BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

lunes, 22 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 23 (Una fantasía de ojos negros)







    Su primera locura del día fue completamente inesperada y algo en lo que estaba completamente en contra.

  –No –dije por décima vez mientras intentaba alejarme de él. No tuve suerte, el segundo hombre, un compinche que se había encargado de atarme al jinete, me obligó a volver y cerró un arnés más. Ese cierre nos ajustó un poco más el uno al otro.

  –Tranquila, morena. Todo saldrá bien –animó Liam, con una escondida mofa mientras, me ponía el casco y lo abrochaba rozando descaradamente mi escote cuando terminó.

  –No, por favor…–me quejé pataleando, aterrada al ver como otro de esos traidores, abría la puerta de la avioneta. Mis ojos se abrieron aterrados–. No.

    Iba a pasar.

  –Sino deja de moverse, no terminaré de abrochar las correas –le dijo el compinche a Liam, mientras me dedicaba una mirada de advertencia.

  –Pues no lo haga. Yo no quiero saltar.

  –Venga, Gaela, yo estaré contigo. –Los brazos de Liam me rodearon la cintura, y sus labios se posaron en mi cuello–. Será nuestra experiencia, nuestro encuentro. Una caída de miles de metros hacia mi siguiente sorpresa. Relájate, dulcemeum –susurró y me dio un húmedo beso–, siente mi cuerpo–, me debilité y los clics de los enganches sonaron como susurros tras sentir el cuerpo del demonio a mi espalda–, me estás poniendo muy cachondo y planeo algo en la caída que te gustara.

  –Listo –infirmó el compinche número uno, con una amplia sonrisa. Quise dedicarle una mirada furiosa, pero finalmente desistí, seguramente parecería la visión más perfecta de un Ogro.

  – ¿Qué vas hacer? –pregunté, centrándome en algo duro que se restregaba contra mi trasero.

  – ¿Alguna vez te has corrido, cayendo en picado contra la tierra?

    Me tensé. ¿Pero qué clase de pregunta era esa? Nunca había hecho paracaidismo y mis orgasmos habían sido limitados a una cama o una mesa o… Verdaderamente, con Liam, las cosas habían cambiado mucho.

  –No es una experiencia por la que deseo morir.

  –No morirás, yo no permitiré que te suceda nada. –Liam me dio otro beso para dar más énfasis a sus palabras–. Lo tengo controlado, no es la primera vez que hago esto.

    Me estremecí, pero las vistas del cielo a través de la puerta abierta me espabilaron un poco.

  –No quiero hacerlo –lloriqueé clavando los talones al suelo–. No quiero.

  –Venga ya, si cuando termine, me pedirás repetir –dijo, con arrogancia y mucha seguridad en sí mismo.

  –Sí es tan rápido y rudo como tú, me parece que eso…

  –Morena, ese recuerdo se merece un castigo.

    Antes de que abriera la boca, mi cuerpo fue alzado en el aire, siempre asegurándose de mantenerme bien pegada a él, gracias a unas ocho correas que rodeaban nuestros contornos, y los pies se balancearon hacia delante en el mismo instante que ese cabrón me acercaba hacia la puerta que dictaría mi último día en la tierra.

  –No. Liam, no quiero hacer esto…–Solté un espantoso grito cuando el fuerte azote del viento me levantó el cabello y sentí que las piernas volaban solas–. Por Dios, haré lo que me pidas, te lo ruego–, en el momento que vi la isla abajo, tan pequeña con el mar azul rodeándola, comencé a suplicar como una niña pequeña–, haré todo lo que quieras.

  –Después, tranquila, cuando toquemos tierra aceptaré encantado esa oferta…

  –Cerdo, cabrón, como te tires juro que no te permitiré tocarme ni un pelo –grité al tiempo que alargaba los brazos y me agarraba como una garrapata al metal saliente de uno de los lados.

    Me dejé las uñas en el hierro, hasta incluso creo que se me rompieron, pero finalmente, Liam, con un gran esfuerzo, logró soltar ese amarre y me rodeó con mis propios brazos posando los suyos encima, como una camisa de fuerza.

  – ¿Lista?

  – ¡No! –grité desesperada. El viento chocaba contra ese aparato haciendo que nuestras voces se escucharan en leves susurros.

  – ¡Tres! –avisó y se pausó. El corazón comenzó a latir desenfrenado bajo mi pecho. No. Cerré los ojos y esperé el dos–. ¡Dos!

    Y se tiró.

    ¿Y el uno?

    Ya no pude pensar mucho más. Caímos en picado luchando contra una impresionante contracorriente. Sentí que el estómago se me saldría y un efecto bumerang de cosquillas rebotó contra mi cuerpo.

  – ¡Abre los ojos, Gaela! ¡Disfruta de las vistas!

    Por inercia, masoquismo o por el simple hecho de que deseaba ver mi propia muerte de frente, obedecí y abrí los ojos y… Al principio sentí mucho más que antes, viví mucho más que pensé y las vibraciones se expandieron como olas locas, revolucionadas por cada una de mis células.

    Grité, solté un grito de pura adrenalina. La emoción sustituyó al miedo y el contacto con la caída fue mucho más que una simple bola cayendo del cielo. Era una pluma en movimiento, dando vueltas y danzando en medio del cielo. Abrí los brazos, dejándome llevar y solté otro grito de pura felicidad.

    Los brazos de Liam, que en ningún momento me habían dejado de rodear se presionaron y sus labios se apoyaron en mi oreja. Me dio un beso y luego sacó la lengua.

  –No soy el único que tiene raros arrebatos. –Simplemente sonreí. Esto era increíble, indescriptible–. Y aún hay algo más.

    Y como el uno, que no había llegado a pronunciarse, mi pregunta se quedó a unos centímetros sobre nosotros porque cuando me quise dar cuenta, tenía su mano metiéndose entre las correas y mis pantalones y, contestando sutilmente a mi pregunta.

    Con rapidez, registró mi piel hasta terminar bajo las braguitas y la zona sensible de mi vagina. Grité de nuevo y esta vez fue por algo completamente diferente.

    Abrí la boca para tratar de impedirlo, e incluso hice el intento de retirar su mano, pero para cuando esos dedos comenzaron a menearse, tocando mi clítoris con movimientos suculentos, sin darme cuenta estaba presionando su mano por encima de mi pantalón para hacer de esos movimientos, algo mucho más satisfactorio.

    Dios, le estaba marcando el ritmo como una desesperada. Pero es que, entre la caída y la sensación, gracias a la masturbación que me estaba dedicando ese hombre… Había perdido la noción del tiempo, el recuerdo del lugar donde me encontraba y hasta de cómo me llamaba.

    Lo escuché murmurar obscenidades, palabras sueltas que no tenían nada que ver o que por culpa del aire que nos azotaba no pude comprender, pero cada vez que sus labios se movían lo hacían sobre mi piel y sabía que su boca se pronunciaba.

    Mientras le daba unos toquecitos eróticos con el pulgar, deslizó un dedo en mi interior, de una sola embestida. Me mordí los labios por sentir el simple placer que me llenó entera.

    Cuanto había echado de menos su tacto, su salvajismo a la hora de penetrarme, cuanto lo había echado de menos a él y esa faceta guarra que tanto me ponía.

  – ¡Sí! –El grito fue mío y sonó tan eufórico como si estuviera alcanzando la cima del Everest. Ni siquiera, que nos aproximáramos con más velocidad a la tierra sin el frenar del paracaídas me interrumpió.

    Ese placer era mucho mayor. Se mezclaba la sensación de la caída, el placer de saborear el orgasmo con el terror de estampar nuestros sesos contra el agua o la vegetación… Iba a explotar…

    Liam, atento a cada uno de mis gestos, me mordió el cuello, con fuerza, y ese dolor, sumido a la penetración de su dedo, aumentó mi placer al desboco total.

    Grité, de una forma animal y presioné mi mano encima de la suya, como si temiera que me dejara, que dejara de hacer eso, pero ese hombre no lo dejó, continuó metiendo y sacando su dedo, e incluso introdujo un más mientras continuaba torturándome el clítoris.

    Ya no lo soporté más y exploté a la tercera estocada de esos dedos y al toque violento de su pulgar contra el híper-sensible botón hinchado. Inmediatamente, casi sin darme cuenta, Liam sacó su mano de mí y sentí, en pleno orgasmo el frenazo del paracaídas.

    Se me cortó el aliento y por unos segundos creí que había perdido la conciencia, y puede que así fuera, ya que no me di cuenta de que aterrizáramos en tierra firme, me quitaran el arnés y me dejaran sentada contra un árbol.

    Solo espabilé cuando la bestia descontrolada que me había arrojado de una avioneta me levantó del suelo y me empotró contra sus labios, ahí, puede que me despejara, aunque las piernas continuaban temblando y ahora con mucha más razón.

