Llegamos a casa de Gina, en silencio, a
excepción de las indicaciones que le daba tras contestar a sus limitadas y
rudas preguntas. Liam apretó el freno y, yo tuve que recobrar el equilibrio
antes de que nos detuviéramos delante del jardín victoriano que Gina conservaba
y cuidaba a las mil maravillas.
–Gracias –murmuré, y me arrepentí porque mi
voz sonara con tan poca vida.
Bajé de la moto y sin dirigirle ni una
mirada, comencé a caminar hacia el camino de ladrillo marrón que decoraba la
entrada de la casa.
–Morena, –me frené completamente en seco y
sentí el delicioso cosquilleo que le provocaba ese tono de voz a todo mi
cuerpo–, se te olvida una cosa.
Una pequeña porción de mi cabeza analizó
dicha información y automáticamente me toqué el bolso. Lo llevaba en el hombro,
cruzado sobre mi cuerpo y lo tenía todo. Me giré y lo miré confundida. Su
rostro tampoco me dio una pista ya que continuaba tan vacío como una página en
blanco.
– ¿El qué?
–Darme un beso de despedida –dijo con
arrogancia.
Intenté poner cara de ofendida, pero como
me había quedado alucinando, seguramente parecería que estuviese a punto de
cazar mariposas con la boca.
–Que te lo has creído tú –conseguí murmurar
cerrando la boca.
–Ven aquí, morena, y dame mi beso.
Varié
el punto de equilibrio de una pierna a otra mientras, notaba como se me
calentaba el cuerpo gracias a la adrenalina extra que me invadió por su voz. Le
dediqué una mueca de desprecio.
–Si quieres un beso, primero pídemelo bien y
después, ven tú a por él.
Para mi sorpresa se bajó de la moto, y con
mucha lentitud, sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo se acercó
caminando con esa postura de seguridad que me ponía tan enferma como a cien. Se
frenó justo delante de mí, a menos de diez centímetros. Hinchó su pecho y con
chulería levantó el mentón. Bufé y con prepotencia me crucé de brazos para
demostrarle que su actitud no me afectaba en absoluto.
– ¿Me vas a dar un beso?
Hombre estúpido y demasiado seguro de sí
mismo.
– ¿Y la palabrita mágica? –ronroneé.
No tenía ni idea pero mi mente parecía
tener un control absoluto sobre la situación, algo extraño. Mi cuerpo
aletargado le había echado un buen vistazo al monumento que tenía delante y se
estremecía, pero de una forma correcta. No daba tanto la nota como la forma
nerviosa de mis labios en menearse para todos los lados como si fuera hasta
arriba de LCD.
Liam sonrió de una forma airada y negó con
la cabeza.
– ¿Tenemos diez años? –Preguntó con mofa–.
Sólo es un beso, un simple beso. No tienes que hacer un gran esfuerzo, yo lo
haré todo, únicamente tienes que ofrecerme tus labios y el resto es cosa mía.
Me recordó a Ivan, por la forma de actuar y
comportarse como un chico bueno.
Mentiroso.
–Hasta cuando te haces el bueno pareces un
cabrón.
Liam exhaló de forma prolongada y lenta, y
aquel sonido hizo que mi sangre se disparase.
–Y continúas con tu acoso verbal.
–Oh, disculpa –dije con voz al mismo tiempo
ronca y suave–. Debería someterme a tu misericordia.
– ¿Me has hecho venir hasta ti, para
vacilarme?
–Puede.
Levantó las cejas sorprendido. Por lo visto
no se esperaba mi reacción. No obstante, Liam era un hombre eficaz y siempre
conseguía que las emociones solo le afectaran un segundo, después, se
recuperaba con gran facilidad y volvía atacar a la yugular.
–Pues
tu sentido de la oportunidad es una mierda.
Eso era un breve recuerdo de que la llamada
había fastidiado su día.
Pobrecito,
que mala suerte.
A mí él me había fastidiado el fin de
semana, así que, por mi parte no tenía pensamientos de dejar que se fuera de
rositas.
–Y tu sentido de la decencia escasea por
todas partes –ataqué.
Alargó los labios y leí una advertencia en
cada uno de sus movimientos.
–No soy un buen chico, lo asumo, ¿contenta?
–Para que esté contenta, deberías asumir
muchas cosas.
–Poco a poco, morena. Todo a su tiempo. Nos
estamos conociendo.
Esa frase decía y escondía muchas cosas. La
primera; era que daba por seguro que deseaba volver a verle la cara, es más, él
ya anunciaba que así iba ser, y la segunda; que no conocíamos, y ese término a
lo que era la realidad, no encajaba en nada.
–Y ahora, ¿me besas? –añadió.
–No –respondí tajantemente, con el mentón en
alto.
Las angulosas cejas de Liam se alzaron y la
sonrisa o cualquier signo alegre, bromista o prepotente se esfumaron de su
rostro. Me di la vuelta para alejarme de él, pero al segundo paso que daba, me
tomó del antebrazo y me giró bruscamente hasta su regazo.
