BIOGRAFIA

Biografía Beatriz La Codorniz

(Apodo sacado por mi hermano, alias Carlota come cacota, a los seis años)

Fui una niña buena, obediente, ordenada, bailarina y muy imaginativa.

Fui una adolescente desobediente, discotequera, atrevida, mucho más imaginativa y enamoradiza a la vez que muy dura con los chicos.

¿A quién no le han roto el corazón alguna vez? A mí unas cuantas veces.

Creo que algunas de mis historias se han creado desde esos trozos hechos trapos. Al menos, han servido para algo.

Y ahora, que he madurado, lo he metido todo en una coctelera y he sacado un poco de todo eso, lo mejor y lo peor, por supuesto, ¿A quién le gusta la gente perfecta?

A mí no, porque si no, no tendría al chico malo de la ciudad a mi lado. ;)

Soy grosera y muy, muy sentida, así que, comentar, pero no seáis muy duras…

Es broma, podéis ser tan cabronas como mis protagonistas, yo me lo tomaré con filosofía.

En cuanto a mis historias -porque para mí son eso, historias-, nacen sin saber muy bien qué camino seguir. Creo sobre la marcha. Nuca sé cómo va a terminar, ni lo que sucederá.

Yo también me quiero sorprender. Y quiero disfrutar, como espero que lo hagan todos al leer un pedacito de mí.

P.D. Os preguntareis porque he cambiado mi biografía, pues bueno, solo decir que después de varios años sin sonreír, al fin he soltado una carcajada. Así que, me he dicho; Vuelvo a empezar. Vida nueva. Mente nueva. A la mierda la mierda de pasado y tola la mierda pasada.

Perdón, pero no os alarméis, ya os he dicho que soy una grosera.

Bueno, y ahora a disfrutar de historias que pueden conquistar vuestro corazón.

lunes, 15 de diciembre de 2014

CAPÍTULO 21 (Una fantasía de ojos negros)





    Sentí la persistente mirada de mi sobrina perforándome la mejilla, esperando que le diera permiso para saludar a ese hombre como siempre hacía, es más, Ivan, quien había dedicado una mirada cariñosa a la niña, también se fijó en mí y en la mínima expresión que me dedicó supe que él pensaba lo mismo.

    ¿Qué estaba haciendo él aquí?

  –Tía –murmuró la pequeña, rogando ese permiso.

  –No importa, cielo. Tú tía está en trance –dijo Zoe, animando y dando el permiso que no me salía a mí de los labios.

    Y la definición de mi expresión fue lo que me levantó de un brinco de la mesa.

    En trance… y una mierda.

    La niña, que había ansiado saludar a Ivan, saltó de su silla y fue corriendo a sus brazos, Emyl, una copiona rematada de su ejemplo mayor salió detrás de ella, e Ivan, con su impecable educación saludó a las niñas con abrazos y un beso. Emyl tuvo más suerte, a ella la tomó en brazos y le dedicó una broma, después, cuando la dejó, acarició la mejilla de la hermana celosa, que tímidamente se comportó mucho mejor que yo, ya que cuando Ivan, me acariciaba la mejilla comenzaba a rumiar como una gata para después, comenzar a restregar el lomo por su pierna.

  – ¿Quieres comer algo? –le preguntó mi cuñada, con su dulce tono educado.

    Mientras rezaba para que él negara esa petición le eché un vistazo al rostro de mi hermano, y estaba descomponiéndose mientras le lanzaba una amenaza a su mujer por haber invitado a ese hombre a comer.

    Dios, Stefan era tan transparente que por un momento pensé que hasta el propio Ivan, podía leerle la nuca por detrás.

    No, a mí hermano no le caía bien Ivan y, tenía una opinión bastante rotunda sobre las bodas concertadas que había organizado mi madre. Para él, tanto Dika como yo, habíamos sido la venta de un ganado para el mejor carnicero, solo que, al contrario de mi comprador, al marido de mi hermana, sí que se lo podía tragar.

  –No, gracias. –El tono de voz de Ivan era siempre tan neutro y correcto que me costaba compararlo con un monstruo cuando hablaba así–. Simplemente he venido en busca de Gaela–. Ivan se giró y me miró, y en ese mismo instante su sonrisa se borró–. ¿Podemos hablar?