    –Nunca había hecho esto con una mujer –murmuró con placer y ronco–. Ha sido la mejor experiencia de mi vida.

    No pude decir nada, aunque las dudas me asaltaran ya que parecía un comentario de lo más raro, sin embargo, me preocupé mucho más en recuperar el aliento que Liam me había robado.

  – ¿Te ha gustado? –preguntó, con una sonrisa que me debilitó mucho más.

  –No ha estado mal. –Ahora parecía una enferma de asma. La última palabra ni la terminé. Liam sonrió y me acarició la mejilla.

  –Para no haber superado tus expectativas, me has dejado sordo.

    Me encogí de hombros, o al menos lo intenté, realmente no tenía ni idea de lo que salió de ese movimiento.

    Me dejó de nuevo contra el árbol, se aseguró de que me mantuviera en pie y se fue hablar con los mismos hombres que nos habían desenganchado las cuerdas. Uno de ellos le dio una bolsa amarilla y después se despidieron.

    Liam me metió en uno de los jeeps que habían aparcados a un lado y condujo, tan perfectamente como si fuera un aparcacoches hasta el interior de esa selva. Aparcó y mi siguiente sorpresa se convirtió en una caminata de una hora cuesta arriba.

  – ¿Ya hemos llegado?

  –Falta poco. –Liam, que iba unos pasos por delante de mí se giró y me miró con una ceja alzada–. Te creía mucho más deportista.

    Lo odié porque estuviera tan perfectamente, yo, sin embargo, estaba hecha una mierda. Necesitaba más de una bombona de oxígeno y no sentía nada de cintura para abajo.

  –Y yo te creí cuando me dijiste que me lo pasaría bien –grazné, con voz aguda y sin respiración–. Me estás torturando.

    Se me pasó por la cabeza la idea de tirarme al suelo y rendirme, ya no podía más.

  –Solo un poco más, morena, después, prometo una recompensa.

  – ¿Sabes hacer la respiración asistida? –Liam asintió–. Me conformo con eso.

    Sonrió y se giró para comenzar a subir meneando ese culito embutido en un bañador bajo que le quedaba de miedo.

    Mierda, ahora necesitaba que me asistiera, inmediatamente.

    El camino comenzó a empinarse hacia arriba, y necesité todo mi aliento para escalarlo. No me sorprendí al ver a Liam cada vez más lejos, pero sí al descubrir que podía seguir.

   Liam me llamó desde lo alto del acantilado.

  – ¿Quieres que busque una bombona de oxígeno?

  –Fanfarrón –dije jadeando.

    Cuando llegué a la cima y vi las vistas, me alegré de haber hecho el gran esfuerzo. La luz del sol proyectó por cada rincón dando una imagen sobrecogedora. Se veía desde el mar a un lado hasta una pequeña parte del resort donde estábamos a lo lejos, y mucho más lejos, kilómetros de paraíso tan igual al que estábamos.

    –Impresionante –dije, colocándome a su lado.

    Al no responderme, lo miré. Se estaba quitando la camiseta y las zapatillas, después, se giró hacia mí.

  –Quítate la ropa –me ordenó, y sabía que lo había mencionado, pero el efecto que me había causado ver su torso desnudo brillando bajo el sol y esos tatuajes mucho más marcados, me desvió del tema principal. Las manos me picaron por lanzarme a él y arañar su piel, notar su tacto y lo muy caliente que estaría–. Gaela.

    Sacudí la cabeza.

  – ¿Qué?

  –La ropa –insistió, señalándola con la mirada.

  –Oh, sí.

    Me desnudé, dejándome el bikini y le pasé toda mi ropa junto con las deportivas. Las guardó en la mochila, junto la suya y luego tiró de una anilla. De pronto, como si fuera mágico, a la bolsa le nació una pelota amarilla que la envolvió completamente. Liam la levantó del suelo y la tiró por el barranco. Me asomé y vi como caía en el agua y se quedaba flotando por el exterior.

  – ¿Preparada?

  – ¿Para qué?

    Liam sonrió de lado y le dirigió un rápido vistazo a ese acantilado.

    Mierda. Otra ciada.

   – ¿Confías en mí?

    Lo miré y miré esa mano que se me ofrecía para que la tomara.

  –No.

    Liam sonrió como si le hubiera dicho guapo. Como tonta, le devolví la sonrisa.

  –Buena chica.

    Tomé su mano y presioné los dedos con fuerza. No confiaba en él en algunos aspectos, pero había otros, los más remotos y, esas ideas locas que tenía, en las que sí que confiaba. Sabía que con él estaría a salvo, el otro Liam, el loco, cuidaría de mí.



    Simplemente nos acercamos juntos, cogidos de la mano al borde de la roca. Me coloqué de puntillas y sin pensarlo nos lanzamos. Caímos al agua juntos, salpicando lo mínimo y dejándonos engullir por ese cristalino líquido.

    Noté el vacío que sintió mi mano cuando Liam la soltó, pero inmediatamente, sus manos abarcaron mi cintura y él mismo me sacó. Nuestros pechos húmedos y frescos se chocaron y nuestras miradas casi cayeron a la misma altura.

     Apoyé mis manos en su torso, notando el ligero temblor que dio bajo mi tacto y me deleité con el sonido fuerte de su corazón en mi mano izquierda. Era deliciosa la sensación de calidad que me embriagaba. El silencio que nos siguió fue como si alguien, desde el cielo nos arropara entre las nubes.

  –No te puedes imaginar cómo deseo besarte desde que te vi ayer –mencionó ronco–. No puedes hacerte a la idea de lo mucho que me costó dejar que te fueras sin poder lamer tus labios, sin poder atraparte contra mi cuerpo, sin…

    Se interrumpió, su respiración se había acelerado, la mía también.

  – ¿Sin? –pregunté sin voz.

  –Te dije que sería bueno –dijo. Su mandíbula tembló.

    Tú tienes el poder. Él te lo dio. Tú mandas, me dije.

  – ¿Estás sosteniendo mucha presión, Liam? –incité con voz seductora mientras, acariciaba su pecho formando suculentos dibujos.

    La loba había despertado y no sabía cómo.

  –Muchísima –reconoció.

  – ¿Estás sufriendo, Liam?

  –Mucho.

    Me estremecí al escuchar el tono animal que había utilizado.

    Ambos nos miramos, nos admiramos como si fuéramos lo más bello que nuestros ojos observaban, y así era para mí.

    Algo que siempre me había parecido peligroso, un demonio hijo de lucifer, ahora mismo no parecía el mismo, era hermoso en el sentido masculino de la palabra, era un guerrero escoces que exudaba tanto poder como erotismo y era una luz brillante con una mirada de lo más intensa y profunda. Mi anterior ahogamiento no era nada comparado con el que sufría en ese preciso momento, solo que, este era perfecto, él era perfecto…

  –Tu eres perfecta –ronroneó y el matiz de su voz cosquilleó cada trozo de mi piel.

    Había hablado en voz alta, mis sentimientos estaban a flor de piel, me debilitaba por culpa del contraste de todo lo sucedido, del lugar en el que nos encontrábamos y de él. Liam provocaba reacciones en mí que nunca había experimentado con Ivan, ni con nadie.

    ¿Qué me pasaba?

  – ¿Qué quieres? –Comenzaba a estar perturbada, perdida e infectada de él.

  –Besarte, lamer cada trozo de tu cuerpo y estar dentro de ti, aquí y ahora mismo.

    Bajé mi mirada de la suya a sus labios.

  –Empieza por besarme –ordené.

    Y Liam no se hizo de rogar absolutamente nada. Tiró de mí y sus labios chocaron con los míos con ansias, con esas mismas ansias de las que había hablado. Sus labios eran suaves, húmedos y cálidos en contraste con su barba incipiente de tres días, acrecentando mi pasión.

    Las rodillas me temblaron y se despertaron crecientes olas de placer que exigían ser correspondidas. No había sentido común, ni odio, ni intercambios de poder. Éramos uno solo, una unión perfecta.

    La respiración de Liam vaciló cuando lo rocé con una uña debajo de su oreja. Emitiendo un sonido gutural se apretó más contra mí dejándome notar claramente el bulto erecto que había bajo la fina tela de su pantalón. La tensión se hizo más profunda y peligrosa.

  –Dios mío –susurró con un hilo de voz ronca, pegado a mi boca–. Dejarte libre y sin follar es como cometer un puto delito.



    Gruñí y me lancé a su boca como una leona en celo, loca por devorarlo, por poseer hasta su último aliento. Tiré de su cabello sin darme cuenta y eso provocó una cadena de sucesos completamente descontrolados para él.

    Me atacó violentamente con un beso que me dolió, luego, en un arrebato, arrancó la parte de arriba del biquini de un solo movimiento. Me quejé y él se retiró hacia atrás, naturalmente, antes de mirar mis ojos encendidos, lo primero que hizo fue mirar hacia abajo y escrutar las aguas turbias. Pero por lo visto no tubo suficiente ya que me tomó de la cintura y me alzó hasta tener los pechos justo delante de sus narices.

