BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

sábado, 19 de julio de 2014

CAPÍTULO 5 Y 6 (Una Fantasía de ojos negros)



Capítulo 5

 
     Las siete y media y no me había movido del sofá. Había escuchado el teléfono de casa sonar dos veces más, pero había dejado que saltara el contestador, y como era de esperar, se trataba de mi madre, dejándome mensajes de lo menos motivadores para una hija que necesitaba un poquito de cariño y no un castigo verbal por su parte. Y lo peor de todo es que en la mayoría de cosas que decía la bruja tenía razón.
    Y reconocer eso por mi parte era una insensatez.
    ¿Hasta dónde has llegado Gaela para fiarte de tu propia madre?
    Me di la vuelta escuchando tan solo el movimiento de las manivelas del reloj que tenía colgado en la pared y algún que otro sonido exterior, pero todo lo que me rodeaba era un sumo silencio que agradecía.
    Suspiré mientras cerraba los ojos, y entonces, como por arte magia, una caligrafía con una dirección y una hora en punto, vinieron a mi mente como si fuera un letrero de un bar de carretera, solo que al lado de mi letrero había un demonio con cuernos rojos y una cola en forma de flecha.
    Ivan.
    Me incorporé abruptamente y mi cuerpo, a cambio de tal brusco movimiento me golpeó con un mareo de esos similares a un bajón de tensión. Me senté decentemente con las piernas en el suelo y recapacité la cena trampa que Ivan había organizado...
    A la mierda, iba a ir.
    Respetando cada parte de mi cuerpo y no provocando a mi cabeza, levanté mi culo pesado de ese mullido y enorme sofá de diez plazas, y fui directa a mi cuarto en el piso de arriba.
    Entré a la madre de los vestidores y la zona que más amaba de la casa, el mejor obsequio que una madre le podía hacer a su hija.
    Algo bueno tenía que tener el bóxer después de todo.
    Me encaminé directa a la zona supreme, donde los vestidos de noche, envueltos en telas, me esperaban. Otra obra de arte de mi madre, comprarme todos los vestidos de noche que fueran una exhibición de exclusiva a la seducción, recatados en color pero tremendamente provocativos, pero ella solo pensaba en que mi prometido, tras verme, no pudiese dejar de pensar en mí…
    Mamá, trabajo perdido.
    Ivan me había visto, me había halagado y me había sonreído, pero nada más le había dado la espalda… Se había pirado, con lo cual, el vestido no surgía efecto sobre él, pero si sobre el resto, aunque eso no era ni lo que yo quería, ni lo que la loca de Olimpia deseaba, igualmente, ella nunca se enteraba de esas cosas y se pensaba que sus decisiones habían impresionado locamente a su futuro yerno.
    Todo un rompecabezas, tan lista y que ignorante era en esos casos.
    Atrapé mi labio con los dedos y jugué con él mientras pensaba en cual colocarme. Rebusqué un poco moviendo perchas hasta que di con la pieza indicada. Preparé los zapatos, el bolso y me metí de nuevo en la ducha.
    Una hora después, me eché un último vistazo en el espejo. No era una cita, no sabía lo que era esto, a lo mejor me equivocaba y otra persona diferente, que nunca había visto en mi vida me esperaba. Igualmente, esa persona, quien fuese, estaría tan encantado con mi elección como yo.
    Me arreglé la tela azul noche, ceñida a mi cuerpo, y la estiré un poco más, era por encima de la rodilla, pero la raja trasera tenía una abertura muy larga. No había escotes por delante, era un cuello redondo que cortaba en el hombro, donde una marga corta se abría en un efecto volante muy pequeño, pero la espalda, completamente al aire, era la sorpresa final.



    Solté la respiración con un intencionado bufido y cogí las llaves del coche de encima de la mesa. Vivía en el piso veinte de un edificio elegante, y el parquin era la zona más segura de todo el edificio. Saludé al guarda de la puerta principal y me dirigí a por el Mercedes C 63 Coupé, mi preciosa joya deportiva en un color azul cielo.
    Formar parte del tráfico de ese día fue algo maravilloso ya que no habían muchos coches y la conducción era más fluida y tranquila que de costumbre. Conecte el USB a la torre principal, e inmediatamente el coche se llenó con el sonido de <<In the room where you sleep>> me encantaba esa canción, era tan escalofriante como motivadora…
  -Llamada entrante de Adriana.
        La voz femenina del ordenador a todo volumen me dio un susto de muerte. Bajé el sonido notando como el corazón se me salía del pecho, y le di al botón para dar la entrada a otra voz que me daba más terror aun.
  -¿Dónde estás? –Preguntó tranquilamente.
    Me la imaginé tirada en el sofá, con un paquete de palomitas en las manos y mirando una película que resultaba ser un rollo, pero donde el protagonista estaba de pan y moja, y ese hecho era suficiente para tragarse la película entera.
  -En el coche, camino a una cena trampa de Ivan.
  -¿Cómo que una cena trampa?
    Le conté todo brevemente tal y como había pasado mientras respondía a sus preguntas como si fuera un interrogatorio, y junto con todo lo que había pasado la noche anterior, Adriana llegó a la misma conclusión que yo y que mi hipótesis tenía sentido, pero igualmente, comentó:
  -No me gusta ¿Y si te equivocas y te diriges a una cena con un desconocido?
  -Entonces será una cita a ciegas, ¿Dónde está el problema?
  -¿Y si ese desconocido resulta ser una asesino en serie?
    Mi amiga como siempre pensando mal, y eso que ella era una de las típicas que se llevaba la primera noche a casa a un hombre que acababa de conocer, lo metía en su cama, a veces, sin saber cómo se llamaba.
  -Hemos quedado en un sitio público y que requiere etiqueta, será un lugar muy vigilado y controlado. Estaré bien. –La tranquilicé, aunque no sabía el motivo. Adriana era peor que yo en muchos sentidos.
  -¿Dónde habéis quedado? –La voz de Adriana salió un poco amortiguada, supuse que estaba comiendo… algo.
  -En el hotel Palace Faery
  -Uahu. –Maulló atragantándose con la comida. -¿Sabes lo que cuesta reservar una mesa en un lugar así?
  -Sí, losé. Por eso cada vez me inclinó más en pensar que esto es obra de Ivan.
    Después de saber de lo que ese hombre era capaz, sabía de sobra que podía hacerse con una mesa presidencial del restaurante de ese hotel con tan solo pestañear.
  -Como te equivoques…
  -No me equivoco. –Insistí con voz crispada. -Es Ivan, o alguno de sus súbditos quien me espera en ese lugar.
  -Vale. –Se quejó molesta pero inmediatamente su voz cambio cuando añadió: -Oye. Saborea la cena, dicen que la comida en ese lugar es como tener mini orgasmos. –Sonreí porque ese bulo también había llegado hasta mis oídos. El dueño del hotel tenía a su disposición a los hermanos Wybber, dos artesanos y grandes artistas en los fuegos. -De todas formas, estaré al loro del teléfono. Si no me llamas cada media hora, llamaré a la policía.
  -No seas exagerada. Luego te cuento, acabo de llegar.
    Aparqué en la entrada principal después de esperar que se fuera un coche y subí las ventanillas.
  -Vale, y disfruta con esos mini orgasmos culinarios.
    Sonreí negando con la cabeza mientras el eco de ese último comentario resonaba todavía en mi cabeza. Antes de abrir la puerta uno de los aparcacoches ya se encontraba a mi lado, él mismo me abrió la puerta y me ayudó a bajar del coche, después de hacerme una revisión con los ojos bien abiertos me dedicó una sonrisa.
  -¿Algún trato especial para su coche? –Preguntó con una sonrisa donde mostraba los dientes de delante un poco torcidos.
  -Sí, que no te estampes. –Contesté.
    Tal vez soné un poco borde, pero odiaba que ellos fueran tan descarados. Igualmente mi comentario no resultó afectar al chico, ya que me guiñó un ojo y se largó con mi coche con una lentitud que me sacó de quicio.
    Me puse en movimiento y traspasé las puertas corredizas del hotel para sumergirme en otro mundo, un lugar que parecía sacado de la antigua Grecia, con una decoración llena de pilares blancos, dobles alturas en el techo formando trípticos o escalones al revés y con lámparas que parecían cascadas donde la luz se resbalaba por su superficie como si se tratara del agua. Varias figuras imitando a esos bellos rostros griegos se repartían por rincones o el mismo centro de ese mismo lugar, y justo en el centro, una preciosa fuente donde Zeus reinaba sobre todo lo que le rodeaba.
     Ivan se había superado.
    Nunca había entrado a este hotel, había escuchado hablar de él, pero jamás me lo podía imaginar de esa manera. Faery, un lugar mágico como su nombre indicaba, había abierto sus puertas nada más que unos cuatro años atrás, pero su dueño, uno de los tres hermanos Born, había conseguido lo que todos los hoteles deseaban, las cinco estrellas y unos cuantos premios más. El hotel se había ganado su fama a base de una buena experiencia detrás de otra para aquel que se había hospedado allí. Su comida era la mejor de la ciudad, las habitaciones; unas fantásticas zonas de comodidad para los huéspedes y elegancia suprema, sus empleados parecían salir de una película medieval por la educación que demostraban, y su primera imagen nada más entrabas, era bestial, te dejaba con la boca abierta.
    Por eso era tan difícil tener mesa en su restaurante, como conseguir una habitación hasta en temporada baja. Todo el mundo quería pasar una noche en un lugar totalmente diferente.
    Uno de los muchos jóvenes que saludaban el en hall, se me acercó y con una inclinación de cabeza me saludó. Le pregunté sobre el restaurante y él mismo me acompañó a la zona de la barra, a continuación, con otra inclinación se fue deseándome una feliz noche.
    Me senté en la barra e inmediatamente fui invadida por el camarero, le pedí una copa y mientras él me la serbia con una increíble profesionalidad, divisé el lugar para ver si veía a mi supuesta cita. Exceptuando a las parejas que esperaban su mesa en unos sofás que habían colocados a un lado del lugar, y los pocos hombres que habían en esa larga barra, no reconocí a nadie que me resultara familiar.
  -¿Señorita Gaela Lee?
    ¿Lee? Si mi padre llegara escuchar ese comentario el caballero de la sonrisa superpuesta, se llevaría una buena colleja.
    Me di la vuelta y me encontré con un hombre, que debía de ser otro de los trabajadores ya que, como todos, llevaba puesto un traje blanco con una pajarita amarilla de topos azules. Me acerqué al hombre con una sonrisa.
  -Sí, esa soy yo.
  -Acompáñeme por favor. El caballero la espera fuera.
     Fruncí las cejas, ya que ese fuera, no sabía cómo interpretarlo, pero no objeté nada y seguí al hombre fuera del bar. Cruzamos un largo pasillo donde unas enormes ventanas panorámicas del suelo al techo con cristales laminados nos iluminaron a nosotros y a los ríos de piedras que había a cada lado en el suelo.
    Otra belleza más.
    Subimos unos escalones completamente hechos de mármol blanco y giramos hacia la derecha. De pronto, me encontré con una preciosa cristalera cortada a cuadros donde unas decoraciones pintadas en el mismo cristal daban forma a una especie de paisaje.
    Impresionante.
    El caballero se adelantó mientras yo admiraba tal belleza y abrió la doble puerta del centro, después se echó hacia atrás y me ofreció pasar.
    Si mi mandíbula se desencajó cuando vi el escenario anterior, esta vez partió el suelo cuando salí a la terraza.
    Una preciosa terraza, al aire libre, era rodeada de flores silvestres por todas partes, hasta por una barandilla rustica de hierro forjado y caso oxidado donde se enredaban vivas para caer hacia abajo. Miles de bombillas pequeñas, casi tan pequeñas como canicas, alumbraban estratégicamente desde todas partes, también se escuchaba el leve sonido de una melodía, una balada lenta a guitarra con una voz suave masculina marcando el ritmo.
    Y en el centro, una sola mesa, bien decorada con velas y un pequeño ramillete de margaritas en el centro, y dos sillas, una enfrente de la otra acompañando.
    Me vi sumergida en otro lugar, muy lejos, casi podía decir que esto parecía una terraza de la toscana.
  -Señorita Lee, deje que me ocupe de su chaqueta…
  -No hará falta. –La repentina voz autoritaria de un hombre me hizo girar a mi espalda y todo el mundo comenzó a darme vueltas cuando me di con esos ojos azules mirándome con intensidad. –Yo me encargaré.
 