    Accedí y con paso ligero dejé a la familia en la terraza para conducir a Ivan al salón principal. Tras entrar él, cerré las puertas y tomé el aliento antes de que comenzara a fallarme.

  – ¿Cómo sabias que estaba aquí? –pregunté.

    Me giré y lo miré, el hombre moreno que siempre lucía perfecto en ese momento estaba hecho un desastre; con la ropa arrugada y el cabello desecho. Aunque estaba bronceado, nadie hubiera dicho que se trataba del estado correcto en el que siempre se encontraba. Más bien, parecía peligrosamente malhumorado y a punto de estallar.

    La mirada de él me observó de pies a cabeza, intensamente y buscando algo.

  –Me lo dijo Gina –informó al mismo tiempo que me dedicaba otra mirada, constante, revisando cada zona de mi cuerpo. Mi corazón comenzó acelerarse.

    ¿Qué demonios miraba tanto?

    Por un momento pensé que leía mi cuerpo para saber qué era lo que había sucedido. Se me pasó por la cabeza que Ivan había descubierto mi lado salvaje y el día anterior pasó por mi cabeza a gran velocidad.

  – ¿Q-que quieres?

    Mi voz delató cierto temblor que no me gustó, Ivan se dio cuenta y esos ojos grises que siempre me habían parecido atractivos, me miraban en ese momento con hostilidad declarada.

  –Te pasas todo un día desaparecida, sin dar señales de vida, y cuando consigo hablar contigo, te encuentro en pleno ataque de pánico… ¿Qué demonios ha sucedido?

    Una parte de mi cuerpo se relajó completamente como si le inyectaran morfina, hasta el cuerpo tenso desapareció, pero la otra, la que era consciente de a qué se refería se quedó atrapado entra la espada y la pared al comprender que no podía decirle la verdad.

  –Nada.

    Las morenas cejas de Ivan se alzaron a la vez, y sus párpados cayeron lentos, para destapar una mirada penetrante.

  –Escuché perfectamente tú voz y la de otros hombres. No me tomes por tonto Gaela, no te lo aconsejo.

  –No sucedió nada, todo fue una confusión –expliqué inmediatamente.

  –Mientes –escupió.

    Su pecho se alzó y la camisa se tensó en su torso, amenazando a cada botón en salir disparado. Desvié la mirada y milagrosamente me coloqué la coraza de hierro encima.

    Por suerte no necesité mucho esfuerzo. El recuerdo vivido en casa de mis padres, su petulante forma de marcarme y la visión de ese hombre entre los brazos de otra, en cuanto, momentos antes se había comportado tan dulce conmigo, fortaleció el escudo.

  – ¿Y porque iba mentir? Mírame tú mismo, estoy bien.

    Provoqué señalándome el cuerpo con desdén. La petulancia con la que marcaba cada nota de sus palabras me cabreaba y estaba demasiado cansada para esto.

  –Sí, lo veo por mí mismo –contestó tan frío como el brillo de su mirada–, pero no me creo ni una palabra de todo lo que dices.

  –Pues es tú problema, no el mío. Yo me siento realmente bien.

    Ivan se acercó, con el labio torcido.

  –Yo no.

    Sentí un escalofrío. Conocía perfectamente los tonos de voz de Ivan, y tenía muy pocos, pero este era único y tan aterrador como si en vez de palabras me lanzara en toda la cara piedras de cristal. Sólo lo había escuchado en la bodega y, según recordaba, la cosa ese día no había terminado muy bien para mí.

  – ¿Explícame que fue lo que sucedió? –pidió llanamente.

  –Nada preocupante. Un error común de caras parecidas y…

  – ¡Maldita sea! –gritó crispado–. ¡No me hablabas! ¡No decías nada! ¡Estabas aterrada!

    Se me erizaron los pelos del cogote. Escogí mis palabras con cuidado.

  –Simplemente se confundieron de persona –insistí con la misma historia.

    Las cejas de Ivan se convirtieron en un ceño. No se creía nada de lo que salía de mi boca.

  – ¿Qué historia me estás contando?

    Era imposible engañar a una persona qué; se las sabe todas, que maneja a la perfección el rostro, el tono y la pose de una presa cuando le mentía.

