Capítulo 7
La semana había transcurrido de lo más
agitada. Mí día a día se había convertido en un remolque de locura detrás de
otra. La tensión no solo se palpaba, te estampaba contra las paredes de boca.
La gran fiesta en la que trabajábamos, era la gran oportunidad que
necesitábamos para conquistar y ampliar en la sociedad nuestra marca para dar a
conocernos entre ese mundillo.
-¿Me has echado de menos?
Alcé mi vista del ordenador a duras penas y
le dediqué una sonrisa a Adriana, ella entró, cerró la puerta y se paseó por la
oficina como una diva entre papeles. La miré, exactamente esa falda que dejaba
poco para la imaginación y volví de nuevo a repasar el horario de ruta que
habían construido lo gemelos para uno de los días en la isla.
-¿Qué haces aquí? –Pregunté sin mirarla y en
un tono que bien podía dejar claro lo agobiada que estaba en ese momento.
Los invitados, a quien nosotras llamábamos huéspedes
o males de cabeza, habían solicitado, en el último momento un requisito más.
Una pequeña excursión al interior de una cueva de un nivel “Junior” , un nivel para que todos se
apuntaran, los que sabían y los que no tenían ni idea de caminar, bucear o
escalar, aunque la última palabra la tenía Gina y su obligación de castrar a
los atontados que iban de atrevidos… En fin, no deseábamos comernos la
responsabilidad de un accidente por darle el placer a un sujeto que solo quería
chulear delante de los demás.
La cueva que se había seleccionado era más
que nada un tobogán en un parque de atracciones situado casi, en el centro de
ese paradisiaco lugar, y me tocaba a mí, encargarme de ser su guía, con lo
cual, aquí estaba, peleando con la información que nos había enviado Carlos,
nuestra temporal adopción de Hawái
para echarnos una mano.
Todavía no conocía a nuestros huéspedes y
ya les estaba cogiendo un asco de miedo.
-Es la única forma de verte. –Continuó
Adriana pasando olímpicamente del bufido que solté cuando la escuché hablar de
nuevo. -Gina también va a tope y la otra noche se pasó por casa. –Se sentó en
uno de los sillones, cruzó las piernas y se puso a jugar con su pelo. –Cenamos
todos juntos menos tú…
-Y Ete. –Rectifiqué levantándome para buscar
los informes que me faltaban en una esquina de mi mesa.
-Él al menos está de viaje, tiene escusa.
–Replicó dedicándome una mirada acusatoria. Le sonreí y ella me miró
confundida. -¿Dónde vas?
Me giré abruptamente cara ella sin entender.
Por lo visto mi confusión me hizo parecer loca, porque mi amiga bufó y con un
movimiento de manos me señaló mi vestido con desdén.
-Estas cañón… -Declaró con tono sorprendido
antes de que consiguiera lanzarle alguna contestación.
Después se levantó lanzándome una sonrisa
juguetona mientras le dedicaba un silbido a mi vestido blanco de manga corta y,
al salón rojo de unos once centímetros de tacón que, aunque a simple vista se
convertían en dos piezas exclusivas de la moda, para mí eran solo dos armas
masivas de tortura para mis pies.
Pero
más me valía soportar el dolor, mi aspecto estaba en juego.
Vale, tenía que reconocer que me había
pasado un poco con el modelito. Pero mi intención, esta vez, era dejar muerto a
Liam, y con un increíble dolor de cuello, mientras miraba como me iba.
-¿Ivan ha adelantado su cita? –Preguntó
Adriana.
-No. –Contesté con rapidez… demasiada
rapidez.
Comencé a sentirme un poco nerviosa. No me
gustaba mentirle a mi amiga pero no me apetecía contar la historia de nuevo
como un disco rayado, y menos una historia a la que hoy pondría fin y en la que
el protagonista, era el mismo por el que Adriana había demostrado un gran interés.
-Tengo una comida. –Dije finalmente
sintiéndome orgullosa de mí misma ya no solo por la rapidez que…
Dos
puntos Gaela.
También por la seguridad que desprendía mi
voz.
Dos puntos más y OLÉ.
-¿Con quién? –Cortó mi fiesta privada con un
tono que me sacaba un poco de quicio.
Le dediqué una mirada fija sin parpadear
para indicarle que estaba trabajando y no tenía tiempo de darle un informe,
detallado, de mi día de hoy.
-No pienses mal, es solo trabajo…
-Mmm, no me interesa. –Se acomodó de nuevo en
el sofá y fijó la vista en las uñas de sus pies, la miré por el cambio radical
de esa cara y quise reírme por lo fácil que era tratar con ella en algunos
casos.
Debería de haber comenzado por ahí.
-¿De quién es la fiesta que preparáis con
tanta pasión?
Otro cambio de conversación, y este, con
todo lo que tenía encima, no le presté tanta atención.
-Ni idea, eso lo sabe Gina, hablaron con ella
directamente. –Contesté mientras volvía de nuevo a la silla para plantar mis
ojos en la pantalla de nuevo.
-Crees que… -Alcé la vista de nuevo y me la
encontré apoyada en el brazo del sillón mordiéndose los labios. –Hay alguna
forma de colarme en esa fiesta.
-Habla con Gina…
-Ella me dirá directamente que; nooooooo.
Sonreí por la imitación barata que hizo de la
voz de nuestra amiga y dejé a un lado el trabajo, al fin y al cabo podía
cogerme un pequeño respiro. Aunque tampoco trabajaba mucho con una mosca
silbándome en la oreja.
-¿Has venido a verme o para sacarme un pase
vip para la fiesta?
-Las dos cosas. –Adriana sonrió como un
angelito inofensivo, le faltó juntar las manos y la imagen sería la original y
sacada de una estampita.
Toda una artista en artimañas.
-Veré que puedo hacer.
Me rendí al final por no continuar con una
discusión de veinte minutos que terminaría con la misma frase que había soltado
en tan solo un minuto.
Llamaron a la puerta, tres toques y antes
de que indicara a la otra persona que podía entrar, un cabello revuelto y
rojizo, entró con su dueña maldiciendo a la bendita madre de la naturaleza.
Aunque la realidad era que su cabello parecía un estropajo en ese momento por
la pesada humedad que había dejado una noche lluviosa y no por la supuesta
ventisca que Gina había exagerado tener encima de ella.
-Maldita sea… -Se quejó mientras trataba en
balde, coger unas greñas peleonas para aplastarlas contra su melena. Lo dejó
estar y después de bufar, le dedicó un ceño a Adriana. -¿Todavía estas aquí?
Adriana ni se inmutó, tan solo se encogió
de hombros mientras pasaba uno de sus dedos por la tela del sillón de piel
donde estaba sentada.
-¿Pues es que no me ves? –Se burló después de
unos segundos.
-¿No sabes lo que es el sarcasmo? –Si no se
había enterado, esa pregunta se lo dejó claro ya que el sarcasmo había sido
utilizado con tono deliberado.
