Mi sobrina Victoria continuaba siendo un
precioso querubín de ojos verdes que demostraba la belleza clásica de la
familia Nicola-Lee. Siempre había destacado por el parecido de mi hermano y
como mi hermano era una gota idéntica de mi padre, ver a Victoria era como ver
una versión joven y en femenino del jefe de la familia.
Su destreza en el baile era el resultado de
haber asistido a una de las mejores escuelas de danza donde, como no, mi madre
también me había apuntado a mí. Mi madre como una abuela preocupada se había
encargado de que a sus tres nietas no les faltara de nada, y en especial a su
ojito derecho, y la demostración era la misma que tenía delante.
Victoria destacaba como estrella en el
cielo en el centro del círculo que formaban sus amigos.
–Anímate– me indicó señalándome con un dedo e
incitándome para que entrara en ese círculo de pelea.
Negué con la cabeza. Ser el centro de
atención nunca y jamás sería lo mío, y más, cuando el hombre del cual huía, me
estaba buscando. Había conseguido perderlo de vista en el momento que me había metido
en esa piscina de pirañas locas que se restregaban al son de la música, pero
una muestra de esas, ampliaría la forma de encontrarme con gran facilidad.
Prácticamente me estaría ofreciendo… Aunque una parte de mí tenía serias dudas
en hacerlo o no…
Mierda, ¿Qué querría ahora?
A lo
mejor no te sigue a ti.
Esa idea me alivió, pero tristemente lo
dudaba. Su mirada, esos ojos azules habían adquirido un brillo azul oscuro cuando
me había visto. No podía deducir mucho de un hombre que nunca se dejaba leer y
que se mantenía tan inflexible como un maniquí cabreado, pero mi encuentro
había motivado a esa mole a menearse y dejar a un lado a la mujer que lo estaba
alimentando a base de cerezas.
–Gaela… ¿es que ya eres demasiado mayor para
enfrentarte a mí?– provocó de una forma deliberada mientras, meneaba los dedos
en un ánimo para que me acercara a ella.
Tentador, pensé dirigiéndole una mirada
suspicaz a mi sobrina. Y parecía mentira que esa niña tuviera diecinueve años,
era tan provocadora como madura. Se meneaba dejando claro que ella era sin duda
alguna, lo más exclusivo con lo que te podías chocar en un lugar como este. Y
eso sólo lo hacía para plantarme el reto en mis narices.
– ¿Y a ti no te da vergüenza que lo único que
miran es tu trasero menearse de un lado a otro?
Puede que mi forma de estamparle el guante
en la cara fuera algo penoso, podía hacerlo mejor, normalmente tenía buenas
ideas, pero hoy, no era mi día.
Los labios de Victoria se ensancharon en
una amplia sonrisa y después, su mirada se dirigió a mis pies, debería de haber
estado más atenta, su despreocupación demostraba mucho más y la trampa ya
estaba puesta. Definitivamente caí dentro del cebo. Sus brazos se estiraron y
antes de que me pudiera percatar de lo que estaba haciendo me encontraba metida
dentro del círculo con una joven a la que le faltaba un tornillo, dándome
golpes con su cadera en el trasero y una serie de cuatro chicos dando palmadas
en torno a nosotras.
A la mierda.
Sabia como bailar, había nacido con la
danza en mi sangre y amaba el arte del baile romaní como cualquier gitana que
ama sus cantos o sus taconeos. Tomar la iniciativa no me costó y mostrarle a mi
sobrina que había cometido un error al proclamarme la guerra fue todo un
gustazo.
En cuestión de segundos, lo que más temía
se hizo realidad cuando el círculo se amplió y las miradas se concentraron en
nosotras.
Las expresiones eran desde la fascinación
hasta la emoción. No era muy normal ver a dos chicas bailar una especie de danza
que no conocían y con la que dejaba un poco descuadrada a la música, igualmente
me sorprendió que nos animaran y que algunos, se atrevieran a enfrentarse a
esos pasos. Sin preverlo y en cuestión de unos segundos, el círculo se había
formado en un coro que trataba de imitar nuestros cruces, nuestros movimientos
de brazos, de manos y de caderas.
Cualquier preocupación que hubiera
albergado en mi cabeza se esfumó con rapidez y todo fue gracias al sonido de la
música, el baile y la diversión que me motivaron a disfrutar de estos pequeños
momentos, que desde hacía unos días eran pocos. Hasta que noté unos brazos
rodearme, una mano posarse en mi cintura y unos dedos arrastrarse desde ese
punto. Cuando alcanzó la zona baja de mi axila, continuó, hacia abajo,
repitiendo la caricia interna al tiempo que me daba la vuelta con maestría,
casi al ritmo que marcaba el bajo de la guitarra que sonaba en ese momento, y
todo para llegar a mi mano.
