Al principio me había quedado sin aliento,
y no precisamente porque mi cabeza colgaba boca abajo y la sangre fuera en esa
misma dirección; directa a mi frente, fue el hecho de notar su mano, con la
palma abierta abarcando todo mi trasero lo que literalmente me cortó el aire.
Ese tacto fue el interruptor que necesitaba
para activar la parte del cerebro que me funcionaba correctamente.
–Bájame ahora mismo, imbécil –chillé,
mientras le aporreaba la espalda con el puño.
Sin éxito, ese hombre era una mole y todo
su cuerpo era hierro, pegarle me producía más daño a mí de lo que pudiera
alcanzar hacerle a él, igualmente no desistí mientras, él se dedicaba a
esquivar y pasar por el medio de la gente que alucinados se nos quedaban mirando.
–Que me sueltes, cabrón neandertal –grité
mucho más fuerte.
La gente con la que nos cruzábamos ya no
miraban la escena, me miraban a mí como si estuviera loca, y desde luego que
poco no me faltaría. Esta no era forma de tratar a una mujer. Maldito fuese.
Comencé a patalear hasta que Liam me dio un fuerte azote en el trasero.
–Deja de vocear sino quieres que te pegué
otro azote con toda mi fuerza –me riñó.
Esa advertencia junto con el calor que me
había dejado su marca, fue suficiente para callarme.
Me dejó en el suelo en el momento que tanto
la gente, la música, hasta el propio lugar habían desaparecido. Traté de
escabullirme de su cercanía pero con una simple mano me atrapó contra la chapa
de una de las casetas que estaban cerradas y solitarias justo al final de la
calle, casi llegando al polígono industrial que se daba fuera de la ciudad y en
cuyo lugar, sólo estábamos los dos.
Apreté el brazo que me presionaba contra la
chapa y lo retiré de un violento tirón, después con las manos en las caderas,
me enfrenté a él.
–En tu
vida vuelvas hacer eso –lo amenacé con el corazón latiendo fuerte contra el
pecho y el rostro ardiendo de rabia.
–Es la única manera de mantener a la fiera
bajo control.
– ¿Qué fiera, tu o yo?
Liam no contestó, levantó las cejas
señalándome y eso me valió como contestación.
–Yo sólo veo una fiera.
– ¿Así? Pues, –me acerqué a él del mismo modo
que él, se acercaba siempre amenazante en mi dirección, después, levanté el
mentón desafiante–, ahora me ves y ahora…
Torcí el cuerpo y moviéndome hacia un lado
salí de delante de él. Liam, con unos reflejos decididos agarró una parte de mi
cintura con su manso y me devolvió al mismo lugar que antes. De espaldas
contrala chapa.
Y por segunda vez, recibía otro golpe en la
espalda por un hombre en todo el fin de semana.
Furiosa lo empujé alejándolo un poco de mí,
él no se esperó ese golpe y retrocedió a trompicones, inmediatamente se
recuperó y me regaló una delicada mirada felina asesina.
–Admiro
tu pasión, pero, por muy increíble que me resultes… comienzas a ponerme de los
putos nervios –farfulló entre dientes tirando de su cazadora.
–Me rompes el corazón, –le dije con ironía–.
Pero la trae floja.
Intenté, de nuevo, salir de ahí, y otra vez,
mi espalda aterrizó contra la chapa.
– ¡Joder! –voceé crispada–. No vas a
conseguir una mierda de mí, acaso que, no comiences a tratarme con más respeto–
dije enfurecida.
–Me hablas de respeto cuando, desde que te he
visto, no has dejado de insultarme.
–Lo mío te lo merecías, y ahora, con más
razón.
Liam bufó.
–Soy comprensible, e incluso caballero. – ¿Perdón? Este tío estaba muy mal–. He
tratado de mantener una conversación amistosa para calmar tu temperamento, cosa
difícil ya que pareces pegada a él–, era una crítica sacada con toda la mofa
acentuada de su parte y bastante ofensivo–. Pero mi paciencia llega a un
límite, y desgraciadamente mi parte baja, últimamente no me deja razonar mucho
con mi cerebro, porque si encontrara la forma de hacer que la puta sangre me
circulara correctamente, no estaría perdiendo el tiempo detrás de una mujer que
ha vuelto patas arriba mi cabeza y me provoca un intenso dolor de huevos.
