Como yo, más de la mitad de ocupantes del
avión, se relajaban en sus asientos mientras la azafata explicaba las normas
básicas del avión. Mi vista se dirigió a un pequeño espejo que colgaba del
asiento de Victoria, quien se había puesto las gafas para poder dormir. Mi
reflejó en ese cristal me mostró una sonrisa en mis labios.
Sí, aquí estaba, desobedeciendo una orden
del cabrón con el que me iba a casar y me sentía… de lo más bien.
Suspiré, relajándome en el sillón y
disfruté del viaje. Algo que en términos insospechados me resultó un poco
difícil.
Recordé el rostro de un perturbador que
comenzaba hacerse un hueco en cada uno de mis pensamientos, y después, la
condenada semana desesperada que se había llevado a cabo.
Dos llamadas -que había rechazado- de Liam
al día, y tres de mi madre, hasta nuestra cita en la mejor pastelería del
centro.
Limón y chocolate con artesanales flores de
nata coronando cada piso, esa sería la tarta nupcial que había elegido Olimpia.
Yo, que al tercer bocado de ese delicioso bizcocho, había optado por una de caramelo
bañada en vainilla, algo sencillo pero delicioso…
Olimpia dio su decisión y su última opción
de elegir. Por eso y por mucho más, dejé que ella se encargara del resto. ¿Para
qué molestarme? Mi opinión ridícula y superficial no valía nada para ella, así
pues, me encogí de hombros y salí de mi casa dejándolo todo en manos de la metomentodo
que tenía como madre.
En cuanto a Liam, eso era otra historia, de
las difíciles, densa y peligrosa, pero algo dispar que terminaría por ser un
buen recuerdo que olvidar.
Si lo conseguía.
Por el momento me conformaba con disfrutar
del viaje, muy lejos de dos pecados que me complicaban la vida.
Las piernas me temblaron cuando bajé del ferry que nos había traído a Honolulu, esto era impresionante y eso
que todavía no habíamos llegado al hotel.
Dios, los paraísos existían. Yo estaba en
uno.
Pero la locura fue el lugar donde nos
hospedaron. Carlos, nuestra adopción, nos acompañó hasta nuestras quintas, unas pequeñas casitas de
cáñamo, madera y cristal que se sentaba en una de las pasarelas que daban al
mar.
Dejamos las maletas y tras un grito que dio Gina, algo sobre que los
invitados ya estaban aquí y que llegábamos tarde, cesó nuestro impulso por
darnos un pequeño baño.
Un problema que tal vez no había solucionado
y el cual tendría que soportar estos tres días, era a Adriana. Finalmente había
conseguido venir al viaje, con el fin de sustituir a uno de los nuestros que
había fallado.
Gina, Adri y los gemelos, ocuparon uno de
los jeeps que nos llevaría al resort principal, Victoria y yo, no
tuvimos tanta suerte, a ambas nos tocó caminar hasta la parada de un pequeño
trenecito que se movía por todas las instalaciones como el tren de la bruja.
Cuando conseguimos llegar, Gina ya se encontraba reunida con huéspedes en un
amplio salón que daba a una de las enormes terrazas del exterior.
Se me pasó por la cabeza la idea de
escabullirme a uno de los lugares de relax que ofrecía ese paraíso, pero para cuando
di el paso de alejarme, Victoria abrió la puerta y me llamó a base de uno de sus
típicos gritos que me levantaron los pelillos de la nuca.
Si pensaba pasar desapercibida estaba claro
que no podía ser, y menos siendo acompañada por la eterna escandalosa, sin
vergüenza y llamativa; Victoria.
Solté un bufido largo, pesado y cerré los
ojos mientras avanzada y me deslizaba al interior de la sala.
El silencio lo precedía todo, y ese
humillante silencio se lo debía a mi sobrina, ella nos acaba de presentar ante
todos. Esquivé el pavés de cristal, murmurando mil maldiciones, la palmera y
otra palmera que me atacó de improvisto…Juro
que se me tiró encima. Retiré esas hojas de un manotazo, como si
verdaderamente estuviera luchando contra un enemigo y finalmente me uní al
grupo.
La mitad estaban sentados, los únicos que había
de pie eran los míos. Disimuladamente me coloqué detrás de Gina y Adri, al lado
de los gemelos, que me dedicaron una sonrisa burlona.