-Tú sarcasmo no me preocupa tanto como tu
necesidad de echar un polvo. –Se mofó de buen humor Adriana.
-No tengo necesidad de sexo. –Se quejó Gina
con un gruñido.
Mentirosa.
Desde que Ete se había ido, Gina se había
convertido en un gremlin remojado con
los labios pintados en rojo.
Adriana contratacó ese comentario casi
leyéndome el pensamiento, pero tuve que dejar de escuchar en el momento que el
teléfono de mi mesa sonó. Al escuchar el segundo toqué el estómago me dio un
brinco y cuando alargué los dedos para tomar el aparato vi que estaba temblando.
-Dime. –Contesté en un susurro.
-Gaela,
el coche que esperabas ya está aquí. ¿Quieres que le diga que espere?
-No, ya salgo…
…O eso pensaba yo.
Mierda,
ya está aquí. Respira y no te mates… ¿Por qué demonios había optado por ponerme
estos tacones?
Porque eran mis preferidos y prácticamente
se habían convertido en mi amuleto de la suerte por tres razones;
1º Los llevaba puestos el día que
conseguimos una financiación para nuestra empresa.
Un milagro caído del cielo con el bolsillo
lleno.
2º Un cambio de última hora, como decidir
ponerme esos zapatos esa mañana, consiguió nuestro mayor trabajo para una
cantante de pop reconocida. La asociación
que ella había contratado la dejó plantada, y de pronto, en el mismo momento
que me colocaba los zapatos, uno de sus agentes llamó a Gina y… Boom.
Trabajo a la vista.
Preparamos su fiesta de cumpleaños en la
isla Ariara, en Filipinas, donde, a parte de un viaje gratis, mucha faena y una
legión de locos jóvenes perdidos por el alcohol, el vieja resultó ser toda una
experiencia y un pequeño lanzamiento para nuestra empresa.
No obstante, todavía nos quedaba mucho
camino que recorrer, por ese motivo Gina había aceptado esta nueva fiesta.
3º Y el último. Los llevaba puestos el día
que conocí a Ivan. Está bien, él me había rechazado ese mismo día, pero,
mirando el lado bueno (Que lo había) me iba a casar con un dios griego de ojos
grises, así que el efecto mágico del zapato de tacón funcionaba.
Lo malo de ese poder es que ahora no surtía
mucho efecto, porque toda la valentía que había demostrado en mis pensamientos
se fue a tomar por el culo.
Era el momento, y había estudiado cada
palabra, hasta lo había interpretado cara el espejo para poder memorizar mis
gestos, pero ahora mismo, esas frases, esos comentarios inteligentes y esas
caras altivas, desaparecieron, ya no estaban y yo estaba hecha un flan, como
una quinceañera en su primera cita, o como una novata en su primer beso…
Tranquila,
eso no va a pasar. Hoy habrá una guerra, no una bacanal.
Me repetí eso
mentalmente, una y otra vez, y conseguí levantarme de la silla. Gina y Adriana me
miraban intensamente y un poco perplejas.
-¿Te has tirado un pedo?
Parpadeé porque no me esperaba esa pregunta
y por qué no me lo había tirado. Miré a Adriana con los ojos abiertos como
platos.
-No. –Contesté secamente y de pronto sentí
las mejillas arder.
-¿En serio? –Insistió.
-¿Acaso has escuchado algo?
-No, es por la cara que estas poniendo.
-¿Qué cara? –Pregunté tocando mi rostro con
las manos, pero inmediatamente al caer que iba maquillada retiré las manos.
-Sí, pareces un poco estreñida. –Esa fue
Gina, y desde luego que de ella no me esperaba una broma de tan mal gusto.
¿Es que ahora era la pedorra del grupo?
-Que os den a las dos.
Me di la vuelta y salí del despacho escuchando
las carcajadas a mi espalda.
No presté atención a nada, concentrada en
lo mío como estaba no había lugar para continuar con la broma ya que la
saturación de sentimientos que me arrollaban eran mi principal motivo para dejar
a un lado a todo el mundo.
Así que, seguí adelante pasando de todo, no
hice caso a nada, ni siquiera cuando me choqué con un cuerpo que entraba y ni
siquiera cuando ese cuerpo me tomó del brazo para frenarme. Me giré con la mano
levantada para darle un empujón de los buenos y tumbarlo en el suelo, así de
esa forma, descargaría contra el pesado toda mi mala hostia, pero mi mano se
frenó a mitad de camino cuando el individuo, que yo había calificado de pesado,
sonrió.
Era imposible no responder a la sonrisa de
Ete. Ahora entendía como se sentía Gina cuando él estaba cerca y como
influenciaba ese hombre en ella.
-¿Y esas prisas? –Preguntó alegremente
mientras su mano se resbalaba por mi brazo hasta llegar a mi mano, después dio
un tirón para acercarme a él y me dio un beso en la mejilla.
-Me están esperando...
-Señorita Lee.
El mismo hombre que vino a mi casa a
traerme el bolso en persona, apareció a mi lado con un rostro inflexible, pero
demostrando una gran educación.
-Un segundo.
Le
pedí amablemente y el hombre, a una pequeña distancia, aceptó con un movimiento
de cabeza, después colocó las manos a su espalda. Me giré para despedirme de
Ete, mi amigo le echó una mirada dudosa al hombre, luego se giró cara mí con
ceño.
-¿Lee? –Preguntó Ete arrugando la frente.
-Es largo de contar. –Le expliqué con una
sonrisa. Ete lo aceptó, se metió las manos en los bolsillos y comenzó a
balancearse.
-Perdona por no contestar a tus llamadas, he
estado un poco ocupado…
-Tranquilo, no te preocupes.
A la vez que interrumpí a mi amigo, miré de
reojo al hombre, su postura tan recta, disimulando sin mostrar ninguna reacción
me resultó de lo más incómoda.
-De todas formas tengo que hablar contigo.
¿Tienes mucha prisa?
-Señorita Lee, -Interrumpió el desconocido con
tono suave. -no quisiera intervenir, pero se hace tarde y el coche espera.
–Recordó el hombre mientras dirigía una mirada hacia delante, donde un elegante
coche negro con los cristales oscuros se mantenía en segunda fila.
-Sí, un poco. –Señalé con la cabeza al hombre
mientras que con una sonrisa burlona, señalaba el motivo de mi prisa. -¿Qué tal
si lo dejamos para mañana?
-¿Mañana? ¿Tanto durara esa comida? –Preguntó
Ete con los ojos abiertos.
La
comida ni siquiera se va a iniciar.
Pensé.
Por
supuesto, estaba de acuerdo, tenía pensado pegarle la patada a don perfecto,
antes de que mi cuerpo decidiera por mí. Pero no tenía intención de mencionar
mis pensamientos en voz alta, que el desconocido ausente se enterara rompería
con todos mis planes.
-No, pero esta noche tengo cena familiar y… ya
sabes lo estrictos que son en mi familia con la puntualidad.
Ete se rascó la cabeza deshaciéndose el pelo.