 
 
  -De acuerdo, si necesita algo más de mí, señor…
  -Que nos sirvan el vino. –Ordenó sin ser cuestionado.
    El hombre que me había acompañado se marchó y nos dejó solos. Pero me dio igual, ya me encontraba atrapada a la droga que ese hombre expulsaba.
    Su cuerpo no se había movido ni un solo centímetro, al igual que su mirada, sus ojos continuaban fijos en mí y extrañamente yo tampoco podía dejar de mirarlo, me sentía conducida por un hechizo o un maleficio que él había soltado en mi contra. Pero daba gusto de ver, me cautivaba con inmenso placer observar ese delicioso cuerpo embutido en un traje negro que le quedaba de miedo, era como si el traje no solo se hubiese hecho para él, esas piezas de tela lo arropaban con envidia, lo estrechaban en la suavidad de su contorno haciendo que cada prenda fuese posesiva y a la vez lo mostraban como un impresionante demonio hecho para el pecado, y de pronto, me sentía una pecadora nata.
  -Buenas noches señorita Lee. -Su voz, ronca y grabe se resbaló por todo mi cuerpo proporcionándome un terrible escalofrió. –Gracias por aceptar mi invitación.
    Abrí la boca, tal vez para hablar, pero en ese momento ese cuerpo se puso en movimiento y cada uno de mis músculos crujieron al ponerse tensos cuando ese hombre invadió mi cerco de intimidad. Finalmente, con una gracia impresionante y marcando de una forma salvaje cada paso, se colocó detrás de mí y sus manos volaron lentamente por mis brazos.
    Me encontraba paralizada, atontada, intimidada y arrollada por un calor inquietante lleno de intensa electricidad, y eso que él todavía no me había tocado.
    ¿Qué me sucedía? ¿Esto era normal? ¿Este frenesí que tenía mi cuerpo era normal o estaba sufriendo una parálisis?
    No tenía respuesta para ninguna pregunta, pero algo sabia seguro. Este comportamiento, estas frías y calientes sensaciones, y esa receptiva energía llena calambres, jamás las había sentido con ningún otro hombre, ni siquiera con Ivan.
  -Permíteme. –Susurró contra mi nuca.
    Todo mi cabello se erizó y sentí la caricia de unas largas uñas invisibles a lo largo de mi espina dorsal. Y la cosa fue a peor cuando al fin me tocó, cuando sus dedos se metieron dentro de mi chaqueta, por la zona de los hombros, sentí que mi corazón saltaba de mi pecho al suelo y que mi respiración no encontraba la forma de salir.
    La chaqueta bajó lentamente por lo largo de mis brazos, los alargué para darle una mejor facilidad y sentí la imperiosa necesidad de que me quitara el vestido de la misma forma.
    Parpadeé un poco para quitar esa imagen a la fuerza de mi cabeza. Pero me resultó imposible otra vez, ya que lo sentí acercarse cuando, lo que serían las costuras de la prenda se quedaron paradas, solo un segundo, en mi muñeca, solo una milésima de segundo pero fue suficiente para que sintiera su aliento contra mi cabello, y las yemas de sus dedos rozar el interior de mis muñecas, con intención, para terminar de quitarme una sencilla chaqueta de punto.
 
 
 
    Suspiré y en el momento que lo hice, él se retiró para dejar mi chaqueta encima de una banqueta que había en una esquina. Después se aproximó a una silla, la arrastró hacia atrás y me miró de nuevo.
  -Siéntate. –Fue dulce, educado, pero no pude evitar sentir la orden que había en esa palabra, una orden que obedecí inconscientemente.
    Esta vez me tocó a mí avanzar hacia él, y aunque mis hormonas estaban pegándose una fiesta de las buenas, pude observar como ese cuerpo se tensaba y sus ojos adquirían un peligroso tono azul muy oscuro.
   Me frené delante y de nuevo, él insistió pero con un movimiento de cabeza, y de nuevo obedecí.
    Me senté e inmediatamente la silla se movió hacia delante, el problema es que él no se movió de mi espalda, es más, se echó hacia delante y por el rabillo del ojo pude ver unas greñas de su pelo caer en su cara.
  -Cierra la boca Gaela. –Susurró levemente a un palmo de mí contra mi oreja. –Por ahora, no voy a comerte.
    ¿Qué cerrará la boca? Sí, sería una buena opción sino lo hubiese susurrado contra mi oreja y si no me hubiese llegado su aroma y sino…
    ¿Qué es lo que había dicho?
    Mi cabeza se dio mentalmente contra la mesa, quise preguntarle a que se refería con lo de: “por ahora no voy a comerte”, pero en ese momento entró un joven muchacho con una botella de vino blanco en las manos y mi pregunta se quedó perdida en mi cabeza. El diablo que tenía a la espalda, rodeó la mesa y tomó asiento delante de mí.
  -Sirve Luis, no lo probaré. –Ordenó al joven.
  -Sí señor.
    No sabía que era lo que había hecho el camarero para que ese hombre continuara mandando, ya que los ojos de él no dejaban de mirarme y esa mirada era muy difícil de evitar… hasta que mi vaso fue llenado. Entonces, mis ojos buscaron la copa y mis labios el líquido que contenía.
  -¿Entramos los entremeses, señor?
  -Sí, y dile a Kas que traiga una estufa, la señorita Lee tiene frío.
    Alcé la vista y lo miré. Era extraño que dijera eso, no me había quejado y lo que menos tenía ahora mismo era: frío.
  -No tengo frío, y por favor, deja de llamarme Lee, mi apellido es Nicola-Lee.
  -Un apellido largo. –Respondió él tomando su copa entre las manos.
  -En ese caso llámame Gaela. –Él sonrió de una forma seductora que hizo temblar a todo mi cuerpo, pero por desgracia esa sonrisa se borró y una de sus cejas se alzó.
  -¿Seguro que no tienes frío? –Preguntó con preocupación.
  -No. –Respondí en un susurró porque mi voz parecía desaparecer cuando; O lo escuchaba a hablar, o lo veía en movimiento.
    Deja de temblar Gaela, le estas dando una demostración penosa de auto control.
  -¿Por dónde íbamos? –Preguntó él, llevándose la servilleta a sus piernas.
  -Por dejar a un lado los formalismos y llamarnos por los nombres. –Mi respuesta fue rápida y tensa y eso provocó que me dirigiera una rápida mirada directa.
    Después, tras unos segundos ahogándome con su color, la retiró y tomó su copa para darle un trago al vino, pacientemente esperé a que comenzara, pero al ver que no tenía más que decir, lo animé con una ceja alzada, y nada. Continuó mirándome y esperando igual que yo.
    El momento que iba a hablar, él me cortó:
  -Liam. –Fruncí el ceño. –Me llamo Liam Marlowe, pero puedes llamarme como quieras.
  -¿Es un diminutivo? –Tenia mis dudas, solo esperaba que no fuera el diminutivo de un largo nombre con miles de significados, o tan horrible como para acortárselo.
  -No, es mi nombre, tal cual como suena. –Dijo con ceño, como dudando mi pregunta.
    Liam Marlowe.
    Corto y conciso como todas sus contestaciones. Realmente el nombre le quedaba genial.
  -Tu madre no rebuscó mucho un nombre para ti.
    Su mirada era intensa, sus ojos me analizaban cada vez que abría la boca, y cada parte de su cuerpo parecía atento a todos mis movimientos y a mis reacciones. Era como si me estudiara, como si me leyera para saber cómo actuar. Como ahora.
 