    Mi única estrategia posible era una defensa fuerte. Tendría que comportarme como una arpía si deseaba que ese hombre se asqueara tanto que necesitara que yo, desapareciera de su vista y de su núcleo personal.

  –La verdad, tú me lo has pedido –dije con el mentón en alto.

    Noté, mucho más que sentí la presión estática que él desprendió con violencia. Ivan estaba al límite, a punto de explotar, y jamás lo había visto de esa manera, tan tenso, tan enrojecido, con la mandíbula convertida en piedra y esos ojos saltando de sus cuencas contra mí.

  –Conozco cada vibración de tu voz, conozco cada sentido que va unido a ella, y cuando te escuché hablar, no me pareció que estabas de broma –declaró, farfullando las palabras a través de los dientes.

    Tragué saliva y continué tan altiva como podía.

  –Siento haberte confundido de esa forma.

  – ¿Confundir? –Soltó la palabra como un latigazo–. Me rogaste que no te colgara, te ardía la voz cada vez que hablabas. ¿Por qué me acojonaste así?

    Parpadeé porque esa pregunta no me la esperaba, y perdí el equilibrio de mi voz cuando continué:

  –Lo siento, no era mi intención.

    Ivan se pasó las manos por la barbilla y las venas se mostraron en su carne como arterias a punto de explotar.

  –Gaela, he pasado el peor día de mi historia, la impotencia que tenia de no saber dónde estabas… Mierda, no sabía ni por donde comenzar a buscar. ¡Maldita sea! Comencé a llamar a todo el mundo que te conocía, a…

  –No hacía falta tanta preocupación –interrumpí fríamente, pero notando un extraño nudo en el estómago que se sumaba a los golpes fuertes de mi pecho–. Siento haber hecho que perdieras tu tiempo por una tontería.

  –Tiene gracia, –sonrió cínico y continuó con esa mirada fría como el hielo–, pero a mí no me pareció una tontería.

    Inventa algo, lo puedes hacer mejor.

    Me adelanté un paso, pasando mis manos por mis caderas para esconder el temblor de los dedos a mi espalda.

  –En un principio bromearon, y puede que me asustara un poco, pero después, al ver que yo no era quien ellos buscaban, se fueron.

    Ivan ladeó su cabeza, estudió mi rostro y después, tomó su propia versión de los hechos, un resultado que no mostró ante mí, ya que la máscara inteligible se posó en su cara como una capa más.

  –Así que; me he pasado todo el día con un enorme nudo en la garganta, preocupado por ti, tratando de localizarte como un maldito maniaco, imaginándome que te había sucedido algo, ¿para nada?

    Era perceptible la violencia que hervía en su interior. Dios, esto se me escapaba de las manos.

  –Correcto. –Suavicé mi tono completamente, hasta incluso me escuché a mí misma con dulzura.

    En lo que llevaba de día había cometido muchos errores, ya tenía el cupo lleno, lo mejor sería, aceptar que me podía y él terminaría largándose como siempre.

    Ivan tomó otra intensa respiración y la tentación de que esos botones salieran disparados y su carne quedara a la vista fue un golpe de lo más bajo contra mi orgullo.

    Céntrate Gaela, no estás a lo que estás… Ivan es el enemigo.

  – ¿Y el teléfono? Después te llamé y ya no me lo cogías. ¿Por qué?

    Tono deliberado y acusatorio, eso enfrió completamente mi patético estado.

  –Porque no soy tu secretaria para estar cogiéndote las notas que a ti te da la gana.

    Tanto la voz como los gestos corporales volvieron a la carga. Ivan permaneció aturdido por mi ataque. Por un momento todo lo que me rodeaba se quedó quieto, traspuesto en el tiempo como un perdido objeto en el universo, pero tras los segundos pasados o tal vez mis movimientos, que se habían alejado un poco de él sin darme cuenta, Ivan reaccionó.

  –Por una vez en tu vida podrías bajar la guardia y hablar conmigo –dijo, suavemente mientras le dedicaba una mirada al movimiento de mis pies.

  –No puedo permitirme ese lujo y menos por ti.

    Sus ojos subieron con rapidez por mi cuerpo, como si mis palabras fueran un insulto y un extraño sentimiento que no pude deducir pasó rápido por su rostro.

  –No puedo ser tan malo –murmuró.