Miró un poco incómodo al hombre que teníamos al lado, y luego se acercó un poco
a mí, tratando de que solo yo escuchara su comentario.
-Está bien, entonces… Mañana nos veremos en
el festival y hablaremos, esto es importante.
Acepté con la cabeza sin darle mucha
importancia a esa conversación y me despedí de Ete para seguir a Don estirado.
El hombre, embutido esta vez en un traje
gris marengo, me abrió la puerta como todo un caballero y entré. Pensé que me
encontraría a alguien ahí dentro, pero la soledad ocupaba todo ese espacio
lleno de frescor gracias al aire acondicionado.
Me sentí decepcionada, porque aun
manteniendo mi postura de darle la patada a Liam, una parte de mí deseaba
mantener un agradable paseo con ese hombre, aunque el paseo se basara en una
conversación acalorada, que tal vez terminara aun peor de lo que comenzara, pero
al menos, disfrutaría de su compañía y…
Detente
Gaela. Tus pensamientos no van por un buen camino.
Sacudí la cabeza y fijé
la vista en el conductor. No sabía nada del hombre que tenía delante, era, aún
más incógnita que el otro hombre al que me dirigía.
-¿Desde cuándo trabaja para el señor Marlowe?
Mi intención era entablar una conversación
con el conductor y de esa manera, tratar sobre todo de no pensar en el otro
hombre que me esperaba.
-¿Marlowe? –El conductor parecía confundido,
aunque, tras mirarlo a través del retrovisor, no vi ningún cambio en su cara
que me indicara alguna alteración de mi pregunta.
-Liam Marlowe. –Contesté como algo natural,
por si acaso no me había entendido la primera vez.
-Perdone, pero no acostumbro a llamar al
señor por su nombre de pila.
Eso sí que me confundió a mí, y ahora
parecía que fuera yo la que no entendiera a que se refería.
-¿Su nombre?
-Sí, es Liam-Marlowe, con guion entre los dos
nombres.
Interesante.
Tenía su lógica, pero a mí me dejaba como
una tonta. Ese hombre solo me había dado su nombre y sin embargo, él no solo sabía
mi apellido, sino que lo había modificado a su antojo.
Que genuino de mi parte. Lo malo de todo es
que ahora estaba interesada en su apellido, ya que si no lo daba, era porque…
ese hombre tenía algo que esconder, y no hay mayor placer que, un enigma por
descubrir.
Qué
lástima que hoy sea la última vez que lo veas.
Me adelanté un poco en mi asiento,
sentándome de lado para no chocar con el sillón de enfrente y poder conversar
mejor con el conductor mientras pasaba olímpicamente de los comentarios
contradictorios que me lanzaba mi cabeza.
-Ah. ¿Y como acostumbra a llamarle?
-Eso debería preguntárselo a él. -Un empleado muy listo. –Por favor, señorita
Lee, póngase el cinturón de seguridad.
Recibí una mirada severa a través del
retrovisor que funcionó. Volví a mi puesto y me abroché el cinturón, después
devolví mi mirada a ese espejo, solo que el conductor ya no me miraba, fijaba
su vista en la carretera.
-Muy bien, si se rige por sus principios o
por el respeto hacia su jefe, al menos, podría decirme como se llama usted…
-Bennet.
-¿Simplemente? O ¿Queda algo delante o
detrás?
-Bennet es mi nombre, señorita Lee.
–Pronunció mirando de nuevo por el retrovisor interior en mi dirección.
-Y el mío es Gaela Nicola-Lee. –Rectifiqué a
Bennet.
Sabía que esto no era un juego, pero no
estaba mal, de vez en cuando, tener algo con lo que poder atacar y mi dialecto
acusatorio en broma funcionó, ya que, en sus ojos pude ver un destello de
incomodidad.
-Disculpe, no lo sabía, el señor me dijo que
preguntara por Gaela Lee…
-No se preocupe, me imagino lo suspicaz que
es Liam-Marlowe…con guion en el medio, en cuanto a dar órdenes. –Las últimas palabras
las alargué con intención.
Bennet sonrió y dio un cabezazo estando de acuerdo
conmigo, y por primera vez vi una sonrisa natural en ese rostro estirado.
Sonreí, compartiendo con él la broma y me recosté en el asiento con mucha más
serenidad. Dirigí mi vista al paisaje que se presentaba por la ventana y me
dejé llevar por el trayecto. Bennet, un correcto hombre al volante, ya no se
pronunció más hasta que llegamos al lugar.
Esta vez el coche fue aparcado en el
interior, en una plaza privada de una planta baja, un piso inferior de la
entrada y donde más coches estaban estacionados. Bennet me abrió la puerta y me
acompañó hasta el ascensor. Ni me permitió darle al botón para llamarlo, ni
cuando estábamos ya dentro, así que, totalmente servida, apoyé mi espalda en la
placa de metal de ese enorme ascensor y fijé mi vista en los números que se
marcaban en letra roja encima del teclado.
Seis, siete, ocho, nueve…
Comencé ahogarme sin darme cuenta.
¿Era una cuenta atrás?
Sí. Exactamente. Ver los números aumentar
en una lista hacia arriba se convirtió en una cuenta atrás que me sentenció a
estar condenada. Bajé la vista para olvidar la pantalla que ya parecía borrosa
y me centré en el suelo de mármol blanco.
Demasiado tarde.
Los síntomas eran la definición clara de ponerme
nerviosa, y no me lo explicaba, había pasado un día de lo más tranquilo, bueno,
tampoco tranquilo, podía decirse que ocupado, con la mente totalmente ocupada,
basándome en sacar cuentas, reservando habitaciones de hoteles, dando nombres,
cuentas colectivas de invitados, rutas de senderos y mil cosas más, pero ahora,
había llegado el momento y me comía la ansiedad.
Tenía la respiración tan acelerada como el
corazón, las manos me temblaban y, escuchaba el mecanismo del ascensor como una
polea desquebrajándose en mis propios tímpanos. Una gota de sudor frío recorría
mi canalillo mientras otra caía pesada por toda mi espalda.
Doce,
trece, catorce, quince…
Los síntomas aumentaban
y el frenesí estaba cada vez más cerca. Mi corazón ya no solo latía, eso era
una locomotora antigua a toda presión, de las que hacían un terrible sonido,
hasta incluso Bennet, si ponía mucha atención, podía escuchar cada uno de mis
síntomas como el sonido de una grabación.
Diecisiete,
dieciocho...
No sabía en qué momento se detendría el
maldito montacargas al que me había subido, no sabía en qué piso nos
pararíamos, pero el viaje se estaba convirtiendo en una confusión detrás de
otra.
Veinte.
El din,
de la parada y de la señal de las puertas abriéndose, fue como un bom contra mi cuerpo. Del nervio pasé al
pánico.
¿Qué demonios? ¿Es que era idiota?
Me mecí hacia delante llegando a creer que
no podría dar ni un paso y conseguí poner un poco de control sobre un cuerpo
que parecía gelatina arrastrándose como una serpiente herida por el suelo. Avancé
siguiendo mi instinto y colocando un paso delante de otro.