    –Liam –me quejé con brusquedad mientras, me apoyaba a sus fuertes hombros. Comencé a patalear. No era justo. Él me había dado la bara del mando principal y ahora había tomado las riendas sin mi consentimiento–. Juegas sucio. Recuerda que hoy soy yo la que tiene que jugar contigo.

   –He cambiado de idea. –Liam, sin retirar sus ojos de mis pechos se lamió los labios.

    Circunstancias que estaban a punto de cambiar.

  –No –espeté y clavé mis uñas en su carne. Liam gruñó de puro placer.

    Estaba loco.

    Cuando volvió a mirarme sus ojos ya no parecían puñales de jade azul, sino alegres gominolas azules.

  –Que me trates así solo hace que me ponga mucho más duro.

    Y lo inevitable llegó cuando acercó su cabeza. Sentí vértigo al notar su lengua, revoltosa, acariciar mis pezones que se habían endurecido como imanes al sentir su cercanía. Me estremecí y estiré mi cuello, mirando al cielo cuando dejó de lamer para comenzar a succionar con sus labios, mientras daba toques con la punta de la lengua.

  –Liam. –Mi voz sonó antinatural, pero pude conseguir mantener un poco el control y lo miré, me crucé con su cabeza entre mis pechos y un cabello oscuro brillando al sol–. Yo ordeno y tú obedeces.

    Liam dejó mis pechos y farfulló una maldición.

  –Te dije que podrías jugar conmigo, no que podías darme ordenes –dijo entre dientes, desesperado por hincarme el diente de nuevo.

  –Pues déjame jugar contigo.

    Levantó la vista y esos ojos casi se salían de sus cuencas. Murmuró un “me vas a matar” y me bajó pero no me soltó. Después, con ternura, algo completamente inesperado, me sorprendió con su siguiente cometario:

   –Quiero darte placer. Seré tu siervo si me dejas hacerlo a mi manera.

    Sin retirar su mirada directa e intensa de la mía, comenzó acariciarme, con las yemas desde la cintura, la columna hasta llegar a los hombros.

  –No eres justo…

    No pude terminar la frase. Ya no tenía fuerzas para negar nada.

  –Te necesito –rogó, deslizando sus dedos por la nuca, lentamente y en círculos.  

    Terminé asintiendo porque estaba perdida en su mirada. Liam sonrió y me dio un beso, largo, profundo y pesado de agradecimiento. Se retiró con la respiración acelerada y volvió a clavar ese brillante azul en mí.

  –Relájate –murmuró con un matiz en la voz completamente sereno–. Escucha solo el sonido de mi voz. –Me estremecí mientras sus dedos se abrían para rozar la zona interna de mis orejas–. Cierra los ojos y nota como se desliza el sonido por mi garganta y sale por mi boca, no pienses en nada, sólo déjate llevar por mi voz y mis palabras –casi había memorizado esa frase, casi sabía lo que venía a continuación, como si ese fuera el hechizo de lo que se iba a producir.

    Cerré los ojos y escuché esa cuenta atrás hasta que el tres se hizo eco hasta finalizar con el sonido de una campanilla. Comencé a sentir los cambios bruscos pero deliciosos de mi cuerpo; me sentí pluma y llena de electricidad, sensible a todo lo que me rodeaba y tranquila, muy tranquila.


  –Abre los ojos…

    Abrí los ojos y los colores se interpusieron, cálidos y mezclados en tiras hasta que apareció uno más intenso que el resto, el verde. La selva, de pronto, se había convertido en paredes llenas de dibujos; de flores rodeando la única realidad del agua, azul, transparente y meciéndose por mis movimientos.

    Miré a mí alrededor, notando como el agua hacía olas débiles y muy lentas, casi pausadas a mí alrededor hasta chocar contra una de esas paredes verdes. Me volví y me encontré con una preciosa cascada que se había vuelto blanca, como telas de seda fina danzando al viento. Me maravillé pero la sorpresa no había terminado. Continué rodando y lo único que no había era mi jinete.

  – ¿Liam? –lo llamé y escuché el eco de mi voz suave, dulce, casi como en un canto.

  –Detrás de ti. –Su voz fue aún más erótica que antes, más profunda y me caló hasta los huesos.

    Me giré y me lo encontré, como si hubiese aparecido de la nada delante de mí. Lo miré a los ojos, a sus impecables ojos azules, y lo estudié al comprender que sabía lo que iba a suceder a continuación y deseando que pasase de una maldita vez.



    Movía las manos libremente, por lo visto tenía mucho más poder que yo, mi cuerpo estaba sumido completamente a sus órdenes. Me sujetó la barbilla para inmovilizar mi cabeza y presionó sus labios contra los míos.

  –Pídeme un deseo –dijo.

  – ¿Un deseo? –Mi voz, el sonido que produje era un murmullo, suave, lento y ahogado.

  – ¿Qué te gustaría que sucediera en medio de estos parajes?

    ¿Qué me gustaría?

    No sabía bien de que iba todo esto, pero el efecto era muy solidario conmigo y me permitió unos segundos para pensar, aunque mis pensamientos se llenaron del roce de su mano por mi cara. Sus dedos largos y con asperezas en las yemas, bajaron por mi cuello y rozaron, intencionadamente la curva de mis pechos haciendo una forma extraña que se me antojó como las medias circunferencias de arriba de un corazón.

  –Que nieva –dije, sin saber muy bien lo que decía.

   Percibí, casi bajo una nube intensa de placer una sonrisa débil en sus labios.

  –Interesante –murmuró con placer–. Que caiga nieve en el paraíso.

    Ordenó mirando al cielo. Seguí su mirada y ese manto azul se volvió blanco, y de cada nube blanca comenzó a caer unas pequeñas bolitas perladas y brillantes con lentitud, como si fueran trozos de papel.

    No entendía nada, pero tampoco tenía ganas de preguntar, la maravilla que caía sobre mí me tenía impresionada. Uno de esos copos ficticios cayó en mi frente y lo noté fresco, como una gota de agua helada. Otro más me cerró el párpado cuando cayó en mi pestaña y de pronto, unos cuantos más se unieron y nos rodearon como flores flotando en el agua.

    La sensación que me embriagaba era un hechizo, esto era un hechizo y el brujo era él. Liam provocaba todo esto y no sabía cómo, pero me gustaba.

  –Esto es…es…increíble –dije, fascinada, como si fuera una niña pequeña que ve la nieve por primera vez. Pero me resultaba alucinante. En pleno Hawái, en una playa paradisíaca, en un lago lleno de vegetación, estaba nevando.

  –Yo también quiero algo de ti. –Lo miré y sus ojos eran dos pozos oscuros, tenebrosos y de los más seductores–. Quiero que me toques. Quiero que acaricies mi polla. Quiero sentir tus dedos en mis testículos y quiero notar que sabes hacer.

    Oh, sí, sí, sí.

    Solté un gruñido al escuchar el poder que me daba. Sin sentirme avergonzada, tan solo deseosa de ver cuánto placer podía darle yo, deslicé mi mano entre nuestros cuerpo, tensando su piel con caricias, con un seductor acto anticipado de aquello que le esperaba hasta llegar a su pantalón y metí mi mano dentro para terminar en esa zona sensible.

    Liam se mordió el labio y cada vena de su cuello se marcó con fuerza, tirando de su piel con violencia cuando, por fin lo toqué.

    Para mi sorpresa toqué suavidad, calidez y carne dura. Mis dedos se abrieron para poder abarcarla en mi palma y sopesar su tamaño o su peso, sentí un hierro inflándose y mucho más duro que antes entre mis dedos. Aun estando bajo el agua, ese pene ardía y me excitó.

  –Muévela –ordenó, con la mandíbula completamente tensa, contra mi cuello.

    No era una experta pero sabía que me pedía, quería que lo masturbara, y aunque no era una especialista de cómo hacer funcionar la palanca de marchas, no era mi primera vez, así que, comencé a subir y bajar ese erecto falo que se estiró con su piel para abrirse como un capullo. No lo veía, pero me lo imaginé con tanta nitidez en mi cabeza, como si fuera ciega y supiese, a través del tacto toda la información que me daban mis dedos.

    Toqué, por curiosidad y con delicadeza, esa cabeza descubierta con un dedo cuando volví a bajar y la piel se abrió de nuevo.

  –Joder…–dijo, con un gutural gemido–. Que gusto.

    Las manos de él se descontrolaron, sus jadeos aumentaron según mi ritmo, y el desesperado estado precario de Liam lo evocó a comenzar a martirizarme a mí. Sus manos bajaron por mi cintura hasta llegar a mi trasero y comenzó a sobarlo con descaro, estrujando y tirando de cada nalga con fuerza. Me apoyé contra él, había perdido el equilibrio…

  –No pares, Gaela –dijo, entre dientes–. Ahora no –riñó, al ver que me había detenido.

