BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

lunes, 15 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 22 (Una fantasía de ojos negros)



   Como yo, más de la mitad de ocupantes del avión, se relajaban en sus asientos mientras la azafata explicaba las normas básicas del avión. Mi vista se dirigió a un pequeño espejo que colgaba del asiento de Victoria, quien se había puesto las gafas para poder dormir. Mi reflejó en ese cristal me mostró una sonrisa en mis labios.
    Sí, aquí estaba, desobedeciendo una orden del cabrón con el que me iba a casar y me sentía… de lo más bien.
    Suspiré, relajándome en el sillón y disfruté del viaje. Algo que en términos insospechados me resultó un poco difícil.
    Recordé el rostro de un perturbador que comenzaba hacerse un hueco en cada uno de mis pensamientos, y después, la condenada semana desesperada que se había llevado a cabo.
    Dos llamadas -que había rechazado- de Liam al día, y tres de mi madre, hasta nuestra cita en la mejor pastelería del centro.
    Limón y chocolate con artesanales flores de nata coronando cada piso, esa sería la tarta nupcial que había elegido Olimpia. Yo, que al tercer bocado de ese delicioso bizcocho, había optado por una de caramelo bañada en vainilla, algo sencillo pero delicioso…
    Olimpia dio su decisión y su última opción de elegir. Por eso y por mucho más, dejé que ella se encargara del resto. ¿Para qué molestarme? Mi opinión ridícula y superficial no valía nada para ella, así pues, me encogí de hombros y salí de mi casa dejándolo todo en manos de la metomentodo que tenía como madre.
    En cuanto a Liam, eso era otra historia, de las difíciles, densa y peligrosa, pero algo dispar que terminaría por ser un buen recuerdo que olvidar.
    Si lo conseguía.
    Por el momento me conformaba con disfrutar del viaje, muy lejos de dos pecados que me complicaban la vida.
    Las piernas me temblaron cuando bajé del ferry que nos había traído a Honolulu, esto era impresionante y eso que todavía no habíamos llegado al hotel.
    Dios, los paraísos existían. Yo estaba en uno.
    Pero la locura fue el lugar donde nos hospedaron. Carlos, nuestra adopción, nos acompañó hasta nuestras quintas, unas pequeñas casitas de cáñamo, madera y cristal que se sentaba en una de las pasarelas que daban al mar.
    Dejamos las maletas y tras un grito que dio Gina, algo sobre que los invitados ya estaban aquí y que llegábamos tarde, cesó nuestro impulso por darnos un pequeño baño.
    Un problema que tal vez no había solucionado y el cual tendría que soportar estos tres días, era a Adriana. Finalmente había conseguido venir al viaje, con el fin de sustituir a uno de los nuestros que había fallado.
    Gina, Adri y los gemelos, ocuparon uno de los jeeps que nos llevaría al resort principal, Victoria y yo, no tuvimos tanta suerte, a ambas nos tocó caminar hasta la parada de un pequeño trenecito que se movía por todas las instalaciones como el tren de la bruja. Cuando conseguimos llegar, Gina ya se encontraba reunida con huéspedes en un amplio salón que daba a una de las enormes terrazas del exterior.
    Se me pasó por la cabeza la idea de escabullirme a uno de los lugares de relax que ofrecía ese paraíso, pero para cuando di el paso de alejarme, Victoria abrió la puerta y me llamó a base de uno de sus típicos gritos que me levantaron los pelillos de la nuca.
    Si pensaba pasar desapercibida estaba claro que no podía ser, y menos siendo acompañada por la eterna escandalosa, sin vergüenza y llamativa; Victoria.
    Solté un bufido largo, pesado y cerré los ojos mientras avanzada y me deslizaba al interior de la sala.
    El silencio lo precedía todo, y ese humillante silencio se lo debía a mi sobrina, ella nos acaba de presentar ante todos. Esquivé el pavés de cristal, murmurando mil maldiciones, la palmera y otra palmera que me atacó de improvisto…Juro que se me tiró encima. Retiré esas hojas de un manotazo, como si verdaderamente estuviera luchando contra un enemigo y finalmente me uní al grupo.