–Sí esa es tu forma de pedir perdón, te aviso
que, tus opciones han pasado; de cero a una mierda.
–Eres, a veces, muy irritante.
–Quien fue hablar.
Liam bajó la mirada al suelo y suspiró al
tiempo que negaba con la cabeza, después soltó un rumor, suave, para sí mismo
que me llegó con el mismo impactó que sus palabras.
–Soy tal cúmulo de errores que, el hecho de
pedir tu perdón, pierde todo el valor.
No me amedrenté, aunque la frase, las
palabras y esa declaración dicha de forma tan hundida me había parecido una
pequeña batalla ganada, quise clavar la estacada. No tenía ni idea de porqué,
pero, una parte de mí deseaba joderlo vivo, del mismo modo que él me había
fastidiado a mí desde que lo conocía.
–Conclusión: Estás enfermo –deduje frívola.
Los puños de Liam se apretaron y en dos
zancadas se plantó delante de mí con aspecto animal.
– ¡No estoy loco, lo que estoy es idiota por
dejar que entraras en mi lista de deseos!– rugió.
De pronto, abrió los ojos al darse cuenta
de lo que había soltado por la boca y sacudió la cabeza a la vez que retrocedía
esas zancadas que lo había acercado antes a mí.
Tragué saliva, esa forma de contestar, de
reducir mi presencia a una simple hormiga me asustó.
Miré a mí alrededor, buscando una luz en un
lugar vacío, buscando un alma tan perdida y borracha que me pudiera echar una
mano, pero, Liam sabía bien donde me había traído. A un lugar sin escapatoria.
–Lo siento, esto se me ha ido un poco de las
manos –murmuró pasándose las manos con ansiedad por el cabello.
–Ya lo veo –lo provoqué sin darme cuenta.
–No se me dan bien las conquistas,
normalmente estoy acostumbrado a…
–No –lo interrumpí antes de que soltara otra
de sus típicas ególatras–. Eres terrible en ese aspecto.
Los ojos de Liam tan azules como un cielo
nocturno se posaron directamente en los míos y me dedicó una mirada envenenada.
Retiré la mía incapaz de soportar un segundo más tanta presión sobre mi cuerpo.
– ¿P-para qué me has traído hasta aquí? –pregunté
aun sabiendo lo que sucedería.
Sus dedos se apoyaron bajo mi barbilla y me
obligó a mirarlo. La serenidad lo cubría de nuevo y sus rasgos se habían
suavizado.
–Porque
necesitamos intimidad –susurró lentamente.
Era de día, y sabía que quedaban muchas
horas para que anocheciera, pero sin embargo, todo se me hizo oscuro.
–No
quiero hablar más contigo –dije a la vez que retiraba, con cuidado su tacto.
Dejó que su mano cayera sin fuerzas.
–Yo tampoco, ahora no.
Tragué saliva. El misterio, la tensión y la
presión eran voraces, me estampaban contra el suelo, la pared a mi espalda y el
mismo hombre que tenía delante. Era como un saco de arena al que no dejan de
darle patadas con fuerza.
–Nunca te he calificado como un hombre al que
le cueste hablar. Se claro.
Liam tomó una intensa bocanada de aire y
miró a nuestro alrededor, después, tras observar el vacío que nos rodeaba, fijó
esos ojos en mí y sentí un escalofrío lleno de calor. Despegó sus labios para
soltar el aire y se me acercó tanto que me robó el mío propio.
Me apegué tanto a la chapa metálica a mi
espalda que perfectamente podía convertirse en parte de mí, Liam apoyó una mano
a cada lado de mi cabeza y se echó hacia delante para tratar de estar a mí
misma altura.
El animal había vuelto a la caza y a la
conquista con sus gestos y con el veneno de su mirada.
Estoy jodida con mayúsculas.
Ese hombre irradiaba un extraño y delicioso
afrodisíaco que se metía en mis células, bajo mi piel y dentro de mi cuerpo con
gran rapidez.
De la ira pasé al fuego, del fuego al deseo
y del deseo a la necesidad de tirarme encima de él.