Escuché a la gente hablar, escuché a Bennet
dirigiéndome por la gran sala e incluso escuché un fondo de música a violín,
completamente relajante, pero no surgió efecto en mí. Mi cuerpo parecía
aletargado, todo eso me llegaba en ecos, susurros y leves corrientes, unas
suaves corrientes como si una de las ventanas de ese enorme salón se mantuviera
abierta única y exclusivamente para mí, para que me empujaran a caminar.
Mis ojos estaban fijos y constante hacia
delante, nada me hizo retirar la mirada y estaba claro el porqué. Él apareció
en mi campo de visión como si fuera una mancha oscura en un escenario blanco, y
eso que era completamente al contrario, el vestía de blanco y todo lo que nos
rodeaba eran colores oscuros, fúnebres que subían hasta la gama de grises, pero
ante mis ojos, él era lo más oscuro y peligroso del mundo en el que me
encontraba ahora mismo.
Mis pies, como si sufrieran un terror
redujeron su marcha, mientras que mis ojos, con el mismo síntoma, lento y
gradual, para que viera perfectamente aquello que había delante de mí con
exactitud lo observaron, comenzando por su calzado, luego pasaron a esos
pantalones color crema, cerniéndose sobre unos muslos musculados que se
acoplaban bajos a su cadera.
Deseé, babeando, ver ese culito prieto,
duro, cálido y perfecto de más de diez, pero no hubo forma, su postura tan solo
me permitió ver un perfil perfecto.
Liam se apoyaba, un poco encorvado y con el
codo, en la barra, así que la americana clara, tapaba más que mostraba,
igualmente vi como esa tela se tensaba en su brazo y en parte de la espalda, y
fue una imagen que me dejó completamente sin aliento.
-Llegas seis minutos tarde. –Pronunció con
voz grabe.
Sentí el golpe en la frente, como un toque
con un dedo, un pequeño golpe que me detuvo y me dejó parpadeando.
No me había hecho muchas ilusiones en que
nuestro segundo encuentro fuese diferente pero, esperaba más un:
-Hola… ¿Qué tal Gaela?
-Pues yo muy bien, ya ves, aquí, a punto de darte
una patada en ese culo.
-Oh, qué bien. ¿Quieres que me ponga en
posición y así me la das más fuerte?
-Sí, por favor, pero cara ese ventanal, con
un poco de suerte, lo atraviesas y ¡buala!...Puenting gratuito y sin cuerdas.
-Gaela, eso sería genial…
Sonreí por mi ingenio y
mi forma de darme ánimos yo misma, cosa única. Después di unos pasos más y me acerqué
a él.
-Hola. –Lo saludé con sarcasmo, tan igual a
como había sonado la conversación privada en mi cabeza.
-Que te retrases a una cita conmigo demuestra
muy poca educación. – No era muy tonta para entender que esa voz era pura
agresividad, como si fuera una advertencia.
No me había mirado, tan solo miraba esa
copa ancha que mantenía en el aire. Balanceó el contenido que deduje seria wiski por el color, y el sonido de los
cubitos al chocar contra el cristal me produjo un ligero temblor de terror.
-Tenía cosas que hacer.
Liam inhaló levantando la barbilla y ese
perfil afilado se marcó más.
-Te dije que no me gustaba que me hicieran
esperar. –Se giró y por fin me miró.
Primero sus ojos, el azul intenso, oscuro y
penetrante cargado de emociones radiactivas, significado de que Liam estaba
cabreado, se centró en mi mirada, tal vez para mostrarme lo poco que le había
gustado mi excusa o solo para mostrarme qué; a él nadie le hablaba de esa
manera.
Luego, cuando esos ojos me habían dejado
las cosas claras y yo como una idiota no había abierto la boca a causa de la precisión
felina de esa mirada, le dedicó un vistazo a mi cuerpo sin cortarse ni un pelo.
Un buen repaso de arriba abajo como si fuera un maldito escáner, lo malo es
que, a mi cuerpo que esos ojos lo miraran de esa forma analizadora no le
molestó en absoluto, al contrario, me estremecí sintiendo una corriente
eléctrica allí donde ese azul se retenía.
La hostia, si es que hasta me dio un
gustazo terrible sentir esa emoción y su mirada mirándome descaradamente…
El
tío sabía cómo trastornar a una mujer con una simple mirada. Me pregunté si
eso era un don o lo trabajaba antes de salir de casa.
Finalmente terminó en mi mirada y algo que
vio en ella relajó esos labios que se habían convertido en una linera recta y
tensa.
-Tomemos asiento, tenemos algo de qué hablar
mientras preparan nuestra mesa…
-No te preocupes por la mesa. –Lo interrumpí
con una voz llena de vida.
Gracias a Dios.
Pero claro, que él tuviese tan claro que me
quedaría, que tragaría toda la mierda que quería decirme y después me sentaría
a comer con él con una sonrisa para que finalmente me echara de una patada con
su elegante blücher, del edifico, me
motivó a cargar las pilas de energía positiva.
Que
te lo has creído.
Liam levantó una ceja pero no mostró
ningún signo en una cara totalmente enmascarada en la frialdad a la que
comenzaba a acostumbrarme.
-Hablaremos y luego me iré, no pienso
quedarme a comer. –Le aclaré.
No dijo nada, solo se plantó completamente
recto, dejando el vaso encima de la barra y alzó un poco el mentón, solo un
poco, como un gesto de superioridad o un acto de chulería, y sonrió, pero era
una sonrisa cargada de malicia.
Me tensé por ver esos gestos y ver lo inmune
que era a mis palabras, era como si le acabara de contar un chiste sin sentido
al que no merecía ni respuesta, sentí como el nervio me subía por la espalda tirando
de mi piel, pero en ese momento Liam eligió colocarse a mi lado. Me puso la
mano en la espalda, justo en la curva donde comenzaba mi trasero y cada uno de
mis pensamientos o mis sentimientos se esfumaron a gran velocidad al sentir su
cálido tacto traspasar la fina tela de mi vestido.
-Sentémonos, luego hablaremos de la comida…
-No...
Su mano se presionó, una presión que
provocó un pequeño empujón y ese empujón terminó en que mi cuerpo chocara con
el perfil del suyo, Liam, al tenerme tan cerca se agachó un poco y se acercó a
mi oreja.
-Tu vestido ha desinflado mi mal estar e
inflamado otra cosa. No tengo ni idea de porque has elegido esa ropa, aun
sabiendo que nuestra conversación seria completamente tensa, pero el resultado
te ha funcionado, por ahora. Así que sígueme, y continuaremos con nuestra
conversación. Si no lo haces… -Se ciñó un poco más sobre mí y bajó su mano un
poco, pero no era provocador, era una acción amenazante, igualmente me provocó
un estremecimiento y un desazón de calor impresionante, sentí la necesidad de
rascarme el cuerpo ya que la piel, de pronto, me picaba a la vez que me ardía.