    La mitad estaban sentados, los únicos que había de pie eran los míos. Disimuladamente me coloqué detrás de Gina y Adri, al lado de los gemelos, que me dedicaron una sonrisa burlona.
  – ¿Quién ha ganado? –preguntó Tom.
  –Yo creo que la palmera –se mofó Jerry–. A Gaela, se le ha visto muy fatigada.
    Los miré con el mentón en alto.
  – ¿Queréis comprobar lo fatigada que me siento? –tenté, e incluso recé para que dijeran que sí. Tenía los huesos engarrotados por las horas que había permanecido sentada y necesitaba un poco de acción.
  –No –dijeron al unísono, destrozando mis ilusiones.
    Les sonreí con fingido sentimiento y me fijé, por primera vez, esos dolores de muelas que habían pagado una fortuna para que los entretuviéramos.
    Era una equipo de unas quince personas, en lo que más sobresalían eran las mujeres, los hombres…
    Mierda.
    El primer rostro lo reconocí al instante y no fue porque esos ojos me miraran o el de al lado, o el que había sentado encima de la mesa o…
    – ¡Aajjjjj! –Literalmente grité.
    Y por segunda vez, llamaba la atención solo que, de una forma vergonzosa.
    Conseguí que todos los ojos se fijaran en mí, tanto el de los cuatro hombres que me habían mirado desde que entré, como el resto, mujeres incluidas, pero mi mirada estaba fija en una sola, anclada en unos ojos azules que me habían derretido desde el primer día que lo conocí.
    Los pensamientos, casi todos negros pasaron por mi cabeza a gran velocidad y de forma desastrosa. Liam estaba aquí…


    ¿Cómo? ¿Por qué? Noooooo
    Escuché a Gina de fondo, pero mi atención estaba puesta en Liam. Con los brazos cruzados sobre el pecho, medio sentado en la mesa, las piernas cruzadas y vestido más que con un bañador y una camiseta, cantaba más que un fluorescente en plena noche. Él, con una mirada de lo más intensa consiguió derretir cada una de mis células.
    Algo parecido a la alegría estalló en mi vientre, seguido casi de inmediato por un nudo duro y frío de pavor. Era un milagro, era un desastre. Estaba bien jodida, de forma absoluta e irrevocable.
  –Gaela…
    Y de repente, él, con su magnetismo, ese don que me hacía desvanecer, se movió, solo un poco pero fue suficiente para tensar cada músculo de mi cuerpo y que al paso comenzó arder.
  –Gaela…
    Temblé ligeramente, obnubilada cuando las comisuras de sus labios se estiraron un poco y me ofreció una de sus sonrisas…
    Lo vi encima de mí, embistiendo como un poseído, con sus manos por todas partes, acariciando mi cuerpo…
  – ¡Gaela!
    Bajé del limbo recibiendo una patada en el trasero con fuerza. Parpadeé para deshacerme del picor de ojos que Liam me había producido y fijé mi vista en Gina. Los gemelos eran quienes explicaban en ese momento una de sus aventuras. Sacudí la cabeza ya que la sensación de ese jinete estaba por todas partes.
  – ¿Te encuentras bien? –preguntó, la pelirroja, con preocupación.
    Su postura, sus gestos, el sonido de su voz y todo lo que acontecía a su alrededor me despejó la cabeza y unas cuantas dudas de la cabeza. Gina lo sabía, lo supo el mismo día que yo le había dicho el apellido Born.
  –Lo sabias –acusé.
    Mi amiga bajó pesadamente su cabeza y me tomó del brazo, retirándonos un poco de ese grupo.
  –Louis Born encargó este viaje, lo que no sabía es que Marlowe era su hermano.
    Ni ella ni yo. Ahora ya lo sabía, es más, los tres hermanos “Born” estaban aquí, uno al lado del otro, con Tyler en una esquina, al lado de la mujer rubia-pelirroja, que me había robado mi comida con el jinete.
  –Mierda, Gina, al menos debiste decirme quien era nuestro huésped.
  – ¿Para qué? ¿No hubieras venido?
  –Puede –respondí sin voz, porque tontamente la respuesta verdadera era otra.