Sus ojos saltaban de sus cuencas cuando lo
miré.
– ¿De verdad me estás obligando a esto?
–preguntó alzando las cejas y dejando caer su cabeza un poco sobre mí, solo un
poco.
–Un beso de despedida implica muchas cosas, y
yo no quiero nada de lo que tú me puedas dar.
Su rostro plasmó un golpe en la cara.
–Acabamos de pasar la noche juntos,
practicando sexo sin parar, y ahora…
–Deberías de estar contento, sexo sin
compromiso.
Liam negó con la cabeza y expiró
lentamente.
–Eres muy rencorosa.
Me encogí de hombros.
–Un poco. Y te equivocas en una cosa, chico-sabe-lo-todo –interrumpí con
sarcasmo–. Tú te has largado al
anochecer y yo, y la almohada, somos las únicas que hemos pasado la noche
juntas.
Con el rostro vacío de expresión, Liam negó
con la cabeza a la vez que me soltaba para mover los brazos y destensar cada
músculo, yo reculé un poco, dándome cuenta de verdad de lo que aquello podía
implicar.
–Entiendo. Sigues molesta por ese pequeño
detalle –argumentó llanamente.
– ¿Pequeño? –pregunté ásperamente, con un
tono endurecido por el recuerdo de su fuga inesperada.
Liam clavó sus ojos azules chispeantes,
directamente en los míos. Se me cortó el aliento.
–Escúchame bien, Gaela. Yo no te obligué a
nada, podía, sí, pero no lo hice porque no me gusta forzar a las mujeres
–indicó con un tono lúgubre–. Tu solita decidiste entrar en ese Motel sin
promesas ni compromisos…
–No quiero otro compromiso –interrumpí
bruscamente–. Me voy a casar con otro hombre. No necesito a otro cerdo en mi
vida. No soy granjera.
La cara de póquer que puso lo decía todo,
abrió la boca y la cerró, sacudió la cabeza, después, tras pensarlo mejor soltó
una carcajada con su cuello estirado.
–Oh, vaya, eso sí que ha tenido mucha gracia
–se jactó.
E incluso me hizo gracia a mí, hasta me
permití el lujo de borrarlo con la mirada mientras escuchaba el glorioso sonido
de su risa. Algo completamente maravilloso. Hasta ese sonido me puso la piel de
gallina.
Con su altura era todo un espectáculo,
sobre todo en aquellos momentos en que se erguían para mostrar toda su figura.
Llevaba los tejanos y tenía un aspecto estupendo con esa camisa a cuadros que
se había abierto para mostrar la ceñida camiseta blanca…Dios, estaba buenísimo,
aunque de forma salvaje.
–Me sacas de quicio –me dije para repetírmelo
a mí misma.
Liam me dedicó una mirada baja y muy sexy.
–Vale, estamos de acuerdo, pero… ¿me vas a
dar mi beso?
Era imposible.
– ¿Es que acaso te lo mereces?
Sus ojos se dilataron, hasta volverse
completamente oscuros, y yo me puse en tensión, observándolos a través de una
nube azul que me envolvía entera. Aunque sus dedos estuvieran por debajo de cu
cintura, me sentía como si me estuviese acariciando el cuello con una intimidad
asombrosa, como si lo estuviese presionando con una insistencia ligera pero
exigente.
–Supongo que no –contestó suavemente–, pero,
después de golpear mi mejor arma y salir escopetada para unirte con unos locos
que querían hacerte lo mismo que yo, aunque, de otra forma diferente, –Liam se
acercó, no sé como pero se aproximó tanto que sentí el sabor del café en mis
labios–, me arde la sangre, así que… Necesito una pequeña dosis de ti para
hacer desaparecer cada imagen que tengo de ti y una mano ajena en tu trasero.
Inhalé aire, e igual que una llama
encendida en una cerilla, lo sentí como si fuese chispa. Una oleada de calor me
recorrió el cuerpo, y siguió la línea desde mi cuello hasta mi ingle. Dejé
escapar un débil sonido; si hubiese sido capaz de pensar, me habría sentido
avergonzada.
Liam levantó una mano y acarició mi
mejilla, aguantó el aliento como si ese simple roce lo afectara de una forma
violenta, mientras intentaba controlar su hambre de mí. Con la sangre
palpitando atronadamente me apoyé en su pecho para no perder el equilibrio.
– ¿Por qué juegas conmigo de esta forma?
–pregunté, echándole la culpa de mi estado y no sentirme tan perdida por caer
en su tornado sin oponer resistencia.
Liam levantó un poco mi rostro y dejó caer
el suyo para tentarme peligrosamente.