  –No, eres un puto Santo –espeté.

    El sentimiento volvió a repetirse en su rostro, pero esta vez no pasó tan fugaz, era una mezcla entre el dolor, la impotencia y la desilusión, pero mis sentidos me dijeron que simplemente se trataba de otra de sus artimañas para hacer que cayera en su trampa.

  –Gaela, por una vez, no estoy en tú contra –murmuró con debilidad, como si le doliera la garganta.

  –Es difícil creer eso cuando pareces un toro arremetiendo contra una valla.

  –Hoy no –se justificó con rapidez–. Lo de la llamada me ha dejado fuera de combate, y ahora tengo la necesidad de saber que estás bien –murmuró débilmente, provocando que mis huesos quisieran salir de mi cuerpo–. Quiero que dejes a un lado nuestros problemas y te centres en no atacarme para poder tranquilizarme.

  – ¿Qué significa eso?

    Me debilitaba, lo sabía, lo notaba.

    Retrocedí. Aun después de que su mirada se fijara con gesto amargo en mis pies, metí esa barrera entre los dos. Después de lo sucedido en la fiesta, necesitaba retroceder un poco y reconstruir las defensas que protegían mi corazón. No podía caer, no podía tener tan poca fuerza, tenía que ser más fuerte o si no, Ivan, finalmente conseguiría apoderarse de mí.

  –Significa que, –El enorme cuerpo que tenía delante comenzó a dar pasos lentos, precavidos pero a la vez decididos en mi dirección. Al ver la expresión en su rostro mi cuerpo se quedó completamente quieto–, por una vez, me gustaría tener tu apoyo en vez de ese carácter defensivo que me saca de quicio.

  –Tú me sacas de quicio, por eso soy así. Soy lo que tu asqueroso comportamiento ha creado –me defendí.

    Ivan palideció.

  –Yo no te he creado.

    Bufé de indignación y exploté.

  –Tú me has amargado la existencia desde que te conozco. Destruyes cada pedacito de mi felicidad, hasta has venido aquí, a mi templo, con mis sobrinas para hacer que se me atragantara la comida –escupí cada palabra rabiosa. Estaba fuera de mí, mi boca se meneaba, mi corazón hablaba a gritos y no podía hacer nada para callarme, era una herida abierta, una cicatriz que no podía saturar y por mucho que sintiera el poder de las lágrimas derramarse de mis ojos… ya nadie podía parar el huracán–, no quiero estar contigo, no quiero verte, no quiero hablar contigo, no quiero nada de ti… Lo único que quiero es que desaparezcas de mi vida para siempre…

    Las palabras murieron en cuanto sentí que me ardía la garganta.

    Ivan, en un impulso loco que no me esperaba, alargó sus brazos y me tomó, me estampó contra su pecho y me abrazó, me estrujó entre sus brazos en un gesto consolador. Me estaba dando consuelo el mismo hombre que me estaba arruinando la vida. Traté de retirarme, pero no tenía fuerzas e Ivan no lo permitió, sus brazos me rodearon con fuerza, en un gesto que jamás me había dado.

    Me derrumbé.


  –Tendrás que aceptarme, Gaela. –Sus palabras sonaron extrañamente dulces–. Nadie me va a impedir casarme contigo–. Noté el peso de su barbilla en mi cabeza–. Soy para ti, como lo eres tú para mí–. Su barbilla resbaló por mi cabeza y el cálido aliento de sus labios, se estrelló, de forma tierna en mi frente–. Te quiero para mí–. Aun sin verlo, sabía que ese último comentario lo había formulado con los dientes apretados.
  –Ivan… no quiero casarme contigo –sollocé contra su camisa–. No quiero.

  –Es demasiado tarde. Eres mía.

    El impacto de una granada me explotó en toda la cara. Sentí como ese mismo fuego se expandía por cada una de mis venas y me arrollaba sin piedad a una completa oscuridad. Obtuve la fuerza necesaria con ese toque de adrenalina y lo empujé para retirarlo de mí. Después grité histérica.

  –Antes me cortaré las venas…
    Su boca calló mi insensatez, un error que hoy cometía más al decir tal locura, pero sus labios lo emitieron cerrando el paso de ese pensamiento y de cualquier otro.



