se pensaba que sus decisiones habían
impresionado locamente a su futuro yerno.
Todo
un rompecabezas, tan lista y que ignorante era en esos casos.
Atrapé mi labio con los
dedos y jugué con él mientras pensaba en cual colocarme. Rebusqué un poco
moviendo perchas hasta que di con la pieza indicada. Preparé los zapatos, el
bolso y me metí de nuevo en la ducha.
Una hora después, me eché un último vistazo
en el espejo. No era una cita, no sabía lo que era esto, a lo mejor me
equivocaba y otra persona diferente, que nunca había visto en mi vida me
esperaba. Igualmente, esa persona, quien fuese, estaría tan encantado con mi
elección como yo.
Me arreglé la tela azul noche, ceñida a mi
cuerpo, y la estiré un poco más, era por encima de la rodilla, pero la raja
trasera tenía una abertura muy larga. No había escotes por delante, era un
cuello redondo que cortaba en el hombro, donde una marga corta se abría en un
efecto volante muy pequeño, pero la espalda, completamente al aire, era la
sorpresa final.
Solté la respiración con un intencionado
bufido y cogí las llaves del coche de encima de la mesa. Vivía en el piso
veinte de un edificio elegante, y el parquin era la zona más segura de todo el
edificio. Saludé al guarda de la puerta principal y me dirigí a por el Mercedes C 63 Coupé, mi preciosa joya
deportiva en un color azul cielo.
Formar parte del tráfico de ese día fue
algo maravilloso ya que no habían muchos coches y la conducción era más fluida y
tranquila que de costumbre. Conecte el USB
a la torre principal, e inmediatamente el coche se llenó con el sonido de <<In the room where you sleep>> me
encantaba esa canción, era tan escalofriante como motivadora…
-Llamada
entrante de Adriana.
La
voz femenina del ordenador a todo volumen me dio un susto de muerte. Bajé el
sonido notando como el corazón se me salía del pecho, y le di al botón para dar
la entrada a otra voz que me daba más terror aun.
-¿Dónde estás? –Preguntó tranquilamente.
Me la imaginé tirada en el sofá, con un
paquete de palomitas en las manos y mirando una película que resultaba ser un
rollo, pero donde el protagonista estaba de pan y moja, y ese hecho era
suficiente para tragarse la película entera.
-En el coche, camino a una cena trampa de
Ivan.
-¿Cómo que una cena trampa?
Le conté todo brevemente tal y como había
pasado mientras respondía a sus preguntas como si fuera un interrogatorio, y
junto con todo lo que había pasado la noche anterior, Adriana llegó a la misma
conclusión que yo y que mi hipótesis tenía sentido, pero igualmente, comentó:
-No me gusta ¿Y si te equivocas y te diriges
a una cena con un desconocido?
-Entonces será una cita a ciegas, ¿Dónde está
el problema?
-¿Y si ese desconocido resulta ser una
asesino en serie?
Mi amiga como siempre pensando mal, y eso
que ella era una de las típicas que se llevaba la primera noche a casa a un
hombre que acababa de conocer, lo metía en su cama, a veces, sin saber cómo se
llamaba.
-Hemos quedado en un sitio público y que requiere
etiqueta, será un lugar muy vigilado y controlado. Estaré bien. –La
tranquilicé, aunque no sabía el motivo. Adriana era peor que yo en muchos
sentidos.
-¿Dónde habéis quedado? –La voz de Adriana
salió un poco amortiguada, supuse que estaba comiendo… algo.
-En el hotel Palace Faery…
-Uahu. –Maulló atragantándose con la comida.
-¿Sabes lo que cuesta reservar una mesa en un lugar así?
-Sí, losé. Por eso cada vez me inclinó más en
pensar que esto es obra de Ivan.
Después de saber de lo que ese hombre era
capaz, sabía de sobra que podía hacerse con una mesa presidencial del
restaurante de ese hotel con tan solo pestañear.
-Como te equivoques…
-No me equivoco. –Insistí con voz crispada. -Es
Ivan, o alguno de sus súbditos quien me espera en ese lugar.
-Vale. –Se quejó molesta pero inmediatamente
su voz cambio cuando añadió: -Oye. Saborea la cena, dicen que la comida en ese
lugar es como tener mini orgasmos. –Sonreí porque ese bulo también había llegado
hasta mis oídos. El dueño del hotel tenía a su disposición a los hermanos Wybber,
dos artesanos y grandes artistas en los fuegos. -De todas formas, estaré al
loro del teléfono. Si no me llamas cada media hora, llamaré a la policía.
-No seas exagerada. Luego te cuento, acabo de
llegar.
Aparqué en la entrada principal después de
esperar que se fuera un coche y subí las ventanillas.
-Vale, y disfruta con esos mini orgasmos
culinarios.
Sonreí negando con la cabeza mientras el
eco de ese último comentario resonaba todavía en mi cabeza. Antes de abrir la
puerta uno de los aparcacoches ya se encontraba a mi lado, él mismo me abrió la
puerta y me ayudó a bajar del coche, después de hacerme una revisión con los
ojos bien abiertos me dedicó una sonrisa.
-¿Algún trato especial para su coche?
–Preguntó con una sonrisa donde mostraba los dientes de delante un poco
torcidos.
-Sí, que no te estampes. –Contesté.
Tal vez soné un poco borde, pero odiaba que
ellos fueran tan descarados. Igualmente mi comentario no resultó afectar al
chico, ya que me guiñó un ojo y se largó con mi coche con una lentitud que me
sacó de quicio.
Me puse en movimiento y traspasé las
puertas corredizas del hotel para sumergirme en otro mundo, un lugar que
parecía sacado de la antigua Grecia, con una decoración llena de pilares
blancos, dobles alturas en el techo formando trípticos o escalones al revés y
con lámparas que parecían cascadas donde la luz se resbalaba por su superficie
como si se tratara del agua. Varias figuras imitando a esos bellos rostros
griegos se repartían por rincones o el mismo centro de ese mismo lugar, y justo
en el centro, una preciosa fuente donde Zeus
reinaba sobre todo lo que le rodeaba.
Ivan
se había superado.
Nunca había entrado a este hotel, había
escuchado hablar de él, pero jamás me lo podía imaginar de esa manera. Faery,
un lugar mágico como su nombre indicaba, había abierto sus puertas nada más que
unos cuatro años atrás, pero su dueño, uno de los tres
hermanos Born, había conseguido lo que todos los hoteles deseaban, las
cinco estrellas y unos cuantos premios más. El hotel se había ganado su fama a
base de una buena experiencia detrás de otra para aquel que se había hospedado
allí. Su comida era la mejor de la ciudad, las habitaciones; unas fantásticas
zonas de comodidad para los huéspedes y elegancia suprema, sus empleados
parecían salir de una película medieval por la educación que demostraban, y su
primera imagen nada más entrabas, era bestial, te dejaba con la boca abierta.
Por eso era tan difícil tener mesa en su restaurante,
como conseguir una habitación hasta en temporada baja. Todo el mundo quería
pasar una noche en un lugar totalmente diferente.
Uno de los muchos jóvenes que saludaban el
en hall, se me acercó y con una
inclinación de cabeza me saludó. Le pregunté sobre el restaurante y él mismo me
acompañó a la zona de la barra, a continuación, con otra inclinación se fue
deseándome una feliz noche.
Me senté en la barra e inmediatamente fui invadida
por el camarero, le pedí una copa y mientras él me la serbia con una increíble
profesionalidad, divisé el lugar para ver si veía a mi supuesta cita. Exceptuando
a las parejas que esperaban su mesa en unos sofás que habían colocados a un
lado del lugar, y los pocos hombres que habían en esa larga barra, no reconocí
a nadie que me resultara familiar.
-¿Señorita Gaela Lee?
¿Lee?
Si mi padre llegara escuchar ese comentario el caballero de la sonrisa
superpuesta, se llevaría una buena colleja.
Me di la vuelta y me encontré con un
hombre, que debía de ser otro de los trabajadores ya que, como todos, llevaba
puesto un traje blanco con una pajarita amarilla de topos azules. Me acerqué al
hombre con una sonrisa.
-Sí, esa soy yo.
-Acompáñeme por favor. El caballero la espera
fuera.
Fruncí las cejas, ya que ese fuera, no sabía
cómo interpretarlo, pero no objeté nada y seguí al hombre fuera del bar.
Cruzamos un largo pasillo donde unas enormes ventanas panorámicas del suelo al
techo con cristales laminados nos iluminaron a nosotros y a los ríos de piedras
que había a cada lado en el suelo.
Otra belleza más.
Subimos unos escalones completamente hechos de
mármol blanco y giramos hacia la derecha. De pronto, me encontré con una
preciosa cristalera cortada a cuadros donde unas decoraciones pintadas en el
mismo cristal daban forma a una especie de paisaje.