    Murmuré como un , que sonó más como un iji y continué con mis movimientos, pausados al principio, pero al notar que una de sus manos dejaba una nalga para apoderarse de mi pecho con salvajismo, me vi involucrada en un movimiento furioso y vengativo. Liam, soltando jadeos ahogados comenzó a marcar el ritmo mientras tiraba de mi culo, para estampar nuestros cuerpos ajustando esos mismos movimientos en un simulacro de embestidas.

  – ¡Qué placer! ¡Sigue! ¡Menéamela sin parar!

    La orden provocó que me atravesara un desesperado anhelo por darle aquel gozo que demandaba, y tuve la necesidad de ser igualmente tocada, pero las manos de Liam estaban ocupadas una en mi trasero, ese tesoro que a él tanto le gustaba, y otra en mis pechos, unos sensuales toques que hicieron que me palpitaran los pezones doloridos. Noté un calambre de ansiedad en la vagina y deslicé una mano entre mis piernas, casi sin ser consciente de lo que hacía, buscando mi clítoris.

    Liam arrancó la mano de mis pliegues resbaladizos.

  –No, morena, eso lo hago yo. Soy yo quien te da los orgasmos.

    Gemí, pero él se limitó a coger esa mano y posarla encima de su torso, donde la mantuvo sujeta con una mano, entonces, con una simple mirada de la suyas, esa donde te arrasa como un vendaval, me obligó a continuar, y en el momento que continué, él soltó la mano y, como había mencionado, comenzó a darme placer deslizando su mano entre la tela de mi biquini y la carne palpitante de mi vagina.

    La sangre se me aceleró y el corazón comenzó a palpitar desbocado. Liam se estaba volviendo una maldita adicción para mí. Lo sabía, y en mi cabeza comenzaron a resonar todas las alarmas. A pesar de que posiblemente me arrepintiera de todo lo que sucedería aquí, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para disfrutar del éxtasis que él me podía dar.

    Y ahí estaba el peligro, en que no calculaba y no meditaba lo sucedido, tan sólo, desde que lo había conocido, siempre me había dejado llevar por ese hombre porque realmente era lo que quería. Lo deseaba como nunca había deseado a nadie.

  –Yo también te deseo como a nadie, dulcemeum –dijo, anhelante y tan profundo que ese sonido fue directo a mi corazón.



    Me encendí como una cerilla ante sus alabanzas y anhelé más. Mucho más. Comencé a menear su pene con rapidez, dando embestidas locas mientras daba toques con la punta de mis dedos en la misma punta de su capullo. Un segundo más tarde, Liam tensó todos sus músculos, gritó algo que no pude deducir y sacó su mano de entre mis piernas.

  –Para –ordenó, y me detuve en seco, como si mi cerebro se hubiera bloqueado.

    Liam tomó mis muñecas y colocó mis brazos alrededor de su cuello, posó una mano en mi cabello y con su otro brazo me rodeó la cintura, de pronto, me alzó y coloqué mis piernas alrededor de sus caderas. Mi sexo cálido y húmedo, situado en la cúspide de sus muslos se abrió acogiendo cualquier cosa mientras él, se frotaba contra mí, febril. Noté carne, mucha carne por parte de él y de mí.

    ¿En qué momento me habida quitado la parte de abajo…Y él?

    Esto era una locura. El riesgo del deseo loco de Liam me catapultó más allá de mis sentidos, hacia una imprudente osadía.

  –Suelta por esa boquita lo cachonda que estás, porque yo estoy a punto de explotar. –Podía sentir su deseo hirviendo a fuego lento bajo su voz sedosa.

    Acaricié su cabello, retirando esos copos de nieve fríos hasta caer por su rostro y detenerme en su mejilla, Liam apoyó su cara en mi mano y durante unos segundos cerró los ojos, como si se llenara de ese simple gesto, pero a quien realmente le llenó fue a mí. Me tembló el labio al notar la primera delicadeza por parte de él, fue una imagen preciosa que guardé en mis retinas para que nunca se me olvidara.

    Él abrió los ojos y me dedicó una dulce sonrisa. Me estremecí de pies a cabeza y en el momento que esa ola de electricidad traspasaba mi cuerpo, el cuerpo que me tenía cogida se estremeció en un efecto de rebote.

  –Me vuelves loco.

    Y tú a mí.

    Lo pensé, no lo dije porque todos los gestos anteriores o sentir a la bestia entre mis pliegues resbaladizos, acariciarme con la intención de una plena tortura, me dejó sin voz.

    Liam no necesitó encajar su pene a mi abertura, esa cosa tenía vida propia y ya estaba encajada perfectamente, tan solo le bastó un movimiento de mi cuerpo para bajarlo. Me la metió hasta la mitad y me dio la sensación de que estaba llena, pero embistió de nuevo, y me la metió completamente.   

    Maullé y el soltó un tremendo rugido que rebotó por todas partes.

  –Oh. Me la pones tan dura –dijo él; su voz era un susurro áspero en mi oído–. No puedo creer lo mucho que me gusta follarte.

    Dando énfasis a esa guarrada que me mojó literalmente, sacó su lengua e hizo un sendero desde la carótida, que palpitaba frenética como mi corazón, hasta la barbilla. Estiré mi cuello para darle mejor acceso y ese caminó se ralentizó. Su lengua parecía una pequeña bola de fuego y mi piel enrojeció al paso que me quemaba…

  –Eres mía…

    Abrí los ojos tensa y bajé la cabeza. Liam se entretuvo con mi cuello, dando lánguidos besos, mordiscos y terminaba, otra vez, con la caricia de su lengua para sanar la herida del bocado. Pero mi atención se canalizó en esa voz.

    –Mía…

    Ivan. 

    Su imagen, su perfecta constitución apareció, con un humo blanco detrás de Liam, con el cuerpo tenso, los puños cerrados y los ojos llenos de furia, una mirada que se clavaba directamente en mí.

    Me estremecí y me cogí con más fuerza a Liam.

  –Esto no es real –me dije–. Esto no es real…

  –Yo soy real, Gaela. Yo soy real –susurró Liam, contra mi oreja sin saber exactamente lo que sucedía detrás de él. Me apretó con más fuerza y me aferré a él como si no hubiera suelo, como si mi única existencia en ese lugar fuera el hombre que me tenía cogida.

    Liam gruñendo, deslizó sus manos por mi cuerpo, con lentitud, marcando con las yemas mi piel para llegar a las caderas. Encajé mi cara a su cuello y noté el roce de su mejilla con la mía.

    Necesitaba su contacto. Necesitaba a Liam, al hombre de verdad con el que estaba. Lo necesitaba a él y no a Ivan.

    Ivan no existía.

    Le clavé las uñas sin dejar de mirar la postura de ese Ivan imaginario. Estaba dentro del agua, sin camiseta y con uno de sus pantalones de diseño empapados.

    Liam presionó sus manos ajustando perfectamente esa postura y tensó los brazos para levantarme un poco y, con suavidad, como dando y quitando a la vez, volvió a bajar y ese pene entró entero dentro de mí y… grité. La onda del sonido de mi voz llegó hasta el cuerpo de Ivan y su figura vibró, como si se desmaterializara. Se iba emborronando poco a poco…

     De repente, Liam se mantuvo quieto con todo el cuerpo completamente tenso.

  –Dime que te has acordado de tomarte las píldoras.

    Parpadeé entre la confusión, la obnubilación y el placer para revisar esa sugerencia como si estuviera en clase analizando una frase. Al menos consiguió, con esa repentina pregunta que Ivan se esfumara completamente.

    Ya no estaba.

    Parpadeé para aclararme la vista y me topé con sus intensos ojos azules y la pregunta rebotando por mi cabeza en varios tonos.

  – ¿Qué?

    No recordaba haber mencionado nada de mi forma de cuidarme, es más, Liam había utilizado los condones y me había amenazado con ellos para castigarme a su manera…

  –Lo dijiste en voz alta. ¿Te las has tomado, Gaela?

  –No.

  –Mierda –masculló con la mandíbula tensa–. ¿Por qué coño eres tan despistada? –murmuró más para él mismo, pero lo escuché.

  – ¿Por qué eres tan idiota…?

    Su boca aplastó la mía con sometida violencia, introduciendo su lengua en una batalla que estaba dispuesto a ganar, dos segundos más con esa lengua viperina, jugando con la mía y conseguía que mi enfado desapareciera.

  –Tienes una forma…–me interrumpí, Liam en silencio y con la mirada me advirtió de que no continuara, así que, me dejé la palabra o el taco y continué–: De cambiar de tema.

  –No es mi forma de cambiar de tema, –con énfasis, efectuó un movimiento de levantamiento de pesas y después dejó caer el peso -que era yo- haciendo que ese pene entrara entero y perfectamente bien. Le clavé las uñas en la espalda y me arqueé con el cuello estirado mirando el cielo. Liam continuó y su voz adquirió un tono débil y ahogado–, es mi forma de cerrar el tema y…

    Se interrumpió y me mordió el cuello haciendo que me arqueara mucho más y mis uñas le marcaran la espalda con sangre.

    Madre mía.

  –…no discutir… pierdo el control… –se interrumpía continuamente, no comprendía muy bien lo que me decía–…pierdo la voluntad…me haces perder la cabeza–. Volvió a embestir con la misma fuerza de antes y tuve que dejarme caer. Ya no era la jefa, y me dio igual.

    Él sabía lo que hacía.

    Que placer, era inexplicable. Apoyé mi boca en la curva de su cuello, estampando mis gemidos contra su piel, mi aliento acarició su carne y vi, con mucha claridad como ese trozo se ponía de gallina. Que frenesí, me sentía poderosa, dueña de todos sus gestos y sus actos. Yo los provocaba de la misma forma que él me los provocaba a mí.

    No podía respirar bien, hubo un momento que se me fue la cabeza, ¿de placer o de asfixia? No lo sabía y tampoco me importaba mucho, solo deseaba disfrutar y continuar ejecutando ese temblor en él.

    Me cogió del pelo y levantó mi cabeza hasta ponerme cara él.

  –Mírame –ordenó–. Tus orgasmos son míos y quiero ver ese rostro alcanzando la locura. Me encanta ver como esos ojos brillan gracias a mí.

    Ya no podía más, iba a explotar y su mirada me incitaba a perder el control. Me mordí el labio con fuerza. Liam continuaba subiendo y bajando mi cuerpo como si mi cuerpo fuera un balón. Presioné más fuerte los dientes hasta el punto de hacerme sangre.

  –Grita, Gaela. Grita mi nombre, no te opongas.

    Tiró de mi pelo y nuestras cabezas se juntaron hasta que nuestras frentes se tocaron y así se mantuvieron. Noté el chapoteo del agua entre nuestros cuerpo con cada movimiento, mientras él, continuaba dando embestidas y yo gimiendo, maullando y gritando su nombre cuando la locura me atravesó.

    Como una bestial Montaña Rusa, una imposible de inventar, subí al cielo, toque las nubes y salí de la atmósfera, me ahogué, ardí y perdí el conocimiento. Liam continuó metiéndomela a lo bestia, descontrolado para que disfrutara de esa caída libre.

    Volví a gritar y tiré de su cabello. Dios, que orgasmo, que largo e intenso. Me moría.

    Por lo visto él ya no lo soportó, sacó su pene de mí y retiró un brazo para terminar corriéndose en su propia mano tras darse el último placer él mismo.

    Me sentí vacía, completamente vacía y desilusionada por no darle yo misma esa sensación, así que lo abracé con fuerza y mordí su cuello mientras deslizaba una mano entre nuestros cuerpo y lo ayudaba. El presinonó su abrazo y respiró en mi cuello hasta que alcanzó su propio clímax mientras gritaba una palabra al viento que no reconocía, una palabra en otro idioma, después, besó esa misma zona.

  –Gracias –susurró contra mi cuello.

    Escuché su voz y de pronto, el sonido de esa campanilla.

    Un din-din que había escuchado más de una vez.

    Todo volvió a la normalidad, todo el paisaje que me había rodeado antes desapareció, la nieve, el agua blanca, las sensaciones de lentitud, de ligereza, todo se esfumó y me vi, envuelta en el calor de su cuerpo con sus brazos rodeándome con fuerza y los míos alrededor de su cuello.

    Y así nos quedamos durante mucho rato sin que nos diéramos cuenta de que el tiempo pasaba.

    Extrañamente, sentí la ansiedad de que, no deseaba quitarme, ni que esos segundos pasaran para que él nunca se retirara de mí.


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    Me encantaba tener sus brazos alrededor de mi cuerpo, me encantaba sentir sus manos en mi espalda, acariciando con sus dedos mi piel, era un tacto especial, él lo hacía así, me hacía sentir especial, me hacía sentir frágil y protegida, había un pequeño rincón de mi mente que incluso pensaba que él me abarcaba de esa forma por un motivo posesivo, por un acto de querer tener mi cuerpo para él.
    No era erótico, era más que eso, mucho más. Era un abrazo, con la definición de la ternura. Liam no era tierno, no era dulce ni siquiera cariñoso, lo sabía, pero algunos de sus gestos, como los que había sentido hoy, me habían mostrado a otro hombre, uno completamente diferente que se mostraba ante mí.
    Quería pensar que únicamente reflejaba ese sentimiento conmigo, que ninguna otra mujer había conocido esa deliciosa faceta de mi jinete, pero, Liam no era mío, nunca lo había sido. Él era como una obra de arte expuesta para miles de ojos, y tenía que respetarlo, o al menos hacerme a la idea, aunque una parte de mi mente, lo quería egoístamente para mí…
    Temblé ligeramente al reconocer eso y me retiré de sus brazos.
    Liam me miró con su típica confusión pero no trató de atraparme, tal vez, en lo más remoto de su cabeza, había leído mis pensamientos, igualmente no se pronunció, dejó caer sus brazos y me dedicó una sonrisa de lo más tierna.
  – ¿Tienes hambre?
    Asentí con la cabeza y dejamos atrás el momento extraño de la cascada, el fantástico sexo que había practicado debajo del agua y esas fantásticas sensaciones que habían vibrado mágicas ante mí. Liam se entretuvo a coger nuestros bañadores sumergiéndose y los sacó, primero el mío, y después el suyo.
    No pude evitar echar un buen vistazo a ese cuerpo sumergiéndose y saliendo del agua como si fuera un maldito anuncio de perfume donde; el sexi modelo exhibe con su cuerpo a que compres el perfume.
    Yo en ese momento me quedaba con el modelo entero.
    Oh, sí. Ya te digo que sí.
    Salimos del agua ya vestidos y él dejó la pelota donde estaba metida la mochila en el suelo. Tiró de una anilla y, mágicamente esa bola se desinfló para dejar a la vista la bolsa. Comenzó a hurgar por ella y sacó unas toallas que extendió.
  –Siéntate –ordenó. Obedecí y sacó otra especie de toalla, tipo mantel a cuadros que colocó entre los dos.
  – ¿Cómo lo haces? –Liam levantó la vista del banquete que estaba disponiendo encima de ese mantel y me miró con las cejas alzadas.
  –Pedí que me lo preparan…
  –No me refiero a esto, me refería a eso. –Señalé con el dedo la laguna tranquila en la que nos acabábamos de bañar y en la cual había sufrido la magnífica ilusión.
  – ¿Mi don? –preguntó. Asentí y él tomó asiento delante de mí–. ¿Qué opinas de la hipnosis?
  –Que es una estafa.
    Liam soltó una carcajada.
  –Y si te dijera que tú has sido hipnotizada más de una vez, ¿opinarías lo mismo?
    Me quedé pasmada al comprenderlo.
  – ¿Me has hipnotizado?
    Estaba paralizada; entre alucinada, maravillada y un poco violada. Se había metido en mi cabeza, y no sabía bien que sacar de esa conclusión.
  –En una versión corta y débil, pero sí, es lo que hecho –contestó sin rastro alguno de arrepentimiento.
    La confusión me arrasó y una pequeña y mala idea se posó en mi cabeza al comprender, que había estado completamente sumida a él.
  – ¿Cuantas veces has controlado mi mente?
  –Desde que te conozco –respondió con sinceridad–. No lo he podido evitar –se defendió porque había abierto los ojos como platos–, desde que te vi por primera vez, sentí el impulso de acercarte a mí, de probarte y meterme entre tus piernas, algo que después de probarlo, sigo sintiendo cada vez que te veo–, sonrió modesto, e incluso se retiró unas greñas de su cabello que le caían en la frente. No obstante, cuando observó que no le devolvía la sonrisa, añadió con rapidez–: pero todas esas veces han sido muy débiles, y sin afectar a tu forma de pensar.
  –Te equivocas en eso. Has obstaculizado en mi forma de pensar cada vez que te he tenido delante. Ahora comprendo la fuerte atracción que siento hacia ti…
  –Yo no te he obligado a eso –interrumpió con brusquedad–, puede que hiciera un poco de fuerza para dominar tus pasos y acelerar nuestros encuentros. Pero jamás te he obligado a desearme. Te he provocado sin que te dieras cuenta porque soy yo el que te deseo a ti, pero nunca me he entrometido en tus decisiones, si estás conmigo hoy, es porque verdaderamente quieres estar aquí.
    Fue algo halagador pero continuaba sintiéndome perturbada.
  – ¿Cómo lo haces? –pregunté curiosa. Quería saberlo, necesitaba saber cuándo, cómo y porqué. Necesitaba saber todo.
    Liam sacó una especie de coctelera enroscada y dos vasos de plástico. Meneó la coctelera con fuerza y sirvió el contenido en cada vaso, luego, me pasó uno. El color era entre el dorado y el verde, lo olí antes de llevármelo a los labios porque tenía malas experiencias de los cocteles de Adri y su forma de mezclar el alcohol, pero su aroma era muy dulce, y su sabor fue delicioso, una mezcla suave de coco y plátano.
  –Si cuentas con la persona adecuada, –comenzó con un nivel de voz de profesor de universidad–, y consigues escavar en su interior y llegar a dominarla con la palabra, la mirada y el tacto, empleando un intenso trabajo, mucha paciencia, atención, concentración y haciéndolo bien, podrías conseguir que hiciera cualquier cosa para ti.
    Me terminé el contenido de un trago.
  – ¿Es lo que haces conmigo?
    Sí, es lo que hacía conmigo. Me miraba con ese azul brillante, después sus caricias, sus masajes y finalmente su voz ronca, grave e increíblemente sexy.
  –No exactamente.
    Negó y pude parpadear por lo irónico de la situación.
  –Sé lo que he sentido –lo acusé.
    Liam se mostró ofendido.
  –Cómo puedes estar tan segura de saber, si lo único que te he ofrecido ha sido una pequeña dosis de imaginación las tres veces que te he dado placer.
  – ¿Pequeña?
    Pues según recordaba mis sesiones habían sido muy intensas, y si eso era solo una pequeña dosis… Tendría un infarto en el momento que me diera una de las fuertes.
  –Nada comparado con la magia real de lo que puedo hacer.
  –Dios, todavía tienes más poder –exclamé; entre impresionada y acojonada.
  –Hay varias fases de hipnosis como hay varias formas de inducir a las personas a ellas.
    Sacudí la cabeza porque estaba alucinando. Ahora comprendía muchas cosas. Mi forma de debilitarme ante él, mi forma de actuar y no poder decir que no, mi forma de…La campanilla que escuchaba muchas veces… La manera rápida que se escapaban mis pensamientos…
    Sacudí la cabeza.
  –Lees la mente.
    No fue una pregunta, lo afirmaba, pero igualmente Liam negó con la cabeza.
  –Escucho lo que me dice la mente cuando el sujeto está en trance, pero no leo la mente. Simplemente busco la información que preciso y obtengo la respuesta que quiero a través de sus cuerdas vocales.
  – ¿Te lo dicen?
  –Correcto.
  – ¿Sin más? –insistí incrédula. Él soltó un bufido.
    En la mirada de Liam pude leer algo de crispación. No es que fuera tonta y no lo entendiera, es que me resultaba del todo ilógico.
    Esto no existía en la vida real, aunque siempre había creído que en el mundo había gente con un don especial. Al igual que una buena actriz, un buen cantante, un magnífico deportista que consigue un récord detrás de otro o un especialista que hacía movimientos imposibles, podía existir una persona que tuviera un don tan increíble como ellos, solo que no tan reconocido.
  –Sin más –contestó Liam, señalando esa respuesta para que comprendiera correctamente lo que decía–. Yo pregunto y el sujeto contesta. Nada más.
    Interesante.
    Ahora me sentía completamente violada.
  – ¿Y mi mente? ¿Qué te dice?
    Liam le dio un trago a su bebida, después se lamió los labios y me estremecí.
  –No sé si te va a gustar. –Parecía reacio a contármelo.
    Y una mierda. Después del bombazo no se quedaría callado.
  –Inténtalo –incité.
    Dejó el vaso encima del mantel, miró unos segundos esos cuadros amarillos y cuando clavó sus ojos en los míos había una decisión total en esa mirada.
  –Tu mente es completamente diferente a todas con las que me he enfrentado.
  –Eso es malo. –Era una pregunta, pero me salió como una afirmación.
  –No. Pero difuso.
    Fruncí el ceño. Liam aprovechó mi despiste y me llenó el vaso de nuevo.
  – ¿A qué te refieres?
  –Entró en ti con facilidad, prácticamente me das las llaves de tu caja fuerte sin oponerte, pero cuando estoy dentro… Todo lo que tienes es un desastre. No localizo los puntos que me interesan. Me bloqueas puertas. Prácticamente me las estampas en las narices. Y tú controlas a veces lo que te interesa. E incluso sales de ellas con facilidad.
    Claro, por eso veía a Ivan en mis visiones.
  – ¿Cómo? –Parpadeé porque había hablado en voz alta–. ¿Has visto a Ivan cuando te he inducido las visiones?
    Asentí. Su rostro había cambiado y su voz se había enturbiado. No pude mencionar ni una palabra.
    Liam hizo un gesto con la cabeza y resopló con exageración, podía afirmar que en ese aire había salido un silbido, pero tenía que tratarse de mi imaginación porque en ese momento, extrañamente comenzaron a pitarme los oídos.
  –Vaya, no sabía que estabas tan colada por él. Pero claro, que voy a esperar, es tu futuro marido.
    La forma de decirlo me hizo sospechar que le molestaba.
  –No creo que ese sea el término correcto –me defendí, porque tampoco me gustaba que él tuviera tan claro mis sentimientos hacia Ivan–. No obstante, no es algo nuevo –ataqué–, me obligaste a decírtelo el primer día…
  –Lo sé –interrumpió bruscamente dedicándome una mirada dura–. No me lo recuerdes –dijo con sarcasmo–, pero no me gusta tener a ese desgraciado en mi turno. No me gusta compartir.
  –No compartes nada. Tu eres real, él no... ¿Porque tú eres real?
  –Por supuesto –contestó, con rapidez y molesto.
  –Vale –expresé, con energía para calmar su postura tensa.
    Vaya, el jinete estaba muy sensible hoy.
  –Igualmente, buscaré una solución para eso –farfulló sin mirarme y en un tono deliberado de rabia –. No quiero pensar que mientras te follo tú lo estás viendo a él.
    Me sobresalté y parpadeé por lo agresiva que se había vuelto su voz.
  –No es algo que quiero. –Me sorprendí yo mismo al escucharme casi tanto como él, que abruptamente levantó la vista.
  –Confío en eso –me advirtió y se silenció durante unos segundos, tal vez para ver si le contestaba o lo contradecía. No dije nada, y continuó–: Contéstame a una pregunta con un simple sí, o un no. –Levanté mi cabeza del suelo, ya que su cambio de voz, tan repentino, me había estampado contra el mantel de cuadros, y lo miré. Esperaba paciente a que contestara, como no sabía que decir, simplemente asentí–. ¿Sigo siendo el único que ha estado dentro de ti?
    Esa pregunta me puso en una posición incómoda, pero me atrajo mucho más la atención su cuerpo. Se encontraba tenso, paralizado, como si fuera una estatua en medio de un laberinto verde de la enorme casa de un ricachón.
    Me pregunté si estaba respirando, si su corazón latía y si sentía algo, su postura no era algo natural, pero me auto-respondí a todas esas preguntas con una simple palabra; esperaba.
    Liam esperaba mi respuesta en tensión más que nunca.
  –Sí –contesté finalmente.
    Él movió la cabeza en una aceptación y ese pecho sólido se puso en movimiento, como sus facciones y sus manos, que terminaron de sacar toda la comida de la bolsa.
    Y todo volvió a la normalidad.
    Poco a poco me fui desprendiendo de esa amarga sensación y me centré en la comida y en él. No me costó absolutamente nada, con dar un pequeño vistazo a ese cuerpo ya estaba; colocada y alucinada por lo magnífico que era en todos los aspectos.
    No sabía mucho de él, prácticamente no sabía nada que no llevara a otra conclusión más; sabía pelear con un reflejo de miedo, y no era una simple defensa personal, eso era arte calculado y muy dominado, después, estaba lo de la hipnosis que… No tenía ni idea de dónde podía haber aprendido ese arte o para que lo utilizaría realmente.
    ¿Por qué un hombre que vende casas sabe cómo inducirte un trance, como leer tu mente o como pegar diez golpes certeros a tres tíos, de su mismo tamaño sin agotarse?
    Supuse que lo de la hipnosis sería una perversión de las suyas. En cuanto a lo de meterse en peleas…Liam estaba como una cabra y… a mí me dolía la cabeza de solo pensar en una respuesta o en mil.
   Y aparte de todo eso, que era raro de cojones, estaba todo lo que veía en su cuerpo, esa delicia definición de músculos tenía más misterios que el propio Liam. Sus heridas y los tatuajes que se camuflaba en ellas, era todo un enigma.
  –Tengo otra pregunta para ti –dijo, tras unos minutos en pleno silencio y lo miré directamente a los ojos.
    Liam se levantó y se sentó a mi lado, muy cerca. Posó sus dedos bajo mi barbilla y me obligó a mirarlo. Sentí algo contradictorio; me asustó y me inflamó como un volcán. Al notar mi perturbación, sus pupilas se dilataron.
  – ¿Estás dispuesta a continuar con lo de la hipnosis? –preguntó con delicadeza, tanta que, se me erizaron los pezones.
  –No quiero que te metas en mi cabeza siempre que quieras.
    Liam me acarició la comisura de los labios con el pulgar, y su sonrisa fue tan suave como el humo.
  –Únicamente sería para tu cuerpo.
  –Acostarme contigo no se va a convertir en una práctica tradicional, ¿verdad?
  –Sí, por supuesto. Te daré lo que quieras, cuando quieras, pero yo también quiero algo a cambio, y lo que te pido es esto. –Levantó una ceja y ese pulgar pasó de nuevo por mi labio inferior, mucho más lento que antes–. Tú decides. Ya lo has probado y no puedes negar que te ha gustado.
    ¿Quería acostarme con él de esa forma? ¿Pasando por alucinaciones donde tal vez, él, a lo mejor no existía, o si existía era una versión que él podría mejorar?
    No estaba segura de nada, me gustaba lo poco que había sentido al intervenir en una hipnosis, pero una parte de mí se negaba a dejar toda mi cabeza, todo lo que había dentro al descubierto ante él, era como si de pronto, se convirtiera en mi amo y yo en una esclava que, a través de la mente él pudiera controlar, eso no me gustaba mucho, no quería recibir órdenes. Por ahora me había respetado, en términos de voluntad, pero doblegarme era otra cosa.
    Liam suspiró y negó con la cabeza.
  – ¿Qué? –pregunté sin entender, al ver ese gesto.
  –Tu cara es como un libro abierto, dulcemeum. Se lo que piensas. Necesitamos hablar de la diferencia entre meterme en tu cabeza y obligarte hacer las cosas que yo quiera sin tu consentimiento.
  –Todas las veces que te has metido en mi cabeza me he sentido obligada a obedecerte. No me gusta –repliqué, pero mi voz salió de mis labios con dulzura.
    ¿Me estaría hipnotizando?
  –Tienes que saber que sí, me meto en tu cabeza e implanto las sensaciones e incluso las manipulo para que tu placer sea mayor, pero yo no te obligo a nada.
  –Gilipolleces.
  –Gaela, te correrás más de una vez. Puedes pensar que estoy loco, que soy raro o que soy un monstruo por hacerlo, pero apuesto lo que quieras a que en lo más profundo tienes fantasías que no eres capaz de confesar…y que no te importaría vivir. Yo seré el hombre que las haga realidad.
  –Me fascina tu entusiasmo.
    Mi voluntad, definitivamente se perdió cuando esa frente se posó encima de la mía. Liam inspiró con fuerza, llenándose los pulmones y cerró los ojos.
  –Seré sutil, y haré las cosas como tú quieras –insistió, argumentando favores para convencerme.
  –Liam.
  –Solo quiero un sí o un no –murmuró.
    Solté un suspiro por los labios entreabiertos.
  –Si accedo quiero un límite y quiero saberlo todo sobre ese tema.
    La sonrisa de Liam se hizo más que evidente al notar que, estaba a punto de aceptar.
  –Tendrás tu límite y puedes preguntar todo lo que quieras.
    Lo que quiera, eh…mmm.
    Y lancé mi primera pregunta, que por extraño que pareciera era una de las que más me interesaba.
  – ¿Lo has hecho con alguna otra mujer anteriormente?
  – ¿Para el sexo? –Asentí con lentitud–. Sí –respondió pero no parecía muy contento al decírmelo.
  – ¿Cuántas?
    Tanto su frente como su propio cuerpo se retiraron de mí, pero no se levantó, simplemente, se centró más en la comida que en mí.
  –Pocas. Muy pocas –dijo, incómodo.
  –Así que, ¿hay mujeres por el mundo que saben el increíble placer que les puedes proporcionar?
    Liam negó con la cabeza y se pasó la mano por el pelo. Varias gotas de su cabello salieron disparadas cuando lo sacudió un poco.
  –Ninguna sabe lo que sucedió entre nosotros verdaderamente. –La resistencia que noté en su voz me picó mucho más la curiosidad.
  – ¿Por qué? –pregunté con cuidado, de pronto, estaba muy nerviosa.
    Él me miró, sólo unos segundos, y volvió a bajar la cabeza.
  –Les borro la memoria después de finalizar nuestra relación.
    Pasmada abrí la boca y el estómago se me encogió.
  – ¿Eso se puede hacer?
    Tomó una intensa bocanada de aire y apoyó los codos en las rodillas que tenía flexionadas. Formó un círculo con los brazos que se comparaba a una especie de coraza.
  –El cerebro es muy complejo –comenzó; con la voz más seria de lo normal–, mantiene información y realiza complejas e importantes funciones. Es el órgano central que lo controla absolutamente todo. Sólo tengo que acceder al neocórtex, al centro del pensamiento del orden, del aprendizaje y de la memoria, e influir una neurotoxina invisible que estimula, como si fuera una corriente eléctrica las neuronas conectadas entre sí. Con cuidado analizo la información hasta encontrar los focos de individuos que me interesan…
  – ¿Individuos? –interrumpí. Esa palabra me había sonado mucho más rara de lo normal, y eso que, había comprendido muy poco de lo que me acaba de decir.
  –Recuerdos –contestó y continuó–: Abro esos recuerdos, como si fuera un abanico de imágenes, palabras e historias y los anulo.
 –Puedes causar un daño cerebral –murmuré.
    Todavía no me creía lo que estaba escuchando. Liam levantó la vista y en sus ojos vi un vacío infernal.
  –No –contradijo secamente–. Nunca le causo ningún daño a nadie. Nunca–. Hizo hincapié a esa palabra con tono duro–. Lo que hago no es una invasión real, es lo mismo que todas las fantasías que creo en la hipnosis. Quito la realidad y planto otra fantasía que hace desaparecer mi hipnosis por algo completamente natural. Y estos nuevos recuerdos encajan perfectamente y en paralelo con todo lo sucedido formando una nueva cadena de; imágenes, palabras y sucesos, y con ello, mi trabajo de hipnosis desaparece.
  – ¿Y tú? –pregunté casi sin voz.
  – ¿Yo que?
  – ¿Tú también desapareces?
    Liam negó con la cabeza.
  –Esa clase de sesión nunca la he llevado a cabo, no conozco tan bien el mapa de la corteza cerebral. Hay áreas que no me gustaría tocar.
  –Pero… Si te vieras obligado, ¿lo harías?
    Liam me miró fijamente y la determinación que vi en esos ojos azules no me gustó nada.
  –Sí.
    Ese , me llegó como una tormenta de golpes por todo el cuerpo.
  –Yo no quiero que me lo hagas –espeté de improvisto, Liam me miró confundido–. No quiero que me borres la memoria cuando tú y yo…
  –Gaela…
   –Quiero recordar esta experiencia, quiero recordar cuan maravillosa fue, quiero recordarlo todo. –Me incorporé hacia delante y estuve tentada de tomar su mano, pero él estaba tenso, mucho más que antes y, decidí que sería mejor utilizar mis palabras antes que un contacto físico–. Prométeme que nunca me borraras la memoria. –Liam dudó, no estaba dispuesto aceptar mi propuesta, lo malo es que yo no estaba dispuesta aceptar tal cosa–. Si no me lo prometes ahora mismo… Jamás volveré a quedar contigo…