–Por enésima vez; yo no juego, incito hasta
conseguir lo que quiero, y–se interrumpió y levantó la mirada para ver algo
detrás de mí, su cuerpo se tensó y aunque no leí nada en los gestos que
reflejaba su cara, todo desapareció cuando bajó la mirada y vi lo dócil que de
pronto, se había vuelto–. No hace falta que te diga lo que quiero–. Acercó más
los labios y presionó sus dedos sobre mis mejillas–. Dame mi beso.
Ya
era bastante duro controlarme a mí cuando deseaba con todas mis ganas darle ese
maldito beso, pero tratar que esa mole dejara de bajar sus labios hacia los
mío… Eso fue inevitable.
Y me dejé.
Apenas terminé de humedecerme los labios,
Liam cubrió mi boca. Su sabor estalló por todo mi cuerpo, regalándome una
oleada de locura. Subí mis manos a su cabeza, al tiempo que me arqueaba hacia
atrás jadeando cuando su lengua jugó lenta y picarona con la mía.
Me había puesto de puntillas como si estuviera
tratando de absorber las sensaciones o le ayudaba a él, a que tomara más de mí,
todo de mí. Liam, deslizó los dedos suavemente por la curva de las caderas para
contrarrestar lo duros y afilados embistes que producía su boca.
Jadeé como una loca y cerré la mano sobre
su cabello para atraerlo más. Él recibió con agrado el tirón de su cabello y
como regalo pasó sus manos por todo mi trasero. Mis oídos se llenaron con los
sonidos que ambos provocábamos; las succiones, los lametazos y los jadeos, llenaban
el aire.
Ese hombre era puro fuego y siempre me
haría arder, siempre encendería mi piel. Estaba enchufada, completamente
enchufada a él y a su presencia en todos los sentidos.
De pronto, escuché una exclamación femenina
acompañada de una obscenidad típica que concia muy bien. Me separé de Liam
abruptamente, empujándolo y me di la vuelta.
Mierda.
Adriana y Logan estaban en las escaleras
mirándonos con los ojos abiertos y con gesto rabioso. Gina, un poco más atrás,
se apoyaba al marco de la puerta y negaba con la cabeza a la vez que cerraba
los ojos. Se me cortó el aire y di unos pasos para acercarme a mis amigos, pero
en el momento que mi cuerpo se ponía en marcha, los suyos también y fue para
huir de mí.
–Adri…
–Ni me hables –cortó rabiosa.
Con paso ligero pisó el jardín y atravesó
la carretera para dirigirse al coche de Logan. Mi amigo, con el mismo gesto,
fue detrás de ella. La seguí anteponiéndome entre el coche y ella.
–Esto tiene una corta explicación.
Patético. Esa frase la odiaba porque era el
comienzo de una explicación penosa, pero era lo único que mi cabeza maltrecha
había conseguido recurrir.
Adri me miró con la misma expresión que si
acabase de tragarse un montón de mierda… aunque tal vez era porque le parecía
tan solo un montón de mierda.
–No quiero escucharla, me da igual. Me has
decepcionado… Eres mi mejor amiga… –no pudo terminar y sentí como el nudo que
ella masticaba se unía al mío.
El dolor me encogió el estómago y me dieron
arcadas.
–Lo siento…
–No. –Adriana le dio un golpe a mis brazos
que se habían alargado hacia ella–. Déjame en paz.
Mi amiga me rodeó y pasó por mi lado con la
misma facilidad que uno tira una colilla en el suelo. La ansiedad me abofeteó
con fuerza y un nervio doloroso, casi intragable me revolvió las tripas.
Parpadeé para aguantar una estúpida lágrima que se me escapaba del ojo y pude
ver, a través de una nube borrosa como abría la puerta y se metía dentro…
Párala, detenla…
–Adri…
– ¡No!
Cortó
con un grito y cerró la puerta con agresividad. Me adelanté para conseguir
arreglar las cosas, no podía permitir que se fuera así. Pero una mano en mi
espalda, empujándome a un lado sin miramientos me cortó temporalmente el habla,
y más, al ver quien me había tratado con tanto desprecio.
–Hey… ¡Tranquilo! –amenazó Liam, desde el
otro lado de la cera, con una pose perturbadora clavando la mirada en Logan. Mi
amigo, completamente tenso se giró hacia él –. Vuelve a tocarla si te atreves
–lo tentó fríamente.
Logan apretó los puños y soltó un bufido
rabioso.
No se dijeron nada, por un momento temí que
esos hombres se tiraran uno encima del otro, y después de ver a Liam en acción
me preocupaba que mi amigo sufriera alguna herida por su culpa, pero, para mi
tranquilidad, Logan le retiró la mirada y se dirigió al coche sin mirarme,
después montó y se fueron sin mediar palabra entra los dos y sin dedicarme un
último vistazo.
Quise derrumbarme en el asfalto, y por poco
lo hago, no me quedaban fuerzas. Sin embargo, con la respiración acelerada me
di la vuelta para enfrentarme al demonio que lo había planeado todo.
Él los había visto, antes de besarme los
había visto, por eso se había tensado.