 
 
    Liam se venció un poco hacia delante y apoyó los codos encima de la mesa, después, con esa intensidad calculada me miró.
  -En tu caso pasa todo lo contrario. Tú madre eligió un precioso nombre para ti.
    Sonreí por el halago sin poder evitar sentir mariposas en el estómago. Liam tragó saliva y después me retiró la mirada para fijarla durante unos segundos en la preciosa noche sobre ese balcón.
     No… ¡Mírame!
  -¿Cómo encontraste mi bolso? –La pregunta salió un poco repentina de mi boca y abrupta, pero quería llamar su atención, y lo conseguí, Liam clavó sus ojos en mí, y esa mirada me intimidó tanto que mi siguiente comentario casi lo susurré. -Tú me sacaste cuando me lo dejé.
  -Correcto. –Habló totalmente transformado, como si se hubiese puesto una máscara donde no se pudiese leer nada. –Pero al día siguiente fui y uno de mis empleados me lo dio…
  -Un momento. –Le interrumpí porque ese comentario me impactó. -¿Tú eres el socio de Ete?
  -¿Ete? No conozco a ningún: Ete. –Comentó confundido y por un momento me confundió a mí también, pero inmediatamente me di cuenta de mi error y rectifiqué para que me entendiera.
  -Perdón David, David Harren. –Le dije el verdadero nombre de Ete, ya que solo quedamos nosotros, nuestra pequeña pandilla, quienes utilizábamos su apodo.
  -Sí, soy el socio mayoritario de David. ¿Lo llamáis Ete?
  -Bueno, hace muchos años que nos conocemos. –Comenté cariñosamente mientras sonreía. Liam me miró detenidamente y me pareció ver un brillo especial en su mirada, pero tan pronto como apareció se esfumó, hasta llegué a pensar que se trataba de mi imaginación, porque de pronto una sombra se posó alrededor de sus ojos.
  -¿Y te llevas tan bien con él como con el otro? ¿El piloto?
  -¿Logan?
  -No sé su nombre, pero supongo que será él, te has enrojecido cuando has dicho su nombre… ¿Tenéis algo? –Su cara se transformó completamente cuando formuló la pregunta, la sombra abarcó un rostro impenetrable y cargado de misterio amenazante. Me recordó al hombre siniestro con el que me había tropezado.
    Y ese no me gustó, quería que volviera el otro, el tranquilo, el sereno y el seductor.
  -No. Logan y yo solo somos amigos. –Respondí acentuando mis palabras para que le quedara claro.
  -Pues para ser amigos, él se toma muchas libertades. –Ese comentario me molestó. No le había dado tanta confianza a Liam como para que insinuara nada.
    Lo que te molesta es que piense que tienes algo con Logan.
  -No. –Le dije a mi conciencia solo que en voz alta.
  -No… ¿Qué? –Advirtió Liam con una voz que me puso los pelos de punta.
  -No hay libertades, solo que…Hace mucho tiempo que nos conocemos, es como un hermano para mí, pero no hay nada más. –Me defendí un poco mordaz.
  -¿Y él lo tiene claro? –Insistió con esa voz autoritaria, controladora y acusatoria, que junto con ese rostro indescifrable, llegó a intimidarme.
  -Por supuesto. –Mentí, pero Liam no tenía por qué saberlo.
    No me esperaba terminar hablando de esto, parecía que me cuestionara y a la vez quisiera asegurarse de algo que no le importaba una mierda.
    Me mordí el labio mientras pensaba en una conversación que fuera totalmente diferente para poder tranquilizarme, pero Liam se tensó, soltó una larga respiración, y de nuevo me retiró la mirada mientras se pasaba una de sus manos por el cabello.
    Me extrañó esa reacción, dos veces, dos veces se había tensado por algún motivo que yo había provocado y había terminado retirándome la mirada como si le fuera imposible soportar mis ojos.
    ¿Qué le pasaba a este tío?
    Las puertas por donde había entrado antes se abrieron las dos a la vez y mi concentración cayó de nuevo en la mesa y en el hombre que había delante de mí.
    Liam fijó de nuevo la mirada en mí, pero esta vez se la retiré yo, antes de caer en su embrujo ya que sus ojos se habían vuelto a oscurecer otra vez y su rostro tornaba a la normalidad de rasgos duros pero tranquilos.
    Miré a los camareros que entraron en silencio y con organización. Uno de ellos arrastraba un aparato metálico ultramoderno que dejó cerca de mí. La estufa pensé. Los otros dos dejaron unos platos en la mesa y una bandeja de pan, después se fueron como habían entrado, en silencio y cerrando las puertas detrás de ellos.
  -Espero que no te moleste que pidiera por ti. –Me dijo Liam con esa voz profunda perlada de un matiz respetuoso.
    Miré la variedad que se extendía delante de nosotros, demasiada comida fue lo primero que pensé y después de ver cada plato, lo miré a él.
  -Caprese, fonduta, Carpaccio di gamberoni y mozzarella in carroza con pan. Todo es comida italiana. –Dije fascinada mientras me lamia los labios.
  -Sí, pensé que te gustaría. –Contestó orgulloso, satisfecho con su elección.
  -¿Por qué?
  -Porque eres Italiana. –Su confesión salió tan natural que sentí como si me conociera de toda la vida.
  -No exactamente… -Me corté solo por la seguridad de que él conociera una pequeña parte natal de mi vida. -¿Cómo lo sabes? –Pregunté un poco atónita.
  -Lo leí en tu documentación. –Claro.
    Ahora me sentía idiota.
    Mi bolso había venido a mi casa, yo no había quedado con él para recogerlo, aunque pensándolo mejor, él no tenía mi número de teléfono, tan solo sabía la documentación que podía darle mi identificación.
  -Así que ¿Registraste mi bolso? –Lo puse a prueba y si mi pregunta le pareció inadecuada no se mostró ofendido, bueno, no mostró nada en su cara porque seguía tan vacía como un libro en blanco.
  -Cómo sino iba a saber dónde llevar tu bolso. -Era directo, no se cortaba y lo respetaba. Era sincero pero todo un enigma y a la vez peligroso.
    Recuerda que no lo conoces Gaela.
  -Violación a la intimidad…
  -No. No soy un psicópata. Perfectamente podía haber dejado tú bolso tirado por ahí, pero no lo hice.
    Parecía ofendido y en tal caso la ofendida debía ser yo.
  -¿Y porque no lo hiciste?
  -Hubieses preferido que actuara de esa manera.
    Todo a mí alrededor se había congelado, hasta la estufa que me daba un poco de calor parecía no funcionar. Cada rasgo de Liam se fue endureciendo más y la mano que había encima de la mesa se convirtió en un puño.
  -No y te lo agradezco.
  -Bien, y es bueno que digas eso, porque ahora mismo me estoy arrepintiendo.
    Ese petulante me retiró la mirada y comenzó a comer dando por terminada la conversación, como si me indicara que me callara.
    Y no estaba dispuesta a que me trataran así.
    Tiré la servilleta encima de la mesa atrayendo la mirada de Liam. Me levanté de la silla y fui al banco de madera donde estaba mi chaqueta. Antes de que pudiera tocar la tela, unos dedos que se enrollaron en mi brazo me lo impidieron tirando de mí para darme la vuelta y enfrentarme a él.
  -¿Qué haces? –Preguntó en un tono seco.
  -Me voy, esto ha sido una tontería, no debería de estar aquí. Ni siquiera debería de haber venido…
    Las palabras se me atragantaron al sentir como me quemaba el brazo que él tocaba y como su calor se aplastaba contra mí ahogándome.
  -Pero lo hiciste… ¿Qué te ha hecho cambiar de parecer ahora? –Continuó con voz seca, pero ahora también había un matiz extraño en el ronco de su sonido.
    Alcé mi cabeza de su pecho hasta sus ojos, y de nuevo, fui presa de ellos, del brillo que ardía en ese azul claro, en los sentimientos que me lanzaban y en el deseo que había en ellos… Debía de estar al límite para tener esas alucinaciones con un hombre que no conocía y que no sabía que quería de mí.
  -¿Porque me has invitado? –La pregunta salió de mis labios antes de que me diera cuenta.
    Y mi voz me había delatado, había mostrado el estado que me provocaba su cercanía, y él lo sabía, sabía que las piernas me temblaban, que el corazón me iba a cien, y que me faltaba la respiración, porque me tomó del otro brazo, me acercó un poco más a él y sonrió deliberadamente cuando me estremecí por quinta vez.
  -Me pareces interesante. –Ronroneó.
  -¿Interesante? Eso suena como si fuera un alíen, o una friki, o un experimento.
  -Lo tercero sería lo más correcto.
    Parpadeé para repasar la frase que acababa de decir, ya que Liam, lo había dicho mientras miraba mis labios, y mi boca había temblado cuando sus ojos, perfilados en una oscura tentación erótica, se habían cerrado con pesadas pestañas mientras se acercaba un poco más.
    ¿Qué sabor tendrán esos labios? ¿Cuál será su temperatura?
    Era difícil de decir, e incluso de imaginar, porque en ese momento no podía pensar, solo deseaba una y otra vez que se acercara más y que me besara, me mordiera, se tragara mis gruñidos con cada embiste de esa lengua que añoraba tener dentro de mi boca.
    Pero no hubo beso, solo la pregunta que había en el aire y que ya ni recordaba por culpa de la deliciosa curva de sus labios en una pícara sonrisa.
    Un auténtico presumido, sabía que lo había estado mirando, que observaba esa boca con lascivia, y me lo lanzaba a la cara orgulloso de sí mismo.
  -¿Qué? –Más que una pregunta fue un gruñido.
    Dios que pena doy.
  -Decía que… Desde luego que, lo tercero que has mencionado. –Repitió de nuevo, solo que con una voz mucho más ronca y aproximándose a la ansiedad.
  -¿Perdona? –Pregunté con voz cortada, aunque realmente no estaba muy segura de a que me refería.
  -Te veo como un experimento, pero no me mal intérpretes, no quiero que te ofendas, no eres el típico experimento raro que utilizan los científicos con cobayas, tú eres como un reto para mí.
    Sus manos bajaron por mis brazos, se deslizaron con delicadeza, tanto que, me quemó a fuego lento. Llegaron a mis manos y subieron internamente, con pequeños toquecitos perfectamente controlados por esa capa sensible, ese roce no solo me quemó, me derritió como chocolate caliente y cuando los dedos llegaron a mis bíceps, continuaron subiendo y subiendo por un camino peligroso, rozando la forma de mi pecho, pero desgraciadamente sin tocarme, igualmente sentí mis pezones apretarse contra el vestido, que llegados a ese momento, me rascaba la piel y me molestaba intensamente.
  -Define reto. –Le dije tiritando y medio mareada.
  -¿Qué descripción quieres; la Disney o la gore? –Las manos continuaron subiendo por mi cuello, que lo masajearon en círculos, lentamente. Mi cabeza cayó hacia atrás y mis labios soltaron un suspiro.
  -La tuya. –Solté como una ráfaga de aire.
    Liam llegó hasta la raíz de mi pelo, justo la zona trasera de mis orejas y con un tirón, levantó mi cabeza y me estrellé con esa profundidad en sus ojos; hipnótica y llena de deseos placenteros.
  -Lo veo de esta manera: me encantaría hacer varias pruebas contigo para saber cuántos gemidos puedo sacarte. -Gemí a ese comentario. Dios, su voz era erotismo puro y duro, su cuerpo se encontraba alejado del mío, unos centímetros, pero lo sentía como si estuviese encima de mí, pesado, caliente y duro. -¿Ahora entiendes porque te he invitado?
  -Sí. –Maullé desvergonzadamente como un gato herido dentro de una jaula.
    Por supuesto que lo sabía y… Me moría de ganas de que experimentara conmigo.
    Sí por favor, haz conmigo lo que quieras.
 