– ¿Quién ha ganado? –preguntó Tom.
–Yo creo que la palmera –se mofó Jerry–. A
Gaela, se le ha visto muy fatigada.
Los miré con el mentón en alto.
– ¿Queréis comprobar lo fatigada que me
siento? –tenté, e incluso recé para que dijeran que sí. Tenía los huesos
engarrotados por las horas que había permanecido sentada y necesitaba un poco
de acción.
–No –dijeron al unísono, destrozando mis
ilusiones.
Les sonreí con fingido sentimiento y me
fijé, por primera vez, esos dolores de muelas que habían pagado una fortuna
para que los entretuviéramos.
Era una equipo de unas quince personas, en lo
que más sobresalían eran las mujeres, los hombres…
Mierda.
El primer rostro lo reconocí al instante y
no fue porque esos ojos me miraran o el de al lado, o el que había sentado
encima de la mesa o…
– ¡Aajjjjj! –Literalmente grité.
Y por segunda vez, llamaba la atención solo
que, de una forma vergonzosa.
Conseguí que todos los ojos se fijaran en
mí, tanto el de los cuatro hombres que me habían mirado desde que entré, como
el resto, mujeres incluidas, pero mi mirada estaba fija en una sola, anclada en
unos ojos azules que me habían derretido desde el primer día que lo conocí.
Los pensamientos, casi todos negros pasaron
por mi cabeza a gran velocidad y de forma desastrosa. Liam estaba aquí…
¿Cómo? ¿Por qué? Noooooo
Escuché a Gina de fondo, pero mi atención
estaba puesta en Liam. Con los brazos cruzados sobre el pecho, medio sentado en
la mesa, las piernas cruzadas y vestido más que con un bañador y una camiseta,
cantaba más que un fluorescente en plena noche. Él, con una mirada de lo más
intensa consiguió derretir cada una de mis células.
Algo parecido a la alegría estalló en mi
vientre, seguido casi de inmediato por un nudo duro y frío de pavor. Era un
milagro, era un desastre. Estaba bien jodida, de forma absoluta e irrevocable.
–Gaela…
Y de repente, él, con su magnetismo, ese
don que me hacía desvanecer, se movió, solo un poco pero fue suficiente para
tensar cada músculo de mi cuerpo y que al paso comenzó arder.
–Gaela…
Temblé ligeramente, obnubilada cuando las
comisuras de sus labios se estiraron un poco y me ofreció una de sus sonrisas…
Lo vi encima de mí, embistiendo como un
poseído, con sus manos por todas partes, acariciando mi cuerpo…
– ¡Gaela!
Bajé del limbo recibiendo una patada en el
trasero con fuerza. Parpadeé para deshacerme del picor de ojos que Liam me
había producido y fijé mi vista en Gina. Los gemelos eran quienes explicaban en
ese momento una de sus aventuras. Sacudí la cabeza ya que la sensación de ese
jinete estaba por todas partes.
– ¿Te encuentras bien? –preguntó, la
pelirroja, con preocupación.
Su postura, sus gestos, el sonido de su voz
y todo lo que acontecía a su alrededor me despejó la cabeza y unas cuantas
dudas de la cabeza. Gina lo sabía, lo supo el mismo día que yo le había dicho
el apellido Born.
–Lo sabias –acusé.
Mi amiga bajó pesadamente su cabeza y me
tomó del brazo, retirándonos un poco de ese grupo.
–Louis Born encargó este viaje, lo que no
sabía es que Marlowe era su hermano.
Ni ella ni yo. Ahora ya lo sabía, es más,
los tres hermanos “Born” estaban aquí, uno al lado del otro, con Tyler en una
esquina, al lado de la mujer rubia-pelirroja, que me había robado mi comida con
el jinete.
–Mierda, Gina, al menos debiste decirme quien
era nuestro huésped.
– ¿Para qué? ¿No hubieras venido?
–Puede –respondí sin voz, porque tontamente
la respuesta verdadera era otra.
Le eché un vistazo a Liam, continuaba con
la misma pose, solo que un poco tenso, sin sonreír y sin poder retirar sus ojos
de mí. El recuerdo de la noche que lo conocí, cuando esperaba dentro del coche
sin que me quitara la mirada de encima, se pasó por mi cabeza y me di cuenta de
todo lo que había sucedido desde entonces.