–Lo has hecho apostas, sabias que estaban ahí
–culpé con la garganta ardiendo por la ira.
En un segundo, el aspecto amenazante de
Liam pasó a ser desafío.
– ¿Yo? No soy tan retorcido.
Me sonrió de forma falsamente encantadora,
seductora, y su dentadura perfecta reflejó la luz.
–No quiero volver a verte.
–Lo siento, pero ese es un deseo que no
pienso hacer realidad. –Liam se dio la vuelta, se fue tranquilamente hacia su
moto, sacudiendo sus llaves en la mano con gesto alegre. Montó, arrancó y se
giró.
Desgraciadamente me quedé embobada mirando esa espalda tirar de su camisa
para tomar el manillar de la moto y una desgarradora imagen de sus tatuajes y
el cálido tacto de su piel me cerró el pico de golpe.
–Luego te llamaré.
–No te molestes… No lo voy a coger.
Los hombros se hundieron con todo mi
cuerpo. Mis palabras se habían desvanecido con el viento. Liam se había
marchado, lanzando su moto a la precipitada carrera de locura, como tal, como
su comportamiento y como ese rasgo perturbado que revestía todo su carácter.
Me froté las sienes, pensando en la idea de
ahorcarme, pero al abrir los ojos y toparme con la comprensible mirada de Gina,
una parte de mi trastorno se evaporizó.
Pero mi alivio fue efímero.
El rostro de Gina era la perfecta imagen
que siempre me había ayudado a entrar en estado de relajación cuando la había
necesitado, pero en ese momento me hacía sentir como una mala bruja que había
destrozado la vida de dos personas.
– ¿Puedes dejar de mirarme a si? Por favor
–le pedí.
–Entra, Victoria está aquí.
Ese comentario me desconectó solo una
tercera parte del cerebro, las otras dos estaban ocupadas en las reacciones de
Adri y Logan y la última, la que más odiaba; en Liam.
– ¿Me vas a echar un rapapolvo? –le dije,
balanceando un pie de adelante atrás, pensando seriamente en entrar o no.
– ¿Yo? –Preguntó con los ojos en blanco–.
¿Qué acaso soy tu madre?
Me convenció. Entré dentro de la casa y
sentí el calor de la decoración Feng sui
rodearme entera. Dios, esto tenía que funcionar, la casa de Gina y Ete era como
rodearte de en un paraíso completamente asilado de la civilización.
– ¿Te parece bonito?
Me frené completamente en seco al escuchar
la pregunta. Me di la vuelta y me choqué con mi amiga en plena acción. Con los
brazos en sus caderas, el pelo en una coleta -mierda, se lo había recogido- y
el rostro lleno de decepción.
Y ahí estaba la bronca del siglo.
Después de; una tensa conversación con Gina
que terminó en una explicación de los hechos (sin mencionar el punto violento
de Liam) y el soportar unos comentarios graciosos que me aliviaron por parte de
mi amiga, me encargué de Victoria; secar, vestir y regañar. Luego, nos pusimos
en marcha.
Gina me había dado unos calmantes para mis
dolores personales y unas pastillas para el resacón de mi sobrina. Aún,
tomándose tres pastillas troceadas porque no podía ingerirlas enteras, parecía
que Victoria se muriera en el asiento del copiloto.
La miré dos o tres veces y en cada una bufé
de frustración porque deseaba meterle una paliza.
–Más te vale que tengas más aplomo cuando
entres en casa –farfullé dedicándole una mirada desdeñosa. Victoria me miró y
en sus labios se dibujó un mohín lastimero–, no me mires así. Ten la fuerza
suficiente para saludar a tus padres y subir a tu cuarto cagando leches. No me
como un marrón más por ti.
–Tita, estoy que me muero, no seas tan cruel
conmigo.
Su voz me llegó a la fibra más interna de
mí ser. Victoria era como yo, y la cosa tenía gracia, las dos nos habíamos
comportado como una crías, no se merecía mi reprimenda.
–Lo siento, pero te pido por favor que tu
padre no se entere.
–Lo intentaré –dijo y me regaló una sonrisa
de oreja a oreja muy cariñosa.
Me centré en la conducción y puse la música
para relajar el ambiente y relajarme a mí de paso. Lo necesitaba, acaba de
vivir más experiencias en estos dos días que en toda mi vida.
Entre el viernes con Ivan, hasta mi cita
con Liam, las cosas habían pasado a gran velocidad y mi cabeza no conseguía mantener
una idea fija en mi cerebro. Me sentía mucho más perdida que antes y mucho más
confundida. Estaba claro que pensar en todo sólo me causaría dolor de cabeza.
Mi hermano vivía en un barrio familiar de
lo más pintoresco. Casi todos los vecinos eran familias y se conocían tanto
que, una vez al mes formaban una gran comida en el centro de la calle con la
excusa de poder deshacerse de los niños, que desperdigados se entretenían en
los hinchables o las atracciones que montaban exclusivamente para ellos.