Al darme la vuelta completa me di con un
joven que me sonaba raramente. Me frené por completo dejando que la música y
los bailarines continuaran mientras yo, miraba al chico que me acaba de
arrancar de mi danza personal, de arriba abajo.
Lo conocía, ya lo había visto…
Y entonces todas las luces de mi cabeza se
encendieron cuando vi, detrás de él a esa tal Nina que se me había presentado
momentos antes en la barra.
Eran los mismos que había visto en el
restaurante justo antes de que Liam me abandonara. Ahora comprendía porque Nina
me resultaba tan familiar.
–Mi hermano te tiene muy escondida– dijo con
una sonrisa nada coqueta, era un halago con buenas intenciones–. Se deja ver
contigo y luego no quiere que le preguntemos sobre ti.
¿Su hermano?
Perpleja retiré sus manos de mi cuerpo y lo miré incrédula. Él sonrió y
se pasó la mano por esa mata de pelo rubio. El parecido era completamente nulo,
a lo mejor si los veía juntos puede que sacara algo similar en sus gestos pero
no en su rostro, cosa difícil, los rasgos eran demasiado diferentes. Este chico
resplandecía dulzura, hasta me atrevería a decir que se trataba de alguien
cariñoso, pero no tenía el rostro de Liam, ni siquiera la mirada, mientras que
Liam destacaba por el azul intenso del océano, este joven me miraba con un tono
de miel y avellana.
– ¿Quién eres? –pregunté curiosa, como si ese
chico fuera algo peligroso.
–Me llamo Enzo Born– se presentó y caí en mi
error tras escuchar el apellido…
Sin embargo no comprendía una mierda. El
único Born que había conocido era al tal Louis y desde luego que no había llegado
a intimar tanto con ese hombre como para que Enzo dijera tal cosa…
¿Serán hermanos los tres?
– ¿Cómo lo has hecho? –preguntó con
curiosidad, sacándome de mis pensamientos.
– ¿El qué?
Sacudí la cabeza porque pensaba que me
había perdido la mitad de la conversación, pero lo único que había perdido era
la noción del tiempo y el control de mi voz.
–Conquistar a Marlowe. Desde luego que no
eres su tipo– se interrumpió tal vez por mi gesto de póquer, rápidamente
añadió–: Bueno, no me mal intérpretes, eres– comenzó a tartamudear y volvió a
interrumpirse–, tú eres el tipo de mujer para cualquier tío que tenga ojos en
la cara, joder, estas muy buena.
Mi cara de póquer se acentuó tanto que ya
parecía la viñeta cómica de unos dibujos deformados por las sombras.
– ¿Gracias? – Realmente no sabía cómo
interpretar todo lo que acaba de decir, así pues mi gratitud, salió de mis
labios en forma de pregunta
Sonrió y dio énfasis con un asentimiento de
cabeza a la vez que me dedicaba otra mirada de arriba abajo. Incomoda
retrocedí, él que se dio cuenta de lo mucho que había hablado y lo poco que me había
gustado, borró su sonrisa y se me acercó con los brazos alargados, tratando de
tomarme para que no me fuera.
–No pretendía ofenderte…
–No, que va– espeté con sarcasmo y me retiré,
de esas manos echándole un vistazo acusatorio. Finalmente dejó caer sus brazos
y derrotado me miró.
¿Me ponía pucheros?
Sí, lo hacía, como si fuera un niño pequeño
me mostraba unos dulces pucheros de arrepentimiento, pero que podía esperar de
un joven que todavía estaba en pañales a la hora de hablar con mujeres.
Enzo,
te queda mucho que aprender de las mujeres.
–Bueno lo decía porque a mi hermano– comenzó
a explicar haciendo gestos con las manos un poco nervioso–, le van un poco más
las rubias superficiales que le ofrecen…
–Está bien, me ha quedado claro– interrumpí
alzando la mano y retrocediendo.
Él abrió los ojos y negó con la cabeza.
–No quiero decir que tú seas superficial,
sólo que, eres muy diferente a todas con las que lo he visto, y me choca que
esté interesado en ti.
Parpadeé porque no sabía si interpretarlo
como un insulto o como un comentario de buen samaritano.