Impresionante.
El caballero se adelantó mientras yo
admiraba tal belleza y abrió la doble puerta del centro, después se echó hacia
atrás y me ofreció pasar.
Si mi mandíbula se desencajó cuando vi el
escenario anterior, esta vez partió el suelo cuando salí a la terraza.
Una preciosa terraza, al aire libre, era
rodeada de flores silvestres por todas partes, hasta por una barandilla rustica
de hierro forjado y caso oxidado donde se enredaban vivas para caer hacia
abajo. Miles de bombillas pequeñas, casi tan pequeñas como canicas, alumbraban
estratégicamente desde todas partes, también se escuchaba el leve sonido de una
melodía, una balada lenta a guitarra con una voz suave masculina marcando el
ritmo.
Y en el centro, una sola mesa, bien
decorada con velas y un pequeño ramillete de margaritas en el centro, y dos
sillas, una enfrente de la otra acompañando.
Me vi sumergida en otro lugar, muy lejos,
casi podía decir que esto parecía una terraza de la toscana.
-Señorita Lee, deje que me ocupe de su
chaqueta…
-No hará falta. –La repentina voz autoritaria
de un hombre me hizo girar a mi espalda y todo el mundo comenzó a darme vueltas
cuando me di con esos ojos azules mirándome con intensidad. –Yo me encargaré.
-De acuerdo, si necesita algo más de mí,
señor…
-Que nos sirvan el vino. –Ordenó sin ser
cuestionado.
El hombre que me había acompañado se marchó
y nos dejó solos. Pero me dio igual, ya me encontraba atrapada a la droga que
ese hombre expulsaba.
Su cuerpo no se había movido ni un solo
centímetro, al igual que su mirada, sus ojos continuaban fijos en mí y extrañamente
yo tampoco podía dejar de mirarlo, me sentía conducida por un hechizo o un
maleficio que él había soltado en mi contra. Pero daba gusto de ver, me
cautivaba con inmenso placer observar ese delicioso cuerpo embutido en un traje
negro que le quedaba de miedo, era como si el traje no solo se hubiese hecho
para él, esas piezas de tela lo arropaban con envidia, lo estrechaban en la
suavidad de su contorno haciendo que cada prenda fuese posesiva y a la vez lo
mostraban como un impresionante demonio hecho para el pecado, y de pronto, me
sentía una pecadora nata.
-Buenas noches señorita Lee. -Su voz, ronca y
grabe se resbaló por todo mi cuerpo proporcionándome un terrible escalofrió.
–Gracias por aceptar mi invitación.
Abrí la boca, tal vez para hablar, pero en
ese momento ese cuerpo se puso en movimiento y cada uno de mis músculos crujieron
al ponerse tensos cuando ese hombre invadió mi cerco de intimidad. Finalmente,
con una gracia impresionante y marcando de una forma salvaje cada paso, se
colocó detrás de mí y sus manos volaron lentamente por mis brazos.
Me encontraba paralizada, atontada,
intimidada y arrollada por un calor inquietante lleno de intensa electricidad,
y eso que él todavía no me había tocado.
¿Qué me sucedía? ¿Esto era normal? ¿Este
frenesí que tenía mi cuerpo era normal o estaba sufriendo una parálisis?
No tenía respuesta para ninguna pregunta,
pero algo sabia seguro. Este comportamiento, estas frías y calientes
sensaciones, y esa receptiva energía llena calambres, jamás las había sentido
con ningún otro hombre, ni siquiera con Ivan.
-Permíteme. –Susurró contra mi nuca.
Todo mi cabello se erizó y sentí la caricia
de unas largas uñas invisibles a lo largo de mi espina dorsal. Y la cosa fue a
peor cuando al fin me tocó, cuando sus dedos se metieron dentro de mi chaqueta,
por la zona de los hombros, sentí que mi corazón saltaba de mi pecho al suelo y
que mi respiración no encontraba la forma de salir.
La chaqueta bajó lentamente por lo largo de
mis brazos, los alargué para darle una mejor facilidad y sentí la imperiosa
necesidad de que me quitara el vestido de la misma forma.
Parpadeé un poco para quitar esa imagen a
la fuerza de mi cabeza. Pero me resultó imposible otra vez, ya que lo sentí acercarse
cuando, lo que serían las costuras de la prenda se quedaron paradas, solo un
segundo, en mi muñeca, solo una milésima de segundo pero fue suficiente para
que sintiera su aliento contra mi cabello, y las yemas de sus dedos rozar el
interior de mis muñecas, con intención, para terminar de quitarme una sencilla
chaqueta de punto.
Suspiré y en el momento que lo hice, él se
retiró para dejar mi chaqueta encima de una banqueta que había en una esquina.
Después se aproximó a una silla, la arrastró hacia atrás y me miró de nuevo.
-Siéntate. –Fue dulce, educado, pero no pude
evitar sentir la orden que había en esa palabra, una orden que obedecí
inconscientemente.
Esta vez me tocó a mí avanzar hacia él, y aunque
mis hormonas estaban pegándose una fiesta de las buenas, pude observar como ese
cuerpo se tensaba y sus ojos adquirían un peligroso tono azul muy oscuro.
Me frené delante y de nuevo, él insistió
pero con un movimiento de cabeza, y de nuevo obedecí.
Me senté e inmediatamente la silla se movió
hacia delante, el problema es que él no se movió de mi espalda, es más, se echó
hacia delante y por el rabillo del ojo pude ver unas greñas de su pelo caer en
su cara.
-Cierra la boca Gaela. –Susurró levemente a
un palmo de mí contra mi oreja. –Por ahora, no voy a comerte.
¿Qué cerrará la boca?
Sí, sería una buena opción sino lo hubiese susurrado contra mi oreja y si no me
hubiese llegado su aroma y sino…
¿Qué es lo que había dicho?
Mi
cabeza se dio mentalmente contra la mesa, quise preguntarle a que se refería
con lo de: “por ahora no voy a comerte”,
pero en ese momento entró un joven muchacho con una botella de vino blanco en
las manos y mi pregunta se quedó perdida en mi cabeza. El diablo que tenía a la
espalda, rodeó la mesa y tomó asiento delante de mí.
-Sirve Luis, no lo probaré. –Ordenó al joven.
-Sí señor.
No sabía que era lo que había hecho el
camarero para que ese hombre continuara mandando, ya que los ojos de él no
dejaban de mirarme y esa mirada era muy difícil de evitar… hasta que mi vaso
fue llenado. Entonces, mis ojos buscaron la copa y mis labios el líquido que
contenía.
-¿Entramos los entremeses, señor?
-Sí, y dile a Kas que traiga una estufa, la
señorita Lee tiene frío.
Alcé la vista y lo miré. Era extraño que
dijera eso, no me había quejado y lo que menos tenía ahora mismo era: frío.
-No tengo frío, y por favor, deja de llamarme
Lee, mi apellido es Nicola-Lee.
-Un apellido largo. –Respondió él tomando su
copa entre las manos.
-En ese caso llámame Gaela. –Él sonrió de una
forma seductora que hizo temblar a todo mi cuerpo, pero por desgracia esa
sonrisa se borró y una de sus cejas se alzó.
-¿Seguro que no tienes frío? –Preguntó con
preocupación.
-No. –Respondí en un susurró porque mi voz
parecía desaparecer cuando; O lo escuchaba a hablar, o lo veía en movimiento.
Deja
de temblar Gaela, le estas dando una demostración penosa de auto control.
-¿Por dónde íbamos?
–Preguntó él, llevándose la servilleta a sus piernas.
-Por dejar a un lado los formalismos y
llamarnos por los nombres. –Mi respuesta fue rápida y tensa y eso provocó que
me dirigiera una rápida mirada directa.
Después, tras unos segundos ahogándome con
su color, la retiró y tomó su copa para darle un trago al vino, pacientemente
esperé a que comenzara, pero al ver que no tenía más que decir, lo animé con una
ceja alzada, y nada. Continuó mirándome y esperando igual que yo.
El momento que iba a hablar, él me cortó:
-Liam. –Fruncí el ceño. –Me llamo Liam
Marlowe, pero puedes llamarme como quieras.
-¿Es un diminutivo? –Tenia mis dudas, solo
esperaba que no fuera el diminutivo de un largo nombre con miles de
significados, o tan horrible como para acortárselo.
-No, es mi nombre, tal cual como suena. –Dijo
con ceño, como dudando mi pregunta.
Liam
Marlowe.
Corto y conciso como todas sus
contestaciones. Realmente el nombre le quedaba genial.
-Tu madre no rebuscó mucho un nombre para ti.
Su mirada era intensa, sus ojos me
analizaban cada vez que abría la boca, y cada parte de su cuerpo parecía atento
a todos mis movimientos y a mis reacciones. Era como si me estudiara, como si
me leyera para saber cómo actuar. Como ahora.