–De todas formas –continuó Gina, tomándome de
las manos para que le devolviera la mirada de nuevo–, lo he organizado todo
para que te cruces con él lo mínimo. Para empezar, hoy te encargas de ir con
Carlos para preparar la ruta de la cueva, y mañana, los gemelos se encargaran
de los juegos en la playa, tú iras conmigo en la salida del catamarán.
Bien, al menos Gina no me había eliminado
de la aventura de nadar con los tiburones, mientras el resto tomaría el sol en
plena mar, a lo que por suerte; no se había apuntado ningún hombre.
–Vale –acepté.
–Mira, ahí está Carlos –señaló Gina y salí
disparada, sin mirar a nadie más.
Saludé a Carlos, escuchando un pequeño
revuelo a mi espalda al que no hice ni caso, y lo seguí hacia uno de los jeeps que nos llevaría a la cueva, pero
una mano se apoderó de mi brazo y me dio la vuelta.
Me topé con su presencia y el aliento se me
cortó.
– ¿No piensas decirme nada? –No dejaba su
típica arrogancia ni en el mayor de los paraísos.
A pesar de las gafas de sol que llevaba de
pronto puestas, sentí sus ojos masculinos que me recorrían el cuerpo entero y
asimilaban el vestido sin mangas ni tirantes que me dejaba mucha pierna al
aire. Sentí que se me endurecían los pezones bajo la fina tela del algodón, y
no por primera vez me cuestioné la dominación de Liam sobre mí.
Me
enfadé conmigo misma por todas las veces que me había sucedido y tiré de ese
brazo con fuerza, quitándome su mano de encima. Imposible, una armadura así era
difícil de arrancar.
–No –contesté secamente.
Liam levantó una ceja algo prepotente.
–No eras tan agria cuando estaba entre tus
piernas.
En ese momento me sentí tan desnuda como si
las manos de Liam me hubieran arrancado el vestido. Me estremecí y apreté los
puños con fuerza para enfocar mi frustración contra él.
–Sin embargo tú, sigues siendo el mismo
payaso engreído que dejé en el suelo después de darle una patada en sus partes…
–Algo que no te he perdonado. Tienes que
respetar el material que te da placer –regañó.
Miré esa mano que, todavía se posaba en mi
brazo y luego lo miré a él con ceño. Para no perdonarme…me mantenía bien
cogida.
– ¿Me sueltas? –Liam negó y me mostró, otra
vez, esa condenada sonrisa del demonio. Mentalmente, me di de boca contra el
charco de babas que había formado en el suelo. Liam era todo un amo del sexo–. ¿No
tienes nada mejor que hacer que darme por saco?
–Sinceramente no –contestó, ampliando su
sonrisa. Me estremecí–. Y lo hago sin darme cuenta. En el momento que veo tu
culito en movimiento…Siento que me estás currando en los huevos–. Se acercó un
poco y noté el delicioso perfume que desprendía. Delicioso–. Tienes un don con cada
bamboleo que te das. Mágicamente plantas un enorme árbol entre mis piernas.
Tragué saliva.
Tú sí
que tienes un don, cabrón, pero tu don es mojarme las bragas.
–Te veo de buen humor –mi voz flaqueó, como
todo mi cuerpo. El brazo que él sostenía, estaba ya muerto, sin funcionamiento.
–Follar contigo ha mejorado mucho…mi salud
–dijo con arrogancia sobrada.
Plaas.
Y un muro se estampó contra mi cuerpo. Me
tembló la mandíbula y la bilis me subió a la garganta.
– ¿Sabes que hice cuando llegué a casa
después de acostarme contigo? –pregunté con sarcasmo.
– ¿Pensar en mí? –se mofó.
Le dediqué una sonrisa cínica.
–No. Lavarme con desinfectante para quitarme
toda la porquería que tú me habías dejado.
La frente de Liam se arrugó.
–Morena, veo que no dejas a un lado tu forma
de atacar.
–Y lo que te queda si continuas
persiguiéndome por todas partes –amenacé.
Liam sonrió y se transformó en un demonio
sexy.