    Le eché un vistazo a Liam, continuaba con la misma pose, solo que un poco tenso, sin sonreír y sin poder retirar sus ojos de mí. El recuerdo de la noche que lo conocí, cuando esperaba dentro del coche sin que me quitara la mirada de encima, se pasó por mi cabeza y me di cuenta de todo lo que había sucedido desde entonces.
  –De todas formas –continuó Gina, tomándome de las manos para que le devolviera la mirada de nuevo–, lo he organizado todo para que te cruces con él lo mínimo. Para empezar, hoy te encargas de ir con Carlos para preparar la ruta de la cueva, y mañana, los gemelos se encargaran de los juegos en la playa, tú iras conmigo en la salida del catamarán.
    Bien, al menos Gina no me había eliminado de la aventura de nadar con los tiburones, mientras el resto tomaría el sol en plena mar, a lo que por suerte; no se había apuntado ningún hombre.
  –Vale –acepté.
  –Mira, ahí está Carlos –señaló Gina y salí disparada, sin mirar a nadie más.
    Saludé a Carlos, escuchando un pequeño revuelo a mi espalda al que no hice ni caso, y lo seguí hacia uno de los jeeps que nos llevaría a la cueva, pero una mano se apoderó de mi brazo y me dio la vuelta.
    Me topé con su presencia y el aliento se me cortó.
  – ¿No piensas decirme nada? –No dejaba su típica arrogancia ni en el mayor de los paraísos.
    A pesar de las gafas de sol que llevaba de pronto puestas, sentí sus ojos masculinos que me recorrían el cuerpo entero y asimilaban el vestido sin mangas ni tirantes que me dejaba mucha pierna al aire. Sentí que se me endurecían los pezones bajo la fina tela del algodón, y no por primera vez me cuestioné la dominación de Liam sobre mí.
    Me enfadé conmigo misma por todas las veces que me había sucedido y tiré de ese brazo con fuerza, quitándome su mano de encima. Imposible, una armadura así era difícil de arrancar.
  –No –contesté secamente.
    Liam levantó una ceja algo prepotente.
  –No eras tan agria cuando estaba entre tus piernas.
    En ese momento me sentí tan desnuda como si las manos de Liam me hubieran arrancado el vestido. Me estremecí y apreté los puños con fuerza para enfocar mi frustración contra él.
  –Sin embargo tú, sigues siendo el mismo payaso engreído que dejé en el suelo después de darle una patada en sus partes…
  –Algo que no te he perdonado. Tienes que respetar el material que te da placer –regañó.
    Miré esa mano que, todavía se posaba en mi brazo y luego lo miré a él con ceño. Para no perdonarme…me mantenía bien cogida.
  – ¿Me sueltas? –Liam negó y me mostró, otra vez, esa condenada sonrisa del demonio. Mentalmente, me di de boca contra el charco de babas que había formado en el suelo. Liam era todo un amo del sexo–. ¿No tienes nada mejor que hacer que darme por saco?
  –Sinceramente no –contestó, ampliando su sonrisa. Me estremecí–. Y lo hago sin darme cuenta. En el momento que veo tu culito en movimiento…Siento que me estás currando en los huevos–. Se acercó un poco y noté el delicioso perfume que desprendía. Delicioso–. Tienes un don con cada bamboleo que te das. Mágicamente plantas un enorme árbol entre mis piernas.
    Tragué saliva.
    Tú sí que tienes un don, cabrón, pero tu don es mojarme las bragas.
  –Te veo de buen humor –mi voz flaqueó, como todo mi cuerpo. El brazo que él sostenía, estaba ya muerto, sin funcionamiento.
  –Follar contigo ha mejorado mucho…mi salud –dijo con arrogancia sobrada.
    Plaas.
    Y un muro se estampó contra mi cuerpo. Me tembló la mandíbula y la bilis me subió a la garganta.
  – ¿Sabes que hice cuando llegué a casa después de acostarme contigo? –pregunté con sarcasmo.
  – ¿Pensar en mí? –se mofó.
    Le dediqué una sonrisa cínica.
  –No. Lavarme con desinfectante para quitarme toda la porquería que tú me habías dejado.
    La frente de Liam se arrugó.
  –Morena, veo que no dejas a un lado tu forma de atacar.
  –Y lo que te queda si continuas persiguiéndome por todas partes –amenacé.