Liam se venció un poco hacia delante y
apoyó los codos encima de la mesa, después, con esa intensidad calculada me
miró.
-En tu caso pasa todo lo contrario. Tú madre
eligió un precioso nombre para ti.
Sonreí por el halago sin poder evitar
sentir mariposas en el estómago. Liam tragó saliva y después me retiró la
mirada para fijarla durante unos segundos en la preciosa noche sobre ese
balcón.
No…
¡Mírame!
-¿Cómo encontraste mi bolso? –La pregunta
salió un poco repentina de mi boca y abrupta, pero quería llamar su atención, y
lo conseguí, Liam clavó sus ojos en mí, y esa mirada me intimidó tanto que mi
siguiente comentario casi lo susurré. -Tú me sacaste cuando me lo dejé.
-Correcto. –Habló totalmente transformado,
como si se hubiese puesto una máscara donde no se pudiese leer nada. –Pero al día
siguiente fui y uno de mis empleados me lo dio…
-Un momento. –Le interrumpí porque ese
comentario me impactó. -¿Tú eres el socio de Ete?
-¿Ete? No conozco a ningún: Ete. –Comentó
confundido y por un momento me confundió a mí también, pero inmediatamente me
di cuenta de mi error y rectifiqué para que me entendiera.
-Perdón David, David Harren. –Le dije el
verdadero nombre de Ete, ya que solo quedamos nosotros, nuestra pequeña
pandilla, quienes utilizábamos su apodo.
-Sí, soy el socio mayoritario de David. ¿Lo
llamáis Ete?
-Bueno, hace muchos años que nos conocemos.
–Comenté cariñosamente mientras sonreía. Liam me miró detenidamente y me pareció
ver un brillo especial en su mirada, pero tan pronto como apareció se esfumó,
hasta llegué a pensar que se trataba de mi imaginación, porque de pronto una
sombra se posó alrededor de sus ojos.
-¿Y te llevas tan bien con él como con el
otro? ¿El piloto?
-¿Logan?
-No sé su nombre, pero supongo que será él,
te has enrojecido cuando has dicho su nombre… ¿Tenéis algo? –Su cara se
transformó completamente cuando formuló la pregunta, la sombra abarcó un rostro
impenetrable y cargado de misterio amenazante. Me recordó al hombre siniestro
con el que me había tropezado.
Y ese no me gustó, quería que volviera el
otro, el tranquilo, el sereno y el seductor.
-No. Logan y yo solo somos amigos. –Respondí
acentuando mis palabras para que le quedara claro.
-Pues para ser amigos, él se toma muchas
libertades. –Ese comentario me molestó. No le había dado tanta confianza a Liam
como para que insinuara nada.
Lo que te molesta es que piense que tienes
algo con Logan.
-No. –Le dije a mi
conciencia solo que en voz alta.
-No… ¿Qué? –Advirtió Liam con una voz que me
puso los pelos de punta.
-No hay libertades, solo que…Hace mucho
tiempo que nos conocemos, es como un hermano para mí, pero no hay nada más. –Me
defendí un poco mordaz.
-¿Y él lo tiene claro? –Insistió con esa voz
autoritaria, controladora y acusatoria, que junto con ese rostro indescifrable,
llegó a intimidarme.
-Por supuesto. –Mentí, pero Liam no tenía por
qué saberlo.
No me esperaba terminar hablando de esto,
parecía que me cuestionara y a la vez quisiera asegurarse de algo que no le
importaba una mierda.
Me mordí el labio mientras pensaba en una
conversación que fuera totalmente diferente para poder tranquilizarme, pero Liam
se tensó, soltó una larga respiración, y de nuevo me retiró la mirada mientras
se pasaba una de sus manos por el cabello.
Me extrañó esa reacción, dos veces, dos
veces se había tensado por algún motivo que yo había provocado y había
terminado retirándome la mirada como si le fuera imposible soportar mis ojos.
¿Qué le pasaba a este tío?
Las puertas por donde había entrado antes
se abrieron las dos a la vez y mi concentración cayó de nuevo en la mesa y en
el hombre que había delante de mí.
Liam
fijó de nuevo la mirada en mí, pero esta vez se la retiré yo, antes de caer en
su embrujo ya que sus ojos se habían vuelto a oscurecer otra vez y su rostro
tornaba a la normalidad de rasgos duros pero tranquilos.
Miré a los camareros que entraron en silencio
y con organización. Uno de ellos arrastraba un aparato metálico ultramoderno
que dejó cerca de mí. La estufa pensé. Los otros dos dejaron unos platos en la mesa
y una bandeja de pan, después se fueron como habían entrado, en silencio y
cerrando las puertas detrás de ellos.
-Espero que no te moleste que pidiera por ti.
–Me dijo Liam con esa voz profunda perlada de un matiz respetuoso.
Miré la variedad que se extendía delante de
nosotros, demasiada comida fue lo primero que pensé y después de ver cada
plato, lo miré a él.
-Caprese,
fonduta, Carpaccio di gamberoni y
mozzarella in carroza con pan. Todo es comida italiana. –Dije fascinada
mientras me lamia los labios.
-Sí, pensé que te gustaría. –Contestó
orgulloso, satisfecho con su elección.
-¿Por qué?
-Porque eres Italiana. –Su confesión salió
tan natural que sentí como si me conociera de toda la vida.
-No exactamente… -Me corté solo por la
seguridad de que él conociera una pequeña parte natal de mi vida. -¿Cómo lo
sabes? –Pregunté un poco atónita.
-Lo leí en tu documentación. –Claro.
Ahora me sentía idiota.
Mi
bolso había venido a mi casa, yo no había quedado con él para recogerlo, aunque
pensándolo mejor, él no tenía mi número de teléfono, tan solo sabía la
documentación que podía darle mi identificación.
-Así que ¿Registraste mi bolso? –Lo puse a
prueba y si mi pregunta le pareció inadecuada no se mostró ofendido, bueno, no
mostró nada en su cara porque seguía tan vacía como un libro en blanco.
-Cómo sino iba a saber dónde llevar tu bolso.
-Era directo, no se cortaba y lo respetaba. Era sincero pero todo un enigma y a
la vez peligroso.
Recuerda que no lo conoces Gaela.
-Violación a la
intimidad…
-No. No soy un psicópata. Perfectamente podía
haber dejado tú bolso tirado por ahí, pero no lo hice.
Parecía ofendido y en tal caso la ofendida
debía ser yo.
-¿Y porque no lo hiciste?
-Hubieses preferido que actuara de esa
manera.
Todo a mí alrededor se había congelado,
hasta la estufa que me daba un poco de calor parecía no funcionar. Cada rasgo
de Liam se fue endureciendo más y la mano que había encima de la mesa se
convirtió en un puño.
-No y te lo agradezco.
-Bien, y es bueno que digas eso, porque ahora
mismo me estoy arrepintiendo.
Ese petulante me retiró la mirada y comenzó
a comer dando por terminada la conversación, como si me indicara que me
callara.
Y no estaba dispuesta a que me trataran
así.
Tiré la servilleta encima de la mesa
atrayendo la mirada de Liam. Me levanté de la silla y fui al banco de madera
donde estaba mi chaqueta. Antes de que pudiera tocar la tela, unos dedos que se
enrollaron en mi brazo me lo impidieron tirando de mí para darme la vuelta y
enfrentarme a él.
-¿Qué haces? –Preguntó en un tono seco.
-Me voy, esto ha sido una tontería, no
debería de estar aquí. Ni siquiera debería de haber venido…
Las palabras se me atragantaron al sentir
como me quemaba el brazo que él tocaba y como su calor se aplastaba contra mí
ahogándome.
-Pero lo hiciste… ¿Qué te ha hecho cambiar de
parecer ahora? –Continuó con voz seca, pero ahora también había un matiz
extraño en el ronco de su sonido.
Alcé mi cabeza de su pecho hasta sus ojos,
y de nuevo, fui presa de ellos, del brillo que ardía en ese azul claro, en los
sentimientos que me lanzaban y en el deseo que había en ellos… Debía de estar
al límite para tener esas alucinaciones con un hombre que no conocía y que no
sabía que quería de mí.
-¿Porque me has invitado? –La pregunta salió
de mis labios antes de que me diera cuenta.
Y mi voz me había delatado, había mostrado
el estado que me provocaba su cercanía, y él lo sabía, sabía que las piernas me
temblaban, que el corazón me iba a cien, y que me faltaba la respiración,
porque me tomó del otro brazo, me acercó un poco más a él y sonrió
deliberadamente cuando me estremecí por quinta vez.
-Me pareces interesante. –Ronroneó.
-¿Interesante? Eso suena como si fuera un alíen,
o una friki, o un experimento.
-Lo tercero sería lo más correcto.