    Los besos de Ivan podían tener algo de agresivo, e incluso llegar a ser violentos, pero después de haber sido prácticamente violada por Liam, estos me parecían de lo más tiernos, igualmente y muy a mi pesar, este hombre también tenía un don en esa boca, y no solo eso, el sabor de la menta me invadió y sin darme cuenta, le devolví el beso abriendo mi boca y metiendo mi lengua en esa isla privada.

  –Gaela –gruñó contra mis labios–. Eres lo que más…

    El murmullo murió tras enrollar mis brazos en su cuello. No quería que hablara, únicamente que me besara. Ivan, descendió, con ese tacto suave y posesivo, sus manos por toda mi espalda hasta encontrar el punto correcto para que no me escapara de él, esa parte que incita al pecado de mi trasero y la curva débil de mi espalda.

    Y maldita sea, era ahí donde las quería tener, cerca de todo.

    Me retorcí, mi mano apretó su cabello, aferrándome mientras que la confusión en mi mente y el placer en mi cuerpo se esforzaban para volverme loca. Deseaba tirarlo por la ventana y ahogarlo en la piscina delante de mis sobrinas, quería arrastrarlo al sofá y tirarme encima como una loca. Quería sacarlo de casa y cerrarle la puerta en las narices y nunca volverlo a ver, deseaba hundir mis uñas en su piel, marcándolo, poniéndole un reclamo que todo el mundo pudiera ver.

    Quería gritarle a él por ser un cerdo y a mí por ser una estúpida…

    Deseaba acurrucarme con él bajo las sabanas y olvidar que el mundo existía, que deseaba tener a este Ivan que no se podía controlar por mí, me moría por tenerlo para mí mientras susurrábamos mierdas estúpidas que no importaban, porque la vida no es un cuento de hadas, que nunca tendría un final feliz… y…y..

    ¡NO!

    Y mis pensamientos se fracturaron cuando me di cuenta del terremoto que estaba formando mi cuerpo en el momento que los brazos de Ivan me levantaron del suelo y conmigo en volandas, se dirigió al sofá.

    No.

    Nada más me dejó tumbada lo empujé con fuerza. Al ser un golpe inesperado, Ivan terminó rodando por el suelo.

    Confundido, y con el pelo más desecho, ya fuese por mi forma de haber tirado de él, o por el brusco golpe que se había llevado, me miró incrédulo.

    Estuve a punto de dar saltitos de alegría por haber tenido la suficiente fuerza de voluntad como para retirarlo de mí, pero Ivan y esa cara de espanto, tenían toda mi atención.



  – ¿Por…?

  –No vuelvas a tocarme en tu vida –rajé el aire en una exhalación.

    Ivan me miró más confundido todavía.

  – ¿Se te han cruzado los cables?

  –Lo dices por que no demuestro mi chispeante encanto personal. Lo siento, cariño, ya no soy tan fácil de manipular –dije con sarcasmo.

    El labio inferior de Ivan tembló. Había dado en un punto débil.

  –No me llames cariño, odio esa palabra.

  –Una autentica lástima, a mí me encanta.

    Ivan expulsó el aire con exasperación, bajó la mirada y, como de costumbre, se concentró en no perder el control. Un error incalculable, me hubiese encantado que lo perdiera.

  –No pretendo manipularte por haberlo deseado –mencionó con gran descaro mientras se levantaba del suelo y me daba una espectacular visión de esos músculos en movimiento.

    Mierda.

  – ¿Qué deseas exactamente? –balbuceé…

    Mierda…Mierda. Y mierda.

    Dejé de mirar esas piernas y miré hacia arriba. Me encontré sus claros ojos grises, que de repente, eran mucho más serios de lo que yo podía manejar.

  –A ti –sentenció con voz firme–. Siempre te he deseado a ti. Y tristemente, tú nunca has caído en ese detalle.

    Sacudí la cabeza y cerré la boca.

    Me había dejado alucinando, quise darme de hostias contra la pared, golpearme hasta que me quedara tonta para poder dejar a un lado el cosquilleo de felicidad que se concentraba en mi estómago, pero finalmente me di un golpe -bestial- mental, y me dije a mí misma que estaba delante de Ivan, el profesional en montar coartadas de las buenas para obtener lo que quería.

  –Deja de manipularme, tus palabras pierden valor cuando no has hecho otra cosa más que repudiarme e irte con otras.

  –No sabes, realmente, de lo que hablas, y aunque te lo diga, nunca lo comprenderías –dijo ofendido.

  –Perdona, Ivan, ¿te he juzgado mal? –continué con sarcasmo.

    El rasgo de la rabia saltó a su cara como un rubor, tiñendo su rostro de un color rojo intenso. Bien, Ivan salía a la superficie y con este no me importaba tanto pelear, hasta incluso, en lo más profundo, podía tener una victoria.

  –No tienes ni idea de cómo soy –afirmó.

  –Se cómo eres…

  –Mira un poco más allá de la fachada –interrumpió con brusquedad.

  –Menuda fachada te has montado –respondí altiva–. Pero debo decirte que no habrá pared o reja que me ate a ti.

  –Debes considerar la posibilidad de que yo sea aquello que más te conviene. Debes pensar por un instante que yo, soy lo que necesitas.

  –No, Ivan. Tú solo eres el chico que encargó mi madre. Ella te eligió, no yo.

    El temblor llegó a su mandíbula y se repartió, como una onda de poder por todo su cuerpo. Sus puños se cerraron con fuerza y su pecho se estiró, forzando una postura que mostraba un completo control.

  –Siempre he cometido muchos fallos pero el mayor ha sido permitirte entrar en mi vida. Tú eres mi fracaso personal.

    De nuevo, sentí el golpe bajo, la arrogancia en su voz y la forma educada de tratarme como una mierda. Eso me rompió en dos. Ivan acaba de destruir mi barrera y otra vez, me sentí débil, como una hormiga ante él.

  –Te equivocas, jamás me has dejado entrar, antes de abrir esa puerta, me echabas de una patada.

  –Gaela…

  – ¿Está todo bien? –interrumpió mi hermano detrás de nosotros.

    Stefan, con el rostro completamente inexpresivo miraba únicamente a Ivan.

  –Sí –contestó Ivan completamente recompuesto y fingiendo una sonrisa que no llegaba a sus ojos–. No te preocupes, necesito terminar de hablar con mi mujer, sino te importa.

    Stefan se quedó pasmado, yo también pero no lo llegué a expresar en mi rostro tan bien como mi hermano.

  – ¿Tu mujer? –Preguntó incrédulo–. Todavía no te ha dado el sí quiero y ya das por hecho…

  –Nos disculpas, Stefan, por favor –cortó Ivan mordaz, y con la expresión cínica de un hombre muy seguro de sí mismo.

  – ¿Me estás dando una orden, Ivan? –preguntó, Stefan, de pronto, muy rabioso–. Porque te recuerdo que estás bajo mi techo… ¿Qué coño haces?

    Miré a Ivan, que se acercaba a mí a toda prisa.

  –Vamos a dar un paseo –espetó alargando el brazo para cogerme.

  –No…

  – ¡Vamos!

    Ivan me atrapó antes de que pudiera retroceder, me asió del brazo y me sacó de la casa a rastras con mi hermano besándonos el culo. Abrió la puerta delantera y me empujó hacia fuera no muy delicadamente, y todo mientras escuchábamos a mi hermano detrás de nosotros criticando el comportamiento de ese hombre. Antes de que el rostro enrojecido de Stefan asomara por la puerta, mi querido prometido le estaba estampando la madera en las narices.

  –Mi hermano te va a matar –murmuré fijando la vista en esa puerta.

  –Te puede agradecer a ti mi comportamiento.

    Me giré abruptamente cara él con una poco disimulada cara de póquer.

    Ivan se pasó la mano por el pelo, me dio la espalda durante unos segundos y luego se giró demasiado deprisa, tanto que me pilló mirándole descaradamente el trasero.

    Vale, estaba estupefacta, dolida y cabreada, pero era humana, cuando se me presentaba un culo de diez ante la vista, era inevitable echarle un vistazo. No solo los hombres miraban aun cuando estaban cabreados.

  –Gaela.

    Levanté la vista y pude apreciar el gesto de satisfacción que alcanzó su mirada.

    Sí, me había pillado.

  – ¿Qué? –dije con aburrimiento y cruzándome de brazos. Tratando sobre todo, montar un escudo entre él y yo. Ivan ni se inmutó.