-…Yo mismo te arrastraré a la fuerza.
No le die pie a que lo hiciera, me moví,
con un poco de temor y avancé hacia donde él señalaba, tres sofás, dos de una
plaza enfrentados y uno de tres plazas cara un enorme ventanal del suelo al
techo que mostraba toda la ciudad a nuestros pies. Liam indicó que me sentara
en el largo, pero rodeé la mesa baja de metal que se encontraba en el centro, y
me senté en uno de los sillones de piel negra de una única plaza.
Él soltó un bufido, se desabrochó el botón
de la americana y tomó asiento en el largo, y justo, en la parte más cerca de mí.
Uno de los camareros se nos acercó y Liam
me dirigió una mirada seca y completamente vacía.
-¿Quieres tomar algo? –Su voz era exactamente
como él, seca y sin rastro alguno de sentimiento adicional.
No había diferencias ni amigables ni
carismáticas, pero era algo normal, mi existencia en este lugar era tan hostil
como la suya, así que no hacía falta que yo lo tratara con respeto.
-Una Coca-Cola estaría bien. –Dije mirando al
camarero y no a él.
De reojo pude ver como Liam se giró hacia
el camarero y con un moviente de cabeza le indicó algo al joven, quien a su
vez, le dijo que sí.
-¿Y usted señor?
-Yo continuaré tomando lo mismo, pero esta
vez doble. –Contestó Liam con una voz grabe y autoritaria.
Cuando el camarero se alejó Liam se apoyó
en el respaldo, dejó caer una mano encima del brazo del sofá y la otra encima
de su muslo derecho. Miré a mí alrededor con la esperanza de encontrar algo que
me turbara para no cometer el error de mirarlo a él, sin embargo era inevitable.
Liam estaba más presente que nunca y sentirme tan observada por sus ojos no
mejoraba nada en absoluto.
Así que, puestos atacar y copiando el
detalle de su observación… ¿Por qué no
mirar?
Su pose, hasta sentado era de dejarte
babeando. Un hombre autoritario, con un control absoluto sobre todo lo que se
materializaba a su alrededor. Si interpretara un papel en una película, sería
el del villano, pero un malo cañón que siempre salía victorioso.
No
sabía la edad que tenía, pero a simple vista aparentaba mucho menos de treinta,
tal vez veintiséis o veintisiete años, no obstante, su rostro parecía haber
vivido muchas batallas, como si fuera un experto en la vida, como si supiera
todos los trucos o todas las respuestas. Era como un luchador que siempre se
adelantaba a su oponente sin piedad y terminaba no solo ganando, sino,
amparándose del alma del perdedor para llevar a cuestas más poder.
-Te sienta bien el color rojo. –Dijo de
repente sin sentimiento en la voz.
Levanté la vista de su pecho, de esa tela
tensa sobre sus pectorales para mirarlo. Sus ojos bajaban por mi pierna desde
mi muslo hasta mi tobillo para terminar en mis zapatos, donde su mirada se
quedó perpetua durante unos segundos, luego, me miró con una extraña sonrisa pícara
en los labios que me derritió completamente, pero encontré la forma de enfriar
mi piel y centrarme en mi propósito de haber aceptado este segundo asalto con
él.
-¿Me has traído aquí para hablar de lo que me
sienta bien o mal?
La sonrisa despareció y la seriedad lo
cubrió de nuevo.
Bien, la cosa entraba en acción.
-No, en absoluto. –Contestó con sequedad sin
mover ni un solo músculo de su cuerpo.
-En ese caso, dime de una vez que quieres y
de esa manera me largaré cuanto antes.
Su comportamiento solo conseguía que
hablara con frialdad y que me comportara a la defensiva, pero realmente, que me
enfadara conmigo misma por lo mucho que me gustaba escuchar su voz ronca.
-Me gustaría saber porque me has mentido. –Comenzó
con voz autoritaria.
Otra vez con lo mismo.
-Yo no te he mentido. –Dije con voz cansada.
-Y continúas haciéndolo. –Parecía escéptico
cuando me acusó. -Morena, no tienes límites. –El apelativo y la acusación final
la alargó marcando cada palabra mientras dirigía su mirada a un lado.
Sera…
-¿Me llamas mentirosa? –Pregunté un poco
crispada.
Liam dejó su buen asiento y se venció
hacia delante, apoyó los codos en sus muslos y clavó una mirada oscura en mí.
Ese aspecto salvaje y el color que adoptaron sus ojos, me estampó más en el
sillón, e incluso deseé abrazarme las piernas para poder hacerme un ovillo como
una capa protectora contra él.
Sabía cómo intimidar.
-Sí, te llamo mentirosa. –Declaró con tanta
seguridad que una parte de mí se encendió como una lamparita y trajo un mosqueó
serio.
-No soy una mentirosa, y si lo fuera, me
parece que no eres el más indicado para pedirme explicaciones.
Liam se tensó visiblemente del mismo modo
que si le hubiese pegado un golpe en todo el estómago.
-Aceptaste una cita con un desconocido. Sabías
exactamente a que venias y lo que sucedería. –Dijo mordaz y más frío que el
acero.
-Te equivocas. Realmente pensaba que la cita
era con otra persona, por ese motivo acepté. –Le dije igual de mordaz y la
cagué.
-Así que, ¿Querías reunirte con otro hombre? –Sonreía
pero esa sonrisa era pura rabia, pude escuchar sus dientes chocar al hablar.
-Sí, exacto. Pensé que mi cita era con otro
hombre. –Reconocí con una chulería impactante.
Antes de que me diera cuenta, Liam me había
cogido de la muñeca con fuerza, rodeando con sus dedos mi piel y presionando.
-Cuando te pregunté que si estabas con
alguien me dijiste que no, y no solo me negaste eso, también que con el piloto
no tenías nada. –Giró mi muñeca y la levantó un poco. –Me mentiste, te vas a
casar con él, y no solo tu dedo me mostró la prueba, ese hombre te trata como
si fueras suya.
Por inercia, o por el hecho de que él lo
mencionara, miré la pieza en plata que brillaba más nunca en mi dedo. Abrí los
ojos, tal vez demasiado y alcé la vista a su mirada. Estaba oscura y peligrosa
puesta en mí.
-Tú no sabes nada de Logan. –Acusé molesta.
Los dedos de Liam pasaron por mi mano,
lentamente, como dándome una caricia y toda la vitalidad que tenía mi cuerpo
desaparecieron.
-Conozco como actúa un hombre cuando aquello
que quiere poseer se encuentra muy cerca de él. –Ronroneó de una forma que
despertaría a los muertos para desear comérselo.
-Logan no actúa así. –Defendí a mi amigo sin
respiración, pero qué quería, la forma en que lo había dicho, me había sonado
de otra manera muy diferente.
-Sí que lo hace Gaela, el problema es que tú
eres tan ignorante que no lo ves. –Lo pronunció con tanta tranquilidad que el
mismo se creía sus propias palabras. Actuaba como un maldito santo, un salvador
y…
Era un cretino.