Parpadeé para repasar la frase que acababa
de decir, ya que Liam, lo había dicho mientras miraba mis labios, y mi boca había
temblado cuando sus ojos, perfilados en una oscura tentación erótica, se habían
cerrado con pesadas pestañas mientras se acercaba un poco más.
¿Qué sabor tendrán esos labios? ¿Cuál será
su temperatura?
Era difícil de decir, e
incluso de imaginar, porque en ese momento no podía pensar, solo deseaba una y
otra vez que se acercara más y que me besara, me mordiera, se tragara mis
gruñidos con cada embiste de esa lengua que añoraba tener dentro de mi boca.
Pero no hubo beso, solo la pregunta que
había en el aire y que ya ni recordaba por culpa de la deliciosa curva de sus
labios en una pícara sonrisa.
Un auténtico presumido, sabía que lo había
estado mirando, que observaba esa boca con lascivia, y me lo lanzaba a la cara
orgulloso de sí mismo.
-¿Qué? –Más que una pregunta fue un gruñido.
Dios que pena doy.
-Decía que… Desde luego que, lo tercero que
has mencionado. –Repitió de nuevo, solo que con una voz mucho más ronca y
aproximándose a la ansiedad.
-¿Perdona? –Pregunté con voz cortada, aunque
realmente no estaba muy segura de a que me refería.
-Te veo como un experimento, pero no me mal intérpretes,
no quiero que te ofendas, no eres el típico experimento raro que utilizan los
científicos con cobayas, tú eres como un reto para mí.
Sus manos bajaron por mis brazos, se
deslizaron con delicadeza, tanto que, me quemó a fuego lento. Llegaron a mis
manos y subieron internamente, con pequeños toquecitos perfectamente
controlados por esa capa sensible, ese roce no solo me quemó, me derritió como
chocolate caliente y cuando los dedos llegaron a mis bíceps, continuaron
subiendo y subiendo por un camino peligroso, rozando la forma de mi pecho, pero
desgraciadamente sin tocarme, igualmente sentí mis pezones apretarse contra el
vestido, que llegados a ese momento, me rascaba la piel y me molestaba
intensamente.
-Define reto. –Le dije tiritando y medio
mareada.
-¿Qué descripción quieres; la Disney o la gore? –Las manos continuaron subiendo por mi cuello, que lo
masajearon en círculos, lentamente. Mi cabeza cayó hacia atrás y mis labios
soltaron un suspiro.
-La tuya. –Solté como una ráfaga de aire.
Liam llegó hasta la raíz de mi pelo, justo
la zona trasera de mis orejas y con un tirón, levantó mi cabeza y me estrellé
con esa profundidad en sus ojos; hipnótica y llena de deseos placenteros.
-Lo veo de esta manera: me encantaría hacer
varias pruebas contigo para saber cuántos gemidos puedo sacarte. -Gemí a ese
comentario. Dios, su voz era erotismo puro y duro, su cuerpo se encontraba
alejado del mío, unos centímetros, pero lo sentía como si estuviese encima de
mí, pesado, caliente y duro. -¿Ahora entiendes porque te he invitado?
-Sí. –Maullé desvergonzadamente como un gato
herido dentro de una jaula.
Por supuesto que lo sabía y… Me moría de
ganas de que experimentara conmigo.
Sí por
favor, haz conmigo lo que quieras.
-No obstante, antes de poner en marcha mi
experimento, tengo otra pregunta. –Me soltó pero se llevó una mecha de mi
cabello a su nariz, absorbió su aroma mientras cerraba los ojos y llegué a ver
como la vena de su cuello latía más agresiva, como su respiración, que se había
acelerado como la mía. -¿Estas con alguien? –Preguntó mirándome directamente a
los ojos.
-¿Eso es un requisito?-Pregunté sin poder
parpadear. Caía presa, como una esclava a su merced.
-No, al contrario. –Sonrió malévolo. -Lo que
tengo pensado hacer no requiere una tercera persona en la división.
Soltó mi cabello para dejarlo detrás de la
oreja, justo en una zona híper-sensible, pero no retiró su mano, sus dedos
acariciaron mi oreja, la mejilla y llegaron a mi barbilla. La alzó un poco más,
manteniéndose ahí, al tiempo que dio un paso hacia delante, un paso hacia mí.
La mano que tenía en mi pecho, mi propia mano
que ni siquiera recordaba haberla dejado en esa zona, se rozó con los botones
de su camisa.
-¿Qué tienes pensado hacer?
Liam se lamió los labios, esa lengua pasó
con una lentitud pasmosa por su carne, mojando cada zona de una forma que por
un momento me imaginé siendo consumida por ella, lamida hasta dejarme totalmente
empapada…
Esta vez no gruñí, grité de una forma
vergonzosa… Dios, pero si hasta me sentía terriblemente mojada.
-Terminar de cenar, conversar animadamente
para conocernos mejor, beber la especial sangría de la casa, tal vez bailar
antes del postre mientras tanteo la curva de ese precioso trasero y… -Soltó la
respiración contra mis labios intencionadamente y al ver cómo me estremecía, lo
hizo de nuevo. -Luego subir a una de las habitaciones y… practicar sexo, mucho
y un fantástico sexo.
Esa palabra rebotó por todo mi cerebro
sacando lucecitas de electricidad que parecieron lanzarse por todo mi cuerpo
como rayos, flechas que chocaron contra cada uno de mis puntos débiles y me
hicieron sudar delicadamente.
-Eres muy directo. –No sé si lo pensé o lo
dije en voz alta, llegados a ese momento, no tenía fuerzas y ya no sabía muy
bien lo que hacía.
-Me gusta dejar las cosas claras. –Reconoció
y tuve que admitir que cada vez me parecía más fascinante.
-Tranquilo, lo has dejado muy claro.
-Por eso, como te he visto con dos hombres en
una actitud demasiado abierta…
-Logan es una amigo, ya te lo he explicado.
–Mi entonación en la voz no había cambiado nada en absoluto. Ese hombre me
perturbaba, me cegaba y me inundaba de mil sensaciones tan arrolladoras que
sentía tanto vértigo como miedo.
-¿Y el otro?
-¿Qué otro? –Pregunté confundida.
-El del Bugatti
negro. –Afirmó y la mitad de mi cuerpo se quedó congelado al darme cuenta de
que hablaba de Ivan.
-Un amigo también. –Respondí demasiado
deprisa y con la voz en un tono más alto del que manteníamos los dos.
-Te haré la pregunta de nuevo: ¿Estas con
alguien?
Ni su cara, ni su voz se habían modificado,
la cosa continuaba igual, sin embargo sentí un extraño aire frío rozar mi piel,
como un mal presagio.
Y todo eso conllevó a una cadena de
desastrosos nervios y mi propia lucha interna de saber que contestar.
-Sí. –Admití mientras negaba con la cabeza. Liam
me soltó y ladeó la suya para terminar mirándome con duda.
Mierda.
No sabía lo que hacía, ni si era yo la que contestaba, sentía dos cuerpo dentro
de mí y cada uno luchando por contestar… ¿Qué me pasaba?
-¿Sí o no? –Preguntó confuso.
-No. –Y esta vez fue al contrario, negué con
la voz pero le dije que sí con la cabeza.
-Gaela…
Nerviosa me retiré el pelo de la cara para
dejarlo detrás de la oreja, y entonces algo pasó, algo lo cambió todo, su
mirada cambió radical, como si hubiese visto algo que no le gustara.
-Coge tu chaqueta, nos vamos. –Lo ordenó de
tal forma que la sangré, de estar hirviendo, se me congeló.
-¿Qué?
Estaba entre confundida y alucinada, creí
escuchar mal, pero, definitivamente había escuchado perfectamente. Liam, al ver
mi poco movimiento, cogió él mismo mi chaqueta, me tomó del brazo con violencia
y me empujó para ponerme a su lado.
-Se acabó. Te acompañaré a la entrada para
que recojas tu coche y te vas.
Vale la cosa iba muy enserio, pero mi
cerebro no funcionaba a un ritmo natural. Mis labios sufrían una intervención
de anestesia. Hasta mi mente, solo calculaba en poner un pie delante y otro
detrás y al menos no tropezar.
Camina, camina… cuidado con los escalones,
cuidado con… Pero ¡¿Qué mierda está pasando?!
Cuando mi cabeza daba ese grito de guerra, Liam
y yo nos encontrábamos en la salida del hotel, al aire libre y justo en la zona
donde los aparca-coches, guardaban la postura para la llegada de otro coche.
Habíamos recorrido todo el trayecto a base
de empujones, Liam me había arrastrado, tomándome del brazo como si fuera una
simple delincuente, y ni siquiera sabía el motivo de ese repentino cambio de
humor. No sabía cómo reaccionar ante noventa kilos de tío enfurruñado por algo
que no entendía. El aspecto de Liam, desde luego era no solo el de intimidar,
sino acojonante y perturbador pero, yo también estaba enfadada y quería una
explicación.
-¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?
–Le pregunté, pero él ni me miró, sus ojos buscaban a alguien. –Oye, te estoy
hablando. –Ni caso.
De un tirón me deshice se su mano, le quité
mi chaqueta y di unos pasos a un lado para retirarme de él, Liam me dedicó una
mirada despectiva, e incluso alzó la mano con la intención de volver a tomarme,
pero lo rechacé y cuando lo intentó de nuevo, el joven aparca coches apareció y
dejó por imposible el propósito de Liam.
-Puedes traer… -Liam se giró y me miró.
-¿Cuál es tu coche? –Me preguntó, pero el empleado interrumpió mi contestación:
-No se preocupe, señor. Sé cuál es el coche
de la señorita.
Liam se giró y lo miró de nuevo.
-¿En serio? –Las cejas de Liam se alzaron. No
sé si estaba impresionado o juzgando al muchacho, aun así, continuó con el
mismo careto mosqueado que antes.
-Por supuesto. –Dijo el joven con una sonrisa
y luego, me miró descaradamente de arriba abajo, me recordó al típico dibujo
animado, donde: un perro tiene la lengua fuera y cayendo a un lado mientras sus
ojos saltan de sus cuencas. –Es difícil olvidar…
-No te he pedido explicaciones. –Lo cortó Liam
mordaz, después clavó una mirada asesina en el joven. -Trae el coche. Ahora.
No conocía a ese chico para tratarlo de esa
manera, y para colmo, esta segunda orden le salió del pecho como un animal.
Hasta el joben se asustó y salió corriendo tras ponerse blanco mientras bajaba
su cabeza, avergonzado.
Si pudiese, yo también hubiese salido
detrás de él para desaparecer…
Que no te espante, tienes el spray
anti-pimienta en el bolso.
Mientras esperaba, en eterno silencio y sin
mirarlo, me puse el cárdigan y me crucé de brazos. Por suerte el empleado tardó
uno pocos minutos, y antes de que aparcara, ya me encontraba en la puerta del piloto.
Sentí a Liam detrás de mí, controlado mis
pasos, pero no le permití que me ayudara, no quería saber nada más de él. Sin
embargo, no me sirvió de nada, su mano tomó al mía y él mismo me abrió la
puerta, se retiró a un lado para dejarme entrar y cuando me senté, sin
dedicarle ni una sola mirada, Liam atrancó la puerta con su brazo impidiéndome
cerrar.
-¿Qué quieres ahora?
Mi voz sonó extremadamente rabiosa, pero
solo quería salir de ahí. Me sentía burlada y el ridículo de todo lo sucedido,
de cómo me había sacado del hotel, como si fuera una ladrona o algo aun peor,
se me retorcía en la entrañas dolorosamente.
-Por favor, te agradecería que a la próxima
fueras más sincera antes de calentarme la bragueta.
Abrí los ojos y la boca y solté un bufido
de perplejidad.
Cerdo, cabrón, arrogante y… ¡Que te den por
el culo!
-No te preocupes. –Le dije finalmente. -No
habrá una próxima vez. –Le escupí con rabia.
Con gran fuerza cerré la puerta del coche y
me largué imitando las salidas perfectas que Ivan hacía cuando quería
desaparecer.
A todo gas.
Capítulo 6
Conducir normalmente resultaba ser un
alivio, pero ahora mismo… Mi pie no solo me pesaba, sino que yo misma deseaba
correr, acelerar y estamparme contra un muro de hormigón a doscientos
kilómetros por hora.
Frustrada, así me sentía, y encima el muy
capullo decía que la calienta braguetas era yo… ¿Y él que era?
Un corta rollos.
Me había tentado con sus caricias, con esos
ojos de perfecto amo de latigazos en el trasero, pero si hasta me había
entonado un tango en pelotas en mi imaginación gracias al efecto de su cuerpo.
Pero no, en este caso era yo la que había provocado… ¿Qué?
No había hecho nada.
Claro
que si Gaela.
Si lo hubiese hecho, al menos, si mi lengua
se hubiese metido en esa tentadora boca, entonces la culpable era yo. No.
Deliraba, yo no era la culpable de nada. Él me había invitado, él me había
provocado, él me había susurrado, él me había tocado con esas manos que me
habían provocado espasmos de primer nivel psicótico y él, lo había cortado todo
tan radical, que todavía me encontraba en la terraza en esa misma mesa,
tratando de asumir que significaba eso de ser sincera.
Pero es que no me consideraba una
mentirosa. No tenía que darle explicaciones de nada, y si eso era lo que Don cuerpo de infarto, quería, pues que
hablara claro en vez de tantas tonterías.
Frené de golpe al ponerse el semáforo en
rojo provocando que el que venía detrás de mí, frenara secamente y me
obsequiara con un bocinazo. Le pedí perdón con el brazo alzado y el muy
desagradecido sacó la cabeza por la ventanilla y me insultó.
No escuché gran cosa, porque lo de: Mujer tenías que ser.
Me hirvió en la sangre. Saqué no solo la
cabeza, sino la mitad de mi cuerpo y le regalé un larga lista de improperios
que hasta para una mujer debía ser delito. El hombre gordo y calvo, se quedó pasmado,
tanto que, el semáforo se puso en verde y esperó a que metiera mi cuerpo dentro
del coche, me sentara y acelerara unos metros, entonces, el quejica, salió detrás
de mí.
Me quise dar unos golpecitos en la espalda
para felicitarme, pero un cuatro por cuatro negro que venía detrás, con los
cristales tintados en negro, llamó mi atención, y no solo por lo extraño del
suceso, fue más al observar que, tras diez minutos conduciendo, dos vueltas a
la misma manzana y tres parones improvisados pero descaradamente intencionados,
me di cuenta de que me seguía.
-Llamada entrante de Adriana.
De nuevo el altavoz me
puso los pelos de punta, y esta vez era por la tensión que me recorría el cuerpo
al ver que tomaba una improvisada dirección diferente a la de mi interruptor y
el coche negro, dio volantazo.
Estaba
claro. Me seguían.
-¡Se puede saber qué te pasa! –La estrepitosa
reprimenda de Adriana salió nada más le di al botón para aceptar su llamada. -Dijiste
que me llamarías cada media hora, y han pasado cuarenta cinco minutos.
Miré por un segundo el televisor donde se
marcaba su nombre y fruncí el ceño recordando todo lo contrario de lo que ella
acababa de decir.
-¿Estas en casa? –Pregunté dejando a un lado
su comentario.
-Sí… ¿Qué pasa?
-Creo que me siguen.
Hubo un silencio repentino, de esos típicos
de película de terror, donde la típica chica que masca chicle, se toca el pelo
mientras habla con su amiga por teléfono, sube al piso de arriba de su casa cuando
escucha un ruido tonto para investigar que ha sido y se encuentra con el de la
sierra delante de sus narices.
¿Por qué por alguna vez no se encierran en
una habitación, bloquean la puerta con muebles y esperan a que la policía
llegue? ¿O porque no se meten dentro del coche y salen disparadas para llegar a
un lugar público?
Porque entonces no sería una película con
muertes, sería una película con un asesino cogiendo depresión.
-¿Estas segura? –Preguntó Adriana captando mi
atención.
-Tan segura como un infarto. –Confirmé
sintiendo esa misma adrenalina que la mujer del chicle subiendo las escaleras
hacia una muerte segura.
-Vale…Mierda. –Escuché a mi amiga, de fondo
hablar con otra persona, después volvió conmigo. –Logan te esperará en la
puerta. Tranquila.
Tras cruzar la avenida y doblar la esquina,
entré en la calle residencial, donde Adriana vivía, y como ella me había dicho,
Logan no solo esperaba en la puerta, estaba al borde de la carretera, y nada
más me vio, me hizo una señal, pero antes de arrimarme y dejar el coche donde él
me indicaba, miré por el retrovisor para ver al cuatro por cuatro que me había
seguido, ya no estaba.
-¿Quién te seguía? –Logan llegó a mi lado y
me abrió la puerta.
-Un cuatro por cuatro negro, creo que era un Audi Q7. –Salí del coche y él me miró
sorprendido, sonreí. –Sé de coches, recuerda que mi abuelo los colecciona en
miniatura. –Le recordé.
-Y por eso me gustas tanto…
-Cállate. –Bromeé mientras le golpeaba en el
pecho.
Entramos en casa de Adriana y esta, nada
más me vio me dio un abrazo, después miró a Logan y Logan negó con la cabeza. A
veces me sorprendía la comunicación que había entre ellos para ser simplemente
amigos.
-Bueno, ¿Y qué tal la cena? –Adriana me rodeó
el hombro y me condujo hacia el comedor. -Un poco corta ¿No?
-No he cenado.