Nada más bajé del coche me invadió el olor
a carne y no estaba muy segura si venia de casa de mi hermano, de la de
enfrente o de las dos que habían al lado, igualmente recé para que fuese Stefan
quien estuviera al fuego y mi estómago estuvo de acuerdo conmigo, en ese
momento gruñó desesperado por llenarse.
Ayudé a Victoria a bajar y me cargué al
hombro la cesta de la playa preparada para darme un baño en la nueva piscina de
la familia. Cogí las llaves y nada más abrir la puerta el leve sonido del canto
dulce de una niña llenó mis tímpanos.
–Otra vez no, por favor –se quejó Victoria,
apoyando la cabeza en la puerta.
La voz volvió a sonar y la canción entonó
un volumen más alto.
–Brilla
linda flor, dame tu poder, brilla linda flor…
Tanto Victoria como yo
nos miramos, ella con la cara cada vez más pálida como si esa sintonía la
estuviera poniendo enferma. En mi caso, el sonido de mi sobrina de tres años,
me sacó una sonrisa.
–Se ha escapado Rapunzel –pronuncié alegremente.
–Odio a todas las princesas Disney. Las odio.
Entramos y la loca carrera por pasar la
fase cero cuanto antes se hizo eterna. Victoria casi tiró la mesa de la
entrada, dos cuadros del pasillo y un jarrón que Zoe, tenía colocado al pie de
la escalera, pero finalmente consiguió subir -a modo de una borracha penosa-
las escaleras. Suspiré aliviada y casi me dio un infarto cuando al girarme vi a
mi hermano, con los brazos cruzados y una pinza de carne balanceándose en los
dedos que asomaban por debajo.
–Buen intento –dijo, levantando una ceja.
–Mierda –murmuré al darme cuenta de que el Pitt Bull, nos había visto.
–Te agradecería que dejaras de influenciar a
mi hija de diecinueve años.
Como a la carne, me acababa de aplastar
contra la barbacoa.
–Te recuerdo que tú, a su edad, ya tenías una
hija de año y medio.
–Por eso te lo digo, porque sé, de qué pie
cojean los jóvenes de hoy en día a esa edad.
–Reconoces que tú tenías una mente retorcida
a esa edad.
–No lo puedo reconocer, Gaela, tengo una hija
que casi podía ser mi hermana. Eso es una prueba que vale en cualquier juicio.
Pero no quiero que mi hija cometa un error similar.
Sonreí porque la voz de mi hermano ya
comenzaba suavizarse y con un poco de suerte, ese sería el sermón de hoy.
Bien, hoy no había misa.
–A ti no te ha ido tan mal –señalé, a la vez
que señalaba con la cabeza a las dos locas que había en el salón.
Anabel y Eduwina, mis sobrinas. Dos soles
que compartían los rayos en sus cabellos. De ojos verdes, y rubias-pelirrojas,
como su padre, se habían encargado de llenar la familia de alegría.
Anabel tenía siete años y era toda una
adicta a las películas de fantasía. Sus preferidas eran las de heroínas que
luchaban, mataban y saltaban por los cielos con poderes impresionantes. Le
encantaba disfrazarse de ellas y andar corriendo por la casa con látigos,
pistolas o espadas como ellas.
Dos semanas antes era la protagonista de Underwold, y hoy era… Todavía no había
conseguido averiguarlo.
Eduwina, una princesita que le encanta
llevar vestidos largos y disfrazarse de la Sirenita
o la Bella durmiente. Últimamente le
había dado por Rapunzel, y la
película que estaba puesta en el DVD
a todo volumen, era la segunda que Stefan le había comprado.
–Porque tuve suerte –comentó mi hermano con
orgullo.
–No te preocupes, Victoria es una chica muy
madura, –tuve que aguantarme una risa al pronunciar esa declaración–, se parece
a mí–. Se me cortó el aire por la ironía que salió de mi voz.
Mi hermano arrugó la frente. No se le
escapaba ni una y tampoco es que hubiese disimilado mucho el tono de mi voz.
–Y tú te pareces a mí, con lo cual, y resalto
mi información, se de lo que hablo.
La tontería se me cortó de raíz. Mi hermano
me acababa de estampar una tarta verbal en toda la cara. Asumí el error de
enfrentarme a él y dejé de mirar como subía las escaleras -que acaba de subir,
a trompicones Victoria-, para entrar al salón y saludar a las pequeñas.
Eduwina fue la primera que vino corriendo y
se lanzó a mis brazos ya preparados para ella. Le di un beso detrás de otro y
después, cuando la bajé en el suelo me tocó hacer una reverencia como en sus
dibujos animados.
Anabel, con la pose más recta y mucho más
metida en su papel de heroína, se me acercó en silencio mientras intentaba que
no se le escapara la risa.
– ¿Y quién se supone que eres ahora?