-Pero tú estás aquí para indicar mi error y
ayudarme. –Dije con sarcasmo deliberado.
-Eso mismo hago. –Reconoció con la mirada
brillante, como con satisfacción, solo que no lo revelaron sus labios, esos dos
trozos de carne estaban perpetuos a la arrogancia.
-Y supongo que, estas esperando… ¿Que te pida
perdón?
-Para empezar no estaría mal.
El muy pedante se atrevía a regocijarse
como si fuera el amo de todo. Su resultona voz y la seguridad, como si
realmente mereciera la disculpa fue el interruptor necesario que necesitaba
para plantarle cara al idiota que tenía delante.
-Lo siento… -retiré mi mano de entre la suya
de un brusco tirón y la enrollé con mi otra mano, entrelazando los dedos, como
asegurándome de que esa manera, él ya no la podía coger de nuevo. -…pero
perdonar no entra en mi vocabulario. –Pronuncié con el mentón en alto y el
pecho lleno de fuerza. Los gestos de él no cambiaron, pero si llegué a percibir
un intenso brillo de ira en su mirada. Más animada que antes continué. –Y…Te
has equivocado en una cosa. –Liam alzó una ceja.
-¿En qué? –Preguntó con soberbia.
-Logan es mi mejor amigo, no tengo nada con
él, en eso no te mentí. –No tenía ni idea de porque le daba explicaciones, pero
mi cabeza funcionó en ese momento así. –Y él, no es el dueño de este anillo.
Me miró intensamente, como leyendo o analizando
mi comentario, después tras soltar una bocanada de aire de esas que levantan el
mentón, se apoyó de nuevo en el sofá con los brazos cruzados, y la imagen de
tensión de su camisa, fue algo que debí censurar antes de quedarme mirando
fijamente.
-Aunque me cueste de creer, y tengo mis
motivos para hacerlo. –Comentó con burla, prácticamente se trataba de un
comentario jocoso. –Supongo que te creo y…
-¿Supones? –Me burlé yo cortándolo, algo que
no le gustó. –Te piensas que me importa algo que te lo creas o no.
-Deberías. –Contestó tranquilamente, sin
gesticular nada, ni siquiera en su rostro se vio algo diferente.
-¿Por qué?
-Porque he decido ser solidario contigo y
darte una segunda oportunidad.
-¿Qué quieres decir?
Liam, más interesado o con un plan en la
cabeza se venció hacia delante y apoyó los codos en los muslos para terminar
juntando las manos. Miró esa unión y cuando sus ojos se cruzaron con los míos
había una decisión en ellos similar a la de un policía antes de un
interrogatorio con una máquina de la verdad por el medio.
Y eso me dio miedo.
-Dime con quien te vas a casar y te diré cuan
generoso voy a ser contigo. –Un juego, ahora todo se volvía un juego.
No se lo digas. A él no le interesa.
Me recordó mi voz interna y una un poco más
centrada, como mi propia razón.
-No lo conoces.
Liam sonrió de lado, juguetón y dispuesto a
todo.
-Prueba. Dime su nombre.
Justo, en ese momento llegó el camarero con
nuestros pedidos y la petición se quedó en el aire, no obstante, la tensión no,
y las miradas menos. Liam parecía perpetuo a mis ojos y yo, más vacilante que
él, no rompí esa constate y fija ola del mar trasparente y mareado, porque así
estaba su mirada, llena de remolinos peligrosos.
Vi la sombra del camarero que en silenció
dejó dos vasos con la lata de refresco encima de la mesa y a continuación se
fue. Liam también lo notó, porque se acercó un poco más a mí y con gran
intimidación, insistió:
-Gaela… ¿Con quién te vas a casar?
-Eso es información clasificada y que no te
interesa ni una mierda.
Se pasó la mano por el pelo y soltó un
bufido con desesperación, luego miró a un lado y a otro, observando tal vez lo
que nos rodeaba, a lo mejor le preocupaba que nos miraran o simplemente que en
ese momento no soportaba la mía.
-Tu forma de hablar deja mucho que desear.
-Espera que esto sí que lo vas a desear:
Que-te-den-por-el-cu-lo. –Deletreé cada palabra con chulería.
Acto seguido me levanté y me di la vuelta
para largarme cuanto antes, pero Liam se posicionó delante de mí bloqueándome
el paso y con rapidez, antes de que retrocediera, atrapó mis brazos con sus
manos.
-Siéntate. –Ordenó. -Aún no hemos terminado.
-Yo diría que si hemos terminado. –Insistí en
quitarme esa manos de encima removiéndome y colocando mis manos en su torso.
Error.
-No. –Gruñó ronco y miró mis manos en su
pecho y luego, una mirada oscura se cruzó con la mía.
-¿Por qué insistes? Está claro que tienes un
problema conmigo, pero aun así… No me dejas ir.
Mi voz había logrado superarse en todos los
términos de penosa total. Creí que la culpa era de esa asquerosa, penetrante y
libidinosa mirada, pero la razón de mi baja de defensas era su roce, el calor
que desprendía su cuerpo y la seda fina de su camisa. Eso era lo que me había
bajado del escenario.
-Siéntate Gaela y lo comprenderás. -Su voz se
suavizó, hasta su tacto sobre mis brazos, ya no apretaban, casi llegaban
acariciarme. -Todavía me queda algo de lo que hablar contigo, un tema
interesante y beneficioso para ti. –Ronroneó haciendo que su voz resbalara por
todo mi cuerpo.
Cuidado.
Aun en un estado de fuera de combate, saltaron,
milagrosamente, todas mis alarmas de peligro en un repetido sonido crescendo.
-No. –Le dije con fuerza y Liam tomó una
intensa bocanada de aire que sentí bajo mis manos.
-No insistiré más con lo del dueño de ese
anillo. –Era sincero.
Lo pensé seriamente, lo pensé durante tres
segundos y aunque sé que cometía una gran estupidez o una locura, según como se
mirara. La intriga de saber que podía decirme que me iba a beneficiar, tragó mi
orgullo y acepté de nuevo sentarme donde estaba, en el mismo lugar exacto y él,
haciendo que todos los músculos de su cuerpo se destensaran, se sentó en su
sillón, cerca de mí y con la misma postura, cómodamente en su trono.
Esperé a que comenzara, y él parecía un
poco perdido, como si encontrara la palabra adecuada o su cabeza estuviese
hecha un lío.
-Confieso que me tienes cautivado. –Dijo al
fin con la voz un poco atrancada, como si se sorprendiera él mismo de lo que
estaba diciendo.
A mí también me sorprendió pero, no podía
negar que la conversación comenzaba muy bien, no solo por el halago del final,
su cuerpo, sus gestos hasta su voz comenzaron a relajarse, aun después del
primer impacto de comentario. Liam estaba mucho más tranquilo y ese repentino
cambio me invadió a mí también.
-Es más, -Continuó llamando mi atención. -has
causado un gran revuelo en mis reglas.