    Liam sonrió y se transformó en un demonio sexy.
  –Entonces, serán unas vacaciones largas y tensas, porque estoy dispuesto a tensar la cuerda al máximo para conseguir lo que busco.
    La profundidad de su voz ronca se filtró por mi cuerpo arrasando todo lo que encontraba hasta aterrizar con frenesí entre mis piernas, hasta mi ingle vibró.
  –Te lo enseñaré, –levanté un brazo y señalé la zona externa del lugar, más exactamente el mar–, el ferri está por allí y esa máquina enorme flotante, te llevará hacia lo que buscas.
  –Te equivocas de dirección, pero le ahorraré a tu cabeza un pensamiento más. Ya lo he encontrado –susurró ronco, y sentí como los pezones estaban a punto de explotar–, y voy a ir a por lo que quiero.
  – ¿El qué? –Mierda. Ya me fallaba otra vez la voz.
  –Voy a parecer un disco rayado de tanto que me repito… Aunque comienzo a sospechas que te encanta escucharlo, –hizo una breve pausa para dedicarle unos segundos de suspense y después su sonrisa desapareció–. Te quiero a ti, toda para mí.
    Sonrió de lado y se fue dejándome con la boca abierta y unas ganas horribles de saltarle a la yugular, literalmente, pero para otra cosa completamente diferente. Deseaba enfrentarme a mi enemigo con una desesperación que era completamente sexual.
    Mierda. Liam me había transformado en un monstruo del sexo.
    Por suerte el día transcurrió rápido y regresé a mi quinta a la hora de cenar, estaba tan sumamente agotada que ni cené, directamente me metí en la cama y me quedé dormida como un bebé.
    Al día siguiente desperté con el leve sonido del exterior. Miré el despertador y me di cuenta de que llegaba una hora tarde. Prácticamente salté de la cama, estampándome contra el suelo y no me permití ni un segundo para quejarme, me levanté, me vestí y salí disparada a la zona de encuentro que se había establecido con el grupo.
    No había nadie. Gina me iba a matar por llegar tarde. Me colgaría del cuello… pero, ¿Por qué no me había despertado? Su maldita quinta estaba al lado de la mía. Seguramente me estaría probando y, definitivamente había suspendido con un gran cero…
    Mierda.
    Salí de allí para dirigirme a la zona de recepción, pero en mi camino, uno de los trabajadores me cortó el paso con una sonrisa.
  – ¿Tu eres Gaela?
   –Sí –contesté aliviada, al pensar que Gina no se había olvidado de mí.
  –Acompáñeme, su grupo la espera en otra zona.
    Seguí al joven a la zona trasera. Un cuatro por cuatro rojo nos esperaba con el motor en marcha. El chico abrió la puerta trasera y me invitó a entrar, después, cerró y el coche se puso en movimiento.
    Que calidad de vida, mientras disfrutaba de un trayecto en coche hasta el lugar donde me esperaban, me dedique a llenar mi vista con el precioso paisaje que pasaba a una velocidad media por delante de mí. La verdad es que, no me importaría trabajar en un sitio como este, era fantástico, inspirador y un símbolo de bienestar completo.
    El coche se detuvo en la zona de lujo que ocupaban los bungalós. Como un caballero, el conductor me abrió la puerta y señaló a su espalda uno de esas preciosas fincas atrapadas en medio del paisaje. Me despedí y fui hasta el lugar.
    En un principio me resultó de lo más extraño, pero conociendo a Gina y su perfecta forma de organizar en los mejores lugares para que el cliente se sintiera a gusto, no le di mayor importancia y entré dentro del bungaló.
    El lugar era una auténtica maravilla con lujo de detalles y una preciosa iluminación. Fui directamente a la terraza al no escuchar otro sonido que no fueran mis propios pasos contra el mármol.
    Una luz dorada, gracias al toldo que había echado en la terraza se filtró por todo el salón dando un toque aún más bello. Me deslicé, admirando la riqueza que me rodeaba hasta salir a la terraza.

    Había visto un cuerpo apoyado de espaldas en uno de los muros que ofrecía esa salida que daba directamente al mar, con la vista fija en el agua y de espaldas a mí.
  –Hola –saludé nada más salí.