Independientemente de su sonrisa escondida,
mi comportamiento fue lo de aceptar sus palabras como si me abofetearan en la
cara.
–Bueno, pues estate tranquilo, te equivocas,
a tu hermano no le intereso– indiqué fríamente.
Su ceño se acentuó y ladeó confundido la
cabeza. Por fin vi un rostro similar a los que Liam me había ofrecido, la
diferencia es que Liam ladeaba su cabeza cuando me había amenazado y este, la
ladeó confuso.
–Imposible, estamos aquí por ti.
Perpleja y con la cabeza funcionando a cien
por cien pero de una forma desastrosa donde nada quedaba claro me eché para
atrás. La reacción de Enzo fue la de una persona que mira la locura escrita en
la otra.
Esto era de traca. Aun después de la calamidad
que, don Casanova me acaba de soltar,
me miraba como si yo estuviera loca.
Genial.
Dio un paso hacia delante y espantada
porque me diera otra de sus versiones biberón, me di la vuelta para salir
huyendo, pero ante mí, como si fuera cosa del desdichado destino, se abrió un
pasillo como una cremallera y en el fondo apareció la figura que menos quería
ver. El hombre que podía saltar todas mis neuronas en una locura de frenesí.
Con gesto serio, directo y una mirada
constante se fijaba en mí exclusivamente como si fuera la única persona de ese
lugar. Por un momento así me hizo sentir, es más, la música había dejado de
sonar y tan sólo podía llegar a escuchar el latido frenético de mi corazón
retumbando en mis tímpanos como un tambor en doble sound raund.
Con los brazos cruzados sobre su ancho
pecho y las piernas ligeramente separadas parecía una bestia analizando el
territorio, tranquilo pero amenazante y sobre todo, peligroso. El aura que desprendía
era demencial, una locura. Te llegaba en ondas tan destructivas que sembraba la
fiebre a todo ser viviente que rozaba. No era la única que lo miraba, era
imposible. Cuando un espécimen destila tanto control, tanta seguridad o tanto
salvajismo, es inevitable echarle un buen vistazo, sólo que, fui la única que
retiró la mirada, y se dio la vuelta.
Dios, salí corriendo, por segunda vez, hui
disparada por el lado contrario al que se encontraba él. El gran problema es que
me introduje más y más en un callejón sin salida. Sin darme cuenta me había
metido en una trampa.
La gente se agolpaba más, mucho más y mis
zancadas pasaron de tres cada segundo a una llena de empujones y pisotones cada
cuatro segundos, hasta que me resultó imposible menearme y choqué con un pecho
solido que se negaba a dejarme pasar. Insistí, colocando mi mano en su torso y
empujando, retirando a esa mole, pero de repente, todo ese brazo me quemó.
–Hola, morena. –El sonido de su voz se fundió
por mi cuerpo como si fuera crema caliente que cae lentamente, provocándote un
azote de caricias y masaje corporal de lo más erótico.
No puede ser.
Me negaba a mirar, si me hacia la tonta cabía
la posibilidad de que él pillara la indirecta y me dejara pasar.
–Comienzo a sospechar que tu comportamiento de
huir de mí es más bien una reacción de cobardes– ronroneó ronco soltando su
aliento contra mi frente.
Sentí el ligero temblor que dio mi labio
inferior al notar su aliento. Me lo mordí con fuerza para aplastar esa
sensación y levanté la cabeza, clavando mi mirada en él, fue como chocar con el
propio infierno de cara. Me abrasó todo el cuerpo y las llamas tomaron un
control improvisado que no me gustó, pero me centré en eso de cobarde y enmascaré
cualquier gesto que pudiera provocarle una satisfacción de mi parte. Él,
simplemente, sonrió victorioso cuando nuestros ojos chocaron.
Arrogante.
–Perdón, no te había visto– dije con
naturalidad y retirando mi mano de su pecho.
Cerré el puño para controlar un poco el
temblor, fue un error, ese movimiento hizo que el picor que me había dejado su
tacto en la palma se acentuará, así que comencé a restregarla por mi cadera, lo
malo es que… Liam estaba peligrosamente cerca y cada muestra era un regalo para
él y una desgracia para mí.
Una desgracia que alegraba la vista, te aliviaba
el tacto, te ofrecía una buena descarga de energía y te dejaba dado saltitos
como una niña pequeña que se ha hecho con la colección entera de todos los DVD
de Disney.
– ¿Qué no me has visto?– preguntó con
sarcasmo. Liam arrugó la frente y ladeó su cabeza cayendo un poco sobre mí–. Y
una mierda.
Un taco, sencillo pero un taco había salido
de sus labios. ¿Dónde estaba el hombre correcto? Seguramente que, con el traje
colgado en el armario.
–Oh, vaya– exclamé con su mismo sarcasmo–. Te
quitas el traje y los modales se van a tomar por el culo.
Si mi comentario le ofendió, no mostró
ningún rasgo de ello, pero sí su mirada, sus ojos destellaron un brillo intenso
que provocó un color más claro.
–Ya veo que tú, con tacones y sin ellos,
tienes un don para personalizar tu forma adecuada de hablar. Algo que me
resulta de lo más provocador.
Vaya, por lo visto el traje le apretaba demasiado
los huevos porque el hombre que tenía ante mí no se parcia en nada al
despreciable con un nivel alto de autoestima que ayer me había enviado
prácticamente a la mierda.
Menuda novedad. ¿Ahora que me caería
encima?
Lo miré de arriba abajo, un modelo casual
de camiseta, tejanos y cazadora de piel oscura que lo marcaba con mucha
naturalidad, como si fuera su segunda piel, cubría su arrogante y petulante
cuerpo. Algo sexy.
Madre mía, pero si estaba tremendo. Era
normal que el tío se lo tuviera tan creído.
– ¿Te gusta que te insulte, mamonazo?–
insulté y me encantó la forma en que se abrían las comisuras de sus labios.
Temblé de pies a cabeza.
Por fin mostraba algún sentimiento, sólo
que era una de los buenos que fácilmente podían destruir mi postura de no
mostrarme babeando delante de él.
–Eres muy interesante, de verdad, simplemente
fascinante– pronunció con tal admiración que consiguió engañarme.
Parpadeé para céntrame en todo menos en él
y en ese cuerpo que desprendía tanto calor como una manta térmica, o ese aroma
que mis pulmones insistían en guardar bajo llave para que nunca se me olvidará
su toque especial de <<poder, seducción y hombre primitivo>>, o esa
mirada, el azul penetrante y ambicioso de un rey que mira a su esclava como si
él fuera el único que puede poseer su riqueza y a cuantos quiera sin que nadie
se atreva jamás a juzgarlo o desafiarlo.
Cómo siempre lo había llamado, un demonio
en la tierra que busca el placer sin objeciones y promete lo mismo sin
defraudar a la hembra a la que quiere montar…
En fin, era difícil deshacerse de la
sensación tipo agujero de gusano a la que me trasportaba, algo que odiaba ya
que afectaba a mi carácter, mi forma de ser y mi principal principio: Enviar a la mierda a todo aquello que me estampara
contra el suelo y me aplastara con fuerza, con un pie apoyado en mi espalda.
Con las ideas renovadas hinché mi pecho y
levanté la barbilla bien alto, para que no quedaran dudas de que, yo también
podía resultar tan peligrosa como él.
Seguramente, un demonio…
Un sarcasmo
inapropiado, y parecía mentira que yo misma me dijera esas cosas contando con
la bestia que tenía delante de la cual no me podía fiar.
– ¿Me estas siguiendo como un salido?– acusé,
pero, desgraciadamente, de lo nerviosa que estaba, salió en forma de pregunta.
No se sobresaltó por mi repentina acusación,
Liam ladeó la cabeza y me dirigió una larga mirada pensativa.
–De todos los ejemplos que podías haber
escogido: ¿Por qué has optado por lo de salido?
Esa no era una respuesta. Y maldito fuera,
su rostro continuaba sereno sin reflejar nada. Yo estaba hecha un flan que se tapaba
bajo el sarcasmo y el asqueo, mientras que él, estaba tranquilo y manteniendo
una conversación como el que no quiere la cosa.
Capullo.
–Mi reflexión tiene una clara explicación y
aunque me encantaría dártela te voy ahorrar tiempo diciéndote que; tu
comportamiento perturbado deduce ese apelativo con creces.
–Eres una jovencita muy graciosa.
Mientras observaba como su sonrisa se
ampliaba dejando claro que se tomaba esto a pitorreo, contuve el deseo de
golpear el suelo, a los bailarines que nos rodeaban, hasta su propia cabeza y
maldije entre dientes.
– ¿Qué quieres?– pregunté marcando mi furia.
Él borró su sonrisa y aunque no estaba
serio sí que había un rasgo tenso en su mandíbula.
–Te he estado buscando– dijo.