–pregunté con cariño y mi sobrina se puso completamente recta.
–Soy Alice –contestó orgullosa.
Estudié todas las películas que había visto
y… Eran pocas. No sabía de quien me hablaba.
– ¿Quién?
La sonrisa de Anabel desapareció
completamente. Con unos preciosos morritos y muy disgustada pasó por mi lado y
se dirigió a la cocina. Dejé a Eduwina terminando de ver la película de Enredados y la seguí.
–Mami, –Anabel llegó hasta su madre, que preparaba
la ensalada, y tiró de sus pantalones cortos–, la tía no se entera.
– ¿De qué, cielo?
–No sabe quién soy.
Zoe Nicola-Lee se giró y me miró con sus
ojos castaños a forma de saludo y con una preciosa sonrisa en los labios. Mi
cuñada era un poco más menuda que yo, delgada y con una fortaleza increíble. Se
había cortado el cabello y ahora, esos rizos castaños los llevaba a ras de la
barbilla.
–Residente
Evyl –aclaró, resoplando para quitarse el pelo de la cara–. Y no me culpes
a mí, el otro día tu hermano quería ver a Milla
Jovovich, y se le ocurrió la gran idea de alquilar la saga entera. No sabes
lo que me ha costado conseguir esa ropa negra para niña… Al menos, ha dejado de
ponerse mis tacones.
Sonreí por la forma de expresar el último
comentario y recordé, el taconeo de Anabel cuando decidía ponerse los salones
más altos que tenía su madre en el armario. Después, miré a la niña y le
dediqué una sonrisa.
–Estás muy guapa. –Sonreí y la pequeña me
devolvió el gesto–Y la peluca está genial –añadí y señalé ese detalle con el
dedo. Anabel sonrió con molestia y se ruborizó.
–Mejor eso que cortarle el pelo y teñirlo…
Dios, cogí las tijeras al vuelo, pero ya se había cortado dos rizos. Casi, la
mato –se quejó Zoe con dramatismo.
La sonrisa de Anabel se transformó en una
diabla y agachó su cabeza para dedicarle una peligrosa mirada a su madre. Zoe
que la vio, estrechó sus mofletes y le dio un beso sonoro. Después la dejó y
continuó peleándose con la ensalada.
– ¿Qué tal todo? –me preguntó, con el mismo
tono de cariño que había utilizado con su hija.
–Bien. Como siempre. Mal. Y súper mal
–contesté acercándome a la mesa–. ¿Quieres que te ayude?
–Tía, no has dicho nada claro. Realmente no
sé cómo va tu vida.
–Tu madre ya me entiende.
La pequeña se puso a pensar, tratando de
resolver el rompecabezas que acaba de soltar.
–No hace falta, cariño –contestó y después me
dedicó una mirada comprensible–. Supongo que será; el trabajo, Ivan, tu madre
y… ni idea.
–Más o menos.
–Acláramelo –pidió.
–Bien; el trabajo. Como siempre; Ivan. Mal;
Adri y Logan. Y súper mal; Liam.
Los ojos de Zoe se giraron abruptamente en
mi dirección y la lechuga se quedó suspendida en el aire.
– ¿Quién es Liam?
Entre susurros y palabras claves le conté
todo, pero todo, hasta el comportamiento perturbado y la violencia que había
demostrado Liam al protegerme de los jóvenes de la carretea. Mi cuñada escuchó
atentamente y su veredicto fue inesperado.
–Me parece muy bien.
– ¿De verdad? –pregunté incrédula.
–Pues sí. Eres joven y tienes que disfrutar,
si Ivan no quiere, pues otro y punto.
–Mami, a mí me gusta Ivan –dijo Anabel
tímidamente, pegando patadas con la punta de su zapato al suelo.
La miré y suspiré.
Mi sobrina estaba completamente enamorada
de mi prometido. Para su suerte Ivan, siempre que la veía la trataba
estupendamente, hasta envidaba a esa pequeña, y ella, aprovechaba cuanto podía
para besar su mejilla, tocar su cabello y lanzarse a su cuello para que él la
tomara en brazos. Había momento que ese hombre me hacía dudar, pero cuando
nuestros ojos se cruzaban, la hipocresía que leía en ellos y anulaba la
sensación vulnerable que se apoderaba de mí.
Era un farsante, y nos tenía tan engañadas
como enamoradas a Anabel como a mí.
–Cielo, Ivan es malo con la tía –le aclaró
con ternura a la pequeña–, ¿y a que tú quieres a la tía Gaela?
–Sí, pero también quiero al tío Ivan.
–Él no es tu tío –interrumpí bruscamente y me
arrepentí de inmediato.
Era
una niña, inocente y había actuado fatal, quise que la tierra se me tragara en
el momento que esos ojitos claros me miraron con preocupación.
–Uuh, como estamos –murmuró mi cuñada
burlándose de mí.