–Entonces, serán unas vacaciones largas y
tensas, porque estoy dispuesto a tensar la cuerda al máximo para conseguir lo
que busco.
La profundidad de su voz ronca se filtró
por mi cuerpo arrasando todo lo que encontraba hasta aterrizar con frenesí
entre mis piernas, hasta mi ingle vibró.
–Te lo enseñaré, –levanté un brazo y señalé
la zona externa del lugar, más exactamente el mar–, el ferri está por allí y
esa máquina enorme flotante, te llevará hacia lo que buscas.
–Te equivocas de dirección, pero le ahorraré
a tu cabeza un pensamiento más. Ya lo he encontrado –susurró ronco, y sentí
como los pezones estaban a punto de explotar–, y voy a ir a por lo que quiero.
– ¿El qué? –Mierda. Ya me fallaba otra vez la
voz.
–Voy a parecer un disco rayado de tanto que
me repito… Aunque comienzo a sospechas que te encanta escucharlo, –hizo una
breve pausa para dedicarle unos segundos de suspense y después su sonrisa
desapareció–. Te quiero a ti, toda para mí.
Sonrió de lado y se fue dejándome con la
boca abierta y unas ganas horribles de saltarle a la yugular, literalmente,
pero para otra cosa completamente diferente. Deseaba enfrentarme a mi enemigo
con una desesperación que era completamente sexual.
Mierda. Liam me había transformado en un monstruo
del sexo.
Por suerte el día transcurrió rápido y
regresé a mi quinta a la hora de
cenar, estaba tan sumamente agotada que ni cené, directamente me metí en la
cama y me quedé dormida como un bebé.
Al día siguiente desperté con el leve
sonido del exterior. Miré el despertador y me di cuenta de que llegaba una hora
tarde. Prácticamente salté de la cama, estampándome contra el suelo y no me
permití ni un segundo para quejarme, me levanté, me vestí y salí disparada a la
zona de encuentro que se había establecido con el grupo.
No había nadie. Gina me iba a matar por
llegar tarde. Me colgaría del cuello… pero, ¿Por qué no me había despertado? Su
maldita quinta estaba al lado de la
mía. Seguramente me estaría probando y, definitivamente había suspendido con un
gran cero…
Mierda.
Salí de allí para dirigirme a la zona de
recepción, pero en mi camino, uno de los trabajadores me cortó el paso con una
sonrisa.
– ¿Tu eres Gaela?
–Sí –contesté aliviada, al pensar que Gina
no se había olvidado de mí.
–Acompáñeme, su grupo la espera en otra zona.
Seguí al joven a la zona trasera. Un cuatro
por cuatro rojo nos esperaba con el motor en marcha. El chico abrió la puerta
trasera y me invitó a entrar, después, cerró y el coche se puso en movimiento.
Que calidad de vida, mientras disfrutaba de
un trayecto en coche hasta el lugar donde me esperaban, me dedique a llenar mi
vista con el precioso paisaje que pasaba a una velocidad media por delante de mí.
La verdad es que, no me importaría trabajar en un sitio como este, era
fantástico, inspirador y un símbolo de bienestar completo.
El coche se detuvo en la zona de lujo que
ocupaban los bungalós. Como un caballero, el conductor me abrió la puerta y
señaló a su espalda uno de esas preciosas fincas atrapadas en medio del
paisaje. Me despedí y fui hasta el lugar.
En un
principio me resultó de lo más extraño, pero conociendo a Gina y su perfecta
forma de organizar en los mejores lugares para que el cliente se sintiera a
gusto, no le di mayor importancia y entré dentro del bungaló.
El lugar era una auténtica maravilla con
lujo de detalles y una preciosa iluminación. Fui directamente a la terraza al
no escuchar otro sonido que no fueran mis propios pasos contra el mármol.
Una luz dorada, gracias al toldo que había
echado en la terraza se filtró por todo el salón dando un toque aún más bello.
Me deslicé, admirando la riqueza que me rodeaba hasta salir a la terraza.
Había
visto un cuerpo apoyado de espaldas en uno de los muros que ofrecía esa salida
que daba directamente al mar, con la vista fija en el agua y de espaldas a mí.
–Hola –saludé nada más salí.