    El cuerpo se tensó y se dio la vuelta. Cuando lo reconocí me quedé completamente paralizada.
    No puede ser.
  –Buenos días –dijo Liam, con completa naturalidad.

    Haciendo un gran esfuerzo, retiré la mirada de ese torso desnudo y brillante para observar en rededor. No había nadie más que nosotros.
  –No busques –anunció–. Tu grupo hace una hora que se ha ido.
    La terraza, el mar, la playa y el mundo entero comenzaron a darme vueltas al darme cuenta de que había caído en una trampa. Me recuperé, y plasmé en mi rostro una total indiferencia.
  – ¿Y qué hago aquí?
  –Pasar el día conmigo –contestó tranquilamente y sonrió.
    Aquella sonrisa había sido suficiente -por embarazoso que fuese- para que se me mojaran las bragas.
  – ¿Cómo has conseguido que Gina me dejara en la cama?
    Liam torció su cabeza y con paso lento, increíblemente sexy, se acercó a esa mesa predispuesta con todo el desayuno de un buffet, luego, retiró una silla para que me sentara en ella.
  –Bueno, Tyler a persuadido a Gina prometiéndole que él ocuparía tu puesto, y Enzo, a tu sobrina, –Liam se pasó la mano por el pelo, retirándoselo de la cara–, y créeme, eso ha sido lo más raro. A mi hermano le parece interesante tu sobrina.
    Sonrió de nuevo y señaló la silla con la mirada para que me sentara. Dejé a un lado la mención de Enzo y mi sobrina para después y, me crucé de brazos dispuesta a quedarme donde estaba.
  –Genial, has manipulado a los tuyos para que persuadan a los míos –dije.
    Liam se incurvó un poco, tensando sus brazos y apoyando las manos en el respaldo de la silla. La forma en que se mostraron esos brazos, duros, rectos y tensos, fue demoledor.
  –No hizo falta gran esfuerzo, ellas aceptaron de inmediato. Me parece que, los tuyos no me tienen tanto asco como por lo visto me tienes tú –se defendió.
    ¿Asco? Ojala fuera asco lo que ese hombre me inspiraba.
    Levanté el mentón y sacudí mi mano, retirándome el pelo de la cara con gesto dramático y muy exagerado.
  –Y aun así, te arriesgas y organizas este encuentro a traición.
  –No pierdo mis oportunidades –dijo, con otra de sus sonrisas y mirándome intensamente con la vista baja–. Siéntate y desayuna conmigo.
    Me tensé por la leve orden que escondía esa preposición.
  –Todavía no he aceptado tu oferta.
  –Lo discutiremos mientras, te tomas un zumo de uva –señaló esa palabra mostrando que se acordaba de todo lo que le decía. No me impresionó–, unos delicioso donuts de chocolate caseros–, puede que eso me convenciera un poco–, o unos crepes, gofres, croissants o…fruta. Come todo lo que quieras mientras yo expongo mi día para poder convencerte de que lo pases conmigo.
    Me convenció, pero solo porque la hora de desayuno me la había perdido y después de no cenar la noche de antes, ver tanta comida encima de la mesa, fue muy tentador.
    Aunque la comida que había plantada al lado de la misma, fue mucho más tentador…
    Stop.
    Me acerqué, le quité la silla de las manos y la coloqué, lo más lejos posible de la otra silla, después, tomé asiento y me llevé uno de esas bombas calóricas a la boca.
    Liam me dedicó una mirada molesta que no me molesté ni en mirar y arrastró su silla para colocarse justo delante de mí.
  –…una autentica guerrera hasta el maldito final –murmuró.
  – ¿Qué murmuras? –espeté con voz altiva.
  –Que te encanta ponerme a cien o es que eres masoca y te gusta provocarme –contestó y me guiñó un ojo.
    Miré a Liam con incredulidad. Me recorrió un estremecimiento de excitación cuando me lanzó una rápida sonrisa mientras el viento empujaba su pelo sobre sus ojos azules. Mi enfado vaciló al darme cuenta de que ya estaba babeando.
 –Estás loco –murmuré.
  –Estar loco tampoco es tan malo –dijo, mientras me servía el zumo.
  –Claro, y ahora me dirás que ser un asesino en serie, es un honor.
    Cogí el zumo, dedicándole una falsa sonrisa exagerada y le di un trago. Liam observó lentamente como lamía una gota que resbalaba del vaso.
  – ¿Me comparas con un asesino en serie? –preguntó ronco.
  –Un poco –tenté–. Tienes una vena rarita.
    Me lamí los labios, saboreando la uva con malicia. Liam se tensó completamente y su mirada se dirigió, como un imán a ese gesto. Volví a lamer, pero más lentamente y ese pecho comenzó a subir y bajar muy deprisa.
    Esto se ponía emocionante… Te vas a enterar.
  –No son ataques, es mi método de protección. –Su voz delató su pequeño nervio poco disimulado.
    Sonreí. Liam estaba de lo más nervioso, alterado y como yo ganaba terreno en ese aspecto, continué mi provocación con uno de los donuts de chocolate. Me lo metí en la boca hasta la mitad y luego, los trocitos que se me habían caído por los lados, los metí con el dedo, muy, muy, muy lentamente. Él terminó pasándose las manos por el pelo, bufando y mirando la tela de toldo.
  –Sabes –indiqué jugando a trocear el donuts y metiendo esos trocitos en mi boca. Liam iba a explotar–, tengo el teléfono de un domador de bestias. Puedo pasártelo luego para que te haga una prueba, es bueno controlando los ataques de los animales salvajes…
 –No voy atacando a las personas así como así –replicó amargamente. Su voz fue dura, y advertí que no solo me intentaba convencer a mí, sino que se refería a una antigua culpa que sentía en su interior–. Si permito que se convierta en un acto salvaje que puedo satisfacer con cualquiera, me convertiré en un monstruo. ¿Qué clase de persona te crees que soy?
   Dejé mi juego en el plato y me limpié con la servilleta. Los gestos de Liam se habían transformado. Había una mezcla entre la ofensa y algo más que no pude deducir. Era difícil leer a ese hombre pero consiguió perturbarme.
  –Eso no es lo que he dicho –protesté–. Dame un respiro, por favor. No tengo ni idea de cómo te desenvuelves, y hasta ahora he tenido demasiado miedo como para preguntártelo–, y tampoco quería saber–, lo único que sé, es que te cogen arrebatos violentos y tu insuperable forma de defenderte es… aterradora.
    Pareció que el hecho de que yo admitiese que sentía miedo le llegó a la fibra sensible, ya que las arrugas de su frente se relajaron.
  –Nunca te pondría una mano encima.
    Un carámbano se deslizó por mi columna. Liam tenía un don especial para que las palabras más bonitas resultaran de lo más aterradoras. Me humedecí los labios y dejé la servilleta que había estado arrugando en la mesa.
  – ¿Por qué actuaste así? –mi voz delató un ligero temblor.
  –No me gustó que te tocaran –declaró con completa sinceridad–. Por lo visto mi cabeza se ha creado una idea que me gusta mucho menos.
    Lo miré a los ojos, para saber que pasaba por su cabeza en ese momento. No leí nada, pero al menos me llené de ese brillo.
  – ¿Cuál?
  –Obsesionarse contigo –indicó de una forma que me puso los pelos de punta, los pezones en rompan filas y mi ingle en tono de vibración.
  –La obsesión es peligrosa. No es un sentimiento.
  –Nunca te dije que tuviera sentimientos.
    El pecho se me encogió y sentí como los brazos de la silla de mimbre se me clavaban en la piel.
  –Eres un psicópata, egocéntrico, creído, un loco que me manipula con un don secreto y un cerdo arrogante–le dije tranquilamente–. Y tienes razón, te tengo asco, mucho más que asco.
    Se encogió de hombros con un gesto que le hizo parecer totalmente inofensivo.
  –No soy un psicópata –dijo– y no me importa manipularte con mi don, eres muy receptiva, abierta y sensual, disfruto mucho más cuando estas bajo mis efectos–. Sonrió mostrando su perfecta dentadura. Algo interno me indicó que esto era una venganza por lo de psicópata de antes–. De hecho, me divierte hacerlo y puedo disfrutar de ti mucho más.
    Noté una ola de calor en la cara.