Inmediatamente me arrodillé en el suelo y
abracé a la pequeña con fuerza. Anabel, tan dulce y cariñosa como siempre me
devolvió el abrazo y me dio un beso.
–Lo siento –dije.
En ese momento se escuchó a Eduwina,
gritando algo sobre la maquina negra. Zoe se limpió y salió de la cocina para
salvar a una de sus hijas. Anabel me tomó de la mano y las dos seguimos a su
madre.
–A ti te quiero más –pronunció Anabel,
apretando mi mano con la suya.
–Lo sé, y yo también te quiero.
La pequeña sonrió y dio un saltito de
alegría.
–Esta chiquilla me va dejar el pelo canoso
–se quejaba mi hermano, cabreado mientras bajaba las escaleras. Por lo visto
acababa de tener una charla con Victoria. Cuando llegó al último escalón, se
frenó y levantó la cabeza para mirar por el agujero de las escaleras.
–Te quiero en cinco minutos aquí abajo
–ordenó–. Si tardas más, subiré a por ti y la cosa se complicará.
Como respuesta Victoria dio un bestial
portazo.
–Será…
–Stefan, por favor –le rogó Zoe y esa mirada
de cariño consiguió que mi hermano lo dejara estar.
–Puede conmigo. ¿Nosotros éramos así a su
edad?
–No nos dio tiempo, cariño. –Mi cuñada se
acercó a él y colocó una mano en su pecho, después le sonrió–. Teníamos que
alimentar a una niña pequeña, no lo disfrutamos. Déjala, se arrepentirá y te
pedirá perdón.
Stefan negó con la cabeza y cerró los ojos,
intentando buscar la forma de tranquilizarse. Me hizo gracia su expresión, y no
pude evitar una sonrisa. Mi hermano me dedicó una mirada de las que te
entierran bajo hormigón.
Levanté las manos y con la excusa de que Eduwina
quería bañarse, la tomé en brazos y me escabullí a la piscina.
Veinte minutos más tarde, estábamos todos
en una mesa preparada en la terraza trasera comiendo las deliciosas chuletas de
Stefan y disfrutando del magnífico día que había salido hoy, exceptuando
Victoria, que tenía la cabeza sumergida en el plato.
–Victoria, come algo, se te pasará –dijo Zoe,
retirándole el pelo de la cara.
–No puedo mamá, tengo agonía…
–Te fastidias –interrumpió Stefan, mirando
esa cabeza baja con los ojos inyectados en sangre–. No haber bebido.
–Cariño, por favor, ya está bien –le pidió
Zoe, con una mirada de advertencia y luego miró a su hija, que estaba jugando
al lado de la piscina–. Anabel, ven a terminarte la hamburguesa. Venga.
–Tiene que aprender –continuó Stefan, dándole
un trago a su cerveza–. Podría haber sucedido una desgracia.
Zoe se pasó la mano por la frente y le
quitó el cuchillo a Eduwina, quien se había puesto a jugar con él como si fuera
un avión.
–Te recuerdo tus resacas –lo amenazó mi
cuñada.
Mi hermano le dedicó una sonrisa
sarcástica. Entre miradas amenazantes, el coma de Victoria y la operación que
le estaba haciendo Eduwina a su carne decidí echar un vistazo Anabel, mientras
dejaba que la mesa se relajaba un poco, pero la escena que vi, me dejó
completamente perpleja.
– ¿Desde cuándo Anabel puede hacer eso?
La niña se menaba como una contorsionista
stripper en una barra americana. Fue impresionante, rodeaba con su pierna el
tubo de la ducha que había a al borde de la escalera; trepaba por ella y luego
bajaba en círculos con la cabeza estirada mirando el cielo.
–Me cago en la… Ya está otra vez –se quejó mi
hermano completamente fuera de sí.
Solté una carcajada cuando esa pierna se
elevó de nuevo al cielo y bajó, como una profesional por la barra. Era
imposible que yo, ni en mis mejores tiempos pudiera conseguir tal elasticidad
para moverme así.
– ¡Anabel! –gritó Stefan, levantándose y
dirigiéndose hacia ella.
Escuché a mi espalda las risas de mi cuñada
y mi sobrina, hasta la propia Victoria había levantado la cabeza de su plato
para observar la estampa de la bailarina. Mi hermano llegó a su lado y Anabel,
dio un salto hacia atrás para retirarse de su alcance, pero Stefan fue directo
a por otra cosa.
–Ya estoy harto.
Arrancó el tubo de la ducha del suelo de un
loco tirón. Me quedé con la boca abierta y casi no pude gesticular vocal
durante un rato.
–Stefan, está muy tenso –conseguí mencionar
cuando supe encajar mi mandíbula de nuevo.