El cuerpo se tensó y se dio la vuelta.
Cuando lo reconocí me quedé completamente paralizada.
No puede ser.
–Buenos días –dijo Liam, con completa
naturalidad.
Haciendo un gran esfuerzo, retiré la mirada
de ese torso desnudo y brillante para observar en rededor. No había nadie más
que nosotros.
–No busques –anunció–. Tu grupo hace una hora
que se ha ido.
La terraza, el mar, la playa y el mundo
entero comenzaron a darme vueltas al darme cuenta de que había caído en una
trampa. Me recuperé, y plasmé en mi rostro una total indiferencia.
– ¿Y qué hago aquí?
–Pasar el día conmigo –contestó tranquilamente
y sonrió.
Aquella sonrisa había sido suficiente -por
embarazoso que fuese- para que se me mojaran las bragas.
– ¿Cómo has conseguido que Gina me dejara en
la cama?
Liam torció su cabeza y con paso lento,
increíblemente sexy, se acercó a esa mesa predispuesta con todo el desayuno de
un buffet, luego, retiró una silla para que me sentara en ella.
–Bueno, Tyler a persuadido a Gina
prometiéndole que él ocuparía tu puesto, y Enzo, a tu sobrina, –Liam se pasó la
mano por el pelo, retirándoselo de la cara–, y créeme, eso ha sido lo más raro.
A mi hermano le parece interesante tu sobrina.
Sonrió de nuevo y señaló la silla con la
mirada para que me sentara. Dejé a un lado la mención de Enzo y mi sobrina para
después y, me crucé de brazos dispuesta a quedarme donde estaba.
–Genial, has manipulado a los tuyos para que
persuadan a los míos –dije.
Liam se incurvó un poco, tensando sus
brazos y apoyando las manos en el respaldo de la silla. La forma en que se
mostraron esos brazos, duros, rectos y tensos, fue demoledor.
–No hizo falta gran esfuerzo, ellas aceptaron
de inmediato. Me parece que, los tuyos no me tienen tanto asco como por lo
visto me tienes tú –se defendió.
¿Asco? Ojala fuera asco lo que ese hombre
me inspiraba.
Levanté el mentón y sacudí mi mano,
retirándome el pelo de la cara con gesto dramático y muy exagerado.
–Y aun así, te arriesgas y organizas este
encuentro a traición.
–No pierdo mis oportunidades –dijo, con otra
de sus sonrisas y mirándome intensamente con la vista baja–. Siéntate y
desayuna conmigo.
Me tensé por la leve orden que escondía esa
preposición.
–Todavía no he aceptado tu oferta.
–Lo discutiremos mientras, te tomas un zumo
de uva –señaló esa palabra mostrando que se acordaba de todo lo que le decía. No me impresionó–, unos delicioso donuts de chocolate caseros–, puede que eso me convenciera un poco–, o
unos crepes, gofres, croissants o…fruta.
Come todo lo que quieras mientras yo expongo mi día para poder convencerte de
que lo pases conmigo.
Me convenció, pero solo porque la hora de
desayuno me la había perdido y después de no cenar la noche de antes, ver tanta
comida encima de la mesa, fue muy tentador.
Aunque la comida que había plantada al lado
de la misma, fue mucho más tentador…
Stop.
Me
acerqué, le quité la silla de las manos y la coloqué, lo más lejos posible de
la otra silla, después, tomé asiento y me llevé uno de esas bombas calóricas a
la boca.
Liam me dedicó una mirada molesta que no me
molesté ni en mirar y arrastró su silla para colocarse justo delante de mí.
–…una autentica guerrera hasta el maldito
final –murmuró.
– ¿Qué murmuras? –espeté con voz altiva.
–Que te encanta ponerme a cien o es que eres
masoca y te gusta provocarme –contestó y me guiñó un ojo.
Miré a Liam con incredulidad. Me recorrió
un estremecimiento de excitación cuando me lanzó una rápida sonrisa mientras el
viento empujaba su pelo sobre sus ojos azules. Mi enfado vaciló al darme cuenta
de que ya estaba babeando.
–Estás loco –murmuré.
–Estar loco tampoco es tan malo –dijo,
mientras me servía el zumo.
–Claro, y ahora me dirás que ser un asesino
en serie, es un honor.