  –Eres tan gilipollas, Liam –dije, deseando meter el cuchillo en su pecho y arrancar ese corazón.
    Liam sonrió aún más abiertamente.
  – ¿Qué? –exigí.
  –Me encanta que me llames así. Me gusta cómo suena y que seas tú quien me llame así.
    Abrí la boca y luego la cerré. Ya me había dado cuenta de que todo el mundo lo llamaba Marlowe, no obstante, no me parecía halagador, aunque una parte de mí me gritaba que era como una forma secreta de diferenciarnos entre los dos.
  –Para ser un hombre que no tiene sentimientos, te gustan muchas cosas.
  –Hay que aprender a diferenciar las cosas por su nombre. Me gusta la buena comida, el dinero, los buenos coches, la adrenalina, el sexo y sobre todo; me gusta tú. –Había señalo la comida, lo que nos rodeaba y finalmente a mí, y esa señal fue un flecha directa a mi vagina–. Pero, no existe un sentimiento. Decido por un sentimiento racional, no emocional. Los sentimientos implican muchos contratiempos, ataduras que no deseo y complicaciones que no me apetecen.
    Y terminó con una sonrisa que hizo que me atragantara con la comida. Será desgraciado. Tragué el último bocado a la fuerza y dejé ese delicioso chocolate encima de la mesa. Liam observó con ojo crítico esa reacción.
  –No. Tienes razón. –Arrastré la silla por el suelo–. Por eso me parece que no merece la pena estar aquí perdiendo el tiempo contigo.
    Me levanté con la intención de irme. Liam salió detrás de mí y me atrapó antes de que pudiera dar dos pasos. Después, me sentó en la misma silla de un empujón y con intimidación, colocó los brazos a cada lado del respaldo de la silla y se cernió sobre mí.


  –Me gustas, y mucho, ¿no te vale con eso?
    Alcé la vista y clavé mis ojos en los suyos.
  –Ya tengo bastante con Ivan. No quiero a otro que juegue conmigo.
  –No quiero jugar contigo. No voy a jugar contigo –Liam marcó con énfasis cada sílaba–, quiero que tú juegues conmigo.
    Me quedé alucinando, tanto que, casi me caigo de la silla.
  – ¿Quieres que te utilice? –La sorpresa mantuvo la rabia alejada de mi voz.
  –Todo lo que quieras.
    Me quedé sin palabras y con las piernas temblorosas. Miré su pecho, el torso bronceado tatuado y me fijé en esos tres soles, tres divinidades que enmascaraban una herida. Desgraciadamente me mordí la lengua porque en ese momento, al tener ese cuerpo tan cerca y notar el delicioso aroma que desprendía -impresionante, alucinógeno y embriagador- deseé lamer con la punta cada trozo de su piel.
    Dios, ¿Por qué tenía que estar tan bueno, oler tan bien y ser tan condenadamente guapo? Hasta su voz, aunque sonara desquiciante, me ponía cachonda.
  –Gaela –me llamó dulcemente y dejé ese cuadro de pecado para subir mi mirada–, déjame que lo vuelva a intentar de nuevo–. Liam hincó una rodilla en el suelo y deslizó sus manos por mis muslos hasta dejarlas en las rodillas. La imaginación jugaba malas pasadas y ese gesto me conmovió dejándome completamente paralizada–. Gaela, me concederías el favor de pasar el día de hoy conmigo.
    Parpadeé impactada y sin respiración.
  – ¿Q-qué tienes en mente? –tartamudeé.
  – ¿Ahora mismo?
  –Sí –contesté con la garganta seca. Me costaba recuperarme del todo. Cada cambio de humor de Liam era como tomarse pastillas para diferentes síntomas; una te dormía, la otra te espabilaba, la otra te hacía delirar, otra te hacía tener alucinaciones…y mil cosas más.
    Liam sonrió bobaliconamente y, le dedicó una mirada lenta y lasciva a todo mi cuerpo. Me amarré al mimbre marcando ese trenzado en mi palma cuando esos ojos se entretuvieron en mi entrepierna.