–Me gustas, me gustas mucho –ronroneó
perdiendo el aliento–. Necesito pasar una sola noche contigo. Necesito estar
entre tus piernas para saber que anhela la gente de algo que no pueden tener.
Me quedé mirándolo boquiabierta como si
hubiera perdido el juicio. Las rodillas me temblaron e hice un gran esfuerzo
por no caerme al suelo.
– ¿Crees que no me puedes tener? –pregunté
alucinando.
–Me lo pones tan difícil todo que… ya no lo
sé.
Sentí el efecto mariposa revolotear en mi
estómago y una extraña, pero deliciosa sensación de frenesí recorrerme el
cuerpo al escucharlo hablar.
–Eres tú el que siempre me ha echado.
Mi voz era el mero susurró de una leve corriente
de aire, nada más. No tenía fuerza ni para hablar, como para quitarme lo de
encima en cuanto deseaba, por encima de todo tenerlo aún mucho más cerca.
–Y ahora soy yo el que te pide que me des la
oportunidad de estar contigo.
– ¿Y-y si soy yo la que no quiere estar ahora
contigo?
–Puedo obligarte. – Estaba segura de eso–. Sé
cómo hacerlo, tengo un don para hacer que la gente haga todo lo que quiera y
con ello, también te puedo obligar a ti a que desees locamente estar conmigo–,
de eso ya no estaba tan segura. ¿Un don?
Eso acojonaba–, pero me gustaría que fuera una decisión tuya, de ese modo
disfrutaríamos los dos. Y ten por seguro que disfrutarías, te daría todo lo que
me pidieras. Todo lo que quisieras. Sería tu Papa Noel personal.
Puse los ojos en blanco e intenté parecer
molesta, pero me resultó imposible cuando sentí como las mejillas me ardían y
los pezones se erguían solos y se ponían completamente duros.
Era tentador y una minúscula pare de mí…
…mentirosa…
…se
sentía de lo más tentada a aceptar, pero el hecho de sentirme como un ratón en
un laberinto a oscuras y con miles de cebos, los errores al someterme a esa
deliciosa práctica, eran demasiado graves.
–Sería un terrible error –murmuré porque
realmente no sabía que decir ante tal oferta.
–No lo sabrás si no lo intentas.
–Intentar algo contigo es una locura…
Me quedé sin palabras cuando noté su frente
apoyarse en la mía. Liam inhaló una intensa bocanada y sentí como mi cabello se
movía en esa dirección para ofrecerse a él.
–Tú también eres una locura para mí, eres
todo lo contrario de lo que debería ser lo correcto en mi vida…
–Eres tú el que no deja de insistir –interrumpí
porque su anterior comentario, sonaba más como una desgracia que como un
precioso halago.
Buscar algo romántico en un hombre que
carecía de sentimientos era como buscar una aguja en un pajar.
–No lo puedo evitar –pronunció soltando el
aire–. Tú me llamas peligrosamente, tú me incitas a ser despiadado, tú te metes
en mi cabeza con tal fuerza como un tumor te absorbe la vida. Eres peligrosa y
a la vez aquello que he deseado desde hace tiempo. Una mujer que me haga perder
la cabeza.
–No quiero engancharme a ti.
–Yo seré tu camello las veinticuatro horas del
día.
Liam rompía mis escusas y las negaciones,
las ideas y las barreras se terminaban, casi no encontraba nada más para
negarme completamente.
Perdía mi lucha sin remedio.
–No sabes si te gustará…
Liam de nuevo se abatió sobre mí, con su
respiración y su presencia que hacía que me saltaran las alarmas y el corazón.
Toda palabra dicha se me quedó cortada por la falta del aire que tanto
necesitaba.
–Gaela –dijo con la voz ansiosa–, lo poco que
he probado de ti, ha sido ácido puro, corrosivo y adictivo. Eres la metadona
que me quiero inyectar directamente en las venas para pasarme todo el día
alucinando y lleno de ti.
Me estremecí.
Todo resplandecía como un destello color
rosa y las palabras salían de mi boca pero no de mi cerebro.
–No –negué sin aliento y con el mismo nivel
de ansiedad.
–Deja de negarte –bramó–. Me estás matando
con cada “no” que sueltan tus labios.