Cogí el zumo, dedicándole una falsa sonrisa
exagerada y le di un trago. Liam observó lentamente como lamía una gota que
resbalaba del vaso.
– ¿Me comparas con un asesino en serie?
–preguntó ronco.
–Un poco –tenté–. Tienes una vena rarita.
Me lamí los labios, saboreando la uva con
malicia. Liam se tensó completamente y su mirada se dirigió, como un imán a ese
gesto. Volví a lamer, pero más lentamente y ese pecho comenzó a subir y bajar
muy deprisa.
Esto se ponía emocionante… Te vas a
enterar.
–No son ataques, es mi método de protección.
–Su voz delató su pequeño nervio poco disimulado.
Sonreí. Liam estaba de lo más nervioso,
alterado y como yo ganaba terreno en ese aspecto, continué mi provocación con
uno de los donuts de chocolate. Me lo metí en la boca hasta la mitad y luego,
los trocitos que se me habían caído por los lados, los metí con el dedo, muy,
muy, muy lentamente. Él terminó pasándose las manos por el pelo, bufando y
mirando la tela de toldo.
–Sabes –indiqué jugando a trocear el donuts y
metiendo esos trocitos en mi boca. Liam iba a explotar–, tengo el teléfono de
un domador de bestias. Puedo pasártelo luego para que te haga una prueba, es
bueno controlando los ataques de los animales salvajes…
–No voy atacando a las
personas así como así –replicó amargamente. Su voz fue dura, y advertí que no
solo me intentaba convencer a mí, sino que se refería a una antigua culpa que
sentía en su interior–. Si permito que se convierta en un acto salvaje que puedo
satisfacer con cualquiera, me convertiré en un monstruo. ¿Qué clase de persona
te crees que soy?
Dejé mi juego en el plato y me limpié con la
servilleta. Los gestos de Liam se habían transformado. Había una mezcla entre
la ofensa y algo más que no pude deducir. Era difícil leer a ese hombre pero
consiguió perturbarme.
–Eso no es lo que he dicho –protesté–. Dame
un respiro, por favor. No tengo ni idea de cómo te desenvuelves, y hasta ahora
he tenido demasiado miedo como para preguntártelo–, y tampoco quería saber–, lo
único que sé, es que te cogen arrebatos violentos y tu insuperable forma de
defenderte es… aterradora.
Pareció que el hecho de que yo admitiese
que sentía miedo le llegó a la fibra sensible, ya que las arrugas de su frente
se relajaron.
–Nunca te pondría una mano encima.
Un carámbano se deslizó por mi columna.
Liam tenía un don especial para que las palabras más bonitas resultaran de lo
más aterradoras. Me humedecí los labios y dejé la servilleta que había estado
arrugando en la mesa.
– ¿Por qué actuaste así? –mi voz delató un
ligero temblor.
–No me gustó que te tocaran –declaró con
completa sinceridad–. Por lo visto mi cabeza se ha creado una idea que me gusta
mucho menos.
Lo miré a los ojos, para saber que pasaba
por su cabeza en ese momento. No leí nada, pero al menos me llené de ese
brillo.
– ¿Cuál?
–Obsesionarse contigo –indicó de una forma
que me puso los pelos de punta, los pezones en rompan filas y mi ingle en tono
de vibración.
–La obsesión es peligrosa. No es un
sentimiento.
–Nunca te dije que tuviera sentimientos.
El pecho se me encogió y sentí como los
brazos de la silla de mimbre se me clavaban en la piel.
–Eres un psicópata, egocéntrico, creído, un
loco que me manipula con un don secreto y un cerdo arrogante–le dije
tranquilamente–. Y tienes razón, te tengo asco, mucho más que asco.
Se encogió de hombros con un gesto que le
hizo parecer totalmente inofensivo.
–No soy un psicópata –dijo– y no me importa
manipularte con mi don, eres muy receptiva, abierta y sensual, disfruto mucho
más cuando estas bajo mis efectos–. Sonrió mostrando su perfecta dentadura.
Algo interno me indicó que esto era una venganza por lo de psicópata de antes–.
De hecho, me divierte hacerlo y puedo disfrutar de ti mucho más.
Noté una ola de calor en la cara.