-¿Y cómo es eso?
-No deberías ni haber ido. –Opinó Logan
tirándose en el sofá y tomando el mando del televisor.
Vaya, por lo visto Adriana ya le había
informado de todo, igualmente no me importó, era mi amigo.
Me senté a su lado y por una vez, desde hacía
mucho tiempo, le di la razón, pero decidí callármelo.
-Cuando el asunto que hay que resolver se
trata de una venganza, hay que poner las cartas sobre la mesa y tirar tu carta,
no esperar a que te la metan doblada. –Defendió Adriana quedándose de pie y
mirando a Logan con ceño. Mi amigo la miró de soslayo y después clavó los ojos
en mí.
-¿Y cómo te resultó la venganza? –Preguntó
Logan con doble intención.
Tanto su rostro como su cuerpo me indicaban
que él no estaba de acuerdo con todo esto, no le parecía bien, y no lo
criticaba, sinceramente, su opinión la valoraba pero me daba igual.
-Mal. No era él.
Ahora no solo captaba la atención de ambos,
sino que todo se había sumido en un eterno silencio, hasta la cara de Logan,
que parecía descomponerse por momentos.
-¿Y quién era? –Preguntó Adriana más emocionada
que una niña pequeña. -¿Estaba bueno? ¿Lo conocías?
Respiré y miré a mi amiga dejando a un lado
los gestos de Logan.
-No, no lo conocía…
-¿Seguro? –Este fue Logan que me dedicó una
mirada penetrante y llena de desconfianza. Por un momento hasta me hizo pensar
que lo sabía, pero eso era realmente imposible.
-No. –Aseguré con convicción.
No tenía pensado decir nada de él, primero
porque; Adriana había demostrado tener interés en ese hombre, es más, hasta se
había peleado por él. Y segundo porque; no lo iba a volver a ver, así que, era
tontería hablar de un hombre que había desaparecido tan rápido como había
aparecido.
Mi barriga eligió ese momento para
quejarse, pero que le iba hacer, lo único que tenía en mi estómago era medio
sándwich de jamón y dos vasos de vino, hasta yo me quejaría si pudiese. Adriana
miró la procedencia de ese horrible sonido, y después me dirigió una mirada
incrédula.
-Te prepararé algo, espera y me cuentas.
–Tras ofrecerme alimento se giró hacia Logan y levantó un dedo acusatorio. –Y
tú calladito, no me la espantes.
Logan se encogió de hombros y volvió a su
postura inicial, tirarse cómodamente en el sofá mientras dejaba los pies con
despreocupación encima de la mesa pequeña que había enfrente. Yo también me
relajé y me quité los zapatos de tacón.
-Ete me ha llamado. –Alcé la vista y miré a
Logan, no me miraba, miraba la televisión, más exactamente un documental de
aviones. –Me ha preguntado por ti. –Se giró y me miró con seriedad. –Ha estado
esperando todo el día tu llamada…
-Mierda, es verdad, se me olvidó.
Un gran despiste que compensaría nada más
me levantara mañana. Era algo normal que hoy se me olvidara todo, hasta mi
propia madre, bueno, a ella la había estado evitando, aunque mañana, fijo,
tendría una pequeña visita de su parte.
-Se lo ha imaginado. –Devolvió la vista a la
tele y se pasó un brazo por debajo de la cabeza. -Me preguntó por tu bolso, si
ya lo habías recuperado.
Un rumor en mi cabeza salió disparado como
una alarma, Logan me dedicó una mirada rápida, pero yo fui más rápida y pregunté
antes de que comenzara otra vez esa mirada estrujadora típica de:
<< ¿Que estas escondiendo…? >>
-¿Y qué le dijiste?
-Adriana ya me lo había contado todo, con lo
cual, le dije que sí, y me dijo que por favor lo llamaras, que era muy
importante.
-Vale.
En ese justo momento Adriana apareció con
una ensalada y un poco de pan. Le di las gracias y me acomodé en el suelo, a su
lado para contestar el test, personal
que me esperaba. La bola me salió de miedo, hasta el propio Logan que había
girado su vista para mirarnos, se la había creído, ya que cuando terminé,
parecía un poco más tranquilo.
Había decidido contarle la verdad, pero
algo maquillada, decirle que sí, era un hombre muy elegante y alto, pero un
cardo (Mentira). Que fue muy educado
y nos reímos (Súper mentira). Pero
que, tan solo nos tomamos una copa (Verdad)
ya que le dije la verdad y que estaba comprometida, él, muy educado, y
tomándome de la espalda me acompañó fuera mientras conversábamos (Mentira que te cagas). Esperó conmigo
hasta que trajeron mi coche y finalmente nos despedimos con un amable “Buenas noches” (HIPER MENTIRA ENORME).
Fin de la misión y de la historia y de mi
comida.
No
hicieron más preguntas, tan solo hablamos de lo que ellos habían hecho, pero a
la hora de irme, Logan se ofreció en llevarme y quedar en que mañana me
recogería del trabajo para llevarme a casa. No me negué porque realmente estaba
agotada, así que cuando me se adaptó el sillón a su cuerpo, ni me quejé, tan
solo me abroché el cinturón y dejé que me llevara, esta vez a un paso más lento
y aunque lo agradecí, terminé arrepintiéndome.
-Sé qué te pasa algo, a mí no puedes mentirme,
te conozco demasiado bien…
-Entonces si lo sabes, te habrás dado cuenta
que estoy un poco de mala leche, y cuando estoy así, no me apetece mucho
hablar.
Habíamos llegado a casa, así que abrí la
puerta y salí escopetada, pero Logan, gritando mi nombre en medio de la
carretera me frenó en seco, tan parecido a como si el ala de un enorme cuervo
me frenara.
Me di la vuelta y lo miré exasperada. Logan
rodeó el coche y se apoyó en el capó con las piernas estiradas y los brazos
cruzados sobre el pecho, todos los músculos de la parte de arriba de su cuerpo
se tensaron como mi mandíbula.
-También me había dado cuenta de ese detalle,
pero como nunca me dejas terminar una frase, no sabes lo que a continuación iba
a decirte.
-Sorpréndeme Logan.
-¿Quieres que lo grite? –Unas de sus cejas se
alzó esperando irónicamente a que me diera cuenta de que estábamos en mitad de
la calle formando una escenita.
Bufé, miré a un lado y a otro de la carretera
y pasé mi mano por el pelo tirándolo hacia atrás.
-Gaela, no seas tan…
No lo dejé terminar, antes de que comenzara
con la segunda palabra avancé hacia él y me coloqué delante.
-¿Qué? –Pregunté con sarcasmo.
-Que… -Logan alargó una brazo y tomó mi mano
para llevársela cerca de él y arroparla con la otra, luego me miró directamente
a los ojos. –Quería decirte que, quiero que sepas que estoy ahí, a tu lado y
que si me necesitas acudiré volando a tu balcón para ofrecerte mi hombro.
–Sonreí por ese comentario y él me la devolvió, después dio otro tirón más y me
estampó contra su cuerpo para terminar dándome un súper abrazo de oso.
-Como amigos. –Le recordé sumergiéndome en
ese mismo abrazo.
-Algún día…
Me retiré hacia atrás pero su carcajada
rompió mi comentario y tan contagiosa como un resfriado, terminé riéndome con
él, pero de pronto, un terrible sonido salido del propio infierno cortó todo en
la tranquila noche.
Un frenazo junto con un coche acelerando
delante de nosotros, prácticamente rugiendo con un motor puesto a tope, pasó
por delante de nosotros a toda velocidad, dejando una humareda a goma quemada
en el ambiente.
Miré atentamente, entre el humo, al coche
que subía la calle desapareciendo en la lejanía remota de otra calle diferente.
No era un coche muy común, como no era un coche que yo conociera, hasta esta noche.
No sabía si estaba sufriendo alucinaciones o simplemente mis ojos me estaban
engañando pero, creía ver el mismo Audi
Q5 que me había seguido antes.
-Ese se cargará la inyección antes de darse
cuenta…
Escuché de fondo a Logan hablando sobre el
maltrato que el conductor le daba al coche negro, pero esa interrupción había cortado
una parte de mi cerebro, ya que esa misma parte estaba sumamente atenta a la
huella en el suelo que el Audi había
dejado.
-¿Gaela?
Sacudí la cabeza y me centré en Logan.
Parecía preocupado y su ceño se juntaba cada vez más.
-¿Te sucede algo? Parecías estar en otro
mundo.
-No. –Contesté mientras formaba una sonrisa
en mis labios. –Ha sido únicamente la molestia de ese sonido…
-Un gilipollas que quiere vacilar. –Declaró
haciendo un gesto con las manos para burlarse.
-Supongo. –Me lamí los labios y le di un
golpecito en el pecho mientras me daba la vuelta. –Es tarde. Me voy para arriba.
–Continué hablando mientras caminaba hacia atrás.
-Mañana seré puntual. –Recordó.
Se lo agradecí con la cabeza. Logan se dio
la vuelta y rodeó el coche, después alzó la vista y me indicó con gesto de
cabeza que avanzara.
-Animo, esperaré a que entres a casa.
Como siempre, todo un protector, él
esperaría hasta que yo me metiera en la protección de casa.
-Buenas noches. –Me di la vuelta y me fui
directa a la entrada.
-Buenas noches conejita.
Ese último comentario me hizo girarme pero
mi amigo ya estaba dentro del coche y por mucho que quisiera ponerme a gritar en
medio de la noche, no era un buen plan, así que levanté mi brazo y tras
despedirme con un aleteo de mano, le planté el dedo corazón en todo lo alto, después
solté una carcajada y me di la vuelta para entrar en el edificio.
Trabajaba en una pequeña empresa que nos
habíamos montado Gina, Zoe (Mi cuñada) y yo, de organización de fiestas de toda
clase, y que gracias, al empeño de Gina, la resolución de Zoe y mi gracia en
empatizar con los clientes, la empresa funcionaba bastante bien.
Aunque el mayor merecido era todos los
deportes de riesgo que ofrecíamos, principalmente: la escalada, el buceo y la
aventura de perderse en la selva o introducirse en una cueva a unos cuantos
metros bajo tierra y mil cosas más de alto voltaje que animaran a nuestros
clientes a repetir con nosotras (cosa que nos había costado unas cuantas clases
extras para tener autorizaciones o carnets para desempeñar esos deportes).
Pero hoy por la mañana la empresa……………. parecía
sufrir un caos.
La plantilla era muy reducida, y el local
tampoco es que fuese muy grande. Era un adecuado local que le habíamos comprado
a un anciano que vendía objetos de pesca y que se había jubilado para salir a
navegar con su mujer. Fue una ganga con lo cual, el dinero real lo empleamos en
la reforma.
La entrada te daba directamente con una
gran sala donde se desempeñaba casi todo el trabajo en seis mesas con siete
trabajadores, después había una sala de juntas y tres despachos un poco más
pequeños, pero lo mejor de todo era la preciosa terraza que comunicaba con los
tres despachos y que daba directamente a la playa con un acceso por una
pasarela al puerto.
Impresionante.
A la entrada me choqué con Sara, nuestra
recreadora de deportes de riesgos, esa mujer sacaba las fiestas a un desmadre
por las nubes e incontrolables, pero con el resultado acertado de ganarse a un
cliente más, pero ese día parecía no dar pie con bola. Daba zancadas y corría
de arriaba a abajo mientras, colgada del teléfono, pegaba nombres de sus
artefactos preferidos y arriesgados en un mural de cristal. Los hermanos
gemelos; Tom y Jerry, estaban enganchados, y casi sin parpadear mirando tres
ordenadores a la vez y Gina, metida en su despacho lanzando gritos a su
secretaria.
Mierda, y encima con el día que llevaba.
Me había levantado más cansada que el mismo
domingo, la resaca aun me pesaba, y para colmo, mi camisa se había bebido la
mitad de mi batido de chocolate cuando Logan, en un ataque de entusiasmo, había
acelerado para impresionar a una chica que había esperado a que el semáforo en
rojo marcara el verde de salida.
Otro que era imposible controlar. (Por
suerte había venido puntual a recogerme)
Y
ahora me metía en un ataque con tanques que ni siquiera estaba planificado.
Que suerte la mía.
-¿Estamos en guerra?
Pregunté tras chocar con la segunda persona
del día al entrar en el despacho de Gina. Mi amiga me dedicó una mirada salvaje
y después tomó asiento en uno de sus sofás de diseño que ocupaban la mitad de
esa sala.
-Casi. –Cerró los ojos un momento para
practicar su mini-sesión relajación
de Yoga anti estrés, resumiendo; Gritándose mentalmente un millón de tacos
para no parecer una loca.
Mierda, esto tenía que ser gordo. Gina no
era de las que se volvían locas y lanzaban cosas por el aire o daba problemas
o, insultaban a otro en un arrebato, ella mantenía la postura ante todo y verla
así, tan al límite era particularmente preocupante.
Después abrió los ojos y se incorporó
sentada.
-Esto es un desastre. –Sentenció con un
suspiro.
-¿Por qué?
Me apropié de un croasen que había en una
caja en su mesa y me senté delante de ella. Gina se frotó, con las manos la
cara y se cruzó de piernas.
-Nos han encargado una fiesta de nivel seis.
Alcé una ceja. No veía el problema por
ningún lado, eso significaba por lo menos, unos cientos de los grandes.
-Eso es estupendo. –Sonreí y la miré con ceño
cuando me miró con esos ojos de cordero degollado.
-No me mires así. Lo quieren todo y en un
lugar paradisiaco. –Dijo con ansiedad.
A la mujer súper relajante muscular, le temblaba un ojo con tic pasmado. No sabía si
reírme o consolarla.
-Gina…
-Para dentro de dos semanas.
Y esa información fue el interruptor tipo,
chute de red Bull sin edulcorar, que me
empujó al movimiento.
El día fue una locura, es más, todos
parecíamos salir de un manicomio, los insultos, las ordenes y el amor sin
trasparencias, fue lo que más se vio en todo el mundo. Solo me tomé unos
segundos para comerme una manzana, junto con Gina, solo que ella optó más por
ahogarse contra la colección de cojines de colores que había en uno de mis
sofás.
-Tú madre ha llamado. –Me dijo de repente y
la manzana se me atragantó. –Pero tranquila, he solucionado tu problema.
-Gracias, en este momento lo que menos me
apetece es hablar con mi madre.
-No lo entiendo, tu madre es un cielo.
Puse cara de póquer y tragué ese trozo a la
fuerza. Si continuaba así, me tendría que meter la comida con un desatascador.
-Porque no es la tuya, adóptala y después de
dos días enteros me dices.
-Igualmente, opino que exageras.
No quise contestarle, mi madre adoraba a
Gina, ella conseguía que los ojos de mi madre brillaran, que su voz sonara más
dulce de lo normal e incluso conseguía que mis pecados fueran comprensibles,
creo que por ese motivo Olimpia me llamaba al trabajo, solo para tener una
conversación de vez en cuando con la dulce Gina.
La ironía de la vida.
En ese momento sonó mi teléfono móvil, lo
cogí de encima de la mesa y nada más ver el nombre de Ivan en la pantalla,
rechacé la llamada.
-¿Estas evitando a Ivan también? –Preguntó
con la ceja alzada y una sonrisa de lado.
-¿Se nota mucho?
-Bueno le has colgado tres veces hoy.
Tenía razón, y aunque había sentido el
nervio en el estómago nada más ver su llamada, no me apetecía hablar con él por
muchas cosas, y la más principal, no quería discutir.
Como tampoco quería hablar ahora de él.
-¿Qué pasa con Ete? –Pregunté. Gina se
levantó, se arregló el pelo y cogió la manzana que se me había atragantado de
encima de la mesa.
-¿Qué le pasa? –Preguntó dándole un bocado a
mi almuerzo-comida.
-He estado llamándolo y no me coge el
teléfono.
-Está de viaje, tiene un par de bolos. Cinco
días y regresa, pero tranquila, nada más vea tu llamada la contestará y si no
se lo recordaré yo.
Me encogí de hombros y le quité de la boca
mi manzana para darle un bocado.
La confianza entre estos dos era tan
llamativa que daba asco… en el buen sentido de la palabra.
La puerta de mi despacho se abrió y un
enorme ramo de flores apareció con unos brazos y unas piernas alrededor.
-¿La señorita Gaela Lee? –Preguntó una voz
alegre amortiguada por un enorme ramo de rosas, cláveles, orquídeas, azucenas y
mil flores más.
Al escuchar el apellido la manzana que
había en mi mano se me cayó al suelo y mis palabras se atascaron en mi
garganta.
No
puede ser, esto no puede estar pasando.
El joven que sostenía
el ramo lo repitió de nuevo adjuntando una información nueva que ni llegué a
escuchar ya que me encontraba un poco alucinada. Gina, al ver mi cara de
espanto se levantó del sofá y pasó por mi lado para llegar al ramo con patas.
-Aquí es. Gracias, ¿Puedes dejarlo encima de
la mesa?
El mensajero pasó por mi lado pidiéndome
disculpas cuando me empujó y dejó el enorme ramo encima de la mesa central que
acompañaba los sillones, después se fue con una sonrisa.
-¿Quién demonios te llama Lee?
Parpadeé y negué con la cabeza, Gina con
una sonrisa se acercó al ramo y absorbió el aroma, después miró cada flor.