 
 
  -No obstante, antes de poner en marcha mi experimento, tengo otra pregunta. –Me soltó pero se llevó una mecha de mi cabello a su nariz, absorbió su aroma mientras cerraba los ojos y llegué a ver como la vena de su cuello latía más agresiva, como su respiración, que se había acelerado como la mía. -¿Estas con alguien? –Preguntó mirándome directamente a los ojos.
  -¿Eso es un requisito?-Pregunté sin poder parpadear. Caía presa, como una esclava a su merced.
  -No, al contrario. –Sonrió malévolo. -Lo que tengo pensado hacer no requiere una tercera persona en la división.
    Soltó mi cabello para dejarlo detrás de la oreja, justo en una zona híper-sensible, pero no retiró su mano, sus dedos acariciaron mi oreja, la mejilla y llegaron a mi barbilla. La alzó un poco más, manteniéndose ahí, al tiempo que dio un paso hacia delante, un paso hacia mí.
    La mano que tenía en mi pecho, mi propia mano que ni siquiera recordaba haberla dejado en esa zona, se rozó con los botones de su camisa.
  -¿Qué tienes pensado hacer?
    Liam se lamió los labios, esa lengua pasó con una lentitud pasmosa por su carne, mojando cada zona de una forma que por un momento me imaginé siendo consumida por ella, lamida hasta dejarme totalmente empapada…
    Esta vez no gruñí, grité de una forma vergonzosa… Dios, pero si hasta me sentía terriblemente mojada.
  -Terminar de cenar, conversar animadamente para conocernos mejor, beber la especial sangría de la casa, tal vez bailar antes del postre mientras tanteo la curva de ese precioso trasero y… -Soltó la respiración contra mis labios intencionadamente y al ver cómo me estremecía, lo hizo de nuevo. -Luego subir a una de las habitaciones y… practicar sexo, mucho y un fantástico sexo.
    Esa palabra rebotó por todo mi cerebro sacando lucecitas de electricidad que parecieron lanzarse por todo mi cuerpo como rayos, flechas que chocaron contra cada uno de mis puntos débiles y me hicieron sudar delicadamente.
  -Eres muy directo. –No sé si lo pensé o lo dije en voz alta, llegados a ese momento, no tenía fuerzas y ya no sabía muy bien lo que hacía.
  -Me gusta dejar las cosas claras. –Reconoció y tuve que admitir que cada vez me parecía más fascinante.
  -Tranquilo, lo has dejado muy claro.
  -Por eso, como te he visto con dos hombres en una actitud demasiado abierta…
  -Logan es una amigo, ya te lo he explicado. –Mi entonación en la voz no había cambiado nada en absoluto. Ese hombre me perturbaba, me cegaba y me inundaba de mil sensaciones tan arrolladoras que sentía tanto vértigo como miedo.
  -¿Y el otro?
  -¿Qué otro? –Pregunté confundida.
  -El del Bugatti negro. –Afirmó y la mitad de mi cuerpo se quedó congelado al darme cuenta de que hablaba de Ivan.
  -Un amigo también. –Respondí demasiado deprisa y con la voz en un tono más alto del que manteníamos los dos.
  -Te haré la pregunta de nuevo: ¿Estas con alguien?
    Ni su cara, ni su voz se habían modificado, la cosa continuaba igual, sin embargo sentí un extraño aire frío rozar mi piel, como un mal presagio.
    Y todo eso conllevó a una cadena de desastrosos nervios y mi propia lucha interna de saber que contestar.
  -Sí. –Admití mientras negaba con la cabeza. Liam me soltó y ladeó la suya para terminar mirándome con duda.
    Mierda. No sabía lo que hacía, ni si era yo la que contestaba, sentía dos cuerpo dentro de mí y cada uno luchando por contestar… ¿Qué me pasaba?
  -¿Sí o no? –Preguntó confuso.
  -No. –Y esta vez fue al contrario, negué con la voz pero le dije que sí con la cabeza.
  -Gaela…
    Nerviosa me retiré el pelo de la cara para dejarlo detrás de la oreja, y entonces algo pasó, algo lo cambió todo, su mirada cambió radical, como si hubiese visto algo que no le gustara.
  -Coge tu chaqueta, nos vamos. –Lo ordenó de tal forma que la sangré, de estar hirviendo, se me congeló.
  -¿Qué?
    Estaba entre confundida y alucinada, creí escuchar mal, pero, definitivamente había escuchado perfectamente. Liam, al ver mi poco movimiento, cogió él mismo mi chaqueta, me tomó del brazo con violencia y me empujó para ponerme a su lado.
  -Se acabó. Te acompañaré a la entrada para que recojas tu coche y te vas.
    Vale la cosa iba muy enserio, pero mi cerebro no funcionaba a un ritmo natural. Mis labios sufrían una intervención de anestesia. Hasta mi mente, solo calculaba en poner un pie delante y otro detrás y al menos no tropezar.
    Camina, camina… cuidado con los escalones, cuidado con… Pero ¡¿Qué mierda está pasando?!
    Cuando mi cabeza daba ese grito de guerra, Liam y yo nos encontrábamos en la salida del hotel, al aire libre y justo en la zona donde los aparca-coches, guardaban la postura para la llegada de otro coche.
    Habíamos recorrido todo el trayecto a base de empujones, Liam me había arrastrado, tomándome del brazo como si fuera una simple delincuente, y ni siquiera sabía el motivo de ese repentino cambio de humor. No sabía cómo reaccionar ante noventa kilos de tío enfurruñado por algo que no entendía. El aspecto de Liam, desde luego era no solo el de intimidar, sino acojonante y perturbador pero, yo también estaba enfadada y quería una explicación.  
  -¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? –Le pregunté, pero él ni me miró, sus ojos buscaban a alguien. –Oye, te estoy hablando. –Ni caso.
    De un tirón me deshice se su mano, le quité mi chaqueta y di unos pasos a un lado para retirarme de él, Liam me dedicó una mirada despectiva, e incluso alzó la mano con la intención de volver a tomarme, pero lo rechacé y cuando lo intentó de nuevo, el joven aparca coches apareció y dejó por imposible el propósito de Liam.
  -Puedes traer… -Liam se giró y me miró. -¿Cuál es tu coche? –Me preguntó, pero el empleado interrumpió mi contestación:
  -No se preocupe, señor. Sé cuál es el coche de la señorita.
    Liam se giró y lo miró de nuevo.
  -¿En serio? –Las cejas de Liam se alzaron. No sé si estaba impresionado o juzgando al muchacho, aun así, continuó con el mismo careto mosqueado que antes.
  -Por supuesto. –Dijo el joven con una sonrisa y luego, me miró descaradamente de arriba abajo, me recordó al típico dibujo animado, donde: un perro tiene la lengua fuera y cayendo a un lado mientras sus ojos saltan de sus cuencas. –Es difícil olvidar…
  -No te he pedido explicaciones. –Lo cortó Liam mordaz, después clavó una mirada asesina en el joven. -Trae el coche. Ahora.
    No conocía a ese chico para tratarlo de esa manera, y para colmo, esta segunda orden le salió del pecho como un animal. Hasta el joben se asustó y salió corriendo tras ponerse blanco mientras bajaba su cabeza, avergonzado.
    Si pudiese, yo también hubiese salido detrás de él para desaparecer…
    Que no te espante, tienes el spray anti-pimienta en el bolso.
    Mientras esperaba, en eterno silencio y sin mirarlo, me puse el cárdigan y me crucé de brazos. Por suerte el empleado tardó uno pocos minutos, y antes de que aparcara, ya me encontraba en la puerta del piloto.
    Sentí a Liam detrás de mí, controlado mis pasos, pero no le permití que me ayudara, no quería saber nada más de él. Sin embargo, no me sirvió de nada, su mano tomó al mía y él mismo me abrió la puerta, se retiró a un lado para dejarme entrar y cuando me senté, sin dedicarle ni una sola mirada, Liam atrancó la puerta con su brazo impidiéndome cerrar.
  -¿Qué quieres ahora?
    Mi voz sonó extremadamente rabiosa, pero solo quería salir de ahí. Me sentía burlada y el ridículo de todo lo sucedido, de cómo me había sacado del hotel, como si fuera una ladrona o algo aun peor, se me retorcía en la entrañas dolorosamente.
  -Por favor, te agradecería que a la próxima fueras más sincera antes de calentarme la bragueta.
    Abrí los ojos y la boca y solté un bufido de perplejidad.
    Cerdo, cabrón, arrogante y… ¡Que te den por el culo!
  -No te preocupes. –Le dije finalmente. -No habrá una próxima vez. –Le escupí con rabia.
    Con gran fuerza cerré la puerta del coche y me largué imitando las salidas perfectas que Ivan hacía cuando quería desaparecer.
    A todo gas.
 

 
 
 
 
Capítulo 6
  
    Conducir normalmente resultaba ser un alivio, pero ahora mismo… Mi pie no solo me pesaba, sino que yo misma deseaba correr, acelerar y estamparme contra un muro de hormigón a doscientos kilómetros por hora.
    Frustrada, así me sentía, y encima el muy capullo decía que la calienta braguetas era yo… ¿Y él que era?
    Un corta rollos.
    Me había tentado con sus caricias, con esos ojos de perfecto amo de latigazos en el trasero, pero si hasta me había entonado un tango en pelotas en mi imaginación gracias al efecto de su cuerpo. Pero no, en este caso era yo la que había provocado… ¿Qué?
    No había hecho nada.
    Claro que si Gaela.
    Si lo hubiese hecho, al menos, si mi lengua se hubiese metido en esa tentadora boca, entonces la culpable era yo. No. Deliraba, yo no era la culpable de nada. Él me había invitado, él me había provocado, él me había susurrado, él me había tocado con esas manos que me habían provocado espasmos de primer nivel psicótico y él, lo había cortado todo tan radical, que todavía me encontraba en la terraza en esa misma mesa, tratando de asumir que significaba eso de ser sincera.
    Pero es que no me consideraba una mentirosa. No tenía que darle explicaciones de nada, y si eso era lo que Don cuerpo de infarto, quería, pues que hablara claro en vez de tantas tonterías.
    Frené de golpe al ponerse el semáforo en rojo provocando que el que venía detrás de mí, frenara secamente y me obsequiara con un bocinazo. Le pedí perdón con el brazo alzado y el muy desagradecido sacó la cabeza por la ventanilla y me insultó.
    No escuché gran cosa, porque lo de: Mujer tenías que ser.
    Me hirvió en la sangre. Saqué no solo la cabeza, sino la mitad de mi cuerpo y le regalé un larga lista de improperios que hasta para una mujer debía ser delito. El hombre gordo y calvo, se quedó pasmado, tanto que, el semáforo se puso en verde y esperó a que metiera mi cuerpo dentro del coche, me sentara y acelerara unos metros, entonces, el quejica, salió detrás de mí.
    Me quise dar unos golpecitos en la espalda para felicitarme, pero un cuatro por cuatro negro que venía detrás, con los cristales tintados en negro, llamó mi atención, y no solo por lo extraño del suceso, fue más al observar que, tras diez minutos conduciendo, dos vueltas a la misma manzana y tres parones improvisados pero descaradamente intencionados, me di cuenta de que me seguía.
  -Llamada entrante de Adriana.
    De nuevo el altavoz me puso los pelos de punta, y esta vez era por la tensión que me recorría el cuerpo al ver que tomaba una improvisada dirección diferente a la de mi interruptor y el coche negro, dio volantazo.
    Estaba claro. Me seguían.
 
 
 
  -¡Se puede saber qué te pasa! –La estrepitosa reprimenda de Adriana salió nada más le di al botón para aceptar su llamada. -Dijiste que me llamarías cada media hora, y han pasado cuarenta cinco minutos.
    Miré por un segundo el televisor donde se marcaba su nombre y fruncí el ceño recordando todo lo contrario de lo que ella acababa de decir.
  -¿Estas en casa? –Pregunté dejando a un lado su comentario.
  -Sí… ¿Qué pasa?
  -Creo que me siguen.
    Hubo un silencio repentino, de esos típicos de película de terror, donde la típica chica que masca chicle, se toca el pelo mientras habla con su amiga por teléfono, sube al piso de arriba de su casa cuando escucha un ruido tonto para investigar que ha sido y se encuentra con el de la sierra delante de sus narices.
    ¿Por qué por alguna vez no se encierran en una habitación, bloquean la puerta con muebles y esperan a que la policía llegue? ¿O porque no se meten dentro del coche y salen disparadas para llegar a un lugar público?
    Porque entonces no sería una película con muertes, sería una película con un asesino cogiendo depresión.
  -¿Estas segura? –Preguntó Adriana captando mi atención.
  -Tan segura como un infarto. –Confirmé sintiendo esa misma adrenalina que la mujer del chicle subiendo las escaleras hacia una muerte segura.
  -Vale…Mierda. –Escuché a mi amiga, de fondo hablar con otra persona, después volvió conmigo. –Logan te esperará en la puerta. Tranquila.
    Tras cruzar la avenida y doblar la esquina, entré en la calle residencial, donde Adriana vivía, y como ella me había dicho, Logan no solo esperaba en la puerta, estaba al borde de la carretera, y nada más me vio, me hizo una señal, pero antes de arrimarme y dejar el coche donde él me indicaba, miré por el retrovisor para ver al cuatro por cuatro que me había seguido, ya no estaba.
  -¿Quién te seguía? –Logan llegó a mi lado y me abrió la puerta.
  -Un cuatro por cuatro negro, creo que era un Audi Q7. –Salí del coche y él me miró sorprendido, sonreí. –Sé de coches, recuerda que mi abuelo los colecciona en miniatura. –Le recordé.
  -Y por eso me gustas tanto…
  -Cállate. –Bromeé mientras le golpeaba en el pecho.
    Entramos en casa de Adriana y esta, nada más me vio me dio un abrazo, después miró a Logan y Logan negó con la cabeza. A veces me sorprendía la comunicación que había entre ellos para ser simplemente amigos.
  -Bueno, ¿Y qué tal la cena? –Adriana me rodeó el hombro y me condujo hacia el comedor. -Un poco corta ¿No?
  -No he cenado.
  -¿Y cómo es eso?
  -No deberías ni haber ido. –Opinó Logan tirándose en el sofá y tomando el mando del televisor.
    Vaya, por lo visto Adriana ya le había informado de todo, igualmente no me importó, era mi amigo.
    Me senté a su lado y por una vez, desde hacía mucho tiempo, le di la razón, pero decidí callármelo.
  -Cuando el asunto que hay que resolver se trata de una venganza, hay que poner las cartas sobre la mesa y tirar tu carta, no esperar a que te la metan doblada. –Defendió Adriana quedándose de pie y mirando a Logan con ceño. Mi amigo la miró de soslayo y después clavó los ojos en mí.
  -¿Y cómo te resultó la venganza? –Preguntó Logan con doble intención.
    Tanto su rostro como su cuerpo me indicaban que él no estaba de acuerdo con todo esto, no le parecía bien, y no lo criticaba, sinceramente, su opinión la valoraba pero me daba igual.
  -Mal. No era él.
    Ahora no solo captaba la atención de ambos, sino que todo se había sumido en un eterno silencio, hasta la cara de Logan, que parecía descomponerse por momentos.
  -¿Y quién era? –Preguntó Adriana más emocionada que una niña pequeña. -¿Estaba bueno? ¿Lo conocías?
    Respiré y miré a mi amiga dejando a un lado los gestos de Logan.
  -No, no lo conocía…
  -¿Seguro? –Este fue Logan que me dedicó una mirada penetrante y llena de desconfianza. Por un momento hasta me hizo pensar que lo sabía, pero eso era realmente imposible.
  -No. –Aseguré con convicción.
    No tenía pensado decir nada de él, primero porque; Adriana había demostrado tener interés en ese hombre, es más, hasta se había peleado por él. Y segundo porque; no lo iba a volver a ver, así que, era tontería hablar de un hombre que había desaparecido tan rápido como había aparecido.
    Mi barriga eligió ese momento para quejarse, pero que le iba hacer, lo único que tenía en mi estómago era medio sándwich de jamón y dos vasos de vino, hasta yo me quejaría si pudiese. Adriana miró la procedencia de ese horrible sonido, y después me dirigió una mirada incrédula.
  -Te prepararé algo, espera y me cuentas. –Tras ofrecerme alimento se giró hacia Logan y levantó un dedo acusatorio. –Y tú calladito, no me la espantes.
    Logan se encogió de hombros y volvió a su postura inicial, tirarse cómodamente en el sofá mientras dejaba los pies con despreocupación encima de la mesa pequeña que había enfrente. Yo también me relajé y me quité los zapatos de tacón.
  -Ete me ha llamado. –Alcé la vista y miré a Logan, no me miraba, miraba la televisión, más exactamente un documental de aviones. –Me ha preguntado por ti. –Se giró y me miró con seriedad. –Ha estado esperando todo el día tu llamada…
  -Mierda, es verdad, se me olvidó.
    Un gran despiste que compensaría nada más me levantara mañana. Era algo normal que hoy se me olvidara todo, hasta mi propia madre, bueno, a ella la había estado evitando, aunque mañana, fijo, tendría una pequeña visita de su parte.
  -Se lo ha imaginado. –Devolvió la vista a la tele y se pasó un brazo por debajo de la cabeza. -Me preguntó por tu bolso, si ya lo habías recuperado.
    Un rumor en mi cabeza salió disparado como una alarma, Logan me dedicó una mirada rápida, pero yo fui más rápida y pregunté antes de que comenzara otra vez esa mirada estrujadora típica de:
    << ¿Que estas escondiendo…? >>
  -¿Y qué le dijiste?
  -Adriana ya me lo había contado todo, con lo cual, le dije que sí, y me dijo que por favor lo llamaras, que era muy importante.
  -Vale.
    En ese justo momento Adriana apareció con una ensalada y un poco de pan. Le di las gracias y me acomodé en el suelo, a su lado para contestar el test, personal que me esperaba. La bola me salió de miedo, hasta el propio Logan que había girado su vista para mirarnos, se la había creído, ya que cuando terminé, parecía un poco más tranquilo.
    Había decidido contarle la verdad, pero algo maquillada, decirle que sí, era un hombre muy elegante y alto, pero un cardo (Mentira). Que fue muy educado y nos reímos (Súper mentira). Pero que, tan solo nos tomamos una copa (Verdad) ya que le dije la verdad y que estaba comprometida, él, muy educado, y tomándome de la espalda me acompañó fuera mientras conversábamos (Mentira que te cagas). Esperó conmigo hasta que trajeron mi coche y finalmente nos despedimos con un amable “Buenas noches” (HIPER MENTIRA ENORME).
    Fin de la misión y de la historia y de mi comida.
    No hicieron más preguntas, tan solo hablamos de lo que ellos habían hecho, pero a la hora de irme, Logan se ofreció en llevarme y quedar en que mañana me recogería del trabajo para llevarme a casa. No me negué porque realmente estaba agotada, así que cuando me se adaptó el sillón a su cuerpo, ni me quejé, tan solo me abroché el cinturón y dejé que me llevara, esta vez a un paso más lento y aunque lo agradecí, terminé arrepintiéndome.
  -Sé qué te pasa algo, a mí no puedes mentirme, te conozco demasiado bien…
  -Entonces si lo sabes, te habrás dado cuenta que estoy un poco de mala leche, y cuando estoy así, no me apetece mucho hablar.
    Habíamos llegado a casa, así que abrí la puerta y salí escopetada, pero Logan, gritando mi nombre en medio de la carretera me frenó en seco, tan parecido a como si el ala de un enorme cuervo me frenara.
    Me di la vuelta y lo miré exasperada. Logan rodeó el coche y se apoyó en el capó con las piernas estiradas y los brazos cruzados sobre el pecho, todos los músculos de la parte de arriba de su cuerpo se tensaron como mi mandíbula.
 
 
 
  -También me había dado cuenta de ese detalle, pero como nunca me dejas terminar una frase, no sabes lo que a continuación iba a decirte.
  -Sorpréndeme Logan.
  -¿Quieres que lo grite? –Unas de sus cejas se alzó esperando irónicamente a que me diera cuenta de que estábamos en mitad de la calle formando una escenita.
    Bufé, miré a un lado y a otro de la carretera y pasé mi mano por el pelo tirándolo hacia atrás.
  -Gaela, no seas tan…
    No lo dejé terminar, antes de que comenzara con la segunda palabra avancé hacia él y me coloqué delante.
  -¿Qué? –Pregunté con sarcasmo.
  -Que… -Logan alargó una brazo y tomó mi mano para llevársela cerca de él y arroparla con la otra, luego me miró directamente a los ojos. –Quería decirte que, quiero que sepas que estoy ahí, a tu lado y que si me necesitas acudiré volando a tu balcón para ofrecerte mi hombro. –Sonreí por ese comentario y él me la devolvió, después dio otro tirón más y me estampó contra su cuerpo para terminar dándome un súper abrazo de oso.
  -Como amigos. –Le recordé sumergiéndome en ese mismo abrazo.
  -Algún día…
    Me retiré hacia atrás pero su carcajada rompió mi comentario y tan contagiosa como un resfriado, terminé riéndome con él, pero de pronto, un terrible sonido salido del propio infierno cortó todo en la tranquila noche.
 