–Eres tan gilipollas, Liam –dije, deseando
meter el cuchillo en su pecho y arrancar ese corazón.
Liam sonrió aún más abiertamente.
– ¿Qué? –exigí.
–Me encanta que me llames así. Me gusta cómo
suena y que seas tú quien me llame así.
Abrí la boca y luego la cerré. Ya me había
dado cuenta de que todo el mundo lo llamaba Marlowe, no obstante, no me parecía
halagador, aunque una parte de mí me gritaba que era como una forma secreta de
diferenciarnos entre los dos.
–Para ser un hombre que no tiene
sentimientos, te gustan muchas cosas.
–Hay que aprender a diferenciar las cosas por
su nombre. Me gusta la buena comida, el dinero, los buenos coches, la
adrenalina, el sexo y sobre todo; me gusta tú. –Había señalo la comida, lo que
nos rodeaba y finalmente a mí, y esa señal fue un flecha directa a mi vagina–.
Pero, no existe un sentimiento. Decido por un sentimiento racional, no
emocional. Los sentimientos implican muchos contratiempos, ataduras que no
deseo y complicaciones que no me apetecen.
Y terminó con una sonrisa que hizo que me
atragantara con la comida. Será desgraciado. Tragué el último bocado a
la fuerza y dejé ese delicioso chocolate encima de la mesa. Liam observó con
ojo crítico esa reacción.
–No. Tienes razón. –Arrastré la silla por el
suelo–. Por eso me parece que no merece la pena estar aquí perdiendo el tiempo
contigo.
Me levanté con la intención de irme. Liam
salió detrás de mí y me atrapó antes de que pudiera dar dos pasos. Después, me
sentó en la misma silla de un empujón y con intimidación, colocó los brazos a
cada lado del respaldo de la silla y se cernió sobre mí.
–Me gustas, y mucho, ¿no te vale con eso?
Alcé la vista y clavé mis ojos en los
suyos.
–Ya tengo bastante con Ivan. No quiero a otro
que juegue conmigo.
–No quiero jugar contigo. No voy a jugar
contigo –Liam marcó con énfasis cada sílaba–, quiero que tú juegues conmigo.
Me quedé alucinando, tanto que, casi me
caigo de la silla.
– ¿Quieres que te utilice? –La sorpresa
mantuvo la rabia alejada de mi voz.
–Todo lo que quieras.
Me quedé sin palabras y con las piernas
temblorosas. Miré su pecho, el torso bronceado tatuado y me fijé en esos tres
soles, tres divinidades que enmascaraban una herida. Desgraciadamente me mordí
la lengua porque en ese momento, al tener ese cuerpo tan cerca y notar el
delicioso aroma que desprendía -impresionante, alucinógeno y embriagador- deseé
lamer con la punta cada trozo de su piel.
Dios, ¿Por qué tenía que estar tan bueno,
oler tan bien y ser tan condenadamente guapo? Hasta
su voz, aunque sonara desquiciante, me ponía cachonda.
–Gaela –me llamó dulcemente y dejé ese cuadro
de pecado para subir mi mirada–, déjame que lo vuelva a intentar de nuevo–. Liam
hincó una rodilla en el suelo y deslizó sus manos por mis muslos hasta dejarlas
en las rodillas. La imaginación jugaba malas pasadas y ese gesto me conmovió
dejándome completamente paralizada–. Gaela, me concederías el favor de pasar el
día de hoy conmigo.
Parpadeé impactada y sin respiración.
– ¿Q-qué tienes en mente? –tartamudeé.
– ¿Ahora mismo?
–Sí –contesté con la garganta seca. Me costaba
recuperarme del todo. Cada cambio de humor de Liam era como tomarse pastillas
para diferentes síntomas; una te dormía, la otra te espabilaba, la otra te
hacía delirar, otra te hacía tener alucinaciones…y mil cosas más.
Liam sonrió bobaliconamente y, le dedicó
una mirada lenta y lasciva a todo mi cuerpo. Me amarré al mimbre marcando ese
trenzado en mi palma cuando esos ojos se entretuvieron en mi entrepierna.