Los brazos de Liam se arrastraron por la chapa
al tiempo que se acercaban a mi cuerpo, al llegar a la zona de las caderas se
despegaron del metal y se apoyaron de nuevo en mi cuerpo. Temblé ligeramente y
después me tensé. Todavía mantenía su frente apoyada a la mía, así que lo
sintió todo ya que su cuerpo también tembló y en uno de sus impulsos acercó sus
caderas a las mías.
Ya no tenía escapatoria.
–Para –dije sin aliento, sin embargo no hice
nada para quitarme a esa bestia de encima.
–Me has seducido, has perturbado mis días y
consumes mis noches. No dejo de pensar en ti.
–Liam –gruñí.
En un impulso y con la fuerza de sus manos,
Liam me despegó de la chapa y encajó nuestras caderas. Sus piernas quedaron en
el centro de las mías abiertas y mi estómago chocó contra la hebilla de su
cinturón. Contuve el aliento y apoyé mis manos en su pecho. Estaba ardiendo
casi tanto como yo.
–Te quiero tener, Gaela.
–No es una buena idea.
–En ese caso…
Liam se interrumpió y fijando sus ojos en
los míos, se lamió los labios con descaro. Me derretí y sentí como mi corazón
pasó de cero a una velocidad loca.
– ¿Qué? –animé.
–Aléjame de ti –murmuró sin respiración,
ronco y lleno de deseo.
Todo perdía fuerzas, nada me respondía,
ahora era yo a la que no le circulaba la sangre correctamente hasta el cerebro.
Perdición, así se llamaba mi película.
– ¿Por qué?
Liam se aproximó un poco más sin dejar de
rozar mi frente. Noté como caía su aliento en mis labios.
–Porque voy a besarte. Y si consientes que
suceda… Será una respuesta.
Nuestras narices chocaron y el frenesí me
llegó como si hubiera explotado una bomba atómica cerca de nosotros, es más,
juraría que esa bomba atómica era yo.
– ¿Y eso es malo? –pregunté afónica.
–Para ti sí.
Lo dudaba, y aunque mi cabeza me decía todo
lo contrario, la primicia de poder besar sus labios por primera vez, de
calificar ese beso en mi corta lista…
De pronto, recordé a Ivan y sus duras
palabras. Y todos mis remordimientos, mis principios y mis pensamientos
contradictorios se fueron a la mierda.
Tirarme al primero que se me cruzara…
–Déjame que te ayude a ser bueno –ronroneé de
repente, con voz seductora.
– ¿Cómo? –esa no parecía su voz, estaba
completamente distorsionada por la locura a la que ambos estábamos sometidos.
Sonreí, enredé mis dedos en su camiseta y
con poca fuerza lo atraje a mí. Liam ya estaba preparado y no opuso ni pizca de
resistencia cuando mis labios chocaron con los suyos, tan sólo soltó un gruñido
al fusionarse con mi boca.
Eran como si nuestros labios se hubieran
encontrado antes que nuestros cuerpos: el primer beso -el primero de muchos,
tal vez el único, o tal vez un sueño. No lo podía deducirlo con claridad, pero
no me importaba- ese beso era caliente y brutal.
Como él.
Sus labios sabían a menta y a cereza, una
mezcla deliciosa. Liam abrió los labios y metí la lengua en su boca con
decisión. Ahogué un grito al notar la decisión en él y me tragué el suyo, mucho
más animal, con placer.
Dios, como besaba, eso era una ilegal, no
podía existir en este mundo un hombre que besara de esa forma. Me encendí como
un cartel de neón en las Vegas.
Nuestras lenguas se movían en una danza
salvaje y ansiosa por poseer y ser el amo del otro. Me estaba besando más
fuerte y mejor de lo que nunca me hayan besado y lo sentía; punzadas de
excitación hormigueante inundarme como olas de gran altura.
Mi cuerpo se llenó de energía, de
adrenalina y de algo inimaginable, un arrebatador calor que me inflamó hasta la
medula, desde los pies hasta cada punta de mi cabello, irremediablemente sentí
como con ese simple roce, se me mojaban las bragas.
Liam me acarició el interior de la carne,
deslizando sus dedos por las caderas, por mi cintura, mi espalda para bajar de
nuevo hasta llegar a mi trasero y ahuecarlo con ataques violentos para
restregarme la dureza que se aplastaba contra sus pantalones.