-¿Tienes normas? –Pregunté sorprendía. La
conversación se tornaba muy interesante.
-Sí, y una, en especial, no paro de romperla.
–Detoné un tono asqueado, pero lo disimuló, aunque sus ojos no lo pudieron esconder
tan bien, le brillaban, y lo poco que deducía de esa mirada ya que ese
resplandor lo había visto en varias ocasiones, es que, Liam se encontraba, un
poco, en una tensión interna.
-¿Cuál? –Insistí con curiosidad y un poco
tentada a picar su estado.
Esto
terminará mal Gaela.
-Insistirle tanto a una mujer que no hace más
que desear irse. –Me acusó y no me importó, me gustaba su confesión, al menos
eso me señalaba que no era la única loca detrás de otra persona.
-No estás acostumbrado a que te dejen
plantado.
-No. No suelen irse hasta que les he dejado
las cosas claras. –Reconoció con orgullo.
Impresionante, el tío tenía un ego de lo
más demencial.
-Bueno, y si no, tú te encargas de echarlas.
–Le recordé tirándole por los suelos su anterior comentario.
-Ver ese anillo me mostró una de mis normas
principales en letras mayúsculas, fue como recibir un aviso. –Liam tomó su vaso
y le dio un trago, esperé porque sabía que había dejado la frase a medias y no
me equivoqué, cuando dejó el vaso de nuevo encima de la mesa, me miró bajo esas
largas pestañas: -Estaba furioso. Y lo más cómico es que, al día siguiente,
cuando me desperté, quería volver a verte.
-Yo a ti no. –Dije sin darme cuenta y la
sonrisa de Liam se borró.
Quise reírme en su cara, pero recordé el
enorme ramo de flores con la nota desquiciante que acompañaba a todas preciosas
hojas de colores y mi sonrisa se cerró en un callejón sin salida.
-¿Y porque has venido hoy? –Preguntó con tono
seco devolviéndome a una tierra peligrosa.
-¿Tenía otra opción?
-Siempre la hay, Gaela. –Me sorprendió esa confesión
porque recordaba claramente esa nota y su comentario no se parecía en nada a lo
que había escrito en el papel.
-¿De verdad? –Pregunté con ironía y Liam
sonrió de lado.
-Acepta que cuando leíste mi nombre en la
nota ya tenías claro qué decisión tomar. –Ronroneó seductoramente con una
mirada que me lanzó a tensarme completamente.
Manipulador, arrogante, egocéntrico,
pedante… y mil cosas más, pero el tío era un maldito artista de la seducción y…
Maldita sea, estaba muy bueno.
Sabia hablar aunque con esa cara, ese
cuerpo y esos ojos, poco le hacía falta utilizar cuando él mismo era el pecado
por el que las mujeres se comportaban como lobas en celo.
-Eso nunca lo sabrás.
Hubo unos segundos de silencio y algo más.
Liam se movió en su asiento, lentamente hacia delante, tensando los músculos y
reflejando en su rostro varios sentimientos, desde la fascinación hasta el
orgullo y terminó en la decisión, esa decisión que marcaba la diferencia y el
tema de conversación, como si se preparara para otra conversación íntima, más
densa y cargada de misterios, y su máscara, ese rostro oculto en la sombra se
hizo presente.
Bien, podía decirse que comenzaba lo bueno.
-Jamás me ha gustado que me presenten ante
mis ojos, aquello que no puedo obtener.
Totalmente descarado, atrevido y seguro.
Increíble, con esa simple frase consiguió
que el cuerpo me temblara como un flan y que las manos se presionaran con
fuerza contra mis rodillas.
-Y voy a ser terriblemente franco contigo.
–Tragué saliva. –Mi cuerpo se ha activado y reacciona a tus movimientos, eres
como un imán con el que deseo jugar, pegarme y arremeter sin piedad.
Brutalmente
descarado.
-Y lo único que se interpone entre tú y ese
deseo loco de follarte, es el anillo que llevas en el dedo.
Mi respiración se aceleró y se frenó, todo
al mismo tiempo, era como si mi cuerpo se hubiese sumergido en una burbuja
dentro del mar, y esa burbuja solo me permitiera unos segundos de oxigeno
mientras se sumergía más en el mar, un mar entorno a sus ojos.
Hasta me lo imaginé, encima de mí, dominándome, cortándome el aliento, montándome sin piedad...
Sacudí la cabeza para borrar esa imagen, pero mi estado continuó igual.
-¿Esa es otra norma?
Me sorprendió que mi voz sonara a mí ya
que, no sabía lo que decía, o si en ese momento estaba recuperada del shock, todavía tenía su anterior
comentario rebotando como una pelota de pin-pon
por toda la cabeza y más especialmente por todo mi cuerpo, una pelota convertida
en dedos que me daban cosquillas como si fueran hormigas y que se marcaban, al
tocarme, como pequeñas descargas eléctricas.
Me había dejado en estado de hipotermia. Era
la primera vez en toda mi vida que me hablaban con tanta claridad y me decían
algo tan obsceno como eso. Lo peor de todo es que esa revelación, me mojó literalmente
las bragas.
Si su sinceridad me calentaba tanto… ¿Qué
pasaría si practicara sexo con él?
Coño,
que te mataría de placer tras el primer orgasmo.
-Sí. –Contestó a la pregunta que había salido
de mi boca como por arte de magia. -Nunca me acuesto con mujeres que tienen
pareja, resultaría incómodo para él, ya que cuando prueban conmigo… el otro
desaparece. –Respondió con una sinceridad total que rasgaba la realidad.
-Para flipar. -Murmuré sin voz, para mí
misma.
-Se lo que necesita el cuerpo de una mujer.
–Reconoció con cierta molestia tras escuchar mi expresión.
Este hombre no tenía límite.
-Yo no soy cualquier mujer. –Le expliqué
tratando sobre todo en recuperar el control de mi respiración, por suerte mi
voz no sonaba tan estridente, aunque en mi cabeza le faltaba mucha realidad.
-Lo sé. Y ese es el juego que más me atrae a
ti.
La conquista ya no existía, aunque en su
caso, jamás se había dado un decente cortejo conmigo, nuestras dos únicas citas
habían sido tensas, rápidas y totalmente diferentes, Liam iba a saco, a por
todas y era de esperar que actuara de esa manera, solo que yo me imagina otras
cosas.
-No puedes… -Susurré al viento dejando en
libertad mis pensamientos.
-Sí que puedo. Lo único que tienes que hacer
es pedírmelo. -Liam se calló y a mí me dejó temporalmente sin palabras. Y no
era algo muy natural, normalmente la gente no me dejaba tan atontada, pero al igual
que Ivan, este por lo visto, tenía ese don.
Todo
mi mundo parecía desvanecerse, dudar y pensar en esa oferta, estaba sucumbida y
cuando un hombre se acercó a él todo pareció volver a la realidad. Caí en
picado, hasta sentí un brusco movimiento que yo misma había provocado en el sillón
donde estaba sentada. Me agarré a los brazos del sillón con fuerza, sentí la
misma sensación que siente tu cuerpo cuando sueña que se cae de una azotea,
pero al menos volví a la tierra y a lo que me rodeaba, solo que con un nuevo
pensamiento en la cabeza, una mala idea que se había sembrado y el labrador era
el hombre que quería plantar esa semilla llena de espinas.