  –No me amenazas, Gaela –se incorporó de golpe cara mí, con todo el cuerpo tenso y preparado para entrar en batalla–, no me gusta absolutamente nada que la gente se atreva amenazarme y menos con algo en lo que nunca saldrán ganando – advirtió con frialdad–. Te puedo borrar la memoria ahora mismo y hacer como que esta conversación no se ha llevado a cabo. Echarte un polvo y después cenar contigo tranquilamente para volver a follar esta noche…
    Me levanté como un resorte, cogí mi ropa de la bolsa amarilla y me di la vuelta para largarme de allí.
    No fui lo suficientemente rápida. Liam me tomó de la cintura y me levantó del suelo con agilidad, como si fuera una muñeca de trapo. Peleé con él, con ansias de meterle una paliza de muerte, pero bloqueó cada uno de mis golpes hasta que ambos, acalorados terminamos en el suelo. Él, por supuesto encima y con mis brazos atrapados uno a cada lado de mi cuerpo. Me arqueé pero hasta ese mínimo movimiento lo bloqueó, dejando todo su peso muerto sobre mí.
    En el momento que vio que ya no me meneaba, por falta de respiración, flexionó sus brazos y quitó su peso de mí. Sentí, inmediatamente como el aire entraba en mis pulmones a trompicones.
    Liam, con la mandíbula tensa, y los dientes presionándose unos contra otros, se cernió sobre mí con gesto amenazador.
  –No me obligues…
  –Prométemelo –interrumpí bruscamente.
    El labio de él tembló ligeramente.
  – Empiezo a odiar esa palabra…
  –Liam –le advertí al ver que cambiaba de tema. Él bufó, y bajó la vista para mirar todo mi cuerpo. La idea de que buscaba una respuesta a través de mi cuerpo se coló en mi cabeza, así que, le di una opción de respuesta arqueándome hacia arriba.
    Nuestras caderas chocaron seductoramente, su nuez de Adán subió y bajó. En el momento que sus ojos se cruzaron con los míos, advertí algo en su mirada diferente; miedo mezclado con dolor, pero desapareció tan rápido como apareció.
  – ¿Es lo que quieres? –preguntó con pesar.
  –Sí –contesté con fuerza–. No te pediré nada más, y prometo no contar jamás nada de esto.
    Liam dudó unos cinco segundos, un nuevo record, antes de que escuchara su siguiente comentario, algo que no contestaba a mi pregunta y que ni siquiera tenía que ver con nuestra conversación, pero aun así, me cerró la boca.
  – ¿Sabes porque he venido a este estúpido viaje? –Hizo la pregunta, pero no esperaba que yo la contestara, él mismo respondió–: Por ti. Porque sabía que era tu empresa la que se encargaba del evento al que mi hermano nos ha empujado, y supe desde el principio que te tendría para mí, pero aunque seas diferente a todas las mujeres con la que me he acostado…Sé que si no te borro la memoria, todo se complicara para ti.
    El principio había sido bueno, hasta me había creado ilusiones y unas deliciosas cosquillas en el estómago, pero tenía que continuar hablando y cagarla hasta que las mariposas se quemaron y explotaron.
  –Si esa es tu respuesta final, quítate de encima para que me pueda ir…
  –No me pedirás nada y no harás preguntas sobre mi vida –interrumpió.
    Parpadeé y me pregunté qué demonios podía esconder ese hombre que no quería que supiese.
  –Está bien.
    Inspiró y expiró clavando sus ojos en mí. Yo me manutuve callada, esperando su contestación.
  –Lo prometo –dijo, con un tono de voz que dejaba claro que, odiaba haber pronunciado esa palabra–. Nunca te borraré la memoria acaso…
  –Liam…
    Acalló mi queja con un beso voraz, marcando mis labios con fuego, después, con la respiración alterada se retiró.
  –Si estás en peligro o te sucede algo por mi culpa… Te la borraré.
  – ¿Qué demonios me va a suceder? No digas tonterías.
  –Son mis condiciones, o lo tomas o lo dejas.
    No me apetecía discutirlo. No había defensas lo bastante fuertes como para soportar una batalla con ese hombre. No iba a ganar, pero me animé diciéndome a mí misma que, al menos, había ganado una pequeña batalla y, sobre todo, que compartiría esto con él toda mi vida.
  –Las tomo –acepté.
    Liam sonrió con malicia.
  –Vale, ¿y ahora que te parece si hacemos las paces?
    Deslizó un dedo por uno de mis pezones, y este se puso tan erecto que sentí como si una aguja se me clavara directamente en el corazón. Después retiró, con ese mismo dedo el biquini a un lado y pasó su lengua mientras sus manos acariciaban mi cuerpo con mucha lentitud. Me estremecí llena de locura en el momento que esa lengua se puso a dar toques como si fuera una canica por el montecito. Me arqueé hacia arriba, como si saliera propulsada cuando atrapó el pezón entre sus dientes y tiró de él.
    Tuve que amarrarme a su cabello, enredar mis dedos en su pelo, fibras de seda que tiré como si fueran delicados hilos de algodón húmedos.
    Liam dejó mis pechos y comenzó a bajar, con lánguidos lengüetazos por mi barriga mientras alargaba una mano y me deleitaba con esos dedos y su magnífico masaje, el pecho que acaba de torturar.
    Llegó hasta la braguita, una zona que estaba muy mojada, y no solo por el baño. Y lo lamió con descaro.
    Gruñí y volví arquearme.
  – ¿No te cansas de lamer? –lo provoqué, con voz ahogada, porque en ese momento no me apetecía nada los preliminares. Liam levantó su vista y me miró.
  –Imposible. Cuanto más te esnifo, más adicto me vuelvo, y como un adicto necesito mi dosis a todas horas, aparte de que he traído un par de preservativos para que no se termine la marcha…
  –Si traías protección –interrumpí incorporándome, un error, por supuesto, Liam me tiró de nuevo al suelo con un simple brazo y con esa misma bara de hierro me mantuvo así–, porque te ha molestado tanto…
  –Quieta –ordenó y me dedicó una de sus miradas oscuras para dar más fuerza a esa palabra. No me moví–. Porque estábamos dentro del agua, y estaba a un segundo del estallido, no me veía con fuerzas suficientes para dejarte sola un segundo.
  –Estás loco –murmuré débilmente. Liam estaba hurgando por la braguita y la retiró a un lado. Su aliento cayó pesado y ardiendo en toda mi feminidad.
  –Por ti, dulcemeum –gruñó, después de tomar una intensa bocanada de aire–. Estoy loco por ti.
  –Ooh –espeté en un extraño e indescifrable grito. Liam comenzó a lamer con esa lengua frenética cada parte de mi hinchado sexo.
    Un segundo más tarde era incapaz de pensar de forma racional cuando las manos afanosas de Liam me atraparon el trasero para levantarme un poco y poder tener mejor acceso. Antes de inclinarse me dedicó una mirada de admiración que me hizo sentir una maldita diosa del sexo.
    Dios, este hombre me mataba. Ya no aguantaba más.
    Me incorporé de improvisto haciendo que Liam se retirara bruscamente. Lo tomé de la barbilla y lo besé al tiempo que lo envolvía entero. Liam gruñó y me tiró encima del mantelito, rodó hasta quedar encima de mí, y alargando un brazo, mientras yo no dejaba de besarlo, morder y lamer su cuello, se puso un condón a toda prisa.
    Liam ni siquiera se molestó en quitarme las bragas, se limitó a enganchar la tela con un dedo y apartarla. El resto fue obra mía. Bajé mi mano y cogí su erección, la coloqué contra mi entrada y le dediqué una sonrisa. Liam estaba completamente fascinado.
  –Aprendes muy rápido, fogosilla.
  – ¿Te arrepientes de lo que has creado? –Tenté a la vez que me meneaba un poco haciendo presión. Entró la punta de ese pene y los brazos de él se tensaron marcando cada una de sus venas que se hincharon más, cuando alcanzaron su cuello.
  –Mientras solo sea conmigo… –se interrumpió. Volví a menearme y soltó un gruñido gutural–. Sí, solo serás así de guarra conmigo–. Era una orden, pero salió de su garganta con desesperación.
    Sujetó mis caderas y entró, como un cohete, completamente dentro. Esta vez grité yo. Estaba muy motivada y respondí a cada embiste con fuerza. Las caderas masculinas respondían a cada embate, uno por uno. No había elegancia, ni sutileza en aquel acto, mientras él se clavaba en mí sin compasión. El jinete bajó después la cabeza, y me rodeó un pezón con la lengua, con su mismo salvajismo, se lo metió en la boca y succionó, con demasiada fuerza.
    Eso me dolió. Chillé y eché la cabeza hacia atrás, mientras Liam continuaba clavando la pelvis sin parar.
  –Liam, Liam –dije, mientras me agarrotaba y daba una sacudida contra él. Después abrí mucho la boca en un grito silencioso y le clavé las uñas en el bíceps al tiempo que notaba como me arrasaba el orgasmo.
    Pero Liam no paró, sino que empujó dos, tres veces, clavándome en el suelo con cada golpe de cadera. Lo sentí, sentí su orgasmo con la misma fuerza que a mí me había golpeado, solo que él parecía un loco deseoso que luchaba por introducirse más en mí.
    Después soltó un grito, una palabra que me dejó sorda en un idioma que no conocía y se derrumbó encima de mí, temblando con las últimas pulsaciones. Cuando se recuperó, rodó y me tiró encima de su cuerpo como si fuera un colchón.
  – ¿Y ahora qué? –pregunté, dedicándole una mirada mientras me apoyaba en su pecho.
  –Estaba pensando que podía darte unos cinco minutos o así para que te recuperes, ¿y después quizás podríamos hacerlo otra vez?
    Simplemente sonreí. Era imposible discutir algo así.
    Las siguientes horas de la tarde se pueden describir en cuatro palabras; Sexo a punta pala. Sin descansar y con unas torturas tan dolorosas como ingeniosas.
    Liam era incansable, según él era yo quien provocaba ese estado, pero ese aguante, esa fuerza tras un orgasmo bestial detrás de otro tenía que nacer de otro lado, igualmente me llenó completamente cuando lo dijo y me quedé con la idea de que eso era obra mía y de nadie más.



Continuará................ hasta el próximo lunes.


  



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