  –Quiero que te vengas a vivir conmigo –espetó de repente–. Por ese motivo te he estado llamando.

    Por lo visto, todo lo sucedido ya había desaparecido de su cabeza.

  –Está por ver si me voy contigo después de casarnos, y todo si me caso contigo…

  –No –cortó marcando esa palabra–. Ya. Quiero que te mudes este fin de semana.

    Increíble.

    Por un momento creí escuchar mal.

  – ¿Cómo?

  –Ya me has odio –mencionó con petulancia–. Quiero que recojas tus cosas el viernes y el sábado estés ubicada en mi casa.

    No, no había escuchado mal.

    Me quedé blanca. Me acaba de tratar como a un mueble o peor que eso. Pero lo tenía claro si se pensaba que podía manipularme en esto.

    Yo era dueña de mi vida, de mi día y de mis horas, no pensaba darla a él ese título también.

  –Imposible. –Ivan frunció el ceño. Se lo aclaré con una sonrisa de oreja a oreja–: A parte de que, eso de vivir juntos no lo veo –repetí–, el jueves me voy de viaje de negocios y no vendré hasta el domingo…

  –No vas a ir –ordenó como si fuera mi padre.

    Abrí los ojos impactada. Tenía que estar de broma.

  – ¿Perdona? –pregunté flipando colores.

  –Que te prohíbo ir a ese viaje.

    Se me revolvió el estómago y no porque las hamburguesas de Stefan me sentaran mal, era porque Ivan, al fin, había conseguido que las tripas me dieran una patada.

  – ¿Sabes por donde me paso tus prohibiciones? –desafié.

    Ivan alzó una ceja y me miró, de arriba abajo menospreciando lo que veía.

  –No me interesa, Gaela, sólo me interesa que obedezcas…

  – ¡No voy a obedecer una mierda…!

    Atrapó mi mandíbula y presionó para alzar un poco mi cara y que esos ojos se clavaran bien en los míos. Cualquier queja murió instantáneamente y todo mi cuerpo se tensó completamente.

  –Esta es una discusión que no vas a ganar.

    Vi estrellitas ante mi vista, pero estrellitas encendidas en fuego que me rodearon como un meteorito a la tierra.

  –Átame a una cama y pégame con una fusta si con eso te vas a creer que vas a tener más poder sobre mí.

    Ivan sonrió con malicia, acercó sus labios a los míos y me dio un casto beso, pero para mí ese beso fue el que le da un mafioso a su próxima caza. El beso de la muerte.

  –No me tientes –amenazó.

    Y me soltó manteniendo esa asquerosa sonrisa en su boca.

  –Jamás tendrás…

  –No –cortó con sequedad–. La conversación ha terminado. El viernes iré a por ti y te ayudaré. Más vale que te encuentres en casa esperando, sino… Me las pagarás.

    Se dio la vuelta, con un arte increíble y completamente recompuesto, avanzó bajando, perfectamente los tres escalones de la entrada a la casa, recé para que se estampara contra el suelo, pero como no tuve esa suerte, ya que tenía controlado hasta sus pasos, abrí la boca para soltar mi último halago.

  –Ivan –lo llamé y se detuvo, pero no me miró. Tragué saliva y todas las neuronas de mi cerebro soltaron un chispazo que me proyectó una extraña revelación. Como si me hubiera pasado toda la vida dentro de una celda trasparente y de pronto, una puerta se abría para dejarme libre–. Ya no estoy para estrenar.

    No sé qué se me pasó por la cabeza para decirle la verdad. No sé si fue un análisis crítico a todo, o si estaba cansada de que me tratara así, o el simple hecho de que Liam había conseguido despertar ese valor que tanta falta me hacía.

  – ¿Cómo?

  –Que ya me han penetrado.

    Había utilizado las mismas palabras que utilizó él en la bodega a la hora de preguntar. Y si mi primera bala no había surtido su efecto, esta segunda aclaración hizo que el cielo se volviera oscuro sobre nuestras cabezas gracias a la descarga eléctrica que salió de su cuerpo.