–Ha hecho de madre y padre toda la semana, y
nuestras hijas son bastante… selectivas. Eduwina se ha pasado toda la semana
sin abrir la boca, Anabel pegando espadazos a todos los niños del barrio, –era
bastante dramático pero como mi cuñada se lo tomaba a pitorreo, no pude evitar
soltar una risita al imaginarme a la pequeña Alice, dando palizas a los zombis del barrio–. Stefan ha pedido más
veces perdón en esta semana, que en toda su vida, y Victoria, tan tensa como su
padre por la situación, se ha comportado bastante mal, así que…
–Se comprende la situación –terminé por ella
comprendiendo el ataque de mi hermano. Zoe había salido de viaje y él, se había
quedado a cargo de las niñas, esa actuación era completamente comprensible. De
pronto, se me ocurrió una idea para echarles una mano y darles unos días de
descanso–: ¿Por qué no me llevó a Victoria al viaje por ti?
– ¿Qué? –se escuchó de fondo a mi hermano.
–Podríais iros de escapada de fin de semana
algún lugar tranquilo –añadí pasando olímpicamente de la queja de Stefan.
– ¿Cómo? –repitió, Stefan, con la voz
crispada.
Me giré y lo vi tratando de soltar a Anabel
de la farola que había a un lado de la piscina. Posiblemente estaría
practicando otro de sus bailes al verse sin su particular barra de striptis,
que su padre acababa de arrancar.
–Sería genial, pero de todas formas tenemos a
las pequeñas.
Dejé la lucha de padre e hija, cosa que
ganaba la pequeña gracias a sus poderes y miré de nuevo a mi cuñada.
–Llévaselas a mi madre. Se pondrá como loca
cuando sepa que las tendrá tres días enteros.
Zoe lo meditó. Dejó el tenedor encima de la
mesa y miró por encima de mi hombro.
– ¿Tu que dices?
–Puedo llamar a mi padre. –Me sobresalté al
escuchar a mi hermano tan cerca. Al girarme me lo encontré justo a mi espalda
con Anabel enganchada a su cuello–. La verdad es que no lo veo mala idea.
– ¿Pero a tu madre no le importará?
–Lo dudo –dije–. Les quiere a ellas más que a
su ojito derecho.
Stefan me golpeó la cabeza en un gesto
cariñoso en el momento que bufaba tras mi explicación.
–Aunque no lo creas, tú y Victoria, siempre
habéis sido las preferidas. Olimpia siempre ha tenido devoción por esas
revoltosas que le ponían la casa patas arriba y no podían estarse quietas.
–Entonces a ti te debe amar con locura –le
respondí y le saqué la lengua. Él puso los ojos en blanco y Anabel fue la que
me sacó la lengua.
–Dejad de hablar así de vuestra madre.
Olimpia tiene sus defectos, pero ella os adora a todos por igual…
–Mi padre nos adora, Olimpia nos trata como
soldados –interrumpió mi hermano.
–O como algo peor –añadí.
Mi cuñada negó con la cabeza y nos dejó por
imposibles.
Zoe era un sol, amable, comprensible, una
persona con la que hablar de todo y un gran apoyo para mí en cuanto a la boda
de Ivan. Ella también se había ofrecido en ayudar y me daba consejos para
tratar a ese hombre. Lo malo es que, aunque ella me indicara paso a paso como
actuar, todo me salía al revés y sus estrategias no se habían puesto en marcha.
La última versión que me dio, era la que menos caso le había hecho:
Si no
puedes con tu enemigo, únete a él. Conquístalo.
Eso no lo había intentado. ¿Para qué
molestarme? Era imposible.
Los ojos castaños de Zoe se alzaron y
miraron a su marido con amor, después con una sonrisa, se levantó, le quitó de
los brazos a Anabel y la dejó en el suelo.
–Llama a tu padre antes de que sea más tarde.
Si tienen planes no les digas nada, no quiero que cambien sus citas por cuidar
de nuestras hijas.
–Como quieras. –Stefan se metió en casa pero,
a los segundos sacó su cabeza por la puerta corrediza–. ¿Cuándo os vais? –me
preguntó.
–El jueves por la mañana. Victoria se puede
quedar a dormir conmigo.
–Genial –estuvo de acuerdo y luego miró a su
mujer–. ¿Entonces, sería dejarlas el miércoles por la noche?
–Por ejemplo –contestó Zoe, sentándose de
nuevo a la mesa.
Remontamos nuestra comida, esta vez más
tranquilas mientras las más pequeñas ilusionadas con quedarse con la abuela,
peleaban con su madre en que llevarse a casa de los abuelos, Victoria, más
tranquila se giró cara mí y me dio las gracias. Zoe, que lo había escuchado la
advirtió de que tendría que trabajar, que no iba de vacaciones, ella aceptó y
se puso a comer.
Stefan regresó con nosotras pero antes de
sentarse a la mesa me miró con gesto serio.
–Hay alguien que ha venido.
– ¿Quién? –pregunté.
–Hola.
Me tensé completamente al escuchar el
sonido de su voz.
– ¡Ivan! –exclamó Anabel, ilusionada.
Continuará.................................. Hasta el próximo Lunes.
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