–Quiero sentarte encima de la mesa y subirte
de un tirón el vestido hasta la cintura para ver de qué color son las bragas
que llevas puestas. Después quiero quitarte esas bragas con los dientes y pasar
más o menos una hora averiguando si el coño te sabe tan bien como recuerdo. –Wow… Se me cortó el aliento y la misma zona
que mencionó comenzó arder–. Luego quiero llevarte a la habitación y mantenerte
allí, desnuda el día entero, la noche y el día de mañana–. Si, hazlo, jodido cabrón. Me sorprendió pensar así ya que por un
momento no me reconocí, pero continuar escuchando más guarradas, dejó que esa
voz gritara una cuantas obscenidades más–. Follarte por todos los lados
posibles con la vana esperanza de que quizás así se te quite la obsesión de ese
gilipollas con el que te vas a casar, ya que es obvio que una noche no fue
suficiente para mí.
–Dios…
–Pero, en vez de permitir que mi pene me distraiga
y tus notables encantos, estoy más que decidido a mantener las distancias,
durante unas cuantas horas para que disfrutes de este día, después… Ya veremos…
Para mi sorpresa, después de dejarme como
una autentica moto, se incorporó, se dio media vuelta y se sentó de nuevo en su
silla.
– ¿Qué me dices? ¿Te dejas llevar por mí?
Parpadeé, cerré las piernas, la boca y…
algo más que se había dilatado, y me di la vuelta para volver a mi asiento.
–Vale, –tal vez contesté con demasiada convicción,
así que, me aclaré la garganta y mis siguientes palabras sonaron un poco
mejor–: pero con una condición.
Liam sonrió. Sabía que había ganado. No me
importó porque lo de que podía jugar con él, aun rebotaba por mi cabeza.
–Lo que tú digas.
Se rascó la barbilla a la espera.
–Que dejes a un lado ese comportamiento
perturbado. Por un día, me gustaría estar con el Liam juguetón, no con el
cabrón egocéntrico, ni con el violento.
–Liam juguetón, me gusta –mencionó repitiendo
el apodo.
¿Qué pensaría de Jinete del Apocalipsis?
¿También le gustaría?
Sonrió con gesto arrogante. Negué con la
cabeza. Este hombre era imposible.
–No soy tan malo, cuando se me conoce…
–Eres un sociópata tirando a psicópata.
Su mentón se alzó y tomó una intensa bocanada
de aire. Puede que necesitara controlarse, al fin y al cabo era mi condición y
si de verdad quería que pasara el día con él, sabía bien que debía dejar todos
sus ataques críticos para otro momento.
–Bien, me comportare...
–Quiero una promesa –exigí. Liam arqueó las
cejas y clavó una mirada amenazante en la mía.
Estaba tentando al demonio. Tragué saliva a
la espera y casi me ahogo cuando hizo un movimiento con el cuello.
–Tú me perturbas, Gaela. No me provoques y
seré lo que quieras que sea.
–Un encantador comienzo, me culpas a mí para
escaquearte de…
– ¿Estás provocando una discusión? –amenazó
entre dientes con el cuerpo tenso. Negué con la cabeza.
–No.
Cayó sobre nosotros un silencio incómodo
para mí, Liam pensaba, meditaba sus propios pensamientos calculando cuál sería
su siguiente paso. Esas cosas, esa forma de actuar me recordaba a Ivan, él
también hacía los mismo; efectuar unos segundos que dedicarse a él mismo.
Después, cuando volvía hablar era para clavarme una estaca directamente en el
corazón, Liam, solía sorprenderme.
–Soy yo el que pide pasar un tiempo contigo
–comenzó–, soy yo el que está aquí, suplicándote un día, por las buenas y sin
utilizar una persuasión. No quiero discutir y aceptaré cualquier cosa. No
obstante, –Liam se adelantó un poco y apoyó los codos encima de la mesa,
después, esos rasgos se transformaron y el hombre serio se presentó–, yo
también tengo otra condición.
– ¿Cuál?
–Quítate el anillo. Mientras estés en la
isla, eres solo mía.
Miré el anillo y lo miré a él.
Finalmente me quité el anillo y lo guardé
en un bolsillo interno del pantalón para no perderlo, después, fijé la vita de
nuevo en él.
– ¿Qué vamos hacer?
–Te vas a divertir –contestó sonriendo.
CONTINUARÁ.........Hasta el próximo lunes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario