Sentí la persistente mirada de mi sobrina
perforándome la mejilla, esperando que le diera permiso para saludar a ese
hombre como siempre hacía, es más, Ivan, quien había dedicado una mirada
cariñosa a la niña, también se fijó en mí y en la mínima expresión que me
dedicó supe que él pensaba lo mismo.
¿Qué estaba haciendo él aquí?
–Tía –murmuró la pequeña, rogando ese
permiso.
–No importa, cielo. Tú tía está en trance
–dijo Zoe, animando y dando el permiso que no me salía a mí de los labios.
Y la definición de mi expresión fue lo que
me levantó de un brinco de la mesa.
En trance… y una mierda.
La niña, que había ansiado saludar a Ivan,
saltó de su silla y fue corriendo a sus brazos, Emyl, una copiona rematada de
su ejemplo mayor salió detrás de ella, e Ivan, con su impecable educación
saludó a las niñas con abrazos y un beso. Emyl tuvo más suerte, a ella la tomó
en brazos y le dedicó una broma, después, cuando la dejó, acarició la mejilla
de la hermana celosa, que tímidamente se comportó mucho mejor que yo, ya que
cuando Ivan, me acariciaba la mejilla comenzaba a rumiar como una gata para
después, comenzar a restregar el lomo por su pierna.
– ¿Quieres comer algo? –le preguntó mi cuñada,
con su dulce tono educado.
Mientras rezaba para que él negara esa
petición le eché un vistazo al rostro de mi hermano, y estaba descomponiéndose
mientras le lanzaba una amenaza a su mujer por haber invitado a ese hombre a
comer.
Dios, Stefan era tan transparente que por
un momento pensé que hasta el propio Ivan, podía leerle la nuca por detrás.
No, a mí hermano no le caía bien Ivan y, tenía
una opinión bastante rotunda sobre las bodas concertadas que había organizado
mi madre. Para él, tanto Dika como yo, habíamos sido la venta de un ganado para
el mejor carnicero, solo que, al contrario de mi comprador, al marido de mi
hermana, sí que se lo podía tragar.
–No, gracias. –El tono de voz de Ivan era
siempre tan neutro y correcto que me costaba compararlo con un monstruo cuando
hablaba así–. Simplemente he venido en busca de Gaela–. Ivan se giró y me miró,
y en ese mismo instante su sonrisa se borró–. ¿Podemos hablar?
Accedí y con paso ligero dejé a la familia
en la terraza para conducir a Ivan al salón principal. Tras entrar él, cerré
las puertas y tomé el aliento antes de que comenzara a fallarme.
– ¿Cómo sabias que estaba aquí? –pregunté.
Me giré y lo miré, el hombre moreno que
siempre lucía perfecto en ese momento estaba hecho un desastre; con la ropa
arrugada y el cabello desecho. Aunque estaba bronceado, nadie hubiera dicho que
se trataba del estado correcto en el que siempre se encontraba. Más bien,
parecía peligrosamente malhumorado y a punto de estallar.
La mirada de él me observó de pies a
cabeza, intensamente y buscando algo.
–Me lo dijo Gina –informó al mismo tiempo que
me dedicaba otra mirada, constante, revisando cada zona de mi cuerpo. Mi
corazón comenzó acelerarse.
¿Qué demonios miraba tanto?
Por un momento pensé que leía mi cuerpo
para saber qué era lo que había sucedido. Se me pasó por la cabeza que Ivan
había descubierto mi lado salvaje y el día anterior pasó por mi cabeza a gran
velocidad.
– ¿Q-que quieres?
Mi voz delató cierto temblor que no me
gustó, Ivan se dio cuenta y esos ojos grises que siempre me habían parecido
atractivos, me miraban en ese momento con hostilidad declarada.
–Te pasas todo un día desaparecida, sin dar
señales de vida, y cuando consigo hablar contigo, te encuentro en pleno ataque
de pánico… ¿Qué demonios ha sucedido?
Una parte de mi cuerpo se relajó
completamente como si le inyectaran morfina, hasta el cuerpo tenso desapareció,
pero la otra, la que era consciente de a qué se refería se quedó atrapado entra
la espada y la pared al comprender que no podía decirle la verdad.
–Nada.
Las morenas cejas de Ivan se alzaron a la
vez, y sus párpados cayeron lentos, para destapar una mirada penetrante.
–Escuché perfectamente tú voz y la de otros
hombres. No me tomes por tonto Gaela, no te lo aconsejo.
–No sucedió nada, todo fue una confusión
–expliqué inmediatamente.
–Mientes –escupió.
Su pecho se alzó y la camisa se tensó en su
torso, amenazando a cada botón en salir disparado. Desvié la mirada y
milagrosamente me coloqué la coraza de hierro encima.
Por suerte no necesité mucho esfuerzo. El
recuerdo vivido en casa de mis padres, su petulante forma de marcarme y la
visión de ese hombre entre los brazos de otra, en cuanto, momentos antes se
había comportado tan dulce conmigo, fortaleció el escudo.
– ¿Y porque iba mentir? Mírame tú mismo,
estoy bien.
Provoqué señalándome el cuerpo con desdén.
La petulancia con la que marcaba cada nota de sus palabras me cabreaba y estaba
demasiado cansada para esto.
–Sí, lo veo por mí mismo –contestó tan frío
como el brillo de su mirada–, pero no me creo ni una palabra de todo lo que
dices.
–Pues
es tú problema, no el mío. Yo me siento realmente bien.
Ivan se acercó, con el labio torcido.
–Yo no.
Sentí un escalofrío. Conocía perfectamente
los tonos de voz de Ivan, y tenía muy pocos, pero este era único y tan
aterrador como si en vez de palabras me lanzara en toda la cara piedras de
cristal. Sólo lo había escuchado en la bodega y, según recordaba, la cosa ese
día no había terminado muy bien para mí.
– ¿Explícame que fue lo que sucedió? –pidió
llanamente.
–Nada preocupante. Un error común de caras
parecidas y…
– ¡Maldita sea! –gritó crispado–. ¡No me
hablabas! ¡No decías nada! ¡Estabas aterrada!
Se me erizaron los pelos del cogote. Escogí
mis palabras con cuidado.
–Simplemente se confundieron de persona
–insistí con la misma historia.
Las cejas de Ivan se convirtieron en un
ceño. No se creía nada de lo que salía de mi boca.
– ¿Qué historia me estás contando?
Era
imposible engañar a una persona qué; se
las sabe todas, que maneja a la perfección el rostro, el tono y la pose de
una presa cuando le mentía.
Mi única estrategia posible era una defensa
fuerte. Tendría que comportarme como una arpía si deseaba que ese hombre se
asqueara tanto que necesitara que yo, desapareciera de su vista y de su núcleo
personal.
–La verdad, tú me lo has pedido –dije con el
mentón en alto.
Noté, mucho más que sentí la presión
estática que él desprendió con violencia. Ivan estaba al límite, a punto de
explotar, y jamás lo había visto de esa manera, tan tenso, tan enrojecido, con
la mandíbula convertida en piedra y esos ojos saltando de sus cuencas contra
mí.
–Conozco cada vibración de tu voz, conozco
cada sentido que va unido a ella, y cuando te escuché hablar, no me pareció que
estabas de broma –declaró, farfullando las palabras a través de los dientes.
Tragué saliva y continué tan altiva como
podía.
–Siento haberte confundido de esa forma.
– ¿Confundir? –Soltó la palabra como un
latigazo–. Me rogaste que no te colgara, te ardía la voz cada vez que hablabas.
¿Por qué me acojonaste así?
Parpadeé porque esa pregunta no me la
esperaba, y perdí el equilibrio de mi voz cuando continué:
–Lo siento, no era mi intención.
Ivan se pasó las manos por la barbilla y
las venas se mostraron en su carne como arterias a punto de explotar.
–Gaela, he pasado el peor día de mi historia,
la impotencia que tenia de no saber dónde estabas… Mierda, no sabía ni por
donde comenzar a buscar. ¡Maldita sea! Comencé a llamar a todo el mundo que te
conocía, a…
–No hacía falta tanta preocupación
–interrumpí fríamente, pero notando un extraño nudo en el estómago que se
sumaba a los golpes fuertes de mi pecho–. Siento haber hecho que perdieras tu
tiempo por una tontería.
–Tiene gracia, –sonrió cínico y continuó con
esa mirada fría como el hielo–, pero a mí no me pareció una tontería.
Inventa algo, lo puedes hacer mejor.
Me adelanté un paso, pasando mis manos por
mis caderas para esconder el temblor de los dedos a mi espalda.
–En un principio bromearon, y puede que me
asustara un poco, pero después, al ver que yo no era quien ellos buscaban, se
fueron.
Ivan ladeó su cabeza, estudió mi rostro y
después, tomó su propia versión de los hechos, un resultado que no mostró ante
mí, ya que la máscara inteligible se posó en su cara como una capa más.
–Así que; me he pasado todo el día con un
enorme nudo en la garganta, preocupado por ti, tratando de localizarte como un
maldito maniaco, imaginándome que te había sucedido algo, ¿para nada?
Era perceptible la violencia que hervía en
su interior. Dios, esto se me escapaba de las manos.
–Correcto. –Suavicé mi tono completamente,
hasta incluso me escuché a mí misma con dulzura.
En lo que llevaba de día había cometido
muchos errores, ya tenía el cupo lleno, lo mejor sería, aceptar que me podía y
él terminaría largándose como siempre.
Ivan tomó otra intensa respiración y la
tentación de que esos botones salieran disparados y su carne quedara a la vista
fue un golpe de lo más bajo contra mi orgullo.
Céntrate Gaela, no estás a lo que estás…
Ivan es el enemigo.
– ¿Y el teléfono? Después te llamé y ya no me
lo cogías. ¿Por qué?
Tono deliberado y acusatorio, eso enfrió
completamente mi patético estado.
–Porque no soy tu secretaria para estar
cogiéndote las notas que a ti te da la gana.
Tanto la voz como los gestos corporales
volvieron a la carga. Ivan permaneció aturdido por mi ataque. Por un momento
todo lo que me rodeaba se quedó quieto, traspuesto en el tiempo como un perdido
objeto en el universo, pero tras los segundos pasados o tal vez mis
movimientos, que se habían alejado un poco de él sin darme cuenta, Ivan
reaccionó.
–Por una vez en tu vida podrías bajar la
guardia y hablar conmigo –dijo, suavemente mientras le dedicaba una mirada al
movimiento de mis pies.
–No puedo permitirme ese lujo y menos por ti.
Sus ojos subieron con rapidez por mi
cuerpo, como si mis palabras fueran un insulto y un extraño sentimiento que no
pude deducir pasó rápido por su rostro.
–No puedo ser tan malo –murmuró.
–No, eres un puto Santo –espeté.
El sentimiento volvió a repetirse en su
rostro, pero esta vez no pasó tan fugaz, era una mezcla entre el dolor, la
impotencia y la desilusión, pero mis sentidos me dijeron que simplemente se
trataba de otra de sus artimañas para hacer que cayera en su trampa.
–Gaela, por una vez, no estoy en tú contra
–murmuró con debilidad, como si le doliera la garganta.
–Es difícil creer eso cuando pareces un toro
arremetiendo contra una valla.
–Hoy no –se justificó con rapidez–. Lo de la
llamada me ha dejado fuera de combate, y ahora tengo la necesidad de saber que
estás bien –murmuró débilmente, provocando que mis huesos quisieran salir de mi
cuerpo–. Quiero que dejes a un lado nuestros problemas y te centres en no
atacarme para poder tranquilizarme.
– ¿Qué significa eso?
Me debilitaba, lo sabía, lo notaba.
Retrocedí. Aun después de que su mirada se
fijara con gesto amargo en mis pies, metí esa barrera entre los dos. Después de
lo sucedido en la fiesta, necesitaba retroceder un poco y reconstruir las
defensas que protegían mi corazón. No podía caer, no podía tener tan poca
fuerza, tenía que ser más fuerte o si no, Ivan, finalmente conseguiría
apoderarse de mí.
–Significa que, –El enorme cuerpo que tenía
delante comenzó a dar pasos lentos, precavidos pero a la vez decididos en mi
dirección. Al ver la expresión en su rostro mi cuerpo se quedó completamente
quieto–, por una vez, me gustaría tener tu apoyo en vez de ese carácter
defensivo que me saca de quicio.
–Tú me sacas de quicio, por eso soy así. Soy
lo que tu asqueroso comportamiento ha creado –me defendí.
Ivan palideció.
–Yo no te he creado.
Bufé de indignación y exploté.
–Tú me has amargado la existencia desde que
te conozco. Destruyes cada pedacito de mi felicidad, hasta has venido aquí, a
mi templo, con mis sobrinas para hacer que se me atragantara la comida –escupí
cada palabra rabiosa. Estaba fuera de mí, mi boca se meneaba, mi corazón
hablaba a gritos y no podía hacer nada para callarme, era una herida abierta,
una cicatriz que no podía saturar y por mucho que sintiera el poder de las
lágrimas derramarse de mis ojos… ya nadie podía parar el huracán–, no quiero
estar contigo, no quiero verte, no quiero hablar contigo, no quiero nada de ti…
Lo único que quiero es que desaparezcas de mi vida para siempre…
Las palabras murieron en cuanto sentí que
me ardía la garganta.
Ivan, en un impulso loco que no me
esperaba, alargó sus brazos y me tomó, me estampó contra su pecho y me abrazó,
me estrujó entre sus brazos en un gesto consolador. Me estaba dando consuelo el
mismo hombre que me estaba arruinando la vida. Traté de retirarme, pero no
tenía fuerzas e Ivan no lo permitió, sus brazos me rodearon con fuerza, en un gesto
que jamás me había dado.
Me derrumbé.
–Tendrás que aceptarme, Gaela. –Sus palabras
sonaron extrañamente dulces–. Nadie me va a impedir casarme contigo–. Noté el
peso de su barbilla en mi cabeza–. Soy para ti, como lo eres tú para mí–. Su
barbilla resbaló por mi cabeza y el cálido aliento de sus labios, se estrelló,
de forma tierna en mi frente–. Te quiero para mí–. Aun sin verlo, sabía que ese
último comentario lo había formulado con los dientes apretados.
–Ivan… no quiero casarme contigo –sollocé
contra su camisa–. No quiero.
–Es demasiado tarde. Eres mía.
El impacto de una granada me explotó en
toda la cara. Sentí como ese mismo fuego se expandía por cada una de mis venas
y me arrollaba sin piedad a una completa oscuridad. Obtuve la fuerza necesaria
con ese toque de adrenalina y lo empujé para retirarlo de mí. Después grité
histérica.
–Antes me cortaré las venas…
Su boca calló mi insensatez, un error que
hoy cometía más al decir tal locura, pero sus labios lo emitieron cerrando el
paso de ese pensamiento y de cualquier otro.
Los besos de Ivan podían tener algo de
agresivo, e incluso llegar a ser violentos, pero después de haber sido
prácticamente violada por Liam, estos me parecían de lo más tiernos, igualmente
y muy a mi pesar, este hombre también tenía un don en esa boca, y no solo eso,
el sabor de la menta me invadió y sin darme cuenta, le devolví el beso abriendo
mi boca y metiendo mi lengua en esa isla privada.
–Gaela –gruñó contra mis labios–. Eres lo que
más…
El murmullo murió tras enrollar mis brazos
en su cuello. No quería que hablara, únicamente que me besara. Ivan, descendió,
con ese tacto suave y posesivo, sus manos por toda mi espalda hasta encontrar
el punto correcto para que no me escapara de él, esa parte que incita al pecado
de mi trasero y la curva débil de mi espalda.
Y maldita sea, era ahí donde las quería
tener, cerca de todo.
Me retorcí, mi mano apretó su cabello,
aferrándome mientras que la confusión en mi mente y el placer en mi cuerpo se
esforzaban para volverme loca. Deseaba tirarlo por la ventana y ahogarlo en la
piscina delante de mis sobrinas, quería arrastrarlo al sofá y tirarme encima como
una loca. Quería sacarlo de casa y cerrarle la puerta en las narices y nunca
volverlo a ver, deseaba hundir mis uñas en su piel, marcándolo, poniéndole un
reclamo que todo el mundo pudiera ver.
Quería gritarle a él por ser un cerdo y a
mí por ser una estúpida…
Deseaba acurrucarme con él bajo las sabanas
y olvidar que el mundo existía, que deseaba tener a este Ivan que no se podía
controlar por mí, me moría por tenerlo para mí mientras susurrábamos mierdas
estúpidas que no importaban, porque la vida no es un cuento de hadas, que nunca
tendría un final feliz… y…y..
¡NO!
Y mis pensamientos se fracturaron cuando me
di cuenta del terremoto que estaba formando mi cuerpo en el momento que los
brazos de Ivan me levantaron del suelo y conmigo en volandas, se dirigió al
sofá.
No.
Nada más me dejó tumbada lo empujé con
fuerza. Al ser un golpe inesperado, Ivan terminó rodando por el suelo.
Confundido, y con el pelo más desecho, ya
fuese por mi forma de haber tirado de él, o por el brusco golpe que se había
llevado, me miró incrédulo.
Estuve a punto de dar saltitos de alegría
por haber tenido la suficiente fuerza de voluntad como para retirarlo de mí,
pero Ivan y esa cara de espanto, tenían toda mi atención.
– ¿Por…?
–No vuelvas a tocarme en tu vida –rajé el
aire en una exhalación.
Ivan me miró más confundido todavía.
– ¿Se te han cruzado los cables?
–Lo dices por que no demuestro mi chispeante
encanto personal. Lo siento, cariño, ya no soy tan fácil de manipular –dije con
sarcasmo.
El labio inferior de Ivan tembló. Había
dado en un punto débil.
–No me llames cariño, odio esa palabra.
–Una autentica lástima, a mí me encanta.
Ivan expulsó el aire con exasperación, bajó
la mirada y, como de costumbre, se concentró en no perder el control. Un error
incalculable, me hubiese encantado que lo perdiera.
–No pretendo manipularte por haberlo deseado
–mencionó con gran descaro mientras se levantaba del suelo y me daba una
espectacular visión de esos músculos en movimiento.
Mierda.
– ¿Qué deseas exactamente? –balbuceé…
Mierda…Mierda.
Y mierda.
Dejé de mirar esas piernas y miré hacia
arriba. Me encontré sus claros ojos grises, que de repente, eran mucho más
serios de lo que yo podía manejar.
–A ti –sentenció con voz firme–. Siempre te
he deseado a ti. Y tristemente, tú nunca has caído en ese detalle.
Sacudí la cabeza y cerré la boca.
Me había dejado alucinando, quise darme de
hostias contra la pared, golpearme hasta que me quedara tonta para poder dejar a
un lado el cosquilleo de felicidad que se concentraba en mi estómago, pero
finalmente me di un golpe -bestial- mental, y me dije a mí misma que estaba
delante de Ivan, el profesional en montar coartadas de las buenas para obtener
lo que quería.
–Deja de manipularme, tus palabras pierden
valor cuando no has hecho otra cosa más que repudiarme e irte con otras.
–No sabes, realmente, de lo que hablas, y
aunque te lo diga, nunca lo comprenderías –dijo ofendido.
–Perdona, Ivan, ¿te he juzgado mal? –continué
con sarcasmo.
El rasgo de la rabia saltó a su cara como
un rubor, tiñendo su rostro de un color rojo intenso. Bien, Ivan salía a la
superficie y con este no me importaba tanto pelear, hasta incluso, en lo más
profundo, podía tener una victoria.
–No tienes ni idea de cómo soy –afirmó.
–Se cómo eres…
–Mira un poco más allá de la fachada
–interrumpió con brusquedad.