Recordé la conversación de Ete y la
insistencia, casi amenazante, como había expresado mi amigo a la hora de describir
la forma en que Liam le había pedido mi teléfono.
– ¿Para qué?
–Porque necesitaba hablar contigo, necesitaba
aclarar nuestro asunto.
Resoplé y puse los ojos en blanco.
–Pues has estado perdiendo el tiempo. No
tenemos nada de qué hablar. –Me di la vuelta para irme pero me detuve para
decirle una cosa más al mismo tiempo que él me tomaba del brazo para frenarme.
Miré su mano con ceño y luego a él, Liam me miraba de muchas formas y ninguna
buena, me dio igual, me solté de un tirón y continué–: Que sea la última vez
que vas por ahí acosando a mis amigos, nadie te dirá nada de mí y si quieres
algo tendrás que preguntármelo a mí–, lo miré de arriba abajo con desdén, cuando
llegué a su rostro, Liam estaba tenso–, aunque, ahórratelo, ya te digo que yo,
suelto tan poca prenda como mis amigos y más a una persona que me ha visto como
su bufón particular.
Arrasé con voz grabe, casi rabiosa,
manteniendo su mirada clavada en la mía, manteniendo una postura dura y firme,
Liam levantó una ceja, como estudiando mi reacción. Me encogí de hombros frustrada,
tiré para quitarme esa mano de encima y me di la vuelta para salir de su
escrutinio observación y con un poco de suerte perderlo de vista.
–Espera. –Su petición no era un ruego, no debería
mal interpretar las palabras con la forma de decirlas y está precisamente se
saltaba toda naturalidad de amabilidad.
Ese hombre ladraba, no hablaba.
Continué hacia delante, como pude,
avanzando tal vez tres o cuatro o un paso, con tanta gente impidiendo moverme,
no podía decir si me meneaba yo o ellos.
Pero, como no imaginarme que esto se había
terminado, estaría loca si supiera la razón que le impulsaba a insistir, ya que
me tomó del brazo de nuevo, marcando sus huellas dactilares en la piel y tiró
de mí. Choqué de nuevo contra su pecho y todo mi cuerpo se tensó.
–Te he dicho que esperes– rugió con los
dientes apretados contra mi oreja.
Con la respiración acelerada, me erguí frente
a él en toda mi altura, lo que quería decir que le llegaba hasta la parte
inferior de la barbilla, un poco más abajo (este hombre era demasiado grande
por todas partes). Pero no permití que eso me disuadiera.
–No, no quiero continuar hablando contigo.
Hubo un momento de silencio, unos segundos
tensos donde pude ver con claridad como todo su cuerpo se relajaba poco a poco
como si le acabaran de inyectar algo fuerte o simplemente se dio cuenta que a
las malas no iba a conseguir nada de mí.
–Supongo que soy– sonrió con molestia fingida
y me miró de nuevo a los ojos–, bastante intragable…
–Que bien te has descrito– escupí al tiempo
que daba un tirón y me deshacía de él. Ya no insistió en volver a cogerme.
Liam se pasó la mano por el cabello, despeinándoselo
y haciendo que le cayera hacia delante, el problema es que ese estilo
desorganizado y desastre lo hacía mucho más atractivo, e incluso me atrevería a
decir que accesible, pero estaba loca si pensaba en eso. Ese hombre era tan
difícil como tocar la luna desde la tierra.
– ¿No te caigo bien, eh?– bromeó.
–No me gusta tu actitud– declaré con claridad
y secamente.
Percibí un sentimiento que pasó rápido por
su mirada, fugaz pero llamativo, ¿rabia fundida en el rencor?, no obstante,
desapareció y se encargó bien de no mostrar nada más.
–Pero sé que– su voz se había convertido en
un susurro y su cuerpo en una cercanía intimidatoria–, aun, después de eso, te
pongo, te pongo mucho…
– ¿Qué?– solté dando un grito que se
asemejaba más a una queja de neumáticos que a una pregunta incrédula.
Dios, ¿tanto se notaba?
Me ruboricé sin poder evitarlo y fue una
victoria para él, esa sonrisa de lado se clavó en mis retinas como un clavo
ardiendo en mi mano.
–Estás flipando– me ahogué penosamente con mi
propia voz.
Liam se me acercó, bajando su cabeza para
poder estar a mi altura, aun así, no fue suficiente, si quería mantener esa
mirada provocativa con la mía necesitaba doblar mi cabeza, y tras originarse
ese movimiento leí en su rostro la satisfacción que le produjo.