Una dureza que acepté abriéndome un poco de
piernas, ofreciéndole sin barreras aquello que él me pedía y que yo deseaba con
todas mis fuerzas.
Me apreté contra su pecho, hundiendo los
dedos en sus hombros hasta que casi había jurado que estaba dejando mi marca a
través de las capas de tela que lo abrigaban. Y no era suficiente.
Gruñí
impotente porque quería más, deseaba arrancar su carne, lamer su piel y meter
mis narices en su carne.
Él inclinó la cabeza para comenzar a
besarme por el cuello, me quejé pero nada más sentir esos labios, me mordí los
míos para no gritar como una loca. Temblé cuando la punta de la lengua pasó por
la piel de mi garganta hacia arriba.
–Gaela –murmuró, acariciándome con su
aliento.
El susurro fue como una llama que pareció
envolverme de arriba abajo.
–Dios, no te pares… estoy viendo fuegos artificiales.
Liam rio suavemente.
Le ofrecí mi boca, mis labios y mi
necesidad, todo, porque de repente, lo necesitaba todo y él cayó de nuevo como un
demonio poseído por el deseo oscuro que habíamos creado. El beso se tornó una
locura animal, algo duro, salvaje y lleno de necesidades ansiosas, pero en el
mejor momento él se retiró con la respiración acelerada y la vista turbada.
–No –gruñí quejándome por su abandono.
Estaba tan cera, podía oler con gran
intensidad, como si sufriera un don de mis sentidos alterados, su gel de ducha,
las delicadas notas de colonia, su aroma esencial puro Liam y el dulce olor a
sudor a verano.
–Otra vez –le pedí sedienta de él.
–Aquí no –murmuró ronco.
Me negué e insistente lo atraje de nuevo,
deseando volver a sentir el cálido roce de su boca animal sobre la mía. Él se
negó, pero con dulzura me sonrió y retiró mis brazos de su cuello pero no soltó
mis manos.
–No hay nadie…
–Aquí no –ordenó mordaz.
Cobarde.
No sé si lo dije en voz alta o tan sólo
sonó en mi cabeza, pero los rasgos de su rostro se endurecieron, igualmente me
dio igual.
Liam me sujetó con más fuerza y evitó mi
cercanía con rudeza.
–Gaela –insistió con la voz ronca–. Estoy tan
o más perturbado que tú, pero no quiero que tú primera vez sea de pie contra
una pared, y menos así, en plena calle, así que, se buena y estate quieta.
Dejé mis brazos sin fuerza y él, me soltó. Después,
se lamió los labios y miró a su derecha con atención, fijando su vista en un
punto o en nada. Su rostro no mostraba nada y sólo Dios sabía que era lo que se
le estaba pasando por la cabeza. Luego, se giró, con el rostro completamente
transformado en un hombre decisivo, controlador y amo supremo de todo.
–Ven conmigo –ordenó a la vez que levantaba
una mano en mi dirección.
De pronto el tiempo se detuvo a mí
alrededor.
Miré esa mano y luego a él. Si aceptaba esa
oferta sabía lo que sucedería…
…Hazlo…
Tenía la oportunidad de decidir, y tomar la
decisión más adecuada…
…Hazlo…
Dejar atrás mis convicciones y la parte de
niña para convertirme en mujer. Si me iba con él debía tener las cosas claras
de que no había una oportunidad de negarse…
…Hazlo…
Sí me iba con él, debía llegar hasta el
final y saber que mañana no habría tiempo de arrepentimientos…
…Venga, hazlo…
Que a lo hecho pecho y que…
Acepté esa mano.
Después de todo, pensar nunca había sido lo
mío.
Siempre había tenido la cabeza muy dura y el
corazón muy blando, tanto como, para haberme enamorada de un cabrón sin escrúpulos
con el que me iba a casar. Hacia lo que quería y decía lo que me daba la gana
y, normalmente, acababa lamentándolo. Pero ahora, todo eso me importaba una
mierda.
Tenía la certeza de que Liam y su cuerpo
esculpido en oro, me haría olvidar los remordimientos del día siguiente. Y si no
era así, disfrutaría de la noche con gran placer, como si se acabara el mundo.
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