–Menuda fachada te has montado –respondí
altiva–. Pero debo decirte que no habrá pared o reja que me ate a ti.
–Debes considerar la posibilidad de que yo
sea aquello que más te conviene. Debes pensar por un instante que yo, soy lo
que necesitas.
–No, Ivan. Tú solo eres el chico que encargó
mi madre. Ella te eligió, no yo.
El temblor llegó a su mandíbula y se
repartió, como una onda de poder por todo su cuerpo. Sus puños se cerraron con
fuerza y su pecho se estiró, forzando una postura que mostraba un completo
control.
–Siempre he cometido muchos fallos pero el
mayor ha sido permitirte entrar en mi vida. Tú eres mi fracaso personal.
De nuevo, sentí el golpe bajo, la
arrogancia en su voz y la forma educada de tratarme como una mierda. Eso me
rompió en dos. Ivan acaba de destruir mi barrera y otra vez, me sentí débil,
como una hormiga ante él.
–Te equivocas, jamás me has dejado entrar,
antes de abrir esa puerta, me echabas de una patada.
–Gaela…
– ¿Está todo bien? –interrumpió mi hermano
detrás de nosotros.
Stefan, con el rostro completamente
inexpresivo miraba únicamente a Ivan.
–Sí –contestó Ivan completamente recompuesto
y fingiendo una sonrisa que no llegaba a sus ojos–. No te preocupes, necesito
terminar de hablar con mi mujer, sino te importa.
Stefan se quedó pasmado, yo también pero no
lo llegué a expresar en mi rostro tan bien como mi hermano.
– ¿Tu mujer? –Preguntó incrédulo–. Todavía no
te ha dado el sí quiero y ya das por hecho…
–Nos disculpas, Stefan, por favor –cortó Ivan
mordaz, y con la expresión cínica de un hombre muy seguro de sí mismo.
– ¿Me estás dando una orden, Ivan? –preguntó,
Stefan, de pronto, muy rabioso–. Porque te recuerdo que estás bajo mi techo… ¿Qué
coño haces?
Miré a Ivan, que se acercaba a mí a toda
prisa.
–Vamos a dar un paseo –espetó alargando el
brazo para cogerme.
–No…
– ¡Vamos!
Ivan me atrapó antes de que pudiera
retroceder, me asió del brazo y me sacó de la casa a rastras con mi hermano
besándonos el culo. Abrió la puerta delantera y me empujó hacia fuera no muy
delicadamente, y todo mientras escuchábamos a mi hermano detrás de nosotros
criticando el comportamiento de ese hombre. Antes de que el rostro enrojecido
de Stefan asomara por la puerta, mi querido prometido le estaba estampando la
madera en las narices.
–Mi hermano te va a matar –murmuré fijando la
vista en esa puerta.
–Te puede agradecer a ti mi comportamiento.
Me giré abruptamente cara él con una poco
disimulada cara de póquer.
Ivan se pasó la mano por el pelo, me dio la
espalda durante unos segundos y luego se giró demasiado deprisa, tanto que me
pilló mirándole descaradamente el trasero.
Vale, estaba estupefacta, dolida y cabreada,
pero era humana, cuando se me presentaba un culo de diez ante la vista, era
inevitable echarle un vistazo. No solo los hombres miraban aun cuando estaban
cabreados.
–Gaela.
Levanté la vista y pude apreciar el gesto
de satisfacción que alcanzó su mirada.
Sí, me había pillado.
– ¿Qué? –dije con aburrimiento y cruzándome
de brazos. Tratando sobre todo, montar un escudo entre él y yo. Ivan ni se
inmutó.
–Quiero que te vengas a vivir conmigo –espetó
de repente–. Por ese motivo te he estado llamando.
Por lo visto, todo lo sucedido ya había
desaparecido de su cabeza.
–Está por ver si me voy contigo después de
casarnos, y todo si me caso contigo…
–No –cortó marcando esa palabra–. Ya. Quiero
que te mudes este fin de semana.
Increíble.
Por un momento creí escuchar mal.
– ¿Cómo?
–Ya me has odio –mencionó con petulancia–. Quiero
que recojas tus cosas el viernes y el sábado estés ubicada en mi casa.
No, no había escuchado mal.
Me quedé blanca. Me acaba de tratar como a
un mueble o peor que eso. Pero lo tenía claro si se pensaba que podía
manipularme en esto.
Yo era dueña de mi vida, de mi día y de mis
horas, no pensaba darla a él ese título también.
–Imposible. –Ivan frunció el ceño. Se lo
aclaré con una sonrisa de oreja a oreja–: A parte de que, eso de vivir juntos
no lo veo –repetí–, el jueves me voy de viaje de negocios y no vendré hasta el
domingo…
–No vas a ir –ordenó como si fuera mi padre.
Abrí los ojos impactada. Tenía que estar de
broma.
– ¿Perdona? –pregunté flipando colores.
–Que te prohíbo ir a ese viaje.
Se me revolvió el estómago y no porque las
hamburguesas de Stefan me sentaran mal, era porque Ivan, al fin, había
conseguido que las tripas me dieran una patada.
– ¿Sabes por donde me paso tus prohibiciones?
–desafié.
Ivan alzó una ceja y me miró, de arriba
abajo menospreciando lo que veía.
–No me interesa, Gaela, sólo me interesa que
obedezcas…
– ¡No voy a obedecer una mierda…!
Atrapó mi mandíbula y presionó para alzar
un poco mi cara y que esos ojos se clavaran bien en los míos. Cualquier queja
murió instantáneamente y todo mi cuerpo se tensó completamente.
–Esta es una discusión que no vas a ganar.
Vi estrellitas ante mi vista, pero
estrellitas encendidas en fuego que me rodearon como un meteorito a la tierra.
–Átame a una cama y pégame con una fusta si
con eso te vas a creer que vas a tener más poder sobre mí.
Ivan sonrió con malicia, acercó sus labios
a los míos y me dio un casto beso, pero para mí ese beso fue el que le da un
mafioso a su próxima caza. El beso de la muerte.
–No me tientes –amenazó.
Y me soltó manteniendo esa asquerosa
sonrisa en su boca.
–Jamás tendrás…
–No –cortó con sequedad–. La conversación ha
terminado. El viernes iré a por ti y te ayudaré. Más vale que te encuentres en
casa esperando, sino… Me las pagarás.
Se dio la vuelta, con un arte increíble y
completamente recompuesto, avanzó bajando, perfectamente los tres escalones de
la entrada a la casa, recé para que se estampara contra el suelo, pero como no
tuve esa suerte, ya que tenía controlado hasta sus pasos, abrí la boca para
soltar mi último halago.
–Ivan –lo llamé y se detuvo, pero no me miró.
Tragué saliva y todas las neuronas de mi cerebro soltaron un chispazo que me
proyectó una extraña revelación. Como si me hubiera pasado toda la vida dentro
de una celda trasparente y de pronto, una puerta se abría para dejarme libre–.
Ya no estoy para estrenar.
No sé qué se me pasó por la cabeza para
decirle la verdad. No sé si fue un análisis crítico a todo, o si estaba cansada
de que me tratara así, o el simple hecho de que Liam había conseguido despertar
ese valor que tanta falta me hacía.
– ¿Cómo?
–Que ya me han penetrado.
Había utilizado las mismas palabras que
utilizó él en la bodega a la hora de preguntar. Y si mi primera bala no había
surtido su efecto, esta segunda aclaración hizo que el cielo se volviera oscuro
sobre nuestras cabezas gracias a la descarga eléctrica que salió de su cuerpo.
No tenía ni idea pero lo dije y esas pocas
palabras me hicieron sentir genial ya que cuando Ivan se dio la vuelta, por
primera vez sentí en su rostro un reflejo de todo lo que él me hacía sentir.
Una mezcla entre la confusión, el dolor, la incredulidad y finalmente la ira,
mucha ira se reflejó en esos rasgos bellos.