Liam se transformó, consiguió concentrarse
en ese hombre y con gran facilidad se quitó la máscara anterior como si fuera
un velo, se colocó la buena de amo supremo y se olvidó de mí y de todo. Por
suerte yo también conseguí recuperarme y centrarme únicamente en esa inesperada
intromisión que agradecí en silencio. El desconocido, con el uniforme típico de
camarero se agachó y le habló a Liam a la oreja.
No pude escuchar lo que le decía, pero
Liam, tras retirarse el hombre, se giró a su derecha para mirar por encima de
su hombro. Miré curiosa la dirección de sus ojos. No había nada extraño, hasta
que mis ojos dieron con dos mujeres y un hombre al lado de la barra que nos
miraban con mucha atención.
Podían haber pasado desapercibidos porque,
aparte de que su indumentaria era demasiado casual, no había nada extraño que
llamara mi atención hasta que me fijé en una de las dos mujeres. Una rubia con
reflejos cobrizos me clavó los ojos con rabia y soberbia, la otra, morena con
cara de niña, solo sonreía y comía unos aperitivos que había encima de la
barra, el hombre que estaba al lado de esta segunda, con una gorra negra en la
cabeza, la tomaba de la cintura mientras también me miraba como si me
analizara.
-Perdona un segundo, tengo que solucionar un
asunto. –Me dijo Liam al tiempo que se levantaba. Se arregló la americana y me
dio la espalda sin problemas para dejarme y comenzar avanzar justo hasta donde estaban
estos tres personajes.
Lo seguí con la mirada, llenando mis
sentidos con esos andares, ese paso de dios en la tierra, de ser superior y
arrogante que destaca sobre todos los demás y que se forma de un estilo tan
hipnótico que hace que todos los ojos femeninos le dediquen un buen repaso a
todo el conjunto.
Se reunió con ellos, y tras besar en la
mejilla de la morena, darle un apretón de manos al joven que había a su lado,
se dirigió a la rubia, quien enrolló sus brazos alrededor de su cuello para
recibir ese beso en la mejilla también, solo que, fue un beso más lento y más
seductor, después lo mantuvo un poco en su abrazo y le susurró algo a la oreja,
Liam sonrió y ella, descaradamente dejó caer sus brazos por delante del cuerpo
de Liam y comenzó a resbalar sus manos por el pecho de él mientras le dedicaba
una preciosa sonrisa de las que dicen:
Te
voy a comer entero.
Incomoda al tener la mala suerte de no haberme
perdido ni un solo gesto, tomé mi vaso y le di un trago. Miré a mí alrededor,
pensando en otras cosas, pero desafortunadamente mi mirada se dirigió de nuevo
a ellos, y la cosa no solo fue a peor, sino que, me hundió como una colilla de
cigarro en un cenicero lleno de basura.
La descarada rubia se acercó a Liam y le
volvió a susurrar en la oreja con gesto coqueto y seductor, solo que esta vez, cuando
ella se retiró, tanto esa mujer como Liam me miraron y ambos alargaron su boca
en una sonrisa burlona.
Me tensé y retiré mi mirada.
Estas alucinando. Relájate. Te ha dicho que
le interesas, no puede ser tan idiota como para estar delante de tus morros
burlándose de ti cuando unos momentos antes te pedía prácticamente sexo.
Respiré para tratar de tranquilizarme y le
di otro trago largo al refresco. El hielo fue una salvación, atacó a mi cabeza
y dejó a un lado todas mis imaginaciones.
Levántate y vete. ¿Qué haces ahí sentada
como una lerda?
Eso era lo que tenía que hacer, pero, no
podía, estaba entre el aturdimiento y una parálisis tonta que no me permitía
menearme.
Desvié mi mirada, solo un poco mientras disimulaba
para no centrarme en ellos como una loca desesperada y me encontré con que Liam
ya no estaba con ellos, me giré para buscarlo y lo vi a un metro de distancia
de ellos hablando con el mismo hombre que antes se había acercado a nosotros
para informar de esas visitas. Cuando terminó de hablar, Liam se dio la vuelta
y volvió de nuevo con el grupo sin mirarme ni una sola vez, el hombre con el
que había hablado, sin embargo se me acercó.
-¿Señorita Lee? –Retiré la mirada de Liam
para fijarla en ese hombre. –El señor me ha pedido que la acompañe hasta la
salida para poder llevarla a…
Los ojos se me abrieron como platos y me
giré directa a la barra para ver como Liam, se largaba con esa gente y justo al
lado de la rubia-zorrón que le sonreía mientras acariciaba todo el largo de su
brazo. Me quedé mirando hasta que desaparecieron por una puerta, solo,
esperando que ese hombre me dedicara una última mirada, y nada, ni un solo
vistazo.
Y por segunda vez me quedaba con un par de
narices, no solo plantada, sino de nuevo insultada.
Hijo de perra.
Me levanté y le sonreí al hombre.
-…y que
le informe de que después terminaran con su conversación.
El hombre con perilla recortada a la moda
continuaba hablando, pero mis pensamientos solo me habían dejado escuchar lo
que más me interesaba, el resto simplemente me había entrado por una oreja y
salido por la otra como si fuera el mismo viento.
-No se preocupe, no hace falta que me
acompañe, sé por dónde salir.
Acto seguido y con la rabia recorriendo todo
mi cuerpo, pasé por su lado y me dirigí al ascensor. Cuando las puertas se
cerraron me desplomé en la pared de espejos y apreté los puños.
Era una idiota. Lo tenía todo preparado,
toda una corta lista para dejarlo esta vez yo plantado a él, dejarlo jodido y
amargado, y sin embargo, la que había quedado escaldada, por segunda vez había
sido yo.
¿Cómo
podía haber sido tan tonta?
Comencé a contar mentalmente para controlar
la furia. Se había ido con otra mujer, me había dejado tirada en un sofá, sola
para irse con otra.
Cuando llegué al número quince la violencia
en mi cuerpo era corrosiva. Deseé tener algo que golpear, hasta lo deseé tener
a él. Qué bueno sería tener su cuerpo para aporrearlo con un bate de béisbol.
Pero ni hasta ese placer me podía dar. El muy cerdo me la había jugado otra
vez.
Qué
pena das Gaela. Eres la mujer número uno atrayendo el ridículo.
Hasta yo misma me lo decía. Es que era para
flipar.
Bufé y solté un taco de los buenos antes de
que el ascensor se abreviara. Por suerte cuando las puertas se abrieron no
había nadie y salí fuera con una energía total. Pero de pronto, alguien en el hall, un cuerpo que conocía muy bien me
frenó completamente en seco.
No
podía ser, él no. Ivan no.
Continuara............
Eres la mejor♡♡
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