–Cada vez que me miras se te caen las bragas
de lo mucho que te pesan.
No, desde luego que este hombre no era el
Liam-Marlowe que yo conocía, él era más… ¿Jugueton?
Escuché la banda sonora de Viernes Trece en mi cabeza y como la
sangre se desparramaba por mi cuerpo a gran velocidad, no estaba muy segura si
esa reacción la estaba provocando la furia o el calor de saber que el muy cerdo
decía la verdad, aun así, no admitirá nada delante de él. Tenía que estar muy
mal de la cabeza para declarar algo así.
Apreté los puños.
Gilipollas.
–Oh, sí, estoy que chorreo cada vez que me
cruzo contigo– dije con sarcasmo, plantándole cara.
–Te lo noto en los pezones, levantan un poco
esos tirantes que llevas sujetando tus pantalones– dijo señalando exactamente
ese lugar con la mirada.
¿Qué?
Instintivamente me tapé con las manos los
pechos, un gesto que no hubiera dado tanto el cante si no nos encontramos
delante de toda la gente. Miré cabizbaja a mi alrededor avergonzada, por suerte
nadie se había dado cuenta pero, por no llamar más la atención me crucé de brazos,
tapando de esa manera las vistas a las que Liam había hincado el ojo.
–Estas encantado de haberte conocido– dije
evaluando lo muy diferente que era ese hombre fuera de su entorno.
–Confieso que tengo mis días.
Bufé y negué con la cabeza.
– ¿Y hoy?
Liam se encogió de hombros y su sonrisa se
amplió picarona. Estaba claro, este juego le estaba encantando.
–Hoy es un día de esos que me daría besos yo
mismo si pudiera.
Y continuaba con la broma. Esto me parecía
de lo más surrealista. Liam, el hombre rudo, egocéntrico, narcisista y mal
humorado que había conocido se había convertido en un cómico que le gustaba
jugar o simplemente se burlaba de mí
– ¿Qué te ha dado? – murmuré más para mí
misma que para él, igualmente él decidió que sería buena idea contestar.
–Debe de ser que, la forma en que rompes mis
esquemas me está dando patadas en el culo.
Yo sí que te daría una patada en ese culo,
sería mi satisfacción del día.
Y seguramente la suya.
Eso sí que era un buen pensamiento.
–Te aconsejaré una cosa: La María que te han pasado no es de buena
calidad.
–No es la María lo que me he fumado la causa
de este cambio, ha sido comerme otra deliciosa y jugosa cosa, –se lamió los
labios al tiempo que le dirigía una mirada a mi entre pierna, quise que la
tierra se me tragara al darme cuenta de lo que estaba hablando–, lo que me ha
producido una extraña reacción.
–Yo no te obligué– murmuré.
Liam alargó una mano y me acarició la
mejilla, retiré esos dedos de un violento manotazo, antes de que me diera un
infarto.
–Pero lo disfrutaste– aseguró.
–Tus ganas– dije con agresividad.
Las piernas me temblaban, la adrenalina recorría
mi cuerpo a gran velocidad y la ansiedad de arrimarme a él, a su cuerpo y restregarme
como una gata en celo era de lo más tentadora.
De pronto, pareció leerme el pensamiento
por lo que sucedió después.
No lo vi, pero si noté la forma en que su
cuerpo se apropió del mío. Sin tiempo a darme un momento de reacción, me vi
envuelta por sus brazos y pegada a su cuerpo de un violento tirón que se sucedió
cuando sus manos llegaron al hueco de mi espalda. Apretada pecho contra pecho,
mi sentido de anulación era tan fuerte que sólo dejé mis manos apoyadas en sus
hombros antes de poder retomar de nuevo una parte de mi saturada respiración.
– ¿Qué haces?
Mi corazón iba a mil y el temblor en mi voz
fue inevitable.
–Pero mírate, no lo niegues, la primera regla
para afrontar tus adicciones es admitirlas– pronunció ronco, presionando un
poco más su cuerpo duro contra el mío.
– ¿Y qué tengo que admitir?– pregunté sin
poder evitar mirar sus labios.
–Que te he dejado sin respiración.
Lo miré directamente a los ojos. El juego
de palabras, el sonido de su voz y su forma de cogerme, todo era un truco, una
ilusión con la que me castigaba mi cuerpo por ser tan débil. Tenía razón en
todo, me volvía loca, lo deseaba y me cortaba la respiración, pero afrontar esa
realidad era tan duro como estamparse contra un muro detrás de otro y cada vez con
uno mucho más gordo, con un golpe más fuerte, más doloroso hasta que el último
muro de carga que se plantara en mi camino me causara la muerte.