 
 
    Un frenazo junto con un coche acelerando delante de nosotros, prácticamente rugiendo con un motor puesto a tope, pasó por delante de nosotros a toda velocidad, dejando una humareda a goma quemada en el ambiente.
    Miré atentamente, entre el humo, al coche que subía la calle desapareciendo en la lejanía remota de otra calle diferente. No era un coche muy común, como no era un coche que yo conociera, hasta esta noche. No sabía si estaba sufriendo alucinaciones o simplemente mis ojos me estaban engañando pero, creía ver el mismo Audi Q5 que me había seguido antes.
  -Ese se cargará la inyección antes de darse cuenta…
    Escuché de fondo a Logan hablando sobre el maltrato que el conductor le daba al coche negro, pero esa interrupción había cortado una parte de mi cerebro, ya que esa misma parte estaba sumamente atenta a la huella en el suelo que el Audi había dejado.
  -¿Gaela?
    Sacudí la cabeza y me centré en Logan. Parecía preocupado y su ceño se juntaba cada vez más.
  -¿Te sucede algo? Parecías estar en otro mundo.
  -No. –Contesté mientras formaba una sonrisa en mis labios. –Ha sido únicamente la molestia de ese sonido…
  -Un gilipollas que quiere vacilar. –Declaró haciendo un gesto con las manos para burlarse.
  -Supongo. –Me lamí los labios y le di un golpecito en el pecho mientras me daba la vuelta. –Es tarde. Me voy para arriba. –Continué hablando mientras caminaba hacia atrás.
  -Mañana seré puntual. –Recordó.
    Se lo agradecí con la cabeza. Logan se dio la vuelta y rodeó el coche, después alzó la vista y me indicó con gesto de cabeza que avanzara.
  -Animo, esperaré a que entres a casa.
    Como siempre, todo un protector, él esperaría hasta que yo me metiera en la protección de casa.
  -Buenas noches. –Me di la vuelta y me fui directa a la entrada.
  -Buenas noches conejita.
    Ese último comentario me hizo girarme pero mi amigo ya estaba dentro del coche y por mucho que quisiera ponerme a gritar en medio de la noche, no era un buen plan, así que levanté mi brazo y tras despedirme con un aleteo de mano, le planté el dedo corazón en todo lo alto, después solté una carcajada y me di la vuelta para entrar en el edificio.
 
    Trabajaba en una pequeña empresa que nos habíamos montado Gina, Zoe (Mi cuñada) y yo, de organización de fiestas de toda clase, y que gracias, al empeño de Gina, la resolución de Zoe y mi gracia en empatizar con los clientes, la empresa funcionaba bastante bien.
    Aunque el mayor merecido era todos los deportes de riesgo que ofrecíamos, principalmente: la escalada, el buceo y la aventura de perderse en la selva o introducirse en una cueva a unos cuantos metros bajo tierra y mil cosas más de alto voltaje que animaran a nuestros clientes a repetir con nosotras (cosa que nos había costado unas cuantas clases extras para tener autorizaciones o carnets para desempeñar esos deportes).
    Pero hoy por la mañana la empresa……………. parecía sufrir un caos.
    La plantilla era muy reducida, y el local tampoco es que fuese muy grande. Era un adecuado local que le habíamos comprado a un anciano que vendía objetos de pesca y que se había jubilado para salir a navegar con su mujer. Fue una ganga con lo cual, el dinero real lo empleamos en la reforma.
    La entrada te daba directamente con una gran sala donde se desempeñaba casi todo el trabajo en seis mesas con siete trabajadores, después había una sala de juntas y tres despachos un poco más pequeños, pero lo mejor de todo era la preciosa terraza que comunicaba con los tres despachos y que daba directamente a la playa con un acceso por una pasarela al puerto.
 
 
 