  –Quiero sentarte encima de la mesa y subirte de un tirón el vestido hasta la cintura para ver de qué color son las bragas que llevas puestas. Después quiero quitarte esas bragas con los dientes y pasar más o menos una hora averiguando si el coño te sabe tan bien como recuerdo. –Wow… Se me cortó el aliento y la misma zona que mencionó comenzó arder–. Luego quiero llevarte a la habitación y mantenerte allí, desnuda el día entero, la noche y el día de mañana–. Si, hazlo, jodido cabrón. Me sorprendió pensar así ya que por un momento no me reconocí, pero continuar escuchando más guarradas, dejó que esa voz gritara una cuantas obscenidades más–. Follarte por todos los lados posibles con la vana esperanza de que quizás así se te quite la obsesión de ese gilipollas con el que te vas a casar, ya que es obvio que una noche no fue suficiente para mí.
  –Dios…
  –Pero, en vez de permitir que mi pene me distraiga y tus notables encantos, estoy más que decidido a mantener las distancias, durante unas cuantas horas para que disfrutes de este día, después… Ya veremos…
    Para mi sorpresa, después de dejarme como una autentica moto, se incorporó, se dio media vuelta y se sentó de nuevo en su silla.
  – ¿Qué me dices? ¿Te dejas llevar por mí?
    Parpadeé, cerré las piernas, la boca y… algo más que se había dilatado, y me di la vuelta para volver a mi asiento.
  –Vale, –tal vez contesté con demasiada convicción, así que, me aclaré la garganta y mis siguientes palabras sonaron un poco mejor–: pero con una condición.
    Liam sonrió. Sabía que había ganado. No me importó porque lo de que podía jugar con él, aun rebotaba por mi cabeza.
  –Lo que tú digas.
    Se rascó la barbilla a la espera.
  –Que dejes a un lado ese comportamiento perturbado. Por un día, me gustaría estar con el Liam juguetón, no con el cabrón egocéntrico, ni con el violento.
  –Liam juguetón, me gusta –mencionó repitiendo el apodo.
    ¿Qué pensaría de Jinete del Apocalipsis? ¿También le gustaría?
     Sonrió con gesto arrogante. Negué con la cabeza. Este hombre era imposible.
  –No soy tan malo, cuando se me conoce…
  –Eres un sociópata tirando a psicópata.
    Su mentón se alzó y tomó una intensa bocanada de aire. Puede que necesitara controlarse, al fin y al cabo era mi condición y si de verdad quería que pasara el día con él, sabía bien que debía dejar todos sus ataques críticos para otro momento.
  –Bien, me comportare...
  –Quiero una promesa –exigí. Liam arqueó las cejas y clavó una mirada amenazante en la mía.
    Estaba tentando al demonio. Tragué saliva a la espera y casi me ahogo cuando hizo un movimiento con el cuello.
  –Tú me perturbas, Gaela. No me provoques y seré lo que quieras que sea.
  –Un encantador comienzo, me culpas a mí para escaquearte de…
  – ¿Estás provocando una discusión? –amenazó entre dientes con el cuerpo tenso. Negué con la cabeza.
  –No.
    Cayó sobre nosotros un silencio incómodo para mí, Liam pensaba, meditaba sus propios pensamientos calculando cuál sería su siguiente paso. Esas cosas, esa forma de actuar me recordaba a Ivan, él también hacía los mismo; efectuar unos segundos que dedicarse a él mismo. Después, cuando volvía hablar era para clavarme una estaca directamente en el corazón, Liam, solía sorprenderme.
  –Soy yo el que pide pasar un tiempo contigo –comenzó–, soy yo el que está aquí, suplicándote un día, por las buenas y sin utilizar una persuasión. No quiero discutir y aceptaré cualquier cosa. No obstante, –Liam se adelantó un poco y apoyó los codos encima de la mesa, después, esos rasgos se transformaron y el hombre serio se presentó–, yo también tengo otra condición.
  – ¿Cuál?
  –Quítate el anillo. Mientras estés en la isla, eres solo mía.
    Miré el anillo y lo miré a él.
    Finalmente me quité el anillo y lo guardé en un bolsillo interno del pantalón para no perderlo, después, fijé la vita de nuevo en él.
  – ¿Qué vamos hacer?
  –Te vas a divertir –contestó sonriendo.
CONTINUARÁ.........Hasta el próximo lunes.



No hay comentarios:

Publicar un comentario