Alcé mi mirada, con lentitud, repasando
cada uno de sus rasgos, cada uno de sus gestos vacíos y llegué a su mirada, a
ese azul de perdición que alumbraba toda su cara como un faro en la noche, sus
pupilas dilatadas me miraban de una forma intensa y casi destructiva.
Todo un truco.
–Sí y no–dije. Liam levantó una ceja–.
Realmente aguanto la respiración porque no soporto el perfume de pachuli que
usas.
Sonrió. Mi voz daba pena y había demostrado
que mentía, que todo lo que salía de mi boca era una bola tras otra.
Nota mental: Aprende a mentir o al menos, a
huir antes de que te dejen tan en la estacada los músculos femeninos que
tiemblan entre tus piernas.
–Me encanta esa marca, es mi preferida– dijo
sonriendo.
Que
rico, pensé con rabia.
–Se
huele– murmuré más para mí misma–. ¿Puedes soltarme? – le pedí, empujando sus
hombros y abriendo un pequeño espacio entre los dos.
–Dame cinco minutos.
– ¿Cinco? Te he dado demasiados y eso que no
debería de haber perdido ni un segundo contigo.
–Gaela…
–No– lo callé y me retiré de él dándole un fuerte
empujón, ya estaba cansada de tanto juego–, después de cómo me trataste en
nuestro último encuentro, crees que esta vez…
–Lo siento– pronunció por encima de mi voz
pero, el sonido que produjo reflejaba rabia ya que, aparte de que lo había
dicho con los labios apretados, casi había llegado a escuchar cómo se limaban
los dientes–. Soy un inexperto en abordar tantos problemas.
–Ahora yo soy un problema, eso es nuevo.
–No comprendes a que me refiero. –Liam negó
con la cabeza.
–Es difícil comprender a un hombre con tantos
y tan repentinos cambios de humor.
Levantó los parpados, como impulsado por un
resorte, un movimiento lleno de intención, y prestó plena atención hacia mí.
–Me provocas un intenso dolor de cabeza que
sólo y únicamente se va cuando… vuelvo a estar cerca de ti– sus labios lanzaban
palabras pero su voz decía completamente algo distinto, igualmente, y como un
idiota, el corazón, tras escuchar la rabia que ardía en su garganta y su mandíbula
tensa, me dio un brinco–. No tengo ni idea de cómo actuar, si proceder como el
cabrón que soy o como el cabrón que quieres que sea…
–Yo no te pido que seas un…
–Cállate– me cortó de forma violenta. Vaya el increíble Hulk, estaba de vuelta–.
No he terminado y odio que me interrumpan cuando estoy hablando.
–Perdone usted, su majestad…
–Odio más que te cachondees cuando estoy
tratando de mantener una conversación adulta.
¿Adulto?
Eso sí que era muy gracioso.
Debería de recordarle el principio de nuestro
encuentro, debería de decirle que de los dos, era yo la más adulta, pero, me
quedé callada.
–Comprendo que mi comportamiento no fue… muy
adecuado.
–En absoluto– coincidí con él. Liam apretó
los labios.
–Pero el tuyo fue aun peor.
Abrí la boca para contestar a esa
observación pero uno de los bailarines se había emocionado tanto en uno de sus
pasos que cuando cayó, se me llevó por detrás. Liam, con unos reflejos de miedo
y haciendo algo completamente increíble, me cogió de la cintura antes de que
mis labios besaran el suelo, me levantó con rapidez pegándome a su pecho luego,
se giró para coger al sonriente chico de la camiseta. Lo tomó con tanta fuerza
que, los nudillos blancos contrastaron con su bronceado cuando apretó los dedos
alrededor de la tela.
Se acercó a él de una forma amenazante, no
llegaba a ver su rostro, pero por la palidez que tomaba el rostro del joven,
entendí que no me apetecía nada enfrentarme a ese hombre y a su repentino
ataque de furia.
–Se puede saber qué demonios haces. No te das
cuenta que hay gente a tu alrededor– rugió y los pelos del cuerpo se me
pusieron de punta como si me hubieran enganchado, directamente a una corriente
de electricidad.
–Oye tío…
–No soy tu tío, inepto– advirtió mordaz
mientras sacudía al escuálido chico por la camiseta. Al joven comenzó a
temblarle el labio inferior.