    Impresionante.
    A la entrada me choqué con Sara, nuestra recreadora de deportes de riesgos, esa mujer sacaba las fiestas a un desmadre por las nubes e incontrolables, pero con el resultado acertado de ganarse a un cliente más, pero ese día parecía no dar pie con bola. Daba zancadas y corría de arriaba a abajo mientras, colgada del teléfono, pegaba nombres de sus artefactos preferidos y arriesgados en un mural de cristal. Los hermanos gemelos; Tom y Jerry, estaban enganchados, y casi sin parpadear mirando tres ordenadores a la vez y Gina, metida en su despacho lanzando gritos a su secretaria.
    Mierda, y encima con el día que llevaba.
    Me había levantado más cansada que el mismo domingo, la resaca aun me pesaba, y para colmo, mi camisa se había bebido la mitad de mi batido de chocolate cuando Logan, en un ataque de entusiasmo, había acelerado para impresionar a una chica que había esperado a que el semáforo en rojo marcara el verde de salida.
    Otro que era imposible controlar. (Por suerte había venido puntual a recogerme)
    Y ahora me metía en un ataque con tanques que ni siquiera estaba planificado.
    Que suerte la mía.
  -¿Estamos en guerra?
    Pregunté tras chocar con la segunda persona del día al entrar en el despacho de Gina. Mi amiga me dedicó una mirada salvaje y después tomó asiento en uno de sus sofás de diseño que ocupaban la mitad de esa sala.
  -Casi. –Cerró los ojos un momento para practicar su mini-sesión relajación de Yoga anti estrés, resumiendo; Gritándose mentalmente un millón de tacos para no parecer una loca.
    Mierda, esto tenía que ser gordo. Gina no era de las que se volvían locas y lanzaban cosas por el aire o daba problemas o, insultaban a otro en un arrebato, ella mantenía la postura ante todo y verla así, tan al límite era particularmente preocupante.
    Después abrió los ojos y se incorporó sentada.
  -Esto es un desastre. –Sentenció con un suspiro.
  -¿Por qué?
    Me apropié de un croasen que había en una caja en su mesa y me senté delante de ella. Gina se frotó, con las manos la cara y se cruzó de piernas.
  -Nos han encargado una fiesta de nivel seis.
    Alcé una ceja. No veía el problema por ningún lado, eso significaba por lo menos, unos cientos de los grandes.
  -Eso es estupendo. –Sonreí y la miré con ceño cuando me miró con esos ojos de cordero degollado.
  -No me mires así. Lo quieren todo y en un lugar paradisiaco. –Dijo con ansiedad.
    A la mujer súper relajante muscular, le temblaba un ojo con tic pasmado. No sabía si reírme o consolarla.
  -Gina…
  -Para dentro de dos semanas.
    Y esa información fue el interruptor tipo, chute de red Bull sin edulcorar, que me empujó al movimiento.
    El día fue una locura, es más, todos parecíamos salir de un manicomio, los insultos, las ordenes y el amor sin trasparencias, fue lo que más se vio en todo el mundo. Solo me tomé unos segundos para comerme una manzana, junto con Gina, solo que ella optó más por ahogarse contra la colección de cojines de colores que había en uno de mis sofás.
  -Tú madre ha llamado. –Me dijo de repente y la manzana se me atragantó. –Pero tranquila, he solucionado tu problema.
  -Gracias, en este momento lo que menos me apetece es hablar con mi madre.
  -No lo entiendo, tu madre es un cielo.
    Puse cara de póquer y tragué ese trozo a la fuerza. Si continuaba así, me tendría que meter la comida con un desatascador.
  -Porque no es la tuya, adóptala y después de dos días enteros me dices.
  -Igualmente, opino que exageras.
    No quise contestarle, mi madre adoraba a Gina, ella conseguía que los ojos de mi madre brillaran, que su voz sonara más dulce de lo normal e incluso conseguía que mis pecados fueran comprensibles, creo que por ese motivo Olimpia me llamaba al trabajo, solo para tener una conversación de vez en cuando con la dulce Gina.
    La ironía de la vida.
    En ese momento sonó mi teléfono móvil, lo cogí de encima de la mesa y nada más ver el nombre de Ivan en la pantalla, rechacé la llamada.
  -¿Estas evitando a Ivan también? –Preguntó con la ceja alzada y una sonrisa de lado.
  -¿Se nota mucho?
  -Bueno le has colgado tres veces hoy.
    Tenía razón, y aunque había sentido el nervio en el estómago nada más ver su llamada, no me apetecía hablar con él por muchas cosas, y la más principal, no quería discutir.
    Como tampoco quería hablar ahora de él.
  -¿Qué pasa con Ete? –Pregunté. Gina se levantó, se arregló el pelo y cogió la manzana que se me había atragantado de encima de la mesa.
  -¿Qué le pasa? –Preguntó dándole un bocado a mi almuerzo-comida.
  -He estado llamándolo y no me coge el teléfono.
  -Está de viaje, tiene un par de bolos. Cinco días y regresa, pero tranquila, nada más vea tu llamada la contestará y si no se lo recordaré yo.
    Me encogí de hombros y le quité de la boca mi manzana para darle un bocado.
    La confianza entre estos dos era tan llamativa que daba asco… en el buen sentido de la palabra.
    La puerta de mi despacho se abrió y un enorme ramo de flores apareció con unos brazos y unas piernas alrededor.
  -¿La señorita Gaela Lee? –Preguntó una voz alegre amortiguada por un enorme ramo de rosas, cláveles, orquídeas, azucenas y mil flores más.
    Al escuchar el apellido la manzana que había en mi mano se me cayó al suelo y mis palabras se atascaron en mi garganta.
    No puede ser, esto no puede estar pasando.
    El joven que sostenía el ramo lo repitió de nuevo adjuntando una información nueva que ni llegué a escuchar ya que me encontraba un poco alucinada. Gina, al ver mi cara de espanto se levantó del sofá y pasó por mi lado para llegar al ramo con patas.
  -Aquí es. Gracias, ¿Puedes dejarlo encima de la mesa?
    El mensajero pasó por mi lado pidiéndome disculpas cuando me empujó y dejó el enorme ramo encima de la mesa central que acompañaba los sillones, después se fue con una sonrisa.
  -¿Quién demonios te llama Lee?
     Parpadeé y negué con la cabeza, Gina con una sonrisa se acercó al ramo y absorbió el aroma, después miró cada flor.
  -Lleva tarjeta…
    Reaccioné con rapidez antes de que mi amiga se apoderara de la tarjeta, y con suerte, el papel ya lo tenía en la mano cuando me lancé a por él. Mi amiga se quejó y me miró estupefacta.
  -Sabes, no la iba a mirar, pero ese comportamiento de poseída por un demonio, me ha levantado una curiosidad tremenda, así que… Cuenta, sino, te prometo que no te dejo en paz.
    Antes que nada, miré la tarjeta para asegurarme de que era de quien era, y… Me quedé con un par de narices, hasta perdí el equilibrio.
    Ese hombre era insoportable, prepotente, engreído y un auténtico gilipollas de campeón de campeones.
    La leí de nuevo, por suerte era corta concisa y fría como el hielo.
    Señorita Lee;
    No me gusta que me tomen por un idiota, si me ha visto cara de tonto, es que realmente no me conoce.
    El viernes a las 2 pasará un coche a por usted, y esto no es una opción, vendrá quiera o no. Tenemos que aclarar unas cosas.
    Marlowe.
    Cabrón, cerdo, arrogante, payaso… Ajj.
  -Con la cara que pones, me parece que no es un poema romántico.