-Lleva tarjeta…
Reaccioné con rapidez antes de que mi amiga se apoderara de la tarjeta,
y con suerte, el papel ya lo tenía en la mano cuando me lancé a por él. Mi
amiga se quejó y me miró estupefacta.
-Sabes, no la iba a mirar, pero ese
comportamiento de poseída por un demonio, me ha levantado una curiosidad
tremenda, así que… Cuenta, sino, te prometo que no te dejo en paz.
Antes que nada, miré la tarjeta para
asegurarme de que era de quien era, y… Me quedé con un par de narices, hasta
perdí el equilibrio.
Ese hombre era insoportable, prepotente,
engreído y un auténtico gilipollas de campeón de campeones.
La leí de nuevo, por suerte era corta
concisa y fría como el hielo.
Señorita
Lee;
No me gusta que me tomen por un idiota, si
me ha visto cara de tonto, es que realmente no me conoce.
El viernes a las 2 pasará un coche a por
usted, y esto no es una opción, vendrá quiera o no. Tenemos que aclarar unas
cosas.
Marlowe.
Cabrón, cerdo,
arrogante, payaso… Ajj.
-Con la cara que pones,
me parece que no es un poema romántico.
Alcé la mirada y sentí como la sangre me
hervía y como los ojos me picaban y no era exactamente por llorar, deseaba
estampar el ramo contra la puerta, llamar a ese individuo y soltarle unas
cuantas cosas.
Claro que tenía pensamientos de aceptar esa
oferta, yo también le iba a decir unas cuantas cosas y desde luego, necesitaba
una buena explicación de cómo demonios había averiguado la dirección de mi trabajo
y quien coño se pensaba el lord marajad,
para tratarme como una mojigata y darme ordenes como si fuera su secretaria.
Y una
mierda, a mí no me chuleaba ni mi madre.
-¿Te acuerdas del tío del Aston Martin? –Le pregunté a Gina con la
intención de contárselo todo. Necesitaba su sabia opinión.
-El de Adriana… -Su boca no solo se silenció,
también se abrió como un plato de grande y sus ojos se ampliaron
dramáticamente. -No me fastidies. ¿Son de él?
Le dije que sí con la cabeza y le conté
todo brevemente haciendo que me prometiera (Con una tortura lenta y dolorosa si
hablaba) que no le diría nada a Adriana, ya que realmente no había sucedido
nada con él, vale, todo había comenzado muy bien, y desde luego que me había
vuelto loca y muy dentro de mi…
No te
pases que no hizo mucha falta rebuscar para que se te mojaran las bragas…
…pero
muy dentro, deseaba que sucediera algo, por suerte no pasó nada más, don
perfecto me largó antes de que me lanzara como una leona.
-No escarmientas, siempre terminas detrás de
un capullo mejor. –Concluyó con un gesto negativo. –Primero Serenato, después
Ivan, y ahora ese tal Liam. Comienzo a sospechar que no tienes un buen juicio…
-Vale, Gina, no te pases. –La interrumpí
antes de que comenzara a desvariar y darme lecciones de moralidad.
Me levanté para tirar esa tarjeta a la
basura, lo malo es que en ese mismo momento deseaba quemarla, descuartizarla y
pisarla, como deseaba hacérselo al dueño.
-Lo siento cielo, pero es que te veo muy
perdida y en un punto de tu vida que no tiene muchas salidas. Pero no te
preocupes, yo te voy ayudar con el tema de Ivan. –Gina me rodeó los hombros con
un brazo y apoyó su cabeza en mi hombro. –En cuanto a lo de Liam… eso lo tienes
que solucionar tú sola.
La miré y le sonreí por ese gran apoyo.
-Lo solucionaré, tranquila. –Afirmé con una
convicción que me animó tanto mental como físicamente.
-¿Qué hago con las flores?
Miré ese enorme ramo de flores y por un
momento admití que ese hombre tenía buen gusto, las flores eran preciosas, pero
una idea pesada y jodida me revolvió el estómago. Seguramente ese hombre
tendría una floristería propia para poder enviar flores a todas sus guarrillas.
-Tíralas a la basura, no quiero saber nada
más de él.
Decidí finalmente dándome la vuelta y
saliendo del despacho para ponerme manos a la obra y ocupar todo mi tiempo en
mi trabajo, pero mi día tenía que continuar dándome por el culo cuando Sara,
con cara de pocos amigos y más estresada que antes, se acercó con el teléfono
en la mano.
-Es Ivan. –Me pasó el aparato sin darme la
oportunidad siquiera de decirle que colgara o que se inventara algo para poder
evitar hablar con él.
Perdidos al rio, que más me daba un dolor
más de cabeza, hoy ya tenía el cupo lleno.
Me golpeé el teléfono
con la cabeza mientras cerraba los ojos, utilizando el método de meditación de
Gina, cosa que no funcionó, y me armé de valor.
-Hola.
-¿Estas ocupada?
¿Y esa molestia? ¿De dónde venía? Miré el
teléfono de nuevo para asegurarme de que quien había al otro lado fuese Ivan ya
que tanta condescendencia no era muy normal en él, pero sí, lo era.
-La verdad es que un poco. –Reconocí con voz
cansada para dar más vida a mi escusa.
Con suerte me libraría de una tensa
conversación.
-No te molestaré mucho. –Su voz era muy
neutral, demasiado y ese sonido me puso la piel de gallina y algo más. -Tan
solo quería… saber si estabas mejor.
-¿Solo? –Ahogué un grito, era la primera vez que
se preocupaba por mí, normalmente sus llamadas eran las de ponerse el cinturón
de seguridad.
-¿Es un problema también preocuparme por ti?
–Noté el sarcasmo y ese matiz de tiburón blanco, que tan bien conocía.
-Problema no, es extraño.
Hubo un tenso silencio. Me dediqué a tomar
el aire y a retirarme un poco de los cotillas ajenos que había en la sala
central del local, solo confiaba en Tom y Jerry, los gemelos estaban tan
pendientes de los tres ordenadores que tenían delante de las narices que aunque
pasara una mujer totalmente desnuda delante de sus narices, no serían capaces
de retirar sus ojos de esas pantallas, parecían abducidos por ellas.
-Tú y ese comportamiento infantil. ¿Piensa un
poco antes de hablar, Gaela?
Y ahí estaba el hombre capullo que yo
conocía.
-¿Qué quieres Ivan? No tengo tiempo de
recibir tus lecciones hoy mismo…
-Si quiero tú tiempo lo tendré, te vas a
convertir en mi mujer y si preciso que necesito solucionar cosas, tú
simplemente las harás…
-No lo tengas tan claro…
-… No pienso tolerar ningún comportamiento
vulgar cuando nos casemos…
Colgué. No solo porque me sacó de quicio
ese comentario y no solo porque había continuado hablando como si mi opinión no
valiera una mierda, más bien fue porque, Tom y Jerry me estaban mirando con los
ojos abiertos y todo porque estaba estrujando uno de sus donuts de chocolate
como si fuera una bola contra el estrés, derramando ese líquido encima de uno
de los teclados.
-¿Estas bien Gaela? –Preguntó Jerry mirando
mis ojos, Tom estaba demasiado alucinado mirando el donuts como para prestar
atención a la loca que había maltratado parte de su almuerzo.
-De puta madre.
Contesté y me dirigí a mi despacho cerrando
de un terrible portazo. El ramo había desaparecido para ser sustituido por mi
móvil que se había vuelto loco encima de la mesa de cristal. El teléfono tardó
cinco minutos en dejar de dar vueltas por el cristal. En todo el tiempo que
duró esas siete llamadas me mantuve quieta y atenta, temerosa y con las manos
convertidas en puños para no contestar. Por suerte la tortura terminó y pude
relajarme hasta que el timbrazo del teléfono fijo de mi escritorio me
sobresaltó, le di al botón y la voz de nuestra recepcionista principal sonó
dulce y delicada.
-Gaela, te paso una llamada.
-No…
-¿Me has colgado? –Gritó incrédulo y me lo
imaginé en mi mente; con los ojos hinchados y la vena de su cuello al límite.
-Perdona, se me ha escapado el dedo, por lo
visto tiene vida propia…
-¡Que sea la última puta vez que te atrevas a
colgarme! –El eco resonó por todos los rincones de la estancia poniéndome los
pelos de punta.
-Relájate…
-No me interrumpas. –Gruñó violentamente.
-Regresaré este viernes y quiero que estés preparada para la fiesta de
bienvenida de tu hermana. Recuérdalo, porque no pienso volver a llamar más.
Y me colgó esta vez él.
Genial, un día genial, y para colmo, mi
hermana volvía a casa.
Con
tanto sobresalto terminé derrumbándome encima del sofá donde antes Gina se
había intentado ahogar, que lástima que los cojines no surtieran efecto, porque
por décima vez en todo este mes, pensé seriamente en suicidarme.
Continuará.....................
Me encanta. Eladia
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