    No tenía ni idea pero lo dije y esas pocas palabras me hicieron sentir genial ya que cuando Ivan se dio la vuelta, por primera vez sentí en su rostro un reflejo de todo lo que él me hacía sentir. Una mezcla entre la confusión, el dolor, la incredulidad y finalmente la ira, mucha ira se reflejó en esos rasgos bellos.

  –Dices eso porque buscas la manera de vengarte de mí, quieres destrozarme…

    Se le cortó la voz. La garganta le ardía, como momentos antes a mí.

  –Sí, quiero vengarme, pero te lo digo porque me parece que, para nuestra relación lo mejor es la sinceridad.

     Ivan palideció y los ojos le brillaron, se hicieron cristalinos, me pregunté qué reacción podía provocar esa muestra, pero su siguiente pregunta me sorprendió mucho más.

  – ¿Por qué lo has hecho?

  –Porque quería –contesté, devolviéndole cada uno de sus golpes.

    Ivan se retorció y se llevó la mano al pecho. Bajó la vista y comenzó a murmurar palabras incomprensibles.

    Aturdida di unos pasos hacia atrás hasta chocar con el muro que marcaba la puerta. El sonido del golpe activó a Ivan, que levantó la cabeza y esos ojos grises me enterraron bajo tierra. Su respiración se había acelerado, su cuerpo completamente tenso se mostraba como una súper nova. Y esa reacción iba a estallar en mi cara.

  –Desde lo más remoto de tu cabeza, ese infantil subconsciente de mierda que tienes, –la furia lo consumía, envenenaba ese carácter correcto–, has cometido el maldito error de traicionar mi confianza y a mí, y-, dio unos pasos hacia delante y perdí el aliento al ver a esa bestia irreconocible avanzar hacia mí–, te lo advertí, te advertí de lo que sucedería si te atrevías a engañarme. Cuando me encargue de ese desgraciado…iré a por ti y…

    Mi hermano salió de la nada y se interpuso entre los dos. Mis ojos estaban fijos en la reacción de Ivan y esa descontrolada forma de comportarse que nunca en mi vida había visto.

    Dios, había abierto una herida profunda hasta el hueso.

  –Sal cagando leches de mi casa sino quieres que te meta un tiro en la cabeza por allanamiento –amenazó Stefan, bloqueando con su cuerpo los pasos de Ivan.



    Miró a mi hermano y luego a mí. Su aspecto no había mejorado nada, se mostraba perturbado, capaz de hacer cualquier cosa.

  –Ivan –insistió Stefan, con voz profunda y ronca.

    Para mi sorpresa, Ivan consiguió recomponerse, o al menos fingir una postura adecuada, porque pasó de estar furioso a sonreír, con exagerado gesto. Me estremecí al comprobar la facilidad que tenía para cambiar siempre su carácter, pero él era así, el hombre auto controlador que manejaba cada situación.

    Asintió y después me dedicó una última mirada, una desgarradora mirada con un mensaje interno que me cortó el aliento. Y se fue.

    Dejé de mirar ese cuerpo que se alejaba para fijar la vista en la espalda tensa de mi hermano. Y en el momento que se giró cara mí, me crucé con una mirada fija que no comprendí.

  – ¿Qué? –pregunté, porque no podía leer lo que expresaba en su rostro, no sabía si estaba defraudado, impresionado o asustado.

    Stefan parpadeó, abrió la boca y la cerró. Negó con la cabeza e intentó volver hablar, no lo consiguió. Se rascó la cabeza y finalmente consiguió abrir la boca y pronunciar una palabra.

  –Hazme esa pregunta dentro de una hora –dijo, luego se giró hacia su mujer–. Cariño, ¿tenemos vodka?

  –No, pero hay algo de limoncello.

     Mi hermano asintió y me miró de nuevo.

  –Entonces hazme la pregunta dentro de tres horas.

    Traducción; cuando estuviera muy borracho.

    Me apoyé en el marco de la puerta y me humedecí los labios. La cabeza me daba vueltas y la presión creció en mi pecho con fuerza.

  – ¿Vas a ir a la fiesta? –susurró Zoe, con cariño.

    Me giré cara ella y la miré con cansancio.

  – ¿Tu qué crees?



1 comentario:

  1. De PE a pa con los nervios..... Ivan 1000% impredecible. Muy padre capítulo eso le enseñara a q gaela puede jugar con sus mismas cartas jiji

    ResponderEliminar