–Dices eso porque buscas la manera de
vengarte de mí, quieres destrozarme…
Se le cortó la voz. La garganta le ardía,
como momentos antes a mí.
–Sí, quiero vengarme, pero te lo digo porque
me parece que, para nuestra relación lo mejor es la sinceridad.
Ivan palideció y los ojos le brillaron, se
hicieron cristalinos, me pregunté qué reacción podía provocar esa muestra, pero
su siguiente pregunta me sorprendió mucho más.
– ¿Por qué lo has hecho?
–Porque quería –contesté, devolviéndole cada
uno de sus golpes.
Ivan se retorció y se llevó la mano al
pecho. Bajó la vista y comenzó a murmurar palabras incomprensibles.
Aturdida di unos pasos hacia atrás hasta
chocar con el muro que marcaba la puerta. El sonido del golpe activó a Ivan, que
levantó la cabeza y esos ojos grises me enterraron bajo tierra. Su respiración
se había acelerado, su cuerpo completamente tenso se mostraba como una súper
nova. Y esa reacción iba a estallar en mi cara.
–Desde lo más remoto de tu cabeza, ese
infantil subconsciente de mierda que tienes, –la furia lo consumía, envenenaba
ese carácter correcto–, has cometido el maldito error de traicionar mi
confianza y a mí, y-, dio unos pasos hacia delante y perdí el aliento al ver
a esa bestia irreconocible avanzar hacia mí–, te lo advertí, te advertí de lo
que sucedería si te atrevías a engañarme. Cuando me encargue de ese
desgraciado…iré a por ti y…
Mi hermano salió de la nada y se interpuso
entre los dos. Mis ojos estaban fijos en la reacción de Ivan y esa
descontrolada forma de comportarse que nunca en mi vida había visto.
Dios,
había abierto una herida profunda hasta el hueso.
–Sal cagando leches de mi casa sino quieres
que te meta un tiro en la cabeza por allanamiento –amenazó Stefan, bloqueando
con su cuerpo los pasos de Ivan.
Miró a mi hermano y luego a mí. Su aspecto
no había mejorado nada, se mostraba perturbado, capaz de hacer cualquier cosa.
–Ivan –insistió Stefan, con voz profunda y
ronca.
Para mi sorpresa, Ivan consiguió
recomponerse, o al menos fingir una postura adecuada, porque pasó de estar
furioso a sonreír, con exagerado gesto. Me estremecí al comprobar la facilidad
que tenía para cambiar siempre su carácter, pero él era así, el hombre auto
controlador que manejaba cada situación.
Asintió y después me dedicó una última
mirada, una desgarradora mirada con un mensaje interno que me cortó el aliento.
Y se fue.
Dejé de mirar ese cuerpo que se alejaba
para fijar la vista en la espalda tensa de mi hermano. Y en el momento que se
giró cara mí, me crucé con una mirada fija que no comprendí.
– ¿Qué? –pregunté, porque no podía leer lo
que expresaba en su rostro, no sabía si estaba defraudado, impresionado o
asustado.
Stefan parpadeó, abrió la boca y la cerró.
Negó con la cabeza e intentó volver hablar, no lo consiguió. Se rascó la cabeza
y finalmente consiguió abrir la boca y pronunciar una palabra.
–Hazme esa pregunta dentro de una hora –dijo,
luego se giró hacia su mujer–. Cariño, ¿tenemos vodka?
–No, pero hay algo de limoncello.
Mi hermano asintió y me miró de nuevo.
–Entonces hazme la pregunta dentro de tres
horas.
Traducción; cuando estuviera muy borracho.
Me apoyé en el marco de la puerta y me
humedecí los labios. La cabeza me daba vueltas y la presión creció en mi pecho
con fuerza.
– ¿Vas a ir a la fiesta? –susurró Zoe, con
cariño.
Me giré cara ella y la miré con cansancio.
– ¿Tu qué crees?
De PE a pa con los nervios..... Ivan 1000% impredecible. Muy padre capítulo eso le enseñara a q gaela puede jugar con sus mismas cartas jiji
ResponderEliminar