–Perdón…ha sido-do sin querer– tartamudeó el
joven asustado, con los ojos abiertos y las manos en alto.
El gruñido que dio Liam rebotó por mi pecho
precipitando a mi cuerpo a un pequeño temblor. Sentí pánico por esa criatura de
unos veinte años que había cometido el error de tropezar con un loco psicópata.
–Liam…
Su pecho subía y bajaba, su respiración
salía a la fuerza y la vena de su cuello tiraba de su piel como si fuera tela
elástica.
–Liam– insistí con un susurro, dejando caer
mi mano en su pecho, intentando que mi tacto fuera lo suficientemente suave
para tranquilizarlo.
Finalmente se giró y lo que vi en esa cara
de facciones marcadas me cortó el aire. No me esperaba una reacción tan
violenta, y tampoco esperaba el destello de rabia que lo invadía.
–Basta– rogué en un susurro tan leve que por
un momento pensé que no lo escucharía.
– ¿Te ha hecho daño?– preguntó con la voz
grabe y la mirada demasiado fija en mis ojos.
–Estoy bien, déjalo.
Durante unos segundos, un tica-tac que se me hizo eterno en la
cabeza, Liam no dijo nada, se dedicó a mirarme, revisar el interior de mi
mirada, de mis labios y de nuevo mis ojos, después se giró hacia el chico y lo
soltó dándole un empujón, el joven retrocedió impactado y con paso torpe.
–Ten más cuidado a la próxima –ordenó con su
típica forma de gruñir–. E intenta que esto no vuelva a suceder, ella te ha
salvado de recibir una patada en esa cara.
El chico asintió con vehemencia varias
veces, me dedicó un rápido perdón y salió disparado como si en vez de un
hombre, hubiera sido amenazado por un demonio. Alertada y sintiendo como un
golpe en la espalda me activaba, parpadeé y me retiré de ese poderoso cuerpo
sin saber muy bien que hacer.
¿Qué demonios le había sucedido? ¿Es que
estaba loco?
Me sentía intrigada por tal comportamiento,
Liam pasaba de ser un auténtico cerdo a una bestia y finalmente a un ser
completamente peligroso.
– ¿Se puede saber que ha sido eso?– le solté.
Él se giró y me miró confundido.
–Los críos de hoy en día no tienen
consideración con las otras personas.
– ¿Y era preciso que te comportaras así?
Mi pregunta pareció caerle como agua fría,
e incluso se tensó del mismo modo que se había tensado ante el joven.
–Me preocupo por ti, ¿y esto es lo que recibo?–
preguntó un poco furioso.
Era una excusa patética.
–Yo no te lo he pedido– acusé–, ese joven ni
siquiera lo ha hecho intencionadamente.
–Bueno…– vaciló bastante irritado–. No hace
falta que tú me pidas nada, es mi obligación y si tengo que pegarle una paliza
a un tío por tirarte al suelo, que demonios, encantado se la daré.
Me quedé alucinando. Pero… ¿Quién demonios
era este tío? ¿Un sicario?
– ¿Así solucionas las cosas? ¿Pegando
palizas?– pregunté incrédula.
Liam se cruzó de brazos, luego me
inmovilizó con la mirada, con una dura y penetrante mirada que hizo que me
encogiera.
–Normalmente no, suelo ser más rápido y mucho
más eficaz. Sin mancharme mucho las manos. –Algo en esa información me dio no
sólo mala espina, sino que, me puso los pelos de punta.
Retrocedí unos pasos hacia atrás, Liam miró
mis pies y con una ceja alzada me miró a los ojos. Una advertencia se escondía
esa mirada que se amplió en una amenaza cuando sus pupilas se dilataron con un
llamativo brillo.
–Estás loco– dije.
Me di la vuelta, dispuesta a alejarme de
él, dispuesta a borrar esta mierda de conversación de mi disco duro y dispuesta
a borrarlo a él. Ese hombre era un enigma, pero no de los buenos, era
simplemente algo terrible de lo que debería alejarme.
Pero a la cuarta zancada, una mano en mi
antebrazo tiró de mí con violencia. Me giró y observé a tiempo, como Liam se
inclinaba, y sin hacer caso de mi grito, me cogió de las piernas para echarme
sobre su hombro. Me rodeó con un brazo firme los muslos y posando su mano en mi
trasero me colocó mejor sobre su cuerpo.
–Ahora verás lo loco que estoy– pronunció
antes de ponerse a caminar para salir de ahí.
Continuará.....................
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