    Alcé la mirada y sentí como la sangre me hervía y como los ojos me picaban y no era exactamente por llorar, deseaba estampar el ramo contra la puerta, llamar a ese individuo y soltarle unas cuantas cosas.
    Claro que tenía pensamientos de aceptar esa oferta, yo también le iba a decir unas cuantas cosas y desde luego, necesitaba una buena explicación de cómo demonios había averiguado la dirección de mi trabajo y quien coño se pensaba el lord marajad, para tratarme como una mojigata y darme ordenes como si fuera su secretaria.
    Y una mierda, a mí no me chuleaba ni mi madre.
  -¿Te acuerdas del tío del Aston Martin? –Le pregunté a Gina con la intención de contárselo todo. Necesitaba su sabia opinión.
  -El de Adriana… -Su boca no solo se silenció, también se abrió como un plato de grande y sus ojos se ampliaron dramáticamente. -No me fastidies. ¿Son de él?
    Le dije que sí con la cabeza y le conté todo brevemente haciendo que me prometiera (Con una tortura lenta y dolorosa si hablaba) que no le diría nada a Adriana, ya que realmente no había sucedido nada con él, vale, todo había comenzado muy bien, y desde luego que me había vuelto loca y muy dentro de mi…
    No te pases que no hizo mucha falta rebuscar para que se te mojaran las bragas…
…pero muy dentro, deseaba que sucediera algo, por suerte no pasó nada más, don perfecto me largó antes de que me lanzara como una leona.
  -No escarmientas, siempre terminas detrás de un capullo mejor. –Concluyó con un gesto negativo. –Primero Serenato, después Ivan, y ahora ese tal Liam. Comienzo a sospechar que no tienes un buen juicio…
  -Vale, Gina, no te pases. –La interrumpí antes de que comenzara a desvariar y darme lecciones de moralidad.
    Me levanté para tirar esa tarjeta a la basura, lo malo es que en ese mismo momento deseaba quemarla, descuartizarla y pisarla, como deseaba hacérselo al dueño.
  -Lo siento cielo, pero es que te veo muy perdida y en un punto de tu vida que no tiene muchas salidas. Pero no te preocupes, yo te voy ayudar con el tema de Ivan. –Gina me rodeó los hombros con un brazo y apoyó su cabeza en mi hombro. –En cuanto a lo de Liam… eso lo tienes que solucionar tú sola.
    La miré y le sonreí por ese gran apoyo.
  -Lo solucionaré, tranquila. –Afirmé con una convicción que me animó tanto mental como físicamente.
  -¿Qué hago con las flores?
    Miré ese enorme ramo de flores y por un momento admití que ese hombre tenía buen gusto, las flores eran preciosas, pero una idea pesada y jodida me revolvió el estómago. Seguramente ese hombre tendría una floristería propia para poder enviar flores a todas sus guarrillas.
  -Tíralas a la basura, no quiero saber nada más de él.
    Decidí finalmente dándome la vuelta y saliendo del despacho para ponerme manos a la obra y ocupar todo mi tiempo en mi trabajo, pero mi día tenía que continuar dándome por el culo cuando Sara, con cara de pocos amigos y más estresada que antes, se acercó con el teléfono en la mano.
  -Es Ivan. –Me pasó el aparato sin darme la oportunidad siquiera de decirle que colgara o que se inventara algo para poder evitar hablar con él.
    Perdidos al rio, que más me daba un dolor más de cabeza, hoy ya tenía el cupo lleno.
    Me golpeé el teléfono con la cabeza mientras cerraba los ojos, utilizando el método de meditación de Gina, cosa que no funcionó, y me armé de valor.
  -Hola.
  -¿Estas ocupada?
    ¿Y esa molestia? ¿De dónde venía? Miré el teléfono de nuevo para asegurarme de que quien había al otro lado fuese Ivan ya que tanta condescendencia no era muy normal en él, pero sí, lo era.
  -La verdad es que un poco. –Reconocí con voz cansada para dar más vida a mi escusa.
    Con suerte me libraría de una tensa conversación.
  -No te molestaré mucho. –Su voz era muy neutral, demasiado y ese sonido me puso la piel de gallina y algo más. -Tan solo quería… saber si estabas mejor.
  -¿Solo? –Ahogué un grito, era la primera vez que se preocupaba por mí, normalmente sus llamadas eran las de ponerse el cinturón de seguridad.
  -¿Es un problema también preocuparme por ti? –Noté el sarcasmo y ese matiz de tiburón blanco, que tan bien conocía.
  -Problema no, es extraño.
    Hubo un tenso silencio. Me dediqué a tomar el aire y a retirarme un poco de los cotillas ajenos que había en la sala central del local, solo confiaba en Tom y Jerry, los gemelos estaban tan pendientes de los tres ordenadores que tenían delante de las narices que aunque pasara una mujer totalmente desnuda delante de sus narices, no serían capaces de retirar sus ojos de esas pantallas, parecían abducidos por ellas.
  -Tú y ese comportamiento infantil. ¿Piensa un poco antes de hablar, Gaela?
    Y ahí estaba el hombre capullo que yo conocía.
  -¿Qué quieres Ivan? No tengo tiempo de recibir tus lecciones hoy mismo…
  -Si quiero tú tiempo lo tendré, te vas a convertir en mi mujer y si preciso que necesito solucionar cosas, tú simplemente las harás…
  -No lo tengas tan claro…
  -… No pienso tolerar ningún comportamiento vulgar cuando nos casemos…
      Colgué. No solo porque me sacó de quicio ese comentario y no solo porque había continuado hablando como si mi opinión no valiera una mierda, más bien fue porque, Tom y Jerry me estaban mirando con los ojos abiertos y todo porque estaba estrujando uno de sus donuts de chocolate como si fuera una bola contra el estrés, derramando ese líquido encima de uno de los teclados.
  -¿Estas bien Gaela? –Preguntó Jerry mirando mis ojos, Tom estaba demasiado alucinado mirando el donuts como para prestar atención a la loca que había maltratado parte de su almuerzo.
  -De puta madre.
    Contesté y me dirigí a mi despacho cerrando de un terrible portazo. El ramo había desaparecido para ser sustituido por mi móvil que se había vuelto loco encima de la mesa de cristal. El teléfono tardó cinco minutos en dejar de dar vueltas por el cristal. En todo el tiempo que duró esas siete llamadas me mantuve quieta y atenta, temerosa y con las manos convertidas en puños para no contestar. Por suerte la tortura terminó y pude relajarme hasta que el timbrazo del teléfono fijo de mi escritorio me sobresaltó, le di al botón y la voz de nuestra recepcionista principal sonó dulce y delicada.
  -Gaela, te paso una llamada.
  -No…
  -¿Me has colgado? –Gritó incrédulo y me lo imaginé en mi mente; con los ojos hinchados y la vena de su cuello al límite.
  -Perdona, se me ha escapado el dedo, por lo visto tiene vida propia…
  -¡Que sea la última puta vez que te atrevas a colgarme! –El eco resonó por todos los rincones de la estancia poniéndome los pelos de punta.
  -Relájate…
  -No me interrumpas. –Gruñó violentamente. -Regresaré este viernes y quiero que estés preparada para la fiesta de bienvenida de tu hermana. Recuérdalo, porque no pienso volver a llamar más.
    Y me colgó esta vez él.
 
 
 
    Genial, un día genial, y para colmo, mi hermana volvía a casa.
    Con tanto sobresalto terminé derrumbándome encima del sofá donde antes Gina se había intentado ahogar, que lástima que los cojines no surtieran efecto, porque por décima vez en todo este mes, pensé seriamente en suicidarme.
 
 
Continuará.....................

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